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EL ARTE OSCURO

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GOTICO

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lunes, 28 de septiembre de 2009

Los Elementales

Los Elementales

Franz Harttmann

(Pneumatología)



La ortodoxia de la Edad Media consideraba a los ángeles, demonios o espíritus humanos desencarnados, como entidades personales invisibles. Personificaron a los poderes del bien y del mal, e hicieron de ellos caricaturas y monstruos que volaban de lugar a lugar, tratando de subyugar las almas de los hombres o de sujetarlos a su poder. El gobierno de aquellos tiempos era oligárquico, y el pobre dependía de los favores del rico. El poder de la Iglesia era supremo, y los dictados del clero no toleraban la desobediencia. El servilismo y anhelo por favores personales estaban a la orden de aquel tiempo, y este estado de la mente influenció y modificó necesariamente las concepciones religiosas del pueblo. El Espíritu Supremo del Universo fue degradado a sus ojos como un tirano personal, y cuyo favor trataban de ganar por medio de penitencias, súplicas, y por medio de la intercesión de los sacerdotes, que se suponía eran sus favoritos. Todo lo que no podía ser reconciliado con las preocupaciones y opiniones existentes, era atribuido al diablo; y los horrores de la Inquisición, las persecuciones religiosas y procesos de brujas, son bien conocidos para traerse a la memoria del lector.
"Pneuma", o "alma", significa un espíritu semi- material, una esencia o forma que no es ni "material" en el sentido aceptado de la palabra, ni espíritu puro. Es (como todo lo demás en el universo) una forma de la voluntad, y puede tener una o ninguna inteligencia. Generalmente significa el eslabón que une el espíritu con el cuerpo; pero hay seres que pertenecen enteramente al reino del alma y no tienen cuerpos como los llamados comúnmente "materiales".
Se puede decir que el alma es cierto estado de actividad de la voluntad, y lo mismo se puede decir del cuerpo físico; porque si consideramos al universo como siendo una manifestación de la voluntad en movimiento, entonces todas las formas y objetos que conocemos, o que podemos imaginar, son determinadas vibraciones de la voluntad. Así, pues, podemos considerar a la naturaleza física como constituída de un orden inferior de vibraciones, al alma como una octava superior de las mismas, y al espíritu como más superior todavía. Si el cuerpo físico muere, la octava inferior deja de sonar, pero la superior continúa y continuará en vibración mientras esté en contacto con lo más elevado; pero sí el espíritu se ha separado de ella, tarde o temprano cesará su actividad. Así pues, si el hombre muere el alma sobrevive, y sus esencias superiores van a formar la substancia del cuerpo del hombre paradisíaco, "el hombre del nuevo Olimpo" (Devachán), y las esencias inferiores del alma, de la cual el espíritu se ha separado, se disuelven en los elementos astrales a que pertenecen, así como el cuerpo terrenal se disuelve en los elementos de la tierra.
Esta disolución, sin embargo, no se verifica inmediatamente en el momento de la separación del alma del cuerpo, sino que puede necesitar largo tiempo. Lo que constituía la mente de un hombre (el astra), continúa todavía existiendo después de la muerte del cuerpo, aunque el astrum no es la persona a que el astrum perteneció. Si un hombre ha sido veraz durante su vida, su espíritu será veraz después de la muerte del hombre. Si ha sido un gran astrónomo, un mago o alquimista, su espíritu será todavía lo mismo, y podemos aprender muchísimas cosas de tales espíritus; esas cosas son los restos de la mente que en un tiempo constituyeron el hombre terrenal.
Hay dos muertes o dos separaciones. La separación del espíritu y alma del cuerpo y la separación del espíritu del alma; o, para expresarlo más claro, la separación de lo espiritual del alma meramente intelectual o animal. Si una persona muere de muerte natural (esto es, de vejez), si sus pasiones han muerto durante la vida, si su voluntad egoísta se ha debilitado y su mente se ha hecho como la de un niño, y si ha puesto su confianza en su padre, su espíritu y su alma, al momento de la muerte, serán libres de las cadenas materiales y será atraído al cuerpo de Cristo.9
"Tal alma es la carne y sangre de Cristo y Cristo es su Dueño. No entra en comunicación con los mortales, porque no desea nada terrenal. No "piensa" o especula acerca de las cosas terrestres, ni se apena por sus relaciones o amigos. Vive en un estado de pura sensación, dicha y gozo".10
Tal es la suerte de los que mueren de muerte natural en Dios; pero las condiciones de los que mueren prematuramente sin ser regenerados, las de los suicidas o las de los que mueren a consecuencia de algún accidente, difieren muchísimo; porque aunque sus almas han sido separadas por fuerza de sus cuerpos, el espíritu no por esto deja necesariamente al alma, sino que puede permanecer con ella hasta que otra separación se verifique. Permanecen en tales casos seres humanos como cualesquiera otros; sólo, con esta diferencia, que no poseen un cuerpo físico, y permanecen en tal estado hasta que llega el tiempo cuando, según la ley de la Naturaleza y su propia predestinación (Karma), su muerte física debería haber llegado. Al terminar este tiempo se verifica la separación de sus principios inferiores y superiores. Mientras tanto viven en sus cuerpos astrales. Tales cuerpos son invisibles para nosotros, pero son visibles entre ellos, y tienen sensación y facultades perceptivas11, y ejecutan en sus pensamientos lo que tenían costumbre de ejecutar durante la vida, y creen que lo están ejecutando físicamente. Permanecen todavía en la esfera de la tierra, y Paracelso les llama Caba- li, Lemures, etc. Están todavía en posesión completa de sus deseos terrenales y pasiones; tratan de satisfacerlas, y son instintivamente atraídos hacia personas en quienes hallan deseos y pasiones correspondientes, y a los lugares en donde pueden esperar satisfacerlas, entrando en simpatía con los llamados médiums, y son por lo mismo inclinados con frecuencia a instigar a tales médiums a que cometan crímenes e inmoralidades; no se puede evitar que lo hagan así, porque, al perder sus cuerpos físicos, han perdido también la suma necesaria de energía y poder de voluntad para ejercer dominio propio y emplear sus facultades de raciocinio. Con frecuencia rondan los lugares donde acostumbraban pasar el tiempo durante la vida12; de este modo tratan de hallar alivio a la sed devoradora que sienten por satisfacer sus deseos. A donde quiera que sus pensamientos les atraigan, hallá irán. Si han cometido algún crimen, pueden ser encadenados por el arrepentimiento al lugar en que fue perpetrado; si tienen un tesoro sepultado, el cuidado de su dinero puede retenerlos allí; el odio o deseo de venganza puede encadenarlos a sus enemigos 13; el amor material puede convertirlos en vampiros, y encadenarlos con el objeto de su pasión, con tal que haya algunos elementos en la víctima que les den acceso, porque el cuerpo astral de una persona mala no puede influenciar la mente de una persona pura, ni durante la vida ni después de la muerte, a menos que estén en mutua relación por alguna semejanza en sus organizaciones mentales 14.
"Bajo ciertas circunstancias, tales entidades humanas pueden hacerse visibles o manifestar su presencia de alguna manera. Pueden aparecer en forma corporal, o permanecer invisibles y producir sonidos y ruidos - como toques, risas, silbidos, estornudos, gemidos, suspiros, pasos, pataleos -; pueden arrojar piedras y mover los muebles u otros objetos, y todo esto lo pueden hacer con el fin de llamar la atención de los vivos, a fin de que puedan obtener una oportunidad de entrar en comunicación con ellos".15
Pero no todas las apariencias de visitadores supramundanos o submundanos son causadas por las apariciones de los espectros o cuerpos astrales de los suicidas o víctimas de accidentes, ni por los cadáveres astrales y el Evestra de los muertos, sino que hay otras entidades invisibles que pueden rondar las casas de los mortales, y pueden en ocasiones hacerse visibles y tangibles a los sentidos físicos, si existen las condiciones necesarias para tal fin.
"Una de estas clases la forman los seres llamados "fantasmata". Estos seres semejantes a espectros son "espíritus nocturnos", que tienen raciocinio semejante al del hombre. Tratan de apegarse a los hombres, especialmente a los que tienen muy poco poder de dominio propio, y a quienes pueden dominar. Hay muchísimas clases de estos espíritus, buenos lo mismo que malos, y les gusta estar cerca del hombre. En esto son comparables a los perros, que también gustan de la compañía de los hombres. Pero el hombre no puede aprovechar nada de su compañía. Son sombras vacías, y sólo un embarazo para él. Temen los corales rojos, como los perros temen a un látigo; pero los corales obscuros les atraen". ("Herbarius Theophrasti: De corallis".)16
"Algunos creen que tales espíritus pueden ser arrojados con agua bendita y quemando incienso; pero no se puede tener ninguna agua bendita mientras no se halle un hombre bastante santo para poder dotar al agua con un poder oculto, y el olor del incienso puede más bien atraer a los malos espíritus que arrojarlos: porque los malos espíritus son atraídos por las cosas que son atractivas a los sentidos, y si queremos arrojarlos sería más racional emplear olores desagradables para este fin. El verdadero y efectivo poder contra todos los malos espíritus es la voluntad. Si amamos a la fuente de todo bien con todo nuestro corazón, mente y deseo, podemos estar seguros de no caer nunca en el poder del mal; pero las ceremonias sacerdotales - rociar agua, quemar incienso y cantar encantamientos - son invenciones de la vanidad clerical, y por lo mismo tienen su origen en la fuente de todo mal. Las ceremonias han sido instituidas en su origen para dar una forma externa a un acto interno; pero donde el poder interno, para ejecutar tales actos, no existe, una ceremonia no será de ningún valer, sino sólo para atraer a los espíritus a quienes puede gustar burlarse de nuestra tontería". ("Filos. Oculta".)
Otra clase consta de los Incubos y Súbcubos, de los que hablan las tradiciones rabínicas de una manera alegórica como habiendo sido creados por el derrame del semen de Adam (el hombre animal) mientras se ocupaba de Lilith, su primera esposa (dando a entender una imaginación mórbida). Paracelso dice en su libro "De Origine Morborum Inivibilium", lib.III.: "La imaginación es la causa de los Incubos y Súbcubos, y de la Larva fluídica. Los Incubos son seres masculinos y los Súbcubos femeninos. Son el producto de una imaginación intensa y lasciva de los hombres y mujeres, y después que toman forma desaparecen. Son formados del Esperma que se halla en la imaginación de los que cometen el pecado contra natura de Onán en pensamiento y acto. Viniendo, como viene, sólo de la imaginación, no es verdadero esperma, sino sólo una sal corrompida (esencia). Sólo una semilla que entra a los órganos de la Naturaleza suministra para su desarrollo puede desarrollarse en un cuerpo.5 Si la semilla es plantada en el suelo a propósito, se pudrirá. Si la esperma no cae en la matriz conveniente, no producirá nada bueno, sino algo inútil. Por lo mismo, los Incubos y Súbcubos que se producen de la semilla corrompida, sin el orden natural de las cosas, son malos e inútiles, y Tomás de Aquino ha cometido un error tomando equivocadamente tal cosa inútil por una "perfecta".
"Este esperma que viene de la imaginación, nace en Amore Hereos. Esto significa una clase de amor en que un hombre puede imaginarse una mujer, o una mujer un hombre, para ejecutar el acto connubial con la imagen creada en la esfera de la mente. De este acto resulta la expulsión del flúido etéreo inútil, impotente para engendrar un niño, pero capaz de producir Larva. Tal imaginación es madre de una impúdica lujuria, que, si continúa, puede hacer al hombre impotente y a la mujer estéril, porque mucho del poder verdadero creativo y formativo es perdido por el ejercicio frecuente de esta mórbida imaginación. Esta es frecuentemente la causa de las molas, abortos, fracasos y malas formaciones. Este esperma corrompido puede ser tomado por los espíritus que vagan por la noche, que pueden llevarlo a un lugar donde pueden fecundarlo. Hay espíritus que pueden ejecutar un "actus" con él, como también lo pueden hacer las brujas, y, a consecuencia de este "actus", pueden producirse muchos monstruos curiosos de formas horribles". ("De Orig. Morb. Invis.")
"Si tales monstruos nacen de una imaginación consciente poderosa, la misma conciencia será creada también con ellos. Los espíritus de la noche pueden usar todo lo que nace de tal esperma según quieran, pero no pueden usar nada de carácter humano o que posea verdadero espíritu". "El amor erótico es un estado del cuerpo invisible, y es causado por una imaginación sobreexcitada, estimulada a tal grado que arroja esperma, de la cual pueden resultar Incubos y Súbcubos. En las pollutionibus nocturnalis ordinarias, el cuerpo pierde esperma sin ningún esfuerzo de la imaginación, y los espíritus de la noche no pueden por lo mismo usarla para sus fines".
"Si las mujeres que han pasado de la edad en que pueden concebir, son impúdicas y de vivida imaginación, pueden también producir tales cosas. Si las personas de uno u otro sexo tienen deseos lujuriosos y una imaginación activa, o si se enamoran apasionadamente de una persona del sexo opuesto, y no pueden obtener el objeto de su deseo y fantasía, entonces un Incubo o Súbcubo puede tomar el lugar del objeto ausente, y de este modo los hechiceros pueden producir Súbcubos y las brujas Incubos"6. "Para impedir tan desgraciados sucesos, es necesario ser casto, honrado y puro, en pensamiento y deseo, y todo el que no pueda ser así debe casarse.7 La imaginación es un gran poder, y si el mundo conociera las cosas extrañas que se puede producir por el poder de la imaginación, las autoridades harían que todos los vagos se fueran a trabajar y a emplear su tiempo de alguna manera útil, y tendrían cuidado de los que no pueden gobernar su imaginación, a fin de evitar que aconteciesen malos resultados". ("Morb. Invis." IV.)
"El llamado Dragón es un ser invisible, que puede hacerse visible y aparecer en forma humana y cohabitar con las brujas. Esto se verifica por medio del esperma que se pierde por los onanistas, fornicadores y prostitutas in acte venereo 8, y que tales espíritus usan como cuerpo para obtener la forma humana se halla en germen en el esperma, y si estos espíritus usan el esperma de cierta persona, es como si un hombre se pusiera el vestido de otro, y entonces tienen la forma de esa persona y se le parecen en todas sus partes y detalles" 9. ("De Fertilitate." Trat.II)
"Otro monstruo horrible es el Basilisc, creado por la Sodomía, y también el Aspis y Leo. Hay innumerables formas bastardas, mitad hombre, mitad araña o sapos, etc., los cuales habitan el plano astral; pertenecen a la serpiente cuya cabeza tiene que ser aplastada por el pie de Cristo. ("Fragm.")
"Si estas formas son suficientemente densas para hacerse visibles, aparecen como una sombra o niebla de color. No tienen vida propia, sino que la toman de la persona que le dio el ser, lo mismo que una sombra es producida por un cuerpo; y donde no hay cuerpo, no puede haber sombra ninguna. Con frecuencia son engendradas por idiotas, personas inmorales, depravadas o enfermizas, que llevan una vida irregular y solitaria, y que son adictas a malos hábitos. La coherencia de las partículas que componen los cuerpos de estos seres no es muy fuerte, y temen el aire, la luz, el fuego, las puntas y armas. Son una especie de apéndice aéreo al cuerpo de sus padres, y hay algunas veces tan íntima relación entre ellos y el cuerpo de sus progenitores, que si se hace un daño a los primeros, puede transmitirse a los segundos. Son parásitos que extraen la vitalidad de las personas a quienes son atraídos, y pueden agotar la vitalidad de sus víctimas muy pronto, si éstas no son muy fuertes" 10.
"Algunos de estos seres influencian a lso hombres según sus cualidades; los vigilan, aumentan y excitan sus faltas, hallan excusas a sus errores, les hacen desear el éxito de sus malas acciones, y gradualmente absorben su vitalidad. Fortifican y sostienen la imaginación en las operaciones de hechicería, algunas veces hacen predicciones falsas y dan oráculos erróneos. Si un hombre tiene una imaginación fuerte y mala, y quiere dañar a otro, estos serse están siempre prontos para ayudar en el cumplimiento de su objeto". Estos seres pueden hacer que sus víctimas pierdan la razón, si son demasiado débiles para resistir a su influencia. "Una persona sana y pura no puede ser obsesada por ellos, porque tal Larva sólo puede obrar en los hombres si éstos le dan lugar en sus mentes. Una mente sana es un castillo que no puede ser invadido sin la voluntad de su dueño; pero si se les permite entrar, excitan las pasiones de los hombres y mujeres, crean malos deseos en ellos, producen perversos pensamientos que obra dañosamente en el cerebro; aguzan el intelecto animal y sofocan el sentido moral. Los malos espíritus obsesan únicamente a los seres humanos en quienes la naturaleza animal prepondera. Las mentes que están iluminadas por el espíritu de verdad no pueden ser poseídas; sólo los que son habitualmente guiados por sus propios impulsos inferiores pueden ser sujetados a su influencia. Los exorcismos y ceremonias son inútiles en tales casos. La oración 11 y abstinencia de todos los pensamientos que puede estimular la imaginación o excitar el cerebro son los únicos remedios verdaderos". ("De ente Spirituali.") "La cura de la obsesión es un acto puramente psíquico y moral. La persona obsesada debe hacer uso de la verdadera oración y abstinencia, y después de esto, que una persona de fuerte voluntad quiera que tales espíritus se vayan". ("Filosofía Oculta")
La razón porque no podemos ver estas entidades astrales es porque son transparentes como el aire. No podemos ver el aire a menos que hagamos humo, y aun en ese caso no vemos el aire mismo, sino el humo que es llevado por el aire. Pero podemos sentir el aire cuando se mueve, y podemos también en ocasiones sentir la presencia de tales entidades, si son bastante densas para ser sentidas. Además, el objeto de nuestros sentidos es percibir los objetos que existen en el plano para el cual esos sentidos están adaptados, y por lo mismo los sentidos físicos existen con el objeto de ver cosas físicas, y los sentidos del hombre interior son para ver las cosas del alma. Cuando los sentidos externos están inactivos, los sentidos interiores pueden despertar a la vida, y podemos ver los objetos del plano astral como vemos las cosas en un sueño. Hay también algunos venenos por los cuales la actividad orgánica del cuerpo se puede suprimir por algún tiempo, y la conciencia del hombre interior hacerse más activa, y la cual, por lo mismo, nos puede hacer ver las cosas del plano astral. Pero tales venenos destruyen la razón y son muy dañosos a la salud. En las fiebres, delirios, etc., se pueden ver también estas cosas. Algunas de ellas pueden ser creaciones de la mente del paciente, otras pueden haber sido creadas por la imaginación mórbida de otra persona, como ya se dijo 13.
Pero si estas entidades son invisibles bajo condiciones normales para el ser humano, puede ser muy bien percibidas por un Elementario humano, que exista conscientemente en su plano. Los caracteres humanos depravados pueden, después de la muerte, tomar las formas animales y monstruos, a los que se parecieron por sus malos pensamientos. La forma es sólo una apariencia que representa un carácter, y el carácter da impresión a la forma. Si el carácter de una persona es completamente malo, hará que la forma astral sea horrible. Por esta razón las almas de los depravados puede aparecer en formas animales .
El espíritu puro no tiene forma: es sin forma como los rayos del sol. Pero así como éstos hacen que los elementos de la materia se desarrollen en plantas, igualmente las substancias del alma pueden convertirse en seres con formas, por medio de la acción de los rayos espirituales. Hay espíritus buenos y espíritus del mal; espíritus planetarios y ángeles. Hay los espíritus de los cuatro elementos, y hay muchos miles de clases diferentes.
"Cada niño, al nacer, recibe un espíritu familiar o genio, y estos espíritus instruyen algunas veces a sus discípulos aun desde su más tierna edad. Muchas veces les enseñan a hacer cosas extraordinarias. Hay en el universo un número incalculable de tales genios, y podemos aprender de ellos todos los misterios del Caos, a causa de que están en relación con el Misterio Magno. Estos espíritus familiares son llamados Flage.
Hay varias clases de Flage, y hay dos modos por los que podemos obtener conocimiento de ellos. Uno es haciéndose visibles para poder hablar con nosotros; el otro es ejerciendo una influencia invisible en nuestra mente. El arte de la Nectromancia 17 hace que el hombre perciba cosas interiores, y no hay misterio tocante al ser humano que no se pueda conocer por este arte, y al Flage se le puede hacer que lo revele o por persuasión o por la fuerza de la voluntad, porque el Flage obedece a la voluntad del hombre por la misma razón que un soldado obedece la voluntad del que manda, o un inferior obedece a su superior, aunque éste pueda ser físicamente más fuerte que el primero. Se puede hacer que el Flage aparezca visiblemente en un espejo de Beryll, en un pedazo de carbón o un cristal, etc., y no sólo se puede ver al Flage sino también a la persona a quien pertenezca, y todos sus secretos pueden ser conocidos. Y si no es posible hacerles que se aparezcan, entonces tale secretos se pueden saber por comunicación de pensamiento o por signos, visiones alegóricas, etc. Con la ayuda de estos Flages se puede hallar tesoros ocultos y las cartas cerradas se pueden leer, a pesar de lo oculto que se hallen para la vista, porque la apertura de la vista interior quita el velo de la materia. Las cosas que han sido sepultadas se pueden hallar de ese modo, las robadas recobrarse, etc. El Flage puede revelarnos sus secretos tanto buenos como malos, en nuestros sueños. El que obtiene conocimiento del espíritu lo obtiene de su padre; el que conoce a los Elementales se conoce a sí mismo; el que comprende la naturaleza de los elementos sabe como está construido el Microcosmo. Los Flage son los espíritus que instruyeron al género humano en las artes y ciencias en los tiempos antiguos, y sin ellos no habría seguramente ni ciencia ni filosofía ninguna en el mundo" 18.
