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EL ARTE OSCURO

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sábado, 20 de diciembre de 2008

El Libro De Los Seres Imaginarios -- Jorge Luis Borges -- Margarita Guerrero

El Libro De Los Seres Imaginarios -- Jorge Luis Borges -- Margarita Guerrero



El Libro De Los Seres
Imaginarios

Jorge Luis Borges
Margarita Guerrero




CONTENIDO


Los Pigmeos
El Dragón
A Bao A Qu
La Anfisbena
Animales de los Espejos
Animales Esféricos
Un Animal Soñado por Kafka
Dos Animales Metafísicos
Un Animal Soñado por C. S. Lewis
El Animal Soñado por Poe
Abtu y Anet
El Aplanador
Arpías
El Asno de Tres Patas
El Ave Fénix
El Centauro
El Ave Roc
Bahamut
El Cancerbero
El Basilisco
El Elefante Que Predijo El Nacimiento del Buddha
El Catoblepas
El Behemoth
Una Cruza
Cronos o Hércules
Garuda
Los Elfos
El Borametz
El Dragón
El Dragón Chino
El Devorador de las Sombras
El Caballo del Mar
La Esfinge
El Burak
Fauna de los Estados Unidos
El Fénix Chino
Los Silfos
El Golem
El Grifo
El Cien Cabezas
Haniel, Kafziel, Azriel Y Aniel
La Banshee
El Hipogrifo
Haokah, Dios del Trueno
La Hidra de Lerna
La Mandrágora
El Kami
El Minotauro
La Madre de las Tortugas
Los Monóculos
El Mantícora
Los Gnomos
El Mono de la Tinta
Rémora
La Quimera
Lilith
El Peritio
El Zorro Chino
Fauna China
El Monstruo Aqueronte
Los Nagas
La Óctuple Serpiente
El Mirmecoleón
Youwarkee
El Odradek
La Pantera
El Pelícano
El Gato de Cheshire y los Gatos Kilkenny
El Simurg
La Salamandra
Sirenas
Talos
Las Ninfas
El Zaratán
El Doble
El Squonk
El Unicornio
El Kraken
Los Tigres del Annam
La Peluda de la Ferte-Bernard
El Unicornio Chino
El Uroboros
Fastitocalón
Los Demonios de Swedenborg
Los Lamed Wufniks
Los Yinn
El Ciervo Celestial
Los Brownies
Un Reptil Soñado por C. S. Lewis
Un Rey de Fuego y su Caballo
Crocotas y Leucrocotas
El T’ao-t’ieh
Escila
Las Valquirias
Las Nornas
Chancha con Cadenas
Ictiocentauros
Los Seres Térmicos
Demonios del Judaísmo
El Hijo de Leviatán
El Nesnás
Los Ángeles de Swedenborg
Khumbaba
Hochigan
Los Antílopes de Seis Patas
Los Eloi y los Morlocks
Baldanders
Los Trolls
Las Hadas
Las Lamias
Los Lemures
Kuyata
Los Sátiros
El Gallo Celestial
El Pájaro Que Causa La Lluvia
La Liebre Lunar


LOS PIGMEOS
Para los antiguos, esta nación de enanos habitaba en los confines del Indostán o de
Etiopía. Ciertos autores aseveran que edificaban sus moradas con cáscaras de huevo. Otros,
como Aristóteles, han escrito que vivían en cuevas subterráneas. Para cosechar el trigo se
armaban de hachas como para talar una selva. Cabalgaban corderos y cabras, de tamaño
adecuado. Anualmente los invadían bandadas de grullas, procedentes de las llanuras de
Rusia.
Pigmeo era asimismo el nombre de una divinidad, cuyo rostro esculpían los cartagineses
en la proa de las naves de guerra, para aterrar a sus enemigos.
EL DRAGÓN
El dragón posee la capacidad de asumir muchas formas, pero estas son inescrutables. En
general lo imaginan con cabeza de caballo, cola de serpiente, grandes alas laterales y
cuatro garras cada una provista de cuatro uñas. Se habla asimismo de sus nueve
semblanzas; sus cuernos se asemejan a los de un ciervo, su cabeza a la del camello, sus
ojos a los de un demonio, su cuello al de la serpiente, su vientre al de un molusco, sus
escamas a las de un pez, sus garras a las del águila, las plantas de sus pies a las del tigre y
sus orejas a las del buey. Hay ejemplares a quienes les faltan orejas y que oyen por los
cuernos. Es habitual representarlo con una perla, que pende de su cuello y es emblema del
sol. En esa perla está su poder. Es inofensivo si se la quitan.
La historia le atribuye la paternidad de los primeros emperadores. Sus huesos, dientes y
saliva gozan de virtudes medicinales. Puede, según su voluntad, ser visible a los hombres o
invisible. En la primavera sube a los cielos; en el otoño se sumerge en la profundidad de
las aguas. Algunos carecen de alas y vuelan con ímpetu propio. La ciencia distingue
diversos géneros. El dragón celestial lleva en el lomo los palacios de las divinidades e
impide que éstos caigan sobre la tierra; el dragón divino produce los vientos y las lluvias,
para bien de la humanidad; el dragón terrestre determina el curso de los arroyos y de los
ríos; el dragón subterráneo cuida los tesoros vedados a los hombres. Los budistas afirman
que los dragones no abundan menos que los peces de sus muchos mares concéntricos; en
alguna parte del universo existe una cifra sagrada para expresar su número exacto. El
pueblo chino cree en los dragones más que en otras deidades, porque los ve con tanta
frecuencia en las cambiantes nubes. Paralelamente Shakespeare había observado que hay
nubes con forma de dragón («some times we see a cloud that’s dragonish»).
El dragón rige las montañas, se vincula a la geomancia, mora cerca de los sepulcros,
está asociado al culto de Confucio, es el Neptuno de los mares y aparece en tierra firme.
Los reyes de los dragones del mar habitan resplandecientes palacios bajo las aguas y se
alimentan de ópalos y de perlas. Hay cinco de esos reyes; el principal está en el centro, los
otros cuatro corresponden a los puntos cardinales. Tienen una legua de largo; al cambiar de
postura hacen chocar a las montañas. Están revestidos de una armadura de escamas
amarillas. Bajo el hocico tienen una barba; las piernas y la cola son velludas. La frente se
proyecta sobre los ojos llameantes, las orejas son pequeñas y gruesas, la boca siempre
abierta, la lengua larga y los dientes afilados. El aliento hierve a los peces, las exhalaciones
del cuerpo los asa. Cuando sube a la superficie de los océanos produce remolinos y tifones;
cuando vuela por los aires causa tormentas que destechan las casas de las ciudades y que
inundan los campos. Son inmortales y pueden comunicarse entre sí a pesar de las
distancias que los separan y sin necesidad de palabras. En el tercer mes hacen su informe
anual a los cielos superiores.
A BAO A QU
Para contemplar el paisaje más maravilloso del mundo, hay que llegar al último piso de
la Torre de la Victoria, en Chitor. Hay ahí una terraza circular que permite dominar todo el
horizonte. Una escalera de caracol lleva a la terraza, pero sólo se atreven a subir los no
creyentes de la fábula, que dice así:
«En la escalera de la Torre de la Victoria, habita desde el principio del tiempo el A
Bao A Qu, sensible a los valores de las almas humanas. Vive en estado letárgico, en
el primer escalón, y sólo goza de vida consciente cuando alguien sube la escalera. La
vibración de la persona que se acerca le infunde vida, y una luz interior se insinúa en
él. Al mismo tiempo, su cuerpo y su piel casi translúcida empiezan a moverse.
Cuando alguien asciende la escalera, el A Bao A Qu se coloca casi en los talones del
visitante y sube prendiéndose del borde de los escalones curvos y gastados por los
pies de generaciones de peregrinos. En cada escalón se intensifica su color. Su forma
se perfecciona y la luz que irradia es cada vez más brillante. Testimonio de su
sensibilidad es el hecho que él sólo logra su forma perfecta en el último escalón,
cuando el que sube es un ser evolucionado espiritualmente. De no ser así, el A Bao A
Qu queda como paralizado antes de llegar, su cuerpo incompleto, su color indefinido
y la luz vacilante. El A Bao A Qu sufre cuando no puede formarse totalmente y su
queja es un rumor apenas perceptible, semejante al roce de la seda. Pero cuando el
hombre o la mujer que lo reviven están llenos de pureza, el A Bao A Qu puede llegar
al último escalón, ya completamente formado e irradiando una viva luz azul. Su
vuelta a la vida es muy breve, pues al bajar el peregrino, el A Bao A Qu rueda y cae
hasta el escalón inicial, donde ya apagado y semejante a una lámina de contornos
vagos, espera al próximo visitante. Sólo es posible verlo bien cuando llega a la mitad
de la escalera, donde las prolongaciones de su cuerpo, que a manera de bracitos lo
ayudan a subir, se definen con claridad. Hay quien dice que mira con todo el cuerpo
y que al tacto recuerda la piel del durazno.»
En el curso de los siglos, el A Bao A Qu ha llegado una sola vez a la perfección.
El capitán Burton registra la leyenda del A Bao A Qu en una de las notas de su versión
de las Mil y Una Noches.
LA ANFISBENA
La Farsalia enumera las verdaderas e imaginarias serpientes que los soldados de Catón
afrontaron en los desiertos de África; ahí están la parca «que enhiesta como báculo
camina» y el yáculo, que viene por el aire como una flecha, y la pesada anfisbena, que
lleva dos cabezas. Casi con iguales palabras la describe Plinio, que agrega: «como si una
no le bastara para descargar su veneno». El Tesoro de Brunetto Latini —la enciclopedia
que éste recomendó a su antiguo discípulo en el séptimo círculo del Infierno— es menos
sentencioso y más claro: «La anfisbena es serpiente con dos cabezas, la una en su lugar y la
otra en la cola; y con las dos puede morder, y corre con ligereza, y sus ojos brillan como
candelas». En el siglo XVII, Sir Thomas Browne observó que no hay animal sin abajo,
arriba, adelante, atrás, izquierda y derecha, y negó que pudiera existir la anfisbena, en la
que ambas extremidades son anteriores. Anfisbena, en griego, quiere decir que va en dos
direcciones. En las Antillas y en ciertas regiones de América, el nombre se aplica a un
reptil que comúnmente se conoce por doble andadora, por serpiente de dos cabezas y por
madre de las hormigas. Se dice que las hormigas la mantienen. También que, si la cortan
en dos pedazos, éstos se juntan.
Las virtudes medicinales de la anfisbena ya fueron celebradas por Plinio.
ANIMALES DE LOS ESPEJOS
En algún tomo de las Cartas Edificantes y Curiosas que aparecieron en París durante la
primera mitad del siglo XVIII, el P. Zallinger, de la Compañía de Jesús, proyectó un
examen de las ilusiones y errores del vulgo de Cantón; en un censo preliminar anotó que el
pez era un ser fugitivo y resplandeciente que nadie había tocado, pero que muchos
pretendían haber visto en el fondo de los espejos. El P. Zallinger murió en 1736 y el
trabajo iniciado por su pluma quedó inconcluso; ciento cincuenta años después, Herbert
Allen Giles tomó la tarea interrumpida.
Según Giles, la creencia del pez es parte de un mito más amplio, que se refiere a la
época legendaria del Emperador Amarillo.
En aquel tiempo, el mundo de los espejos y el mundo de los hombres no estaban, como
ahora, incomunicados. Eran, además, muy diversos; no coincidían ni los seres ni los
colores ni las formas. Ambos reinos, el especular y el humano, vivían en paz; se entraba y
se salía por los espejos. Una noche, la gente del espejo invadió la Tierra. Su fuerza era
grande, pero al cabo de sangrientas batallas las artes mágicas del Emperador Amarillo
prevalecieron. Éste rechazó a los invasores, los encarceló en los espejos y les impuso la
tarea de repetir, como en una especie de sueño, todos los actos de los hombres. Los privó
de su fuerza y de su figura y los redujo a simples reflejos serviles. Un día, sin embargo,
sacudirán ese letargo mágico.
El primero que despertará será el pez. En el fondo del espejo percibiremos una línea
muy tenue y el color de esa línea será un color no parecido a ningún otro. Después, irán
despertando las otras formas. Gradualmente diferirán de nosotros, gradualmente no nos
imitarán. Romperán las barreras de vidrio o de metal y esta vez no serán vencidas. Junto a
las criaturas de los espejos combatirán las criaturas del agua.
En el Yunnan no se habla del pez sino del tigre del espejo. Otros entienden que antes de
la invasión oiremos desde el fondo de los espejos el rumor de las armas.
ANIMALES ESFÉRICOS
La esfera es el más uniforme de los cuerpos sólidos, ya que todos los puntos de la
superficie equidistan del centro. Por eso y por su facultad de girar alrededor del eje sin
cambiar de lugar y sin exceder sus límites, Platón (Timeo, 33) aprobó la decisión del
Demiurgo, que dio forma esférica al mundo. Juzgó que el mundo es un ser vivo y en las
Leyes (898) afirmó que los planetas y las estrellas también lo son. Dotó, así, de vastos
animales esféricos a la zoología fantástica y censuró a los torpes astrónomos que no
querían entender que el movimiento circular de los cuerpos celestes era espontáneo y
voluntario.
(Más de quinientos años después, en Alejandría, Orígenes enseñó que los
bienaventurados resucitarían en forma de esferas y entrarían rodando en la eternidad.)
En la época del Renacimiento, el concepto del cielo como animal reapareció en Vantini;
el neoplatónico Marsilio Ficino habló de los pelos, dientes y huesos de la Tierra, y
Giordano Bruno sintió que los planetas eran grandes animales tranquilos, de sangre
caliente y de hábitos regulares, dotados de razón. A principios del siglo XVII, Kepler
discutió con el ocultista inglés Robert Fludd la prioridad de la concepción de la Tierra
como monstruo viviente, «cuya respiración de ballena, correspondiente al sueño y a la
vigilia, produce el flujo y el reflujo del mar». La anatomía, la alimentación, el color, la
memoria y la fuerza imaginativa y plástica del monstruo fueron estudiados por Kepler.
En el siglo XIX, el psicólogo alemán Gustav Theodor Fechner (hombre alabado por
William James, en la obra A Pluralistic Universe) repensó con una suerte de ingenioso
candor las ideas anteriores. Quienes no desdeñan la conjetura que la Tierra, nuestra madre,
es un organismo, un organismo superior a la planta, al animal y al hombre, pueden
examinar las piadosas páginas de su Zend-Avesta. Ahí leerán, por ejemplo, que la figura
esférica de la Tierra es la del ojo humano, que es la parte más noble de nuestro cuerpo.
También, «que si realmente el cielo es la casa de los ángeles, éstos sin duda son las
estrellas, porque no hay otros habitantes del cielo».
UN ANIMAL SOÑADO POR KAFKA
Es un animal con una gran cola, de muchos metros de largo, parecida a la del
zorro. A veces me gustaría tener su cola en la mano, pero es imposible; el animal está
siempre en movimiento, la cola siempre de un lado para otro. El animal tiene algo de
canguro, pero la cabeza chica y oval no es característica y tiene algo de humana; sólo
los dientes tienen fuerza expresiva, ya los oculte o les muestre. Suelo tener la
impresión que el animal quiere amaestrarme; si no, qué propósito puede tener
retirarme la cola cuando quiero agarrarla, y luego esperar tranquilamente que ésta
vuelva a atraerme, y luego volver a saltar.
FRANZ KAFKA:
Hochzeitsvorbereitungen auf dem Lande, 1953.
DOS ANIMALES METAFÍSICOS
El problema del origen de las ideas agrega dos curiosas criaturas a la zoología
fantástica. Una fue imaginada al promediar el siglo XVIII; la otra, un siglo después.
La primera es la estatua sensible de Condillac. Descartes profesó la doctrina de las ideas
innatas; Etienne Bonmot de Condillac, para refutarlo, imaginó una estatua de mármol,
organizada y conformada como el cuerpo de un hombre, y habitación de un alma que
nunca hubiera percibido o pensado. Condillac empieza por conferir un solo sentido a la
estatua: el olfativo, quizá el menos complejo de todos. Un olor a jazmín es el principio de
la biografía de la estatua; por un instante, no habrá sino ese olor en el universo, mejor
dicho, ese olor será el universo, que, un instante después, será olor a rosa, y después a
clavel. Que en la conciencia de la estatua haya un olor único, y ya tendremos la atención;
que perdure un olor cuando haya cesado el estímulo, y tendremos la memoria; que una
impresión actual y una del pasado ocupen la atención de la estatua, y tendremos la
comparación; que la estatua perciba analogías y diferencias, y tendremos el juicio; que la
comparación y el juicio ocurran de nuevo, y tendremos la reflexión; que un recuerdo
agradable sea más vívido que una impresión desagradable, y tendremos la imaginación.
Engendradas las facultades del entendimiento, las facultades de la voluntad surgirán
después: amor y odio (atracción y aversión), esperanza y miedo. La conciencia de haber
atravesado muchos estados dará a la estatua la noción abstracta de número; la de ser olor a
clavel y haber sido olor a jazmín, la noción del yo.
El autor conferirá después a su hombre hipotético la audición, la gustación, la visión y
por fin el tacto. Este último sentido le revelará que existe el espacio y que en el espacio, él
está en un cuerpo, los sonidos, los olores y los colores le habían parecido, antes de esa
etapa, simples variaciones o modificaciones de su conciencia.
La alegoría que acabamos de referir se titula Traite des Sensations y es de 1754; para
esta noticia, hemos utilizado el tomo segundo de la Histoire de la Philosophie de Bréhier.
La otra criatura suscitada por el problema del conocimiento es el «animal hipotético» de
Lotze. Más solitario que la estatua que huele rosas y que finalmente es un hombre, este
animal no tiene en la piel sino un punto sensible y movible, en la extremidad de una
antena. Su conformación le prohíbe, como se ve, las percepciones simultáneas. Lotze
piensa que la capacidad de retraer o proyectar su antena sensible bastará para que el casi
incomunicado animal descubra el mundo externo (sin el socorro de las categorías
kantianas) y distinga un objeto estacionario de un objeto móvil. Esta ficción ha sido
alabada por Vaihinger; la registra la obra Medizinische Psychologie, que es de 1852.
UN ANIMAL SOÑADO POR C. S. LEWIS
...El canto era fuerte ya, y la espesura muy densa, de manera que no podía ver casi
a un metro delante de él, cuando la música cesó súbitamente. Oyó un ruido de maleza
que se rompe. Se dirigió rápidamente en aquella dirección, pero no vio nada. Había
casi decidido abandonar su búsqueda cuando el canto recomenzó un poco más lejano.
De nuevo se dirigió hacia él; de nuevo el que cantaba guardó silencio y lo evadió.
Llevaría más de una hora jugando a esta especie de escondite cuando su esfuerzo fue
recompensado.
Avanzando cautelosamente en dirección a uno de estos cantos fuertes, vio
finalmente a través de las ramas floridas una forma negra. Deteniéndose cuando
dejaba de cantar, y avanzando de nuevo con cautela cuando reanudaba el canto, la
siguió durante diez minutos. Finalmente tuvo al cantor delante de los ojos, ignorando
que era espiado. Estaba sentado, erecto como un perro, y era negro, liso y brillante;
sus hombros llegaban a la altura de la cabeza de Ransom; las patas delanteras sobre
las que estaba apoyado eran como árboles jóvenes, y las pezuñas que descansaban en
el suelo eran anchas como las de un camello. El enorme vientre redondo era blanco,
y por encima de sus hombros se elevaba, muy alto, un cuello como de caballo. Desde
donde estaba, Ransom veía su cabeza de perfil; la boca abierta lanzaba aquella
especie de canto de alegría, y el canto hacía vibrar casi visiblemente su lustrosa
garganta. Miró maravillado aquellos ojos húmedos, aquellas sensuales ventanas de su
nariz. Entonces el animal se detuvo, lo vio y se alejó, deteniéndose a los pocos pasos,
sobre sus cuatro patas, no de menor talla que un elefante joven, meneando una larga
cola peluda. Era el primer ser de Perelandra que parecía mostrar cierto temor al
hombre. Pero no era miedo. Cuando lo llamó se acercó a él. Puso su belfo de
terciopelo sobre su mano y soportó su contacto; pero casi inmediatamente volvió a
alejarse. Inclinando el largo cuello, se detuvo y apoyó la cabeza entre las patas.
Ransom vio que no sacaría nada de él, y cuando al fin se alejó, perdiéndose de vista,
no lo siguió. Hacerlo le hubiera parecido una injuria a su timidez, a la sumisa
suavidad de su expresión, a su evidente deseo de ser para siempre un sonido y sólo
un sonido, en la espesura central de aquellos bosques inexplorados. Ransom
prosiguió su camino; unos segundos más tarde, el sonido empezó de nuevo detrás de
él, más fuerte y más bello que nunca, como un canto de alegría por su recobrada
libertad...
Las bestias de esta especie no tienen leche, y, cuando paren, sus crías son
amamantadas por una hembra de otra especie. Es una bestia grande y bella, y muda,
y hasta que la bestia que canta es destetada vive entre sus cachorros y está sujeta a
ella. Pero cuando ha crecido se convierte en el animal más delicado y glorioso de
todos los animales y se aleja de ella. Y ella se admira de su canto...
C. S. LEWIS:
Perelandra, 1949
EL ANIMAL SOÑADO POR POE
En su Relato de Arthur Gordon Pym de Nantucket, publicado en 1938, Edgar Allan Poe
atribuyó a las islas antárticas una fauna asombrosa pero creíble. Así, en el capítulo XVIII se
lee:
Recogimos una rama con frutos rojos, como los del espino, y el cuerpo de un
animal terrestre, de conformación singular. Tres pies de largo y seis pulgadas de alto
tendría; las cuatro patas eran cortas y estaban guarnecidas de agudas garras de color
escarlata, de una materia semejante al coral. El pelo era parejo y sedoso,
perfectamente blanco. La cola era puntiaguda, como de rata y tendría un pie y medio
de longitud. La cabeza parecía de gato, con excepción de las orejas, que eran caídas,
como las de un sabueso. Los dientes eran del mismo escarlata de las garras.
No menos singular era el agua de esas tierras australes:
Primero nos negamos a probarla, suponiéndola corrompida. No sé cómo dar una
idea justa de su naturaleza, y no lo conseguiré sin muchas palabras. A pesar de correr
con rapidez por cualquier desnivel, nunca parecía límpida, excepto al despeñarse en
un salto. En casos de poco declive, era tan consistente como una infusión espesa de
goma arábiga, hecha en agua común. Éste, sin embargo, era el menos singular de sus
caracteres. No era incolora ni era de un color invariable, ya que su fluencia proponía
a los ojos todos los matices del púrpura, como los tonos de una seda tornasolada.
Dejamos que se asentara en una vasija y comprobamos que la masa del líquido
estaba separada en vetas distintas, cada una de tono individual, y que esas vetas no se
mezclaban. Si se pasaba la hoja de un cuchillo a lo ancho de las vetas, el agua se
cerraba inmediatamente, y al retirar la hoja, desaparecía el rastro. En cambio, cuando
la hoja era insertada con precisión entre dos de las vetas, ocurría una separación
perfecta, que no se rectificaba en seguida.
ABTU Y ANET
Según la mitología de los egipcios, Abtu y Anet son dos peces idénticos y sagrados que
van nadando ante la nave de Ra, dios del sol, para advertirlo contra cualquier peligro.
Durante el día, la nave viaja por el cielo, del naciente al poniente: durante la noche, bajo
tierra, en dirección inversa.
EL APLANADOR
Entre los años de 1840 y de 1864, el Padre de la Luz (que también se llama la Palabra
Interior) deparó al músico y pedagogo Jacob Lorber una serie de prolijas revelaciones
sobre la humanidad, la fauna y la flora de los cuerpos celestes que constituyen el Sistema
Solar. Uno de los animales domésticos cuyo conocimiento debemos a esa revelación es el
aplanador o apisonador (bodendrucker) que presta incalculables servicios en el planeta
Miron, que el editor actual de la obra de Lorber identifica con Neptuno.
El aplanador tiene diez veces el tamaño del elefante al que se parece muchísimo. Está
provisto de una trompa algo corta y de colmillos largos y rectos; la piel es de un color
verde pálido. Las patas son cónicas y muy anchas; las puntas de los conos parecen
encajarse en el cuerpo. Este plantígrado va aplanando la tierra y precede a los albañiles y
constructores. Lo llevan a un terreno quebrado y lo nivela con las patas, con la trompa y
con los colmillos.
Se alimenta de hierbas y de raíces y no tiene enemigos, fuera de algunas variedades de
insectos.
