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EL ARTE OSCURO

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miércoles, 30 de junio de 2010

Lord Dunsany -- Días de ocio en el Yann









Lord Dunsany

Días de ocio en el Yann


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Así bajé a través del bosque hasta la rivera del Yann y encontré, como había sido profetizado, al barco Pájaro del Río a punto de soltar amarras.
El capitán estaba sentado de piernas cruzadas sobre la blanca cubierta, a su lado la cimitarra dentro de su vaina enjoyada, y los marineros afanados en desplegar las ágiles velas para dirigir el barco hacia el centro de la corriente del Yann, cantando durante todo el tiempo dulces canciones antiguas. Y el viento fresco del atardecer, que desciende desde los ventisqueros donde tienen sus moradas montañosas los dioses distantes, llegó súbitamente, como las buenas nuevas a una ciudad ansiosa, a las velas con forma de alas.
Y así llegamos a la corriente central, donde los marineros bajaron las grandes velas. Pero yo había ido a dar mis reverencias al capitán, y a consultarle acerca de los milagros y apariciones de los más sagrados dioses entre los hombres, cualquiera fuera la tierra de su procedencia. Y el capitán respondió que venía de la lejana Belzoond, y que adoraba a los dioses más pequeños y humildes, aquellos que rara vez enviaban la hambruna o el trueno y que eran fácilmente aplacados con pequeñas batallas. Y yo le conté que venía de Irlanda, que está ubicada en Europa, ante lo cual el capitán y sus marineros rieron porque, dijeron, "No hay lugares como ese en todo el País del Sueño". Cuando acabaron de burlarse de mí, les expliqué que mi imaginación moraba principalmente en el desierto de Cuppar-Nombo, en una hermosa ciudad llamada Golthoth la Maldita, que era custodiada completamente por los lobos y sus sombras, y que ha estado deshabitada por años y años debido a una maldición dicha en la ira de los dioses y que desde entonces no han podido revocar. Y algunas veces mis sueños me llevaban tan lejos, hasta Pungar Vees, la ciudad de los muros rojos donde se encuentran los manantiales, la que comercia con Isles y Thul. Cuando dije esto me felicitaron por la morada de mis sueños, diciendo que, aunque ellos jamás han visto dichas ciudades, lugares como esos pueden bien ser imaginados. Durante el resto de la velada negocié con el capitán la suma que debería pagarle por el viaje, si Dios y la marea del Yann, nos llevaban a salvo hasta los arrecifes junto al mar, llamados Bar-Wul-Yann, la Puerta del Yann.
Y ahora el sol se había puesto, y todos los colores del mundo y del cielo han conservado un festival con él, y se han escabullido, uno a uno, antes de la inminente llegada de la noche. Los papagayos de ambas riberas han volado a casa, hacia la jungla; los monos, en hileras, sobre las altas ramas de los árboles, estaban en silencio y dormidos; las luciérnagas, en las profundidades del bosque, iban de arriba abajo; y las grandiosas estrellas salieron brillando para contemplar la superficie del Yann.
Entonces los marineros encendieron las linternas y las colgaron alrededor del barco, y la luz destelló repentinamente sobre un Yann encandilado, y los patos que se alimentan a lo largo de sus cenagosas márgenes se elevaron de súbito, y trazaron amplios círculos en el aire, y vieron las distantes extensiones del Yann y la niebla blanca que suavemente cubría la selva, antes de retornar nuevamente a sus ciénagas.
Y entonces los marineros se arrodillaron sobre las cubiertas y oraron, no todos a la vez, sino cinco o seis por turno. Lado a lado se arrodillaron juntos cinco o seis, porque sólo oraban al mismo tiempo aquellos hombres con distintas fés, así ningún dios tendría que oír a dos hombres rezándole a la vez. Tan pronto como alguno terminaba su oración, otro de la misma fe tomaría su lugar. De esta forma, se arrodillaba la fila de cinco o seis con las cabezas inclinadas bajo las flameantes velas, mientras la corriente central del Río Yann los llevaba hacia el océano, y sus oraciones subían entre las lámparas dirigiéndose hacia las estrellas. Y detrás de ellos, en el final del barco, el timonel oraba en voz alta la oración del timonel, que es rezada por todos aquellos que ejercen su oficio en el Río Yann, cualquiera sea la fe que tuviera. Y el capitán oraba a sus pequeños dioses menores, a los dioses que bendicen Belzoond.
Y yo también sentí que podría rezar. Sin embargo, no me gustaba rezarle a un Dios celoso, allí donde los frágiles y afectuosos dioses, que son adorados por los paganos, son humildemente invocados; entonces pensé, en cambio, en Sheol Nugganoth, a quien los hombres de la selva han abandonado desde hace mucho, quien no es ahora venerado y está solitario; y a él le recé.
Y sobre nosotros rezando, la noche súbitamente cayó, así como cae sobre los hombres que oran al atardecer y sobre aquellos hombres que no lo hacen; sin embargo, nuestras plegarias aliviaron nuestras almas al pensar en la Gran Noche por venir.
Y así el Yann nos condujo magníficamente adelante, pues estaba exaltado por la nieve derretida que el Politiades le trajo desde las Colinas de Hap, y el Marn y el Migris estaban engrosados con las crecidas; y nos llevo en su fuerza por Kyph y Pir, y vimos las luces de Goolunza.
Pronto todos dormíamos excepto el timonel, quien mantenía el barco en la corriente central del Yann.
Cuando el sol salió el timonel cesó de cantar, pues con el canto alegraba la noche solitaria. Al cesar la canción súbitamente todos despertamos, y otro tomó el timón, y el timonel durmió.
Sabíamos que pronto llegaríamos a Mandaroon. Nos preparamos una merienda, y Mandaroon apareció. Entonces el capitán comandó, y los marineros soltaron nuevamente las grandiosas velas, y el barco viró y abandonó la corriente del Yann y se acercó a un puerto bajo los rojizos muros de Mandaroon. Entonces, mientras los marineros iban y recogían frutas, yo me dirigí solo a la entrada de Mandaroon. Unas cuantas cabañas se encontraban fuera de ella, en las cuales habitaba el guardia. Un vigilante con una larga y blanca barba se encontraba en la puerta, armado de una herrumbrosa lanza. Usaba unos grandes anteojos, que estaban cubiertos de polvo. A través de la puerta vi la ciudad. Una quietud mortal se cernía sobre ella.
Los caminos no parecían haber sido hollados, y el moho era grueso en las entradas de las puertas; en el mercado varias figuras acurrucadas dormían.
Había un aroma a incienso y a amapolas quemadas, y un murmullo constante de campanas distantes. Le dije al guardia, en la lengua de la región del Yann, "Por qué todos duermen en esta apacible ciudad?"
Él contestó: "Nadie puede hacer preguntas en esta puerta por miedo a despertar a las personas de la ciudad. Pues cuando la gente de esta ciudad despierte, los dioses morirán. Y cuando los dioses mueren los hombres no pueden soñar nunca más". Y comencé a preguntarle qué dioses eran venerados en aquella ciudad, pero él levantó su lanza pues nadie debe hacer preguntas allí. Así que lo deje y volví al Pájaro del Río.
Ciertamente Mandaroon era bella, con sus blancos pináculos despuntando sobre sus rojizas murallas, y el verde de sus tejados de cobre.
Cuando regresé al Pájaro del Río, descubrí que los marineros habían retornado al barco. Pronto levamos anclas y navegamos nuevamente, y una vez más alcanzamos el centro del río. Y ahora el sol se estaba moviendo hacia las alturas, y allí en el Río Yann nos alcanzó la melodía de aquellas innumerables miríadas de coros que lo acompañan en su progreso alrededor del mundo.
