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EL ARTE OSCURO

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GOTICO

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sábado, 4 de agosto de 2012

De los mitos 1ª y 2ª GENERACION DIVINA - DIOSES OLIMPICOS



De los mitos

Según el Diccionario de la RAE, el mito es una
«Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Con frecuencia interpreta el origen del mundo o grandes acontecimientos de la humanidad».
A diferencia de la ciencia, que es un saber universal o «conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales», los mitos son locales y cada pueblo o nación tiene los suyos peculiares, aunque se producen préstamos de unas culturas a otras y sincretismos, así el cristianismo asumió el mito central de su sistema: el dios, hijo del dios supremo y una mortal, como Dionysos, Herakles, Helena, Perseo..., que muere y resucita, como en tantas culturas: Osiris, Adonis, Dionysos.
No sabemos cuándo empezaron los mitos, pero seguramente son anteriores a cualquier manifestación artística conocida, que el arte fue también una de las primeras formas de concreción y comunicación con los seres míticos. En cualquier caso los mitos son inseparables de la aventura humana en tanto que respuestas a las innumerables preguntas que el mundo y su situación en él plantean al ser humano. Tratan también de mitigar la angustia y desamparo que la naturaleza hostil le producen y dar respuesta al enigma de la muerte.
Cumplen por tanto tres funciones primordiales:
1.  Explican el mundo: cosmogonías.
2.  Explican la sociedad  y legitiman el poder: etiologías o ideologías.
3.  Explican la muerte: escatologías.
Una consecuencia de los mitos son las religiones: «Conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social, y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto».
Las normas morales son un logro reciente, de pocos milenios, porque el objetivo primordial de las religiones ha sido contentar a las divinidades, sean creadoras o gobernantes del mundo, para que se muestren favorables y propicias, lo que se pretendía conseguir con sacrificios y ofrendas, mediante la fórmula comercial “do ut des”, te doy para que me des.
Todas las religiones, por tanto, son un conjunto de mitos y fórmulas mágicas o ritos propiciatorios, cuya práctica consigue, si no sus objetivos declarados, sí al menos calmar la ansiedad y angustia de sus creyentes y practicantes. Todas, por tanto, son respetables, a menos que se siga un daño o perjuicio a terceros, como en el caso de la cristiana con las Cruzadas y la Inquisición, la islámica con la Yihad o la mexícatl con los sacrificios humanos.
El problema radica en que, aliadas con los poderes políticos o convertidas ellas mismas en poder político, se convierten en una pantalla que bloquea el desarrollo de la ciencia, la Iglesia Católica condenó a Giordano Bruno y Galileo, y paralizan el desarrollo social y político: la Iglesia lo intentó sin conseguirlo del todo, pero el Islam aún no ha salido de la Edad Media, a pesar de haber ido por delante de las culturas cristianas.
La religión griega no estaba políticamente institucionalizada, no tenía dogmas ni un clero organizado, era libre, lo que le da un encanto especial.
Lo que sigue son sus mitos, libres y abiertos a la imaginación de sus creyentes: así los hemos querido exponer.

Gea
Como en otras culturas Gea, la Madre Tierra, está relacionada con el aspecto femenino del Cosmos y consiguientemente con la fecundidad de la tierra y de las hembras, con la guerra y con la muerte, con las diosas CibelesHera, Démeter, Maya, Sémele, Hécate y alguna más, porque además es la primera de los dioses que tiene aspecto humano, en tanto que los dioses antiguos, anteriores a ella, no lo tenían. De hecho, a excepción de Gea, muchos de estos dioses degeneraron y se convirtieron en demonios o entes parásitos que sobrevivían alimentándose del fluido vital de otros seres vivos.
En el mito más directamente referido a Gea hallamos que es hija del Caos, madre y esposa a un tiempo de Urano, o sea, el Cielo personificado.
Según otras versiones Gea sería resultado de la unión entre el Tártaro, región espectral de las más hondas profundidades, y Eros, el amor.
Hesíodo cuenta y ordena la estirpe de Gea en Tres Generaciones Divinas que se fueron sucediendo en el Universo:
1.  La generación de Gea y Urano,
2.  la de Cronos y Rhea, y por último
3.  la de los Olímpicos, el reinado de Zeus y Hera.
Gea-Urano
Los Titanes
Rhea / Cibeles
Cronos / Saturno
La estirpe de los Titanes
Las Nereidas
Prometeo
Los Cíclopes
La última hija de Urano: Afrodita
Adonis
Paris
Gea y Urano, más poderosos que sus antecesores, los forzaron a marcharse y reinaron en su lugar. Poco tiempo después Gea y Urano engendraron una extensa descendencia: Un día que el dios del Cielo contemplaba a su madre desde lo alto, hizo caer sobre ella una lluvia fina que la fecundó y la hizo alumbrar todas las plantas, animales y pájaros, todos los mares, ríos y montañas. De ella nacieron luego:
  •     Los  Hecatónquiros, engendros monstruosos, enormes y violentos, de cien manos y cincuenta cabezas cada uno, llamados Coto, Briareo y Giges, «cuyo nombre no debe pronunciarse».
  •     Los Cíclopes, criaturas horribles y fabulosas, de un solo ojo y espíritu soberbio y cruel, según algunos; pero hábiles artesanos, según otros, constructores de murallas gigantescas y maestros herreros, cuyos nombres eran Brontes, Estéropes y Arges.
  •     Los Titanes son los primeros dioses con forma humana, no meras personificaciones de los elementos. Son doce, seis hembras (Rhea, Tetis, Temis, Tea, Mnemosine y Febe) y seis machos (Océano, Ceos, Creos, Hiperión, Japeto y Cronos, de mente retorcida).
  •     Los Gigantes, nacidos de la sangre vertida cuando Cronos castró a Urano, eran veinticuatro criaturas enormes de aspecto terrorífico y fuerza invencible, dotados de hirsuta cabellera y piernas en forma de serpiente.
  •     Las Erinias o Furias (Tisífone, Alecto y Megera) y las ninfas Melias, habitantes de los fresnos, surgidas también de la sangre de Urano cuando su hijo Cronos lo mutiló.
  •     Es igualmente madre de Pitón, de Erictonio y de Tifón, habido con Tártaro, el último, el más terrible, al que luego derrotó Zeus.
Sin embargo, Urano, avergonzado de los terribles monstruos que había engendrado, según unas versiones, o temeroso de que le arrebataran el poder, porque eran seres gigantescos y tan poderosos como él, según otras, encerró a sus hijos en el Tártaro, región tenebrosa en lo más profundo de la propia Tierra. «Cada vez que alguno de ellos estaba a punto de nacer ¯así lo cuenta Hesíodo¯, Urano los retenía a todos ocultos en el seno de Gea sin dejarles salir a la luz y se gozaba cínicamente con su malvada acción. La monstruosa Gea, a punto de reventar, se quejaba en su interior y urdió una cruel artimaña».

Efectivamente Cronos no pudo evitar que varias gotas de sangre cayeran sobre la Madre Tierra y la fecundaran, de cuyo embarazo nacieron las tres
 Erinias o Furias, mujeres repugnantes, Alecto, Tisífone y Megara, que vengan los crímenes de parricidio o perjurio; los Gigantes, temibles guerreros «de resplandecientes armas, que sostienen en la mano largas lanzas», y las Ninfas del fresno, las Melias. «Los genitales, sin embargo, fueron luego arrastrados por el piélago durante mucho tiempo. A su alrededor surgía del miembro inmortal una blanca espuma y en medio de ella nació una joven, Afrodita, la augusta y bella diosa». Enfurecido Urano por semejante ultraje, maldijo a Cronos profetizando que a él también le llegaría el día en que un hijo suyo lo destronase.Gea naturalmente se sintió ultrajada por el trato dispensado a sus hijos y, harta de los excesos que Urano, convertido ahora en regidor del universo, llevaba a cabo, liberó a los Titanes, los más inteligentes de sus hijos, y les urgió a rebelarse contra su padre y destronarlo. «¡Hijos míos y de soberbio padre! Si queréis seguir mis instrucciones, podremos vengar el cruel ultraje de vuestro padre; pues él fue el primero en maquinar odiosas acciones», dicen que les dijo. Los Titanes la escucharon con recelo, pero ninguno, excepto Cronos, «de mente retorcida, el más terrible de los hijos», tuvo valor para hacer lo que su madre les pedía. De este modo Cronos tomó una enorme hoz con agudos dientes de pedernal que Gea le ofrecía, sorprendió a Urano mientras yacía junto a Nyx y lo castró. Mientras dormía dicen otros, pero ¿qué sentido tendría entonces que lo agarrase por los genitales? Porque cuentan que le sujetó los genitales con la mano izquierda (según decía el vaticinio y considerada desde entonces, la mano, de mal agüero), se los cortó con la derecha y los arrojó al azar detrás de sí. Cayeron en el tempestuoso mar, junto al cabo Drépano, llamado así por la forma de la hoz, que dio lugar a Corfú, utilizada por Cronos, o junto a Sicilia, cuya gran fertilidad se atribuye al riego recibido con la sangre de Urano.
Todo lo que antecede es el mito clásico de la creación más famoso que existe, en el que confluyen otros más antiguos, pelásgico, homérico, órfico, olímpico, que luego ordenaron poetas y filósofos. En cualquier caso, la mayoría no son más que variaciones de lo ocurrido tras la aparición del Caos, en las que los progenitores de toda la humanidad tienen otros nombres y se relacionan de otras formas, pero en el fondo terminan convirtiéndose en relatos muy parecidos al ya narrado.  

Los Titanes

Rhea / Cibeles

Conocida como madre de los dioses por haber dado a luz a las principales divinidades del Olimpo, le estaba consagrado el roble. Era hija de Urano y Gea, hermana y esposa de Cronos, a quien siguió cuando Zeus lo arrojó del cielo.
Primitivamente diosa de Anatolia, tenía sus principales santuarios en Lidia y Frigia donde se le rendía culto como Diosa Madre por excelencia y personificación del principio femenino, amparo y protectora del pueblo al que da frutos y mieses; propicia la fecundidad de animales y humanos; cura y sana, pero también hiere con pestes y enfermedades; es la que guía y defiende a su pueblo en la guerra.
Era también protectora de montañas y selvas con el nombre de Madre montañesa (Méter oreia), o de Méter Dindimene, reina y protectora de las fieras, por lo que la acompañaban los leones o llevaba uno en el regazo.
Su imagen era la de una mujer lozana y fuerte, con una corona en forma de muralla con almenas, que sostenía una gran copa y un tímpano en las manos, y solía viajar en un carro tirado por caballos o leones. Un aspecto singular de Cibeles es que pronuncia oráculos y provoca éxtasis, tanto para propiciar la profecía como para aliviar los dolores y aún la muerte. La doctrina de la inmortalidad formaba parte de su culto en Anatolia y Tracia, por lo que se la consideraba protectora de los difuntos y los sepulcros.
Desde el siglo V a.C. se divulgó su creencia y culto en Grecia y fue asociada a Démeter. Adquirió muchos rasgos de cultos nuevos, pero conservó la mayor parte de los antiguos. Entre 205-202 a.C. fue reconocido oficialmente su culto en Roma donde mantuvo sus aspectos helenizados.
Las fiestas en su honor eran de las más histriónicas nunca celebradas y se hacían en memoria de Atis, un pastor frigio por quien Rea tenía especial afecto y al que encargó el servicio de su culto bajo la promesa de que jamás se casaría. Sin embargo, cuando Atis se casó o iba a casarse con la hija del rey de Pesino, Rea lo castigó con la muerte de la ninfa, por lo que Atis enloqueció, se cortó los genitales y murió. Aunque en este punto las versiones, como suele suceder, son diversas. El caso es que Rea,  conmovida, lo hizo renacer convertido en pino. Desde entonces este árbol se consagró a Rea y todos los equinoccios de primavera se festejaba el renacimiento de Atis.  
El taurobolio era una ceremonia procedente del Asia Menor; pero se unió a varios cultos, en primer lugar al de Cibeles. También Afrodita Urania tuvo su taurobolio.
Parte de la iniciación era la mutilación de los sacerdotes de Cibeles.

Cronos / Saturno

El último de los Titanes, el favorito de su madre Gea, la Tierra, Cronos es imagen o símbolo del tiempo, por lo que se le representa como un viejo descarnado, triste y seco, aunque de ojos brillantes y febriles por la paranoia que lo consume, que porta en las manos una hoz con la que siega y destruye todo lo que alienta y un reloj de arena con el que mide la vida de los mortales. Además tiene alas para acudir puntual a todas las citas, no obstante su decrepitud. El hecho de que engulla a sus hijos pone de relieve que el tiempo destruye todo lo existente, incluso en el justo momento de producirlo. Aunque prescinde de la mayoría de sus atributos, la imagen que de él nos ha legado Goya es una de las más inquietantes.
Lo persigue como una maldición el vaticinio de su padre Urano de que uno de sus hijos lo destronaría, como él lo había destronado a él, por lo que los va engullendo nada más nacer, hasta que Zeus el último de ellos escapa a su voracidad y toma venganza de sus hermanos.
Cronos, derrotado al fin por su hijo Zeus, se instaló en el Lacio, junto al amable rey Jano, instruyendo a su pueblo en diversas artes.

La estirpe de los Titanes

Algunos Titanes se unen entre ellos: Océano y Tetis contrajeron matrimonio, y tuvieron a unas tres mil Oceánides, entre ellas a Clímene, que se casó con el titán Japeto y tuvieron a Atlas, Menecio, Prometeo y Epimeteo. Hiperión y Tía, a Helios (el Sol), Selene (la Luna) y Eos (la Aurora); Coeus (o Ceo) y Feba, a Leto y Asteria; pero la pareja más importante es sin duda la de Cronos y Rea, y cuando llegó su descendencia, la paz en el reino se rompió.