ARPÍAS
Para la Teogonía de Hesíodo, las arpías son divinidades aladas, y de larga y suelta
cabellera, más veloces que los pájaros y los vientos; para el tercer libro de la Eneida, aves
con cara de doncella, garras encorvadas y vientre inmundo, pálidas de hambre que no
pueden saciar. Bajan de las montañas y mancillan las mesas de los festines. Son
invulnerables y fétidas; todo lo devoran, chillando, y todo lo transforman en excrementos.
Servio, comentador de Virgilio, escribe que así como Hécate es Proserpina en los infiernos,
Diana en la tierra y luna en el cielo y la llaman diosa triforme, las arpías son furias en los
infiernos, arpías en la tierra y demonios (dirae) en el cielo. También las confunden con las
parcas.
Por mandato divino, las arpías persiguieron a un rey de Tracia que descubrió a los
hombres el porvenir o que compró la longevidad al precio de sus ojos y fue castigado por
el sol, cuya obra había ultrajado. Se aprestaba a comer con toda su corte y las arpías
devoraban o contaminaban los manjares. Los argonautas ahuyentaron a las arpías;
Apolonio de Rodas y William Morris (Life and Death of Jason) refieren la fantástica
historia. Ariosto, en el canto XXXIII del Furioso, transforma al rey de Tracia en el Preste
Juan, fabuloso emperador de los abisinios.
Arpías, en griego, significa las que raptan, las que arrebatan. Al principio, fueron
divinidades del viento, como los Maruts de los Vedas, que blanden armas de oro (los
rayos) y que ordeñan las nubes.
EL ASNO DE TRES PATAS
Plinio atribuye a Zarathustra, fundador de la religión que aún profesan los parsis de
Bombay, la escritura de dos millones de versos; el historiador arábigo Tabarí afirma que
sus obras completas, eternizadas por piadosos calígrafos, abarcan doce mil cueros de vaca.
Es fama que Alejandro de Macedonia las hizo quemar en Persépolis, pero la buena
memoria de los sacerdotes pudo salvar los textos fundamentales y desde el siglo IX los
complementa una obra enciclopédica, el Bundahish, que contiene esta página:
Del asno de tres patas se dice que está en la mitad del océano y que tres es el
número de sus cascos y seis de sus ojos y nueve el de sus bocas y dos el de sus orejas
y uno su cuerno. Su pelaje es blanco, su alimento es espiritual y todo él es justo. Y
dos de los seis ojos están en el lugar de los ojos y dos en la punta de la cabeza y dos
en la cerviz; con la penetración de los seis ojos rinde y destruye.
De las nueve bocas tres están en la cabeza y tres en la cerviz y tres adentro de los
ijares... Cada casco, puesto en el suelo, cubre el lugar de una majada de mil ovejas, y
bajo el espolón pueden maniobrar hasta mil jinetes. En cuanto a las orejas, son
capaces de abarcar a Mazandarán.1 El cuerno es como de oro y hueco, y le han
crecido mil ramificaciones. Con ese cuerno vencerá y disipará todas las corrupciones
de los malvados.
Del ámbar se sabe que es el estiércol del asno de tres patas. En la mitología del
mazdeísmo, este monstruo benéfico es uno de los auxiliares de Ahura Mazdah (Ormuz),
principio de la Vida, de la Luz y de la Verdad.
1. Provincia del Norte de Persia.
EL AVE FÉNIX
En efigies monumentales, en pirámides de piedra y en momias, los egipcios buscaron
eternidad; es razonable que en su país haya surgido el mito de un pájaro inmortal y
periódico, si bien la elaboración ulterior es obra de los griegos y de los romanos. Erman
escribe que en la mitología de Heliópolis, el fénix (benu) es el señor de los jubileos, o de
los largos ciclos de tiempo; Heródoto, en un pasaje famoso (II, 73), refiere con repetida
incredulidad una primera forma de la leyenda:
Otra ave sagrada hay allí que sólo he visto en pintura, cuyo nombre es el de Fénix.
Raras son, en efecto, las veces que se deja ver, y tan de tarde en tarde, que según los
de Heliópolis, sólo viene a Egipto cada quinientos años, a saber cuándo fallece su
padre. Si en su tamaño y conformación es tal como la describen, su mole y figura son
muy parecidas a las del águila, y sus plumas, en parte doradas, en parte de color
carmesí. Tales son los prodigios que de ella nos cuentan, que aunque para mí poco
dignos de fe, no emitiré el referirlos. Para trasladar el cadáver de su padre desde
Arabia hasta el Templo del Sol, se vale de la siguiente maniobra: forma ante todo un
huevo sólido de mirra, tan grande cuanto sus fuerzas alcancen para llevarlo,
probando su peso después de formado para experimentar si es con ellas compatible;
va después vaciándolo hasta abrir un hueco donde pueda encerrar el cadáver de su
padre, el cual ajusta con otra porción de mirra y atesta de ella la concavidad, hasta
que el peso del huevo preñado con el cadáver iguale al que cuando sólido tenía;
cierra después la abertura, carga con su huevo, y lo lleva al Templo del Sol en
Egipto. He aquí, sea lo que fuere, lo que de aquel pájaro refieren.
Unos quinientos años después, Tácito y Plinio retomaron la prodigiosa historia; el
primero rectamente observó que toda antigüedad es oscura, pero que una tradición ha
fijado el plazo de la vida del fénix en mil cuatrocientos sesenta y un años (Anales, VI, 28).
También el segundo investigó la cronología del fénix; registró (X, 2) que, según Manilio,
aquél vive un año platónico, o año magno. Año platónico es el tiempo que requieren el Sol,
la Luna y los cinco planetas para volver a su posición inicial; Tácito, en el Diálogo de los
Oradores, lo hace abarcar doce mil novecientos noventa y cuatro años comunes. Los
antiguos creyeron que, cumplido ese enorme ciclo astronómico, la historia universal se
repetiría en todos sus detalles, por repetirse los influjos de los planetas; el fénix vendría a
ser un espejo o una imagen del universo. Para mayor analogía, los estoicos enseñaron que
el universo muere en el fuego y renace del fuego y que el proceso no tendrá fin y no tuvo
principio.
Los años simplificaron el mecanismo de la generación del fénix, Heródoto menciona un
huevo, y Plinio, un gusano, pero Claudiano, a fines del siglo IV, ya versifica un pájaro
inmortal que resurge de su ceniza, un heredero de sí mismo y un testigo de las edades.
Pocos mitos habrá tan difundidos como el del fénix. A los autores ya enumerados cabe
agregar: Ovidio (Metamorfosis, XV), Dante (Infierno, XXIV). Shakespeare (Enrique VIII, V,
4), Pellicer (El Fénix y su Historia Natural), Quevedo (Parnaso Español, VI), Milton
(Samson Agonistes, in fine). Mencionaremos asimismo el poema latino De Ave Phoenice,
que ha sido atribuido a Lactancio, y una imitación anglosajona de ese poema, del siglo VIII.
Tertuliano, San Ambrosio y Cirilo de Jerusalén han alegado el fénix como prueba de la
resurrección de la carne. Plinio se burla de los terapeutas que prescriben remedios
extraídos del nido y de las cenizas del fénix.
EL CENTAURO
El centauro es la criatura más armoniosa de la zoología fantástica. Biforme lo llaman las
Metamorfosis de Ovidio, pero nada cuesta olvidar su índole heterogénea y pensar que en el
mundo platónico de las formas hay un arquetipo del centauro, como del caballo o del
hombre. El descubrimiento de ese arquetipo requirió siglos; los monumentos primitivos y
arcaicos exhiben un hombre desnudo, al que se adapta incómodamente la grupa de un
caballo. En el frontón occidental del Templo de Zeus, en Olimpia, los centauros ya tienen
patas equinas; de donde debiera arrancar el cuello del animal arranca el torso humano.
Ixión, rey de Tesalia, y una nube a la que Zeus dio la forma de Hera, engendraron a los
centauros; otra leyenda refiere que son hijos de Apolo. (Se ha dicho que centauro es una
derivación de gandharva; en la mitología védica, los gandharvas son divinidades menores
que rigen los caballos del sol.) Como los griegos de la época homérica desconocían la
equitación, se conjetura que el primer nómada que vieron les pareció todo uno con su
caballo y se alega que los soldados de Pizarro o de Hernán Cortés también fueron
centauros para los indios. «Uno de aquellos de caballo cayó del caballo abajo; y como los
indios vieron dividirse aquel animal en dos partes, teniendo por cierto que todo era una
cosa, fue tanto el miedo que tuvieron que volvieron las espaldas dando voces a los suyos,
diciendo que se había hecho dos haciendo admiración dello: lo cual no fue sin misterio;
porque a no acaecer esto, se presume que mataran todos los cristianos», dice uno de los
textos que cita Prescott. Pero los griegos conocían el caballo, a diferencia de los indios; lo
verosímil es conjeturar que el centauro fue una imagen deliberada y no una confusión
ignorante.
La más popular de las fábulas en que los centauros figuran es la de su combate con los
lapitas, que los habían convidado a una boda. Para los huéspedes, el vino era cosa nueva;
en mitad del festín, un centauro borracho ultrajó a la novia e inició, volcando las mesas, la
famosa centauromaquia que Fidias, o un discípulo suyo, esculpiría en el Partenón, que
Ovidio cantaría en el libro XII de las Metamorfosis y que inspiraría a Rubens. Los
centauros, vencidos por los lapitas, tuvieron que huir de Tesalia. Hércules, en otro
combate, aniquiló a flechazos la estirpe.
La rústica barbarie y la ira están simbolizadas en el centauro, pero «el más justo de los
centauros, Quirón» (Ilíada, XI, 832), fue maestro de Aquiles y de Esculapio, a quienes
instruyó en las artes de la música, de la cinegética, de la guerra y hasta de la medicina y la
cirugía. Quirón memorablemente figura en el canto XII del Infierno, que por consenso
general se llama canto de los centauros. Véanse a este propósito las finas observaciones de
Momigliano, en su edición de 1945.
Plinio dice haber visto un hipocentauro, conservado en miel, que mandaron de Egipto al
emperador.
En la Cena de los Siete Sabios, Plutarco refiere humorísticamente que uno de los
pastores de Periandro, déspota de Corinto, le trajo en una bolsa de cuero una criatura recién
nacida que una yegua había dado a luz y cuyo rostro, pescuezo y brazos eran humanos y lo
demás equino. Lloraba como un niño y todos pensaron que se trataba de un presagio
espantoso. El sabio Tales lo miró, se rió y dijo a Periandro que realmente no podía aprobar
la conducta de sus pastores.
En el quinto libro de su poema, Lucrecio afirma la imposibilidad del centauro, porque la
especie equina logra su madurez antes que la humana y, a los tres años, el centauro sería un
caballo adulto y un niño balbuciente. Este caballo moriría cincuenta años antes que el
hombre.
EL AVE ROC
El roc es una magnificación del águila o del buitre, y hay quien ha pensado que un
cóndor, extraviado en los mares de la China o del Indostán, lo sugirió a los árabes. Lane
rechaza esta conjetura y considera que se trata, más bien, de una especie fabulosa de un
género fabuloso, o de un sinónimo árabe del simurg. El roc debe su fama occidental a las
Mil y Una Noches. Nuestros lectores recordarán que Simbad, abandonado por sus
compañeros en una isla, divisó a lo lejos una enorme cúpula blanca y que al día siguiente
una vasta nube le ocultó el sol. La cúpula era un huevo de roc y la nube era el ave madre.
Simbad, con el turbante, se ata a la enorme pata del roc; éste alza el vuelo y lo deja en la
cumbre de una montaña sin haberlo sentido. El narrador agrega que el roc alimenta a sus
crías con elefantes.
En el capítulo 36 de los Viajes de Marco Polo se lee:
Los habitantes de la isla de Madagascar refieren que en determinada estación del
año llega de las regiones australes una especie extraordinaria de pájaro, que llaman
roc. Su forma es parecida a la del águila, pero es incomparablemente mayor. El roc
es tan fuerte que puede levantar en sus garras a un elefante, volar con él por los aires
y dejarlo caer desde lo alto para devorarlo después. Quienes han visto el roc aseguran
que las alas miden dieciséis pasos de punta a punta y que las plumas tienen ocho
pasos de longitud.
Marco Polo agrega que unos enviados del Gran Khan llevaron una pluma de roc a la
China.
BAHAMUT
La fama de Behemoth llegó a los desiertos de Arabia, donde los hombres alteraron y
magnificaron su imagen. De hipopótamo o elefante lo hicieron pez que se mantiene sobre
un agua sin fondo y sobre el pez imaginaron un toro y sobre el toro una montaña hecha de
rubí y sobre la montaña un ángel y sobre el ángel seis infiernos y sobre los infiernos la
tierra y sobre la tierra siete cielos. Leemos en una tradición recogida por Lane:
Dios creó la tierra, pero la tierra no tenía sostén y así bajo la tierra creó un ángel.
Pero el ángel no tenía sostén y así bajo los pies del ángel creó un peñasco hecho de
rubí. Pero el peñasco no tenía sostén y así bajo el peñasco creó un toro con cuatro mil
ojos, orejas, narices, bocas, lenguas y pies. Pero el toro no tenía sostén y así bajo el
toro creó un pez llamado Bahamut, y bajo el pez puso agua, y bajo el agua puso
oscuridad, y la ciencia humana no ve más allá de ese punto.
Otros declaran que la tierra tiene su fundamento en el agua; el agua, en el peñasco; el
peñasco, en la cerviz del toro; el toro en un lecho de arena; la arena en Bahamut; Bahamut,
en un viento sofocante; el viento sofocante en una neblina. La base de la neblina se ignora.
Tan inmenso y tan resplandeciente es Bahamut que los ojos humanos no pueden sufrir
su visión. Todos los mares de la Tierra, puestos en una de sus fosas nasales, serían como
un grano de mostaza en mitad del desierto. En la noche 496 del Libro de las Mil y una
Noches, se refiere que a Isa (Jesús) le fue concedido ver a Bahamut y que, lograda esa
merced, rodó por el suelo y tardó tres días en recobrar el conocimiento. Se añade que bajo
el desaforado pez hay un mar, y bajo el mar un abismo de aire, y bajo el aire, fuego, y bajo
el fuego, una serpiente que se llama Falak, en cuya boca están los infiernos.
La ficción del peñasco sobre el toro y del toro sobre Bahamut y de Bahamut sobre
cualquier otra cosa parece ilustrar la prueba cosmológica que hay Dios, en la que se
argumenta que toda causa requiere una causa anterior y se proclama la necesidad de
afirmar una causa primera, para no proceder en infinito.
EL CANCERBERO
Si el Infierno es una casa, la casa de Hades, es natural que un perro la guarde; también
es natural que a ese perro lo imaginen atroz. La Teogonía de Hesíodo le atribuye cincuenta
cabezas; para mayor comodidad de las artes plásticas, este número ha sido rebajado y las
tres cabezas del cancerbero son del dominio público. Virgilio menciona sus tres gargantas;
Ovidio, su triple ladrido; Butler compara las tres coronas de la tiara del Papa, que es
portero del Cielo, con las tres cabezas del perro que es portero de los Infiernos (Hudibras,
IV, 2). Dante le presta caracteres humanos que agravan su índole infernal: barba mugrienta
y negra, manos uñosas que desgarran, entre la lluvia, las almas de los réprobos. Muerde,
ladra y muestra los dientes.
Sacar el cancerbero a la luz del día fue el último de los trabajos de Hércules. Un escritor
inglés del siglo XVIII, Zachary Grey, interpreta así la aventura:
Este perro con tres cabezas denota el pasado, el presente y el porvenir, que reciben
y, como quien dice, devoran todas las cosas. Que fuera vencido por Hércules prueba
que las Acciones heroicas son victoriosas sobre el Tiempo y subsisten en la Memoria
de la Posteridad.
Según los textos más antiguos, el cancerbero saluda con el rabo (que es una serpiente) a
los que entran en el Infierno, y devora a los que procuran salir. Una tradición posterior lo
hace morder a los que llegan; para apaciguarlo, era costumbre poner en el ataúd un pastel
de miel.
En la mitología escandinava, un perro ensangrentado, Garmr, guarda la casa de los
muertos y batallará con los dioses, cuando los lobos infernales devoren la luna y el sol.
Algunos le atribuyen cuatro ojos; cuatro ojos tienen también los perros de Yama, dios
brahmánico de la muerte.
El brahmanismo y el budismo ofrecen infiernos de perros, que, a semejanza del cerbero
dantesco, son verdugos de las almas.
EL BASILISCO
En el curso de las edades, el basilisco se modifica hacia la fealdad y el horror y ahora se
lo olvida. Su nombre significa pequeño rey; para Plinio el Antiguo (VIII, 33), el basilisco
era una serpiente que en la cabeza tenía una mancha clara en forma de corona. A partir de
la Edad Media, es un gallo cuadrúpedo y coronado, de plumaje amarillo, con grandes alas
espinosas y cola de serpiente que puede terminar en un garfio o en otra cabeza de gallo. El
cambio de la imagen se refleja en un cambio de nombre; Chaucer, en el siglo XIV, habla del
basili-cock. Uno de los grabados que ilustran la Historia Natural de las Serpientes y
Dragones de Aldrovandi le atribuye escamas, no plumas, y la posesión de ocho patas.1
Lo que no cambia es la virtud mortífera de su mirada. Los ojos de las gorgonas
petrificaban; Lucano refiere que de la sangre de una de ellas, Medusa, nacieron todas las
serpientes de Libia: el áspid, la anfisbena, el amódite, el basilisco. El pasaje está en el libro
IX de la Farsalia, Jáuregui lo traslada así al español:
El vuelo a Libia dirigió Perseo,
Donde jamás verdor se engendra o vive;
Instila allí su sangre el rostro feo,
Y en funestas arenas muerte escribe;
Presto el llovido humor logra su empleo
En el cálido seno, pues concibe
Todas sierpes, y adúltera se extraña
De ponzoñas preñadas la campaña...
La sangre de Medusa, pues en este
Sitio produjo al basilisco armado
En lengua y ojos de insanable peste,
Aun de las sierpes mismas recelado:
Allí se jacta de tirano agreste,
Lejos hiere en ofensas duplicado,
Pues con el silbo y el mirar temido
Lleva muerte a la vista y al oído.
El basilisco reside en el desierto; mejor dicho, crea el desierto. A sus pies caen muertos
los pájaros y se pudren los frutos; el agua de los ríos en que se abreva queda envenenada
durante siglos. Que su mirada rompe las piedras y quema el pasto ha sido certificado por
Plinio. El olor de la comadreja lo mata; en la Edad Media, se dijo que el canto del gallo.
Los viajeros experimentados se proveían de gallos para atravesar comarcas desconocidas.
Otra arma era un espejo; al basilisco lo fulmina su propia imagen.
Los enciclopedistas cristianos rechazaron las fábulas mitológicas de la Farsalia y
pretendieron una explicación racional del origen del basilisco. (Estaban obligados a creer
en él, porque la Vulgata traduce por basilisco la voz hebrea tsepha, nombre de un reptil
venenoso.) La hipótesis que logró más favor fue la de un huevo contrahecho y deforme,
puesto por un gallo e incubado por una serpiente o un sapo. En el siglo XVII, Sir Thomas
Browne la declaró tan monstruosa como la generación del basilisco. Por aquellos años,
Quevedo escribió su romance El Basilisco, en el que se lee:
Si está vivo quien te vio,
Toda tu historia es mentira,
Pues si no murió, te ignora,
Y si murió no lo afirma.
1. Ocho patas tiene, según la Edda Menor, el caballo de Odín.
EL ELEFANTE QUE PREDIJO EL NACIMIENTO DEL BUDDHA
Quinientos años antes de la era cristiana, la reina Maya, en el Nepal, soñó que un
elefante blanco, que procedía de la Montaña de Oro, entraba en su cuerpo. Este animal
onírico tenía seis colmillos, que corresponden a las seis dimensiones del espacio
indostánico: arriba, abajo, atrás, adelante, izquierda y derecha. Los astrólogos del rey
predijeron que Maya daría a luz un niño, que sería emperador de la Tierra o redentor del
género humano. Aconteció según se sabe, lo último.
En la India, el elefante es un animal doméstico. El color blanco significa humildad y el
número seis es sagrado.
EL CATOBLEPAS
Plinio (VIII, 32) cuenta que en los confines de Etiopía, no lejos de las fuentes del Nilo,
habita el catoblepas, «fiera de tamaño mediano y de andar perezoso. La cabeza es
notablemente pesada y al animal le da mucho trabajo llevarla; siempre se inclina hacia la
tierra. Si no fuera por esta circunstancia, el catoblepas acabaría con el género humano,
porque todo hombre que le ve los ojos, cae muerto».
Catoblepas, en griego, quiere decir «que mira hacia abajo». Cuvier ha sugerido que el
gnu (contaminado por el basilisco y por las gorgonas) inspiró a los antiguos el catoblepas.
En el final de la Tentación de San Antonio se lee:
El catoblepas (búfalo negro, con una cabeza de cerdo que cae hasta el suelo, unida
a las espaldas por un cuello delgado, largo y flojo como un intestino vaciado. Está
aplastado en el fango, y sus patas desaparecen bajo la enorme melena de pelos duros
que le cubren la cara):
—Grueso, melancólico, hosco, no hago otra cosa que sentir bajo el vientre el calor
del fango. Mi cráneo es tan pesado que me es imposible llevarlo. Lo enrollo
alrededor de mí, lentamente; y, con las mandíbulas entreabiertas, arranco con la
lengua las hierbas venenosas humedecidas por mi aliento. Una vez, me devoré las
patas sin advertirlo.
»Nadie, Antonio, ha visto mis ojos, o quienes los vieron han muerto. Si levantara
mis párpados rosados e hinchados —te morirías en seguida.»
EL BEHEMOTH
Cuatro siglos antes de la era cristiana, Behemoth era una magnificación del elefante o
del hipopótamo, o una incorrecta y asustada versión de esos dos animales; ahora es,
exactamente, los diez versículos famosos que lo describen (Job 40: 10-19) y la vasta forma
que evocan. Lo demás es discusión o filología.
El nombre Behemoth es plural; se trata (nos dicen los filólogos) del plural intensivo de
la voz hebrea b’hemah, que significa bestia. Como dijo fray Luis de León en su Exposición
del Libro de Job: «Behemoth es palabra hebrea, que es como decir bestias; al juicio común
de todos sus doctores, significa el elefante, llamado ansí por su desaforada grandeza, que
siendo un animal vale por muchos».
A título de curiosidad recordemos que también es plural el nombre de Dios, Elohim, en
el primer versículo de la Ley, aunque el verbo que rige está en singular («En el principio
hizo los Dioses el cielo y la tierra») y que esta formación ha sido llamada plural de
majestad o de plenitud...1
Éstos son los versículos que figuran en el Behemoth, en la traducción literal de fray Luis
de León, que se propuso «conservar el sentido latino y el aire hebreo, que tiene su cierta
majestad»:
10. Ves agora a Behemoth; yerba como buey come.
11. Ves; fortaleza suya en sus lomos, y poderío suyo en ombligo de su vientre.
12. Menea su cola como cedro; nervios de sus vergüenzas enhebrados.
13. Sus huesos fístulas de bronce; como vara de hierro.
14. El principio de caminos de Dios, quien le hizo aplicará su cuchillo.2
15. Que a él montes le producen yerba, y todas las bestias del campo hacen juegos
allí.
16. Debajo de sombríos pace: en escondrijo de caña, en pantanos húmedos.
17. Cúbrenle sombríos su sombra; cercáranle sauces del arroyo.
18. Ves; sorberá río, y no maravilla; y tiene fiucia (fiducia, confianza) que el Jordán
pasará por su boca.
19. En sus ojos como anzuelo le prenderá; con palos agudos horadará sus narices.
Agregamos, para aclaración de lo anterior, la versión de Cipriano de Valera:3
10. He aquí ahora Behemoth, al cual yo hice contigo; yerba come como buey.
11. He aquí ahora que su fuerza está en sus lomos; y su fortaleza en el ombligo de su
vientre.
12. Su cola mueve como un cedro; y los nervios de sus genitales son entretejidos.
13. Sus huesos son fuertes como acero, y sus miembros como barras de hierro.
14. Él es la cabeza de los caminos de Dios: el que le hizo le acercará de su espada.
15. Ciertamente los montes llevan renuevo para él; y toda bestia del campo retoza
allá.
16. Debajo de las sombras se echará, en lo oculto de las cañas, y de los lugares
húmedos.
17. Los árboles sombríos le cubren con su sombra; los sauces del arroyo le cercan.
18. He aquí que él robará el río que no corra; y confíase que el Jordán pasará por su
boca.