Las pequeñas criaturas de muchas piernas habían extendido fácilmente sus diáfanas alas en el aire, como un hombre reposa sus codos en un balcón, y dieron jubilosas y ceremoniales alabanzas al sol; o se movían juntas en el aire oscilando en ágiles e intrincadas danzas; o se desviaban para evitar la arremetida de alguna gota de agua sacudida por el viento desde una orquídea de la jungla, templando el aire e impulsándolo delante de ellas, mientras se precipitaba zumbando, en su prisa, sobre la tierra; sin embargo, todo el tiempo cantaban triunfalmente. "Porque el día es para nosotras", decían, " sea que nuestro gran y sagrado padre, el Sol, cree más vida como nosotras desde el cieno, o si todo el mundo terminase esta noche". Y allí cantaban todas aquellas notas conocidas por oídos humanos, así como aquellas cuyas numerosas notas que jamás han sido escuchadas por el hombre.
Para aquellas un día lluvioso habría sido como una era de guerra que desolaría continentes durante una vida de hombre.
Y también aparecieron, desde la oscura y vaporosa jungla, para contemplar y regocijarse en el Sol, las gigantes y perezosas mariposas. Y danzaron, pero danzaron indolentemente, por los caminos del aire, como lo haría alguna altiva reina de tierras lejanas y conquistadas, en su pobreza y exilio en algún campamento de gitanos, por el pan para sobrevivir, sin embargo, más allá de aquello, jamás disminuiría su orgullo de danzar por un momento más.
Y las mariposas cantaron acerca de cosas extrañas y coloreadas, sobre orquídeas púrpuras y sobre perdidas ciudades rosa, y sobre los monstruosos colores de la selva descompuesta. Y también ellas estaban entre dichas voces no discernibles por oídos humanos. Y mientras flotaban sobre el río, yendo de bosque en bosque, su esplendor era rivalizado por la belleza hostil de los pájaros que se lanzaban a perseguirlas. O algunas veces se posaban sobre las flores, que parecían de cera, de la planta que se arrastra y trepa por los árboles del bosque; y sus alas púrpuras fulguraban desde las flores, como las caravanas que van desde Nurl a Thace, las brillantes sedas llameando sobre la nieve cuando los astutos mercaderes las despliegan, una a una, para asombrar a los montañeses de las Colinas de Noor.
Sin embargo, sobre hombres y bestias, el sol envió somnolencia. Los monstruos del río, a lo largo de sus márgenes, yacían dormidos en el cieno. Los marineros armaron una tienda en cubierta, con borlas doradas para el capitán, y todos se deslizaron, excepto el timonel, bajo una vela que habían colgado como un toldo entre dos mástiles. Entonces narraron historias, cada una de la propia ciudad o sobre los milagros de su dios, hasta que todos cayeron dormidos. El capitán me ofreció el amparo de su tienda de borlas doradas, y allí hablamos por un rato, él contándome que llevaba mercancía a Perdóndaris, y que llevaría de vuelta a la hermosa Belzoond cosas relacionadas con los asuntos del mar. Entonces, mientras miraba a través de la apertura de la tienda a las brillantes aves y mariposas que cruzaban y cruzaban sobre el río, me dormí, y soñé que era un monarca entrando a su capital bajo arcos de estandartes, y todos los músicos del mundo estaban allí, tocando melodiosamente sus instrumentos; pero nadie se alegraba.
En la tarde, cuando el día refrescó nuevamente, desperté y encontré al capitán ciñéndose su cimitarra, la que se había quitado para descansar.
Y ahora nos estábamos acercando a la gran corte de Astahan, que se abre sobre el río. Extraños botes de antaño se encontraban encadenados a las escalinatas. Al acercarnos vimos el atrio abierto de mármol, donde en tres de sus lados se alzaba la ciudad sobre columnas. Y la gente de aquella ciudad paseaba por el patio y las columnas con solemnidad y cuidado, de acuerdo a los ritos de ceremoniales antiguos. Todo en dicha cuidad era de antigua factura; la talla de las casas, que, cuando el tiempo las ha quebrado, se han mantenido sin ser reparadas, era de los tiempos más remotos, y por todas partes había representaciones en piedra de bestias que hace mucho tiempo dejaron de existir sobre la Tierra--el dragón, el grifo y el hipogrifo, y las distintas especies de gárgolas. Nada podía encontrarse en Astahahn, ya fuera material o costumbre, que fuera nuevo.
De esta forma, ellos no tomaron nota de nuestra presencia, sino que continuaron sus procesiones y ceremonias en la antigua ciudad, y los marineros, conociendo su tradición, no tomaron nota de ellos. Pero yo, al acercarnos, me dirigí a uno que se encontraba al borde del agua, preguntándole qué hacían los hombres en Astahahn y cuál era su mercancía, y con quién la comerciaban. Él dijo: "Aquí hemos encadenado y esposado al Tiempo, quien de otra manera asesinaría a los dioses".
Le pregunté qué dioses veneraban en dicha ciudad, y él dijo: "Todos aquellos dioses que el Tiempo no ha matado aún". Entonces se dio la vuelta y no diría nada más, y se afanó en comportarse de acuerdo a la antigua costumbre. De esta forma, de acuerdo a la voluntad del Yann, nos dirigimos hacia delante y dejamos Astahahn, y encontramos en mayores cantidades a aquellas aves que hacen de los peces sus víctimas. Y eran de plumaje maravilloso, y no venían de la jungla, sino que volaban, con sus largos cuellos estirados delante de ellos, y sus patas descansado hacia atrás en el viento, directamente río arriba sobre la corriente central.
Y la tarde comenzó a recogerse. Una niebla blanca y gruesa había aparecido sobre el río, y suavemente se estaba elevando. Se asía a los árboles con largos e impalpables brazos, elevándose más y más, enfriando el aire; y unas figuras blancas se alejaban hacia la selva, como si fueran los fantasmas de marineros náufragos buscando furtivamente a aquellos espíritus del mal que hace tanto tiempo los hicieron zozobrar en el Yann.
Mientras el sol se hundía detrás del campo de orquídeas que crecía en las enmarañadas cimas de la selva, los monstruos del río se asomaron, revolcándose, del lodo en el cual habían descansado durante el calor del día, y las grandes bestias de la selva bajaron a beber. Las mariposas, hacía poco, se habían ido a descansar. Y en los pequeños y estrechos estuarios que pasamos, la noche parecía ya haber caído, a pesar de que el sol, que para nosotros había desaparecido, aún no se había puesto.
Y ahora los pájaros de la selva vinieron volando a casa, muy por arriba de nosotros, con la luz del sol resplandeciendo rosada sobre sus pechos, y bajaron sus alas tan pronto como vieron el Yann, y se dejaron caer sobre los árboles. Y la mareca comenzó a subir el río en grandes bandadas, todas silbando, y súbitamente todas virarían e bajarían nuevamente. Y allí, junto a nosotros, estaba el pequeño y tornasolado turro, con su forma de flecha; y oímos los gritos variados de las bandadas de gansos, los cuales, según me contaron los marineros, habían recién llegado cruzando las cordilleras de Lispasian; cada año venían por la misma vía, cerca de la cima del Mluna, dejándolo a su izquierda; y las águilas montañesas conocen el camino por el que vienen y, según los hombres, hasta la misma hora, y cada año las esperan por la misma vía tan pronto como las nieven caen sobre las Planicies del Norte. Pero pronto estuvo tan oscuro que no vimos más a esas aves, y sólo oímos el zumbido de sus alas, y de otras tantas innumerables, hasta que todas se establecieron en las riberas del río, y fue la hora en que las aves nocturnas salen. Entonces los marineros prendieron las linternas para la noche, y aparecieron enormes mariposas nocturnas, aleteando alrededor del barco, y por momentos, sus magníficos colores eran revelados por las linternas, para pasar nuevamente a la noche, donde todo era negrura. Y nuevamente los marineros oraron, y posteriormente cenamos y dormimos, y el timonel tomo nuestras vidas a su cuidado.