Las Nereidas


Las Nereidas, divinidades marinas, personificación de las olas del mar, eran hijas del «sincero y veraz» Nereo, el hijo mayor del Ponto, y Doris de hermosos cabellos, una de las hijas de Océano. Eran cincuenta, aunque a veces se las hacía llegar hasta cien. Vivían en el fondo del mar, en el palacio de su padre, sentadas en tronos de oro. Expertas en obras intachables, empleaban el tiempo hilando, tejiendo y bailando. Las más conocidas son: Tetis, madre de Aquiles, al que tuvo con Peleo;Anfitrite, esposa de PoseidónGalatea, amada por Polifemo, el cíclope siciliano de cuerpo monstruoso.

 

Prometeo

Prometeo era hijo del titán Japeto y de la ninfa Clímene, hija también de los titanes Tetis y Océano. Al contrario que sus hermanos Atlas y Menecio, Prometeo, más sensato que ellos, militó en las huestes de Zeus y persuadió a su hermano Epimeteo para hacer lo mismo.
Cuando Palas Atenea advirtió su talento, decidió enseñarle diversas artes y ciencias, tanto arquitectura, escultura y cerámica, como astronomía, náutica y medicina. Conocidos pues su talento y habilidades, Zeus le encargó la invención de una criatura bella, lúcida e inteligente como los dioses, pero frágil y mortal como los animales, para que reinara sobre las bestias y rindiera culto a los inmortales. Así surgió el hombre.
Prometeo se sintió satisfecho de su trabajo y tanto llegó a amar a su criatura que siempre le procuraba lo mejor. Así, invitado un día en Mekone (Tesalia) a ser árbitro en una disputa sobre qué parte de un toro sacrificado se debía ofrecer a los dioses y cuál a los hombres, desolló y descuartizó un buey, hizo luego dos lotes: uno con los huesos ocultos bajo la grasa y otro con la carne escondida bajo el estómago, la parte menos apetecible de cualquier animal, y se los presentó a Zeus para que eligiera. Zeus, egoísta y engreído como era, eligió por supuesto el que contenía la grasa y huesos del buey, aunque sabedor del engaño pero decidido ya a provocar la ruina de los hombres y de Prometeo, a quienes envidiaba en lo más hondo de su corazón mezquino. «Desde entonces sobre la tierra las tribus de hombres queman para los inmortales los blancos huesos cuando se hacen sacrificios en los altares». Se mostró pues engañado y ofendido, y decidió negar a los hombres el fuego, atributo y prerrogativa de los dioses, que Prometeo le había pedido como don para la humanidad, porque consideraba que los hombres estaban en desventaja con las bestias. “¡Que coman carne cruda!”, dicen que dijo.
Prometeo pidió entonces ayuda a Atenea, que se apiadó de él y de los hombres, y le ayudó. Le facilitó la entrada al Olimpo y Prometeo sigilosamente robó un ascua del carro del sol o de la fragua de Hefaistos, que los eruditos no se ponen de acuerdo, y se la trajo a los hombres escondida en el hueco de una caña; salió tan silenciosamente como había entrado y se la bajó a la tierra.
El fuego, esencial para la alimentación, para el sacrificio y para las técnicas humanas, fue el regalo de Prometeo, que no sólo salvó a los hombres del hambre y del frío, sino que también impulsó el progreso técnico.
Esta acción, sin embargo, terminó de encolerizar a Zeus que, inflamado en ira santa, juró vengarse, primero de Prometeo y luego de la humanidad. Así, desde su altivo trono en lo alto del Olimpo, alargó el brazo y asió al infractor con su mano poderosa, lo llevó a los montes del Cáucaso y lo ató a una roca. Allí, abandonado de todos, un buitre de pico ganchudo le iba arrancando el hígado y las vísceras, causándole un dolor sin fin, porque, durante la noche, mientras el buitre dormía, las vísceras y el hígado le crecían de nuevo y cuando llegaba el día otra vez empezaba el suplicio. Zeus juró por el Nyx que no lo desencadenaría jamás.

Pero pasaron los años y un día Heracles pasó por la región, vio a su tío y lo liberó. De un flechazo atravesó al buitre, rompió luego las cadenas y libertó al prisionero. Zeus, orgulloso de la hazaña de su hijo, no protestó; pero para que su juramento se cumpliese, obligó a Prometeo a llevar siempre una sortija hecha del hierro de la cadena que lo había sujetado, en la que se engarzaba un fragmento de la roca de la que había sido prisionero. Que ya se sabe cómo el que hace la ley hace la trampa, hasta los dioses.

Los Cíclopes

Eran seres fabulosos de enorme estatura y un solo ojo en medio de la frente. Hay dos versiones sobre su origen y naturaleza, y muchas fábulas, tanto en los poetas épicos como en los dramáticos.
Según Hesíodo, eran tres: BrontesEstéropes y el violento Arges, que pueden traducirse por «el que truena, el que da el rayo y el que brilla». Hijos de Gea y Urano, eran hábiles y excelentes artesanos, constructores de murallas, que, liberados por Zeus de las cadenas que les impuso Cronos, «le guardaron gratitud por sus beneficios y le regalaron el trueno, el llameante rayo y el relámpago». Alguna vez se los relaciona con Hefaistos, como sus auxiliares en la fragua divina. Se les atribuían las antiguas fortificaciones de los aqueos y eran venerados como protectores del trabajo, de la artesanía y del arte.
En los poemas homéricos varía la versión: Son unos salvajes que viven en remotas islas alejados del trato humano, sin ley ni norma. Son antropófagos. Cuando Odiseo los visita, Polifemo atrapa y se come a dos de sus compañeros. El héroe urdió una estratagema para escapar de él y lo cegó. Como Polifemo era hijo de Poseidón, el dios del mar retarda el viaje del rey de Ítaca y lo hace pasar por múltiples y peligrosas aventuras.
En la época alejandrina Polifemo aparece como enamorado de Galatea. Pero éstos son ya artificios poéticos más que leyendas populares.
Teogonía de los griegos


¡Salud hijas de Zeus! Otorgadme el hechizo de vuestro canto. Celebrad la estirpe sagrada de los sempiternos Inmortales, los que nacieron de Gea y del estrellado Urano, los que nacieron de la tenebrosa Noche y los que crió el salobre Ponto. Decid también cómo nacieron al comienzo los dioses, la tierra, los ríos, el ilimitado mar de agitadas olas y, allí arriba, los relucientes astros y el ancho cielo. Y los descendientes de aquéllos, los dioses dadores de bienes, cómo se repartieron la riqueza, cómo se dividieron los honores y cómo además, por primera vez, habitaron el muy abrupto Olimpo. Inspiradme esto, Musas que desde un principio habitáis las mansiones olímpicas, y decidme lo que de ello fue primero.
HESÍODO

Cuando los griegos abrieron los ojos al mundo, vieron el cielo y la tierra, y entre ellos innumerables seres de diversa índole y linaje, animados unos, dioses y hombres, bestias y plantas, semidioses y monstruos...; inanimados otros, montañas y ríos, mares y desiertos... Luego se preguntaron dónde comienza la genealogía o linaje de las cosas, de los dioses, de los hombres, de la naturaleza toda; y del mismo modo que los reyes micénicos ordenaban la vida de un territorio, muchas veces en lucha con otros territorios y reyes, así imaginaron que había sucedido en el mundo. A partir de ese hilo comienzan a tirar y la madeja se va devanando poco a poco, cortando y cosiendo, remendando y ensamblando cuentos y relatos procedentes de edades y lugares diversos, acomodándolos al sentir de cada momento, en un presente continuo  que sin embargo actualiza lo sucedido hace mil años o viceversa.
Las diferentes teorías de la creación, que se reúnen bajo el término "cosmogonía", buscan una explicación a la existencia de los primeros dioses, no de los humanos, como ocurre en la concepción judeocristiana, porque para los griegos era obvio que los hombres eran producto del ingenio y poder de sus dioses.
La idea de la gran diosa madre, dentro de una concepción religiosa matriarcal, en la que el concepto de paternidad aún no se había descubierto, permaneció durante mucho tiempo en la mentalidad griega, igual que sucedió en todas las culturas primitivas. Adorada y temida, obedecida y bendecida por todos, la matriarca, única deidad existente, cuya misión era defender el hogar y la fecundidad materna, recibía un culto público y doméstico. 
Sin embargo, cuando se conoció claramente la relación entre coito, embarazo y parto, aquel modelo explicativo se rompió y el mundo se les hizo añicos; todos los elementos vagaron sin orden ni jerarquías y comenzaron a abrirse paso nuevas teorías sobre el origen. Así, el sol no iluminaba, la luna no salía por las noches y el mar no tenía riberas. El frío y el calor, la sequía y la humedad, lo pesado y lo ligero, todo chocaba entre sí. El Caos era, pues, la nada o la antimateria, un magma formado por todos los elementos en completo desorden, las esencias y los atributos.
Sea cual fuere la explicación de esta compleja concepción, pronto surgieron diversas narraciones que se ocuparon de precisar el tránsito desde el Caos hasta los dioses conocidos.

"En el principio existió el Caos"
Uno de los relatos más conocidos que da este paso, instituido luego como versión tradicional de los acontecimientos, fue el elaborado por Hesíodo, según el cual, tras el Caos, surgió Gea o Gaya, su hija, personificación de la Madre Tierra, quien «sin mediar el grato comercio... alumbró al estrellado Urano con sus mismas proporciones, para que la contuviera por todas partes y fuera así habitación siempre segura para los felices dioses». Esta es la versión castellana de su relato:
En el principio existió el Caos. Después Gea, la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo. En el fondo de la tierra de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro. Por último, Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos. Del Caos surgieron Érebo y la negra Noche...
Ambos fueron los padres de las primeras criaturas vivas: Hecatónquiros, Cíclopes y Titanes, encerrados luego por Urano, porque eran monstruosos o porque temía que lo destronasen. Gea, enojada y contrariada por esta hazaña, alentó a los Titanes y a su hijo Cronos a derrocar a Urano.
Pero los hechos fueron al parecer más complejos: En un principio, no existía la Tierra, sólo un conglomerado informe compuesto por los cuatro elementos, agua, tierra, cielo y aire, en el cual reinaba el Caos, una deidad sin rostro, al lado de su hija y esposa, Nyx, la negra diosa de la Noche, habida de la Oscuridad, la noche primigenia, la que reina en las esferas celestes, de la que tuvo a Erebo, el silencioso y helado lugar donde vagan los espectros y habita el olvido.
Erebo destronó y suplantó a su padre en el lecho de su madre, Nyx, de la que tuvo a las Parcas, que hilan el destino, a Hipnos, inspirador del Sueño, y a Thánatos, portador de la Muerte, las perversas deidades que sigilosamente acechan a los humanos desde las sombras; a Némesis, la terrible diosa de la venganza, a Eros, el impulsivo dios del amor (aunque algunos dicen que este dios nada tiene que ver con el infante que acompaña a Afrodita), y a una legión de dioses o demonios sin forma que luego habitarán y parasitarán el corazón de los humanos, para bien o para mal. Finalmente tuvieron a Éter, el aire, y a Hémera, el día.
También estos últimos destronaron a sus padres y se propusieron, con la ayuda de su hermano Eros, transformar el mundo caótico en algo bello. Era el comienzo de la creación entendida, no como génesis desde la nada, sino como organización de los elementos.
Por fin de esta unión nació Gea, la Tierra, un lugar sin límites provisto de todo lo necesario para construir la morada de los seres vivos. Eros embelleció a Gea con todos los dones naturaleza virgen. Y ella correspondió separando de su seno a Urano, el Cielo, de igual extensión que ella misma, y a Pontos, las inconmensurables aguas marinas.

Como en otras culturas Gea, la Madre Tierra, está relacionada con el aspecto femenino del Cosmos y consiguientemente con la fecundidad de la tierra y de las hembras, con la guerra y con la muerte, con las diosas CibelesHera, Démeter, Maya, Sémele, Hécate y alguna más, porque además es la primera de los dioses que tiene aspecto humano, en tanto que los dioses antiguos, anteriores a ella, no lo tenían. De hecho, a excepción de Gea, muchos de estos dioses degeneraron y se convirtieron en demonios o entes parásitos que sobrevivían alimentándose del fluido vital de otros seres vivos.
En el mito más directamente referido a Gea hallamos que es hija del Caos, madre y esposa a un tiempo de Urano, o sea, el Cielo personificado.
Según otras versiones Gea sería resultado de la unión entre el Tártaro, región espectral de las más hondas profundidades, y Eros, el amor.
Hesíodo cuenta y ordena la estirpe de Gea en Tres Generaciones Divinas que se fueron sucediendo en el Universo:
1.  La generación de Gea y Urano,
2.  la de Cronos y Rhea, y por último
3.  la de los Olímpicos, el reinado de Zeus y Hera.