19. Él le tomará por sus ojos en los tropezaderos, y le horadará la nariz.
1. Análogamente, en la Gramática de la Real Academia Española se lee: «Nos, sin embargo de
ser plural por su naturaleza, suele juntarse con nombres del número singular cuando de sí
propias hablan personas constituidas en dignidad; v. gr.: Nos, D. Luis Belluga, por la gracia de
Dios y de la Santa Sede Apostólica Obispo de Cartagena».
2. Es la mayor de las maravillas de Dios, pero Dios, que lo hizo, lo destruirá.
3. Las voces en bastardilla no figuran en el original hebreo y han sido suplidas por el traductor.
UNA CRUZA
Tengo un animal curioso, mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mi
padre. En mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato.
Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la cabeza y las uñas, del cordero el tamaño y
la forma; de ambos los ojos, que son huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada
al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el hueco
de la ventana, se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo
alcanza. Dispara de los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna su
paseo favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina de los ratones.
Horas y horas pasa en acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato.
Lo alimento con leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos sorbe la leche
entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente es un gran espectáculo para los
niños. La hora de visita es los domingos por la mañana. Me siento con el animal en
las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad.
Se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar
ningún ser humano: Por qué hay un solo animal así, por qué soy yo su poseedor y no
otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si
no se siente solo, por qué no tiene hijos, cómo se llama, etcétera. No me tomo el
trabajo de contestar: me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. A
veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus
esperanzas no se produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron
con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un
hecho divino. En mis rodillas el animal ignora el temor y el impulso de perseguir.
Acurrucado contra mí, es como se siente mejor. Se apega a la familia que lo ha
criado. Esa fidelidad no es extraordinaria; es el recto instinto de un animal, que
aunque tiene en la tierra innumerables lazos políticos, no tiene uno solo
consanguíneo, y para quien es sagrado el apoyo que ha encontrado en nosotros.
A veces tengo que reírme cuando resuella a mi alrededor, se me enreda entre las
piernas y no quiere apartarse de mí. Como si no le bastara ser gato y cordero quiere
también ser perro. Una vez —eso le acontece a cualquiera— yo no veía modo de
salir de dificultades económicas, yo estaba por acabar con todo. Con esa idea me
hamacaba en el sillón de mi cuarto, con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar
los ojos y vi lágrimas que goteaban en sus grandes bigotes. ¿Eran suyas o mías?
¿Tiene este gato de alma de cordero el orgullo de un hombre? No he heredado mucho
de mi padre, pero vale la pena cuidar este legado.
Tiene la inquietud de los dos, la del gato y la del cordero, aunque son muy
distintas. Por eso le queda chico el pellejo. A veces salta al sillón, apoya las patas
delanteras contra mi hombro y me acerca el hocico al oído. Es como si me hablara, y
de hecho vuelve la cabeza y me mira deferente para observar el efecto de su
comunicación. Para complacerlo hago como si lo hubiera entendido y muevo la
cabeza. Salta entonces al suelo y brinca alrededor.
Tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención para este animal, pero él es una
herencia y debo negársela. Por eso deberá esperar hasta que se le acabe el aliento,
aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al acto
razonable.
FRANZ KAFKA
CRONOS O HÉRCULES
El tratado Dudas y Soluciones sobre los Primeros Principios del neoplatónico
Damascio registra una curiosa versión de la teogonía y cosmogonía de Orfeo, en la que
Cronos —o Hércules— es un monstruo:
Según Gerónimo y Helánico (si los dos no son uno solo), la doctrina órfica enseña
que en el principio hubo agua y lodo, con los que se amasó la tierra. Estos dos
principios puso como primeros: agua y tierra. De ellos salió el tercero, un dragón
alado, que por delante mostraba la cabeza de un toro, por detrás la de un león y por el
medio el rostro de un dios; lo llamaron Cronos que no envejece y también Heracles.
Con él nació la Necesidad, que también se llama la Inevitable, y que se dilató sobre
el Universo y tocó sus confines... Cronos, el dragón, sacó de sí una triple simiente: el
húmedo Éter, el ilimitado Caos y el nebuloso Erebo. Debajo de ellos puso un huevo,
del que saldría el mundo. El último principio fue un dios que era hombre y mujer,
con alas de oro en las espaldas y cabezas de toro en los flancos, y sobre la cabeza un
desmesurado dragón, igual a toda suerte de fieras...
Tal vez porque lo desaforado y monstruoso parece menos propio de Grecia que del
Oriente, Walter Kranz atribuye a estas invenciones una procedencia oriental.
GARUDA
Vishnu, segundo dios de la Trinidad que preside el panteón brahmánico, suele cabalgar
en la serpiente que llena el mar, o en el ave garuda. A Vishnu lo representan azul y
provisto de cuatro brazos que sostienen la clava, el caracol, el disco y el loto; a garuda, con
alas, rostro y garras de águila y tronco y piernas de hombre. El rostro es blanco, las alas de
color escarlata, y el cuerpo, de oro. Imágenes de garuda, labradas en bronce o en piedra,
suelen coronar los monolitos de los templos. En Gwalior hay uno, erigido por un griego,
Heliodoro, devoto de Vishnu, más de un siglo antes de la era cristiana.
En el Garuda-purana (que es el decimoséptimo de los puranas, o tradiciones), el docto
pájaro declara a los hombres el origen del universo, la índole solar de Vishnu, las
ceremonias de su culto, las ilustres genealogías de las casas que descienden de la luna y del
sol, el argumento del Ramayana y diversas noticias que se refieren a la versificación, a la
gramática y a la medicina.
En el Nagananda (Alegría de las Serpientes), drama compuesto por un rey en el siglo
VII, garuda mata y devora una serpiente todos los días, hasta que un príncipe budista le
enseña las virtudes de la abstención. En el último acto, el arrepentido hace que vuelvan a la
vida los huesos de las serpientes devoradas. Eggeling sospecha que esta obra es una sátira
brahmánica del budismo.
Nimbarka, místico de fecha insegura, ha escrito que garuda es un alma salvada para
siempre; también son almas la corona, los aros y la flauta del dios.
LOS ELFOS
Son de estirpe germánica. De su aspecto poco sabemos, salvo que son siniestros y
diminutos. Roban hacienda y roban niños. Se complacen asimismo en diabluras menores.
En Inglaterra se dio el nombre de elf-lock (rizo de elfo) a un enredo del pelo, porque lo
suponían obra de elfos. Un exorcismo anglosajón les atribuye la malévola facultad de
arrojar desde lejos minúsculas flechas de hierro, que penetran sin dejar un rastro, en la piel
y causan dolores neurálgicos. En alemán, pesadilla se traduce por alp, los etimólogos
derivan esa palabra de elfo, dado que en la Edad Media era común la creencia que los elfos
oprimían el pecho de los durmientes y les inspiraban sueños atroces.
EL BORAMETZ
El cordero vegetal de Tartaria, también llamado borametz y polypodium borametz y
polipodio chino, es una planta cuya forma es la de un cordero, cubierta de pelusa dorada.
Se eleva sobre cuatro o cinco raíces; las plantas mueren a su alrededor y ella se mantiene
lozana; cuando la cortan, sale un jugo sangriento. Los lobos se deleitan en devorarla. Sir
Thomas Browne la describe en el tercer libro de la obra Pseudodoxia Epidémica (Londres,
1646). En otros monstruos se combinan especies o géneros animales; en el borametz, el
reino vegetal y el reino animal.
Recordemos a este propósito, la mandrágora, que grita como un hombre cuando la
arrancan, y la triste selva de los suicidas, en uno de los círculos del Infiemo, de cuyos
troncos lastimados brotan a un tiempo sangre y palabras, y aquel árbol soñado por
Chesterton, que devoró los pájaros que habían anidado en sus ramas y que, en la
primavera, dio plumas en lugar de hojas.
EL DRAGÓN
Una gruesa y alta serpiente con garras y alas es quizá la descripción más fiel del dragón.
Puede ser negro, pero conviene que también sea resplandeciente; asimismo suele exigirse
que exhale bocanadas de fuego y de humo. Lo anterior se refiere, naturalmente, a su
imagen actual; los griegos parecen haber aplicado su nombre a cualquier serpiente
considerable. Plinio refiere que en el verano el dragón apetece la sangre del elefante, que
es notablemente fría. Bruscamente lo ataca, se le enrosca y le clava los dientes. El elefante
exangüe rueda por tierra y muere; también muere el dragón, aplastado por el peso de su
adversario. También leemos que los dragones de Etiopía, en busca de mejores pastos,
suelen atravesar el Mar Rojo y emigrar a Arabia. Para ejecutar esa hazaña, cuatro o cinco
dragones se abrazan y forman una especie de embarcación, con las cabezas fuera del agua.
Otro capítulo hay dedicado a los remedios que se derivan del dragón. Ahí se lee que sus
ojos, secados y batidos con miel, forman un linimento eficaz contra las pesadillas. La grasa
del corazón del dragón guardada en la piel de una gacela y atada al brazo con los tendones
de un ciervo asegura el éxito en los litigios; los dientes, asimismo atados al cuerpo, hacen
que los amos sean indulgentes y los reyes graciosos. El texto menciona con escepticismo
una preparación que hace invencibles a los hombres. Se elabora con pelo de león, con la
médula de ese animal, con la espuma de un caballo que acaba de ganar una carrera, con las
uñas de un perro y con la cola y la cabeza de un dragón.
En el libro XI de la Ilíada se lee que en el escudo de Agamenón había un dragón azul y
tricéfalo; siglos después los piratas escandinavos pintaban dragones en sus escudos y
esculpían cabezas de dragón en las proas de las naves. Entre los romanos, el dragón fue
insignia de la cohorte, como el águila de la legión; tal es el origen de los actuales
regimientos de dragones. En los estandartes de los reyes germánicos de Inglaterra había
dragones; el objeto de tales imágenes era infundir terror a los enemigos. Así, en el romance
de Athis se lee:
Ce souloient Romains porter,
Ce nous fait moult à redouter.
(Esto solían llevar los romanos,
Esto hace que nos teman muchísimo.)
En el Occidente el dragón siempre fue concebido como malvado. Una de las hazañas
clásicas de los héroes (Hércules, Sigurd, San Miguel, San Jorge) era vencerlo y matarlo. En
las leyendas germánicas, el dragón custodia objetos preciosos. Así, en la Gesta de
Beowulf, compuesta en Inglaterra hacia el siglo VIII, hay un dragón que durante trescientos
años es guardián de un tesoro. Un esclavo fugitivo se esconde en su caverna y se lleva un
jarro. El dragón se despierta, advierte el robo y resuelve matar al ladrón; a ratos, baja a la
caverna y la revisa bien. (Admirable ocurrencia del poeta atribuir al monstruo esa
inseguridad tan humana.) El dragón empieza a desolar el reino; Beowulf lo busca, combate
con él y lo mata.
La gente creyó en la realidad del dragón. Al promediar el siglo XVI, lo registra la
Historia Animalium de Conrad Gesner, obra de carácter científico.
El tiempo ha desgastado notablemente el prestigio de los dragones. Creemos en el león
como realidad y como símbolo; creemos en el minotauro como símbolo, ya que no como
realidad; el dragón es acaso el más conocido pero también el menos afortunado de los
animales fantásticos. Nos parece pueril y suele contaminar de puerilidad las historias en
que figura. Conviene no olvidar, sin embargo, que se trata de un prejuicio moderno, quizá
provocado por el exceso de dragones que hay en los cuentos de hadas. Empero, en la
Revelación de San Juan se habla dos veces del dragón, «la vieja serpiente que es el Diablo
y es Satanás». Análogamente, San Agustín escribe que el Diablo «es león y dragón; león
por el ímpetu, dragón por la insidia». Jung observa que en el dragón están la serpiente y el
pájaro, los elementos de la tierra y el aire.
EL DRAGÓN CHINO
La cosmogonía china enseña que los Diez Mil Seres (el mundo) nacen del juego rítmico
de dos principios complementarios y eternos, que son el Yin y el Yang. Corresponden al
Yin la concentración, la oscuridad, la pasividad, los números pares y el frío; al Yang, el
crecimiento, la luz, el ímpetu, los números impares y el calor. Símbolos del Yin son la
mujer, la tierra, el anaranjado, los valles, los cauces de los ríos y el tigre; del Yang, el
hombre, el cielo, el azul, las montañas, los pilares, el dragón.
El dragón chino, el lung, es uno de los cuatro animales mágicos. (Los otros son el
unicornio, el fénix y la tortuga.) En el mejor de los casos, el dragón occidental es aterrador,
y en el peor, ridículo; el lung de las tradiciones, en cambio, tiene divinidad y es como un
ángel que fuera también un león. Así, en las Memorias Históricas de Ssu-Ma Ch’ien
leemos que Confucio fue a consultar al archivero o bibliotecario Lao Tse y que, después de
la visita, manifestó:
—Los pájaros vuelan, los peces nadan y los animales corren. El que corre puede
ser detenido por una trampa, el que nada por una red y el que vuela por una flecha.
Pero ahí está el dragón; no sé cómo cabalga en el viento ni cómo llega al cielo. Hoy
he visto a Lao Tse y puedo decir que he visto al dragón.
Un dragón o un caballo-dragón surgió del Río Amarillo y reveló a un emperador el
famoso diagrama circular que simboliza el juego recíproco del Yang y el Yin; un rey tenía
en sus establos dragones de silla y de tiro; otro se nutrió de dragones y su reino fue
próspero. Un gran poeta, para ilustrar los riesgos de la eminencia, pudo escribir: «El
unicornio acaba como fiambre, el dragón como pastel de carne.»
En el I King (Canon de las mutaciones), el dragón suele significar el sabio.
Durante siglos, el dragón fue un emblema imperial. El trono del emperador se llamó el
Trono del Dragón; su rostro, el Rostro del Dragón. Para anunciar que el emperador había
muerto, se decía que había ascendido al firmamento sobre un dragón.
La imaginación popular vincula el dragón a las nubes, a la lluvia que los agricultores
anhelan y a los grandes ríos. La tierra se une con el dragón es una locución habitual para
significar la lluvia. Hacia el siglo VI, Chang Seng-Yu ejecutó una pintura mural en la que
figuraban cuatro dragones. Los espectadores lo censuraron porque había omitido los ojos.
Chang, fastidiado, retomó los pinceles y completó dos de las sinuosas imágenes. Entonces,
«el aire se pobló de rayos y truenos, el muro se agrietó y los dragones ascendieron al cielo.
Pero los otros dos dragones sin ojos se quedaron en su lugar».
El dragón chino tiene cuernos, garras y escamas, y su espinazo está como erizado de
púas. Es habitual representarlo con una perla, que suele tragar o escupir; en esa perla está
su poder. Es inofensivo si se la quitan.
Chuang Tzu nos habla de un hombre tenaz que, al cabo de tres ímprobos años, dominó
el arte de matar dragones, y que en el resto de sus días no dio con una sola oportunidad de
ejercerlo.
EL DEVORADOR DE LAS SOMBRAS
Hay un curioso género literario que independientemente se ha dado en diversas épocas y
naciones: la guía del muerto en las regiones ultraterrenas. El Cielo y el Infierno de
Swedenborg, las escrituras gnósticas, el Bardo Tbödol de los tibetanos (título que, según
Evans-Wentz, debe traducirse Liberación por Audición en el Plano de la Posmuerte) y el
Libro Egipcio de los Muertos no agotan los ejemplos posibles. Las «simpatías y
diferencias» de los dos últimos han merecido la atención de los eruditos; bástenos aquí
repetir que para el manual tibetano el otro mundo es tan ilusorio como éste y para el
egipcio es real y objetivo.
En los dos textos hay un tribunal de divinidades, algunas con cabeza de mono; en los
dos, una ponderación de las virtudes y de las culpas. En el Libro de los Muertos, una pluma
y un corazón ocupan los platillos de la balanza; en el Bardo Tbödol, piedritas de color
blanco y de color negro. Los tibetanos tienen demonios que ofician de furiosos verdugos;
los egipcios, el devorador de las sombras.
El muerto jura no haber sido causa de hambre o causa de llanto, no haber matado y no
haber hecho matar, no haber robado los alimentos funerarios, no haber falseado las
medidas, no haber apartado la leche de la boca del niño, no haber alejado del pasto a los
animales, no haber apresado los pájaros de los dioses.
Si miente, los cuarenta y dos jueces lo entregan al devorador «que por delante es
cocodrilo, por el medio, león y, por detrás, hipopótamo». Lo ayuda otro animal, Babaí, del
que sólo sabemos que es espantoso y que Plutarco identifica con un titán, padre de la
Quimera.
EL CABALLO DEL MAR
A diferencia de otros animales fantásticos, el caballo del mar no ha sido elaborado por
combinación de elementos heterogéneos; no es otra cosa que un caballo salvaje cuya
habitación es el mar y que sólo pisa la tierra cuando la brisa le trae el olor de las yeguas, en
las noches sin luna. En una isla indeterminada —acaso Borneo— los pastores manean en la
costa las mejores yeguas del rey y se ocultan en cámaras subterráneas; Simbad vio el potro
que salía del mar y lo vio saltar sobre la hembra y oyó su grito.
La redacción definitiva del Libro de las Mil y Una Noches data, según Burton, del siglo
XIII; en el siglo XIII nació y murió el cosmógrafo Al-Qazwiní que, en su tratado Maravillas
de las Criaturas, escribió estas palabras: «El caballo marino es como el caballo terrestre,
pero las crines y la cola son más crecidas y el color más lustroso y el vaso está partido
como el de los bueyes salvajes y la alzada es menor que la del caballo terrestre y algo
mayor que la del asno». Observa que el cruzamiento de la especie marina y de la terrestre
da hermosísimas crías y menciona un potrillo de pelo oscuro, «con manchas blancas como
piezas de plata».
Wang Tai-hai, viajero del siglo XVIII, escribe en la Miscelánea China:
El caballo marino suele aparecer en las costas en busca de la hembra; a veces lo
apresan. El pelaje es negro y lustroso; la cola es larga y barre el suelo; en tierra firme
anda como los otros caballos, es muy dócil y puede recorrer en un día centenares de
millas. Conviene no bañarlo en el río, pues en cuanto ve el agua recobra su antigua
naturaleza y se aleja nadando.
Los etnólogos han buscado el origen de esta ficción islámica en la ficción grecolatina
del viento que fecunda las yeguas. En el libro tercero de las Geórgicas, Virgilio ha
versificado esta creencia. Más rigurosa es la exposición de Plinio (VIII, 67): «Nadie ignora
que en Lusitania, en las cercanías de Olisipo (Lisboa) y de las márgenes del Tajo, las
yeguas vuelven la cara al viento occidental y quedan fecundadas por él; los potros
engendrados así resultan de admirable ligereza, pero mueren antes de cumplir los tres
años».
El historiador Justino ha conjeturado que la hipérbole hijos del viento, aplicada a
caballos muy veloces, originó esta fábula.
LA ESFINGE
La esfinge de los monumentos egipcios (llamada androesfinge por Heródoto, para
distinguirla de la griega) es un león echado en la tierra y con cabeza de hombre;
representaba, se conjetura, la autoridad del rey y custodiaba los sepulcros y templos. Otras,
en las avenidas de Karnak, tienen cabeza de carnero, el animal sagrado de Amón. Esfinges
barbadas y coronadas hay en los monumentos de Asiria y la imagen es habitual en la
gemas persas. Plinio, en su catálogo de animales etiópicos, incluye las esfinges, de las que
no precisa otro rasgo que el pelaje pardo rojizo y los pechos iguales.
La esfinge griega tiene cabeza y pechos de mujer, alas de pájaro, y cuerpo y pies de
león. Otros le atribuyen cuerpo de perro y cola de serpiente. Se refiere que desolaba el país
de Tebas, proponiendo enigmas a los hombres (pues tenía voz humana) y devorando a
quienes no sabían resolverlos. A Edipo, hijo de Yocasta, le preguntó:
—¿Qué ser tiene cuatro pies, dos pies o tres pies, y cuantos más tiene es más débil?1
Edipo contestó que era el hombre, que de niño se arrastra en cuatro pies, cuando es
mayor anda en dos y a la vejez se apoya en un báculo. La esfinge, descifrado el enigma, se
precipitó desde lo alto de su montaña.
De Quincey, hacia 1849, sugirió una segunda interpretación, que puede complementar
la tradicional. El sujeto del enigma, según De Quincey, es menos el hombre genérico que
el individuo Edipo desvalido y huérfano en su mañana, solo en la edad viril y apoyado en
Antígona en la desesperada y ciega vejez.
1. Así es, parece, la versión más antigua. Los años le agregaron la metáfora que hace de la vida
del hombre un solo día. Ahora se formula de esta manera: ¿Cuál es el animal que anda en
cuatro pies a la mañana, en dos al mediodía, y en tres a la tarde?
EL BURAK
El primer versículo del capítulo XVII del Alcorán consta de estas palabras: «Alabado sea
Él que hizo viajar; durante la noche, a su siervo desde el templo sagrado hasta el templo
que está más lejos, cuyo recinto hemos bendecido, para hacerle ver nuestros signos». Los
comentadores declaran que el alabado es Dios, que el siervo es Mahoma, que el templo
sagrado es el de la Meca, que el templo distante es el de Jerusalén y que, desde Jerusalén,
el profeta fue transportado al séptimo cielo. En las versiones más antiguas de la leyenda,
Mahoma es guiado por un hombre o un ángel; en las de fecha posterior, se recurre a una
cabalgadura celeste, mayor que un asno y menor que una mula. Esta cabalgadura es Burak,
cuyo nombre quiere decir resplandeciente. Según Burton, los musulmanes de la India
suelen representarlo con cara de hombre, orejas de asno, cuerpo de caballo y alas y cola de
pavo real.
Una de las tradiciones islámicas refiere que Burak, al dejar la tierra, volcó una jarra
llena de agua. El Profeta fue arrebatado hasta el séptimo cielo y conversó en cada uno con
los patriarcas y ángeles que lo habitan y atravesó la Unidad y sintió un frío que le heló el
corazón cuando la mano del Señor le dio una palmada en el hombro. El tiempo de los
hombres no es conmensurable con el de Dios; a su regreso, el Profeta levantó la jarra de la
que aún no se había derramado una sola gota.
Miguel Asín Palacios habla de un místico murciano del siglo XIII, que en una alegoría
que se titula Libro del Nocturno Viaje hacia la Majestad del más Generoso ha simbolizado
en Burak el amor divino. En otro texto se refiere al «Burak de la pureza de la intención».
FAUNA DE LOS ESTADOS UNIDOS
La jocosa mitología de los campamentos de hacheros de Wisconsin y de Minnesota
incluye singulares criaturas, en las que, seguramente, nadie ha creído.
El Hidebehind siempre está detrás de algo. Por más vueltas que diera un hombre,
siempre lo tenía detrás y por eso nadie lo ha visto, aunque ha matado y devorado a muchos
leñadores.
El Roperite, animal del tamaño de un petiso, tiene un pico semejante a una cuerda, que
le sirve para enlazar los conejos más rápidos.
El Teakettler debe su nombre al ruido que hace, semejante al del agua hirviendo de la
caldera del té; echa humo por la boca, camina para atrás y ha sido visto muy pocas veces.
El Axebandle Hound tiene la cabeza en forma de hacha, el cuerpo en forma de mango
de hacha, patas retaconas, y se alimenta exclusivamente de mangos de hacha.
Entre los peces de esta región están los Upland Trouts que anidan en los árboles, vuelan
muy bien y tienen miedo al agua.
Existe además el Goofang, que nada para atrás para que no se le meta el agua en los
ojos y es del tamaño exacto del pez rueda, pero mucho más grande.
No olvidemos el Goofus Bird, pájaro que construye el nido al revés y vuela para atrás,
porque no le importa adónde va, sino dónde estuvo.
El Gillygaloo anidaba en las escarpadas laderas de la famosa Pyramid Forty. Ponía
huevos cuadrados para que no rodaran y se perdieran. Los leñadores cocían estos huevos y
los usaban como dados.
El Pinnacle Grouse sólo tenía un ala que le permitía volar en una sola dirección, dando
infinitamente la vuelta a un cerro cónico. El color del plumaje variaba según las estaciones
y según la condición del observador.
EL FÉNIX CHINO
Los libros canónicos de los chinos suelen defraudar, porque les falta lo patético a que
nos tiene acostumbrados la Biblia. De pronto, en su razonable decurso, una intimidad nos
conmueve. Ésta, por ejemplo, que registra el séptimo libro de las Analectas de Confucio:
Dijo el Maestro a sus discípulos:
—¡Qué bajo he caído! Hace ya tiempo que no veo en mis sueños al príncipe de
Chu.