"En la práctica de la divinación por sortilegio, etc., el Flage guía la mano. Tales artes no son ni de Dios ni del diablo, sino que son el Flage. Las ceremonias que de costumbre se usan en estas ocasiones son mera superstición, y han sido inventadas para dar a tales ocasiones un aire de solemnidad. Los que practican ese arte ignoran ellos mismos con frecuencia las leyes que lo gobiernan, y puede atribuir los resultados obtenidos a las ceremonias, y confunden erróneamente sus supercherías con la cosa esencial" 19.
Respecto a la confianza que se pueda tener en las revelaciones de los seres invisibles, Paracelso dice: "A los malos espíritus les gusta hacer caer a los hombres en error, y por lo mismo sus profecías son generalmente falsas y sus predicciones basadas en engaño. Dios hizo a los espíritus mudos, para que no puedan decirlo todo tan claramente al hombre que éste no necesite usar su razón para evitar cometer errores. Los espíritus no deben instruir al hombre, pero no siempre obedecen ese mandato. Por esta razón con frecuencia guardan silencio cuando su informe es más necesario y muchas veces hablan falsedades cuando más importa saber la verdad". Esta es la causa de que tantas cosas que han dicho los espíritus hayan sido mentiras e ilusiones, y algunos espíritus mienten muchísimo más que otros. Pero puede suceder que tal vez de doce predicciones hechas por tales espíritus una accidentalmente salga cierta, y en este caso los ignorantes no se fijarán en que las otras once fueron falsas, sino que estarán prontos para creer todo lo que tales espíritus puedan decir. "Estos espíritus enseñan con frecuencia a las personas que tratan con ellos, a practicar ciertas ceremonias, a decir ciertas palabras y nombres en que no hay ninguna significación, y todo esto lo hacen para divertirse, y tener algún pasatiempo a costa de las personas crédulas. Rara vez son los que pretenden ser; aceptan nombres, y uno usará el nombre de otro, o pueden asumir la máscara y modo de obrar de otro. Si una persona tiene tal espíritu, que pertenezca a una clase mejor, puede ser un buen decidor de la buenaventura; pero el que tiene un espíritu mentiroso no oirá sino mentiras, y, en general, todos estos espíritus en su clase se sobrepasan mutuamente en engaños y mentiras" (Filosofía Sagaz") 20.
"El hombre es un instrumento por el cual los tres mundos - el espiritual, el astral y el elementario - están obrando. En él hay seres de todos estos mundos, racionales y no racionales, criaturas inteligentes y sin inteligencia. Una persona sin conocimiento ni gobierno propio, obra impulsado según la voluntad de estas criaturas; pero el verdadero filósofo obra conforme a la voluntad del Supremo Ser, el Creador, que está en él. Si los amos a quienes el hombre obedece son locos, ellos, sus siervos, también obrarán locamente. Es cierto que cada uno cree que él es el amo y señor y que hace lo que quiere; pero no ve al engañador que está dentro de él, el cual es su amo, y en quien él mismo viene a ser un engañado". ("De Meteoris.")
Hay otra clase de espíritus, los Sagane o Espíritus Elementales de la Naturaleza. Paracelso dice tocante a sus cuerpos lo siguiente: "Hay dos clases de carne. Una que viene de Adam, y otra que no viene de Adam. La primera es material y grosera, visible y tangible para nosotros; la otra no es tangible y no está hecha de tierra. Si un hombre que desciende de Adam, quiere pasar por una pared, tiene primero que hacer un agujero en ella; pero un ser que no desciende de Adam, no necesita hacer ningún agujero o puerta, sino que puede pasar por la materia que nos parece sólida, sin causarle ningún daño. Los seres que no han descendido de Adam, lo mismo que los que de él han descendido, están organizados y tienen cuerpo substanciales; pero hay tanta diferencia entre la substancia que compone sus cuerpos, como la que hay entre la Materia y el Espíritu. Sin embargo, los Elementales no son espíritus, porque tienen carne, sangre y huesos; viven y propagan su especie, comen y hablan, obran y duermen, etcétera, y por consiguiente no pueden propiamente ser llamados "espíritus". Son seres que ocupan un lugar entre los hombres y los espíritus, pareciéndose a los hombres y mujeres en su organización y forma, y pareciéndose a los espíritus en la rapidez de su locomoción. Son seres intermediarios, o Composita, formados de dos partes en una; lo mismo que dos colores mezclados parecerán como un color, no pareciéndose a ninguno de los dos originales. Los Elementales no tienen principios superiores; por lo mismo no son inmortales, y cuando mueren, perecen como los animales. Ni el agua ni el fuego puede dañarles, y no pueden ser encerrados en nuestras prisiones materiales. Están, sin embargo, sujetos a enfermedades. Sus costumbres, acciones, formas, maneras de hablar, etc., no son muy diferentes a las de los seres humanos pero hay muchísimas variedades. Tienen sólo intelecto animal, y son incapaces de desarrollo espiritual". ("Lib. Filos." II.)
"Estos espíritus de la naturaleza no son animales; tienen razón y lenguaje como el hombre; tienen mente, pero no alma espiritual. Esto puede parecer extraño e increíble; pero las posibilidades de la naturaleza no están limitadas por el conocimiento que el hombre y la sabiduría de Dios es insondable. Tienen hijos, y éstos son como ellos. El hombre está hecho a la imagen de Dios y se puede decir que ellos están hechos a la imagen del hombre; pero el hombre no es Dios, y los espíritus elementales de la naturaleza no son seres humanos, aunque se parecen al hombre. Pueden enfermar y mueren como animales. Sus costumbres se parecen a las de los hombres, trabajan y duermen, comen, beben y hacen sus vestidos, y así como el hombre está más cerca de Dios, así ellos están más cerca del hombre". (Lib. Filos." II )
"Viven en los cuatro elementos: las Ninfas en el agua, las Sílfides en el aire, los Pigmeos en la tierra, y las Salamandras en el fuego. Son llamados también Ondinas, Silvestres, Gnomos, Vulcanos, etc. Cada especie se mueve únicamente en el elemento a que pertenece, y ninguno de ellos puede salir de su elemento propio, que es para ellos como el aire es para nosotros, o el agua para los peces, y ninguno de ellos puede vivir en el elemento que pertenece a otra clase. Para cada ser elemental, el elemento en que vive es transparente, invisible y respirable, como la atmósfera lo es para nosotros".
"Las cuatro clases de espíritus de la naturaleza no se relacionan entre sí; los Gnomos no se comunican con las Ondinas o Salamandras, ni los silvestres con ninguna de aquéllas. Así como los peces viven en el agua que es su elemento, así cada ser vive en su propio elemento. Por ejemplo, el elemento en que el hombre respira y vive es el aire; pero para las Ondinas el agua es lo que el aire para nosotros, y si nos sorprendemos de que estén en el agua, también ellas se pueden sorprender de que estemos en el aire. Así pues, el elemento de los Gnomos es la tierra, y pasan por las rocas, paredes y piedras como un espíritu, porque tales cosas no son para ellos más grandes obstáculos de lo que el aire es para nosotros. En el mismo sentido el fuego es el aire en que las Salamandras viven; pero los Silvestres o Sílfides, son los que están en más cercana relación con nosotros; porque viven en el aire como nosotros; porque viven en el aire como nosotros, se ahogarían si estuviesen bajo el agua, se sofocarían en la tierra y se quemarían en el fuego, porque cada ser pertenece a su propio Caos y muere si es transportado a otro. Si ese Caos es denso, los seres que viven en él son sutiles, y si el Caos es sutil, los seres son densos. Por lo mismo tenemos cuerpos densos para que podamos pasar por el aire sin impedimento, y los Gnomos tienen forma sutiles, para que puedan pasar por las rocas. Los hombres tienen sus jefes y autoridades; las abejas y hormigas sus reinas, los gansos y otros animales sus guías también, y lo mismo los espíritus de la naturaleza tienen sus reyes y reinas. Los animales reciben su vestido de la naturaleza; pero los espíritus de la naturaleza lo preparan por sí mismos. La omnipotencia de Dios no está limitada a cuidar sólo al hombre, sino que se extiende a cuidar también de los espíritus de la naturaleza y de muchas otras cosas de que los hombres no saben nada. Todos estos seres, ven el sol y el firmamento lo mismo que nosotros, porque cada elemento es transparente para los que viven en él. Así pues, el sol brilla a través de las rocas para los Gnomos, y el agua no impide a las Ondinas ver el sol y las estrellas; tienen sus primaveras e inviernos, y su "tierra" les produce frutos; porque cada ser vive del elemento de que ha brotado". ("Lib.Filos." II )
"Con respecto a la personalidad de los Elementales, se puede decir que los que pertenecen al elemento del agua se parecen a los seres humanos de ambos sexos, los del aire son más grandes y más fuertes 21; las Salamandras son largas, delgadas y secas; los Pigmeos o Gnomos, son de dos palmos de estatura, pero pueden extender o alargar sus formas hasta que parezcan como gigantes. Los Elementales del aire y el agua, las Sílfides y Ninfas, son de bondadosa disposición para con el hombre; las Salamandras, no se le puede asociar a causa de la naturaleza ígnea del elemento en que viven, y los Pigmeos son generalmente de naturaleza maliciosa. Estos construyen casas, bóvedas y edificios de extraño aspecto con ciertas substancias semi - materiales desconocidas para nosotros. Tienen una clase de alabastro, mármol, cemento, etcétera; pero estas substancias son tan diferentes de las nuestras como la tela de una araña es diferente de nuestro lino. Las Ninfas tienen sus residencias y palacios en el agua; las Sílfides y Salamandras no tienen moradas fijas. En general, los Elementales aborrecen a personas presuntuosas y obstinadas, tales como los dogmáticos, científicos, borrachos y glotones, lo mismo que a los pendencieros y gentes vulgares de todas clases; pero aman a los hombres naturales, que tienen mente sencilla y son como los niños, inocentes y sinceros; mientras menos vanidad e hipocresía haya en el hombre, más fácil les será acercarse a él; pero si es lo contrario, son tan reservados y huraños como los animales silvestres".
El hombre vive en los elementos exteriores, y los Elementales en los interiores. Tienen habitaciones y vestido, métodos y costumbres, lenguaje, lenguaje y gobierno propios, en el mismo sentido que las abejas tienen sus reinas y los rebaños de animales su jefe. Algunas veces se les ve bajo diversas formas. Las Salamandras han sido vistas como bolas o lenguas de fuego corriendo en los campos o apareciendo en las casas. Ha habido casos en que las ninfas han adoptado la forma humana, vestido maneras, y han entrado en unión con el hombre. Hay ciertas localidades en que gran número de Elementales viven juntos, y ha ocurrido que un hombre haya sido admitido en su comunidad y haya vivido con ellos por algún tiempo, y que se hayan hecho visibles y tangibles para él 22.
"Los ángeles son invisibles para nosotros; pero sin embargo un ángel puede aparecer a nuestra vista espiritual, e igualmente el hombre es invisible a los espíritus de la naturaleza,
y lo que las Ondinas saben de nosotros es para ellas simplemente lo que los cuentos de duendes son para nosotros. Las Ondinas se aparecen al hombre, pero no el hombre a ellas. El hombre es denso en el cuerpo y sutil en el Caos (plano astral) y aparecérsele, permanecer con él, casarse y concebir hijos de él. Así pues, una Ondina puede casarse con un hombre, hacerle casa, y sus hijos serán seres humanos y no Ondinas, porque reciben un alma humana del hombre, y además la Ondina misma recibe por esto el germen de la inmortalidad. El hombre está ligado a Dios por medio de su alma espiritual, y si una Ondina se une al hombre, vendrá a ser por esto ligada a Dios. Así como una Ondina sin su unión con el hombre muere como un animal, igualmente el hombre es como un animal si destruye su unión con Dios".
"Por lo mismo las Ninfas están ansiosas de unirse con el hombre; procuran hacerse inmortales por medio de él. Tienen mente e intelecto como el hombre, pero no el alma inmortal, como la que hemos obtenido por el Cristo. Pero los espíritus de la tierra, el aire y el fuego, rara vez se casan con un ser humano. Pueden, sin embargo, apegársele y entrar a su servicio. No se debe suponer que son nada aéreo o simplemente espectros o apariencias; son de carne y sangre, sólo que más sutiles que el hombre (esto es, de la substancia de la mente)".
"Las Ninfas algunas veces salen del agua y se las puede ver sentadas en la orilla cerca de donde viven, y lo mismo que los Gnomos tienen un lenguaje como el hombre; pero los espíritus de los bosques son más huraños y no hablan nada, aunque pueden hablar y son muy hábiles. Las Ninfas aparecen con forma humana y vestido; pero los espíritus del fuego son de forma ígnea. Usualmente no se hallan en compañía de los hombres, pero cohabitan con viejas, tales como las brujas, que algunas veces son obsesadas por el diablo. Si un hombre tiene una Ninfa por esposa, cuídese de no ofenderla mientras está cerca del agua, pues en tal caso volverá a su elemento 23; y si alguno tiene un Gnomo por criado, séale fiel, porque cada uno tiene que ser obediente para con el otro; si cumplís vuestro deber para con él, él lo cumplirá con vosotros. Todo esto está en el orden divino de las cosas y será manifiesto a su debido tiempo; de modo que entonces podremos ver lo que ahora parece casi increíble". ("Lib. Filos.II")
En las leyendas de los santos se hace alusión a los Espíritus Elementales de la Naturaleza llamándolos muchas veces "diablos", nombre que no merecen; porque hay Elementales buenos tanto como malos; pero aunque pueden ser muy egoístas, no han desarrollado ningún amor por el mal absoluto, porque sólo tienen almas mortales, pero no esencia espiritual que los haga inmortales.
Además de las almas astrales que hay en el hombre y los Espíritus Elementales de la Naturaleza, hay otros muchos espíritus nacidos dentro del alma madre (la voluntad e imaginación de la naturaleza); y así como la mente del hombre puede crear monstruos, y el hombre puede pintar sus imágenes en el lienzo, o esculpirlas en piedra o madera, igualmente el poder universal de la voluntad crea monstruos en la luz astral, y puede arrojar sus sombras en el mundo físico de las apariencias, haciéndose objetivas en cuerpos sobre la tierra. Algunas de ellas son de corta vida y otras vivirán hasta el día de la disolución de todas las cosas. "Todos sabemos que un hombre puede cambiar su carácter en el curso de su vida, de modo que al fin llegue a ser una persona muy diferente de lo que era antes; y así toda criatura que tenga voluntad puede cambiar y hacerse sobrenatural o contranatural, esto es, diferente de lo que normalmente pertenece a su naturaleza. Muchas de las lumbreras de la iglesia, que ahora se pavonean llenas de joyas y diamantes, parecerán dragones y gusanos cuando el cuerpo humano en que están ahora enmascarados haya desaparecido cuando llegue la muerte". (Lib. Filos. IV")
"Hay también Sirenas; pero son simplemente una clase de peces monstruos; pero hay dos clases más de espíritus, relacionados con las Ninfas y Pigmeos, a saber: los Gigantes y los Enanos. Esto no puede ser creído, pero debe recordarse que el principio del conocimiento divino es que la luz de la naturaleza ilumine al hombre, y que por esta luz conozca todas las cosas de la naturaleza por medio de la luz interior. Los Gigantes y Enanos son monstruos, estando en relación con los Silvestres y Gnomos en el mismo sentido que las Sirenas están relacionadas con las Ondinas. No tienen alma (espiritual), y pueden mejor ser comparados a monos que a serse humanos. Estos espíritus son con frecuencia los guardianes de los tesoros ocultos".
"Tales cosas pueden ser negadas por el sabio mundanal; pero al fin del mundo, cuando todas las cosas serán reveladas, entonces también se verán avergonzados y corridos los llamados "doctores" y "profesores", que fueron grandes en su ignorancia; entonces se verá quiénes fueron los verdaderamente instruidos en el fundamento de la naturaleza, y cuáles los instruidos simplemente en charla vacía. Entonces conoceremos a los que han escrito conforme a la verdad, y los que han enseñado según su fantasía; y cada uno recibirá lo que merezca. No habrá entonces doctores ni magistrados, y los que están haciendo ahora mucho ruido estarán entonces muy callados; pero los que hubieren recibido la verdadera inteligencia serán felices. Por lo mismo recomiendo que mis escritos sean juzgados en aquel tiempo cuando todas las cosas se manifestarán y cuando cada uno verá la luz como le fue revelada.
"Los malos espíritus son, por decirlo así, los alguaciles y ejecutores de Dios (la Ley). Han sido producidos por las influencias del mal y siguen su destino. Pero el vulgo tiene una estima demasiado elevada de sus poderes, especialmente del poder del diablo. El diablo no tiene bastante poder para remendar ollas viejas, y mucho menos para enriquecer a un hombre. El - o ello - es la cosa más pobre que puede hallarse en los cuatro elementos 24. Hay muchísimas invenciones, ciencias y artes que se atribuyen a la agencia del diablo (personal); pero antes que el mundo sea más viejo, se hallará que el diablo nada tiene que ver con estas cosas, que el diablo es nada y no sabe nada, y que estas cosas son el resultado de causas naturales. La verdadera ciencia puede hacer muchísimo; la Sabiduría Eterna de la existencia de todas las cosas es sin tiempo, sin principio y sin fin. Las cosas que son consideradas ahora como imposibles se realizarán; lo inesperado se verá en el futuro que es cierto, y lo que es mirado como una superstición en nuestro siglo, será la base de la ciencia aprobada del siguiente". ("Filosofía Oculta")
9 No pueden, sin embargo hacerse visibles, a menos que puedan extraer algo de la esencia astral de la persona o personas en cuya presencia desean aparecer; en otras palabras, las personas deben ser médiums para producir tales manifestaciones de forma.
10 Paracelso da aquí una descripción muy buen de algunas de las materializaciones modernas espíritas. El "doble aéreo" (forma astral) usualmente sale del lado izquierdo del médium, en la región del bazo. No es preciso que los médiums sean necesariamente personas depravadas, pero debe haber alguna falta en su organización, pues de lo contrario la combinación de sus principios sería demasiado fuerte para separar algo de su substancia astral. Los médiums de materialización pueden ser personas muy buenas, pero la vida solitaria y costumbres viciosas pueden conducir al desarrollo de esta medumnidad que al fin puede ser fatal.
11 Por "oración" se entiende el ejercicio de la voluntad espiritual. "¡Oh tú, estúpido y tonto sacerdote, que no sabes absolutamente nada; te imaginas que puedes arrojar a los malos espíritus con el suave olor del incienso, el cual les gusta tanto a los buenos como a los malos espíritus. Si en vez de incienso emplearas asafétida, podrías entonces arrojar a los malos espíritus y aun a los buenos". ("Filos. Ocult.")
12 Sucede muchas veces que las enfermedades corporales son la causa de mórbidos deseos. Una enfermedad de la piel (prurito de la vagina o scroti) puede causar deseos eróticos; un desplazamiento del útero, una erosión, una úlcera o inflamación del hueso uterino, causan depresión mental e histericia; las almorranas pueden causar melancolía, etc., etc.; pero todas estas causas son a su vez los efectos de causas anteriores que pueden tener un origen psíquico, y establecen las condiciones por las cuales pueden obrar las influencias elementarias.
13 SE han hecho experimentos en Londres. Con la inhalación de varios éteres, cloroformo, gas óxido nitroso e hidrocarbonatos se han obtenido el efecto de producir tales "alucinaciones". Antes que estos gases fueran conocidos, se usaban fumigaciones de substancias venenosas para tales fines. Las recetas de los materiales usados para tales fumigaciones eran guardadas muy secretas, a causa del abuso que podría hacerse de tal conocimiento, y a consecuencia de lo cual puede hasta producirse locura. Una de las fumigaciones más efectivas para producir apariciones estaba, según Eckartshausen, compuesta de las siguientes substancias; cicuta, haba, azafrán, linaloe, opio, mandrágora, salano, semilla de amapola, asafétida y perejil. Las fumigaciones para arrojar a los malos espíritus se componía de azufre, asafétida, castóreo, y más especialmente de pericón y vinagre. El ácido carbónico no se conocía en aquel tiempo.
14 Esto es confirmado por Swendenborg en su descripción del "Infierno", y también por Jacobo Boehme. El alma animal de los muertos toma forma y figura del animal cuyo carácter predominó en su constitución.
15 Hay una cadena sin fin de nacimientos y transformaciones que se verifican en el mundo de las causas (espiritual), tanto como en el mundo de los efectos (material). La vida de algunas de estas entidades dura enormes períodos de tiempo; otras tienen sólo una corta existencia individual. Según las enseñanzas brahmánicas, hay siete clases principales de espíritus, algunas de ellas con innumerables subdivisiones: 1. Arupa Devas (espíritus sin forma), espíritus planetarios; el sexto principio inteligente del planeta, cuyo producto son; 2. Rupa Devas (con forma). Elevados espíritus planetarios Dhyan - Chohans; 3. Pisachas y Mohinis. Elementarios masculinos y femeninos, compuestos de las formas astrales de los muertos, que pueden ser obsesados por Elementales, y producen los Incubos y Súbcubos; 4. Mara Rupas: formas de deseo o pasión. Almas condenadas a la destrucción; 5. Asuras: Elementales (Gnomos, Sílfides, Ondinas, Salamandras, etc.) Estos se desarrollarán en seres humanos en el siguiente Manvántara (ciclo de evolución); 6. Bestias. Elementales con formas de animales, monstruosidades; 7. Raksasas o demonios. Almas de hechiceros y de hombres de gran inteligencia, pero con tendencias malas. Los que se hacen criminales, por el progreso de la ciencia, los dogmatistas, sofistas, viviseccionistas o descuartizadores de animales vivos, etcétera, son los que suministran material para el desarrollo de tales "diablos". Los Asuras son llamados con frecuencia Devas, y son adorados en muchos lugares de la India. Son los espíritus guardianes de ciertos lugares, jardines, casas, etc., y tienen templos propios. Hay muchos miles de variedades. Véase "Isis sin Velo".