 Afrodita: La última hija de Urano

Oriunda de Oriente, Afrodita era la diosa del amor, la belleza y la fertilidad. La encarnación del deseo sexual como una de las fuerzas creadoras del universo era, al que todos los seres vivos, animales, hombres o dioses, están sometidos. En algunos lugares de Grecia también se la consideraba diosa de los marineros, porque se atribuía a Nereo su crianza, aunque no era tradición muy extendida: «Las intimidades con doncellas, las sonrisas, los engaños, el dulce placer, el amor y la ternura», dice el poeta que fueron sus atributos desde el principio.
Se la representa en un carro arrastrado por palomos, cisnes o gorriones, que dicen son las más rijosas de las aves, coronada de rosas y arrayanes. Otras veces aparece cabalgando un toro o un macho cabrío, símbolos de sus múltiples encuentros sexuales. En los primeros tiempos parece que tuvo la tortuga por símbolo y en Cnido, donde se la adoraba como "Diosa del Pacífico Mar", era el delfín su atributo. También la Paloma, el Cisne, la Rosa, el Mirto y la Manzana lo fueron entre otros. En Corinto se la representaba armada.
Pero por encima de cualquier símbolo o representación queda la imagen que de ella nos dio el florentino Sandro Botticelli, navegando sobre una concha, a punto de arribar a la playa, de pie, ondulante el cuerpo esbelto y la rubia, larguísima, abundante cabellera, melancólica y nostálgica la mirada, cubriendo púdicamente sus excelencias de mujer, frágil y sola, tremendamente sola y frágil, a pesar de la Gracia Eufrosina que acude solícita a vestirla, de los Céfiros que la empujan, consciente ya de su belleza funesta que levantará infinitas tormentas entre los inmortales, acaso presintiendo ya el destino amargo que la espera, errante de lecho en lecho, peregrina de cientos de alcobas, madre de igual número de hijos desatendidos, mil veces deseada pero nunca amada, motivo de odios, celos y discordias continuas, un destino más fuerte que los dioses, que la obligará a fornicar permanentemente y le vedará cualquier otra ocupación, tanto que Zeus la censuró, hosco el espeso entrecejo, por acudir en auxilio de su hijo Eneas durante la guerra de Troya, y Atenea la reprendió, los ojos glaucos llameantes de cólera y envidia, ese orgullo cruel y despiadado de las vírgenes, el día que la sorprendió entretenida tejiendo en un telar, arte que era de su exclusiva competencia. A los ojos de Afrodita afloró entonces esa mirada que el pintor florentino adivinará, se disculpó y nunca más volvió a trabajar con las manos.
Un escultor helenístico la había retratado antes, espléndidamente madura, con idéntica mirada marcada por el destino. Poseía un cinturón, al decir de los que la conocieron, fabricado por Hefaistos, que encendía en amores a todo el que se relacionaba con su portadora, pero no lo necesitaba, porque tenía todo lo que excita la imaginación erótica de los hombres mediterráneos, era rubia y extranjera. Sin embargo, salvo excepción, no solía prestarlo a las diosas que se lo pedían, que eran muchas, bien porque fueran muy impacientes bien porque sus dones fueran escasos.
Su séquito lo formaron Eros, el Amor, su hijo en algunas versiones, el bello Hímero, El Deseo, e Hime, el Matrimonio; las tres Gracias: Áglae, Talía y Eufrosina. También iba a su lado el hermano gemelo de Eros,Anteros
No obstante su apariencia dulce era una diosa temible, otra vez su destino infausto, que inspiraba pasiones monstruosas a los que descuidaban su culto o despertaban su antipatía, ocurrió con Fedra o Pasífae. Su mal carácter era de sobra conocido en Grecia y a menudo se enfrentó con quienes podían rivalizar con ella, Psique o Eos. SóloAteneaArtemisa y Hestia, las vírgenes que sentían un profundo desprecio por ella, eran capaces de ignorar sus órdenes. Así, Artemisa le hizo frente cuando quiso dañar a Hipólito. En cualquier caso era una diosa benéfica que ayudaba a los mortales a lograr sus propósitos amorosos.
Homero cuenta que era hija de Zeus y de Dione, hija de Océano y Tetis, la ninfa marina. Otros, sin embargo, afirman que Afrodita nació de las olas fecundadas por el esperma de Urano, por lo que se la apellida Urania o Filomedea, cuando sus genitales, mutilados por Cronos, cayeron al mar. De ellas surgió la diosa, blanca y perfecta como la espuma, aphros, de donde Afrodita, que la mecía. Dicen algunos que nació de una concha o que, una vez nacida, navegó en una concha hasta la costa. Empujada por los vientos Céfiros alcanzó la isla de Citera, así el apellido Citerea, pero le pareció demasiado pequeña y prosiguió hasta Pafos, en la costa de Chipre, Ciprogénea o Cipris también se la llama, donde la esperaban las Horas, hijas de Zeus y Temis, y las Gracias para embellecerla y engalanar su desnudez. Y añaden que al salir de las aguas y pisar tierra firme, brotaron flores de todas las especies. «Salió del mar la augusta y bella diosa, y bajo sus delicados pies crecía la hierba en torno», así lo cuenta el poeta. Y luego que la hubieron ataviado y perfumado, la condujeron al Olimpo, a la morada de los Inmortales. Es la versión más popular y los críticos de ojo frío ven en ella una alegoría a su origen ultramarino.
Las nereidas y tritones y demás habitantes del mar acudieron presurosos a contemplarla, rodeando su concha nacarada, que era carro y cuna a la vez. Entonces, el halago del aire puro y el susurro del cielo azul, le arrancaron un blando suspiro que repitió estremecido el universo. Las olas empezaron a mecerla dulcemente en caricias sin fin, el aire se hizo más leve y toda la naturaleza se regocijó con la presencia de Afrodita. 
La admiración que todos sentían por su belleza le permitió llegar al Olimpo en un magnífico carro, llevando consigo las excelencias que Feme, la Fama, hija de Nyx, habría proclamado de ella, los entusiastas deseos de las deidades masculinas, y las envidias y recelos de las diosas, que se sentían en peligro ante la belleza sin par de la recién llegada.
Cuando alcanzó el Olimpo todos los dioses quedaron embobados, boquiabiertos se quedaron con su hermosura, tanto que todos le propusieron matrimonio, pero Afrodita a todos rechazó desdeñosa. Entonces Zeus, bien resentido por su desdén y para castigar su orgullo, bien agradecido a Hefaistos por haber inventado el rayo con el que había matado a los Gigantes, concedió su mano al herrero olímpico, el hijo cojo y deforme de Hera, dios del fuego y la fragua. La diosa aceptó, pensando que el herrero sería fácil de contentar. Según lo había pensado, muy pronto se dio a dioses y hombres, lo que convirtió aquel matrimonio en una bronca permanente, pero Hefaistos, muy enamorado, siempre la perdonaba.
El primero de sus amantes fue su cuñado Ares, dios de la guerra, con el que tuvo tres hijos, Deimos, el Terror, Fobos, el Temor, y Harmonía. Porque Afrodita, diosa de la fertilidad al fin y al cabo, no ponía cuidado alguno en no quedar embarazada y de todos sus amantes tenía hijos, que fornicaba como una leona y paría como una coneja, dicen sus detractores. En realidad no podía evitar los embarazos, era su destino, aunque según veremos las Gracias y las Horas, sus nodrizas, se encargaban de devolverle luego la doncellez y lozanía de vientre y pechos.
Ares era simple, rudo y brutal como un soldado, y en cuanto se encontró ante la diosa, le manifestó sin rodeos su deseo de encamarse con ella. “Si te vienes a mi cama o me admites en la tuya —dicen que le dijo—, juro echarte un polvo que haga temblar el Olimpo”. La diosa, acostumbrada a las miradas ardientes, los desmayados suspiros y los galanteos corteses, se asustó ante semejante exabrupto, que a veces su naturaleza se imponía a su destino; pero Ares entonces se quitó la coraza y las armas, y se mostró a la diosa que al instante se entregó a él, seducida ante su poderoso ariete y vigoroso cuerpo de guerrero, con lo que selló la suerte de tantas bellas, sensibles e inteligentes, que sucumben ante los más impíos canallas.
Fueron tan agotadores y prolongados sus amores, que una mañana los sorprendió Febo Apolo en el lecho, se detuvo un momento a observarlos envidioso y, despechado como estaba y rencoroso como era, le faltó tiempo para ir con el cuento a Hefaistos. Velázquez, el pintor sevillano de nuestro cuarto Felipe, recogió la escena en el cuadro que se trajo de su primer viaje a Roma, donde fuentes de todo crédito se la contaron. Puso ojos como platos el divino herrero al escuchar la noticia, maldijo el negro día en que Zeus le dio aquella pendona por esposa y enseguida urdió la manera de sorprender a los furtivos amantes: forjó una red de caza fina como una telaraña y fuerte como cable marinero y luego la dispuso en el lecho de modo que quedaran prisioneros en ella. Fingió luego un viaje, se dieron cita en su ausencia los gozosos amantes y cayeron desnudos y desprevenidos en la red.
Regresó de inmediato el herrero cojo y convocó a todos los dioses para que hicieran burla y befa de la adúltera pareja y fueran testigos de su deshonra. Todo el Olimpo acudió a contemplar el espectáculo, aunque las diosas, pudorosas, abandonaron pronto el lugar, incluso la vengativa Hera. Los dioses, sin embargo, hombres a fin de cuentas, se divertían con estruendosas carcajadas ante las bromas rijosas de Apolo y Hermes. Decía el patrón de los ladrones: “¡Oh vergüenza, digna de envidia! Multiplicad todavía estas innumerables ligaduras, que todos los dioses y diosas del Olimpo rodeen este lecho, y pase yo la noche entera en brazos de la rubia Afrodita!”. Apolo le preguntó a Hermes cómo se sentiría en una situación semejante y qué haría. Hermes le contestó que sufriría las ataduras tres veces si pudiera compartir la cama de Afrodita.
Compadecido al fin alguno de los dioses, instó al herrero cojitranco a que soltase a los amantes, pero Hefaistos, aún enfurecido, proclamó que sólo los liberaría si se le devolvía la dote que había dado a Zeus, a lo que éste, siempre codicioso, se negó. Todos los demás dioses, más rijosos que un carnero, se ofrecieron entonces a ocupar el lugar de Ares, hasta que Poseidón, enamorado de la desnudez de Afrodita, se ofreció a pagar la dote si antes no lo hacía Ares, con lo que Hefaistos liberó a los dos amantes. Pero nadie pagó, Ares porque era un canalla y Poseidón porque Hefaistos no lo consintió en último extremo.
Liberados al fin, Ares regresó a Tracia y Afrodita, avergonzada, marchó a Pafos. Hefaistos olvidó pronto su enojo, porque anhelaba el contacto tibio de su esposa, quien, de nuevo en Chipre, fue purificada y renovada por las Gracias, y ataviada con galas juveniles.
De vuelta al Olimpo, Afrodita lució de nuevo su más seductora sonrisa y, agradecida a los dioses que la habían ayudado, se sintió obligada a invitar a su lecho y a revolcarse con todos y cada uno de ellos: con Poseidón, el poderoso semental, que medió ante su esposo, al que dio dos hijos, Rodo y Herófilo; con Hermes, el cínico patrón de los mercaderes, del que tuvo a Hermafrodito, un niño de ambos sexos o tal vez maricón, que lo de la bisexualidad más bien parece un eufemismo; por último con Dionisos o Apolo, que las versiones no están de acuerdo, con quien engendró a Príapo, un niño feo, de una verga descomunal, que recibió como castigo de Hera, la cruel y vengativa.
Con los mortales también mantuvo aventuras varias, con Anquises, rey de los Dárdanos, de quien se enamoró instigada por el rencoroso Zeus, tuvo a Eneas, el héroe troyano; de Adonis, el ambiguo, que comparte a tiempo parcial con Perséfone, a Golgos y Beroe; con el argonauta Butes, a quien amó para dar celos a Adonis, a Erix.
Castigó a las mujeres de Lemnos, haciendo que oliesen mal, porque, a causa de su adulterio con Ares, eran remisas a rendirle culto, aunque no sería extraño que en este desvío anduviese por medio Atenea.  Abandonadas por sus maridos a causa de su mal olor y sustituidas en el lecho por esclavas tracias, las mujeres lemnias, en venganza, asesinaron a todos los hombres y fundaron una sociedad femenina, hasta el día en que llegaron los argonautas, quienes las fecundaron e hicieron madres.
También castigó a la Aurora haciendo que estuviese siempre enamorada por haberle sido infiel con Ares. Aurora sintió, desde ese momento, un amor irresistible por Orión. Castigó a las hijas de Cíniras de Pafos a prostituirse con extranjeros.
Sin embargo, salva a Butes, cuando regresaba a nado a su isla, tras sucumbir ante el encanto de las sirenas, y lo establece en Lilibeo (Sicilia).
Algún poeta enamorado de la diosa la defiende y niega el carácter de putón verbenero que otros le adjudican, sugiriendo que ese ir y venir de un lecho a otro fue el castigo que Zeus impuso a su altanería. Es plausible, que Zeus con todo su poder era caprichoso y rencoroso.

Adonis

Tal vez el episodio más famoso y simbólico es el que se refiere a sus amores con Adonis. Cuenta el mito que Esmirna, hija de un rey asirio, Zías o Cíniras, aunque varía la nacionalidad según las fuentes, se jactaba de ser más bella que la diosa del Amor. Afrodita entonces la castigó, que tampoco la diosa del Amor estaba libre de la envidia, y le infundió un amor loco por su propio padre. Esmirna aprovecha el velo de la noche para introducirse en su lecho y ofrecerle su piel desnuda. Cuando el rey se entera del engaño, se espanta, desenvaina la espada y amenaza a su hija, que huye despavorida y sólo logra escapar cuando Afrodita la convierte en mirto.
Llegado el tiempo del parto, Esmirna dio a luz un varón al que puso Adonis: cuentan que la corteza del mirto estalló y de su interior surgió el niño. Pero, incapaz de criarlo, Afrodita se lo tomó y se lo confió a Perséfone. Dicen algunos que encerrado en una caja que Perséfone, llena de curiosidad, abrió y al ver al niño se enamoró de él, lo guardó para sí y lo puso en las mejores habitaciones de su palacio. No tarda el hecho en llegar a oídos de Afrodita quien, celosa, reclama el muchacho a la Reina del Averno, que no lo quiso devolver, porque, enamorada de él, ya lo había hecho su amante.  Ningún comentarista o hagiógrafo se atreve a decirlo, pero lo que resulta de esta historia es que tanto Afrodita, que tenía fama de ninfómana, como la fiel Perséfone son pederastas.
Afrodita apela a Zeus para que obligue a Perséfone a devolverle a Adonis, pero el padre de los dioses desvía el caso a su hija Calíope quien decreta que Adonis pase una tercera parte del año con Perséfone, una segunda parte con Afrodita y una tercera descanse y se reponga de tanto desgaste. Afrodita sin embargo convenció a Adonis para que pasara también con ella su tiempo de descanso, razón por la que Perséfone, agraviada, que ya se sabe cómo unos cardan la lana y otros ganan la fama, acude a Ares y lo pone al corriente de la traición de su amante: “¡Si fuera un hombre completo, menos mal; pero te desdeña por un pobre afeminado!”, dicen que le dijo.Furioso el dios de las batallas, con esa furia terrible que le hacía temblar las aletas de la nariz y le inyectaba los ojos en sangre, se disfraza de jabalí, busca al desprevenido Adonis, que estaba de caza en los montes del Líbano, y le da muerte; lo derriba primero y luego de una certera cuchillada lo degüella. Según otra versión el jabalí matador fue Apolo, que vengaba así a su hijo Erimanto, cegado por la diosa porque la había visto bañarse desnuda. Dicen los poetas que de su sangre brotaron anémonas. Bajó Adonis al Hades y de nuevo Afrodita se arrodilló ante el padre de los dioses para rogarle que el muchacho pasase sólo la mitad del año en los infiernos y la otra mitad gozase con ella sobre la fértil piel de la tierra, a lo que accedió, magnánimo por una vez, el rey del Olimpo.
Pero la mirada prosaica y descreída de los críticos ve en esta historia una alegoría del año agrícola presente en diversas culturas: la semilla se esconde en lo más hondo de la tierra, florece en primavera cuando se unen Adonis, el poder fecundante, y Afrodita, la diosa de la fertilidad, pero, cuando fructifica y madura en el estío, cae bajo la hoz del segador.