O ésta, del noveno:
El Maestro dijo:
—No viene el fénix, ningún signo sale del río. Estoy acabado.
El «signo» (explican los comentadores) se refiere a una inscripción en el lomo de una
tortuga mágica. En cuanto al fénix (feng), es un pájaro de colores resplandecientes,
parecido al faisán y al pavo real. En épocas prehistóricas, visitaba los jardines y los
palacios de los emperadores virtuosos, como un visible testimonio del favor celestial. El
macho, que tenía tres patas, habitaba en el Sol.
En el primer siglo de nuestra era, el arriesgado ateo Wang Ch’ung negó que el fénix
constituyera una especie fija. Declaró que así como la serpiente se transforma en un pez y
la rata en una tortuga, el ciervo, en épocas de prosperidad general, suele asumir la forma
del unicornio, y el ganso, la del fénix. Atribuyó esta mutación al «líquido propicio» que,
dos mil trescientos cincuenta y seis años antes de la era cristiana, hizo que en el patio de
Yao, que fue uno de los emperadores modelo, creciera pasto de color escarlata. Como se
ve, su información era deficiente o más bien excesiva.
En las regiones infernales hay un edificio imaginario que se llama Torre del Fénix.
LOS SILFOS
A cada una de las cuatro raíces o elementos, en que los griegos habían dividido la
materia, correspondió después un espíritu. En la obra de Paracelso, alquimista y médico
suizo del siglo XVI, figuran cuatro espíritus elementales: los gnomos de la tierra, las ninfas
del agua, las salamandras del fuego y los silfos o sílfides del aire. Estas palabras son de
origen griego. Littré ha buscado la etimología de silfo en las lenguas celtas, pero es del
todo inverosímil que Paracelso conociera o siquiera sospechara esas lenguas.
Nadie cree en los silfos, ahora; pero la locución figura de sílfide sigue aplicándose a las
mujeres esbeltas, como elogio trivial. Los silfos ocupan un lugar intermedio entre los seres
materiales y los inmateriales. La poesía romántica y el ballet no los han desdeñado.
EL GOLEM
Nada casual podemos admitir en un libro dictado por una inteligencia divina, ni siquiera
el número de las palabras o el orden de los signos; así lo entendieron los cabalistas y se
dedicaron a contar, combinar y permutar las letras de la Sagrada Escritura, urgidos por el
ansia de penetrar los arcanos de Dios, Dante, en el siglo XIII, declaró que todo pasaje de la
Biblia tiene cuatro sentidos, el literal, el alegórico, el moral y el anagógico; Escoto
Erígena, más consecuente con la noción de divinidad, ya había dicho que los sentidos de la
Escritura son infinitos, como los colores de la cola del pavo real. Los cabalistas hubieran
aprobado este dictamen; uno de los secretos que buscaron en el texto divino fue la creación
de seres orgánicos. De los demonios se dijo que podían formar criaturas grandes y macizas,
como el camello, pero no finas y delicadas, y el rabino Eliezer les negó la facultad de
producir algo de tamaño inferior a un grano de cebada. Golem se llamó al hombre creado
por combinaciones de letras; la palabra significa, literalmente, una materia amorfa o sin
vida.
En el Talmud (Sanhedrin, 65, b) se lee:
Si los justos quisieran crear un mundo, podrían hacerlo. Combinando las letras de
los inefables nombres de Dios, Rava consiguió crear un hombre y lo mandó a Rav
Zera. Éste le dirigió la palabra; como el hombre no respondía, el rabino le dijo:
—Eres una creación de la magia; vuelve a tu polvo.
Dos maestros solían cada viernes estudiar las Leyes de la Creación y crear un
ternero de tres años, que luego aprovechaban para la cena.1
La fama occidental del Golem es obra del escritor austriaco Gustav Meyrink, que en el
quinto capítulo de su novela onírica Der Golem (1915) escribe así:
El origen de la historia remonta al siglo XVII. Según perdidas fórmulas de la
cábala, un rabino2 construyó un hombre artificial —el llamado Golem— para que
éste tañera las campanas en la sinagoga e hiciera los trabajos pesados. No era, sin
embargo, un hombre como los otros y apenas lo animaba una vida sorda y
vegetativa. Ésta duraba hasta la noche y debía su virtud al influjo de una inscripción
mágica, que le ponían detrás de los dientes y que atraía las libres fuerzas siderales del
universo. Una tarde, antes de la oración de la noche, el rabino se olvidó de sacar el
sello de la boca del Golem y éste cayó en un frenesí, corrió por las callejas oscuras y
destrozó a quienes se le pusieron delante. El rabino, al fin, lo atajó y rompió el sello
que lo animaba. La criatura se desplomó. Sólo quedó la raquítica figura de barro, que
aún hoy se muestra en la sinagoga de Praga.
Eleazar de Worms ha conservado la fórmula necesaria para construir un Golem. Los
pormenores de la empresa abarcan veintitrés columnas en folio y exigen el conocimiento
de los «alfabetos de las 221 puertas» que deben repetirse sobre cada órgano del Golem. En
la frente se tatuará la palabra emet, que significa verdad. Para destruir la criatura, se
borrará la letra inicial, porque así queda la palabra met, que significa muerto.
1. Parejamente, Schopenhauer escribe: «En la página 325 del primer tomo de su
Zauberbibliothek (Biblioteca Mágica), Horst compendia así la doctrina de la visionaria inglesa
Jane Lead: Quien posee fuerza mágica, puede, a su arbitrio, dominar y renovar el reino
mineral, el reino vegetal y el reino animal; bastaría, por consiguiente, que algunos magos se
pusieran de acuerdo para que toda la Creación retornara al estado paradisíaco.» (Sobre la
Voluntad en la Naturaleza, VII.)
2. Judah Loew ben Bezabel.
EL GRIFO
Monstruos alados dice de los grifos Heródoto, al referir su guerra continua con los
arimaspos; casi tan impreciso es Plinio que habla de las largas orejas y del pico curvo de
estos «pájaros fabulosos» (X, 70). Quizá la descripción más detallada es la del
problemático Sir John Mandeville, en el capítulo 85 de sus famosos Viajes:
De esta tierra [Turquía] los hombres irán a la tierra de Bactria, donde hay hombres
malvados y astutos, y en esa tierra hay árboles que dan lana, como si fueran ovejas,
de la que hacen tela. En esa tierra hay ypotains [hipopótamos] que a veces moran en
la tierra, a veces en el agua, y son mitad hombre y mitad caballo, y sólo se alimentan
de hombres, cuando los consiguen. En esa tierra hay muchos grifos, más que en otros
lugares, y algunos dicen que tienen el cuerpo delantero de águila, y el trasero de león,
y tal es la verdad, porque así están hechos; pero el grifo tiene el cuerpo mayor que
ocho leones y es más robusto que cien águilas. Porque sin duda llevará volando a su
nido un caballo con el jinete, o dos bueyes uncidos cuando salen a arar, porque tiene
grandes uñas en los pies, del grandor de cuerpos de bueyes, y con éstas hacen copas
para beber, y con las costillas, arces para tirar.
En Madagascar, otro famoso viajero, Marco Polo, oyó hablar del roc y al principio
entendió que se referían al ucello grifone, al pájaro grifo (Milione, CLXVIII).
En la Edad Media, la simbología del grifo es contradictoria. Un bestiario italiano dice
que significa el demonio; en general, es emblema de Cristo, y así lo explica Isidoro de
Sevilla en sus Etimologías: «Cristo es león porque reina y tiene la fuerza; águila porque,
después de la resurrección, sube al cielo.»
En el canto XXIX del Purgatorio, Dante sueña un carro triunfal tirado por un grifo; la
parte de águila es de oro, la de león es blanca, mezclada con bermejo, por significar, según
los comentadores, la naturaleza humana de Cristo.1 (Blanco mezclado con bermejo, da el
color de la carne.)
Otros entienden que Dante quería simbolizar el Papa, que es sacerdote y rey. Escribe
Didron, en su Iconografía Cristiana: «El Papa, como pontífice o águila, se eleva hasta el
trono de Dios a recibir sus órdenes, y como león o rey anda por la tierra con fortaleza y con
vigor.»
1. Éstos recuerdan la descripción del Esposo
El cien cabezas es un pez creado por el karma de unas palabras, por su póstuma
repercusión en el tiempo. Una de las biografías chinas del Buddha refiere que éste se
encontró con unos pescadores, que tironeaban de una red. Al cabo de infinitos esfuerzos,
sacaron a la orilla un enorme pez, con una cabeza de mono, otra de perro, otra de caballo,
otra de zorro, otra de cerdo, otra de tigre, y así hasta el número cien. El Buddha le
preguntó:
—¿No eres Kapila?
—Soy Kapila —respondieron las cien cabezas antes de morir.
El Buddha explicó a los discípulos que en una encarnación anterior, Kapila era un
brahmán que se había hecho monje y que a todos había superado en la inteligencia de los
textos sagrados. A veces, los compañeros se equivocaban y Kapila les decía cabeza de
mono, cabeza de perro, etc. Cuando murió, el karma de esas invectivas acumuladas lo hiEn Babilonia, Ezequiel vio en una visión cuatro animales o ángeles, «y cada uno tenía
cuatro rostros, y cuatro alas» y «la figura de sus rostros era rostro de hombre, y rostro de
león a la parte derecha, y rostro de buey a la parte izquierda, y los cuatro tenían asimismo
rostro de águila.» Caminaban donde los llevara el espíritu, «cada uno en derecho de su
rostro», o de sus cuatro rostros, tal vez creciendo mágicamente, hacia los cuatro rumbos.
Cuatro ruedas «tan altas que eran horribles» seguían a los ángeles y estaban llenas de ojos
alrededor.
Memorias de Ezequiel inspiraron los animales de la Revelación de San Juan, en cuyo
capítulo IV se lee:
Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y en medio
del trono; y al derredor del trono cuatro animales llenos de ojos delante y detrás. Y el
primer animal era semejante a un león, y el segundo animal, semejante a un becerro,
y el tercer animal tenía la cara como hombre, y el cuarto animal, semejante al águila
que vuela. Y los cuatro animales tenían cada uno por sí seis alas al derredor; y de
dentro estaban llenos de ojos; y no tenían reposo día ni noche, diciendo: Santo,
Santa, Santo es el Señor Dios Todopoderoso, que era, y que es, y que ha de venir.
En el Zohar o Libro del Esplendor se agrega que los cuatro animales se llaman Haniel,
Kafziel, Azriel y Aniel, y que miran al Oriente, al Norte, al Sur y al Occidente.
Stevenson preguntó que si tales cosas había en el Cielo, qué no habría en el Infierno.
Del pasaje anterior del Apocalipsis derivó Chesterton su ilustre metáfora de la noche: «un
monstruo hecho de ojos».
Hayoth (seres vivientes) se llaman los ángeles cuádruples del Libro de Ezequiel; para el
Sefer Yetsirah, son los diez números que sirvieron, con las veintidós letras del alfabeto,
para crear este mundo; para el Zohar, descendieron de la región superior, coronados de
letra

De los cuatro rostros de los Hayoth derivaron los evangelistas sus símbolos; a Mateo le
tocó el ángel, a veces humano y barbado; a Marcos, el león; a Lucas, el buey; a Juan, el
águila. San Gerónimo, en su comentario a Ezequiel, ha procurado razonar estas
atribuciones. Dice que a Mateo le fue dado el ángel (el hombre), porque destacó la
naturaleza humana del Redentor; a Marcos, el león, porque declaró su dignidad real; a
Lucas, el buey, emblema de sacrificio, porque mostró su carácter sacerdotal; a Juan, el
águila, por su vuelo ferviente.
Un investigador alemán, el doctor Richard Hennig, busca el remoto origen de estos
emblemas en cuatro signos del Zodíaco, que distan noventa grados uno del otro. El león y
el toro no ofrecen la menor dificultad; el ángel ha sido identificado con Acuario, que tiene
cara de hombre, y el águila de Juan con Escorpio, rechazado por juzgarse de mal agüero.
Nicolás de Vore, en su Diccionario de Astrología propone también esta hipótesis y observa
que las cuatro figuras se juntan en la esfinge, que puede tener cabeza humana, cuerpo de
toro, garras y cola de león y alas de águila.
LA BANSHEE
Nadie parece haberla visto; es menos una forma que un gemido que da horror a las
noches de Irlanda y (según la Demonología y Hechicería de Sir Walter Scott) de las
regiones montañosas de Escocia. Anuncia al pie de las ventanas, la muerte de algún
miembro de la familia. Es privilegio peculiar de ciertos linajes de pura sangre celta, sin
mezcla latina, sajona o escandinava. La oyen también en Gales y en Bretaña. Pertenece a la
estirpe de las hadas. Su gemido lleva el nombre de keening.
EL HIPOGRIFO
Para significar imposibilidad o incongruencia, Virgilio habló de encastar caballos con
grifos. Cuatro siglos después, Servio el comentador afirmó que los grifos son animales que
de medio cuerpo arriba son águilas, y de medio abajo, leones. Para dar mayor fuerza al
texto, agregó que aborrecen a los caballos... Con el tiempo, la locución Jungentur jam
grypes equis1 llegó a ser proverbial; a principios del siglo XVI, Ludovico Ariosto la recordó
e inventó al hipogrifo. Águila y león conviven en el grifo de los antiguos; caballo y grifo
en el hipogrifo ariostesco, que es un monstruo o una imaginación de segundo grado. Pietro
Micheli hace notar que es más armonioso que el caballo con alas.
Su descripción puntual, escrita para un diccionario de zoología fantástica, consta en el
Orlando Furioso:
No es fingido el corcel, sino natural, porque un grifo lo engendró en una yegua.
Del padre tiene la pluma y las alas, las patas delanteras, el rostro y el pico; las otras
partes, de la madre y se llama Hipogrifo. Vienen (aunque, a decir verdad, son muy
raros) de los montes Rifeos, más allá de los mares glaciales.
La primera mención de la extraña bestia es engañosamente casual:
Cerca de Rodona vi un caballero que tenía un gran corcel alado.
Otras octavas dan el estupor y el prodigio del caballo que vuela. Ésta es famosa:
E vede l’oste e tutta la famiglia,
E chi a finestre a chi fuor ne la via,
Tener levati al ciel occhi e le ciglia,
Come l’Ecclisse a la Cometa sia.
Vede la Donna un’alta maraviglia,
Che di leggier creduta non saria:
Vede passar un gran destriero alato,
Che porta in aria un cavalliero armato.
(Y vio al huésped y a toda la familia,
Ya otros en las ventanas y en las calles,
Que elevaban al cielo los ojos y las cejas,
Como si hubiera un eclipse o un cometa.
Vio la mujer una alta maravilla,
Que no sería fácil de creer:
Vio pasar un gran corcel alado,
Que llevaba por los aires a un caballero armado.)
Astolfo, en uno de los cantos finales, desensilla el hipogrifo y lo suelta.
1. Cruzar grifos con caballos.
HAOKAH, DIOS DEL TRUENO
Entre los indios sioux, Haokah usaba los vientos como palillos para que resonara el
tambor del trueno. Sus cuernos demostraban que era también dios de la caza. Lloraba
cuando estaba contento; reía cuando triste. Sentía el frío como el calor y el calor como frío.
LA HIDRA DE LERNA
Tifón (hijo disforme de la Tierra y del Tártaro) y Equidna, que era mitad hermosa mujer
y mitad serpiente, engendraron la hidra de Lerna. Cien cabezas le cuenta Diódoro el
historiador; nueve, la Biblioteca de Apolodoro. Lemprière nos dice que esta última cifra es
la más recibida; lo atroz es que, por cada cabeza cortada, dos le brotaban en el mismo
lugar. Se ha dicho que las cabezas eran humanas y que la del medio era eterna. Su aliento
envenenaba las aguas y secaba los campos. Hasta cuando dormía, el aire ponzoñoso que la
rodeaba podía ser la muerte de un hombre. Juno la crió para que se midiera con Hércules.
Esta serpiente parecía destinada a la eternidad. Su guarida estaba en los pantanos de
Lerna. Hércules y Yolao la buscaron; el primero le cortó las cabezas y el otro fue
quemando con una antorcha las heridas sangrantes. A la última cabeza, que era inmortal,
Hércules la enterró bajo una gran piedra, y donde la enterraron estará ahora, odiando y
soñando.
En otras aventuras con otras fieras, las flechas que Hércules mojó en la hiel de la hidra
causaron heridas mortales.
Un cangrejo, amigo de la hidra, mordió durante la pelea el talón del héroe. Éste lo
aplastó con el pie. Juno lo subió al cielo, y ahora es una constelación y el signo de cáncer.
LA MANDRÁGORA
Como el borametz, la planta llamada mandrágora confina con el reino animal, porque
grita cuando la arrancan; ese grito puede enloquecer a quienes lo escuchan (Romeo y
Julieta, IV, 3). Pitágoras la llamó antropomorfa: el agrónomo latino Lucio Columela, semihomo,
y Alberto Magno pudo escribir que las mandrágoras figuran la humanidad, con la
distinción de los sexos. Antes, Plinio había dicho que la mandrágora blanca es el macho y
la negra es la hembra. También, que quienes la recogen trazan alrededor tres círculos con
la espada y miran al poniente; el olor de las hojas es tan fuerte que suele dejar mudas a las
personas. Arrancarla era correr el albur de espantosas calamidades; el último libro de la
Guerra Judía de Flavio Josefo nos aconseja recurrir a un perro adiestrado. Arrancada la
planta, el animal muere, pero las hojas sirven para fines narcóticos, mágicos y laxantes.
La supuesta forma humana de las mandrágoras ha sugerido a la superstición que éstas
crecen al pie de los patíbulos. Browne (Pseudodoxia Epidemica, 1646) habla de la grasa de
los ahorcados; el novelista popular Hanns Heinz Ewers (Alraune, 1913), de la simiente.
Mandrágora, en alemán, es alraune; antes se dijo alruna; la palabra trae su origen de runa,
que significó misterio, cosa escondida, y se aplicó después a los caracteres del primer
alfabeto germánico.
El Génesis (XXX, 14) incluye una curiosa referencia a las virtudes generativas de la
mandrágora. En el siglo XII, un comentador judío-alemán del Talmud escribe este párrafo:
Una especie de cuerda sale de una raíz en el suelo y a la cuerda está atado por el
ombligo, como una calabaza, o melón, el animal llamado yadu’a, pero el yadu’a es
en todo igual a los hombres: cara, cuerpo, manos y pies. Desarraiga y destruye todas
las cosas, hasta donde alcanza la cuerda. Hay que romper la cuerda con una flecha, y
entonces muere el animal.
El médico Discórides identificó la mandrágora con la circea, o hierba de Circe, de la
que se lee en la Odisea, en el libro X; «La raíz es negra, pero la flor es como la leche. Es
difícil empresa para los hombres arrancarla del suelo, pero los dioses son todopoderosos.»
EL KAMI
Según un pasaje de Séneca, Tales de Mileto enseñó que la tierra flota en el agua, como
una embarcación, y que el agua, agitada por las tormentas, causa los terremotos. Otro
sistema sismológico nos proponen los historiadores, o mitólogos, japoneses del siglo VIII. En una página famosa se lee:
Bajo la Tierra —de llanuras juncosas— yacía un Kami (un ser sobrenatural) que
tenía la forma de un barbo y que, al moverse, hacía que temblara la tierra hasta que el
Magno Dios de la Isla de Ciervos hundió la hoja de su espada en la tierra y le
atravesó la cabeza. Cuando el Kami se agita, el Magno Dios se apoya en la
empuñadura y el Kami vuelve a la quietud.
(El pomo de la espada, labrado en piedra, sobresale del suelo a unos pocos pasos del
templo de Kashima. Seis días y seis noches cavó en el siglo XVIII un señor feudal, sin dar
con el fin de la hoja.)
Para el vulgo, el Jinshin-Uwo, o Pez de los Terremotos, es una anguila de setecientas
millas de largo que lleva el Japón en el lomo. Corre de Norte a Sur; la cabeza viene a
quedar bajo Kioto, la punta de la cola bajo Awomori. Algún racionalista se ha permitido
invertir ese rumbo, porque en el Sur abundan los terremotos y resulta más fácil imaginar un
movimiento de la cola. De algún modo, este animal es análogo al Bahamut de las
tradiciones arábigas y al Midgardsorm de la Edda.
En ciertas regiones lo sustituye sin ventaja apreciable el Escarabajo de los Terremotos,
el Jinshin-Mushi. Tiene cabeza de dragón, diez patas de araña y está recubierto de
escamas. Es bestia subterránea no submarina.
EL MINOTAURO
La idea de una casa hecha para que la gente se pierda es tal vez más rara que la de un
hombre con cabeza de toro, pero las dos se ayudan y la imagen del laberinto conviene a la
imagen del minotauro. Queda bien que en el centro de una casa monstruosa haya un
habitante monstruoso.
El minotauro, medio toro y medio hombre, nació de los amores de Pasifae, reina de
Creta, con un toro blanco que Poseidón hizo salir del mar. Dédalo, autor del artificio que
permitió que se realizaran tales amores, construyó el laberinto destinado a encerrar y a
ocultar al hijo monstruoso. Éste comía carne humana; para su alimento, el rey de Creta
exigió anualmente de Atenas un tributo de siete mancebos y de siete doncellas. Teseo
decidió salvar a su patria de aquel gravamen y se ofreció voluntariamente. Ariadna, hija del
rey, le dio un hilo para que no se perdiera en los corredores; el héroe mató al minotauro y
pudo salir del laberinto.
Ovidio, en un pentámetro que trata de ser ingenioso, habla del hombre mitad toro y toro
mitad hombre; Dante, que conocía las palabras de los antiguos pero no sus monedas y
monumentos, imaginó al minotauro con cabeza de hombre y cuerpo de toro (Infierno, XII:
1-30).
El culto del toro y de la doble hacha (cuyo nombre era labrys, que luego pudo dar
laberinto) era típico de las religiones prehelénicas, que celebraban tauromaquias sagradas.
Formas humanas con cabeza de toro figuraron, a juzgar por las pinturas murales, en la
demonología cretense. Probablemente, la fábula griega del minotauro es una tardía y torpe
versión de mitos antiquísimos, la sombra de otros sueños aún más horribles.
LA MADRE DE LAS TORTUGAS
Veintidós siglos antes de la era cristiana, el justo emperador Yü el Grande recorrió y
midió con sus pasos las Nueve Montañas, los Nueve Ríos y los Nueve Pantanos y dividió
la tierra en Nueve Regiones, aptas para la virtud y la agricultura. Sujetó así las Aguas que
amenazaban inundar el Cielo y la Tierra; los historiadores refieren que la división que
impuso al mundo de los hombres le fue revelada por una tortuga sobrenatural o angelical
que salió de un arroyo. Hay quien afirma que este reptil, madre de todas las tortugas,
estaba hecho de agua y de fuego; otros le atribuyen una sustancia harto menos común: la
luz de las estrellas que forman la constelación del Sagitario. En el lomo se leía un tratado
cósmico titulado el Hong Fan (Regla General) o un diagrama de las Nueve Subdivisiones
de ese tratado, hecho de puntos blancos y negros.
Para los chinos, el cielo es hemisférico y la tierra es cuadrangular; por ello, descubren
en las tortugas una imagen o modelo del universo. Las tortugas participan, por lo demás, de
la longevidad de lo cósmico; es natural que las incluyan entre los animales espirituales
(junto al unicornio, al dragón, al fénix y al tigre) y que los augures busquen presagios en su
caparazón.
Than-Qui (tortuga-genio) es el nombre de la que reveló el Hong Fan al emperador.
LOS MONÓCULOS
Antes de ser nombre de un instrumento, la palabra monóculo se aplicó a quienes tenían
un solo ojo. Así, en un soneto redactado a principios del siglo XVII, Góngora pudo hablar
del
Monóculo galán de Galatea.
Se refería, claro está, a Polifemo, de quien antes dijo en la Fábula:
Un monte era de miembros eminente
Este que, de Neptuno hijo fiero,
De un ojo ilustre el orbe de su frente,
Émulo casi del mayor lucero;
Cíclope a quien el pino más valiente
Bastón le obedecía tan ligero,
Y al grave peso junco tan delgado,
Que un día era bastón y otro, caiado.
Negro el cabello, imitador undoso
De las obscuras aguas del Leteo,
Al viento que le peina proceloso
Vuela sin orden, pende sin aseo;
Un torrente es su barba impetuoso
Que, adusto hijo de este Pirineo,
Su pecho inunda, o tarde o mal o en vano
Surcada aún de los dedos de su mano...