16 Son evidentemente una clase diferente de "espíritus familiares" de los guías "invisibles" mencionados ya. El espíritu que cada niño recibe cuando nace, y que acompaña a la persona durante su vida terrestre, es su propio mismo o yo espiritual, el "Karana Sharira".
17 No se debe confundir la Nectormancia con la Necromancia.
18 Todo el universo es una expresión de conciencia, y por lo mismo hay en el mundo innumerables estados de voluntad consciente e inteligente, algunos con forma visible y otros con invisible. Algunos sin forma, como corrientes de aire; otros indefinidos, como nieblas o nubes; otros sólidos, como las rocas; algunos impermanentes; otros permanentes como las estrellas.
19 El "rationale" en que la adivinación, la geomancia, la práctica de la vara adivinatoria, etc., están basadas en que por medio de tales prácticas puede adquirir y comprender el intelecto de la personalidad el conocer ciertas cosas, que ya existen en el espíritu del hombre. El hombre inferior no puede, bajo todas circunstancias, comunicar su conocimiento al hombre externo, porque la conciencia de los dos no es idéntica; pero el espíritu puede influenciar el aura nerviosa de la persona, gobernar los músculos de su cuerpo, y así guiar sus manos.
20 Los que tienen alguna experiencia en el espiritismo moderno, reconocerán la verdad de esta descripción. Los espiritistas no deben obrar por consejos de los espíritus, si estos consejos son contra su razón, y los científicos no deben confiar en las opiniones de otros, si estas opiniones son contra su propio sentido común.
21 El hombre semi - animal puede ser considerado como un elemental del aire, originado de la unión de los Dhyan Choans (Hijos de Sabiduría) con las hijas de los Gigantes. (Véase Biblia, Génesis VI, 4)
22 No es creíble que una persona haya entrado con su cuerpo físico en la montaña de Venus o Untersberg, o en cualesquiera otro lugar renombrado de que habla la tradición popular. Ni las brujas y hechiceros de la Edad Media han estado en el sábado de las brujas con sus cuerpos físicos y parece igualmente improbable que una persona hubiera entrado alguna vez físicamente en donde viven los adeptos desencarnados. Pero el cuerpo físico del hombre no es el hombre, es sólo su sombra externa, y donde quiera que la conciencia del hombre esté, allí estará presente él. Pero mientras está allí, no pierde su cuerpo exterior, del cual no usa por el momento como sucede con una parte de su vestido que intencionadamente se quita, y al despertar, volviendo a la conciencia física, puede muy bien creer que había estado en tal lugar con su forma física.