Al despertar descubrí que realmente habíamos llegado a Perdóndaris, la famosa ciudad. Pues allí, a nuestra izquierda, se alzaba una ciudad hermosa y notable, y de lo más agradable a la vista, luego de la selva, que estuvo tanto tiempo con nosotros. Y atracamos cerca del mercado, y toda la mercancía del capitán fue exhibida, y un mercader de Perdóndaris la estaba observando. Y el capitán tenía en la mano su cimitarra, y golpeaba furiosamente la cubierta con ella, y las astillas volaban desde los blancos maderos; porque el comerciante le había ofrecido un precio por la mercancía que el capitán había considerado como un insulto, hacia sí mismo y hacia los dioses de su tierra, de quienes ahora hablaba como grandes y terribles y cuyas maldiciones eran espantosas. Sin embargo, el mercader agitó sus manos, las cuales eran realmente gordas, mostrando sus rosadas palmas, y juró que no pensaba en sí mismo, sino solamente en las pobres gentes de las cabañas, más allá de la ciudad, a quienes él deseaba vender la mercancía al precio más bajo posible, sin obtener él ninguna remuneración. Pues la mercancía consistía principalmente en el grueso toomarund, que en el invierno aleja el viento del suelo, y tollub, que la gente quemaba en pipas. Entonces el mercader dijo que si ofrecía un piffek más, la pobre gente se quedaría sin su toomarund para el invierno, y sin su tollub para las tardes, o de otra forma, él y su anciano padre morirían de hambre. En ese mismo instante, el capitán llevó su cimitarra hacia su propia garganta, diciendo que era un hombre arruinado, y que nada más quedaba para él que la muerte. Y mientras cuidadosamente levantaba su barba con la mano izquierda, el mercader miró nuevamente la mercancía y dijo que, en vez de ver morir a un capitán tan valioso, un hombre por el cual había concebido un aprrecio especial al verlo por primera vez manejar su barco, prefería que él y su anciano padre perecieran de hambre, por lo que ofreció quince piffeks más.
Cuando dijo esto, el capitán se posternó y pidió a sus dioses que endulzaran el amargo corazón de este mercader, pidió a sus pequeños dioses menores, a los dioses que bendicen Belzoond.
Finalmente, el mercader ofreció cinco piffeks más. Entonces el capitán lloró pues, dijo, había sido abandonado por sus dioses; y el comerciante también lloró, porque, dijo, pensaba en su anciano padre y en cuán pronto moriría de hambre, y escondió su rostro sollozante entre sus dos manos, y entre los dedos miró nuevamente el tollub. Y así la negociación fue concluida, y el mercader tomó el toomarund y el tollub, pagando por ellos de su grande y tintineante monedero. Y fueron empacados en fardos nuevamente, y tres de los esclavos del mercader los cargaron sobre sus cabezas hacia la ciudad. Y durante todo este tiempo los marineros estuvieron sentados en silencio, las piernas cruzadas en una medialuna sobre la cubierta, ansiosamente siguiendo el negocio, y ahora un murmullo de satisfacción se elevó entre ellos, y comenzaron a compararlo con otros negocios de los que han sabido. Y me enteré por ellos que en Perdóndaris hay siete mercaderes, y que todos habían acudido al capitán, uno a uno, antes que las negociaciones comenzaran, y cada uno le había prevenido, privadamente, en contra de los otros. Y a todos los comerciantes el capitán les había ofrecido el vino de su propia tierra, que se fabrica allá en Belzoond, pero no pudo persuadirlos. Pero ahora que el trato estaba hecho, y los marineros estaban sentados para la primera merienda del día, el capitán apareció entre ellos con un tonel de vino, y lo espitamos con cuidado y nos divertimos en conjunto. Y el corazón del capitán estaba contento pues sabía que era honorable a los ojos de sus hombres, por el negocio que había hecho. De esta forma, los marineros bebieron el vino de su tierra natal, y pronto sus pensamientos regresaron a la hermosa Belzoond y a las pequeñas ciudades vecinas, Durl y Duz.
Sin embargo, para mí, el capitán escanció en un pequeño vaso un poco de vino espeso y amarillo desde una pequeña jarra, que mantenía aparte, entre sus objetos sagrados. Era grueso y dulce, como la miel, pero había en su corazón un fuego poderoso y ardiente, que tenía autoridad sobre las almas humanas. Estaba hecho, me dijo el capitán, con gran delicadeza por el arte secreto de una familia de seis miembros que moraba en una choza en las montañas de Hiam Min. Me dijo que una vez, en aquellas montañas, seguía la huella de un oso y que, súbitamente, se encontró con un hombre de dicha familia que había cazado al mismo oso, y que se encontraba al borde de un estrecho camino rodeado de precipicios, y su lanza estaba clavada en el oso, y la herida no era fatal, y no tenía otra arma. Y el oso se dirigía hacia el hombre, muy lentamente, porque su herida empezaba a molestarle, aunque no estaba muy cerca. Y lo que el capitán hizo no lo contó, pero cada año, tan pronto como las nieves se endurecen y es fácil viajar por el Hian Min, aquel hombre baja al mercado en las praderas, y siempre deja en la puerta de la hermosa Belzoond una vasija de aquel invaluable y secreto vino, para el capitán.
Y mientras sorbía el vino y el capitán hablaba, me acordé de las cosas nobles que hacía tiempo había planificado resueltamente, y mi alma pareció más poderosa dentro de mí y pareció dominar toda la corriente del Yann.
Puede ser que en ese momento me durmiera. O, si no lo hice, no puedo recordar minuciosamente cada detalle de las ocupaciones de dicha mañana.
Desperté hacia el atardecer, deseando ver Perdóndaris antes de abandonarla por la mañana, e incapaz de despertar al capitán, me dirigí solo a tierra.
Perdóndaris era de hecho una ciudad poderosa; estaba cercada por una muralla de gran fuerza y altura, que tenía caminos huecos para el paso de las tropas, y almenas en toda su extensión, y quince resistentes torres, una a cada milla, y placas de cobre, abajo donde los hombres pudieran leerlas, contando en todas las lenguas de aquellas partes de la Tierra--un idioma en cada placa--la historia de cómo una vez un ejército atacó Perdóndaris y lo que le sobrevino. Entonces entré a Perdóndaris y encontré a todos danzando, vestidos en sedas brillantes, tocando el tam-bang, mientras bailaban. Porque una terrible tormenta los había aterrorizado mientras yo dormía, y los fuegos de la muerte -decían- habían danzado sobre Perdóndaris, pero ahora la tormenta se había ido lejos, saltando, inmensa, negra y espantosa, decían, sobre las colinas distantes, y que se había girado, gruñéndoles, mostrando sus destellantes dientes, y que mientras se alejaba, azotó las cumbres hasta que retumbaron como si hubieran sido de bronce. Y frecuentemente detenían sus danzas alegres y oraban al Dios que no conocían: "Oh, Dios que no conocemos, Te agradecemos por mandar de vuelta la tormenta a sus colinas". Y seguí avanzando hasta llegar al mercado, donde sobre el pavimento de mármol vi al mercader durmiendo y respirando pesadamente, con su rostro y palmas de las manos hacia el cielo, y los esclavos lo abanicaban para mantener alejadas a las moscas. Y desde el mercado llegué a un templo de plata y luego a un palacio de ónix, y había muchas maravillas en Perdóndaris, y me hubiera quedado para verlas todas; sin embargo, cuando llegué a la muralla exterior de la ciudad, vi de pronto una inmensa puerta de marfil. Por un momento me detuve a admirarla, mas cuando me acerqué percibí la horrorosa verdad. ¡La puerta estaba tallada en una sola y sólida pieza!