Estos versos exageran y debilitan a otros del tercer libro de la Eneida (alabados por
Quintiliano) que a su vez exageran y debilitan a otros del noveno libro de la Odisea. Esta
declinación literaria corresponde a una declinación de la fe poética; Virgilio quiere
impresionar con su Polifemo, pero apenas cree en él, y Góngora sólo cree en lo verbal o en
los artificios verbales.
La nación de los cíclopes no era la única que tenía un solo ojo; Plinio (VII, 2) también
hace mención de los arimaspos,
hombres notables por tener sólo un ojo, y éste en la mitad de la frente. Viven en
perpetua guerra con los grifos, especie de monstruos alados, para arrebatarles el oro
que éstos extraen de las entrañas de la tierra y que defienden con no menos codicia
que la que ponen los arimaspos en despojarlos.
Quinientos años antes, el primer enciclopedista, Heródoto de Halicarnaso, había escrito:
Por el lado del Norte, parece que hay en Europa copiosísima abundancia de oro,
pero no sabré decir dónde se halla ni de dónde se extrae. Se cuenta que lo roban a los
grifos los monóculos arimaspos; pero es harto grosera la fábula para que pueda
creerse que existan en el mundo, hombres que tienen un solo ojo en la cara y son en
lo restante como los demás (III, 116).
EL MANTÍCORA
Plinio (VIII, 30) refiere que, según Ctesias, médico griego de Artajerjes Mnemón,
hay entre los etíopes un animal llamado Mantícora; tiene tres filas de dientes que
calzan entre sí como los de un peine, cara y orejas de hombre, ojos azules, cuerpo
carmesí de león y cola que termina en un aguijón, como los alacranes. Corre con
suma rapidez y es muy aficionado a la carne humana; su voz es parecida a la
consonancia de la flauta y de la trompeta.
Flaubert ha mejorado esta descripción; en las últimas páginas de la Tentación de San
Antonio se lee:
El Mantícora (gigantesco león rojo, de rostro humano, con tres filas de dientes):
—Los tornasoles de mi pelaje escarlata se mezclan a la reverberación de las
grandes arenas. Soplo por mis narices el espanto de las soledades. Escupo la peste.
Devoro los ejércitos, cuando éstos se aventuran en el desierto. Mis uñas están
retorcidas como barrenos, mis dientes están tallados en sierra; y mi cola, que gira,
está erizada de dardos que lanzo a derecha, a izquierda, para adelante, para atrás.
¡Mira, mira!
El Mantícora arroja las púas de la cola, que irradian como flechas en todas
direcciones. Llueven gotas de sangre sobre el follaje.
LOS GNOMOS
Son más antiguos que su nombre, que es griego, pero que los clásicos ignoraron, porque
data del siglo XVI. Los etimólogos lo atribuyeron al alquimista suizo Paracelso, en cuyos
libros aparece por vez primera.
Son duendes de la tierra y de las montañas. La imaginación popular los ve como enanos
barbudos, de rasgos toscos y grotescos; usan ropa ajustada de color pardo y capuchas
monásticas. A semejanza de los grifos de la superstición helénica y oriental y de los
dragones germánicos, tienen la misión de custodiar tesoros ocultos.
Gnosis, en griego, es conocimiento; se ha conjeturado que Paracelso inventó la palabra
gnomo, porque éstos conocían, y podían revelar a los hombres el preciso lugar en que los
metales estaban escondidos.
EL MONO DE LA TINTA
Este animal abunda en las regiones del Norte y tiene cuatro o cinco pulgadas de
largo; está dotado de un instinto curioso; los ojos son como cornalinas, y el pelo es
negro azabache, sedoso y flexible, suave como una almohada. Es muy aficionado a la
tinta china, y cuando las personas escriben, se sienta con una mano sobre la otra y las
piernas cruzadas esperando que hayan concluido y se bebe el sobrante de la tinta.
Después vuelve a sentarse en cuclillas, y se queda tranquilo.
WANG TA-HAI (1791).
RÉMORA
Rémora, en latín, es demora. Tal es el recto sentido de esa palabra, que figuradamente
se aplicó a la echeneis, porque le atribuyeron la facultad de detener los barcos. El proceso
se invirtió en español; rémora, en sentido propio, es el pez y, en sentido figurado, el
obstáculo. La rémora es un pez de color ceniciento; sobre la cabeza y la nuca tiene una
placa oval, cuyas láminas cartilaginosas le sirven para adherirse a los demás cuerpos
submarinos, formando con ella el vacío. Plinio declara sus poderes:
Hay un pescado llamado la rémora, muy acostumbrado a andar entre piedras, el
cual, pegándose a las carenas, hace que las naos se muevan más tardas, y de aquí le
pusieron el nombre, y por esta causa es también infame hechicería, y para detener y
obscurecer los juicios y pleitos. Pero estos males los modera con un bien, porque
retiene en el vientre las criaturas hasta el parto. No es bueno ni se recibe para
manjares. Entiende Aristóteles tener este pescado pies, pues tiene puestas de tal
manera la multitud de sus escamas que lo parecen... Trebio Negro dice que este pez
es del largo de un pie y del grueso de cinco dedos y que detiene los navíos y, fuera de
esto, que poniéndole conservado en sal tiene la virtud que el oro caído en
profundísimos pozos lo saca pegado a él.1
Extraño es comprobar cómo de la idea de detener los barcos se llegó a la de detener los
pleitos y a la de detener las criaturas.
En otro lugar, Plinio refiere que una rémora decidió la suerte del Imperio Romano,
deteniendo en la batalla de Accio la galera en que Marco Antonio revistaba su escuadra, y
que otra rémora paró el navío de Calígula, a pesar del esfuerzo de los cuatrocientos
remeros. Soplan los vientos y se encolerizan las tempestades —exclama Plinio—, pero la
rémora sujeta su furia y ordena que los barcos se detengan en su carrera y alcanza lo que
no alcanzarían las más pesadas áncoras y los cables.
«No siempre vence la mayor fuerza. Al curso de una nave detiene una pequeña rémora»,
repite Diego de Saavedra Fajardo.2
1. 9-41: Versión de Gerónimo Gómez de Huerta. (1604).
2. Empresas Políticas, 84.
LA QUIMERA
La primera noticia de la Quimera está en el libro VI de la Ilíada. Ahí está escrito que era
de linaje divino y que por delante era un león, por el medio una cabra y por el fin una
serpiente; echaba fuego por la boca y la mató el hermoso Belerofonte, hijo de Glauco,
según lo habían presagiado los dioses. Cabeza de león, vientre de cabra y cola de serpiente,
es la interpretación más natural que admiten las palabras de Homero, pero la Teogonía de
Hesíodo la describe con tres cabezas, y así está figurada en el famoso bronce de Arezzo,
que data del siglo V. En la mitad del lomo está la cabeza de cabra, en una extremidad la de
serpiente, en otra la de león.
En el libro VI de la Eneida reaparece «la Quimera armada de llamas»; el comentador
Servio Honorato observó que, según todas las autoridades, el monstruo era originario de
Licia y que en esa región hay un volcán, que lleva su nombre. La base está infestada de
serpientes, en las laderas hay praderas y cabras, la cumbre exhala llamaradas y en ella
tienen su guarida los leones; la Quimera sería una metáfora de esa curiosa elevación.
Antes, Plutarco había sugerido que Quimera era el nombre de un capitán de aficiones
piráticas, que había hecho pintar en su barco un león, una cabra y una culebra.
Estas conjeturas absurdas prueban que la Quimera ya estaba cansando a la gente. Mejor
que imaginarla era traducirla en cualquier otra cosa. Era demasiado heterogénea; el león, la
cabra y la serpiente (en algunos textos, el dragón) se resistían a formar un solo animal. Con
el tiempo, la Quimera tiende a ser «lo quimérico»; una broma famosa de Rabelais («Si una
quimera, bamboleándose en el vacío, puede comer segundas intenciones») marca muy bien
la transición. La incoherente forma desaparece y la palabra queda, para significar lo
imposible. Idea falsa, vana imaginación, es la definición de quimera que ahora da el
diccionario.
LILITH
Porque antes de Eva fue Lilith, se lee en un texto hebreo. Su leyenda inspiró al poeta
inglés Dante Gabriel Rossetti (1728-1882) la composición de Eden Bower. Lilith era una
serpiente; fue la primera esposa de Adán y le dio glittering sons and radiant daughters
(hijos resplandecientes e hijas radiantes). Dios creó a Eva, después; Lilith, para vengarse
de la mujer humana de Adán, la instó a probar el fruto prohibido y a concebir a Caín,
hermano y asesino de Abel. Tal es la forma primitiva del mito, seguida por Rossetti. A lo
largo de la Edad Media, el influjo de la palabra layil, que en hebreo vale por noche, fue
transformándolo. Lilith dejó de ser una serpiente para ser un espíritu nocturno. A veces es
un ángel que rige la generación de los hombres; otras es demonios que asaltan a los que
duermen solos o a los que andan por los caminos. En la imaginación popular suele asumir
la forma de una alta mujer silenciosa, de negro pelo suelto.
EL PERITIO
Parece que la sibila de Eritrea afirmó en uno de sus oráculos que Roma sería destruida
por los peritios.
Al desaparecer dichos oráculos en el año 671 de nuestra era (fueron quemados
accidentalmente), quien se ocupó en restituirlos omitió el vaticinio y por ello en los
mismos no hay indicación alguna al respecto.
Ante tan oscuro antecedente, se hizo necesario buscar una fuente que arrojara mayor luz
sobre el particular. Así fue como tras mil y un inconvenientes se supo que en el siglo XVI
un rabino de Fez (con toda seguridad Aaron-Ben-Chaim) había publicado un folleto
dedicado a los animales fantásticos, donde traía a colación la obra de un autor árabe leída
por él, en la que se mencionaba la pérdida de un tratado sobre los peritios, al incendiar
Omar la biblioteca de Alejandría en el 640.
Si bien el rabino no ha dado el nombre del autor árabe, tuvo la feliz idea de transcribir
algunos párrafos de su obra, dejándonos una valiosa referencia del peritio.
A falta de mayores elementos, es juicioso limitarse a copiar textualmente dichos
párrafos; helos aquí:
...Los peritios habitan en la Atlántida y son mitad ciervos, mitad aves. Tienen del
ciervo la cabeza y las patas. En cuanto al cuerpo es un ave perfecta con sus
correspondientes alas y plumaje.
...Su más asombrosa particularidad consiste en que, cuando les da el sol, en vez de
proyectar la sombra de su figura, proyectan la de un ser humano, de donde algunos
concluyen que los peritios son espíritus de individuos que murieron lejos de la
protección de los dioses...
...se los ha sorprendido alimentándose de tierra seca..., vuelan en bandadas y se
los ha visto a gran altura en las Columnas de Hércules...
...ellos (los peritios) son temibles enemigos del género humano. Parece que
cuando logran matar a un hombre, inmediatamente su sombra obedece a su cuerpo y
alcanzan el favor de los dioses...
...Los que cruzaron las aguas con Escipión para vencer a Cartago estuvieron a
muy poco de fracasar en su empresa, pues durante la travesía apareció un grupo
compacto de peritios, que mataron a muchos...
...si bien nuestras armas son impotentes ante el peritio, el animal no puede matar a
más de un hombre...
...Se revuelca en la sangre de su víctima y luego huye hacia las alturas...
...En Ravena, donde los vieron hace pocos años, dicen que su plumaje es de color
celeste, lo cual me sorprende mucho por cuanto he leído que se trata de un verde muy
oscuro...
Aun cuando los párrafos que anteceden son suficientemente explícitos, es lamentable
que a nuestros días no haya llegado ninguna otra información atendible sobre los peritios.
El folleto del rabino que permitió esta descripción se hallaba depositado hasta antes de
la última Guerra Mundial en la Universidad de Munich. Doloroso resulta decirlo, pero en
la actualidad ese documento también ha desaparecido, no se sabe si a consecuencia de un
bombardeo o por obra de los nazis.
Es de esperar que, si fue esta última la causa de su pérdida, con el tiempo reaparezca
para adornar alguna biblioteca del mundo.
EL ZORRO CHINO
Para la zoología común, el zorro chino no difiere muchísimo de los otros; no así para la
zoología fantástica. Las estadísticas le dan un promedio de vida que oscila entre
ochocientos y mil años. Se lo considera de mal agüero y cada parte de su cuerpo goza de
una virtud especial. Le basta golpear la tierra con la cola para causar incendios, puede
prever el futuro y asumir muchas formas, preferentemente de ancianos, de jóvenes
doncellas y de eruditos. Es astuto, cauto y escéptico; su placer está en las travesuras y en
las tormentas. Los hombres, cuando mueren suelen trasmigrar con cuerpo de zorros. Su
morada está cerca de los sepulcros. Existen miles de leyendas sobre él; transcribimos una,
que no carece de humorismo: Wang vio dos zorros parados en las patas traseras y
apoyados contra un árbol. Uno de ellos tenía una hoja de papel en la mano y se reían como
compartiendo una broma. Trató de espantarlos, pero se mantuvieron firmes y él disparó
contra el del papel; lo hirió en el ojo y se llevó el papel. En la posada refirió su aventura a
los otros huéspedes. Mientras estaba hablando entró un señor, que tenía un ojo lastimado.
Escuchó con interés el cuento de Wang y pidió que le mostraran el papel. Wang ya iba a
mostrárselo, cuando el posadero notó que el recién venido tenía cola. ¡Es un zorro!,
exclamó y en el acto el señor se convirtió en un zorro y huyó. Los zorros intentaron
repetidas veces recuperar el papel, que estaba cubierto de caracteres indescifrables, pero
fracasaron. Wang resolvió volver a su casa. En el camino se encontró con toda su familia,
que se dirigía a la capital. Declararon que él les había ordenado ese viaje, y su madre le
mostró la carta en que le pedía que vendiera todas las propiedades y se reuniera con él en la
capital. Wang examinó la carta y vio que era una hoja en blanco. Aunque ya no tenían
techo que los cobijara, Wang ordenó: Regresemos.
Un día apareció un hermano menor que todos habían dado por muerto. Preguntó por las
desgracias de la familia y Wang le refirió toda la historia. Ah, dijo el hermano, cuando
Wang llegó a su aventura con los zorros, ahí está la raíz de todo el mal. Wang mostró el
documento. Arrancándoselo, su hermano lo guardó con apuro. Al fin he recobrado lo que
buscaba, exclamó y, convirtiéndose en un zorro, se fue.
FAUNA CHINA
El chiang-liang tiene cabeza de tigre, cara de hombre, cuatro vasos, largas
extremidades, y una culebra entre los dientes.
En la región al oeste del Agua Roja habita el animal llamado ch’ou-t’i que tiene
una cabeza de cada lado.
Los habitantes de Ch’uan-T’ou tienen cabeza humana, alas de murciélago y pico
de pájaro. Se alimentan exclusivamente de pescado crudo.
El hsiao es como la lechuza, pero tiene cara de hombre, cuerpo de mono y cola de
perro. Su aparición presagia rigurosas sequías.
Los hsing-hsing son como monos. Tienen caras blancas y orejas puntiagudas.
Caminan erectos como hombres, y trepan a los árboles.
El hsing-t’ien es un ser acéfalo que, habiendo combatido contra los dioses, fue
decapitado y quedó para siempre sin cabeza. Tiene los ojos en el pecho y su ombligo
es su boca. Brinca y salta en los descampados, blandiendo su escudo y su hacha.
El pez hua o pez serpiente voladora, parece un pez, pero tiene alas de pájaro. Su
aparición presagia la sequía.
El hui de las montañas parece un perro con cara de hombre. Es muy buen saltador
y se mueve con la rapidez de una flecha; por ello se considera que su aparición
presagia tifones. Se ríe burlonamente cuando ve al hombre.
Los habitantes del país de los brazos largos tocan el suelo con las manos. Se
mantienen atrapando peces en la orilla del mar.
Los hombres marinos tienen cabeza y brazos de hombre, y cuerpo y cola de pez.
Emergen a la superficie de las Aguas Fuertes.
La serpiente musical tiene cabeza de serpiente y cuatro alas. Hace un ruido como
el de la piedra musical.
El ping-feng, que habita en el país del Agua Mágica, parece un cerdo negro, pero
tiene una cabeza en cada extremo.
El caballo celestial parece un perro blanco con cabeza negra. Tiene alas carnosas
y puede volar.
En la región del brazo raro, las personas tienen un brazo y tres ojos. Son
notablemente hábiles y fabrican carruajes voladores, en los que viajan por el viento.
El ti-chiang es un pájaro sobrenatural que habita en las Montañas Celestiales. Es
del color bermejo, tiene seis patas y cuatro alas, pero no tiene ni cara ni ojos.
TAI P’ING KUANG CHI.
EL MONSTRUO AQUERONTE

Un solo hombre, una sola vez, vio al monstruo Aqueronte; el hecho se produjo en el
siglo XII, en la ciudad de Cork. El texto original de la historia, escrito en irlandés, se ha
perdido, pero un monje benedictino de Regensburg (Ratisbona) lo tradujo al latín y de esa
traducción el relato pasó a muchos idiomas y, entre otros, al sueco y al español. De la
versión latina quedan cincuenta y tantos manuscritos, que concuerdan en lo esencial. Visio
Tundali (Visión de Tundal) es su nombre, y se la considera una de las fuentes del poema de
Dante.
Empecemos por la voz aqueronte. En el décimo libro de la Odisea, es un río infernal y
fluye en los confines occidentales de la tierra habitable. Su nombre retumba en la Eneida,
en la Farsalia de Lucano y en las Metamorfosis de Ovidio. Dante; lo graba en un verso:
Su la trista riviera d’Acheronte.
Una tradición hace de él un titán castigado; otra, de fecha posterior, lo sitúa no lejos del
polo austral, bajo las constelaciones de las antípodas. Los etruscos tenían libros fatales que
enseñaban la adivinación, y libros aquerónticos que enseñaban los caminos del alma
después de la muerte del cuerpo. Con el tiempo, el aqueronte llega a significar el infierno.
Tundal era un joven caballero irlandés, educado y valiente, pero de costumbres no
irreprochables. Se enfermó en casa de una amiga y durante tres días y tres noches lo
tuvieron por muerto, salvo que guardaba en el corazón un poco de calor. Cuando volvió en
sí, refirió que el ángel de la guarda le había mostrado las regiones ultraterrenas. De las
muchas maravillas que vio, la que ahora nos interesa es el monstruo Aqueronte.
Éste es mayor que una montaña. Sus ojos llamean y su boca es tan grande que nueve
mil hombres cabrían en ella. Dos réprobos, como dos pilares o atlantes, la mantienen
abierta; uno está de pie, otro de cabeza. Tres gargantas conducen al interior; las tres
vomitan fuego que no se apaga. Del vientre de la bestia sale la continua lamentación de
infinitos réprobos devorados. Los demonios dicen a Tundal que el monstruo se llama
Aqueronte. El ángel de la guarda desaparece y Tundal es arrastrado con los demás. Dentro
de Aqueronte hay lágrimas, tinieblas, crujir de dientes, fuego, ardor intolerable, frío
glacial, perros, osos, leones y culebras. En esta leyenda, el Infierno es un animal con otros
animales adentro.
En 1758, Emanuel Swedenborg escribió: «No me ha sido otorgado ver la forma general
del Infierno, pero me han dicho que de igual manera que el Cielo tiene forma humana, el
Infierno tiene la forma de un demonio.»
LOS NAGAS
Los nagas pertenecen a las mitologías del Indostán. Se trata de serpientes, pero suelen
asumir forma humana.
Arjuna, en uno de los libros del Mahabharata, es requerido por Ulupi, hija de un rey
naga, y quiere hacer valer su voto de castidad; la doncella le recuerda que su deber es
socorrer a los infelices; y el héroe le concede una noche. Buddha, meditando bajo la
higuera, es castigado por el viento y la lluvia; un naga compasivo se le enrosca siete veces
alrededor y despliega sobre él sus siete cabezas, a manera de un techo. El Buddha lo
convierte a su fe.
Kern, en su Manual del Budismo Indio, define a los nagas como serpientes parecidas a
nubes. Habitan bajo tierra, en hondos palacios. Los sectarios del Gran Vehículo refieren
que el Buddha predicó una ley a los hombres y otra a los dioses, y que ésta —la
esotérica— fue guardada en los cielos y palacios de las serpientes, que la entregaron, siglos
después, al monje Nagarjuna.
He aquí una leyenda, recogida en la India por el peregrino Fa Hsien, a principios del
siglo V:
El Rey Asoka llegó a un lago, cerca del cual había una torre. Pensó destruirla para
edificar otra más alta. Un brahmán lo hizo penetrar en la torre y, una vez dentro, le
dijo:
—Mi forma humana es ilusoria; soy realmente un naga, un dragón. Mis culpas
hacen que yo habite este cuerpo espantoso, pero observo la ley que ha dictado el
Buddha y espero redimirme. Puedes destruir este santuario, si te crees capaz de erigir
otro que sea mejor.
Le mostró los vasos del culto. El rey los miró con alarma, porque eran muy
distintos de los que fabrican los hombres, y desistió de su propósito.
LA ÓCTUPLE SERPIENTE
La óctuple serpiente de Koshi atrozmente figura en los mitos cosmogónicos del Japón.
Ocho cabezas y ocho colas tenía; sus ojos eran del color rojo oscuro de las cerezas; pinos y
musgo le crecían en el lomo, y abetos en las frentes. Al reptar, abarcaba ocho valles y ocho
colinas; su vientre siempre estaba manchado de sangre. Siete doncellas, que eran hijas de
un rey, había devorado en siete años y se aprestaba a devorar la menor, que se llamaba
Peine-Arrozal. La salvó un dios, llamado Valeroso-Veloz-Impetuoso-Macho. Este paladín
construyó un gran cercado circular de madera, con ocho plataformas. En cada plataforma
puso un tonel, lleno de cerveza de arroz. La óctuple serpiente acudió, metió una cabeza en
cada tonel, bebió con avidez y no tardó en quedarse dormida. Entonces Valeroso-Veloz-
Impetuoso-Macho le cortó las ocho cabezas. De las heridas brotó un río de sangre. En la
cola de la serpiente se halló una espada, que aún se venera en el Gran Santuario de Atsuta.
Estas cosas ocurrieron en la montaña que antes se llamó de la Serpiente y ahora de Ocho
Nubes; el ocho, en el Japón, es cifra sagrada y significa muchos. El papel-moneda del
Japón aún conmemora la muerte de la serpiente.
Inútil agregar que el redentor se casó con la redimida, como Perseo con Andrómeda.
En su versión inglesa de las cosmogonías y teogonías del Japón (The Sacred Scriptures
of the Japanese, Nueva York, 1952), Post Wheeler recuerda los mitos análogos de la hidra,
de Fafnir y de la diosa egipcia Hathor, a quien un dios embriagó con cerveza color de
sangre, para librar de la aniquilación a los hombres.
EL MIRMECOLEÓN
Un animal inconcebible es el mirmecoleón, definido así por Flaubert: «León por
delante, hormiga por detrás, y con las pudendas al revés.» La historia de este monstruo es
curiosa. En las escrituras se lee: «El viejo león perece por falta de presa» (Job, 4:11). El
texto hebreo trae layish por león; esta palabra anómala parecía exigir una traducción que
también fuese anómala; los Setenta recordaron un león arábigo que Eliano y Estrabón
llaman myrmex y forjaron la palabra mirmecoleón.
Al cabo de unos siglos, esta derivación se perdió. Myrmex, en griego, vale por hormiga;
de las palabras enigmáticas «El león-hormiga perece por falta de presa» salió una fantasía
que los bestiarios medievales multiplicaron:
El fisiólogo trata del león-hormiga; el padre tiene forma de león, la madre de
hormiga; el padre se alimenta de carne, y la madre de hierbas. Y éstos engendran el
león-hormiga, que es mezcla de los dos y que se parece a los dos, porque la parte
delantera es de león, la trasera de hormiga. Así conformado, no puede comer carne,
como el padre, ni hierbas, como la madre; por consiguiente muere.
YOUWARKEE
En su Breve Historia de la Literatura Inglesa, Saintsbury considera que Youwarkee es
una de las heroínas más deliciosas de esa literatura. Mitad mujer y mitad pájaro o —como
escribiría el poeta Browning de su esposa muerta, Elizabeth Barret— mitad ángel y mitad
pájaro. Sus brazos pueden abrirse en alas y un sedoso plumón cubre su cuerpo. Mora en
una isla perdida de los mares antárticos; ahí la descubre un náufrago, Peter Wilkings, que
se casa con ella. Youwarkee es de la estirpe de los glums, una tribu alada. Wilkings los
convierte a la fe de Cristo y, muerta su mujer, logra regresar a Inglaterra.
La historia de este curioso amor puede leerse en la novela Peter Wilkings (1751) de
Robert Paltoek.