23 "Si alguno se casa con una ninfa del agua, y ella le abandona, no debe tomar otra esposa, porque el matrimonio no ha sido disuelto. Si se casa, morirá poco después". (De Ninf.)
24 El "diablo" es la mala voluntad espiritual. El diablo no tiene poder en el hombre, pero si éste permite que el diablo se desarrolle en su interior, entonces el gran Diablo ayudará al diablo chico para que crezca y se alimente con su propia substancia. (Véase "Las Doctrinas de Jacob Boehme".)
9 Boheme dice: "Cuando el alma ha pasado por la muerte está entonces en la esencia de Dios. Permanece con las obras que ha hecho aquí, y en este estado contemplará la majestad de Dios y verá a los ángeles cara a cara. En el mundo insondable en donde el alma está, no hay fin u objeto que el alma no alcance. Donde la carroña esté, allí se juntarán las águilas".
10 Boehme dice: "la mayoría de las almas parten de sus formas terrestres sin el cuerpo de Cristo (amor divino); y sólo están en relación con él por un pequeño hilo". Tales almas, teniendo muy poca espiritualidad, no existirán en dicha tan gloriosa como aquellas cuya espiritualidad se desplegó en la tierra y que amaron a Dios sobre todas las cosas.
11 La sensación es un atributo de la vida. Si la vida reside en el cuerpo astral, éste tendrá sensación, y mientras este cuerpo esté en relación simpática con el cuerpo muerto físico, puede hasta sentir cualquier daño que se haga a este último. El cuerpo físico, si está inanimado, no tiene sensación; ésta pertenece al hombre interior. Donde quiera que el centro de conciencia se establece, allí está la sensación.
12 Se podrían llenar libros con relación de casas frecuentadas por fantasmas, y hay ejemplos en que se ha visto que tales espectros son excesivamente numerosos. Algunas personas, que no pueden verlos, pueden sentirlos instintivamente, y hasta físicamente, como un viento frío, o como una corriente de electricidad que pasa por el cuerpo.
13 Se han visto chinos e indios que se han matado con el fin de vengarse, de modo que sus almas puedan apegarse a sus enemigos, turbar sus mentes y arrojarlos al suicidio. También está bien probado que las guerras son con frecuencia seguidas por numerosos suicidios que ocurren en el ejército victorioso.
14 Tal caso de vampirismo me es conocido personalmente. Un joven se mató a causa de su pasión por una señora casada. Esta le amaba, pero no le correspondió a causa de sus obligaciones matrimoniales. Después de la muerte, su forma astral se apegó a ella, y como ésta era de temperamento medianímico, halló él las condiciones necesarias para materializarse en parte. La señora necesitó de un esfuerzo largo y continuado, hasta que finalmente se libertó del íncubo. Si nuestros practicantes de medicina estuvieran más familiarizados con los hechos ocultos, muchos casos "misteriosos" que caen bajo su observación podrían serles claros, y obtendrían un conocimiento más profundo de algunas causas de manía, histericia, alucinación, etc.
15 Fragmento, "De animabus mortuorum". Una gran parte de este fragmento se ha perdido. Todos estos espíritus son el producto de la imaginación y la voluntad. Si una persona tiene una imaginación mala, crea una forma correspondiente en su mente, y si a esa forma le infunde voluntad, ha creado entonces "un espíritu".
16 Paracelso recomienda llevar corales rojos como remedio contra la melancolía. Se dice que son gobernados por la influencia del sol, mientras los de color obscuro están bajo la influencia de la luna. Los rojos son desagradables no sólo al Fantasma, sino también a los Monstruos, Incubos, Súbcubos, y otros malos espíritus; pero los corales obscuros gustan y los atraen. Conozco algunos casos de melancolía, depresión de la mente, hipocondrái, etc., que han sido tratados con éxito usando corales rojos, mientras que otros artículos empleados para el mismo fin no tuvieron efecto, y la curación por lo mismo no podía atribuirse simplemente a la creencia del paciente. El ignorante hallará más fácil ridiculizar estas cosas que explicarlas.
5 5 no se trata aquí de cosas simplemente visibles y tangibles, sino de los productos de la mente, que son también substanciales y que pueden hacerse visibles y tangibles bajo ciertas condiciones.
"El cuerpo visible, lo mismo que el terrestre, obran cada uno a su propia manera. Lo que el cuerpo visible ejecuta es hecho con las manos; el hombre interior obra por medio de su imaginación y voluntad. Las obras del primero nos parecen reales; las del segundo como sombras". ("Morb.Invisib." III.)
6 La literatura oculta de la Edad Media y la del espiritismo moderno contienen muchos ejemplos de Incubos y Súbcubos, habiéndose aparecido algunos de ellos visible y tangiblemente; otros, aunque invisibles, fueron tocados y sentidos. Estos casos son al presente mucho más numerosos de lo que comúnmente se cree; pero estos espíritus pueden "materializarse" únicamente si las condiciones necesarias son dadas. Por lo mismo, sólo son sentidos durante un estado de enfermedad, y cuando el paciente se recobra desaparecen, porque de una constitución sana no pueden extraer los elementos necesarios para su materialización. Estos Incubos y Súbcubos son, por lo mismo, el producto de un estado física y moralmente enfermo. La imaginación mórbida crea una imagen, la voluntad de la persona la hace objetiva, y el aura nerviosa puede hacerla substancial a la vista y al tacto. Además, cuando la imagen ha sido creada, atrae hacia si misma influencias correspondientes del alma del mundo.
7 Los instintos animales no pueden ser suprimidos, y la "carne" no puede ser "mortificada", sino despertando una actividad psíquica superior en lugar de las inferiores, o exaltando la naturaleza espiritual sobre el principio animal del hombre. La abstinencia en los actos es inútil para el desarrollo espiritual, si no se sigue la abstinencia en pensamiento. El celibato forzoso no forma un sacerdote; un verdadero sacerdote es un santo, y los santos son personas que han desarraigado sus deseos carnales.
8 Esta es la clase de "espíritu" creado por los seguidores de P. B. Randolph, según las instrucciones dadas en su libro titulado "Eulis".

viernes, 25 de septiembre de 2009

CONSTELACIONES

LAS CONSTELACIONES

LAS CONSTELACIONES
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DEFINICIÓN
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Las constelaciones son grupos de estrellas que ocupan una región determinada de la
bóveda celeste. Estas estrellas varían sus distancias relativas de forma llenísima, dada la
gran distancia que las separa de la tierra, permitiendo que en la actualidad todavía se
puedan distinguir las figuras que forman.
La mejor forma de observar las constelaciones es a simple vista o ayudados por unos
anteojos, en lugares apartados de las grandes ciudades para poder observar hasta las
estrellas de menor magnitud.
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ORIGEN DE LAS CONSTELACIONES
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Todas las civilizaciones que han poblado la tierra, interpretaron el firmamento de forma
distinta, pero con el mismo fin. En casi todas las culturas, egipcia, china, indios
americanos, etc., han tenido la necesidad de estudiar la
bóveda celeste y buscar la forma de representar sus mitos
y leyendas en las estrellas de firmamento.
Las constelaciones, tal y como las conocemos hoy día,
provienen de los escritos que presentó Bayer en 1603,
pero todo el trabajo no lo hizo Bayer. Él añadió nuevas
constelaciones a las ya existentes en los antiguos escritos
de s.XI en los que Bayer se basaba. Estos se basaban a su
vez en otros más antiguos, Tolomeo se basaba en
escritos de Hiparco y Eudoxio, y así sucesivamente,
hasta llegar a su supuesto origen entre el 2000 a.C y el
2500 a.C., por lo que se atribuye la invención a la
civilización Fenicia o Minoica y en esta última es donde se supone que Eudoxio estudió y
describió la esfera celeste y que se salvó al maremoto que en 1.400 a.C. acabó con toda la
civilización minoica. Algunas leyendas cuentan la destrucción total de una florecente y
gran civilización por las aguas y la llamaban Atlántida.
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LISTA DE CONSTELACIONES
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NOMBRE EN CIENTÍFICO/ EN CASTELLANO /ABREVIATURA
Andromeda/ Andrómeda/ And
Antlia/ Máquina neumática/ Ant
Apus/ Ave del paraíso/ Aps
Aquarius/ Acuario/ Aqr
Aquila/ Águila /Aql
Ara /Ara /Ara
Aries /Carnero / Aries Ari
Auriga/ Cochero/ Aur
Bootes/ Boyero /Boo
Caelum/ Buril / Cae
Camelopardalis /Jirafa/ Cam
Cáncer/ Cangrejo / Cáncer Cnc
Canes /Venatici Lebreles/ Cvn
Canis Maior /Can Mayor /Cma
Canis Menos /Can Menor /Cmi
Capricornus/ Capricornio/ Cap
Carina Carena / Quilla /Car
Cassiopeia/ Casiopea/ Cas
Centaurus /Centauro/ Cen
Cepheus /Cefeo /Cep
Cetus/ Ballena /Cet
Chamaeleon/ Camaleón /Cha
Circinus/ Compás /Cir
Columba/ Paloma/ Col
Coma Berenices /Cabellera de Berenice/ Com
Corona Australis /Corona Austral/ CrA
Corona Borealis/ Corona Boreal /CrB
Corvus /Cuervo /Crv
Crater /Cráter / Copa Crt
Crux/ Cruz /Cru
Cygnus/ Cisne /Cyg
Delphinus /Delfín /Del
Dorado /Dorado/ Dor
Draco /Dragón /Dra
Equuleus/ Caballo /Equ
Eridanus /Eridano /Eri
Fornax /Horno /For
Gemini /Gemelos / Gemini Gem
Grus/ Grulla /Gru
Hercules/ Hércules /Her
Horologium/ Reloj/ Hor
Hydra/ Hidra hembra/ Hya
Hydrus/ Hidra macho/ Hyi
Indus/ Indio /Ind
Lacerta /Lagarto /Lac
Leo/ León / Leo Leo
Leo Minor/ León Menor /Lmi
Lepus /Liebre /Lep
Libra /Balanza / Libra Lib
Lupus /Lobo/ Lup
Lynx /Lince /Lyn
Lyra /Lira /Lyr
Mensa /Mesa /Men
Microscopium /Microscopio/ Mic
Monoceros/ Unicornio/ Mon
Musca /Mosca/ Mus
Norma/ Escuadra/ Nor
Octans /Octante/ Oct
Ophiuchus Ofiuco / Serpentario/ Oph
Orion/ Orión/ Ori
Pavo /Pavo Real /Pav
Pegasus/ Pegaso /Peg
Perseus/ Perseo/ Per
Phoenix/ Fenix /Phe
Pictor /Pintor/ Pic
Pisces /Peces / Piscis Pis
Piscis Australis /Pez Austral/ PsA
Puppis /Popa /Pub
Pyxis /Brújula/ Pyx
Reticulum/ Retículo/ Ret
Sagitta /Flecha/ Sge
Sagittarius /Sagitario/ Sgr
Scorpius /Escorpión Sco
Sculptor /Escultor/ Scl
Scutum /Escudo de Sobieski/ Sct
Serpens/ Serpiente/ Ser
Sextans/ Sextante /Sex
Taurus Toro / Tauro/ Tau
Telescopium/ Telescopio/ Tel
Triangulum /Triángulo/ Tri
Triangulum Australe /Triángulo/ Austral TrA
Tucana /Tucán /Tuc
Ursa Major /Osa Mayor /Uma
Ursa Minor /Osa Menor/ Umi
Vela /Velas /Vel
Virgo /Virgen / Virgo Vir
Volans /Pez Voladores /Vol
Vulpecula /Zorra / Vulpeja Vul
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Los nombres de las constelación son un claro ejemplo de la importancia que los mitos y
leyendas tenían en las antiguas civilizaciones. La mayoría de las nomenclaturas proceden
del mitologías griegas y romanas, otorgando a muchas de ellas nombres de dioses,
semidioses, héroes ,animales mitológicos, etc.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

EL CABALLO DE MADERA -- TROYA

EL CABALLO DE MADERA


La guerra se alargaba interminablemente. Llegaron nuevos aliados para ayudar al rey Príamo, incluyendo la reina amazona Pentesilea de Armenia, que mató al rey Macaón y expulsó del campo, tres veces, al mismo Aquiles. Al final, con la ayuda de Atenea, Aquiles se deshizo de ella. Memnón, el rey negro de Etiopía, acabó con centenares de griegos, incluyendo al hijo mayor de Néstor, y casi, tuvo éxito en quemar las naves griegas; pero el gran Ayax le retó a un duelo, que fue interrumpido groseramente por Aquiles. Se acercó corriendo, dejó a Ayax a un lado, atravesó a Memnón con una lanza e hizo retroceder a los troyanos de nuevo.

Está resultó ser la última victoria de Aquiles, porque cuando aquella noche se encontró con Políxena, por un acuerdo secreto en el templo de Apolo, ella le sonsacó su secreto más importante. Polixena había jurado vengar a su querido hermano Héctor, y no hay nada que una hermosa muchacha no pueda hacer decir a un hombre como prueba de amor. Él le reveló que cuando Tetis le sumergió de niño en la laguna Estigia para hacerle invulnerable, le agarró fuertemente del talón derecho, que permaneció seco y desprotegido.

Al día siguiente volvieron a encontrarse en el mismo lugar, para que él confirmara la promesa de que, después de casarse con Políxena, arreglaría las cosas para que los griegos volvieran a casa sin Helena. El rey Priamo insistió en que Aquiles ofreciera un sacrificio a Apolo y llevara el juramento ante el altar de los dioses. Aquiles llegó descalzo y desarmado, pero dos de los hijos de Príamo, a los que envió para representarle, estuvieron planeando en secreto su asesinato. El príncipe Deifobo abrazó a Aquiles, simulando amistad, mientras que Paris, escondido detrás de un pilar, le disparó al talón. La flecha con púas, guiada por Afrodita, le hirió mortalmente. Pese a que como venganza Aquiles lanzó teas de fuego desde el altar contra Paris y Deifobo, éstos consiguieron esquivarlas y sólo mató a un par de sirvientes del templo.

Ulises y el gran Áyax, que sospecharon traición en Aquiles, avanzaron tras él hacia el templo, con cautela. Al morir en sus brazos, les hizo jurar que cuando Troya cayera, sacrificarían a Políxena sobre su tumba. Paris y Deifobo volvieron en busca el cuerpo, pero Ulises y Áyax los derrotaron tras una dura pelea y lo pusieron a salvo.

Agamenón, Menelao y el resto del consejo derramaron lágrimas en el funeral de Aquiles, aunque pocos soldados rasos lamentaron la muerte de un traidor tan notorio. Sus cenizas, mezcladas con las de Patroclo, fueron guardadas en una urna de oro y las enterraron en un túmulo elevado, a la entrada del Helesponto.

Tetis regaló las armas y la armadura de Aquiles al jefe griego más valiente que quedaba a las puertas de Troya; y para avergonzar a Agamenón, por el que sentía un profundo desprecio, le nombró juez. Ulises y el gran Ayax, al haber defendido con éxito el cadáver de Aquiles de los troyanos, se dirigieron hacia allí rivalizando por este honor. Pero Agamenón temía la ira del que perdiera tan valorado premio, y por la noche envió espías para que escucharan bajo las murallas de Troya y le informaran de la opinión de los troyanos. Los espías se acercaron sigilosamente y, después de un rato, un grupo de muchachas troyanas comenzó a charlar encima de ellos. Una loaba el valor de Áyax al llevar el cadáver de Aquiles sobre sus hombros a través de una lluvia de lanzas y flechas. Otra dijo:

-¡Eso no tiene sentido, Ulises mostró mucho más coraje! Incluso una esclava hubiera hecho lo mismo que Áyax si le hubiesen dado un cadáver para llevar; pero ponle armas en las manos y no se atreverá a usarlas. Ayax utilizó ese cadáver como escudo, mientras que Ulises mantenía a nuestros hombres lejos con la lanza y la espada.

Confiando en este informe, Agamenón entregó las armas a Ulises. El consejo sabía que, si Aquiles hubiera estado vivo, nunca le habría preferido a Ulises en vez de al gran Áyax, pues Aquiles apreciaba mucho a su galante primo. Además, los espías no entendían el frigio y, probablemente, fueron incitados por Ulises. Pero nadie se atrevía a decirlo.

Cegado por la ira, Áyax juró venganza contra Agamenón, Menelao, Ulises y sus compañeros consejeros. Aquella noche, Atenea le volvió loco y empezó a correr gritando, con la espada en mano, entre los rebaños que había capturado en ataques a granjas troyanas. Después de una inmensa carnicería, encadenó juntas a las ovejas y cabras supervivientes, las llevó al campamento y siguió con su sangrienta tarea. Eligió dos carneros, le cortó la lengua al mayor, confundiéndolo con Agamenón, y le cortó la cabeza. Entonces ató al otro por el cuello en un pilar y lo azotó sin piedad lanzando improperios y gritando:

-¡Toma esto, esto y esto, Ulises traidor!

Al final, cuando volvió a recobrar el sentido, enormemente avergonzado, fijó en el suelo la espada que Héctor le había dado y se lanzó sobre ella. Sus últimas palabras fueron una plegaria para las Furias pidiendo venganza. Ulises, con sabiduría, evitó este peligro ofreciendo la armadura a Neoptólemo, el hijo de diez años de Aquijes, que se acababa de unir a las fuerzas griegas y, como su padre a su misma edad, había crecido ya totalmente. Su madre era una de las princesas entre las que Tetis escondió a Aquiles en Esciros.

Calcante profetizó que Troya sólo podría ser tomada con la ayuda del arco y las flechas de Heracles, ahora pertenecientes al rey Filoctetes. Ulises y Diomedes partieron a buscarlos a la pequeña isla de Lemnos, donde Filoctetes todavía estaba abandonado. Después de nueve años, su herida olía tan mal como siempre y el dolor no había disminuido. Ulises le robó el arco y las flechas con un truco; pero Diomedes, deseando no verse mezclado en un asunto tan deshonesto, hizo que se los devolviera y convenció a Filoctetes para que volviera a bordo de la nave. Cuando anclaron en Troya, el hermano de Macaón le curó con hierbas analgésicas y una piedra preciosa llamada serpentina.