Paris


Paris, a quien llamaron Alejandro por su fuerza y valor, creció robusto, hermoso e inteligente, que ya es difícil, hasta el punto que la ninfa Oenona, hija del río Oeneo, lo hizo su amante. Luego Zeus, que lo había visto arbitrar satisfactoriamente una pelea de toros, lo eligió juez del concurso que entonces entretenía el aburrimiento de los olímpicos: decidir sobre la belleza de las diosas.
Paris era hijo de Príamo y de Hécuba, reyes de Troya. Embarazada de él, Hécuba tuvo un sueño, aclarado luego por un oráculo, según el cual el niño que esperaba sería causa de la ruina de su patria. Ante este vaticinio, Príamo ordenó al mayoral de sus pastores, Agelao, que lo matara; pero el mayoral, conmovido por los ruegos de Hécuba, no se atrevió y lo abandonó en el monte Ida, donde una osa lo amamantó durante los primeros días; luego se crió en casa de Agelao, entre pastores.
Éride, diosa de la discordia, la única no invitada a la boda del rey Peleo y la nereida Tetis, había aparecido al final del banquete envuelta en una nube y lanzado una manzana de oro con una inscripción: “Para la más bella". Zeus se negó a otorgar ese título a ninguna de las tres aspirantes:HeraAtenea y Afrodita, por lo que éstas finalmente pidieron a Paris, príncipe de Troya, que diera un veredicto.
Todas intentaron sobornarlo: Hera le ofreció el poder; Atenea, la gloria militar, y Afrodita, el amor de la mujer más hermosa. GanóAfrodita, quien le ayudó a lograr a Helena, hija natural de Leda y Zeus, y adoptiva de Tíndaro, esposa de Menelao y reina de Esparta. Cumplíase así la venganza de la diosa, cuando juró que las tres hijas de Tíndaro —Clitemnestra, Timandra y Helena— serían célebres por sus adulterios, porque se había olvidado de ella cuando rendía culto a los dioses. Hera y Atenea, rencorosas, se alejaron maquinando la destrucción de Troya, de este modo se cumplía también la voluntad de Zeus y Temis, que ya desde antiguo habían tramado la destrucción de la ciudad asiática.
Luego de esto, Paris se dio a conocer en Troya, en unos juegos atléticos donde ganó tres coronas, y sus padres lo recibieron alborozados. Prefiero que caiga Troya a que muera mi hijo maravilloso, exclamó Príamo. Después partió al frente de una expedición que debía rescatar a Hesíone, su tía, pero buscó un pretexto para detenerse en Esparta, donde fue homenajeado con todos los honores de su rango por el rey.Menelao lo agasajó durante nueve días, momentos que aprovechó Paris para cortejar a Helena con palabras afectuosas y atenciones exquisitas, sin renunciar a miradas insinuantes, fuertes suspiros y otras audacias, que halagaban a Helena, pero la hacían temblar pensando que su marido pudiese descubrir el juego. Menelao, sin embargo, no era observador y a poco se embarcó para Creta donde debía asistir a las exequias de su abuelo Catreo, ocasión que aprovechó Helena para escapar con Paris esa misma noche y entregarse a él en la isla de Cránae, la primera escala, que ya le ardía el fruto de la entrepierna.
El regreso fue accidentado, pero, cuando por fin llegó a Troya, se casó con Helena, que había cautivado a todos. Por su parte Menelao, ofendido en lo más profundo de su orgullo, convocó a todos los príncipes aqueos, llamó a las armas a sus ejércitos e inició la llamada Guerra de Troya, que les causaría infinitos males y convertiría en presa de perros y pasto de aves a los desgraciados que cayeron en ella.
Durante esta guerra Paris no mostró el valor de que había hecho gala en otras ocasiones y Afrodita tuvo que acudir varias veces en su ayuda, hasta que al fin cayó herido por Filoctetes. Entonces, Paris volvió junto a Oenona, que intentó curarlo compasiva y aún enamorada, pero no lo consiguió: Paris murió a los pocos días; junto a él se enterró a Oenona, que falleció de tristeza.
Afrodita interviene además en esta contienda para salvar la vida de su hijo Eneas, acaso uno de sus favoritos, cuando lo defendió del ataque de Diomedes, que hiere a la diosa en la mano.
Diomedes puede atentar contra la diosa porque Atenea, la virgen orgullosa y cruel, que también interviene en la guerra troyana, le había dado poder para ver a los inmortales en el campo de batalla y aconsejado que evitara a todos los dioses excepto a Afrodita, que la devoraba la envidia por ella. Diomedes arremetió contra la bella inmortal y rasgó con la lanza de bronce la túnica que las Gracias le habían tejido tan cuidadosamente y le cortó la palma de la mano. La sangre asomó oscura sobre la piel perfecta de la bella que huyó del campo de batalla y regresó al Olimpo a buscar el consuelo de Dione. Entonces Zeus le aconsejó que no interviniera en asuntos de guerra, dado que no era esa su función. Otra vez, en esta ocasión por boca del padre de los dioses, el destino amargo recordándole su deber, que ni siquiera le deja socorrer a su hijo.
 
Segunda generación divina. 1:


Rhea-Cronos
El nacimiento de Zeus
Hestia / Vesta
Démeter / Ceres

Perséfone
Hera / Juno

Rhea-Cronos
No obstante su victoria, Cronos necesitó el permiso de su hermano Océano, el primogénito, para reinar. Y es que Gea adoraba a su hijo Cronos, por lo que a fuerza de muchos juegos, súplicas y caricias, consiguió que Océano le cediese la corona a cambio de que Cronos matase a toda su descendencia para que algún día el poder recayera de nuevo en alguno de los titanes. Fue precisamente este pacto lo que provocó la llegada al gobierno de Zeus, instaurador de la tercera generación de dioses.
En cuanto Cronos tomó el poder, envió de nuevo a los Cíclopes y a los Hecatónquiros al Tártaro, se unió a su hermana Rhea y repartió el reino con sus hermanos los Titanes, a Océano le otorgó el dominio de las grandes masas de agua, que adoptaron el mismo nombre; a Tetis, el dominio de los ríos; a Hiperión, el Sol, y a Febe, la Luna, astros ambos que se creían transportados por carros. Llegamos así a la segunda generación, la de los Titanes, que será a partir de entonces dueña del mundo capitaneados por Cronos.
El nacimiento de Zeus
Cronos, temeroso por las palabras de su padre, determinó acabar con sus hijos devorándolos al nacer, sin hacer caso de las súplicas y lágrimas de Rhea. Así fue devorando a HestiaDémeter,HeraHades y Poseidón; pero su madre, cuando quedó encinta por sexta vez, decidió salvar a su hijo y en medio de la noche se fue a dar a luz al monte Liqueo en Arcadia. Luego de parir, bañó a su hijo en el río Neda, lo llamó Zeus y lo envió a su madre, Gea. La Madre Tierra lo llevó al monte Licto en Creta y lo ocultó en una cueva en la falda del monte Egeo, donde lo puso al cuidado de las ninfas Melianas, Adrastea y su hermana Io, hijas Meliseo, y de la ninfa Amaltea, una cabra o mujer ubérrima como las cabras, quien nutrió al niño con miel y lo amamantó a sus pechos al mismo tiempo que a su hijo Pan.
La cuna de Zeus colgaba de un árbol, para que, según el oráculo, Cronos no pudiera hallarlo ni en la tierra, ni en el cielo, ni en el mar. Rodeaban además su cuna las Curetes, hijas y sacerdotisas guerreras de Rea, que, cuando el bebé lloraba, golpeaban sus armas, gritaban y cantaban al son de estruendosos tambores que ahogaban el llanto del pequeño Zeus para que no lo oyera su padre Cronos. Así, el joven dios llegó a la edad adulta y vino el día en que se cumplió la profecía.
Zeus, agradecido a sus nodrizas y sentado ya en el trono celestial, puso a Amaltea en la constelación de Aries o Capricornio y dejó uno de sus cuernos a las ninfas, de donde podrían sacar tantas frutas y bebidas como quisieran, porque nunca se agotaría, que fue el Cuerno de la Abundancia o Cornucopia.
Entretanto Rea había envuelto una piedra en pañales en el Monte Taumacio de Arcadia y, cuando Cronos le pidió que le entregara al nuevo bebé, se la entregó llorando para que lo engullera. Cronos se la tragó sin siquiera mirarla y se fue satisfecho creyendo que se había comido a su hijo recién nacido.
Sin embargo Cronos no tardó en descubrir el engaño, tal fue el ardor que la piedra le produjo en el estómago, y se puso a perseguir a Zeus, que se iba transformando en serpiente y sus nodrizas en osas. No pudo atraparlos Cronos y Zeus siguió creciendo en el Monte Ida, entre pastores, en una caverna distante de la anterior. Allí conoció a la titánide Themis, quien ideó la trama para derrocar a Cronos: propuso a Rea que convenciera al viejo para que aceptara los servicios de Zeus, a quien no conocía. Aceptó el dios y nombró al joven camarero personal. Zeus entonces, aprovechando este privilegio, ofreció a Cronos una copa de néctar con un vomitivo a base de mostaza, vino y sal, quien se la tomó, se durmió inmediatamente y vomitó la piedra y los cinco hijos que había engullido. Aunque hay divergencia acerca de si Poseidón fue devorado o no, ya que según algunas fuentes Rea dio un potrillo en su lugar, y escondió al muchacho entre los caballos. Sea como fuere, los cinco dioses volvieron sanos al mundo y a la vida, sin daño alguno, cosa de dioses naturalmente, y, agradecidos a Zeus, lo nombraron su capitán, que así quedó convertido en el supremo, el megadios.
Zeus envió la piedra con que Rea engañó a su padre Cronos a Delfos donde fue venerada y ungida constantemente con aceite. «Zeus la clavó sobre la anchurosa tierra, dice sin embargo el poeta, en la sacratísima Pito, en los valles del pie del Parnaso, monumento para la posteridad, maravilla para los hombres mortales».
El mito de Cronos es probablemente anterior a la cultura griega y fue incorporado luego a los indoeuropeos.

Hestia / Vesta
Diosa del hogar y de la familia, es la mayor de los hijos de Cronos y Rea, pertenece por tanto a la generación de las grandes divinidades olímpicas, sin embargo nunca se mezcla en sus intrigas y disputas.
El hogar era el centro de todas las culturas prehistóricas, donde se conservaba el fuego que proporcionaba luz y calor, pero no era tan fácil como hoy día encenderlo y conservarlo. Así pues, como personificación de la mujer que guarda y conserva el fuego, aparece la diosa Hestia.
Después del derrocamiento de Cronos, Poseidón y Apolo la cortejaron, pero juró por la cabeza de Zeus que permanecería siempre virgen, por lo que el padre de los dioses, agradecido por haber preservado la paz en el Olimpo, le concedió la primera víctima de todos los sacrificios y el culto de los fuegos familiares.
Un día Príapo, embriagado, intentó violarla. Dormían todos los dioses bajo el efecto del vino y Príapo se acercó a la diosa, también dormida, pero entonces un asno rebuznó y la despertó. Vio la diosa la verga descomunal del contrahecho, se levantó temblando de ira y lo hizo huir a todo correr.
Es una diosa sedentaria; mientras el resto de sus parientes vagan por el largo y ancho mundo, ella permanece en el Olimpo, guardiana del hogar de los dioses como lo es del los humanos. Posiblemente es una diosa prehelénica y, en cierta manera, universal. En el fondo es una personificación de la Madre Tierra, que con su calor mantiene la vida y da los frutos que produjo la fecundación de la lluvia.
Su castidad, rara en los mitos griegos y en otros muchos, es un símbolo de la santidad de la tierra que, a pesar de tantas inmundicias como en ella caen, es fuente de purificación para el mundo.
En todas las casas y ciudades protegía a los suplicantes que le pedían protección. A Hestia se le rendía un culto y devoción universal, no sólo porque era la más apacible, recta y caritativa de todas las deidades del Olimpo, sino también porque había inventado el arte de construir casas, y su fuego era tan sagrado que siempre se mantenía encendido en los hogares. Cuando los griegos deseaban fundar una colonia llevaban el fuego sagrado de Hestia destinado a alumbrar el hogar de la nueva patria.
Hestia, inmutable e inalterable, simboliza también la perpetuidad religiosa, la continuidad de la civilización y de la cultura, a pesar de las emigraciones, las invasiones y las guerras.
Algunas versiones cuentan que cuando apareció Dionisos, Hestia le cedió su lugar, convirtiéndose así en la última divinidad olímpica.