EL ODRADEK1
Unos derivan del eslavo la palabra odradek y quieren explicar su formación
mediante ese origen. Otros la derivan del alemán y sólo admiten una influencia del
eslavo. La incertidumbre de ambas interpretaciones es la mejor prueba que son
falsas; además, ninguna de ellas nos da una explicación de la palabra.
Naturalmente nadie perdería el tiempo en tales estudios si no existiera realmente
un ser que se llama Odradek. Su aspecto es el de un huso de hilo, plano y con forma
de estrella, y la verdad es que parece hecho de hilo, pero de pedazos de hilos
cortados, viejos, anudados y entreverados, de distinta clase y color. No sólo es un
huso; del centro de la estrella sale un palito transversal, y en este palito se articula
otro en ángulo recto. Con ayuda de este último palito de un lado y uno de los rayos
de la estrella del otro, el conjunto puede pararse como si tuviera dos piernas.
Uno estaría tentado de creer que esta estructura tuvo alguna vez una forma
adecuada a una función, y que ahora está rota. Sin embargo, tal no parece ser el caso;
por lo menos no hay ningún indicio en ese sentido; en ninguna parte se ven
composturas o roturas; el conjunto parece inservible, pero a su manera completo.
Nada más podemos decir, porque Odradek es extraordinariamente movedizo y no se
deja apresar.
Puede estar en el cielo raso, en el hueco de la escalera, en los corredores, en el
zaguán. A veces pasan meses sin que uno lo vea. Se ha corrido a las casas vecinas,
pero siempre vuelve a la nuestra. Muchas veces, cuando uno sale de la puerta y lo ve
en el descanso de la escalera, dan ganas de hablarle. Naturalmente no se le hacen
preguntas difíciles, sino que se lo trata —su tamaño diminuto nos lleva a eso— como
a un niño. «¿Cómo te llamas?», le preguntan. «Odradek», dice. «¿Y dónde vives?»
«Domicilio incierto», dice y se ríe, pero es una risa sin pulmones. Suena como un
susurro de hojas secas. Generalmente el diálogo acaba ahí. No siempre se consiguen
esas respuestas; a veces guarda un largo silencio, como la madera, de la que parece
estar hecho.
Inútilmente me pregunto qué ocurrirá con él. ¿Puede morir? Todo lo que muere ha
tenido antes una meta, una especie de actividad, y así se ha gastado; esto no
corresponde a Odradek. ¿Bajará la escalera arrastrando hilachas ante los pies de mis
hijos y de los hijos de mis hijos? No hace mal a nadie, pero la idea que puede
sobrevivirme es casi dolorosa para mí.
FRANZ KAFKA
1. El título original de este relato es Die Sorge des Hausvaters. («La Preocupación del Padre de
Familia».)
LA PANTERA
En los bestiarios medievales, la palabra pantera indica un animal asaz diferente del
«mamífero carnicero» de la zoología contemporánea. Aristóteles había mencionado que su
olor atrae a los demás animales; Eliano —autor latino apodado Lengua de Miel por su
cabal dominio del griego— declaró que ese olor también era agradable a los hombres. (En
este rasgo, algunos han conjeturado una confusión con el gato de algalia.) Plinio le
atribuyó una mancha en el lomo, de forma circular, que menguaba y crecía con la luna. A
estas circunstancias maravillosas vino a agregarse el hecho que la Biblia griega de los
Setenta usa la palabra pantera en un lugar que puede referirse a Jesús (Oseas 5: 14).
En el bestiario anglosajón del códice de Exeter, la pantera es un animal solitario y
suave, de melodiosa voz y aliento fragante. Hace su habitación en las montañas, en un
lugar secreto. No tiene otro enemigo que el dragón, con el que sin tregua combate. Duerme
tres noches y, cuando se despierta cantando, multitudes de hombres y de animales acuden a
su cueva, desde los campos, los castillos y las ciudades, atraídos por la fragancia y la
música. El dragón es el antiguo Enemigo, el Demonio; el despertar es la resurrección del
Señor; las multitudes son la comunidad de los fieles y la pantera es Jesucristo.
Para atenuar el estupor que puede producir esta alegoría, recordemos que la pantera no
era una bestia feroz para los sajones, sino un sonido exótico, no respaldado por una
representación muy concreta. Cabe agregar, a título de curiosidad, que el poema
Gerontion, de Eliot, habla de Christ the tiger, de Cristo el tigre.
Anota Leonardo da Vinci:
La pantera africana es como una leona, pero las patas son más altas, y el cuerpo
más sutil. Es toda blanca y está salpicada de manchas negras que parecen rosetas. Su
hermosura deleita a los animales, que siempre le andarían alrededor, si no fuera por
su terrible mirada. La pantera, que no ignora esta circunstancia, baja los ojos; los
animales se le aproximan para gozar de tanta belleza y ella atrapa al que está más
cerca y lo devora.
EL PELÍCANO
El pelícano de la zoología común es un ave acuática, de dos metros de envergadura, con
un pico muy largo y ancho, de cuya mandíbula inferior pende una membrana rojiza que
forma una especie de bolsa para guardar pescado; el de la fábula es menor y su pico es
breve y agudo. Fiel a su nombre, el plumaje del primero es de color blanco; el del segundo
es amarillo y a veces verde. Aún más singular que su aspecto resultan sus costumbres.
Con el pico y las garras, la madre acaricia los hijos con tanta devoción que los mata. A
los tres días llega el padre; éste, desesperado al hallarlos muertos, se abre a picotazos el
pecho. La sangre que derraman sus heridas los resucita... Así refieren los bestiarios el
hecho, salvo que San Jerónimo, en un comentario al salmo 102 («Soy como un pelícano
del desierto, soy como una lechuza del yermo»), atribuye la muerte de los hijos a la
serpiente. Que el pelícano se abre el pecho y alimenta con su propia sangre a los hijos es la
versión común de la fábula.
Sangre que da vida a los muertos sugiere la eucaristía y la cruz, y así un verso famoso
del Paraíso (XXV, 113) llama «nuestro pelícano» a Jesucristo. El comentario latino de
Benvenuto de Imola aclara: «Se dice pelícano porque se abrió el costado para salvarnos,
como el pelícano que vivifica a los hijos muertos con la sangre del pecho. El pelícano es
ave egipcia.»
La imagen del pelícano es habitual en la heráldica eclesiástica y todavía la graban en los
copones. El bestiario de Leonardo da Vinci define así al pelícano:
Quiere mucho a sus hijos, y hallándolos en el nido muertos por las serpientes, se
desgarra el pecho y, bañándolos con su sangre, los vuelve a la vida.
EL GATO DE CHESHIRE Y LOS GATOS KILKENNY
En inglés existe la locución grin like a Cheshire cat (sonreír sardónicamente como un
gato de Cheshire). Se han propuesto varias explicaciones. Una, que en Cheshire vendían
quesos en forma de gato que ríe. Otra, que Cheshire es un condado palatino o earldom y
que esa distinción nobiliaria causó la hilaridad de los gatos. Otra, que en tiempos de
Ricardo Tercero, hubo un guardabosque Caterling que sonreía ferozmente al batirse con
los cazadores furtivos.
En la novela onírica Alice in Wonderland publicada en 1865, Lewis Carrol otorgó al
gato de Cheshire el don de desaparecer gradualmente, hasta no dejar otra cosa que la
sonrisa, sin dientes y sin boca. De los gatos de Kilkenny se refiere que riñeron
furiosamente y se devoraron hasta no dejar más que las colas. El cuento data del siglo
XVIII.
EL SIMURG
El simurg es un pájaro inmortal que anida en las ramas del Árbol de la Ciencia; Burton
lo equipara con el águila escandinava que, según la Edda Menor, tiene conocimiento de
muchas cosas y anida en las ramas del Árbol Cósmico, que se llama Iggdrasill.
El Thalaba (1801) de Southey y la Tentación de San Antonio (1874) de Flaubert hablan
del simurg Anka; Flaubert lo rebaja a servidor de la Reina Belkis y lo describe como un
pájaro de plumaje anaranjado y metálico, de cabecita humana, provisto de cuatro alas, de
garras de buitre y de una inmensa cola de pavo real. En las fuentes originales el simurg es
más importante. Firdusí, en el Libro de Reyes, que recopila y versifica antiguas leyendas
del Irán, lo hace padre adoptivo de Zal, padre del héroe del poema; Farid al-Din Attar, en
el siglo XIII, lo eleva a símbolo o imagen de la divinidad. Esto sucede en el Mantig al-tayr
(Coloquio de los pájaros). El argumento de esta alegoría, que integran unos cuatro mil
quinientos dísticos, es curioso. El remoto rey de los pájaros, el simurg deja caer en el
centro de China una pluma espléndida; los pájaros resuelven buscarlo, hartos de su
presente anarquía. Saben que el nombre de su rey quiere decir treinta pájaros; saben que su
alcázar está en el Kaf, la montaña o cordillera circular que rodea la tierra. Al principio,
algunos pájaros se acobardan: el ruiseñor alega su amor por la rosa; el loro, la belleza que
es la razón que viva enjaulado; la perdiz no puede prescindir de las sierras, ni la garza de
los pantanos ni la lechuza de las ruinas. Acometen al fin la desesperada aventura; superan
siete valles o mares; el nombre del penúltimo es Vértigo; el último se llama Aniquilación.
Muchos peregrinos desertan; otros mueren en la travesía. Treinta, purificados por sus
trabajos, pisan la montaña del simurg. Lo contemplan al fin: perciben que ellos son el
simurg, y que el simurg es cada uno de ellos y todos ellos.
El cosmógrafo Al-Qazwiní, en su Maravillas de las Criaturas, afirma que el simurg
Anka vive mil setecientos años y que, cuando el hijo ha crecido, el padre enciende una pira
y se quema. Esto, observa Lane, recuerda la leyenda del fénix.
LA SALAMANDRA
No sólo es un pequeño dragón que vive en el fuego; es también (si el diccionario de la
Academia no se equivoca) «un batracio insectívoro de piel lisa, de color negro intenso con
manchas amarillas simétricas». De sus dos caracteres el más conocido es el fabuloso, y a
nadie sorprenderá su inclusión en este manual.
En el libro X de su Historia, Plinio declara que la salamandra es tan fría que apaga el
fuego con su simple contacto; en el XXI recapacita, observando incrédulamente que si
tuviera esta virtud que le han atribuido los magos, la usaría para sofocar los incendios. En
el libro XI, habla de un animal alado y cuadrúpedo, la pyrausta, que habita en lo interior del
fuego de las fundiciones de Chipre; si emerge al aire y vuela un pequeño trecho, cae
muerto. El mito posterior de la salamandra ha incorporado el de ese olvidado animal.
El fénix fue alegado por los teólogos para probar la resurrección de la carne; la
salamandra, como ejemplo que en el fuego pueden vivir los cuerpos. En el libro XXI de la
Ciudad de Dios de San Agustín, hay un capítulo que se llama Si pueden los cuerpos ser
perpetuos en el fuego y que se abre así:
¿A qué efecto he de demostrar sino para convencer a los incrédulos de que es
posible que los cuerpos humanos, estando animados y vivientes, no sólo nunca se
deshagan y disuelvan con la muerte, sino que duren también en los tormentos del
fuego eterno? Porque no les agrada que atribuyamos este prodigio a la omnipotencia
del Todopoderoso, ruegan que lo demostremos por medio de algún ejemplo.
Respondemos a éstos que hay efectivamente algunos animales corruptibles porque
son mortales, que, sin embargo, viven en medio del fuego.
A la salamandra y al fénix recurren también los poetas, como encarecimiento retórico.
Así, Quevedo, en los sonetos del cuarto libro del Parnaso Español, que «canta hazañas del
amor y de la hermosura»:
Hago verdad al Fénix en la ardiente
Llama, en que renaciendo me renuevo,
Y la virilidad del fuego pruebo
Y que es padre, y que tiene descendiente.
La Salamandra fría, que desmiente
Noticia docta, a defender me atrevo,
Cuando en incendios, que sediento bebo
Mi corazón habita, y no los siente...
Al promediar el siglo XII, circuló por las naciones de Europa una falsa carta, dirigida por
el Preste Juan, Rey de Reyes, al emperador bizantino. Esta epístola, que es un catálogo de
prodigios, habla de monstruosas hormigas que excavan oro, y de un Río de Piedras, y de
un Mar de Arena con peces vivos, y de un espejo altísimo que revela cuanto ocurre en el
reino, y de un cetro labrado de una esmeralda, y de guijarros que confieren invisibilidad o
alumbran la noche. Uno de los párrafos dice: «Nuestros dominios dan el gusano llamado
salamandra. Las salamandras viven en el fuego y hacen capullos, que las señoras de
palacio devanan, y usan para tejer telas y vestidos. Para lavar y limpiar estas telas las
arrojan al fuego.»
De estos lienzos y telas incombustibles que se limpian con fuego, hay mención en Plinio
(XIX, 4) y en Marco Polo (XXXIX). Aclara este último «La salamandra es una sustancia, no
un animal.» Nadie, al principio, le creyó; las telas, fabricadas de amianto, se vendían como
de piel de salamandra y fueron testimonio incontrovertible del hecho que la salamandra
existía.
En alguna página de su Vida, Benvenuto Cellini cuenta que, a los cinco años, vio jugar
en el fuego a un animalito, parecido a la lagartija. Se lo contó a su padre. Éste le dijo que el
animal era una salamandra y le dio una paliza, para que esa admirable visión, tan pocas
veces permitida a los hombres, se le grabara en la memoria.
Las salamandras, en la simbología de la alquimia, son espíritus elementales del fuego.
En esta atribución y en un argumento de Aristóteles, que Cicerón ha conservado en el
primer libro de su De natura deorum, se descubre por qué los hombres propendieron a
creer en la salamandra. El médico siciliano Empédocles de Agrigento había formulado la
teoría de cuatro «raíces de cosas», cuyas desuniones y uniones, movidas por la Discordia y
por el Amor, componen la historia universal. No hay muerte; sólo hay partículas de
«raíces», que los latinos llamarían elementos, y que se desunen. Éstas son el fuego, la
tierra, el aire y el agua. Son increadas y ninguna es más fuerte que otra. Ahora sabemos
(ahora creemos saber) que esta doctrina es falsa, pero los hombres la juzgaron preciosa y
generalmente se admite que fue benéfica. «Los cuatro elementos que integran y mantienen
el mundo y que aún sobreviven en la poesía y en la imaginación popular tienen una historia
larga y gloriosa», ha escrito Theodor Gomperz. Ahora bien, la doctrina exigía una paridad
de los cuatro elementos. Si había animales de la tierra y del agua, era preciso que hubiera
animales del fuego. Era preciso, para la dignidad de la ciencia, que hubiera salamandras.
En otro artículo veremos cómo Aristóteles logró animales del aire.
Leonardo da Vinci entiende que la salamandra se alimenta de fuego y que éste le sirve
para cambiar la piel.
SIRENAS
A lo largo del tiempo, las sirenas cambian de forma. Su primer historiador, el rapsoda
del duodécimo libro de la Odisea, no nos dice cómo eran; para Ovidio, son aves de
plumaje rojizo y cara de virgen; para Apolonio de Rodas, de medio cuerpo arriba son
mujeres y, abajo, aves marinas; para el maestro Tirso de Molina (y para la heráldica), «la
mitad mujeres, peces la mitad». No menos discutible es su género; el diccionario clásico de
Lemprière entiende que son ninfas, el de Quicherat que son monstruos y el de Grimal que
son demonios. Moran en una isla del poniente, cerca de la isla de Circe, pero el cadáver de
una de ellas, Parténope, fue encontrado en Campania, y dio su nombre a la famosa ciudad
que ahora lleva el de Nápoles, y el geógrafo Estrabón vio su tumba y presenció los juegos
gimnásticos que periódicamente se celebraban para honrar su memoria.
La Odisea refiere que las sirenas atraían y perdían a los navegantes y que Ulises, para
oír su canto y no perecer, tapó con cera los oídos de los remeros y ordenó que lo sujetaran
al mástil. Para tentarlo, las sirenas le ofrecieron el conocimiento de todas las cosas del
mundo:
Nadie ha pasado por aquí en su negro bajel, sin haber escuchado de nuestra boca
la voz dulce como el panal, y haberse regocijado con ella y haber proseguido más
sabio... Porque sabemos todas las cosas: cuantos afanes padecieron argivos y
troyanos en la ancha Tróada por determinación de los dioses, y sabemos cuanto
sucederá en la tierra fecunda (Odisea, XII).
Una tradición recogida por el mitólogo Apolodoro, en su Biblioteca, narra que Orfeo,
desde la nave de los argonautas, cantó con más dulzura que las sirenas y que éstas se
precipitaron al mar y quedaron convertidas en rocas, porque su ley era morir cuando
alguien no sintiera su hechizo. También la esfinge se precipitó desde lo alto cuando
adivinaron su enigma.
En el siglo VI, una sirena fue capturada y bautizada en el Norte de Gales, y figuró como
una santa en ciertos almanaques antiguos, bajo el nombre de Murgen. Otra, en 1403, pasó
por una brecha en un dique, y habitó en Haarlem hasta el día de su muerte. Nadie la
comprendía, pero le enseñaron a hilar y veneraba como por instinto la cruz. Un cronista del
siglo XVI razonó que no era un pescado porque sabía hilar, y que no era una mujer porque
podía vivir en el agua.
El idioma inglés distingue la sirena clásica (siren) de las que tienen cola de pez
(mermaids). En la formación de esta última imagen habrían influido por analogía los
tritones, divinidades del cortejo de Poseidón.
En el décimo libro de la República, ocho sirenas presiden la revolución de los ocho
cielos concéntricos.
Sirena: supuesto animal marino, leemos en un diccionario brutal.
TALOS
Los seres vivos hechos de metal o de piedra integran una especie alarmante de la
zoología fantástica. Recordemos los airados toros de bronce que respiraban fuego y que
Jasón, por obra de las artes mágicas de Medea, logró uncir al arado; la estatua psicológica
de Condillac, de mármol sensible; el banquero de cobre, con una lámina de plomo en el
pecho, en la que se leían nombres y talismanes, que rescató y abandonó, en Las Mil y Una
Noches, al tercer mendigo hijo de rey, cuando éste hubo derribado al jinete de la Montaña
del Imán; las muchachas «de suave plata y de furioso oro» que una diosa de la mitología de
William Blake apresó para un hombre, en redes de seda; las aves de metal que fueron
nodrizas de Ares y Talos, el guardián de la isla de Creta.1 Algunos lo declaran obra de
Vulcano o de Dédalo; Apolonio de Rodas, en su Argonáutica, refiere que era el último
superviviente de una Raza de Bronce.
Tres veces al día daba la vuelta a la isla de Creta y arrojaba peñascos a los que
pretendían desembarcar. Caldeado al rojo vivo, abrazaba a los hombres y los mataba. Sólo
era vulnerable en el talón; guiados por la hechicera Medea, Cástor y Pólux, los Dióscuros,
le dieron muerte.
1. A la serie podemos agregar un animal de tiro: el rápido jabalí Guillinbursti, cuyo nombre
quiere decir El de Cerdas de Oro, y que también se llama Slidrugtanni (El de Peligrosos
Colmillos). «Esta obra viva de herrería —escribe el mitólogo Paul Herrmann— salió de la
fragua de los habilidosos enanos; éstos arrojaron al fuego una piel de cerdo y sacaron un jabalí
de oro, capaz de recorrer la tierra, el agua y el aire. Por oscura que sea la noche, siempre hay
bastante claridad en el sitio en que esté el jabalí.» Guillinbursti tira del coche de Freyr, dios
escandinavo de la generación y de la fecundidad.
LAS NINFAS
Paracelso limitó su habitación a las aguas, pero los antiguos las dividieron en ninfas de
las aguas y de la tierra. De éstas últimas, algunas presidían sobre los bosques. Las
hamadríadas moraban invisiblemente en los árboles y perecían con ellos; de otras se creyó
que eran inmortales o que vivían miles de años. Las que habitaban en el mar se llamaban
oceánidas o nereidas; las de los ríos, náyades. Su número preciso no se conoce; Hesíodo
aventuró la cifra de tres mil. Eran doncellas graves y hermosas; verlas podía provocar la
locura y, si estaban desnudas, la muerte. Una línea de Propercio así lo declara.
Los antiguos les ofrendaban miel, aceite y leche. Eran divinidades menores; no se
erigieron templos en su honor.
EL ZARATÁN
Hay un cuento que ha recorrido la geografía y las épocas: el de los navegantes que
desembarcan en una isla sin nombre, que luego se abisma y los pierde, porque está viva.
Figura esta invención en el primer viaje de Simbad y en el canto VI del Orlando Furioso
(«Ch’ella sia una isoletta ci credemo»); en la leyenda irlandesa de San Brandán y en el
bestiario griego de Alejandría; en la Historia de las Naciones Septentrionales (Roma,
1555) del prelado sueco Olao Magno y en aquel pasaje del primer canto del Paraíso
Perdido, en el que se compara al yerto Satán con una gran ballena que duerme sobre la
espuma noruega («Him hap’ly slumbering on the Norway foam»).
Paradójicamente, una de las primeras redacciones de la leyenda la refiere para negarla.
Consta en el Libro de los Animales de Al-Yahiz, zoólogo musulmán de principios del siglo
IX. Miguel Asín Palacios la ha vertido al español con estas palabras:
En cuanto al zaratán, jamás vi a nadie que asegurase haberlo visto con sus ojos.
Algunos marineros pretenden que a veces se han aproximado a ciertas islas
marítimas y en ellas había bosques y valles y grietas y han encendido un gran fuego;
y cuando el fuego ha llegado al dorso del zaratán, ha comenzado éste a deslizarse
(sobre las aguas) con ellos (encima) y con todas las plantas que sobre él había, hasta
tal punto, que sólo el que consiguió huir pudo salvarse. Este cuento colma todos los
relatos más fabulosos y atrevidos.
Consideremos ahora un texto del siglo XIII. Lo escribió el cosmógrafo Al-Qazwiní y
procede de la obra titulada Maravillas de las Criaturas. Dice así:
En cuanto a la tortuga marina, es de tan desaforada grandeza que la gente del
barco la toma por una isla. Uno de les mercaderes ha referido:
«Descubrimos en el mar una isla que se elevaba sobre el agua, con verdes plantas,
y desembarcamos y en la tierra y cavamos hoyos para cocinar, y la isla se movió, y
los marineros dijeron: Vuelvan, porque es una tortuga, y el calor del fuego la ha
despertado, y puede perdernos.»
En la Navegación de San Brandán se repite la historia:
...y entonces navegaron, y arribaron a aquella tierra, pero como en algunos lugares
había escasa profundidad, y en otros, grandes rocas, fueron a una isla, que creyeron
segura, e hicieron fuego para cocinar la cena, pero San Brandán no se movió del
buque. Y cuando el fuego estaba caliente, y la carne a punto de asarse, esta isla
empezó a moverse, y los monjes se asustaron, y huyeron al buque, y dejaron el fuego
y la carne, y se maravillaron del movimiento. Y San Brandán los reconfortó y les dijo
que era un gran pez llamado Jasconye, que día y noche trata de morderse la cola,
pero es tan largo que no puede.1
En el bestiario anglosajón del códice de Exeter, la peligrosa isla es una ballena, «astuta
en el mal», que embauca deliberadamente a los hombres. Éstos acampan en su lomo y
buscan descanso de los trabajos de los mares; de pronto, el Anfitrión del Océano se
sumerge y los marineros se ahogan. En el bestiario griego, la ballena quiere significar la
ramera de los Proverbios («sus pies descienden a la muerte: sus pasos sustentan el
sepulcro»); en el bestiario anglosajón, el Diablo y el Mal. Guardará ese valor simbólico en
Moby Dick, que se escribirá diez siglos después.
1. Véase el artículo El urobobos, más adelante.
EL DOBLE
Sugerido o estimulado por los espejos, las aguas, y los hermanos gemelos, el concepto
del doble es común a muchas naciones. Es verosímil suponer que sentencias como Un
amigo es un otro yo de Pitágoras o el Conócete a ti mismo platónico se inspiraron en él. En
Alemania lo llamaron el doppelgaenger; en Escocia el fetch, porque viene a buscar (fetch)
a los hombres para llevarlos a la muerte. Encontrarse consigo mismo es, por consiguiente,
ominoso; la trágica balada Ticonderoga de Robert Louis Stevenson refiere una leyenda
sobre este tema. Recordemos también el extraño cuadro How They Met Themselves de
Rossetti; dos amantes se encuentran consigo mismos, en el crepúsculo de un bosque.
Cabría citar ejemplos análogos de Hawthorne, de Dostoievski y de Alfred de Musset.