Todavía no estaba Filoctetes bien del todo cuando desafio a Paris a un duelo con arco. Paris disparó primero y apuntó al corazón de su enemigo, pero la flecha se desvió; Atenea, por supuesto, se encargó de ello. Entonces Filoctetes disparó tres flechas sucesivamente. La primera atravesó la mano con la que Paris sujetaba el arco, la siguiente su ojo derecho y la última su tobillo. Se retiró de la lucha cojeando y, aunque Menelao intentó atraparle y matarle, consiguió llegar a Troya y morir en brazos de Helena.

Ahora Helena era viuda, pero el rey Príamo no podía soportar la idea de devolverla a Menelao; y sus hijos se peleaban entre ellos, todos querían casarse con ella. Entonces, Helena recordó que había sido reina de Esparta y esposa de Menelao. Una noche, un centinela la atrapó cuando se disponía a bajar trepando por una cuerda desde las almenas, con lo cual Deifobo se casó con ella a la fuerza, acto que disgustó a toda la familia real.

Las disputas por celos entre los hijos de Príamo se agravaron tanto que envió a Antenor para que discutiera términos de paz con los griegos. Pero Antenor no había perdonado a Deífobo por haber ayudado a Paris en la muerte de Aquiles en el templo del mismo Apolo, un sacrilegio que Príamo dejó sin castigar. Anunció en el consejo de Agamenón que traicionaría a Troya si después le nombraban rey y le daban la mitad del botín. De acuerdo con un antiguo oráculo, dijo, Troya no caería hasta que el Paladio, una imagen de madera y sin piernas de Atenea, de unos cinco palmos de altura, fuera robado de su templo de la ciudadela. Como era de esperar, los griegos ya conocían esta profecía por Heleno, que estaba loco de celos a causa de la boda de Deifobo. Así que Antenor prometió entregarles el Paladio cuando los dos favoritos de Atenea, Ulises y Diomedes, entraran en Troya por un camino secreto que él les mostraría.

Aquella noche, Ulises y Diomedes salieron juntos y, siguiendo las instrucciones de Antenor, apartaron un montón de piedras bajo la muralla del lado oeste. Se dieron cuenta de que aquello escondía la salida de una larga y ancha cañería de agua sucia que provenía directamente de la ciudadela. La esposa de Antenor, Téano, avisada, había drogado a los sirvientes del templo; así que Diomedes y Ulises no encontraron ningún obstáculo cuando llegaron arriba después de una escalada dura y fatigosa. Para asegurarse de que los sirvientes no estaban fingiendo que dormían, les cortaron el cuello y después volvieron por el mismo lugar. Téano bajó el Paladio tras ellos y puso una réplica en su lugar.

Diomedes, al tener un rango más alto, llevaba el Paladio atado en sus hombros, pero Ulises, que quería toda la gloria para él, le dejó que siguiera y después, cautelosamente desenvainó su espada. La luna creciente apareció, grande y brillante, sobre la cima del monte Ida, proyectando delante de Diomedes la sombra de la espada alzada por el brazo de Ulises. Este se giró, sacó su propia espada, desarmó a Ulises, le ató las manos por detrás y le empujó con constantes patadas y golpes. De vuelta a la tienda del consejo, Ulises protestó violentamente por el trato de Diomedes. Afirmó que había desenvainado la espada porque había oído que les perseguía un troyano. Agamenón contaba demasiado con la ayuda de Ulises como para no estar de acuerdo con que Diomedes se debía de haber equivocado.

Entonces, Atenea inspiró a Ulises con una estratagema para llevar hombres armados a Troya. Bajo las instrucciones de Ulises, Epeo el focio, el mejor carpintero del campamento, aunque temeroso y cobarde, construyó un enorme caballo hueco de tablones de abeto. Tenía una escotilla oculta en el flanco derecho y en el izquierdo una frase grabada en grandes letras: «Con la agradecida esperanza de un retorno seguro a sus casas después de una ausencia de nueve años, los griegos dedican esta ofrenda a Atenea». Ulises entraría en el caballo mediante una escalera de cuerda, seguido por Menelao, Diomedes, el hijo de Aquiles, Neoptólemo y dieciocho voluntarios más. Epeo, engatusado, amenazado y sobornado, fue obligado a sentarse al lado de la escotilla, la cual sólo él podía abrir rápida y silenciosamente.

Los griegos, una vez unidas todas sus fuerzas, pegaron fuego a sus tiendas, echaron al agua las naves y remaron tierra adentro; pero no más allá del otro lado de Tenedos, donde eran invisibles desde Troya. Los compañeros de Ulises ya llenaban el caballo y sólo se quedó un griego en el campamento, su primo Sínon.

Cuando los exploradores troyanos salieron, al alba, encontraron el caballo que sobresalía por encima del campamento quemado. Antenor no sabía nada del caballo y, por lo tanto, se quedó quieto, pero el rey Príamo y muchos de sus hijos querían llevárselo a la ciudad sobre ruedas. Otros gritaban:

-¡Atenea ha favorecido a los griegos durante mucho tiempo! Que haga lo que quiera con lo que es suyo.

Príamo no quería escuchar ni sus protestas ni las urgentes advertencias de Atenea.

El caballo había sido construido intencionadamente demasiado grande para las puertas de Troya, y se atascó cuatro veces, incluso cuando se quitaron las puertas y se extrajeron algunas piedras de un lado de la muralla. Con unos esfuerzos agotadores, los troyanos lo empujaron hasta arriba, a la ciudadela, pero, al menos, tomaron la precaución de reconstruir la muralla y volver a poner las puertas en su lugar. La hija de Príamo, Casandra, cuya maldición consistía en que ningún troyano tomaría en serio sus profecías, gritó:

-¡Tened cuidado, el caballo está lleno de hombres armados!

Mientras tanto, dos soldados se encontraron con Sinón escondido en una torre al lado de la entrada del campamento, y le llevaron al palacio real:

-Tenía miedo de ir en la misma nave que mi primo Ulises. Hace tiempo que quiere matarme y ayer casi lo consiguió.

-¿Por qué quiere matarte Ulises? –preguntó Príamo.

-Porque sólo yo sé cómo hizo apedrear a Palamedes y no confia en mi discreción. La flota habría partido hace un mes si el tiempo no hubiera sido tan malo. Calcante, por supuesto, profetizó, como ya hizo en Aulis, que era necesario un sacrificio humano, y Ulises dijo: «¡Nombra la víctima, por favor!». Calcante se negó a dar una respuesta inmediata, pero unos días después (supongo que sobornado por Ulises) me nombró a mí. Estaba a punto de ser sacrificado cuando se alzó un viento favorable, me escapé en medio de la excitación y ellos se marcharon.

Príamo se creyó la historia de Sinón, le liberó y le pidió una explicación acerca del caballo. Sinón contestó:

-¿Os acordáis de aquellos dos sirvientes del templo que encontraron misteriosamente asesinados en la ciudadela? Eso fue obra de Ulises. Llegó por la noche, drogo a las sacerdotisas y robó el Paladio. Si no confiáis en mí, observad con detenimiento lo que pensáis que es el Paladio. Veréis que es sólo una réplica. El robo de Ulises hizo enfadar tanto a Atenea que el Paladio real, escondido en la tienda de Agamenón sudaba como aviso del desastre. Calcante hizo construir un caballo enorme en honor de ella y advirtió a Agamenón que volviera a casa.

-¿Por qué lo hizo tan enorme? -preguntó Príamo.

-Para evitar que lo trajerais a la ciudad. Calcante profetizó que si lo conseguíais, entonces podríais armar una gran expedición por toda Asia Menor, invadir Grecia y saquear la propia ciudad de Agamenón, Micenas.

Un noble troyano llamado Laocoonte interrumpió a Sinón gritando:

-Señor mi rey, ciertamente, esto son mentiras puestas por Ulises en boca de Sinón. Sino Agamenón habría dejado el Paladio y también el caballo. –Y añadió-: Y por cierto, mi señor, ¿puedo sugerir que sacrifiquemos un toro a Poseidón, cuyo sacerdote apedreasteis hace nueve años porque se negó a dar la bienvenida a la reina Helena?

-No estoy de acuerdo contigo en lo relacionado al caballo -dijo Príamo-. Pero ahora que se ha acabado la guerra, deberíamos recobrar, como fuera, el amor de Poseidón. Nos ha tratado bastante cruelmente mientras esto ha durado.

Laocoonte salió para construir un altar cerca del campamento y eligió un toro joven y sano para sacrificarlo. Se preparaba para matarlo con un hacha, cuando dos monstruos inmensos salieron del mar, se enroscaron alrededor de sus miembros y de los dos hijos que le estaban ayudando, oprimiéndolos hasta quitarles la vida. Entonces los monstruos se
deslizaron hacia la ciudadela y allí inclinaron sus cabezas en honor de Atenea, cosa que Príamo, desafortunadamente, entendió como señal de que Sinón había dicho la verdad y de que Laocoonte había sido matado por contradecirle. Sin embargo, en realidad, Poseidón envió las bestias marinas por petición de Atenea: como prueba de que odiaba a los troyanos tanto como ella.

Príamo dedicó el caballo a Atenea y, aunque Eneas se llevó a sus hombres lejos de Troya para ponerlos a
salvo, sospechando de cualquier regalo de los griegos y negándose a creer que la guerra había acabado, todos los demás empezaron las celebraciones de la victoria. Las mujeres troyanas visitaron el río Escamandro por primera vez desde hacía nueve años y recogieron flores de sus orillas para decorar la crin del caballo de madera. Se dispuso un enorme banquete en el palacio de Príamo.

Mientras tanto, en el interior del caballo, pocos griegos podían dejar de temblar. Epeo lloraba silenciosamente, totalmente aterrorizado, pero Ulises sostenía una espada ante sus costillas, y si hubiera oído el más mínimo suspiro, se la habría clavado. Aquella tarde, Helena se acercó y echó un vistazo al caballo de cerca. Se aproximó para acariciarle los flancos y, para divertir a Deifobo, que iba con ella, provocó a los ocupantes escondidos imitando las voces de todas sus esposas, una tras otra. Al no ser troyana, sabía que Casandra siempre decía la verdad; y también se imaginaba cuál de los jefes griegos se habría ofrecido voluntario para esta peligrosa hazaña. Diomedes y otros dos se estuvieron tentados de responder «¡Estoy aquí!», cuando oyeron pronunciar sus nombres, pero Ulises les contuvo e incluso tuvo que ahogar a uno de los hombres por ello.

Cansados de beber y bailar, los troyanos se durmieron profundamente, y ni siquiera el ladrido de un perro rompía la tranquilidad. Sólo Helena estaba despierta, escuchando. A media noche, justo antes de que saliera la luna llena, la séptima del año, salió de la ciudad con cautela para encender una almenara en la tumba de Aquiles; y Antenor ondeaba una
antorcha en las almenas. Agamenón, cuya nave permanecía anclada cerca de la orilla, respondió a estas señales encendiendo una hoguera llena de astillas de madera de pino. Entonces, toda la flota desembarcó tranquilamente.

Antenor, yendo de puntillas hacia el caballo de madera, dijo en voz baja:

-¡Todo va bien! Podéis salir.

Epeo abrió la escotilla tan silenciosamente que uno se cayo por ella y se rompió el cuello. El resto bajó por la escalera de cuerda. Dos hombres fueron a abrir las puertas de la ciudad para Agamenón; otros asesinaron a los centinelas que estaban dormidos. Pero Menelao sólo podía pensar en Helena y, seguido por Ulises, corrió a toda velocidad hacia la casa de Deifobo.

lunes, 21 de septiembre de 2009

LAS LILIM


LAS LILIM
Richard Calder




Fue la Niñera quien me contó de las Lilim.
“Ellas heredarán la Tierra”, me dijo, mientras la luz de la lámpara dibujaba la silueta de su perfil contra la pared, uniéndose a las sombras de mis juguetes. Después de darles cuerda, les permitió corcovear por la cómoda; por eso, en mi mente, el recuerdo de sus palabras siempre va acompañado por el batir de pequeños tambores y timba­les, por el repiquetear de las extremidades de hojalata. “¡Autómatas tan bonitos! Pantalone, Arlequín, Pierrot... ¡Cómo te consiente tu padre! Pero cuídate de ella, Peter”. Y tomó a la batiente Colombina, imagen de mi enamorada. “Cuídate de las chicas muertas. De sus labios demasiado rojos. De sus corazones de hielo”.
Después, servilmente, con las mejillas enrojecidas de vergüenza, murmuró “Ay, Dios mío, en realidad esto es tarea de hombres” y me inició en los secretos de las Lilim. Como la mayoría de los chicos, por supuesto, yo ya había aprendido bastante de los chistes obscenos de mis com­pañeros de escuela. “La mucama”, dijo la Niñera, conclu­yendo su lección de biología. “Pasas demasiado tiempo con ella. ¡Muchacha sucia, viciosa! Tu padre no lo entiende. ¡No pienses en ella!” ¿Pero cómo podía no pensar en ella, en Titania, mi Colombina viva? Y entonces me pregunté: ¿La Niñera se habrá dado cuenta? (¿Pero de qué debía darse cuenta?). Ese perfil delgado, de altos pómulos, que hechizaba la pared; esas palabras duras, oscuras, extraí­das de las leyendas populares; ese aroma a colonia de lavanda cuando me daba el beso de las buenas noches: la Niñera depuraba mis sueños.
Cada mañana de ese verano, el sol hacía efervescencia en mi habitación como champaña de limonada. Las vaca­ciones escolares estaban en su meridiano, el mundo era mio y de Titania y las palabras de la Niñera eran como la nieve del año anterior. Abriendo las cortinas, yo miraba hacia abajo, a la plaza de Grosvenor Square, ceñida por sus enormes edificios seudo-georgianos. Enfrente estabhan las ruinas de una antigua misión norteamericana, medio ocultas bajo los olmos colmados de hojas; en el aire perfumado se oía el murmullo de las abejas. Ese verano, mi piel se excitaba, mi voz cambiaba, mi corazón florecía. En ese momento no sabía que mi niñez iba a llegar a su fin, rendida ante el altar de las Lilim.

Comenzó una mañana. Titania estaba en la cocina. Su uniforme, diseñado por mi padre, estaba inspirado en los dibujos de Alicia hechos por Tenniel: vestido abotonado atrás, no del acostumbrado color azul, sino rosado, remolineando alrededor de sus rodillas; delantal almido­nado; zoquetes a rayas rojas y blancas; escarpines de satén rosado. (“¿Y cómo marcha hoy la vida”, solía decir mi padre al saludarla, “en el País de las Maravillas?”). Los copos de maíz y la jarra de leche me estaban esperan­do.
—La tierra del “Siete Estrellas”... Tendríamos que ir de nuevo. ¿Hoy, tal vez? —le pregunté a mi hermosa amiga—. Hay mucho trabajo que hacer.
—Pienso que no deberíamos ir, Peter —trinó, con su coloratura de pájaro (“Mi ruiseñor”, solía decirle papá.), que contrastaba con su rostro autista. Mastiqué desdicha­damente los copos de maíz.
—Tienes licencia de conducir. No deberías preocuparte por la niñera
—A la Sra. Krepelkova no le agradan las chicas muertas. Lo sabes. A veces.. a veces me asusto. —Volviéndose hacia el piletón, comenzó a lavar las ollas y sartenes, fregándo­las con fría agitación. De repente se quedó inmóvil, aga­rrándose el estómago.
—¿Papá no puede arreglarte eso? —Ya había visto estos mismos síntomas.
—Me asusto —dijo ella—. Está sucediendo. Lo siento dentro.
Revolví el cereal hasta convertirlo en un sopa pastosa. Mi apetito había desaparecido. La mañana se oscureció.
—Papá dice que la Niñera no es más que una vieja tonta y supersticiosa.
—El mundo se ha convertido en un lugar supersticioso.
—Por favor, Titania. —Mi voz zalamera logró penetrar en su pesado ensimismamiento.
—Más tarde iré de compras. —Las palabras sangraron lujuriosamente—. Si tu padre dice que puedes venir...
Siempre era igual, esa cara: los ojos inexpresivos, verdes y redondos como monedas, y la boca, ahora haciendo un puchero; las mejillas vacías de sangre; la barbilla y las orejas puntiagudas de un elfo; la preciosa nariz de una princesa de Disney. E igual, también (puesto que tenía sangre de muñeca, y así son las muñecas), su mansedumbre, tan infinitamente servicial.
Todo, todo iba a cambiar.