Démeter / Ceres
Hija de Cronos y Rea, hermana de Zeus, cuida los trigales, facilita su germinación y asegura la madurez de los frutos. Personifica, pues, la fertilidad y riqueza de la tierra, y se la considera inventora de la agricultura cerealista. Así, en todos los países de la Grecia antigua, cuya economía se basaba fundamentalmente en el cultivo de cereales, se le rendía culto y se contaban leyendas sobre esta diosa. Pertenece a la tercera generación divina y se presenta como la nueva madre Tierra, pero mucho más próxima y humana.
Mientras a Gea es la tierra astral, cósmica, y Rhea, la madre universal, Deméter es la madre nutricia que proporciona los cereales, de que se alimentan los humanos. Deméter es la descubridora del trigo y su cultivo, enseña a prepararlo y a cocinarlo, y permite a los hombres transitar del estado silvestre a la civilización, razón por la cual Deméter ocupa un lugar privilegiado en la religión griega.
Deméter es diosa, pero ante todo es madre. Al concebir a Perséfone, que simboliza el grano, asume el doble papel de madre que da a luz a una criatura y tierra que alimenta la semilla. Es el modelo de la mujer griega, encargada tanto de la educación temprana de los hijos como del cultivo de la tierra, ya que en la época arcaica, mientras los hombres se dedicaban a la caza, la pesca o las armas, las mujer cuidaba del hogar y del campo. Esto podría explicar que fuera una diosa y no un dios quien proteja los cultivos.
Como diosa de las cosechas y de la fertilidad, fijó las poblaciones nómadas, les enseñó a organizarse, a uncir los animales, a labrar y sembrar, a cosechar, almacenar y moler el grano para obtener la harina. Por ello el mito de Deméter condensa la historia de las migraciones y su fijación posterior.
En el transcurso de los siglos, las atribuciones de Deméter se fueron multiplicando. La diosa fue honrada por los iniciados en los misterios como una de las principales divinidades de la abundancia y de la fertilidad, y por los agricultores que celebraban, en la época de la cosecha, fiestas como las Tesmoforias y las Eleusinias.
Algunos de sus epítetos son "Legisladora" pues también proporcionó leyes a sus seguidores, "Dadora de fruto", "Subterránea", "Negra" debido al luto que lleva al perder a su hija, "Señora" y "Verdeante".
Sus atributos son la espiga, el narciso y la adormidera. Su ave la grulla. Su víctima predilecta la trucha. Se la representa coronada con espigas, sentada y llevando en la mano una antorcha o una serpiente.
En sacrificio se le suelen ofrecer cerdos porque es un animal que retoza en el campo.
En las bodas de Cadmo y Harmonía, Deméter se enamoró del titán Jasión. Se escabulleron del banquete y se amaron en un campo ya labrado, tres veces dicen que había sido labrado sin que atinemos a justipreciar el valor de esta precisión, acaso quiere indicar que era un terreno ya colonizado por los hombres, que no tuvieron el pudor de esconderse de los humanos o que la fuerza de su pasión estaba por encima de cualquier otro sentimiento. Es el caso que Zeus notó su ausencia, los buscó y cuando los encontró yaciendo en campo abierto, se inflamó de ira y fulminó a Jasión con un rayo, que el señor de los cielos era celoso y vengativo. Meses más tarde, en Creta, la diosa dio a luz a un niño, Pluto, que ocupó un lugar importante entre las divinidades de la Fertilidad y de la Abundancia.
También podemos encontrarla interviniendo en las leyendas de Ascálafo, Erisictión, Fítalo, Linco y Melisa. Pero es sobre todo el mito de Core al que va indisolublemente unida.
En su juventud Démeter tuvo a Core, luego llamada Perséfone, y a Yaco con su hermano Zeus. Su mito está íntimamente ligado al de su hija y ambas constituyen una pareja denominada "las diosas". El mito de Perséfone se revela en una de las fiestas mas famosas de Grecia: los misterios de Eleusis.
La leyenda comienza con Perséfone recogiendo flores en una pradera de Enna, en Sicilia; aunque el himno de Homero dedicado a Deméter habla de forma imprecisa de la llanura de Misa y otras tradiciones sitúan el hecho en Eleusis, junto al Cefiso, o en Arcadia, al pie del monte Cileno, donde crecía feliz junto a sus hermanas, Zeus, Atenea y Artemisa. De repente, cuando cortaba un narciso, la tierra se abre a sus pies y surge Hades, su tío, que la rapta.
Cuando Hades pidió su anuencia a Zeus, el padre de los dioses se había mostrado cobardemente ambiguo, temía enfrentarse a la madre de la joven, Deméter, pero tampoco quería disgustar al dios del abismo. De modo que Hades tiró por la tremenda y raptó a la muchacha.
Perséfone grita pidiendo auxilio a su madre... Nadie como Bernini ha captado ese momento: el dios, poderoso y terrible, levanta a la muchacha, por cuya mejilla resbala una lágrima, que es una síntesis de todas las lágrimas; insensible a sus gritos, sus dedos se hunden en la mórbida piel de la joven, como si el mármol se hubiera hecho carne. Deméter la oye y corre en su ayuda, pero, al no encontrarla, comienza un largo peregrinaje en seguimiento de su hija. Durante nueve días y nueve noches recorre Deméter el mundo, sin comer, sin beber, errante con una antorcha en cada mano, buscándola desesperada.
El décimo día llega, disfrazada de anciana, a Eleusis donde entra al servicio del rey Céleo y de su esposa Metanira. Allí Triptolemo, tercer hijo de los reyes, reconoció a la diosa y le refirió lo que sus hermanos habían visto mientras guardaban el ganado en el campo: De pronto se abrió el suelo y se tragó sus puercos, luego tembló la tierra, se oyó un recio galope y apareció un carro tirado por caballos negros que se precipitó ruidosamente en la grieta. No pudo ver el rostro del auriga que gobernaba el tiro, pero con el brazo derecho sujetaba a una joven que gritaba angustiada.
Una tradición local afirma que fueron los habitantes de Hermíone, en la Argólide, los que avisaron a la diosa y descubrieron al autor. Aunque el mito más conocido afirma que al décimo día la diosa se encuentra con Hécate, quien le sugiere que consulte a Helios, el dios que todo lo ve.
Este dios efectivamente ha visto todo lo sucedido y se lo confirma a la infortunada madre. La cólera de Deméter es tal, que abandona el Olimpo y se niega cumplir sus funciones. El hambre y la muerte asoló la tierra, y Deméter se enfrentó a Zeus advirtiéndole que aparecía su hija o ni un grano de trigo germinaría.
El destierro de la diosa incide en las cosechas y provoca la esterilidad de la tierra. Como la diosa se niega a hacer fructificar los campos, Zeus envía primero a Iris y después poco a poco a todos los dioses del Olimpo para convencerla de que regrese y fertilice la tierra. Ante el nulo resultado de sus embajadas, Zeus cede y envía a Hermes a Hades con la orden de que devuelva a Perséfone. Accede en principio el dios de los infiernos, pero engañosamente hace probar a la muchacha la comida de los muertos, un grano de granada le dio a probar, lo que la imposibilita regresar.
Se acordó entonces una solución de compromiso. Para contentar a Deméter, Zeus, que se sentía responsable de la suerte de Core, dictaminó que a partir de aquel momento, la muchacha, con el nombre de Perséfone, pasase tres meses junto a su esposo en el Tártaro y el resto de los meses del año con su madre entre los vivos. Cuando Perséfone permanece junto a su esposo, es la estación invernal y el suelo queda estéril; cuando la joven sube al Olimpo, los tallos verdes la acompañan y comienza la primavera.
Antes de marchar de Eleusis, Démeter recompensó a Triptolemo y lo hizo maestro de agricultura, le proporcionó simientes y un arado de madera, también le regaló un dragón alado para que recorriera el mundo enseñando sus artes y fuera amado por todos los hombres. En agradecimiento, Triptolomeo instituyó los ritos de Eleusis consagrados a Démeter y a las Tesmoforias, o fue también la diosa la que lo instruyó en su culto y misterios junto a su padre Céleo y hermano Eumolpo.
Un mito cuenta que mientras la diosa buscaba a su hija, Poseidón, enamorado de ella, la acosaba continuamente. Ella sin embargo estaba poco dispuesta a responder a sus galanteos, así que se transformó en yegua para despistarlo, pero Poseidón se metamorfoseó en caballo semental y la cubrió. De esta forma nacieron el corcel Arión y la ninfa Despoina.

Hera / Juno
Diosa del matrimonio y en ocasiones de la atmósfera también; protectora de las mujeres casadas, era hija de los titanes Cronos y Rea, hermana y esposa de Zeus, cuyo poder igualaba otorgando el don de la profecía a hombres y bestias. Sin embargo, no obstante su poder, Hera, nombre que significa “señora”, no podía utilizar el título de Reina de los dioses y hombres, simplemente se la consideraba esposa del dios supremo, aunque se la veneraba unánimemente.Tuvo cuatro hijos: Ares (a quien según una leyenda tuvo por sí sola), HefaistosHebe e Ilitía.
En tiempos históricos se le atribuye la tutela de los nacimientos. Posiblemente Hera fue una personificación de la Antigua Madre, diosa muy antigua, anterior a los Olímpicos y otros dioses, que se adoraba en la Grecia Arcaica, elevada sobre su naturaleza terrestre para ser esposa de Zeus.
Nace en Samos o en Argos, según otros testimonios. Temeno, hijo de Pelasgo, la crió en Arcadia, u Océnano y Tetis, padres de las Oceánides, y fueron sus nodrizas las Horas, o sea, las diosas de las Estaciones. Cuando Zeus hubo destronado a Cronos, su padre, la visitó en Cnosos, Creta, o en el Monte Tornax, en la Argólide, donde comenzó a cortejarla. Ella se resistió al principio, pero, cuando el dios se disfrazó de cuclillo mojado, se apiadó de él y lo guardó y calentó en su seno. Zeus entonces retornó a su figura natural y la hizo suya con gran disgusto de Hera, que al fin consintió en la boda.
Asistieron a ella todos los dioses con regalos diversos, entre los que destacó un árbol con manzanas de oro de Rea, que luego guardaron las Hespérides en el jardín que Hera tenía en el monte Atlas. Zeus y Hera pasaron la noche de bodas, que duró trescientos años (¡Dioses olímpicos! ¿Cuántos sacrificios a Afrodita caben en trescientos años?), en Samos y Hera se bañaba y renovaba su virginidad en la fuente Canatos, cerca de Argos.
Pero los años felices del matrimonio se acabaron, ya lo había previsto Rea, cuando su esposo demostró su tumultuosa lujuria que lo empujaba a engañarla con otras deidades o incluso con jóvenes mortales (aunque después de trescientos años no parece extraño que buscase algo de variedad).
Engendró así a las Estaciones y a las Parcas en Temis; a las Cárites, en Eurínome; a las Musas, en Mnemosine; incluso a Perséfone, dicen algunos.
Hera se volvió celosa y vengativa, y las continuas peleas con su marido, cuyas infidelidades no soportaba, se hicieron famosas. Persiguió y castigó cruelmente tanto a sus amantes, a las que perseguía con injurias, como a los hijos habidos de ellas, a los que asesinaba o intentaba asesinar, de modo que Zeus, cada vez más enojado, la maltrataba e incluso llegó a atarla a un yunque y dejarla colgada del cielo.
Fue con motivo de una conspiración, urdida por Hera, en la que participaron todos los olímpicos, excepto Hestia; rodearon a Zeus y mientras dormía lo ataron con cien nudos con una correa de cuero crudo. Pero la nereida Tetis, temiendo una guerra civil, llamó al centímano Briareo, quien desató los cien nudos de una sola vez. Zeus se vengó de Hera colgándola de los cielos con un brazalete de oro en cada muñeca y un yunque sujeto a cada tobillo. Nadie se atrevió a bajarla a pesar de sus quejidos lastimeros; al final Zeus prometió liberarla, si todos le juraban fidelidad. Juraron todos a regañadientes y a todos perdonó el padre de los dioses, menos a Poseidón y a Apolo, a quienes envió al rey Laomedonte para el que construyeron la ciudad de Troya.
Desde entonces el rencor de Hera aumentó y persiguió a todas las amantes e hijos de Zeus con helada y rencorosa furia asesina, en especial a la ninfa Io y al poderoso Heracles.
Los mortales también desearon a Hera y Zeus demostró ser aún más celoso que ella. Dicen que a Hefaistos lo tuvo con Talos, sobrino del escultor Dédalo.
Hera siempre interfería en los asuntos de los mortales y así tuvo un papel destacado en la destrucción de Troya, porque Paris no la eligió como la más bella. También fue muy cruel con las Prétides, quienes dijeron ser más bellas que ella, y recibieron en castigo una manía que las hacía creerse vacas, mugiendo en todos los lugares en los que se encontraban. Melampo, médico experto, las curó al fin y a cambio obtuvo la mano de la más hermosa de ellas.
Se la representa sentada en su trono con una diadema dorada y un cetro o en un carro tirado por pavos reales, caso este en el que la sigue Iris, ejecutora de sus órdenes. Se le consagró el pavo real, en recuerdo de su fiel asistente Argos, asesinado alevosamente por Hermes. Iris, el Arco Iris, lo sustituyó luego. Mensajera entre el cielo y la tierra, era tan veloz, que sólo dejaba el rastro de su túnica de mil colores.
La actitud de Hera, rígida y moralista, se explica por el momento histórico en que aparece su culto, cuando los griegos adoptan la democracia, la monogamia y precisan de un ejemplo divino que castigue las transgresiones.