Para los judíos, en cambio, la aparición del doble no era presagio de una próxima
muerte. Era la certidumbre de haber logrado el estado profético. Así lo explica Gershom
Scholem. Una tradición recogida por el Talmud narra el caso de un hombre en busca de
Dios, que se encontró consigo mismo.
En el relato William Wilson de Poe el doble es la conciencia del héroe. Éste lo mata y
muere. En la poesía de Yeats, el doble es nuestro anverso, nuestro contrario, el que nos
complementa, el que no somos ni seremos.
Plutarco escribe que los griegos dieron el nombre de otro yo al representante de un rey.
EL SQUONK
(Lacrimacorpus dissolvens)
La zona del squonk es muy limitada. Fuera de Pennsylvania pocas personas han
oído hablar de él, aunque se dice que es bastante común en los cicutales de aquel
Estado. El squonk es muy hosco y generalmente viaja a la hora del crepúsculo. La
piel, que está cubierta de verrugas y de lunares, no le calza bien; los mejores jueces
declaran que es el más desdichado de todos los animales. Rastrearlo es fácil, porque
llora continuamente y deja una huella de lágrimas. Cuando lo acorralan y no puede
huir o cuando lo sorprenden y lo asustan se disuelve en lágrimas. Los cazadores de
squonks tienen más éxito en las noches de frío y de luna, cuando las lágrimas caen
lentamente y al animal no le gusta moverse; su llanto se oye bajo las ramas de los
oscuros arbustos de cicuta. El señor J. P. Wentling, antes de Pennsylvania y ahora
establecido en St. Anthony Park, Minnesota, tuvo una triste experiencia con un
squonk cerca de Monte Alto. Había remedado el llanto del squonk y lo había
inducido a meterse en una bolsa, que llevaba a su casa, cuando de pronto el peso se
aligeró y el llanto cesó. Wentling abrió la bolsa; sólo quedaban lágrimas y burbujas.
WILLIAM T. COX:
Fearsome Creatures of the Lumberwoods.
Washington, 1910
EL UNICORNIO
La primera versión del unicornio casi coincide con las últimas. Cuatrocientos años antes
de la era cristiana, el griego Ctesias, médico de Artajerjes Mnemón, refiere que en los
reinos del Indostán hay muy veloces asnos silvestres, de pelaje blanco, de cabeza purpúrea,
de ojos azules, provistos de un agudo cuerno en la frente, que en la base es blanco, en la
punta es rojo y en el medio es plenamente negro. Plinio agrega otras precisiones (VIII, 31):
«Dan caza en la India a otra fiera: el unicornio, semejante por el cuerpo al caballo, por la
cabeza al ciervo, por las patas al elefante, por la cola al jabalí. Su mugido es grave; un
largo y negro cuerno se eleva en medio de su frente. Se niega que pueda ser apresado
vivo». El orientalista Schrader, hacia 1892, pensó que el unicornio pudo haber sido
sugerido a los griegos por ciertos bajorrelieves persas, que representan toros de perfil, con
un sólo cuerno.
En la enciclopedia de Isidoro de Sevilla, redactada a principios del siglo VII, se lee que
una cornada del unicornio suele matar al elefante; ello recuerda la análoga victoria del
karkadán (rinoceronte), en el segundo viaje de Simbad.1 Otro adversario del unicornio era
el león, y una octava real del segundo libro de la inextricable epopeya The Faerie Queene
conserva la manera de su combate. El león se arrima a un árbol; el unicornio, con la frente
baja, lo embiste; el león se hace a un lado, y el unicornio queda clavado al tronco. La
octava data del siglo XVI; a principios del XVIII, la unión del reino de Inglaterra con el reino
de Escocia confrontaría en las armas de Gran Bretaña el leopardo (león) inglés con el
unicornio escocés.
En la Edad Media, los bestiarios enseñan que el unicornio puede ser apresado por una
niña; en el Physiologus Graecus se lee: «Cómo lo apresan. Le ponen por delante una
virgen y salta al regazo de la virgen y la virgen lo abriga con amor y lo arrebata al palacio
de los reyes». Una medalla de Pisanello y muchas y famosas tapicerías ilustran este triunfo,
cuyas aplicaciones alegóricas son notorias. El Espíritu Santo, Jesucristo, el mercurio y el
mal han sido figurados por el unicornio. La obra Psychologie und Alchemie (Zürich, 1944)
de Jung historia y analiza estos simbolismos.
Un caballito blanco con patas traseras de antílope, barba de chivo y un largo y retorcido
cuerno en la frente, es la representación habitual de este animal fantástico.
Leonardo da Vinci atribuye la captura del unicornio a su sensualidad; ésta le hace
olvidar su fiereza y recostarse en el regazo de la doncella, y así lo apresan los cazadores.
1. Éste nos dice que el cuerno del rinoceronte, partido en dos, muestra la figura de un hombre;
Al-Qazwiní dice que la de un hombre a caballo, y otros hablan de pájaros y de peces.
EL KRAKEN
El kraken es una especie escandinava del zaratán y del dragón de mar o culebra de mar
de los árabes.
En 1752, el dinamarqués Eric Pontoppidan obispo de Bergen publicó, una Historia
Natural de Noruega, obra famosa por su hospitalidad o credulidad; en sus páginas se lee
que el lomo del kraken tiene una milla y media de longitud y que sus brazos pueden
abarcar el mayor navío. El lomo sobresale como una isla; Eric Pontoppidan llega a
formular esta norma: «Las islas flotantes son siempre krakens.» Asimismo escribe que el
kraken suele enturbiar las aguas del mar con una descarga de líquido; esta sentencia ha
sugerido la conjetura que el kraken es una magnificación del pulpo.
Entre las piezas juveniles de Tennyson, hay una dedicada al kraken. Dice, literalmente,
así:
Bajos los truenos de la superficie, en las honduras del mar abismal, el kraken
duerme su antiguo, no invadido sueño sin sueños. Pálidos reflejos se agitan alrededor
de su oscura forma; vastas esponjas de milenario crecimiento y altura se inflan sobre
él, y en lo profundo de la luz enfermiza, pulpos innumerables y enormes baten con
brazos gigantescos la verdosa inmovilidad, desde secretas celdas y grutas
maravillosas. Yace ahí desde siglos, y yacerá, cebándose dormido de inmensos
gusanos marinos hasta que el fuego del Juicio Final caliente el abismo. Entonces,
para ser visto una sola vez por hombres y por ángeles, rugiendo surgirá y morirá en
la superficie.
LOS TIGRES DEL ANNAM
Para los annamitas, tigres o genios personificados por tigres rigen los rumbos del
espacio.
El Tigre Rojo preside el Sur (que está en lo alto de los mapas); le corresponden el estío
y el fuego.
El Tigre Negro preside el Norte; le corresponden el invierno y el agua.
El Tigre Azul preside el Oriente; le corresponden la primavera y las plantas.
El Tigre Blanco preside el Occidente; le corresponden el otoño y los metales.
Sobre estos Tigres Cardinales hay otro Tigre, el Tigre Amarillo, que gobierna a los
otros y está en el Centro, como el Emperador está en el centro de China y China está en el
centro del Mundo. (Por eso la llaman el Imperio Central; por eso, ocupa el centro del
mapamundi que el P. Ricci, de la Compañía de Jesús, trazó a fines del siglo XVI para
instruir a los chinos.)
Lao Tse ha encomendado a los Cinco Tigres la misión de guerrear contra los demonios.
Una plegaria annamita, vertida al francés por Louis Cho Chod, implora con devoción el
socorro de sus incontenibles ejércitos. Esta superstición es de origen chino; los sinólogos
hablan de un Tigre Blanco, que preside la remota región de las estrellas occidentales. En el
Sur, los chinos ubican un Pájaro Rojo; en el Oriente, un Dragón Azul; en el Norte, una
tortuga Negra. Como se ve, los annamitas han conservado los colores, pero han unificado
los animales.
Los Bhils, pueblo del centro del Indostán, creen en infiernos para tigres; los malayos
saben de una ciudad en el corazón de la jungla, con vigas de huesos humanos, con muros
de pieles humanas, con aleros de cabelleras humanas, construida y habitada por tigres.
LA PELUDA DE LA FERTE-BERNARD
A orillas del Huisne, arroyo de apariencia tranquila, merodeaba durante la Edad Media
la Peluda (la velue). Este animal habría sobrevivido el Diluvio, sin haber sido recogido en
el arca. Era del tamaño de un toro; tenía cabeza de serpiente, un cuerpo esférico cubierto de
un pelaje verde, armado de aguijones cuya picadura era mortal. Las patas eran anchísimas,
semejantes a las de la tortuga; con la cola, en forma de serpiente, podía matar a las
personas y a los animales. Cuando se encolerizaba, lanzaba llamas que destruían las
cosechas. De noche, saqueaba los establos. Cuando los campesinos la perseguían, se
escondía en las aguas del Huisne que hacía desbordar, inundando toda la zona.
Prefería devorar los seres inocentes, las doncellas y los niños. Elegía a la doncella más
virtuosa, a la que llamaban la Corderita (l’agnelle). Un día, arrebató a una Corderita y la
arrastró desgarrada y ensangrentada al lecho del Huisne. El novio de la víctima cortó con
una espada la cola de la Peluda, que era su único lugar vulnerable. El monstruo murió
inmediatamente. Lo embalsamaron y festejaron su muerte con tambores, con pífanos y
danzas.
EL UNICORNIO CHINO
El unicornio chino o k’i-lin es uno de los cuatro animales de buen agüero; los otros son
el dragón, el fénix y la tortuga. El unicornio es el primero de los animales cuadrúpedos;
tiene cuerpo de ciervo, cola de buey y cascos de caballo; el cuerno que le crece en la frente
está hecho de carne; el pelaje del lomo es de cinco colores entreverados; el del vientre es
pardo o amarillo. No pisa el pasto verde y no hace mal a ninguna criatura. Su aparición es
presagio del nacimiento de un rey virtuoso. Es de mal agüero que lo hieran o que hallen su
cadáver. Mil años es el término natural de su vida.
Cuando la madre de Confucio lo llevaba en el vientre, los espíritus de los cinco planetas
le trajeron un animal «que tenía la forma de una vaca, escamas de dragón y en la frente un
cuerno». Así refiere Soothill la anunciación; una variante recogida por Wilhelm dice que el
animal se presentó solo y escupió una lámina de jade en la que se leían estas palabras: Hijo
del cristal de la montaña (o de la esencia del agua), cuando haya caído la dinastía,
mandarás como rey sin insignias reales. Setenta años después, unos cazadores mataron un
k’i-lin que aún guardaba en el cuerno un trozo de cinta que la madre de Confucio le ató.
Confucio lo fue a ver y lloró, porque sintió lo que presagiaba la muerte de ese inocente y
misterioso animal y porque en la cinta estaba el pasado.
En el siglo XIII, una avanzada de la caballería de Zingis Khan, que había emprendido la
invasión de la India, divisó en los desiertos un animal «semejante al ciervo, con un cuerno
en la frente, pelaje verde», que les salió al encuentro y les dijo:
—Ya es hora que vuelva a su tierra vuestro señor.
Uno de los ministros chinos de Zingis, consultado por él, explicó que el animal era un
chio-tuan, una variedad de k’i-lin. Cuatro inviernos hacía que el gran ejército guerreaba en
las regiones occidentales; el Cielo, harto porque los hombres derramaran la sangre de los
hombres, había enviado ese aviso. El emperador desistió de sus planes bélicos.
Veintidós siglos antes de la era cristiana, uno de los jueces de Shun disponía de un
«chivo unicorne», que no agredía a los injustamente acusados y que topaba a los culpables.
En la Anthologie Raisonnée de la Littérature Chinoise (1948), de Margouliès, figura
este misterioso y tranquilo apólogo, obra de un prosista del siglo IX:
Universalmente se admite que el unicornio es un ser sobrenatural y de buen
agüero; así lo declaran las odas, los anales, las biografías de varones ilustres y otros
textos cuya autoridad es indiscutible. Hasta los párvulos y las mujeres del pueblo
saben que el unicornio constituye un presagio favorable. Pero este animal no figura
entre los animales domésticos, no siempre es fácil encontrarlo, no se presta a una
clasificación. No es como el caballo o el toro, el lobo o el ciervo. En tales
condiciones, podríamos estar frente al unicornio y no sabríamos con seguridad que lo
es. Sabemos que tal animal con crin es caballo y que tal animal con cuernos es toro.
No sabemos cómo es el unicornio.
EL UROBOROS
Ahora el Océano es un mar o un sistema de mares; para los griegos, era un río circular
que rodeaba la Tierra. Todas las aguas fluían de él y no tenía ni desembocadura ni fuentes.
Era también un dios o un titán, quizá el más antiguo, porque el Sueño, en el libro XIV de la
Ilíada, lo llama origen de los dioses; en la Teogonía de Hesíodo, es el padre de todos los
ríos del mundo, que son tres mil, y que encabezan el Alfeo y el Nilo. Un anciano de barba
caudalosa era su personificación habitual; la humanidad, al cabo de siglos, dio con un
símbolo mejor.
Heráclito había dicho que en la circunferencia el principio y el fin son un solo punto. Un
amuleto griego del siglo III, conservado en el Museo Británico, nos da la imagen que mejor
puede ilustrar esta infinitud: la serpiente que se muerde la cola o, como bellamente dirá
Martínez Estrada, «que empieza al fin de su cola». Uroboros (el que se devora la cola) es el
nombre técnico de este monstruo, que luego prodigaron los alquimistas.
Su más famosa aparición está en la cosmogonía escandinava. En la Edda Prosaica o
Edda Menor, consta que Loki engendró un lobo y una serpiente. Un oráculo advirtió a los
dioses que estas criaturas serían la perdición de la Tierra. Al lobo, Fenrir, lo sujetaron con
una cadena forjada con seis cosas imaginarias: el ruido de la pisada del gato, la barba de la
mujer, la raíz de la roca, los tendones del oso, el aliento del pez y la saliva del pájaro. A la
serpiente, Jörmungandr, «la arrojaron al mar que rodea la Tierra y en el mar ha crecido de
tal manera que ahora también rodea la Tierra y se muerde la cola».
En Jötunheim, que es la tierra de los gigantes, Utgarda-Loki desafía al dios Thor a
levantar un gato; el dios, empleando toda su fuerza, apenas logra que una de las patas no
toque el suelo; el gato es la serpiente. Thor ha sido engañado por artes mágicas.
Cuando llegue el Crepúsculo de los Dioses, la serpiente devorará la Tierra; y el lobo, el
Sol.
FASTITOCALÓN
La Edad Media atribuyó al Espíritu Santo la composición de dos libros. El primero era,
según se sabe, la Biblia; el segundo, el universo, cuyas criaturas encerraban enseñanzas
inmorales. Para explicar esto último, se compilaron los Fisiólogos o Bestiarios. De un
bestiario anglosajón resumimos el texto siguiente:
«Hablaré también en este cantar de la poderosa ballena. Es peligrosa para todos
los navegantes. A este nadador de las corrientes del océano le dan el nombre
Fastitocalón. Su forma es la de una piedra rugosa y está como cubierta de arena; los
marinos que lo ven lo toman por una isla. Amarran sus navíos de alta proa a la falsa
tierra y desembarcan sin temor de peligro alguno. Acampan, encienden fuego y
duermen, rendidos. El traidor se sumerge entonces en el océano; busca su hondura y
deja que el navío y los hombres se ahoguen en la sala de la muerte. También suele
exhalar de su boca una dulce fragancia, que atrae a los otros peces del mar. Éstos
penetran en sus fauces, que se cierran y los devoran. Así el demonio nos arrastra al
infierno.»
La misma fábula se encuentra en el Libro de las Mil y Una Noches, en la leyenda de San
Brandán y en el Paraíso Perdido de Milton, que nos muestra a la ballena durmiendo «en la
espuma noruega».
LOS DEMONIOS DE SWEDENBORG
Los demonios de Emanuel Swedenborg (1688-1772) no constituyen una especie;
proceden del género humano. Son individuos que, después de la muerte, eligen el infierno.
No están felices en esa región de pantanos, de desiertos, de selvas, de aldeas arrasadas por
el fuego, de lupanares, y de oscuras guaridas, pero en el cielo serían más desdichados. A
veces un rayo de luz celestial les llega desde lo alto; los demonios lo sienten como una
quemadura y como un hedor fétido. Se creen hermosos, pero muchos tienen caras bestiales
o caras que son simples trozos de carne o no tienen caras. Viven en el odio recíproco y en
la armada violencia; si se juntan lo hacen para destruirse o para destruir a alguien. Dios
prohíbe a los hombres y a los ángeles trazar un mapa del infierno, pero sabemos que su
forma general es la de un demonio. Los infiernos más sórdidos y atroces están en el Oeste.
LOS LAMED WUFNIKS
Hay en la Tierra, y hubo siempre, 36 hombres rectos cuya misión es justificar el mundo
ante Dios. Son los Lamed Wufniks. No se conocen entre sí y son muy pobres. Si un
hombre llega al conocimiento que es un Lamed Wufnik muere inmediatamente y hay otro,
acaso en otra región del planeta que toma su lugar. Constituyen, sin sospecharlo, los
secretos pilares del universo. Si no fuera por ellos Dios aniquilaría al género humano. Son
nuestros salvadores y no lo saben.
Esta mística creencia de los judíos ha sido expuesta por Max Brod.
La remota raíz puede buscarse en el capítulo XVIII del Génesis, donde el Señor declara
que no destruirá la ciudad de Sodoma, si en ella hubiere diez hombres justos.
Los árabes tienen un personaje análogo, los Kutb.
LOS YINN
Alá, según la tradición islámica, hizo a los ángeles con luz, a los yinn con fuego y a los
hombres con polvo. Hay quien afirma que la materia de los segundos es un oscuro fuego
sin humo. Fueron creados dos mil años antes de Adán, pero su estirpe no alcanzará el día
del Juicio Final. Al-Qazwiní los definió como vastos animales aéreos de cuerpo
transparente, capaces de asumir varias formas. Al principio se muestran como nubes o
como altos pilares indefinidos; luego, según su voluntad, asumen la figura de un hombre,
de un chacal, de un lobo, de un león, de un escorpión o de una culebra. Algunos son
creyentes; otros, heréticos o ateos. Antes de destruir un reptil debemos pedirle que se
retire, en nombre del Profeta; es lícito matarlo si no obedece. Pueden atravesar un muro
macizo o volar por los aires o hacerse bruscamente invisibles. A menudo llegan al cielo
inferior, donde sorprenden la conversación de los ángeles sobre acontecimientos futuros;
esto les permite ayudar a magos y adivinos. Ciertos doctores les atribuyen la construcción
de las Pirámides o, por orden de Salomón, Hijo de David, que conocía el Todopoderoso
Nombre de Dios, del Templo de Jerusalén.
Desde las azoteas o los balcones lapidan a la gente; también tienen el hábito de raptar
mujeres hermosas. Para evitar sus depredaciones, conviene invocar el nombre de Alá, el
Misericordioso, el Apiadado. Su morada más común son las ruinas, las casas deshabitadas,
los aljibes, los ríos, y los desiertos. Los egipcios afirman que son la causa de las trombas de
arena. Piensan que las estrellas fugaces son dardos arrojados por Alá contra los yinn
maléficos.
Iblis es su padre y su jefe.
EL CIERVO CELESTIAL
Nada sabemos de la estructura del ciervo celestial (acaso porque nadie lo ha podido ver
claramente), pero sí que estos trágicos animales andan bajo tierra y no tienen otra ansia que
salir a la luz del día. Saben hablar y ruegan a los mineros que los ayuden a salir. Al
principio, quieren sobornarlos con la promesa de metales preciosos; cuando falla este
ardid, los ciervos hostigan a los hombres, y éstos los emparedan firmemente en las galerías
de la mina. Se habla asimismo de hombres a quienes han torturado los ciervos...
La tradición añade que si los ciervos emergen a la luz, se convierten en un líquido
pestilente que puede asolar el país.
Esta imaginación es china y la registra el libro Chinese Ghouls and Goblins (Londres,
1928) de G. Willoughby-Meade.
LOS BROWNIES
Son hombrecillos serviciales de color pardo, del cual han tomado su nombre. Suelen
visitar las granjas de Escocia y, durante el sueño de la familia, colaboran en las tareas
domésticas. Uno de los cuentos de Grimm refiere un hecho análogo.
El ilustre escritor Robert Louis Stevenson afirmó que había adiestrado a sus brownies
en el oficio literario. Cuando soñaba, éstos le sugerían temas fantásticos; por ejemplo, la
extraña transformación del doctor Jekill en el diabólico señor Hyde, y aquel episodio de
Olalla en el cual un joven, de una antigua casa española, muerde la mano de su hermana.
UN REPTIL SOÑADO POR C. S. LEWIS
...Lentamente, temblorosa, con movimientos inhumanos una forma humana,
escarlata bajo el resplandor del fuego, salió del edificio a la caverna. Era el
Inhumano, desde luego; arrastrando su pierna rota y con la mandíbula inferior
colgante como la de un cadáver, se puso de pie. Y entonces, poco después de él, otro
cuerpo apareció por el agujero. Primero salieron una especie de ramas de árbol y
después seis o siete puntos luminosos agrupados como una constelación; luego, una
masa tubular que reflejaba el resplandor rojo como si estuviese pulida. El corazón le
dio un vuelco al ver las ramas convertirse súbitamente en largos tentáculos de
alambre y los puntos de luz en otros tantos ojos de una cabeza recubierta de
caparazón, que fue seguida de un cuerpo cilíndrico y rugoso. Siguieron horribles
cosas angulares, piernas de varias articulaciones, y finalmente, cuando creía que todo
el cuerpo estaba ya a la vista, apareció otro cuerpo siguiendo al primero y otro tras el
segundo. Aquel ser se dividía en tres partes, unidas entre sí sólo por una especie de
cintura de avispa, tres partes que no parecían estar debidamente alineadas y daban la
sensación de haber sido pisoteadas; era una deformidad temblorosa, enorme, con cien
pies, que yacía inmóvil al lado del Inhumano, proyectando ambos sobre el muro de
roca sus dos sombras enormes en unida amenaza...
C. S. LEWIS:
Perelandra, 1949
UN REY DE FUEGO Y SU CABALLO
Heráclito enseñó que el elemento primordial era el fuego, pero ello no equivale a
imaginar seres hechos de fuego, seres labrados en la momentánea y cambiante sustancia de
las llamas. Esta casi imposible concepción la intentó William Morris, en el relato El Anillo
dado a Venus del ciclo El Paraíso Terrenal (1868-70). Dicen así los versos:
El Señor de aquellos demonios era un gran rey, coronado y cetrado. Como una
llama blanca resplandecía su rostro, perfilado como un rostro de piedra; pero era un
fuego que se transformaba y no carne, y lo surcaba el deseo, el odio y el terror. Su
cabalgadura era prodigiosa; no era caballo ni dragón ni hipogrifo; se parecía y no se
parecía a esas bestias, y cambiaba como las figuras de un sueño.
Tal vez en lo anterior hay algún influjo de la deliberadamente ambigua personificación
de la Muerte en el Paraíso Perdido (II, 666-73). Lo que parece la cabeza lleva corona y el
cuerpo se confunde con la sombra que proyecta a su alrededor.
CROCOTAS Y LEUCROCOTAS
Ctesias, médico de Artajerjes Mnemón, se valió de fuentes persas para urdir una
descripción de la India, obra de valor inestimable para saber cómo los persas del tiempo de
Artajerjes Mnemón se imaginaban la India. El capitulo treinta y dos de ese repertorio
ofrece una noticia del lobo-perro; Plinio (VIII, 30) dio a ese hipotético animal el nombre de
crocota y declaró que no había nada que no pudiera partir con los dientes y acto continuo
digerir.
Más precisa que la crocota es la leucrocota en la que ciertos comentadores han visto un
reflejo del gnu, y otros de la hiena, y otros, una fusión de los dos. Es rapidísima y del
tamaño del asno silvestre. Tiene patas de ciervo, cuello, cola y pecho de león, cabeza de
tejón, pezuñas partidas, boca hasta las orejas y un hueso continuo en lugar de dientes.
Habita en Etiopía (donde asimismo hay toros salvajes, armados de cuernos movibles) y es
fama que remeda con dulzura la voz humana.
EL T’AO-T’IEH
Los poetas y la mitología lo ignoran; pero todos, alguna vez, lo hemos descubierto, en la
esquina de un capitel o en el centro de un friso, y hemos sentido un ligerísimo desagrado.