Escapé entonces por la entrada y bajé hacia el barco, incluso mientras corría creía oír en la distancia, detrás de mí en las colinas, las pisadas de la temible bestia que dejó caer aquella masa de marfil, y que, tal vez, estuviera buscando su otro colmillo. Cuando estuve de nuevo en el barco me sentí más seguro, y no conté nada de lo que había visto a los marineros.
Y ahora el capitán despertaba gradualmente. La noche se estaba enrollando desde el Este y el Norte, y sólo los pináculos de las torres aún tomaban la caída luz del sol. Entonces me dirigí al capitán y, tranquilamente, le conté la cosa que había visto. E inmediatamente me preguntó acerca de la puerta, en voz baja, para que los marineros no se enteraran; y le conté que el peso era tal, que no podía haber sido traída desde lejos, y el capitán sabía que no había estado allí un año atrás. Concordamos en que aquella bestia no podría ser destruida pon ningún ataque humano, y que la puerta debía ser un colmillo caído, uno caído cerca y recientemente. Ante esto, decidió que era mejor escapar de una vez, así ordenó, y los marineros fueron hacia las velas, y otros levaron el ancla, y justo cuando el pináculo de mármol más alto perdía sus últimos rayos de sol, dejamos Perdóndaris, la famosa ciudad. Y la noche cayó y cubrió Perdóndaris y la escondió a nuestros ojos, y, como han sucedido las cosas, para siempre; pues he oído que algo veloz y sorprendente súbitamente hundió Perdóndaris en un día--torres, muros y gente.
Y la noche se profundizaba en el Río Yann, una noche toda blanca en estrellas. Y con la noche emergió la canción del timonel. Tan pronto como terminó de rezar, comenzó a cantar para darse ánimos a través de la noche solitaria. Pero primero rezó, recitando la plegaria del timonel. Y esto es lo que recuerdo de ella, traducida al Inglés, con un pálido equivalente de aquel ritmo que parecía tan resonante en aquellas noches tropicales.
"Para cualquier dios que escuche
Donde quiera que haya marineros, de río o de tierra; sea oscuro su camino o sea a través de la tormenta; sean sus peligros las bestias o la roca; o de enemigo acechando en tierra o persiguiéndolo en el mar; donde sea que el timón esté helado o el timonel rígido; donde sea que los marineros duerman y el timonel vigila: guárdanos, guíanos y regrésanos a la antigua tierra que nos ha conocido: a los lejanos hogares que conocemos.
Para todos los dioses que existen
Para cualquier dios que escuche
De esta forma rezó, y hubo silencio. Y los marineros se tendieron a descansar en la noche. El silencio se hizo más profundo, y sólo era quebrado por los murmullos del Yann que, suavemente acariciaba nuestra proa. Una que otra vez algún monstruo del río tosía.
Silencio y murmullos, murmullos y silencio.
Muchas canciones cantó, contándole al vasto y exótico Yann las pequeñas historias y menudencias de Durl, su ciudad. Y las canciones brotaban sobre la negra jungla y subían al frío y claro aire arriba, y las grandes constelaciones de estrellas que miraban al Yann conocieron los asuntos de Durl y de Duz, y sobre los pastores que habitaban en los campos intermedios, y de las manadas que poseían, y de los amores que habían amado, y todas las pequeñas cosas que deseaban hacer. Y, súbitamente, mientras me arropaba en pieles y frazadas escuchando esas canciones, y miraba aquellas fantásticas formas de los grandiosos árboles, parecidos a negros gigantes merodeando en la noche, me quedé dormido.
Cuando desperté una gran niebla se estaba retirando del Yann. Y la corriente del río daba tumbos tumultuosamente, y pequeñas olas aparecieron; porque el Yann había olido, desde la distancia, el antiguo risco de Glorm, sabiendo que sus frescas cañadas se encontraban adelante, donde encontraría al salvaje y alegre Irillion, rejocijándose de glaciares. De esta forma, se sacudió el tórpido sueño que había caído sobre él en la aromática y cálida selva, y olvidó sus orquídeas y sus mariposas, y pasó turbulento, expectante, fuerte; y pronto aparecieron destellando, las cumbres nevadas de las Colinas de Glorm. Y los marineros ya estaban despertando del sueño. Momentos después comimos, y el timonel se tendió a dormir mientras un camarada lo remplazaba, y todos extendieron sobre él sus pieles favoritas.
Y en un instante, oímos el sonido del Irillio mientras baja danzando por los campos de hielo.
Entonces vimos frente a nosotros la hondonada, escarpada y lisa, hacía la cual el Yann, a saltos, nos conducía. Así dejamos la vaporosa selva y respiramos el aire de montaña; los marineros se irguieron y tomaron grandes bocanadas de él, y pensaron en sus lejanas colinas de Acrotia, donde se encontraban Durl y Duz, y abajo, en la planicie, la bella Belzoond. Una gran sombra se cernió sobre las colinas de Glorm, pero los peñascos arriba, cual deformes lunas, fulguraban, casi iluminando la penumbra. Más y más fuerte oímos la canción del Irillion, el sonido de su danza al bajar de los ventisqueros. Y pronto lo vimos, blanco y cubierto de brumas, engalanado con delicados y pequeños arcoiris que había arrancado cerca de la cima, de algún jardín celestial del Sol. Luego se dirigió hacia el océano junto al inmenso y gris Yann, y la hondonada se ensanchó y se abrió al mundo, y nuestro tambaleante barco salió a la luz del día.
Toda aquella mañana y la tarde navegamos por las ciénagas de Pondoovery, donde el Yann se ensanchaba y fluía lenta y solemnemente, y el capitán ordenó a los marineros tocar las campanas para así vencer la melancolía del pantano.
Finalmente divisamos las Montañas Irusian, que protegen a los poblados de Pen-Kai y Blut, y las maravillosas calles de Mlo, donde los sacerdotes aplacan con vino y maíz a la avalancha. Entonces cayó la noche sobre las planicies de Tlun, y vimos las luces de Cappadarnia. Oímos a los Pathnites golpeando los tambores mientras pasamos Imaut y Golzunda, luego todos dormimos, excepto el timonel. Y las villas dispersas a lo largo de las riberas del Yann oyeron toda esa noche, en la desconocida lengua del timonel, las pequeñas historias de ciudades que no conocían.
Desperté antes del amanecer con una sensación de infelicidad, antes de recordar el por qué. Entonces recordé que, en la tarde de aquel día, de acuerdo a las posibilidades previstas, deberíamos llegar a Bar-Wul-Yann y yo debería despedirme del capitán y sus marineros. Y yo había apreciado a ese hombre pues me había convidado con aquel vino amarillo que mantenía apartado junto a sus objetos sagrados, y me había contado muchas historias acerca de su hermosa Belzoond, entre las Colinas Acrotas y el Hian Min. Y me habían gustado las costumbres de los marineros, y las plegarias dichas, lado a lado, al atardecer, sin jamás desvalorizar al dios extranjero. Y también me gustaba la tierna manera en que frecuentemente hablaban de Durl y de Duz, pues es bueno que el hombre ame sus ciudades natales y las pequeñas colinas que las sostienen.
Y llegue a saber quiénes los recibirían al retornar a casa, y dónde imaginaban que el encuentro sucedería, algunos en un valle de las Colinas Acrotas, donde el camino sube desde el Yann, otros en la puerta de una de las tres ciudades, y otros en el hogar, junto a la hoguera. Y pensé en todos los peligros que nos habían amenazado, a todos por igual, fuera de Perdóndaris, un peligro muy real, así como las cosas han sucedido.