Segunda generación divina. 2:


Hades / Plutón
El Averno
Poseidón / Neptuno
La disputa con Atenea
Amphitrite
Teseo
El Minotauro
Helena
Zeus / Júpiter

Hades/ Plutón
Tras la división del universo en tres partes, Hades se convirtió en el soberano del mundo subterráneo. En alguna parte del reino de las sombras tenía el dios su palacio, al que nadie, salvo él y su esposa Perséfone, tenía acceso. Aunque también dicen que está cerca del Erebo, el lugar más sombrío e inaccesible de los Infiernos.
Hades era un dios barbado y tenebroso; muy temido por los griegos, era sin embargo un justiciero implacable, aunque no malvado, que se sentaba en las profundidades del submundo con un cetro en las manos y gobernaba impasible a las almas de los muertos que poblaban su reino sombrío y desconocido; no representaba a la muerte, sino que simplemente era el dios de los muertos. Estas funciones lo tenían tan ocupado que rara vez abandonaba su reino para subir al Olimpo. Quizás por ese motivo, algunos no suelen incluirlo entre de los dioses olímpicos. Hades sólo visitaba la atmósfera superior por asuntos de trabajo o cuando se sentía dominado por la lujuria.
Su nombre da mal augurio, se le denomina el invisible, por lo que no se le nombra o se le llama con otros nombres, Plutón, el rico, es el más corriente, ya que al ser el dueño de las profundidades de la tierra en sus dominios se encuentran los metales y el suelo se hace fecundo. Pero también se le llamó Clymenus, el notable, Eubuleus y Polydegmon, quién recibe a muchos.
Se le suele representar sentado en un trono con un cetro y una patena, o el cuerno de la abundancia, o en el carro arrastrado por dos caballos que usará para raptar a Core, Perséfone o Proserpina.
Poseía un casco que lo hacía invisible, regalo de los Cíclopes, su bien más preciado. En alguna ocasión lo prestó a los héroes a quienes protegía. Como se ha indicado, le pertenecen todas las riquezas y tesoros ocultos bajo la tierra, pero no tiene ninguna propiedad sobre la tierra.
Perséfone, su esposa, le es fiel, pero no tiene hijos con él y prefiere la compañía de Hécate, diosa de las brujas, a la de su esposo. Ante semejante abandono, Hades busca aventuras pasajeras con mortales o con ninfas de la vegetación y de los bosques.
Vivía rodeado de las divinidades infernales, sus sirvientes y mensajeros, y dictaba a la Tierra la terrible ley de la muerte. Sin embargo, al igual que Perséfone, en ocasiones lo invocaban los agricultores y se le representaba bajo los rasgos de un dios plácido, que sostenía en una mano un cuerno de la abundancia y en la otra, herramientas de arado.
Hades no juzga ni decide adónde van las almas, que ése es cometido de los tres jueces; Hades simplemente gobierna este mundo tenebroso, aunque hay ocasiones, en los casos muy complicados, en las que Hades tiene la última palabra.
El Averno
Nunca se ha sabido bien dónde se encuentra la entrada del Averno. Los que han tenido la suerte de visitarlo y salir luego «a ver nuevamente las estrellas», Orfeo, Heracles, Teseo, Ulises, Eneas y Dante Alighieri, nunca han sido demasiado explícitos al respecto. Hay quien habla de «un bosque de blancos chopos a orillas del río Océano» o de «umbríos sitios del Tenaro, promontorio de la Laconia» o de «una profunda caverna de vasta abertura, protegida por un lago negro y las tinieblas de los bosques» o, por último, de «una selva oscura». Con las palabras «luego salimos a ver nuevamente las estrellas» cierra Dante el canto XXXIV y último del Infierno en su Divina Comedia.
Pero todos están de acuerdo en que justamente donde empieza el Más Allá está el Aqueronte, río tenebroso, con un barquero, llamado Caronte, más tenebroso aún, que, además, pretende que le paguen el viaje. Por eso, los griegos tenían la costumbre de poner una moneda en la boca de los cadáveres, a fin de que estuvieran en condiciones de pagar el transporte.
Había allí un perro fabuloso, Cerbero, «de broncíneo ladrido, de cincuenta cabezas, despiadado y feroz», que guardaba las puertas del infierno. Era hijo de Tifón y Equidna, ninfa monstruosa hija a su vez de Medusa; tenía el lomo erizado de serpientes, la cola de dragón y sus fauces destilaban veneno. Se encontraba en la otra orilla de la laguna Estigia, por donde el barquero Caronte llevaba las almas desde la tierra al Hades o Averno. La principal misión de Cancerbero era no dejar salir a nadie. Sólo dos veces no pudo evitarlo. Una cuando Orfeo lo enterneció con la música de su lira, y otra cuando Hércules consiguió encadenarlo en lucha abierta y se lo llevó a Trecena, que fue uno de los doce famosos trabajos del héroe. Pero después lo devolvió.
Cuando alguien moría, Hermes conducía al muerto hasta el río Estigia, donde el barquero Caronte recogía en su barca al muerto y lo llevaba al otro lado. Varios ríos recorrían su reino:
1.  Acheron el río de la tristeza
2.  Cocytus el río de las lamentaciones
3.  Lethe el río del olvido
4.  Phlegethon el río del fuego
5.  Styx el río del odio
Tras atravesar en la barca de Caronte la laguna Estigia, se encontraba con Cerbero, que, como Caronte, vigilaba que no pasase ningún ser vivo. Los muertos se sometían al juicio de Minos, Radamantis y Éaco, que los mandaban por tres senderos según sus actos:
  •     En el primer sendero estaba la llanura de Asfódelos, aquí se quedaban los mediocres.
  •     En otro camino se encontraban los Campos Elíseos, donde iban los afortunados.
  •     El último el Tártaro, que era un lugar tétrico, oscuro y funesto, habitado de formas y sombras incorpóreas y custodiado por Cerbero, el perro de tres cabezas y cola de dragón y que Heracles pudo capturar.
Había horrendos ríos que separaban el Hades de la tierra por los que se pasaba conducidos por el anciano Caronte. En algún lugar de toda ese tétrico mundo se situaba el palacio del dios Hades, con muchas puertas, y lúgubres almas deambulantes.
En la Ilíada se narra el enfrentamiento de Hades y Heracles; cuando el héroe quiso entrar en el reino de las tinieblas derrotó al olímpico, lo hirió de un flechazo o de una pedrada, y hubo de ser conducido al Olimpo para que Péan, el dios médico, lo curase, que le aplicó un bálsamo milagroso que le cauterizó la herida en un santiamén .
En la religión griega raramente se personifica la muerte. Ni Hades ni Perséfone, a pesar de ser los dioses del Tártaro y de su carácter, se identifican con la muerte.
En la antigüedad, de hecho, la muerte era un término abstracto, el sentimiento de miedo a lo desconocido. El culto extremadamente minucioso que practicaban los griegos, bajo la forma de ofrendas, era un homenaje necesario que se ofrecía a las almas que habían franqueado los límites de lo conocido y que habían entrado de esta manera en comunicación directa con las divinidades. Sin embargo, este culto no era la expresión de una veneración temerosa a una divinidad concreta que tendría por nombre la Muerte.
 Segunda generación divina. 2:



Hades / Plutón

El Averno
Poseidón / Neptuno
La disputa con Atenea
Amphitrite
Teseo
El Minotauro
Helena
Zeus / Júpiter



Hades/ Plutón

Tras la división del universo en tres partes, Hades se convirtió en el soberano del mundo subterráneo. En alguna parte del reino de las sombras tenía el dios su palacio, al que nadie, salvo él y su esposa Perséfone, tenía acceso. Aunque también dicen que está cerca del Erebo, el lugar más sombrío e inaccesible de los Infiernos.

 Hades era un dios barbado y tenebroso; muy temido por los griegos, era sin embargo un justiciero implacable, aunque no malvado, que se sentaba en las profundidades del submundo con un cetro en las manos y gobernaba impasible a las almas de los muertos que poblaban su reino sombrío y desconocido; no representaba a la muerte, sino que simplemente era el dios de los muertos. Estas funciones lo tenían tan ocupado que rara vez abandonaba su reino para subir al Olimpo. Quizás por ese motivo, algunos no suelen incluirlo entre de los dioses olímpicos. Hades sólo visitaba la atmósfera superior por asuntos de trabajo o cuando se sentía dominado por la lujuria.

Su nombre da mal augurio, se le denomina el invisible, por lo que no se le nombra o se le llama con otros nombres, Plutón, el rico, es el más corriente, ya que al ser el dueño de las profundidades de la tierra en sus dominios se encuentran los metales y el suelo se hace fecundo. Pero también se le llamó Clymenus, el notable, Eubuleus y Polydegmon, quién recibe a muchos.

Se le suele representar sentado en un trono con un cetro y una patena, o el cuerno de la abundancia, o en el carro arrastrado por dos caballos que usará para raptar a Core, Perséfone o Proserpina.

Poseía un casco que lo hacía invisible, regalo de los Cíclopes, su bien más preciado. En alguna ocasión lo prestó a los héroes a quienes protegía. Como se ha indicado, le pertenecen todas las riquezas y tesoros ocultos bajo la tierra, pero no tiene ninguna propiedad sobre la tierra.

Perséfone, su esposa, le es fiel, pero no tiene hijos con él y prefiere la compañía de Hécate, diosa de las brujas, a la de su esposo. Ante semejante abandono, Hades busca aventuras pasajeras con mortales o con ninfas de la vegetación y de los bosques.

Vivía rodeado de las divinidades infernales, sus sirvientes y mensajeros, y dictaba a la Tierra la terrible ley de la muerte. Sin embargo, al igual que Perséfone, en ocasiones lo invocaban los agricultores y se le representaba bajo los rasgos de un dios plácido, que sostenía en una mano un cuerno de la abundancia y en la otra, herramientas de arado.

Hades no juzga ni decide adónde van las almas, que ése es cometido de los tres jueces; Hades simplemente gobierna este mundo tenebroso, aunque hay ocasiones, en los casos muy complicados, en las que Hades tiene la última palabra.

El Averno

Nunca se ha sabido bien dónde se encuentra la entrada del Averno. Los que han tenido la suerte de visitarlo y salir luego «a ver nuevamente las estrellas», Orfeo, Heracles, Teseo, Ulises, Eneas y Dante Alighieri, nunca han sido demasiado explícitos al respecto. Hay quien habla de «un bosque de blancos chopos a orillas del río Océano» o de «umbríos sitios del Tenaro, promontorio de la Laconia» o de «una profunda caverna de vasta abertura, protegida por un lago negro y las tinieblas de los bosques» o, por último, de «una selva oscura». Con las palabras «luego salimos a ver nuevamente las estrellas» cierra Dante el canto XXXIV y último del Infierno en su Divina Comedia.

Pero todos están de acuerdo en que justamente donde empieza el Más Allá está el Aqueronte, río tenebroso, con un barquero, llamado Caronte, más tenebroso aún, que, además, pretende que le paguen el viaje. Por eso, los griegos tenían la costumbre de poner una moneda en la boca de los cadáveres, a fin de que estuvieran en condiciones de pagar el transporte.

Había allí un perro fabuloso, Cerbero, «de broncíneo ladrido, de cincuenta cabezas, despiadado y feroz», que guardaba las puertas del infierno. Era hijo de Tifón y Equidna, ninfa monstruosa hija a su vez de Medusa; tenía el lomo erizado de serpientes, la cola de dragón y sus fauces destilaban veneno. Se encontraba en la otra orilla de la laguna Estigia, por donde el barquero Caronte llevaba las almas desde la tierra al Hades o Averno. La principal misión de Cancerbero era no dejar salir a nadie. Sólo dos veces no pudo evitarlo. Una cuando Orfeo lo enterneció con la música de su lira, y otra cuando Hércules consiguió encadenarlo en lucha abierta y se lo llevó a Trecena, que fue uno de los doce famosos trabajos del héroe. Pero después lo devolvió.

Cuando alguien moría, Hermes conducía al muerto hasta el río Estigia, donde el barquero Caronte recogía en su barca al muerto y lo llevaba al otro lado. Varios ríos recorrían su reino:

1.  Acheron el río de la tristeza
2.  Cocytus el río de las lamentaciones
3.  Lethe el río del olvido
4.  Phlegethon el río del fuego
5.  Styx el río del odio
Tras atravesar en la barca de Caronte la laguna Estigia, se encontraba con Cerbero, que, como Caronte, vigilaba que no pasase ningún ser vivo. Los muertos se sometían al juicio de Minos, Radamantis y Éaco, que los mandaban por tres senderos según sus actos:

    En el primer sendero estaba la llanura de Asfódelos, aquí se quedaban los mediocres.

    En otro camino se encontraban los Campos Elíseos, donde iban los afortunados.

    El último el Tártaro, que era un lugar tétrico, oscuro y funesto, habitado de formas y sombras incorpóreas y custodiado por Cerbero, el perro de tres cabezas y cola de dragón y que Heracles pudo capturar.

Había horrendos ríos que separaban el Hades de la tierra por los que se pasaba conducidos por el anciano Caronte. En algún lugar de toda ese tétrico mundo se situaba el palacio del dios Hades, con muchas puertas, y lúgubres almas deambulantes.

En la Ilíada se narra el enfrentamiento de Hades y Heracles; cuando el héroe quiso entrar en el reino de las tinieblas derrotó al olímpico, lo hirió de un flechazo o de una pedrada, y hubo de ser conducido al Olimpo para que Péan, el dios médico, lo curase, que le aplicó un bálsamo milagroso que le cauterizó la herida en un santiamén .

En la religión griega raramente se personifica la muerte. Ni Hades ni Perséfone, a pesar de ser los dioses del Tártaro y de su carácter, se identifican con la muerte.

En la antigüedad, de hecho, la muerte era un término abstracto, el sentimiento de miedo a lo desconocido. El culto extremadamente minucioso que practicaban los griegos, bajo la forma de ofrendas, era un homenaje necesario que se ofrecía a las almas que habían franqueado los límites de lo conocido y que habían entrado de esta manera en comunicación directa con las divinidades. Sin embargo, este culto no era la expresión de una veneración temerosa a una divinidad concreta que tendría por nombre la Muerte.



Poseidón / Neptuno

Dios del agua, no sólo de las profundidades del mar, sino también de ríos, arroyos, lagos, manantiales y fuentes, era uno de los grandes dioses del Olimpo, dueño, como su hermano Zeus, un magnífico porte que traslucía dignidad y poder. Quizá la mejor y más noble de las representaciones que nos ha llegado de él, sea la estatua en bronce de Histiéa, promontorio del Artemisión.