El perro que guardaba los rebaños del triforme Gerión tenía dos cabezas y un cuerpo y
felizmente Hércules lo mató; el T’ao-t’ieh invierte ese procedimiento y es más horrible,
porque la desaforada cabeza proyecta un cuerpo a la derecha y otro a la izquierda. Suele
tener seis patas, porque las delanteras sirven para los dos cuerpos. La cara puede ser de
dragón, de tigre o de persona; «máscara de ogro» la llaman los historiadores del arte. Es un
monstruo formal, inspirado por el demonio de la simetría a escultores, alfareros y
ceramistas. Mil cuatrocientos años antes de la era cristiana, bajo la dinastía de los Shang,
ya figura en bronces rituales.
T’ao-t’ieh quiere decir glotón. Los chinos lo pintan en la vajilla, para enseñar
frugalidad.
ESCILA
Antes de ser un monstruo y un remolino, Escila era una ninfa, de quien se enamoró el
dios Glauco. Éste buscó el socorro de Circe, cuyo conocimiento de hierbas y de magias era
famoso. Circe se prendó de él, pero como Glauco no olvidaba a Escila, envenenó las aguas
de la fuente en que aquélla solía bañarse. Al primer contacto del agua, la parte inferior del
cuerpo de Escila se convirtió en perros que ladraban. Doce pies la sostenían y se halló
provista de seis cabezas, cada una con tres filas de dientes. Esta metamorfosis la aterró y se
arrojó al estrecho que separa Italia de Sicilia. Los dioses la convirtieron en roca. Durante
las tempestades, los navegantes oyen aún el rugido de las olas contra la roca.
Esta fábula está en las páginas de Homero, de Ovidio y de Pausanias.
LAS VALQUIRIAS
Valquiria significa, en las primitivas lenguas germánicas, la que elige a los muertos. Un
conjuro anglosajón contra los dolores neurálgicos las describe, sin nombrarlas
directamente, de esta manera: Resonantes eran, sí resonantes, cuando cabalgaban sobre la
altura. Eran resueltas, cuando cabalgaban sobre la tierra. Poderosas mujeres...
No sabemos cómo las imaginaban las gentes de Alemania o de Austria; en la mitología
escandinava son vírgenes armadas y hermosas. Su número habitual era tres.
Elegían a los caídos en el combate y llevaban sus almas al épico paraíso de Odín, cuya
techumbre era de oro y que iluminaban espadas, no lámparas. Desde la aurora, los
guerreros, en ese paraíso, combatían hasta morir, luego resucitaban y compartían el
banquete divino, donde les ofrecían la carne de un jabalí inmortal e inagotables cuernos de
hidromiel.
Bajo el creciente influjo del cristianismo, el nombre de Valquiria degeneró; un juez en
la Inglaterra medieval, hizo quemar a una pobre mujer acusada de ser una Valquiria, es
decir una bruja.
LAS NORNAS
En la mitología medieval de los escandinavos, las nornas son las parcas. Snorri
Sturluson, que, a principios del siglo XIII, ordenó esa dispersa mitología, nos dice que las
principales son tres y que sus nombres son Pasado, Presente y Porvenir. Es verosímil
sospechar que la última circunstancia es un refinamiento, o adición, de naturaleza
teológica; los antiguos germanos no eran propensos a tales abstracciones. Snorri nos
enseña tres doncellas junto a una fuente, al pie del árbol, Iggdrasill, que es el mundo.
Urden inexorables nuestra suerte.
El tiempo (de lo que están hechas) las fue olvidando, pero hacia 1606 William
Shakespeare escribió la tragedia de Macbeth, en cuya primera escena aparecen. Son las tres
brujas que predicen a los guerreros el destino que los aguarda. Shakespeare las llama las
weird sisters, las hermanas fatales, las parcas. Wyrd, entre los anglosajones era la
divinidad silenciosa que preside sobre los inmortales y los mortales.
CHANCHA CON CADENAS
En la página 106 del Diccionario Folklórico Argentino (Buenos Aires, 1950) de Félix
Coluccio se lee:
En el norte de Córdoba y muy especialmente en Quilinos, se habla de la aparición
de una chancha encadenada que hace su presencia por lo común en horas de la
noche. Aseguran los lugareños vecinos a la estación del ferrocarril que la chancha
con cadenas a veces se desliza sobre las vías férreas y otros nos afirmaron que no era
raro que corriera por los cables del telégrafo, produciendo un ruido infernal con las
«cadenas». Nadie la ha podido ver, pues cuando se la busca desaparece
misteriosamente.
ICTIOCENTAUROS
Licofronte, Claudiano y el gramático bizantino Juan Tzetzes han mencionado alguna
vez los ictiocentauros; otra referencia a ellos no hay en los textos clásicos. Podemos
traducir ictiocentauros por centauro-peces; la palabra se aplicó a seres que los mitólogos
han llamado también centauro-tritones. Su representación abunda en la escultura romana y
helenística. De la cintura arriba son hombres, de la cintura abajo son peces, y tienen patas
delanteras de caballo o de león. Su lugar está en el cortejo de las divinidades marinas, junto
a los hipocampos.
LOS SERES TÉRMICOS
Al visionario y teósofo Rudolf Steiner le fue revelado que este planeta, antes de ser la
Tierra que conocemos, pasó por una etapa solar, y antes por una etapa saturnina. El
hombre, ahora, consta de un cuerpo físico, de un cuerpo etéreo, de un cuerpo astral y de un
yo; a principios de la etapa o época saturnina, era un cuerpo físico, únicamente. Este
cuerpo no era visible ni siquiera tangible, ya que entonces no había en la Tierra ni sólidos
ni líquidos ni gases. Sólo había estados de calor, formas térmicas. Los diversos colores
definían en el espacio cósmico figuras regulares e irregulares; cada hombre, cada ser, era
un organismo hecho de temperaturas cambiantes. Según el testimonio de Steiner, la
humanidad de la época saturnina fue un ciego y sordo e impalpable conjunto de calores y
fríos articulados. «Para el investigador, el calor no es otra cosa que una sustancia aún más
sutil que un gas», leemos en una página de la obra Die Geheimwissenschaft im Umriss
(Bosquejo de las Ciencias Ocultas). Antes de la etapa solar, espíritus del fuego o
arcángeles animaron los cuerpos de aquellos «hombres», que empezaron a brillar y a
resplandecer.
¿Soñó estas cosas Rudolf Steiner? ¿Las soñó porque alguna vez habían ocurrido, en el
fondo del tiempo? Lo cierto es que son harto más asombrosas que los demiurgos y
serpientes y toros de otras cosmogonías.
DEMONIOS DEL JUDAÍSMO
Entre el mundo de la carne y del espíritu, la superstición judaica presuponía un orbe que
habitaban ángeles y demonios. El censo de su población excedía las posibilidades de la
aritmética. Egipto, Babilonia y Persia contribuyeron, a lo largo del tiempo, a la formación
de ese orbe fantástico. Acaso por influjo cristiano (sugiere Trachtenberg) la demonología o
ciencia de los demonios importó menos que la angelología o ciencia de los ángeles.
Nombremos sin embargo, a Keteh Merirí, señor del medio día y de los calurosos
veranos. Unos niños que iban a la escuela se encontraron con él; todos murieron salvo dos.
Durante el siglo XIII la demonología judaica se pobló de intrusos latinos, franceses y
alemanes, que acabaron por confundirse con los que registra el Talmud.
EL HIJO DE LEVIATÁN
En aquel tiempo, había en un bosque sobre el Ródano, entre Arles y Aviñón, un
dragón, mitad bestia y mitad pez, mayor que un buey y más largo que un caballo. Y
tenía los dientes agudos como la espada, y cuernos a ambos lados, y se ocultaba en el
agua, y mataba a los forasteros y ahogaba las naves. Y había venido por el mar de
Galasia, y había sido engendrado por Leviatán, cruelísima serpiente de agua, y por
una bestia que se llama Onagro, que engendra la región de Galasia...
La Légende Dorée,
Lyon, 1518
EL NESNÁS
Entre los monstruos de la Tentación figuran los nesnás, que «sólo tienen un ojo, una
mejilla, una mano, una pierna, medio cuerpo y medio corazón». Un comentador, Jean-
Claude Margolin, escribe que los ha forjado Flaubert, pero el primer volumen de las Mil y
Una Noches de Lane (1839) los atribuye al comercio de los hombres con los demonios. El
nesnás —así escribe Lane la palabra— es la mitad de un ser humano; tiene media cabeza,
medio cuerpo, un brazo y una pierna; brinca con suma agilidad y habita en las soledades
del Hadramaut y del Yemen. Es capaz de lenguaje articulado; algunos tienen la cara en el
pecho, como los blemies, y cola semejante a la de la oveja; su carne es dulce y muy
buscada. Una variedad de nesnás con alas de murciélago abunda en la isla de Raïj (acaso
Borneo), en los confines de China; pero, añade el incrédulo expositor, Alá sabe todo.
LOS ÁNGELES DE SWEDENBORG
Durante los últimos veinticinco años de su estudiosa vida, el eminente hombre de
ciencia y filósofo Emanuel Swedenborg (1688-1772) fijó su residencia en Londres. Como
los ingleses son taciturnos, dio en el hábito cotidiano de conversar con demonios y ángeles.
El Señor le permitió visitar las regiones ultraterrenas y departir con sus habitantes. Cristo
había dicho que las almas, para entrar en el cielo, deben ser justas; Swedenborg, añadió
que deben ser inteligentes; Blake estipularía después que fueran artísticas. Los ángeles de
Swedenborg son las almas que han elegido el cielo. Pueden prescindir de palabras; basta
que un ángel piense en otro para tenerlo junto a él. Dos personas que se han querido en la
Tierra forman un solo ángel. Su mundo está regido por el amor; cada ángel es un cielo. Su
forma es la de un ser humano perfecto; la del cielo lo es asimismo. Los ángeles pueden
mirar al Norte, al Sur, al Este o al Oeste; siempre verán a Dios cara a cara. Son ante todo
teólogos; su deleite mayor es la plegaria y la discusión de problemas espirituales. Las cosas
de la Tierra son símbolos de las cosas del Cielo. El sol corresponde a la Divinidad. En el
Cielo no existe el tiempo; las apariencias de las cosas cambian según los estados de ánimo.
Los trajes de los ángeles resplandecen según su inteligencia. En el Cielo los ricos siguen
siendo más ricos que los pobres, ya que están habituados a la riqueza. En el Cielo, los
objetos, los muebles y las ciudades son más concretos y complejos que los de nuestra
tierra; los colores, más variados y vívidos. Los ángeles de origen inglés propenden a la
política; los judíos al comercio de alhajas; los alemanes llevan libros que consultan antes
de contestar. Como los musulmanes están acostumbrados a la veneración de Mahoma,
Dios los ha provisto de un ángel que simula ser el Profeta. Los pobres de espíritu y los
ascetas están excluidos de los goces del Paraíso porque no los comprenderían.
KHUMBABA
¿Cómo era el gigante Khumbaba, que guarda la montaña de cedros de la despedazada
epopeya babilónica Gilgamesh, quizá la más antigua del mundo? George Burckhardt ha
tratado de reconstruirlo (Gilgamesh, Wiesbaden, 1952); he aquí, vertidas al español, sus
palabras:
Enkidu derribó con el hacha uno de los cedros. ¿Quién ha penetrado en el bosque
y ha derribado un cedro?, dijo una enorme voz. Los héroes vieron acercarse a
Khumbaba. Tenía uñas de león, el cuerpo revestido de ásperas escamas de bronce, en
los pies las garras del buitre, en la frente los cuernos del toro salvaje, la cola y el
órgano de la generación concluían en cabeza de sierpe.
En el noveno canto de Gilgamesh, hombres-escorpiones —que de la cintura arriba
suben al cielo y de la cintura abajo se hunden en los infiernos— custodian, entre las
montañas, la puerta por la que sale el sol.
De doce partes, que corresponden a los doce signos zodiacales, consta el poema.
HOCHIGAN
Descartes refiere que los monos podrían hablar si quisieran, pero que han resuelto
guardar silencio, para que no los obliguen a trabajar. Los bosquimanos de África del Sur
creen que hubo un tiempo en que todos los animales podían hablar. Hochigan aborrecía los
animales; un día desapareció, y se llevó consigo ese don.
LOS ANTÍLOPES DE SEIS PATAS
De ocho patas dicen que está provisto (o cargado) el caballo del dios Odín, Sleipnir,
cuyo pelaje es gris y que anda por la tierra, por el aire y por los infiernos; seis patas
atribuye a los primitivos antílopes un mito siberiano. Con semejante dotación era difícil, o
imposible, alcanzarlos; el cazador divino Tunk-poj fabricó unos patines especiales con la
madera de un árbol sagrado que crujía incesantemente y que los ladridos de un perro le
revelaron. También crujían los patines y corrían con la velocidad de una flecha; para
sujetar, o moderar, su carrera, hubo que ponerles unas cuñas fabricadas con la leña de otro
árbol mágico. Por todo el firmamento persiguió Tunk-poj al antílope. Éste, rendido, se dejó
caer a la tierra y Tunk-poj le cortó las patas traseras.
—Los hombres —dijo— son cada día más pequeños y débiles. Cómo van a poder cazar
antílopes de seis patas, si yo mismo apenas lo logro.
Desde aquel día, los antílopes son cuadrúpedos.
LOS ELOI Y LOS MORLOCKS
El héroe de la novela The Time Machine (La Máquina del Tiempo), que el joven Wells
publicó en 1895, viaja, mediante un artificio mecánico, a un porvenir remoto. Descubre
que el género humano se ha dividido en dos especies: los Eloi, aristócratas delicados e
inermes, que moran en ociosos jardines y se nutren de fruta, y los Morlocks, estirpe
subterránea de proletarios, que, a fuerza de trabajar en la oscuridad han quedado ciegos y
que siguen poniendo en movimiento, urgidos por la simple rutina, máquinas herrumbradas
y complejas que no producen nada. Pozos con escaleras en espiral unen ambos mundos. En
las noches sin luna, los Morlocks surgen de su encierro y devoran a los Eloi.
El héroe logra huir al presente. Trae como único trofeo una flor desconocida y marchita,
que se hace polvo y que florecerá al cabo de miles de siglos.
BALDANDERS
Baldanders (cuyo nombre podemos traducir por Ya diferente o Ya otro) fue sugerido al
maestro zapatero Hans Sachs, de Nüremberg, por aquel pasaje de la Odisea en que
Menelao persigue al dios egipcio Proteo, que se transforma en león, en serpiente, en
pantera, en un desmesurado jabalí, en un árbol y en agua. Hans Sachs murió en 1576; al
cabo de unos noventa años, Baldanders resurge en el sexto libro de la novela fantásticoEl
picaresca de Grimmelshausen, Simplicius Simplicissimus. En un bosque, el protagonista da
con una estatua de piedra, que le parece el ídolo de algún viejo templo germánico. La toca
y la estatua le dice que es Baldanders y toma las formas de un hombre, de un roble, de una
puerca, de un salchichón, de un prado cubierto de trébol, de estiércol, de una flor, de una
rama florida, de una morera, de un tapiz de seda, de muchas otras cosas y seres, y luego,
nuevamente, de un hombre. Simula instruir a Simplicissimus en el arte «de hablar con las
cosas que por su naturaleza son mudas, tales como sillas y bancos, ollas y jarros»; también
se convierte en un secretario y escribe estas palabras de la Revelación de San Juan: Yo soy
el principio y el fin, que son la clave del documento cifrado en que le deja las
instrucciones. Baldanders agrega que su blasón (como el del Turco y con mejor derecho
que el Turco) es la inconstante luna.
Baldanders es un monstruo sucesivo, un monstruo en el tiempo; la carátula de la
primera edición de la novela de Grimmelshausen trae un grabado que representa un ser con
cabeza de sátiro, torso de hombre, alas desplegadas de pájaro y cola de pez, que con una
pata de cabra y una garra de buitre pisa un montón de máscaras, que pueden ser los
individuos de las especies. En el cinto lleva una espada y en las manos un libro abierto, con
las figuras de una corona, de un velero, de una copa, de una torre, de una criatura, de unos
dados, de un gorro con cascabeles y un cañón.
LOS TROLLS
En Inglaterra las Valquirias quedaron relegadas a las aldeas y degeneraron en brujas; en
las naciones escandinavas los gigantes de la antigua mitología, que habitaban en Jötunheim
y guerreaban con el dios Thor, han decaído en rústicos trolls. En la Cosmogonía que da
principio a la Edda Mayor, se lee que, el día del Crepúsculo de los Dioses, los gigantes
escalarán y romperán Bifrost, el arco iris, y destruirán el mundo, secundados por un lobo y
una serpiente; los trolls de la superstición popular son elfos malignos y estúpidos, que
moran en las cuevas de las montañas o en deleznables chozas. Los más distinguidos están
dotados de dos o tres cabezas.
El poema dramático Peer Gynt (1867) de Henrik Ibsen les asegura su fama. Ibsen
imagina que son, ante todo, nacionalistas; piensan, o tratan de pensar que el brebaje atroz
que fabrican es delicioso y que sus cuevas son alcázares. Para que Peer Gynt no perciba la
sordidez de su ámbito, le proponen arrancarle los ojos.
LAS HADAS
Su nombre se vincula a la voz latina futuro (hado, destino). Intervienen mágicamente en
los sucesos de los hombres. Se ha dicho que las hadas son las más numerosas, las más
bellas y las más memorables de las divinidades menores. No están limitadas a una sola
región o a una sola época. Los antiguos griegos, los esquimales y los pieles rojas narran
historias de héroes que han logrado el amor de esas fantásticas criaturas. Tales aventuras
son peligrosas; el hada, una vez satisfecha su pasión, puede dar muerte a sus amantes.
En Irlanda y en Escocia les atribuyen moradas subterráneas, donde confinan a los niños
y a los hombres que suelen secuestrar. La gente cree que poseían las puntas de flechas
neolíticas que exhuman en los campos y a las que dotan de infalibles virtudes medicinales.
A las hadas les gusta el color verde, el canto y la música. A fines del siglo XVII un
eclesiástico escocés, el reverendo Kirk, de Aberboyle, compiló un tratado que se titula La
Secreta República de los Elfos, de las Hadas y de los Faunos. En 1815, Sir Walter Scott
dio esa obra manuscrita a la imprenta. Del señor Kirk se dice que lo arrebataron las hadas
porque había revelado sus misterios. En los mares de Italia el Hada Morgana urde
espejismos para confundir y perder a los navegantes.
LAS LAMIAS
Según los clásicos latinos y griegos, las lamias habitaban en África. De la cintura para
arriba su forma era la de una hermosa mujer; más abajo la de una sierpe. Algunos las
definieron como hechiceras; otros como monstruos malignos. La facultad de hablar les
faltaba, pero su silbido era melodioso. En los desiertos atraían a los viajeros, para
devorarlos después. Su remoto origen era divino; procedían de uno de los muchos amores
de Zeus. En aquella parte de su Anatomía de la Melancolía (1621) que trata de la pasión
del amor, Robert Burton narra la historia de una lamia, que había asumido forma humana y
que sedujo a un joven filósofo «no menos agraciado que ella». Lo llevó a su palacio, que
estaba en la ciudad de Corinto. Invitado a la boda, el mago Apolonio de Tyana la llamó por
su nombre; inmediatamente desaparecieron la lamia y el palacio. Poco antes de su muerte,
John Keats (1795-1821) se inspiró en el relato de Burton para componer su poema.
LOS LEMURES
También les dieron el nombre de larvas. A diferencia de los lares de la familia, que
protegían a los suyos. Los lemures, que eran las almas de los muertos malvados, erraban
por el mundo, infundiendo horror a los hombres. Imparcialmente torturaban a los impíos y
a los justos. En la Roma anterior a la fe de Cristo, celebraban fiestas en su honor, durante
el mes de mayo. Las fiestas se llamaban Lamurias. Fueron instituidas por Rómulo, para
apaciguar el alma de Remo, a quien había ejecutado. Una epidemia asoló a Roma y el
oráculo, consultado por Rómulo, aconsejó esas fiestas anuales que duraban tres noches.
Los templos de las otras divinidades se clausuraban y estaban prohibidas las bodas. Era
costumbre arrojar habas sobre las tumbas o consumirlas por el fuego, porque el humo
ahuyentaba a los lemures. También los espantaban los tambores y las palabras mágicas. El
curioso lector puede interrogar Los Fastos de Ovidio.
KUYATA
Según un mito islámico, Kuyata es un gran toro dotado de cuatro mil ojos, de cuatro mil
orejas, de cuatro mil narices, de cuatro mil bocas, de cuatro mil lenguas y de cuatro mil
pies. Para trasladarse de un ojo a otro o de una oreja a otra bastan 500 años. A Kuyata lo
sostiene el pez Bahamut; sobre el lomo del toro hay una roca de rubí, sobre la roca un
ángel y sobre el ángel nuestra Tierra.
LOS SÁTIROS
Así los griegos los llamaron; en Roma les dieron el nombre de faunos, de Panes y de
silvanos. De la cintura para abajo eran cabras; el cuerpo, los brazos y el rostro eran
humanos y velludos. Tenían cuernitos en la frente, orejas puntiagudas y la nariz encorvada.
Eran lascivos y borrachos. Acompañaron al dios Baco en su alegre conquista del Indostán.
Tendían emboscadas a las ninfas; los deleitaba la danza y tocaban diestramente la flauta.
Los campesinos los veneraban y les ofrecían las primicias de las cosechas. También les
sacrificaban corderos.
Un ejemplar de esas divinidades menores fue apresado en una cueva de Tesalia por los
legionarios de Sila, que lo trajeron a su jefe. Emitía sonidos inarticulados y era tan
repulsivo que Sila inmediatamente ordenó que lo restituyeran a las montañas.
El recuerdo de los sátiros influyó en la imagen medieval de los diablos.
EL GALLO CELESTIAL
Según los chinos, el gallo celestial es un ave de plumaje de oro, que canta tres veces al
día. La primera, cuando el sol toma su baño matinal en los confines del océano; la segunda,
cuando el sol está en el cenit; la última, cuando se hunde en el poniente. El primer canto
sacude los cielos y despierta a la humanidad. Es antepasado del yang, principio masculino
del universo. Está provisto de tres patas y anida en el árbol fu-sang cuya altura se mide por
centenares de millas y que crece en la región de la aurora. La voz del gallo celestial es muy
fuerte; su porte, majestuoso. Pone huevos de los que salen pichones con crestas rojas que
contestan a su canto cada mañana. Todos los gallos de la tierra descienden del gallo
celestial que se llama también el ave del alba.
EL PÁJARO QUE CAUSA LA LLUVIA
Además del dragón, los agricultores chinos disponen del pájaro llamado shang yang
para obtener la lluvia. Tiene una sola pata; en épocas antiguas los niños saltaban en un pie
y fruncían las cejas afirmando: lloverá porque está retozando el shang yang. Se refiere, en
efecto que bebe el agua de los ríos y la deja caer sobre la tierra.
Un antiguo sabio lo domesticó y solía llevarlo en la manga. Los historiadores registran
que se paseó una vez ante el trono del príncipe Ch’i, agitando las alas y dando brincos. El
príncipe, alarmado, envió a uno de sus ministros a la corte de Lu, para consultar a
Confucio. Éste predijo que el shang yang produciría inundaciones en la región y en las
comarcas adyacentes. Aconsejó la construcción de diques y canales. El príncipe acató las
admoniciones del maestro, y evitó así grandes desastres.
LA LIEBRE LUNAR
En las manchas lunares, los ingleses creen descifrar la forma de un hombre; dos o tres
referencias al hombre de la luna, al man in the moon, hay en el Sueño de una Noche de
Verano. Shakespeare menciona su haz de espinas o maleza de espinas; ya alguno de los
versos finales del canto XX del Infierno habla de Caín y de las espinas. El comentario de
Tommaso Casini recuerda a este propósito la fábula toscana en que el Señor dio a Caín la
Luna por cárcel y lo condenó a cargar un haz de espinas hasta el fin de los tiempos. Otros,
en la Luna, ven la sagrada familia, y así Lugones pudo escribir en su Lunario Sentimental:
Y está todo: la Virgen con el niño; al flanco,
San José (algunos tienen la buena fortuna
De ver su vara); y el buen burrito blanco
Trota que trota los campos de la Luna.
Los chinos, en cambio, hablan de la liebre lunar. El Buddha, en una de sus vidas
anteriores, padeció hambre; para alimentarlo, una liebre se arrojó al fuego. El Buddha,
como recompensa, envió su alma a la Luna. Ahí, bajo una acacia, la liebre tritura en un
mortero mágico las drogas que integran el elixir de la inmortalidad. En el habla popular de
ciertas regiones, esta liebre se llama el doctor, o liebre preciosa, o liebre de jade.
De la liebre común se cree que vive hasta los mil años y que encanece al envejecer.

FIN

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