El dormitorio de mi padre era un sombrío mundo de cortinas cerradas, libros viejos y alcanfor. Los libros esta­ban en todos lados: tomos sobre ingeniería e historia del arte; ediciones de escritores de la “Segunda Decadencia” de los ‘90, encuadernadas en vitela; libritos sobre la fabricación de juguetes del Nüremberg del siglo diecisie­te; y rarezas como el “Magia Mecánica” del Obispo Wilkins. También había pinturas: entre ellas, originales de pintores británicos del siglo veinte, como Graham Ovenden y Barry Burman. (Mi preferida era una tela de Burman llamada “Judith”, que representaba a una niña púber que sujetaba en sus manos enguantadas de cuero la cabeza cortada de Holofernes). Pero los que dominaban la habitación —ade­más de la enorme cama que ridiculizaba el cuerpo consu­mido de mi padre— eran los autómatas. Se escondían en las sombras, con una latencia cinética parecida a la de las bestias depredadoras cuando están agazapadas. Aquí había obras maestras de la Edad de la Razón: “El Escritor” y “El Músico” de Pierre Jaquet-Droz, adquirido al quebrar el Musée d’Art et d’Historie de Neuchátel; aves canoras de Jean Frederic Leschot; y un mago, un trapecista, mo­nos, payasos y acróbatas de los Maillardets, De una época posterior, mi padre había agregado a su colección un “Autoperipatetikos” de cabeza de cerámica; unas chicas de Gasten Decamps elegantemente vestidas; una muñe­ca autómata musical de Gustav Vichy; y una muñeca Steiner (¡criatura de la noche!), con esa boca llena de dientes intactos, parecidos a los del tiburón, lo que le había valido el mote de “Muñeca Vampiro”.
—Titania se va de compras. ¿Puedo ir también? —Papá buscó sus gafas y pestañeó.
—La Sra. Kre­pelkova está pre­ocupada por ti y Titania. —Tragué saliva y enterré las manos en lo profundo de mis bolsillos. Papá rió entre dientes, con voz renca—. Pien­sa que soy dema­siado liberal. —Si­lencio. La bande­ja estaba cargada de tortitas con manteca: las cor­tinas se agitaban suavemente con la brisa estival—. Peter, ¿qué quieres ser cuando seas grande?
—Ingeniero, como tú. Ingenie­ro famoso.
—No. No debes decir eso. Ya no Los días de los fabricantes de ju­guetes han llegado a su fin. La Sra. Krepelkova repre­senta el espíritu de nuestro tiempo. —En la perife­ria de mi audición, sonó una señal de alerta. El mundo de los adultos tenía se­cuestrada a mi vida.
—Pero Titania no es una Lilim —exploté. Mi padre pareció sufrir una silenciosa conmoción.
—¿Qué histo­rias te ha estado contando la Sra. Krepelkova? ¿Historias de bru­jas, súcubos y golems? Te juro que el cerebro de esa mujer está lleno de tonterías. ¡De las tonterías de los periódicos baratos y de los políticos más baratos aún! Las Lilim no existen, Peter. Eres un chico inteligente; no debes creer en todo lo que oyes. —gorjeé como una concertina pinchada—. La Sra. Krepelkova es una buena mujer. En el fondo de su corazón. Pero debemos tener cuidado. La próxima vez que vuelvas del campo, trae a alguien contigo. Sé que Titania te gusta, pero también debes tener otros amigos. Por el bien de ella.
—Cuando era pequeño teníamos montones de muñe­cas. En ese entonces no parecía importarte.
—En ese entonces, la vida era distinta —dijo papá. Espon­táneamente, sin buscarlo, llegaron los recuerdos: nuestra casa colmada de los ricos clientes atraídos por la destreza de mi padre; los maravillosos autómatas que esperaban sobre nuestra mesa; mi madre, riéndose de algún chiste de sobremesa, con las mejillas, ya entonces, tísicas por el bacilo tuberculoso mutante que iba a arrasar a la Europa de aquella belle époque—. El gusano invisible —suspiró, quitándose las gafas, hundiendo la cabeza en la ropa de cama—. Es mejor pensar en tiempos más felices, como el día en que me descubrió el Comité Colbert... —Sus pestañas aletearon, luchando por mantenerlo despierto—. Acababa de graduarme en el Instituto Tecnológico de la Moda, Les gustaba mi hauteur inglés, la actitud de dandy que había adoptado desde que había leído a los autores de los noventa, siendo niño. En ese entonces, Francia era el mercado del lujo del mundo. Parece que fue ayer... —Cerró las pestañas; su voz se volvió un susurro—. En París, trabajé en forma independiente para Hermés, Louis Vuitton, Dior y Chanel. Después trabajé para Boucheron y Schiaparelli. Para cuando conocí a tu madre y me mudé a Londres, ya era el mejor ingeniero cuántico de Europa. ¡Autómatas! Eran los objetos de lujo más codiciados. Y Europa mono­polizaba el mercado del lujo con su L’Art de Vivre. Pero la electrónica cuántica presenta muchos problemas... —Abrió los ojos de golpe—. Y el más importante de ellos es... —Se enderezó—. ¡En realidad, Peter, ya te lo he contado dema­siadas veces!
—La indeterminación cuántica —dije, recitando de me­moria—. El comportamiento impreciso de las partículas subatómicas.
—Taquiones, leptones, hadrones, gluones, quarks... ¡Rebeldes! ¡Rufia­nes! Fueron mi ruina.
—La crisis fi­nanciera —dije—. Pensé que lo que te había arruinado era la crisis financiera.
—Nuestros problemas co­menzaron des­pués del Lunes Negro. La crisis fi­nanciera fue sólo el principio. Para competir con el Anillo del Pacífico, penetramos cada vez más hondo en las estructuras de la materia, para hacer juguetes cada vez más ma­ravillosos, más extraordinarios. —Se pasó una ma­no por la cara—. ¡El gusano invisible! Estuvo bien que cayéramos. La nuestra era una esthétique du mal. Reformamos la vida para satisfa­cer nuestras vani­dades y la vida nos ha llamado a ren­dir cuentas. Cuan­do uno practica la ingeniería a nivel cuántico, Peter, a nivel esencial, la moda penetra en el alma y la embo­ta. Y Dios nunca permitirá que lo reformen...
Golpearon la puerta. Entró la Niñera; en sus manos, un hu­meante cuenco con alcanfor. —Es hora de sus in­halaciones, se­ñor. —Apoyé el cuenco en la cama—. ¡Puf! ¿Esa muchacha aún no ha retirado las cosas del desayuno? —Y se inclinó hacia el cobertor, sosteniendo a contraluz un manojo de hilos de encaje—. Encaje rosado, cintas rosadas, zoquetes rosados. Una chica rosada. ¡Rosada! ¡Rosada! ¡Rosada hasta su corazón de praliné! —Quiso retirar las tortitas y la tetera, pero papá ahuyentó sus manos.
—Puede retirarse, Niñera, gracias. —Ella sonrió tímida­mente, atemperando su decepción al oir que se dirigían a ella por su apodo. Al marcharse, me acarició el pelo.
Yo me eché atrás; había difamado a Titania.
—La Niñera dice que comen hombres —dije cuando se fue, deseando desacreditarla, verla desterrada—. Que son venenosas. Que asesinan a los niños y que los reempla­zan con sus hijos. —Papá rió, pero no de una manera que descartara totalmente la posibilidad; él también era cons­ciente de lo que subyacía bajo esas fábulas de novela sensacionalista que solían explicar el influjo de las muñe­cas.
—La realidad —contestó—. Se dice que es difícil de sopor­tar. No debes ser muy duro con la Niñera. Tiene miedo. Y la gente con miedo suele decir tonterías. —Suspiró—. ¿Y por qué no iba a tener miedo? Todos fuimos seducidos y el mundo está enfermando, está preñado con nuestras he­rederas semi-mecánicas. No hablemos más de la nanoingeniería, Peter. Ahora, todos nos culpan a nosotros, los fabricantes de juguetes. No quisiera que también te culparan a ti. —Se inclinó hacia adelante, hacia el sitio de la cama donde la Niñera había colocado su aromática ofren­da, e inspiró profundamente.
—Titania partirá pronto. ¿Puedo ir con ella? ¡Por favor!
—Cuando fabriqué a Titania estaba en la cumbre de mi capacidad. Ella fue la mejor. —Con los ojos enrojecidos y sudando, pasó revista a sus autómatas—. Dales cuerda, Peter. —Mis manos se hundieron en los motores húmedos, recién lubricados, para hacer girar sus vidas a resorte—. Titania es una buena chica. Nunca te haría daño. Nunca.
—¿Entonces, puedo ir?
Los autómatas estaban despertando: un mono vestido como un petimetre del siglo dieciocho tomó una pizca de rapé; un prestidigitador serruchó a una niña desnuda; la muñeca Steiner cayó al piso, culebreó, se retorció y chilló; alguien —algo— tocó la Marseillaise y los pájaros comenza­ron a cantar. Muy pronto, ese elenco de fútiles juguetes se amotinó alrededor de la cama de mi padre, como la chusma a las puertas de palacio.
—Les ha llegado el día —dijo papá—. Sí, puedes ir. Por esta vez.