También pensé en la alegre tonada del timonel en la fría y solitaria noche, y cómo él había tomado nuestras vidas en sus cuidadosas manos. Y mientras reflexionaba sobre esto, el timonel dejó de cantar, y miré hacia arriba y vislumbré en el cielo una luz pálida que había aparecido, y la solitaria noche había pasado; y el amanecer creció, y los marineros despertaron.
Y pronto vimos la marea del mismo océano avanzando, resueltamente, entre las orillas del Yann, y el Yann saltó graciosamente y lucharon por un momento; luego el Yann, y todo lo suyo, fue empujado hacia el norte, por lo que los marineros tuvieron que izar las velas, y como el viento era favorable, seguimos adelante.
Y pasamos Góndara y Narl, y Hoz. Y vimos la memorable y sagrada Golnuz, y oímos a los peregrinos orando.
Al despertar de nuestro descanso del mediodía nos acercábamos a Nen, la última ciudad del Río Yann. Y nuevamente la jungla nos rodeaba por todos lados, así como a Nen; mas las grandes cordilleras de Mloon se erguían sobre todas las cosas, y observaban la ciudad más allá de la selva.
Aquí anclamos, y con el capitán fuimos a la ciudad y supimos que los Errantes habían venido a Nen.
Los Errantes eran una tribu extraña y oscura que, una vez cada siete años bajaba desde las cumbres de Mloon, cruzando por un paso que ellos conocen, desde una tierra fantástica situada más allá. Y toda la gente de Nen permanecía fuera de su casa, todos maravillándose en sus propias calles.
Pues los hombres y las mujeres de los Errantes estaban amontonados en todas las vías, cada uno haciendo alguna cosa extraña. Algunos bailaban danzas asombrosas que habían aprendido del viento del desierto, curvándose y arremolinándose hasta que el ojo no podía seguirlos. Otros interpretaban en sus instrumentos hermosas y tristes tonadas, que estaban llenas de horror. ¿Qué almas se las habrán enseñado mientras vagaban de noche por el desierto? Aquel lejano y extraño desierto del cual los Errantes provenían.
Ningunos de sus instrumentos eran conocidos en Nen, o en alguna región del Yann; incluso los cuernos de los que algunos estaban hechos, pertenecían a bestias que nadie ha visto a lo largo del río, ya que tenían barbas en las puntas. Y cantaban, en una lengua tampoco conocida, canciones que parecían estar emparentadas con los misterios de la noche y con el miedo irrazonable que encanta los lugares oscuros.
Todos los perros de Nen desconfiaban de ellos amargamente. Y los Errantes se contaban entre sí historias temibles, y aunque nadie en Nen conocía su idioma, podían distinguir el miedo en los rostros de sus interlocutores, y mientras el cuento continuaba, ponían los ojos en blanco, en vívido terror, como los ojos de una pequeña bestia a la que el águila ha atrapado. Luego el narrador de la historia sonreía y se detenía, y otro contaría su historia, y los labios del narrador del primer relato temblarían con terror. Y si, por casualidad, una serpiente mortal aparecía, los Errantes lo felicitarían como un hermano, y parecería que la serpiente les diera sus felicitaciones antes de seguir nuevamente. Una vez, la serpiente más fiera y letal del trópico, la enorme lythra, bajó de la selva y pasó por toda la calle, la calle principal de Nen, y ningún Errante se alejó de ella, mas tocaron sus tambores sonoramente, como si hubiera sido una persona de mucho honor; y la serpiente paso entre ellos y no derribó a ninguno.
Incluso los niños de los Errantes podían hacer cosas extrañas, si alguno de ellos se encontraba con un niño de Nen, se mirarían uno a otro en silencio, con ojos grandes y graves; después, el niño de los Errantes sacaría, lentamente de su turbante, un pez o una serpiente vivos. Los niños de Nen no podían hacer ninguna de esas cosas.
Cuánto me hubiera gustado quedarme y oír el himno con el que reciben a la noche, que es contestado por los lobos en las alturas del Mloon, pero nuevamente era tiempo de levar anclas y que el capitán regresara de Bal-Wul-Yann por la corriente que va hacia a tierra. Entonces subimos al barco y continuamos río abajo. Y el capitán y yo conversamos un rato, pues ambos pensábamos en nuestra separación, la que sería por mucho tiempo, y miramos, en cambio, el esplendor del sol occidental. Porque el sol era de un dorado rojizo, pero una tenue y baja bruma cubría la selva, y en ella se depositaba el humo de las pequeñas ciudades selváticas, y el humo de ellas se reunía en la bruma y formaban una sola neblina, que se tornó púrpura y era iluminada por el sol, mientras los pensamientos de los hombres santificaron con cosas grandiosas y sagradas. Eventualmente, una columna de humo de alguna casa solitaria se elevaba más alto que el humo de las ciudades, y brillaba solitario en el sol.
Y cuando los rayos del sol estaban casi a nivel, vimos lo que yo había venido a ver, pues de las dos montañas que se erguían a ambas orillas, salían hacia el río dos riscos de mármol rosa, resplandeciendo en la luz del sol bajo, y eran suaves y altos como una montaña, y casi se encontraban, y el Yann paso entre ellas dando tumbos, y encontró el mar.
Y esta era Bar-Wul-Yann, la Puerta del Yann, y, en la distancia, entre la abertura de aquellas barreras, vi el indescriptible azul del mar, donde los pequeños botes de pesca resplandecían.
Y llegó el atardecer y el breve crepúsculo, y la regocijante gloria de Bar-Wul-Yann se había ido, mas los acantilados rosa aún brillaban, la maravilla más hermosa que se ha visto--incluso en una tierra de prodigios.
Y pronto el crepúsculo dio paso a las incipientes estrellas, y los colores de Bar-Wul-Yann se fueron consumiendo. Y la visón de esos riscos era para mí como la cuerda de música arrancada del violín por la mano de un maestro, y que lleva al Cielo de las Hadas los espíritus temblorosos de los hombres.
Y a la orilla se anclaron y no fueron más lejos, porque ellos eran marineros del río y no del océano, y conocían el Yann, pero no las mareas más allá.
Y llegó el momento en que el capitán y yo debíamos separarnos, él para retornar nuevamente a su hermosa Belzoond, divisable desde las lejanas cumbres del Hian Min, y yo, para encontrar, por extraños medios, mi camino de vuelta a aquellos brumosos campos que los poetas conocen, donde se encuentran unas pequeñas y misteriosas cabañas, desde cuyas ventanas, mirando hacia el oeste, se pueden avistar los campos de los hombres, y mirando hacia el este, las brillantes montañas de los elfos, coronadas de nieve, extendiéndose de cadena en cadena hasta la región del Mito, y más allá, hasta el reino de la Fantasía, que pertenecen al País del Sueño. No nos encontraríamos por mucho tiempo, quizá nunca, pues mi imaginación se ha debilitado al pasar de los años, y cada vez son más infrecuentes mis visitas al País del Sueño. Entonces nos dimos la mano, torpemente de su parte, pues éste no es el método de saludo en su tierra, y encomendó mi alma al cuidado de sus propios dioses, a aquellos dioses menores, los humildes, los dioses que bendicen Belzoond.