Según la tradición era el mayor de los tres hermanos, nacidos de Cronos y Rea, aunque posteriormente se consideró a Zeus como el primogénito.



En la Ilíada se lee: Tres pasos dio, haciendo retemblar las altas colinas y las espesas selvas bajo sus inmortales pies; al cuarto llegó al término de su viaje, a Aigai, en Eubea. Allí, en las profundidades del mar, se hizo construir un enorme palacio de oro, corales y flores marinas, resplandeciente e indestructible. En sus espaciosas cuadras guardaba un tiro de animales fabulosos, mitad caballos mitad dragones marinas, del color de las algas y la espuma, y un rutilante carro de oro, con los que recorría sus vastos dominios y atravesaba impetuoso las olas que se levantaban o apaciguaban a su voz o cuando las golpeaba con el tridente, su arma favorita, con el que también hacía brotar fuentes y manantiales, llenaba pozos y lagos, o provocaba terremotos. En otras ocasiones sin embargo eran delfines, caballitos de mar o monstruos marinos los que tiraban del carro del dios.

Se le considera también dios de los caballos, tal vez debido a su disputa con Atenea por el Ática o porque tomó figura de caballo para perseguir a Démeter o porque de su unión con Medusa nació Pegaso, el caballo alado. Consiguientemente en las fiestas y ritos en su honor se le sacrificaban caballos.



Poseidón nunca fue un dios querido y logró ser uno de los más temidos por su carácter irascible y borrascoso, tal vez debido a los Talquinos, genios malignos de Rodas, hijos del Mar y de la Tierra, que lo criaron.

Para los griegos, gente de mar, era mejor tener una buena relación con el señor de las aguas. Los marineros lo veneraban y le imploraban para tener una buena travesía. Así los sacrificios y oraciones que le dirigían eran frecuentes y generosos, tanto en los santuarios costeros como en medio de los temporales. Su poder se extendía no sólo sobre el mar, sino también sobre las aguas dulces y las ninfas.

Entre sus actividades destaca la construcción de la muralla de Troya, junto a Apolo y Éaco, pero Laomedonte se negó a pagarles el salario ajustado, entonces Poseidón invocó a una serpiente marina que asoló la Troade. En este episodio se basa su rencor hacia los troyanos y su apoyo a los aqueos en el asedio de la ciudad.  

La disputa con Atenea

Cuando los griegos comenzaron a vivir en ciudades, los dioses decidieron que cada una de ellas debía tener un dios y se alejaron buscando una que les rindieran culto.

Los problemas empezaron cuando varias divinidades elegían la misma ciudad, lo que originaba disputas entre ellos, pero, como buenos deportistas, acudían al arbitraje de un tercero.

Poseidón puso los ojos en Atenas y la diosa de la guerra Atenea, también. Para ganarse a la gente de la ciudad, Poseidón lanzó su tridente en la acrópolis, en el témenos del Erecteion, e hizo brotar un pozo de agua salada. Sin embargo, Athenea llamó a Cécrope como arbitro y plantó un olivo, que todavía se mostraba en el s. II d.C. en el Pandrosio. Zeus intervino en la disputa y designó a Atenea como ganadora. Entonces Poseidón, enfadado, inundó la llanura de Eleusis.

Aunque debía estar acostumbrado a perder, porque perdió Corinto en favor de Helios, Egina en favor de Zeus, en Naxos lo derrotó Dionisoss, Delfos, en favor de Apolo, y Trecén, para Atenea y en la bella Argos lo derrotó Hera, donde se volvió a encolerizar y secó todas las fuentes de la Argólida. Pero Poseidón era el señor de una isla mítica: la Atlántida.  

Amphitrite

En cuestión de amores era tan caprichoso como su hermano Zeus y sus amantes, líos e hijos innumerables.

Porque si Zeus cometió muchas infidelidades, su hermano aún lo superó. Pocos dioses tuvieron tantas amantes como Poseidón y una progenie tan extensa con inmortales e incluso con monstruos como Medusa. Se dice que la primera de ellas fue Halia, la hermana de los Talquinos, los demonios rodios que lo habían criado. Enamorado de ella, la hizo madre de seis hijos varones y de una muchacha que se llamó Rodos, de donde se apellidó Rodas a la tierra o cuna de tan fecundos amores.

 Amímone era una de las cincuenta hijas del rey Dánaos y de Europa. Dánaos dejó Libia y fue a instalarse en Argos. Pero el país carecía de agua, porque Poseidón, furioso de su derrota ante Hera, la había privado de su elemento.

Entonces Dánaos envió a sus hijas en busca del precioso líquido. Amímone partió, como sus hermanas, en una dirección distinta. Cansada de andar, terminó por dormirse, rendida, en mitad del campo, ocasión que aprovechó un sátiro para intentar violarla. La joven, defendiéndose, invocó a Poseidón y el dios se presentó de inmediato, arrojó el tridente al sátiro, que pudo evitarlo y huyó, pero el arma, al chocar contra una roca, hizo brotar un magnífico chorro de agua.

Amímone, agradecida, concedió entonces al dios lo que había negado al sátiro y de su unión nació un hijo, Nauplios, que fundó luego la ciudad de su nombre.

Cuenta Platón en el Timaios y sobre todo en el Kritias que cuando los dioses se distribuyeron la tierra, Atlantis (la Atlántida) le correspondió a Poseidón. En esta isla, situada delante de las Columnas de Hércules, según se salía del Mediterráneo para entrar en el Atlántico, vivía una joven huérfana, llamada Klito, de la que se enamoró Poseidón. Con ella, que habitaba en la montaña central de la isla, vivió mucho tiempo, haciéndola cinco veces madre de dos gemelos. Poseidón dio al mayor llamado Atlas, la superioridad.

No obstante su esposa oficial fue una nereida, Amphitrite, con la que tuvo un hijo, Tritón, mitad-humano y mitad-pez.

Considerando que su esposa debería sentirse a gusto en los espaciosos palacios submarinos, cortejó primero a la nereida Tetis. Pero desechó la idea cuando la diosa Temis profetizó que cualquier hijo nacido de ella llegaría a ser aún más poderoso que su padre y le permitió casarse con un mortal llamado Peleo, del que tendría al famoso Aquiles.

 Sobre los amores de Poseidón hay varias versiones. Una de ellas refiere que se enamoró de la increíble Anfitrite, hija de Nereo y Doris, hija del titán Océano. La había visto un día que estaba jugando con sus hermanas, las Nereidas, en una playa de Naxos; y al momento deseó que fuera su mujer y la raptó. Pero Anfitrite huyó de él y buscó un refugio en los confines más remotos del mar.

Otra cuenta que la hermosa joven, que se sabía amada por el dios de las aguas, lo rehuía siempre por simple pudor. De tal modo que, en cierta ocasión, fue a esconderse más allá de las Columnas de Hércules, al otro lado del mar, junto al Atlas. Poseidón entonces, decidido a llevar a cabo su matrimonio, envió a los delfines en su busca y uno de ellos, que la encontró, intercedió por el dios de manera tan convincente, que Anfitrite cedió y volvió con el delfín. Poseidón agradecido, colocó su imagen entre las estrellas en forma de constelación, el Delfín.

Anfitrite le dio tres hijos: Tritón, el más conocido, Rode y Bentesicime; pero fue, como Hera, engañada en repetidas ocasiones. Sin embargo jamás se vengó.

Tan sólo cuando Poseidón se enamoró de Eskilla, Anfitrite consiguió convertirla, mediante un filtro mágico que le proporcionó Circe, en un monstruo de seis cabezas y doce pies, cuya parte inferior estaba rodeada de seis perros rabiosos que devoraban todo lo que se ponía a su alcance.

Famosas son también las relaciones amoroso violentas de Poseidón con su hermana Deméter, y las mantenidas con Medusa, una de las Gorgonas, con la que engendró toda clase de criaturas nefastas, como los Cércopes, las Aloades o el cíclope Polifemo, que murió a manos del héroe Odiseo, Chrysaor y Pegaso, el caballo alado. También son hijos suyos el gigante Antaios, Lamos, el gigante antropófago, el bandido Kerkión, el asesino Skirón y Orión, el cazador maldito.

Poseidón no engendró, en general, sino monstruos y bandidos. De todos sus hijos, el héroe más digno de tal nombre fue Teseo, nacido de la violación de Aethra.

Teseo

El nacimiento de los héroes siempre es problemático y misterioso. Egeo, rey de Atenas, que no había tenido hijos de ninguna de sus dos esposas, Mélite y Calíope, fue a Delos a consultar el oráculo. De regreso se hospedó en Corinto, donde Medea, hija del rey Eetes, ex mujer de Jasón, dotada de poderes mágicos, le prometió un hijo si la protegía en Atenas de sus perseguidores. Aceptó Egeo y viajó luego a Trecén a visitar a su amigo Piteo, que vivía en un sin vivir porque su hija Aethra todavía era virgen. Así Piteo, cuando llegó su amigo, urdió enseguida, inspirado por Medea, el modo de acabar con la doncellez de la hija: emborrachó a Egeo y lo mandó a la cama de Aethra.

Llegados a este punto, cabe preguntarse si Aethra era fea como una gorgona o bien su padre quería un nieto hijo de rey. Lo cierto es que Egeo gozó de las primicias de Aethra, no dicen las fuentes si la chica también gozó, pero dado el vino que llevaba encima su amante ocasional cabe imaginar que no, por lo que a media noche, desvelada por el deseo insatisfecho o inspirada por Atenea, que los dioses siempre andaban enredando entre los mortales, se levantó del lecho y fue nada menos que a una isla cercana a derramar libaciones sobre la tumba del auriga de su abuelo Pélope, a saber qué deuda tendría ella con el auriga. Tuvo naturalmente que vadear un brazo de mar, la vio Poseidón, que nunca descansaba y en cuanto veía muslos de mujer presentaba el arma, y allí mismo, según iba, sin pararse, que los dioses y particularmente Poseidón eran muy expeditivos, se acopló con ella. Suspiró la muchacha al sentir aquella dureza en su interior, rogó a Afrodita que el instante durara una eternidad y decidió luego levantar en la isla un templo a Atenea Apaturia, estableciendo que todas las muchachas antes de casarse dedicasen su cinturón a la diosa, que muy bien sabía que aquel don se lo debía ella a los celestineos de la de ojos de lechuza, que así la llama Homero.

 Egeo volvió a Atenas, pero antes dio instrucciones muy precisas a Aethra: Si le nacía un niño, debía criarlo a hurtadillas para que sus sobrinos, los cincuenta hijos de Palante, no lo asesinaran, que ya sabemos cómo las gastaban los vástagos de reyes; luego, cuando llegara a la edad viril, lo llevaría a la roca que llamaban Altar de Zeus, en el camino de Trecén a Hermíone, debajo de la cual dejaría sus sandalias y su espada, para que, si las podía rescatar, se encaminara a Atenas, donde lo recibiría. Hízolo así la atenta madre, movió sin esfuerzo la roca el muchacho, que desde entonces se llama "Roca de Teseo", y recuperó la espada y las sandalias de su padre putativo (los atenienses lo tenían por hijo de Egeo y continuador por tanto de la dinastía, pero él se sabía hijo de Poseidón cuya ayuda invocó y obtuvo en el mar de Creta, porque en casos semejantes al de su madre, que en una misma noche había recibido a dos varones, la semilla de un dios prevalece siempre sobre la de un mortal).

No quiso Teseo viajar a Atenas por mar, según le indicaban su madre y su abuelo, sino por el camino de tierra para limpiarlo de bandidos y criminales (que así de ingenuos eran los héroes de aquel tiempo, que hacían su trabajo no porque les pagasen para ello, sino por la satisfacción del deber cumplido, por la gratitud de sus conciudadanos y por la fama que de ello esperaban obtener, que aún no conocían las excelencias y virtudes de la economía de mercado), e imitar de esta manera a su primo Heracles, a quien admiraba. De modo que según avanzaba iba dando muerte a toda la variopinta ralea de malvados que por allí merodeaban, como Perifetes, de cuya maza de bronce se apoderó; Escirón, al que arrojó al mar desde los riscos en que solía asaltar a los caminantes; inventor del arte de la lucha cuerpo a cuerpo, arrojó a Cerción al suelo de cabeza y lo mató instantáneamente, con gran complacencia de Deméter que casualmente pasaba por el lugar y lo vio; a Polipemón, padre de Sinis, a quien llamaban Procusto, lo ató a su lecho y le serró los miembros que de él sobresalían, según este criminal hacía a sus invitados; en Cromión mató a una jabalina gigante que atemorizaba a los paisanos.

En el istmo de Corinto tuvo una aventura singular con Sinis Pitiocantos, "doblador de pinos", así llamado porque los doblaba y catapultaba al aire a los desgraciados que se aventuraban por el lugar. Teseo lo capturó y le dio la misma muerte que él daba a sus víctimas. Ojo por ojo, diente por diente, así lo habían decretado los antiguos, que de estas cosas sabían lo indecible. Ya recogía el héroe sus pertrechos, dispuesto a seguir el camino, cuando advirtió que alguien huía entre la maleza; corrió intrépido tras el desconocido y llegó a unos arbustos temblorosos aún tras los que se detenía el rastro; los apartó con sigilo y vio unos ojos inmensos que lo miraban con ansiedad y pavor. Sal de ahí, dijo, no voy a hacerte daño. Se alzaron los ojos y avanzaron lentamente, expectantes, hasta detenerse fuera de la protección de la floresta, y pudo ver el héroe que pertenecían a una joven, hija del bandido, que medio ocultaba su cuerpo, sin duda bendecido por Afrodita, con una túnica rota y raída. Se miraron estremecidos unos segundos los dos jóvenes, cayeron luego el uno junto al otro sobre las hojas secas y se amaron con loco frenesí; ella se abrió caliente y húmeda como una herida fresca y él entró en ella como una galera en otra tomada de través, que así sucedían las cosas en aquella edad heroica.