El Bentley se abría paso por las callejuelas de Mayfair. Titania lo conducía. Atisbando por sobre el volante, y con un letal abandono, dobló hacia Bond Street. Por tener trece años (Titania siempre había tenido trece años), sus habi­lidades neuro-motrices parecían, con frecuencia, no más eficientes que las de una niña; aunque en esa ciudad fantasma los asesinatos con vehículos eran poco proba­bles, miré el espejo retrovisor para comprobar que no hubiese cadáveres o algún policía, cosa aún menos pro­bable. La calle estaba vacía (durante el día, las calles siempre estaban vacías); las que se aleja, las imágenes, disparadas hacia atrás, de las ventanas tapiadas con tablas —Cartier y Ttffany, Ebel y Rolex— eran una resplande­ciente estela de defunción. Ahora, esos locales exhibían únicamente símbolos, pintados con aerosol, del Frente Humano —una doble hélice alada— y graffitis que aullaban “Inglaterra Para Los Orgánicos”, “Estamos Orgullosos De Ser Humanos” y “¡Hospitalización Ya!”.
Así era la propaganda de los habitantes de Nunca Jamás: proletarios, gente rústica, brutos que vivían dentro del círculo mágico de la interdicción llamado M25, quienes, al ponerse el sol, con una amargura que confundía sus terrores, viajaban por las tuberías en desuso para emerger en West o East End, para vengarse de las muñecas. Ellos recordaban, quizás, una fiesta de sábado por la noche, hacía mucho tiempo, cuando un par de labios rojísimos los habían excluído de la vida; a una hija o una hermana que un día se había metamorfoseado en una belleza inhuma­na, desgarradora. La seguridad de los condados ingle­ses, donde los hombres del dinero televiajaban de aquí para allá por todo el mundo, no era para ellos, sino los solitarios conurbanos de Surrey y Essex, Middlesex y Kent: reservaciones que los infectados tenían prohibido aban­donar por miedo a que las recombinantes acabaran con toda la humanidad.
En Fortnum’s compramos un poco de cecina y repollo (la tienda la atendía un anciano matrimonio de ucranianos, condenados, como mi padre, a quedarse en la ciudad), y luego partimos hacia el destino secreto de nuestra excur­sión, mientras nuestro antiguo automóvil rugía por la Avenida Shaftesbury, por Holborn, por Cheapside, adentrándose en el Centro. En St.Paul’s, advertimos la presencia de algunos técnicos que descendían por la alcantarilla para masajear los nervios encerrados de algu­na mimada IA. Ellos también advirtieron nuestra presen­cia, o mejor dicho la de Titania, porque de pronto comen­zaron a gesticular, escurriéndose hacia las profundida­des.
—¿De qué tienen miedo? —dije—. Las muñecas sólo salen de noche. —Titania, alegre como un pájaro, rió sin ironía.
Al llegar a Whitechapel, tomamos Brick Lane y estacio­namos junto a un logo, escrito con el alfabeto eslavo, que decía LADA. El logo pertenecía a un depósito que, al igual que el abandonado expendio de comidas rápidas “Borsch ‘n’ Vodka” que estaba en las cercanías; era un legado de los años en que habían cedido un enclave bengalí a unos obreros inmigrantes de Rusia. Atraídos con la moneda dura y para amortiguar la baja tasa de natalidad de Europa Occidental, ya que en ese momento la moda era contraer nupcias con los artificiales, los “eslavos”, durante un tiempo, habían reemplazado a los “pakistanís” como blanco de los vituperios de los intolerantes de Inglaterra. Es decir, hasta que los hombres aprendieron a decir “Lilim”.
Entramos en el depósito por una puerta lateral. La luz se filtraba por el techo corrugado, cayendo oblicuamente sobre cañerías de tíraje, partes de máquinas y un samovar. En un rincón, donde la herrumbre había carcomido la puerta trampa empleada alguna vez para entregar merca­derías al “Siete Estrellas”, la luz resbalaba, caía y queda­ba sepultada. Descendimos por las escaleras. Los verdes ojos de gato de Titania ardían, mientras me conducía, con paso firme, hacia el negro seno del sótano. Aunque esta­ban apagadas, yo sabía que de los desechos que nos rodeaban surgían una multitud de velas, como estalagmitas de una gruta encantada. Oí el movimiento de la mano de Titania; las velas se encendieron de golpe, proyectando nuestras sombras, revelándonos los barriles de cerveza y estanterías de vinos, la mesa de billar y las máquinas tragamonedas, como si fuesen los tesoros de una tumba egipcia.
De una pared, colgaba el viejo cartel del bar que habíamos repintado. Una mujer vestida de escarlata, bañada por el sol, con la luna bajo sus pies y una corona con siete estrellas en la cabeza nos miró con sus hermo­sos ojos verdes.
—Nuestra bandera —dije, saludándola.
—Nuestro planeta —dijo Titania—. Aquí siempre me siento segura. Al menos, me siento segura contigo. —Quitó una telaraña de los píes de Nuestra Señora—. ¿Qué te dijo tu padre esta mañana?
—Nada —contesté, y levanté una lata de pintura, ansioso por cambiar de tema—. Comencemos. Éste será nuestro mundo.
Estábamos pintando un mural que representaba la creación de las muñecas, sus gloriosas vidas, su caída. La narración comenzaba con una alegaría de Europa en la cúspide de su poder, arrojando joaillerie, objets y couture sobre sus hijos. Europa, un conglomerado de artículos de lujo, se había convertido en el Imperio de la Moda. La fabricación había quedado en manos de América y el Anillo del Pacífico. “¿Vivir?” había garrapateado yo encima de la cabeza de Europa. “Nuestros sirvientes lo harán por nosotros Los paneles siguientes eran homenajes a los postreros símbolos del status de luxe, las autómatas, en quienes los nouveau riche del segundo milenio, cuya sensibilidad se había adaptado al renacimiento de la “Decadencia” que caracterizaba la época, habían hallado amigas, amantes: ideales artificiales para vidas artificia­les. Ensambladas por micro-robots, átomo a átomo, cada muñeca surgía de su tanque de cultivo como una Venus de relojería emergiendo de un mar químico. La rúbrica citaba a Christian Blanckaert, director general del Comité Colbert: “El lujo es para Francia lo que la electrónica es para Japón...”. Las últimas pinturas se referían a la declinación de Europa: Europa desfalleciendo en medio del desorden económico, abandonada por el Buen Gusto, violada por los tecnobandidos del Tercer Mundo y atestiguando, impo­tente, la erupción de la pla­ga de las muñecas.
Me aproximé al retrato de mi padre a medio termi­nar.
—¿Y qué título le pon­dremos a éste? —pregun­té—. ¿Sentenciado a vivir entre muñecas? ¿Autori­zado a recibir sólo una visi­ta de su hijo por año? —Pero Titania se sentó sobre una abatida máquina de pinball sin patas.
—Esto es sólo un pasa­tiempo, Peter. Nunca pue­de ser mi mundo, para ellos, siempre seré la Cosa del Espacio Exterior. —Recorrió la pared con una larga uña roja, haciéndo­me rechinar los dientes y practicando en el yeso una incisión con forma de co­razón—. Están en lo cierto. Soy una chica muerta. No deberías pasar tanto tiem­po conmigo. —Un rastro de timidez se había filtrado en su voz de cajita de música. A un lado del corazón, di­bujó una T; al otro, una P. Entonces, arrugando mo­mentáneamente la nariz, cruzó el corazón con una flecha de Cupido. La sonrisa que le sobrevino, dislocada del resto de su rostro imperturbable, se retorció en mis entrañas—. Pero eres mi único amigo. ¿Qué haría sin ti? Las chicas muertas necesitan amigos.
Hasta regresar del norte, hacía poco, no me había dado cuenta de lo hermosa que era. Tan delicada, tan pálida. Este verano, nuestra pequeña mucama, antes sólo una compañera de juegos, me quitaba el sueño en las largas noches calurosas.
—Me gustan... —dije, mientras se me cerraba la garganta—Me gustan las chicas muertas. —La sonrisa le onduló en el rostro, igual que las carcajadas imposibles de reprimir durante algún funeral—. No te preocupes por mi padre. Dice que las Lilim no existen.
—No —dijo ella, riendo sin alegría—. Nosotras, las muñe­cas, no creemos en nada. No tenemos nada. No existimos. Ojalá... —Como si hubiese escuchado una orden a voz en cuello, su rostro asumió el acostumbrado autismo—. Luz —dijo lacónicamente—, más luz. —Las velas ardieron, su luz se volvió verde, de modo que me pareció que estábamos en una caverna submarina, inmersos bajo una cúpula de algas—. Las muñecas necesitamos algo en qué creer. Igual que la gente como la Sra. Krepelkova. Necesitamos una explicación. —Una lágrima rodó por su mejilla vidriosa. Yo no sabía que una chica muerta podía llorar—. La gente dice que soy una Lilim. ¿Y por qué no iba a serlo? ¿Porqué no? Parece que ellos lo desean tanto...
Me arrodillé frente a ella, enterrando la cabeza en su regazo.
—No hables así. No prestes atención a la gente como la Sra. Krepelkova. —Su mano, blanca e inhumanamente fría, me tocó la frente, pinchándome la carne con esas uñas-navaja.
—Nunca te haría daño. ¿Lo sabes, verdad, Peter? —Me acarició el pelo—. ¿Recuerdas, hace años, cuando tu padre me decantó y me trajo a casa? ¡Qué hermosa era tu madre! ¡Me gustaba tanto! Ojalá la vida volviera a ser así.
—Haremos que así sea. Lo haremos. Créeme. Encon­traremos la manera. —La tomé de las manos y levanté la vista para mirar ese rostro manchado de lágrimas. Era de una perfección extraterrena. Sentí la frialdad de sus mus­los bajo la delgada enagua de algodón, sus rodillas de articulaciones esféricas—. No me importaría —susurré— que fueras una Lilim. —Las velas temblaron con una repentina corriente de aire y la habitación se oscureció—. Podríamos... Podrías... —De sus adorables labios carnosos colgaba un espumarajo de saliva—. Hacer que las muñecas regresa­ran... como antes... un mundo de muñecas... —La corriente de aire se transformó en viento. Sus labios se separaron y sus ojos se abrieron como platos. La saliva le chorreó hasta la barbilla. El viento me atravesó, como un mistral divino, convirtiéndome en piedra. Todavía arrodillado, me aferré fuertemente de sus faldas, petrificado por su fría belleza. La cabellera, negra y opulenta, le envolvía el rostro, que ahora parecía el de un querubín maléfico, y sus ojos brillaban como hielo verde. El viento aulló y ese hielo penetró en mí.
—¡No! —gritó—. ¡No lo haré, no lo haré! —El viento murió, suspirando con exasperación. Su lengua, lanzándose a sus labios como la de una lagartija, lamió una gota de espuma blanca.
Gemí.
—No vuelvas a pedírmelo. ¡No me tientes! —Se agarraba el estómago—. Lo siento aquí. En mi mecanismo de relo­jería. El veneno. —De su bolsillo, extrajo una gran llave de bronce—. Mira —dijo—. Así. Así es mejor. Puedo llevarte de vuelta. De vuelta a las cosas como eran antes. —La llave tenía unos quince centímetros de largo, empuñadura mariposa y una esmeralda sin tallar en la punta. Volvió a entrar una ráfaga, amenazando tormenta.
—Es la llave de papá.
—Ya no la usa más. Está dema­siado enfermo. No la echa de menos.
—Se supone que no debo to­carla.
Titania me puso la llave en la mano.
—No tengas miedo —dijo, le­vantándose la enagua por enci­ma de la cintura, dejando al descu­bierto su blanco vientre. El ombli­go, formando un hoyuelo oscuro y profundo en el hemisferio de satén, ejercía su atracción. Titania cerró los ojos, esperando—. Por favor, Peter —dijo—, haz desaparecer el veneno.
Inserté la llave.
—Con cuidado.
—Dio un respingo. Torpemente, em­pujé la llave para colocarla en su sitio hasta sentir que se encajaba. Ella inspiró rápi­damente—. Des­pacio —dijo—, despacio. —En sus profundidades,
hubo un siseo y chisporroteo: los monstruos matemáticos se revolvían. Se reclinó hacia atrás, apo­yándose sobre una máquina de pinball, mientras sus bucles de medianoche dejaban marcas en el polvo. La llave se volvió más difícil de girar. Vacilé, temeroso de romper algo—. Un poco más —dijo ella—, sólo un poquito más. —Con las dos manos, obligué a la llave a girar los ciento ochenta grados finales. Titania se estremeció, lanzando un alarido en un imposible tono de soprano. La máquina de pinball se encendió, las botellas se estrellaron contra las paredes, las velas explotaron con llamaradas de magnesio.
El viento, que había estado esperando con impacien­cia entre bambalinas, entró en el sótano como un huracán. Remolineé a mi alrededor, mi tormenta personal, ignoran­do todo lo demás. Me uní a su danza. Levanté los pies, sujetándome de la llave como si fuese una cometa ancla­da y la fuerza centrífuga me hizo girar. El sótano era un borrón de llamas de velas convertidas en cintas; debajo, el vientre de ella, expansión blanca, tundra marchita por la sal, me atraía hacia la negra boca de la mina. El ombligo se había vuelto enorme, era un agujero negro que me sorbía hacia otro universo. Caí en su fauces de terciopelo.
A lo largo de un túnel oscuro, lúgubremente iluminado por alfanuméricos color rojo sangre, rodé en caída libre. El túnel se extendía hacia una perspectiva infinita; mientras caía, un ritmo selvático hacía temblar las paredes. Me abofeteaban unas oleadas de turbulencia, pero no sentía terror; mi corazón latía rápida pero benignamente, con la frisson de un paseo en montaña rusa. La sangre se mezclaba con el cristal, el cristal esmaltado, volviéndolo ámbar, rosa salmón. El túnel se convirtió en una vidriosa membrana rosada. La pulsación selvática se fue apagan­do; la membrana se rasgó. Sentí olor a hierba, el sol en la cara; oí la cháchara de unas voces. Abrí los ojos.
Estaba en Grosvenor Square, jugando con mamá. A nuestro alrededor, la Gente Linda —estrellas de cine, modistos, artistas— fruncían el ceño al mirar a los paparazzi que nos rodeaban. Yo estaba tomando un helado; papá hablaba con unos amigos. Nuestros autómatas, Treacle, Tinsel y la recién creada Titania, bailaban cuatrillos con algunos de nuestros invitados. Muchachos-muñecos, con las formas de Arlequín y Pierrot, Gilles, Scapino, Cassandre y Mezzotinto, servían vino y tortas. Medio despierto, medio dormido, yo descansaba en el pecho de mamá y miraba cómo los bailarines describían figuras elaboradas y subli­mes al son de la música galante de algún gamme d’amour.
Era una de las “Tardes Wa­tteau” de mi pa­dre: mímica del placer, el día del solsticio de vera­no; pastoral ex­traída de una por­celana de Mei­ssen expandida en el espacio y en el tiempo.
Titania pasó junto a nosotros, bailando. ¿Ya desde entonces estaba enamora­do de ella, aunque sin saberlo? Era Colombina, la soubrette, vestida con los dulces satenes y los pliegues de rocaille de principios del siglo dieciocho, Me saluda con su abanico pintado. Hay un tintineo de vasos, un zumbar de abejas. El tiem­po duerme.
—Actualmen­te, mi trabajo —se filtra erráticame­nte la voz de papá—es desvelar la fisonomía espiri­tual de la materia.
—Y la conversación deriva hacia los nanorobots, las máquinas mole­culares más modernas—. Reduci­do al tamaño de una molécula, un componente se volverá un delin­cuente, pero es­toy aprendiendo a explotar los efec­tos cuánticos, a manipular el Caos. —Se encien­de una bombilla de magnesio—. En realidad, acabo de desarrollar ensambladores que pueden manipular no sólo átomos, sino también partículas subatómicas. Esos autómatas que ven hoy, fabricados a pedido para las Casas Cartier y Fabergé, han sido traídos de un reino microfísico donde coexisten la mente y la materia, el sueño y la realidad. Son juguetes completamente marvellous. —Y extiende los bra­zos hacia Titania y su clan—. Caballeros, les presento a L’Eve Future.
Por encima de los aplausos, el ruido de un trueno. Comienza a llover.
No recuerdo esto.
Llueve leche.
Y Treacle, Tinsel y Titania —accesorios de moda a los que no considerábamos vivos—, con los manchados cabe­llos perlados de gotas, con las vestimentas mojadas y pegajosas, están de pie, con las bocas abiertas como pollitos recién salidos del huevo, como tótems del éxtasis.
¿Titania?
Los invitados corren a refugiarse, mientras la tormenta estalla sobre sus cabezas; la lluvia blanca y glutinosa está ahogando a Londres. La inundación me arranca de los brazos de mamá, me arrastra hacia adelante, como un oleaje implacable, hacia Titanía y esos labios rojísimos que son como un gigantesco anuncio, instalado a la vera de una autopista salpicada de neón, que publicita el más sangriento de los lápices labiales.
—¡No! —chilla Titania—. Tú no, tú no!

Me desperté, sudando. El sótano se había calmado. Titania estaba acomodándose la ropa.
—No fue así —dije, temblando.
—Lo sé —dijo ella—. Hasta el pasado contamino.
—No —dije—. Está bien. En serio.
Se apretó el estómago con la mano.
—Está aquí. Tú la viste. La malignidad.
Me levanté, mordiéndome el labio, avergonzado.
—Dije que está bien. No importa. En realidad...
Titania se dobló en dos, mientras sus rasgos blancos como la tiza se convertían en una máscara de dolor.
—Por favor, déjame —dijo—. Me sentiré mejor en un mo­mento. Necesito estar sola. —Vacilé—. Déjame, Peter.
Con recelo, regresé a la calle, saqué la bicicleta plega­ble del baúl del Bentley y regresé a casa, pero no sin antes hacerle prometer que me seguiría en el auto más tarde, cuando se hubiera compuesto.
Siempre respeté sus deseos.
Pero, por supuesto, no regresó.

—Las Lilim —dijo la Niñera, dándoles cuerda a mis juguetes—están en todas partes. —Me pellizcó la mejilla con la fuerza de un picotazo de guacamayo.
Esa noche, la Niñera había estado caminando ruido­samente por la casa, mascullando “¿Dónde estará esa muchacha? ¿Dónde estará esa robotnik?”. Mi padre se enfurruñaba solo, en su cuarto. Ahora, junto a mi cama, mi presumida niñera decía:
—Te lo dije. Se lo dije a tu padre. ¿Pero es que nadie me presta atención? No, Krepelkova es sólo vieja tonta y arrugada. —Tenía en el regazo un ajado libro de bolsillo: “El Problema de las Muñecas: Lilith y sus Hijas”. Era la biblia del Frente Humano—. Lilith fue el primer amor de Adán. Pero era orgullosa, vanidosa y adúltera... —Abrió el libro, sacando una fotografía de entre sus páginas—. Lilith es la consorte de Satanás, Peter. Es la Reina de los Súcubos. Se acerca a los hombres por la noche, para poder corromper a sus hijos.. —Me puso la fotografía delante. Era el retrato de una muchacha joven, una rubia platinada en cuyo rostro de duende reconocí las características de las recombinantes: ojos verdes e histéricos y un cutis de enfermiza blancura que sugería una dieta de leche azucarada y golosinas—. Al principio le eché a culpa a mi yerno —dijo la Niñera—. El nunca me contó cómo ocurrió. Pero pienso que no tuvo intenciones de ser infiel. Las muñecas tienen sus méto­dos. —Estudió la foto con cuidado—. Todavía se puede ver su parte humana. Si la miras con detenimiento. Cuando nació era una niña tan adorable... No teníamos idea. Sucede cuando tienen unos doce o trece años. Casi de un día para el otro. Sus ojos se vuelven verdes. De un verde luminoso. Y la cara... ya no es más una cara humana. Se vuelve —e hizo una pausa, mientras se le dibujaban grietas en la frente —hermosa. Pero es una hermosura que resulta horrible en una niña. Pobre Anna, fue una hija de Lilith y la obligaron a llevar la estrella verde de las Lilim. Después comenzó la lactomanía. Y se la llevaron. A los Hospitales. La hija de mi hija...
Me dormí, aferrando bajo la almohada, con manos ansiosas, la llave de Titania.
Al día siguiente, en bicicleta, volví a Brick Lane. El Bentley seguía estacionado frente al depósito. “¡Titania!”, llamé. Pero el depósito estaba vacío. Descendí hacia el mundo del “Siete Estrellas”, abriendo las sombras con mi linterna de bolsillo.
Se había ido. Me llené profundamente los pulmones con ese aire fétido y me dirigí a las escaleras para volver arriba. A mis pies estalló una masa de agua; salté, sacu­diendo la linterna de aquí para allá. Colgada del techo, dentro de lo que parecía ser una viscosa bolsa de bronce, había una figura de mujer en posición fetal. No tenía carne: lo que quedaba era una gelatina en carne viva, temblorosa, cubierta de plásticos, metales y joyas. Tuve náuseas, se me cayó la linterna y salí corriendo.
Y luego me lancé con el Bentley hacia Mayfair, hacia los fusiles montados sobre rieles y las cámaras de seguridad que rodeaban nuestra casa, hacia el mundo humano.