LA ERA DE ACUARIO -- KIR FENIX




LA ERA DE ACUARIO

La Era de Acuario comenzó el 8 de julio de 1.933, a las 9-15 horas del Meridiano Cero. En la práctica, no hay un milímetro exacto para el comienzo de una cordillera, sino que algunas de sus estribaciones se adelantan al punto teórico. El Símbolo de Acuario es el Rayo : Lo Eléctrico : Y por tanto sus primeros atisbos comienzan en el siglo XVIII, con las iniciales aplicaciones de la Electricidad. Acuario sucede a la Era de Piscis : la era de los peces : del Cardumen : de las masas o multitudes humanas en todos los órdenes; de la mano de obra abundante y barata para la guerra, la agricultura, los oficios, y la religión entendida como el mayor espectáculo público. Acuario encambio va de poca gente, técnica y cualificada, inmensamente operativa en todo el mundo desde sus cuadros de mandos. Tampoco las cordilleras desaparecen de un tajo, sino que van decayendo poco a poco : La Agonía de Piscis comenzó con el primer atisbo de Acuario y terminará, carente de todo interés y oscuramente, cualquier día. Sobra gente : Por eso hay Paro Laboral y Crisis Económica, y un Tercer Mundo en la Miseria : En todas partes hay humanos de sobra. El Mundo Acuariano puede prosperar esplendorosamente con una exigua población de muy pocos millones de gente educada y selecta. Todos los demás tienen que morirse. Los Ayayay del Apocalipsis no son nada para lo que se les viene encima por parir tanto y sin venir a cuento de nada útil; cuando lo que se debe es mejorar la Calidad del Producto : No se es humano por Biología sino por Educación. La Biología por sí sola produce únicamente Bestias, todo lo románticas que el Humanismo en sus líricas pretende hacernos creer, pero Bestias Simiescas auténticas y verdaderas : Bichos. El Humanismo acude más o menos prestamente, según los sitios y los tipos de cultura, a camuflar a esos bichos, dándoles Apariencia Humna a base de ropas y aprendizajes primarios, y tratando de inculcarles ciertos hábitos sociales; pero eso es sólo un remedo de la Idea de Humanidad, que es esenciealmente un Complejo de Hábitos Mentales y Operativos, según los entienden las distintas filosofías de la Educación, muy diferentes y en controversia. El Producto Humano depende pues del tipo de Educación que se aplique al sujeto. Con la Revolución Francesa nació el Infantilismo : una doctrina degradante basada en el falso supuesto de que el Niño es Perfecto, y que por tanto lo único que debe hacerse es proporcionarle los medios para que haga lo que le dé la gana. De la Educación Infantilista resultan los adultos caprichosos, inmaduros, brutales, holgazanes, irresponsables, mentirosos, viles, viciosos, perpetuamente instisfechos con lo que reciben por su trabajo, si es que trabajan, e incapaces de asumir Deberes por nada a cambio. Ese sujeto, repetido muchas veces, constituye el Pueblo, al que la doctrina llamada Democracia de la Revolución Francesa convirtió en Dios. Un Dios bastante Tonto que es engañado siempre por la Propaganda de los Listillos de los Partidos Políticos más adinerados, que le prometen los más apetitosos Holocaustos a cambio de que el Dios Pueblo les elija por Pontífices suyos para un periodo de cuatro años. Estos humanos están locos. La Democracia duró dos siglos : el XIX y el XX de la Vieja Era. Y acabó cuando se cayó en la cuenta de que en un Estado sólo tienen derecho a opinar los que lo sostienen con su trabajo, que son los que se juegan los cuartos y los que luego tienen que pagar los desaguisados cometidos por los gobiernos elegidos por la gente que quieren que los mantengan sin trabajar. Fue una convicción paulatina y silenciosa : Primero se llegó a la lógica situación en que la inmensa mayoría de la gente vivía a costa del Trabajo de una exigua minoría cada vez más exigua, ya que todos iban pasándose a la más mínima ocasión al bando de los pensionistas y subsidiados de todas clases, que, con su absoluta mayoría de votos, sostenían a los gobiernos que les pagaban más con el dinero de la gente que pagaba impuestos : Esos gobiernos y partidos se llamaban "de Izquierdas", y eran unos Negocios de Comprar de Votos con los dineros de los contribuyentes. Hasta que la situación se volvió insostenible : El Sector Privado, machacado a impuestos y a salarios no rentables, se hundió. Lo poco que sobrevivió fue gracia a las máquinas. El Sector Público, que no es más que una Vana Especulación, se hundió igualmente, falto del apoyo de la Producción Verdadera. Renació el Nazismo : en forma de Sociedad Funcionalmente Estratificada : como era Lógico. Se vió entonces claramente que la Humanidad había estado a punto de ser destruída por la Democracia, que es la teoría más Absurda y Antihumana que podían inventar los Epsilones. La Crisis Final fue gestándose en el último cuarto del siglo XX, coincidiendo con la galopante demografía del tercer mundo, y la bajada de los costes de producción en Oriente. La unificación económica mundial fue presionando sobre las áreas democráticas menos rentables, forzando los precios a la baja y volviendo cada vez más negativa la rentabilidad de las empresas. La única solución, la del despido libre y salarios en caída libre, que era la única capaz de establecerse sobre verdades matemáticas, no era democráticamente aceptable, por lo cual la única perspectiva fue el Colapso económico del mundo occidental. Del consumismo desenfrenado se fue pasando gradualmente a una sobriedad edulcorada con los placeres del sexo y del espectáculo, en una Decadencia tan divertida como las de Roma y Babilonia e igualmente corrosiva y cenicienta. Acuario fue perfilándose pues cada vez más como una Edad Media, rica en palabrería universalista pero efectivamente atomizada en Sectas Soberanas, celosas de su independencia. Una Secta es un conjunto de personas no nexadas por vínculos de sangre, y por tanto no de Sexo que es su mayor peligro, sino por un sistema económico sostenido funcionalmente por todos sus miembros en aras de un Arquetipo religioso del que toman su Fuerza Gestáltica. Las Protosectas de Acuario fueron las Sociedades Anónimas : Unas Estructuras de Trabajo y Rentabilidad económica, jerárquicamente constituídas sobre una base de Estatutos y Contratos, pero sin Arquetipos, ni Convivencia Comunitaria, ni Unidad Gestáltica. Las Protosectas fracasaron par la simple razón de que el mayor interés de todos sus miembros era Expoliarlas cada cual en su propio beneficio, llevándose su parte del botín a sus respectivos cubiles, entonces llamados hogares. Tan insensato comportamiento hizo ver a los Fundadores de las auténticas Sectas de Acuario la absoluta necesidad de seleccionar a los miembros entre personas totalmente exentas de parásitos familiares, y capaces de Convivir. Jamás desde el Paleolítico se había producido una Revolución tan sencilla y radical como ésta de contratar las Empresas a sólo perssonas que hicieran y mantuvieran Voto de Castidad y trabajaran exclusivamente para constituir un Capital Comunitario. Así ni siquiera los orientales podían producir tan barato, ni conseguir tan inmensos beneficios. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que no hay negocio tan ruinoso como la Procreación de hijos, el matrimonio, y la sexualidad, dicho sea nombrando de mayor a menor los Tres Peores Grados de la Desgracia. A cambio de esas Tres Afortunadas Renuncias, los trabajadores de las Empresas pasaron a residir en magníficos palacios y a disfrutar de todos los lujos que proporcionan el Dinero, el Arte, la Naturaleza, el Espíritu, y la ultratecnológica Civilización Acuariana. Afuera y Abajo quedó un tipo de gente común que nunca se enteró de que pertenecían al Sistema de Esclavitud de la Civilización : el Antropozoo; una especie de Granja a extinguir. El Antropozoo funcionú como si fuera un mundo de verdad : con instituciones, autoridades y espectáculos de todas clases, e incluso con un complejo sistema económico; pero Todo Falso. Singularmente, el Antropozoo sirvió a la Función Reproductora, hasta que la Ciencia fue capaz de efectuarla en el laboratorio. También sirvió para las Tareas Grosera, tales como el manejo de las máquinas no automáticas, la cría de ganado, la pesca, el cultivo de la tierra y la construcción de edificios de todas clases. El Antropozoo fue siempre una Vergüenza para los Dioses : un recordatorio de que a la Magia aún le faltaba mucho para estar a punto. Afortunadamente El IMPERIO rectificó en su momento la Linea Temporal que seguimos, en el sentido de retrotraer la Esclavitud a los albores de la Historia y hacerla Inherente a la Condición Humana. Con esto, el Humanismo, la Revolución Francesa y la Democracia se quedaron en una simple Intentona o Revuelta de Esclavos. Como es sabido, las modificaciones de la Linealidad Temporal se traducen en Cambios de Criterios en la Comprensión de la Realidad : Lo que parecía ser de una manera pasa a evidenciar ser de otra. La Rectificación de la Linealidad Temporal ha convertido al humano en un mono modificado, que ni sabe para qué nace, ni para qué vive, ni para qué muere. Se ha convertido pues en un ser Prescindible a la espera de ser sustituído por Algo Más Práctico para los Tiuz. La Realidad es un Test : una Prueba a la que estamos sometidos todos los seres a fin de Evolucionar perfectiva y eternamente, o en caso de fracaso, ir siendo eliminados. Multitud de especies están dejando de existir cada día en la Tierra, debido a que no saben superar sus Items Evolutivos. A la especie humana le está pasando lo mismo: Hay aquí ya tanto Marginal Inferior, que es la Humanidad entera la que se está Inferiormente Marginando, y desapareciendo por Abajo : Pronto no quedarán más que los Tiuz. Los Tiuz son Espíritus encarnados : Dioses vivientes que vienen reencarnando desde el principio de la Vida a través de multitud de especies. Sin embargo, la Tiuzdad no es un Hecho Biológico, sino una Función Divina. Hubo un tiempo en que fuimos peces, pero está claro que no todos los peces éramos Tiuz : Y a la vista está que todavía hay peces en los ríos y en los mares, cuando hace ya millones de años que se emitió la Orden Imperial de que renuciáramos a ser peces y fuéramos anfibios. Mucho después fuimos humanos; hasta que se nos dió la Orden de dejar de serlo para ser Tiuz. Y está claro también que no todos los humanos se han convertido en Dioses; La inmensa mayoría, como cuando los peces, siguen siendo humanos, y seguirán siéndolo hasta que las Condiciones Vitales los excluyan de la Vida. Tal Exclusión está tan impresa en su núcleo vital, que desde niños están convencidos de que Tienen Que Morir; y no les extraña nada. Los peces también sabían que tenían que morirse, durante la Fase de Transición en que los Tiuz fuimos convirtiéndonos en anfibios. Luego se animalizaron y olvidaron la Idea de Muerte; que es lo mismo que les va a pasar a esta gente cuando nosotros terminemos de construirnos nuestro exclusivo Mundo de Dioses. Cualquier Idea, como la de Muerte, está o desaparece según se la dedique o no Energía Pssíquica, atención y comportamientos. Desde que nosotros nos estamos haciendo Dioses, en obediencia a la Orden Imperial de dejar de ser humanos y convertirnos en Tiuz, la gente va pensando cada vez menos en los muertos y en los entierros y dejan de estudiar Latín e Historia. A este paso, en cuatro días, la gente pensará que el Universo comenzó cuando eran chicos, y que eso de morirse y del Futuro es una superstición, como piensan los animales. Dentro de poco se hará con los enfermos y con los muertos imprevistos lo mismo que ahora se hace con la basura : Mirar para otra parte, y que se los lleve el servicio oportuno. Desde la Proclamación de la Tiuzdad, los humanos han sido liberados de su anterior obligación de ser Templos Vivientes de los Espíritus, y se han lanzado como fieras a la frenética carrera de regreso a la Animalidad. Ahora ese Deber de ser Templos Vivientes de los Espíritus lo tenemos nosotros los Tiuz. Pero debemos cumplirlo tomando al efecto ciertas precauciones : No hay que olvidar que el paso de Piscis a Acuario es un tiempo de transición, en el que los evidentes signos tecnológicos de Acuario se superponen a la última y estentórea manifextación agónica de los signos humanitaristas de Piscis : El Emblema de Piscis, el Leviatán, no va a ceder sin más y por las buenas el escenario del mundo a los Dioses de Acuario; sino que, siguiendo su innato Instinto Inquisitorial, intentará acabar con ellos antes de que se hagan suficientemente fuertes para pasar a la contraofensiva final. Lo que el Leviatán más odia es a las Sectas : los pequeños Grupos Gestálticos, unidos por Arquetipos, y sensibles a la Trascendencia. A finales del siglo XX el Leviatán era un Sistema Mundialista de intereses económicos y políticos caídos a su máxima degradación, en la última crisis de todos sus valores; justo cuando las Sectas comienzan a asumir Valores Nuevos y a prosperar con ellos notablemente en los órdenes Ideológico, Asociativo y Económico. Entonces el Leviatán, con su bimilenaria característica Desvergüenza, desempolvó para la ocasión una Vieja Moral Utópica que él mismo transgredió y seguía transgrediendo normalmente : El, que había quemado en la plaza pública a infinitud de padres, madres e hijos, se erigió en defensor de la Familia Decadente, de la que todos sus miembros estaban deseando escaparse para meterse en alguna secta o donde fuera. En plena Orgía Sexista Universal, exhibida por todos los medios de difusión y con especial incitación a participar a los niños, el Leviatán se erigió en celoso protector de la Casta Moral de los niños hijos de las Sectas. En un mundo ferozmente sometido por la Propaganda y la Publicidad, al Leviatán le entraron escrúpulos por las doctrinas que se impartían en los sermones de las Sectas, considerándolas atentatorias a la Libertad de Degradarse al nivel de los cerdos y similares: Que es lo sano. La genuína intención del Leviatán era quemar a los sectarios en sus clásicas hogueras de toda la vida, con un buen Crucifijo delante. Pero por aquel entonces Jesucristo no era ya el Amo del Mundo, y había dejado de ser posible quemar a la gente en la plaza pública. Muy probablemente, Jesucristo vió la santa intención de sus Inquisidores, y les concedió la indulgencia plenaria de costumbre. Chusma Cristiana : Amnistía Internacional miraba para otra parte cuando los encarcelados eran gente de Secta que rezaba por libre; y lo mismo hicieron todas las demás organizaciones Humanitarias defensora de los Derechos Humanos. Lógico : La esencia de la Secta no es humana sino Tiuz. Obviamente, la mayoría de las sectas eran sólo unas caricaturescas primeras aproximaciones a la Ciudadanía Imperial, como se ve en que muchas adoraban todavía a Jesucristo, a pesar de los crímenes y mentiras de los cristianos que harían vomitar de asco a cualquiera, y adoraban asimismo al Invento Paterno de Jesucristo : El ya Gagá Dios Padre, Brutal y Despótico en el Antiguo Testamento, Senil y Desmemoriado en el Nuevo Testamente, y, finalmente, convertido en un Placebo Dulzón. En las épocas de la Transición entre Piscis y Acuario, la mayoría de las sectas orientaron sus antenas al revés : hacia el Pasado; funcionando así como religiones, y no diferenciándose esencialmente de los otras religiones anteriores más que en la prudencia administrativa que da la vejez. A esas sectas, como al Cristianismo en sus orígenes, se les colaron dentro toda la chusma desarraigada y de mal vivir de Occidente, con sus consiguientes problemas de todas clases. Las Persecucuciones a que las sometió el Leviatán tuvieron empero el sano efecto de