Cuando llegó a Atenas, Teseo encontró a su padre casado con Medea y subyugado por su poder mágico. Quiso la hechicera envenenarlo en el banquete de recepción para que no obstaculizara el acceso al trono de Medo, el hijo habido con el rey; pero cuando Teseo sacó la espada con el puño de marfil, su padre lo reconoció al instante y arrojó de su lado a Medea. ¿Por qué prefiere el rey a un bastardo en vez de al legítimo? Son esos misterios insondables del destino imposibles de descifrar. El héroe derrotó luego a los Palantidas, sobrinos de su padre, que amenazaban el trono de Atenas alegando que Egeo no era de la estirpe de Erecteo.

El Minotauro en su Laberinto

Sucedió por aquellos días que se reclutaron catorce jóvenes para pagar el tributo debido a Creta. Preguntó Teseo y le contaron cómo, muerto Androgeo, hijo de Minos, por los atenienses, el rey de Creta sometió la ciudad por las armas y la obligó a enviar cada nueve años siete muchachos y siete doncellas para alimentar al Minotauro, el monstruo con cabeza de toro que Pasífae, esposa de Minos, había tenido con el toro blanco de Poseidón, que Heracles llevó luego al Ática y el propio Teseo sacrificó a Atenea. Indignado ante la afrenta y conmovido por el dolor de los padres que despedían a sus hijos, Teseo se ofreció voluntario a ser parte de los catorce, dicen unos que voluntariamente y otros que elegido por la suerte; lo cierto es que se embarcó con las víctimas y llegó a Creta.



El oráculo de Delfos había aconsejado a Teseo que, antes de partir, sacrificara a Afrodita y el favor de la diosa se mostró decisivo, porque no sólo una de las muchachas le ofreció su lecho cuando el héroe la defendió del ultraje de Minos, que pretendió violarla sobre la playa, sino que la propia la princesa Ariadna, enamorada al instante de él, le prometió ayuda para matar al Minotauro, su hermano, si la tomaba por esposa y la llevaba a Atenas. Accedió el héroe y Ariadna le dio un ovillo de hilo, regalo del constructor del Laberinto, Dédalo, que lo guiaría en el camino de vuelta.

Entró Teseo en el Laberinto, recorrió infinitos corredores hasta que el olor del monstruo lo llevó hasta él. Estaba en una pequeña corraleta, sembrada toda ella de los huesos y la sangre de sus víctimas que hedían espantosamente; se miraron frente a frente el monstruo y su matador, como suelen hacer los luchadores antes de acometerse. Del cuello abajo era en todo como los hombres, aunque más ancho y peludo, pero la cabeza era de toro bravo, la cabeza de un victorino parecía, muy asaltillado de cuerna, con el pelo ensortijado en la negra testuz. Embistió el monstruo, esquivó la acometida el héroe, ligero de pies y elástico de cintura como era,  y según pasaba le dio un tajo en la yugular que lo hizo caer y morir desangrado. Aún discuten los sabios si lo mató con una espada que le dio la princesa, con sus propias manos o con la clava de bronce de Perifetes. Con espada fue sin duda porque, según relató luego el piloto de la nave en que volvió, se entretuvo el héroe en cortar la cabeza del monstruo, que la quería como trofeo en el salón de su mégaron, se la echó al hombro y salió del Laberinto adonde la princesa lo esperaba, siguiendo el hilo mágico salió. Se arrojó Ariadna conmovida en sus brazos y lo llevó al puerto donde ya esperaban dispuestas para zarpar las chicas de la ofrenda, liberadas por dos de sus compañeras, que no eran doncellas sino soldados camuflados, del cuerpo de operaciones especiales.



Grabados hallados en Creta, donde se aprecia la ferocidad de la lucha con el Minotauro y la majeza de su matador, seguramente aprendida de su primo Heracles, que sin duda la aprendió de los tartesios gadiritanos.

Aún tuvieron los fugitivos que librar un combate naval en el puerto, pero la oscuridad los protegió y pudieron ganar aguas libres sin ninguna baja. Llegados a la isla de Naxos, Teseo abandonó a Ariadna en la playa, dicen que la dejó dormida, y se hizo de nuevo a la mar. Nadie sabe todavía por qué, que los motivos de los héroes son y serán siempre un misterio; pero los sabios aventuran varias hipótesis: dicen unos que encontró una nueva amante, Eglé, hija de Panopeo; dicen otros que consideró el escándalo que causaría en Atenas, que aún era muy provinciana; apuntan unos terceros que Dionisos se lo exigió en un sueño. Nosotros nos quedamos con la primera hipótesis, la más verosímil, aunque tratándose de héroes nunca se sabe. Cuando Ariadna despertó, lloró amargamente al sentirse abandonada y clamó venganza a los dioses, a lo que Zeus asintió. Poco después llegó Dionisos con su corte de chicas desinhibidas y entusiastas fornicadores, y la consoló con una copa de buen vino y un copioso sacrificio a Afrodita Anadiomene, que debió gustarle tanto que enseguida aceptó ser su esposa.

Mientras tanto llegó Teseo la costa de Grecia, instituyó en Delos las Apolonias y regresó luego a Atenas, donde fue honrado como libertador de la ciudad. Sin embargo la maldición de Ariadna lo alcanzó entonces. Con la alegría de la llegada Teseo había olvidado cambiar las velas negras de su navío por las velas blancas que debían señalar su victoria, según lo acordado con su padre putativo. Cuando vio Egeo que el navío regresaba con velas negras, pensó que su hijo había fracasado y muerto, y se arrojó al mar, dicen otros que se desmayó y se cayó. Desde entonces, el mar Egeo lleva el nombre de ese rey. 

Teseo sucedió a su padre, reunió las tierras del Ática en un solo reino, con Atenas como capital, sinoicismo o sinecismo llaman a esto los eruditos, e instauró las fiestas Panateneas. Abrió las puertas de la ciudad a los extranjeros, dividió a la población en tres clases, eupátridas o aristócratas, geogros o labradores y demiurgos o artesanos, y acuñó monedas por primera vez.

Tomó parte en numerosas expediciones peligrosas como las de los Argonautas y la cacería del jabalí de Calidonia. Ayudó a Heracles en la batalla contra las Amazonas y raptó a Antíope, hermana de la reina Hipólita, a la que llevó a  Atenas, tomó por esposa e hizo madre de Hipólito. Más tarde se casó con la hermana de Ariadna, Fedra, que le dio a Demofonte y Acamante. También ayudó a su amigo el lapita Pirítoo en la lucha con los Centauros.

El primer rapto de Helena

Con este Pirítoo bajó al Hades a rescatar a Perséfone. Habían hecho un pacto los dos amigos, como ambos eran hijos de dioses, de Poseidón y Zeus, para raptar a Helena, la bella hija de Leda, reina de Esparta, sortearla entre ellos y raptar luego a otra de las hijas de Zeus para el que resultara perdedor. Dicen que porque pretendían emparentar con los Dióscuros, sus hermanos; aunque más parece que porque la fama de la belleza de Helena, niña aún, se había extendido ya por toda la Hélade. Raptaron efectivamente a Helena, que fue motivo de la eterna rivalidad de espartanos y atenienses, aunque los atenienses disculpan a su rey con diversas historias, pero ya se sabe que en aquellos tiempos el capricho de dioses y reyes era ley; la llevaron a Afidna y encargó Teseo a su madre Aethra que se la guardara para cuando fuera núbil. Pasaron los años, pero cuando llegó el momento y ya Teseo mojaba el lecho sólo de pensar los muslos torneados y las abultadas tetas de Helena, Pirítoo le recordó el pacto. Consultaron entonces un oráculo de Zeus y el dios les respondió irónico que sólo Perséfone era digna de Pirítoo. Se miraron atónitos los amigos, anunció Pirítoo que nada había en el mundo que le arredrase y para no ser menos contestó Teseo que lo seguiría adonde fuese, hasta el corazón del Tártaro lo seguiría. Desenvainaron pues las espadas y se pusieron en camino. Hades los recibió amable, escuchó paciente su petición y los invitó a sentarse. Pero cayeron en la trampa, porque el asiento era la Silla del Olvido, tallada en una roca, que inmediatamente se hizo una con sus cuerpos, de modo que allí quedaron cautivos mientras todos los demonios infernales los torturaban.

Al cabo de cuatro años acertó a pasar por allí Heracles, que ya sabemos cómo el héroe solía pasearse por el mundo sin reparar en cuál fuera la parte, los vio y acudió en su auxilio. Arrancó de la silla a Teseo, que se dejó allí parte del culo, razón por la cual todos sus descendientes lo tienen plano (que los científicos aún no sabían que los rasgos adquiridos no se heredan); pero tembló la tierra cuando asía a Pirítoo y desistió. Dicen otros no obstante que también consiguió liberarlo; pero no es asunto comprobado.

Entretanto los Dióscuros habían asolado el Ática, rescatado a su hermana Helena y apoyado a Menesteo, biznieto de Erecteo, que se hizo el amo de Atenas y fue su primer demagogo. Decepcionado, Teseo huyó con su familia de Atenas; navegaba hacia Creta, pero una tormenta lo obligó a detenerse en Sciros donde el rey Licomedes le ofreció hospitalidad. No debió confiarse, porque era amigo de Menesteo y lo asesinó más tarde a traición.

Los amoríos de Teseo causaron tantos males a Atenas, que tardaron sus ciudadanos en reconocer sus méritos, que fue con ocasión de la batalla de Maratón cuando su espectro sobrevoló el campo y los empujó a la victoria. Años más tarde, siendo estratega Cimón, encontraron sus restos mortales en Sciros, los trasladaron a Atenas y la ciudad honró su memoria con un templo y las fiestas teseas.



Zeus / Júpiter

Hijo de Rea y Cronos, hermano de Hestia, Démeter, Hera, Hades y Poseidón, era la divinización del cielo, que su nombre significa Brillante, Resplandeciente, el rey del Olimpo, el más poderoso y venerado. Supremo gobernador del Universo, guardián del orden político y de la paz, semental infatigable, la pica siempre alerta. Aunque llamado "padre de los dioses y los hombres", no fue el creador de ninguno de ellos; era padre en el sentido de protector, tanto de la familia olímpica como de la raza humana, frente a guerras, pestes y otras calamidades. En la obra del poeta Homero, Zeus aparece representado de dos maneras muy diferentes: como dios de la justicia y la clemencia, y como responsable del castigo a la maldad.

Todos los dioses estaban forzados a someterse a su voluntad, incluidos sus hermanos Poseidón y Hades, con los que gobernaba en común la tierra. Regía todos los fenómenos atmosféricos: acumulaba las nubes, blandía el rayo y hacía rodar el trueno. Su arma principal era el rayo; su escudo, la égida; su ave, el águila; su árbol, el roble. Pero a pesar de toda la parafernalia de que se rodeaba o acaso por lo mismo, era falso y mentiroso, y en ocasiones su debilidad le llevaba a ser injusto, iracundo y despótico.

Luego del panteísmo que caracteriza a todas las culturas preurbanas o preestatales, sin duda Zeus llegó a lo más alto de la jerarquía de los dioses en tiempos de la monarquía micénica, cuando un rey asistido por una aristocracia de guerreros atinó a reglamentar la vida de la comunidad. Zeus y los olímpicos reproducen ese modelo. Dueño del rayo y de los fenómenos atmosféricos, porque el rayo es la espada fulminante de un guerrero, porque desde el neolítico los campesinos dependen de la ira o bonanza del cielo, porque las nubes se amontonan sobre el Olimpo del que baja rodando el trueno que hace temblar a los hombres, Zeus se convierte así en regidor supremo de dioses y hombres. Con Zeus, además, se abre paso la idea de paternidad, en las familias griegas la autoridad paterna era indiscutida y este dios constituía un modelo para todos los caudillos helenos.

 La mitología referente a Zeus es muy extensa, pero quizás los hechos más destacables de su historia son sus interminables aventuras amorosas. Dicen los que han tenido la paciencia de contarlos que el número de sus hijos —legítimos y naturales— alcanza la cincuentena, de ahí que casi todas las estirpes griegas lo consideren su padre y fundador, incluso sus amoríos con mortales se han explicado a veces por el deseo de los antiguos griegos de vanagloriarse de su linaje divino. Las diosas con las que compartió lecho fueron Metis, con la que tuvo a Atenea; Temis, a las Moiras y a las Horas; Mnemosine, a Las Musas; Démeter, a Perséfone; Eurinome, a las Cárites o Gracias; Leto, a Apolo y Artemisa. Pero sólo se desposó con Hera, que tuvo así consideración de esposa legítima y reina del Olimpo, la más importante de las diosas todas, cuyos hijos fueron: Ares, dios de la guerra; Hebe, diosa de la juventud; Hefaistos, dios del fuego, e Eiliethya o Ilitía, protectora de los partos.

Algunos de sus amoríos sobresalen por sus terribles consecuencias o por las extraordinarias circunstancias que los rodean, porque Zeus utilizaba toda su astucia y poder taumatúrgico para conseguir sus propósitos, y se valía de las peores mentiras para ocultar sus infidelidades a su hermana y esposa.

Son famosas sus metamorfosis para sorprender a sus elegidas, como su transformación en toro para raptar a Europa o en cisne para poseer a Leda o en lluvia para llegar a Dánae o en nube para envolver a la ninfa Io, incluso en águila para llevarse a Ganímedes, que de sobra es sabido el gusto de los griegos por los jovencitos. En leyendas posteriores, en las que se introducen otros valores morales, se pretende mostrar al padre de los dioses a salvo de esta imagen libertina y lasciva. Los artistas representan a Zeus como un dios barbado de apariencia regia, dicen que la más famosa de todas las imágenes fue la colosal que hizo Fidias, de marfil y oro, para el templo de Olimpia.

Zeus presidía a los dioses en el monte Olimpo, en Tesalia. Sus principales templos estaban en Dódona, en el Epiro, la tierra de los robles y del templo más antiguo, famoso por su oráculo, y en Olimpia, donde se celebraban los juegos deportivos en su honor cada cuatro años. Los juegos de Nemea, al noroeste de Argos, también estaban dedicados a Zeus.


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