—¿Dónde está? —preguntó papá. Se lo dije—. No hay nada que podamos hacer —dijo—. Nada. —Agité las sábanas—. Nunca imaginé que sucedería esto. Que le sucedería a ella. A Titania no.
—¿Morirá? —Apenas me atrevía a pronunciar esa pala­bra.
—Los filisteos las llaman muertas. Chicas muertas. Un nexo de reglas formales. No reflexivo. No, no morirá. Ahora pretende una reivindicación, pretende saldar cuentas con la vida. —Apartó las sábanas y apoyó las piernas en el suelo—Debo ir con ella. —Pero un ataque de tos se apoderó de él y se desplomó en el revoltijo de ropas de cama—. Esas muñecas Cartier y Fabergé... —dijo, recuperando el aliento—Pensé que estaba fabricando elegantes damas del siglo dieciocho, espíritus de amabilidad y donaire. —Señaló las montañas de libros que rodeaban su cama—. ¡Los Deca­dentes! Escritores y pintores que llenaron de quimeras, vampiros y esfinges los sueños de mi infancia. Ah, la perversidad de la niñez... Lo intenté, Peter. Intenté negarme a esa oscuridad, programando mis máquinas atómicas para que fabricaran ángeles a partir del pandemonio. Pero los objetos atómicos sólo pueden comprenderse en el contexto de su interacción con el observador. Cuando hablamos del mundo subcuántico, hablamos de nosotros mismos.
Algo terrible gruñó entre las malezas de mi mente y se preparó para dar un zarpazo. Me atreví.
—¿Fuiste tú el que puso el veneno en Titania?
—Siempre culpé a terceros —escupió; las palabras le salían a borbotones—. Decía que era un virus introducido en sus programas por nuestros competidores del Lejano Oriente. Pero el virus era mío. Entre renglón y renglón del programa de Titania, dentro de su texto fractal infinitamente complejo, acechan mis oscuros sueños infantiles. Ahora, ese subtexto emerge, el veneno rezuma. —Comenzó a toser.
—Voy a ir. La traeré de vuelta.
—No —Se obligó a enderezarse—. Voy a ir yo, por la mañana. Está oscureciendo. —El sol, rojo e hinchado, se hundía en Grosvenor Square. Los ojos enjoyados de los autómatas de mi padre centellearon. Colocó la mano sobre mi hombro—. Ella no puede volver a casa, Peter. Entiéndelo. Su poder... es enorme. La cultivé a partir del campo cuántico, la esencia de todas las formas. En ella, el espacio y el tiempo, la mente y la materia, están envuel­tos en... ¿en qué? En una realidad que no puedo aprehen­der. No está restringida por las leyes físicas, está en total unidad con la naturaleza esencial de las cosas. Ella es la Creación. —Miró por la ventana, con el rostro enrojecido por los rayos del sol moribundo—. Pero yo envenené a la Creación. Le di la vida, Peter; ahora debo quitársela. Mañana, antes de que renazca. —Suspiró—. ¿Alguien puede explicar esta necesidad de crear belleza?
En el último piso de la casa estaba el cuarto de Titania. Me senté frente a su tocador, apretando la cara contra las enaguas de un vestido de “Alicia”. Entre las polveras y las barras de rubor, había viejos ejemplares de “Vogue”, abiertos. Fotos de muñecas-peluqueras, algunas de las cuales —amalgamas de especies cruzadas y cefalópodas de miembros múltiples— yo jamás había visto, que me miraban fijo, curiosas y llenas de reproche. Como dicién­dome “¿Dónde está nuestra hermana?”.
Sentí vergüenza. Había sido un tonto al huir del “Siete Estrellas”; diez veces tonto al contárselo a papá. Pero papá estaba muy enfermo para levantarse de la cama. Titania, por el momento, estaba a salvo.
Pensé en la evacuación; en el día en que, junto con otros chicos de King’s Cross, me había burlado de una niñita que pasaba porque llevaba puesta la estrella verde de las recombinantes. En el tren, hablábamos de las chicas que volaban por las noches, que entraban sigilosa­mente a tu cuarto, a tu cama; de los súcubos que infectaban tus células reproductivas. Pronto, nuestro dormitorio estu­vo adornado con sus fotografías, fotografías del Sun y del News of the World, fotografías de adorables cuerpos humanos cortados por la mitad, sobre las mesas de disección de los “Hospitales de Muñecas”. Despreciable Inglaterra, yo había formado parte de tu hipocresía, deseando lo que condenaba. Pero ya no. Ese verano, estaba enamorado de una muñeca y, como una chica proveniente de un barrio bajo de la ciudad, esa muñeca me había convertido en un rebelde. Mi lealtad, ahora, era para con Titania y las de su clase. La plaga no estaba en ellas, sino en nosotros.

Por varias noches, yaciendo insomne en el calor nocturno, esperé. Y entonces vino. Se paró a los pies de mi cama: una niña vestida de escarlata, con una corona de siete estrellas sobre la cabeza.
—No hace falta que vengas, ¿sabes?
—Te amo —le dije.
Y floté en el aire mientras ella, tomándome de la mano, me conducía a través de la ventana abierta, hacia la noche.
Lo último que vi de mi antigua vida fue la cabeza de la Niñera enmarcada por la ventana de mi dormitorio. Me llamaba, suplicándome que regresara. Oi que Titania hacía un pase con la mano; la Niñera desapareció.
—Tendría que haberla convertido en sapo —dijo Titania suscintamente.
Muy lejos, abajo, Londres estaba salpicada de hogue­ras, en los sitios donde los Chicos de Nunca Jamás exploraban el yermo corazón de su prisión. Era sábado por la noche: la fiesta de los condenados. Los abejorros flotaban sobre los tejados. Los militares observaban, sin intervenir. Londres había sido abandonada a su suerte; los únicos que eran considerados una amenaza eran los que intentaban traspasar los límites de la interdicción. Las familias ricas, como la nuestra, podían obtener una exten­sión de sus derechos. Pero los habitantes del País de Nunca Jamás eran pueblos desposeídos: rusos y checos, polacos y transilvanos, marginados para quienes sólo el antropocéntrico odio a lo extranjero del Frente Humano parecía ofrecer alguna esperanza. A mi padre, y a otras personas del negocio del lujo que se creía estaban infec­tados, les habían ordenado permanecer en la ciudad; los de Nunca Jamás, sencillamente, no tenían otro sitio a donde ir. Ahora vivían confinados, a la sombra de las torres de vigilancia y la pantalla energética, en las casuchas de la periferia de Londres, y allí se quedarían hasta que la plaga continuara su curso, condenando a sus hijas a metamorfosearse en muñecas, en muñecas que vivirían sólo un puñado de años, en muñecas que nunca crece­rían. Pero la noche de sábado había fiesta; era cuando la furia, la desesperación o el canto de sirenas de las autó­matas atraían a los habitantes de Nunca Jamás, sacándo­los de sus ruinas suburbanas, para arrastrarlos hacia el malvado y mágico corazón de Londres, para formar tumul­tos que se entrelazaban en una danza de muerte.
Pasamos sobre St. Paul’s; mi piyama flameaba contra mi cuerpo con una brisa tropical. Me sostuve de las espal­das de Titania, mientras ganábamos altura para salir del domo, y escuché que su túnica de seda se rasgaba entre mis dedos por la violencia de nuestro ascenso. Luego caímos, en espirales descendientes, hacia las calles nocturnas del East End.

En el interior del depósito, un letrero fluorescente anuncia­ba “Siete Estrellas”, agregando, en letras más pequeñas, “Lechería”. Delante de la escalera había un soldado de juguete tamaño natural.
—Un muchacho-muñeco —dije—. Pensé que se habían extinguido.
—Casi —dijo Titania—. Aunque en realidad nunca fueron algo genuinamente chic.
El chico autómata bajó el rifle y se apartó. Del sótano llegaban los irritantes sonidos de “Peter Gunn”. Descen­dimos.

—Magia, Peter. Magia de muñecas.
Habían restaurado el bar, la pista de baile y el escenario del sótano. “Peter Gunn” gruñó una bienvenida. Vomitan­do un rollo de música, una pianola tocaba los bajos del acompañamiento; cerca, un hombre joven que vestía las ropas fetichistas de Nunca Jamás (jubón, calza, botas de montar) arrancaba la melodía principal de un saxo oxida­do, mientras una muchacha bailaba, en trance, frente a él.
—Nuestra canción —grité.
—Nuestro planeta —gritó Titania—. O al menos pronto lo será. ¿Recuerdas la vez que descubrimos este lugar? ¡Los viajes prohibidos! Pero ahora nada está prohibido.
¿Qué había cambiado en Titanía? Algunas cosas eran obvias: el halo de estrellas, la nueva flexibilidad de su andar, la sofisticación de su laringe. Pero había más. Pensé en lo que había dicho mi padre con respecto a sus obsesiones de la infancia, sus sueños de quimeras, vampiros y esfinges. Titania había surgido del atelier de esos sueños. Su herencia oscura era también la mía. Se había convertido en una hermana, un alma gemela. Ella era el secreto de la familia, la hija no reconocida que, después de años de encierro en una secreta habitación tapiada, se había liberado en pos de su venganza.
Una congregación de Chicos de Nunca Jamás obser­vaba el número en vivo: los muchachos, confundidos, secos, exhaustos; las chicas, excesivamente sujetas por una tensada cuerda que amenazaba con cortarse en cualquier momento.
—¡Esos muchachos! —Titania hizo un gesto de despre­cio—. Pura narcobasura. ¡Ninfolépticos! El País de Nun­ca Jamás está repleto de ellos. Andan en canoa por los túneles de la frontera del distrito y salen a la superficie en Whitechapel. ¿Y a qué vienen? No a matar, no, éstos no. Éstos son unos adictos sin esperanza. No me sirven. Quiero sangre nueva para ensuciar... Pero al menos divier­ten a mis pequeñas granujas.
La música se detuvo y la bailarina caminó hacia nosotros. Parecía de más edad que yo, de la edad de Titanía, quizás. Pero la adolescencia detenida que es común a las recombinantes hacía imposible emitir un juicio. Llevaba un atrevida microfalda a la última moda prostituta; su malla de danza color rojo carne —confeccionada con la tela de tejido vivo cultivado llamada “Piel II”— se asemejaba al torso desollado de una heroína de Sade.
—Baila conmigo —dijo la chica.
—No sé hacerlo —murmuré.
—Después —dijo Titania perentoriamente—. Ahora tráele un trago a Peter. —Ofendida, la medio-muñeca se retrajo hacia el bar y regresó con un vaso de limonada. Títania me condujo hasta una mesa vacía.
—Peter —dijo—. Voy a hacerlo realidad. Voy a darles algo en lo que puedan creer.
—¿Las Lilim?
—Son un cuento de hadas, Peter. Un cuento de hadas muy desagradable. Pero se convertirán en una pesadilla hecha carne para nuestros perseguidores. Mis chicas... Voy a darles una religión. Voy a hacer que se enorgullezcan de sus estrellitas verdes. Y el “Siete Estrellas” será su templo... —Titania tomó mi mano entre las suyas y la estrechó—. ¡Natasha! —La bailarina se acercó. Natasha, dile a Peter lo que te enseñé. —La chica me miró sin ganas, hundió un dedo en mi limonada y se lo llevó a los labios manchados de frambuesa—. Después —le dijo Titania.
—Lilith —comenzó la muchacha— fue desterrada del Edén. De todo el mundo humano. Y todos decían que no podría tener hijos. Nunca. Era... era una chica muerta. Pero había unos ángeles, sabes, y ellos le dijeron que podría tener los hijos de otras mujeres. Y los ángeles la hicieron muy hermosa, y...
—Cuéntale del futuro, Natasha.
—Si, el futuro. —Un riachuelo de saliva le chorreó por un costado de la boca, hasta la barbilla y luego hasta los senos—. Lilith nos ha dado el futuro. Cuando me convertí en recombinante, mi hermana mayor me llevó a ver una película. Era “Pinocho”. Y yo pensé: si pudiera ser una chica de verdad... Tonterías! Soy una Lilim, una hija de Lilith. ¡Cien por ciento muñeca! Y vamos a bebernos el mundo hasta agotarlo. ¡Todos esos sabrosos ancianos excéntricos! ¡Entonces lo lamentarán! ¡Sí!
La pianola mascó su rollo de música y el acompaña­miento de “Peter Gunn” revivió. Natasha sacudió la cabe­za. Su cabello —teñido de blanco, dejando ver las raíces negras patentadas por Cartier— era un paroxismo de peróxido.
—¿Quieres bailar ahora? —preguntó, moviéndose hacia la pista. El saxofonista ahogó mi respuesta.
—Delincuente sexual —dijo Titania—. ¡Autómata loca! Trato de investir su vida de significado, y ella ¿qué hace? ¡Bailar, bailar y bailar! Esa muñequita se está consumiendo. Es la lactomanía, por supuesto... —Otra vez, me estrechó la mano; su voz sonaba sincera—. No quedan muchas de nosotras. Es decir, muñecas como yo. Debemos asegurarnos de que nuestras hijas nos sucedan. Un mundo de muñecas: eso es lo que quieres, ¿verdad, Peter?
Por supuesto. Ahora llévame, pensé, al altar de tu nueva iglesia. Que se desate la tormenta. No esperes. No me dejes de considerarlo.
—Por favor —la oí decir—, ¿me ayudas? —Sus feromonas psíquicas crujían en mi cerebro como un perfume electro­magnético.
Metí la mano en el piyama y saqué la llave de Titania. La empujé hacia ella, por la superficie de la mesa.
—Niño tonto, eso nos conduce al pasado. Yo quiero mostrarte el futuro. A nuestra serie la llamaron L’Eve Future. Pero yo seré Lilíth... —Arrastró mi mano hasta debajo de sus faldas. Su pubis era frío y liso como el mármol—. ¿No es igual al de las muñecas? —Su risa era estridente—. Él nos quería asexuadas, tu invalorable papá. Pero sus deseos inconscientes nos convirtieron en rameras. ¡En rameras vírgenes, eternamente sin desflorar!
Una helada corriente de aire recorrió el sótano. Las velas temblaron y se apagaron. En la oscuridad, gritos. Pero la música continuó, mientras el implacable acompa­ñamiento de bajos vibraba en todo mi cuerpo, un cuerpo osificado por el ventarrón del Ártico.
—No te haré daño —murmuró—. Nunca te haré daño. Ayúdame. Ayúdame a encontrar un útero humano.
Contra el cielo nocturno, se sacudió una corona de estrellas que se instalé entre mis muslos. Unas uñas afiladas revolotearon sobre mi entrepierna. Y, al tiempo que sentía el helado contacto de unos labios y una lengua que me arrastraban hacia un paisaje frío y quieto, yo mismo me transformé en ese paisaje. Las eras, coronadas de espuma, se estrellaban, blancas y ésteriles, contra mis costas. En ese oleaje vi al País de Nunca Jamás convul­sionado por la plaga de las muñecas, con sus hijas recién nacidas destinadas a metamorfosearse en semi-muñe­cas, semi-humanas, con el imperativo de infectar a los demás hasta que Nunca Jamás bullera de vida recombinante. Y vi morir a Nunca Jamás, su población reducida a grupos de niñas hambrientas cuya mortandad adolescente pronto escaparía del cordón sanitario de Londres junto a sus secos pellejos. Luego vi a las que se habían salvado, las Lilim que reclamaban sus derechos sobre otras ciudades, otros países, instruyendo a sus hermanas en una religión cuyo anhelado apocalipsis era un mundo usurpado, un mundo de autómatas lustrosas, doradas, relucientes. Y sin ADN humano que piratear, vi a la raza parásita, sedienta, histérica, morir en un liebestod de éxtasis, ardiendo en la misma pira que la olvidada Humanidad.
“Peten Gunn” había llegado a su clímax. Me estremecí. Titanía estaba robándome mi futuro humano. Pero tam­bién me daba algo. Por medio de su saliva, diez billones de micro-robots —sus clones de software— se introdujeron en mi sangre y en mi linfa, nadando como un cardumen de sirenas. Diez billones de pequeñas Titanias nadaron en mí, me atravesaron la uretra, los conductos deferentes, y se introdujeron en mis vesículas seminales, donde se fundieron con mi equipo reproductivo, corrompiendo mis cromosomas con planos para fabricar niñas muertas. Llevaría a Titania conmigo toda la vida, mi Colombina, mi dulce soubrette; mi Titania, reina de los los duendes; mis hijos serían sus hijos. Y entonces supe, mientras apretaba los dientes y los ojos, mientras el saxo gemía, la mesa giraba y el cristal se estrellaba contra el suelo, que yo también sería un fabricante de muñecas. ¡Como mi padre, yo también sería un gran ingeniero! Completaría su obra. Construiría un mundo para las quimeras, los vampiros, las esfinges; un mundo de perversidad infantil, un mundo de muñecas. Y mientras se elevaban los aplau­sos de la invisible tribu de chicas-muñecas y sus novios de máquina expendedora, y mientras yo gritaba, me sentí feliz de haber llegado a esto, de que el deseo hubiese sellado mi destino y mi vida se abocara a la propagación de las Lilim.

FIN

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