volverlas Prudentes y Selectivas en la admisión de nuevos miembros. De todos modos, las únicas Sectas que sobrevieron son las que acertaron a orientar sus antenas hacia el Futuro y sintonizaron a los Dioses del IMPERIO, adecuándose así a la Estructura Imperial del Campo Morfomagnético. En el Hoy Diferido hacia el Pasado se asiste a la Venganza de la Tiuzdad contra el Género Humano, que tampoco es un espectáculo muy agradable : Desprovistos de su Estructura Leviatánica la gente humana que vemos no son más que inofensivos monos asustados; pero, la experiencia nos enseña que no debemos volver a dejarnos engañar por su apariencia lastimera. Humánitas Delenda Est. La Humanidad debe ser destruída sin asspavientos ni ñoñerías, sin brutalidades ni sensiblerías, sino con la estricta corrección de una operación de limpieza subsiguiente a un experimento de laboratorio. Obtenida la Tiuzdad o Presencia Viviente del Espíritu, el destino de estas semibestias que nos sirvieron de Campo Biológico es desaparecer. No hay prisas y no hay por qué mancharse las manos de sangre : Basta con que entren en Decadencia y la Muerte se los vaya llevando al reciclage biológico. La Decadencia humana está implícita en su desarrollo desde el mismo momento de su origen : ya que es directamente proporcional a la Densificación del Campo Mental : Cuanto más se Intensifica la Civilización tánto más intenta retroceder el individuo humano a los orígenes simiescos de su especie. Pero, como ese retroceso no es posible, el individuo y la especie humana entera Horadan el Plano Inferior y se deslizan por un Subcamino de Decadencia, en una ciega búsqueda de su autoaniquilación. La Drogadicción es sólo un síntoma. Son asimismo sínttomas la Haraganería, el Deportivismo y la continua asistencia a masivos espectáculos de todas clases, el Hedonismo, y todo lo que significa una verdadera Fuga respecto al cada vez más Denso, Coercitivo e Ininteligible para ellos Campo Mental de la Civilización Acuariana, que a todos nos exige un nivel intelectual básico de ingenieros. Desde que se inventó la Escritura la Humanidad es a lo sumo Analfabeta Funcional : O sea, que pueden leer mecánicamente textos escritos, pero sin enterarse de lo que dicen. Del mismo modo, la inmensa mayoría de la gente tampoco Habla, sino que chorrean palabras sin Contenido Mental, muy parecidamente a como cacarean las gallinas para persuadirse unas a otras de que es cacareando como se entiende la gente y cada cual muestra su punto de vista. De todo lo cual se deduce que la Humanidad fue entrando en Acuario sin enterarse de nada y creyendo que todavía estaba en Piscis como de costumbre; sin darse ni remotamente cuenta de que Acuario es para la Humanidad una Trampa Mortal, pacientemente preparada por los Dioses desde el principio del Mundo Humano. La primera formulación política de Acuario fue el Nazismo y su jerarquización de las distintas razas, lo que fue una primera y errónea y confusa aproximación al descubrimiento de las Cinco Tipologías Anímicas Básicas, que se dan, en ddistintas proporciones, en todas las razas y culturas del Género Sapiens : Los Alfas o Creadores, los Betas o Sabios, los Gammas o Economicistas, los Deltas o Administradores, y los Epsilones o nulidades que nacen en todas las clases sociales. El conjunto de las Cinco Tipologías da una pirámide social, segmentada en cinco estratos paralelos; siendo por tanto muy diferente el número de individuos de cada Tipología. La proporción más aceptada es la de los primeros cinco cubos impares: O sea, que par cada Alfa hay 27 Betas, 125 Gammas, 343 Deltas, y 729 Epsilones. Pero esta proporción teórica está falsificada por el nacimiento biológico al azar en familias muy diferentemente adineradas, lo cual les permite a las familias ricas camuflar a sus Epsilones de Alfas, Betas o Gammas, matriculándolos en centros docentes muy caros, e impediendo así el acceso de los auténticos Alfas; Betas y Gammas, a la cumpbre de la pirámide social. Lo que está fuera de toda duda, en cualquiera que sea la proporción correcta, es que el número de epsilones es siempre mayor que el de todas las demás Tipologías juntas. Y ese dato es el que tuvieron muy en cuenta los sucesivos Neonazismos para rechazar por principio y para siempre la Aritmética Democrática o Epsilona, que se basaba en el falso supuesto de que todos los seres humanos somos exactamente iguales, y en consecuencia, todos los votos valen exactamente lo mismo. Cuanto más iba creciendo el Campo Mental de la Civilizavión Acuariana tanto más palmaria resultaba la evidencia de que los distintos grupos humanos no son iguales ni en desarrollo, ni en inteligencia medible, ni en valía fáctica medible; ni cuantitativa ni cualitativamente. Y se vio que la Democracia era una Aritmética Viciada y Tramposa que siempre favorecía a los mismos : O sea : A algunos deltas listillos que habían aprendido a organizarse en partidos políticos y a manipular en su propio beneficio a la mayoría epsilona, haciéndose elegir por los epsilones cada cuatro años, para poder así robarle al Estado con toda impunidad a los Alfas, Betas y Gammas. Una baraja tan marcada como aquélla de los deltas políticos parecía infalible y eterna mientras se sostuviera en el falso principio de la Igualdad tan grato a los sencillos epsilones, pero, al ser una fraudulenta Subversión del Orden Natural, tuvo en contra desde el primer momento a los Alfas, a los Betas, y a una gran parte de los Gammas, que en definitiva son los que crean y gobiernan desde la sombra el harto complejo Sistema Mundial de los seres humanos. Los fallos evidentes del Nazismo Hitleriano tuvieron el primer efecto de inhibir a los Creadores y Sabios, y hacerles ver como oportuno por un cierto tiempo no inmiscuírse en los asuntos terrenales, dejando que la Democracia se fuera agotando por sí misma, al precio evidente de un arruinamiento universal. Abandonada pues a sus solas luces epsilonas, délticas, y, sólo en cierta medida, gámmicas, la Humanidad Democrática fue entrando en un Desarrollismo ridículo y estéril. productor de fruslerías e infantilidades, completamente ajeno a los parámetros de Evolución y Riqueza, inmerso en el seno del más caótico y enmarañado universo económico. Apartadas de la política, las Inteligencias Alfa y Beta se habían dedicado a unos juegos mentales que dieron por resultado una verdadera invasión de Máquinas de todas clases, capitaneadas por la familia de los Ordenadores, que casualmente coincidió con una explosión demográfica en el tercer mundo. La confluencia de ambos acontecimientos fue catastrófica. De pronto se vió que la gente humana era ya apenas necesaria, no sólo para producir lo mismo que antes, sino inmensamente más y mejor. En tiempos nazis una tal abundancia de producción casi automática habría sido la más afortunada de las suertes, ya que resolvía los problemas más antiguos de la Humanidad, dejando a la gente libre para dedicarse a las tareas espirituales de la Evolución Perfectiva, a palos, naturalmente. Pero, en una Democracia Epsilona sujeta a las Leyes del Mercado y al amparo de los Derechos Humanos que prohibían la Esclavitud u Ubligación Coercitiva de Trabajar y Autoperfeccionarse, la Afortunada Aparición de las Máquinas significó exactamente lo contrario de lo que cabía esperar : Paro, disminución del poder adquisitivo, abaratamiento ruinoso de los productos, impuestos espantosos, migraciones e invasiones supuestamente pacíficas, desinterés de las Empresas, rentabilidad negativa, quiebras, haraganería y vicios, y regresión de la Humanidad a niveles mentales anteriores incluso a los del Paleolítico : como el predicado por los sindicatos, que afirmaban que cada trabajador tenía que Trabajar cada vez Menos, para repartir el poco Trabajo que había entre cada vez un mayor número de trabajadores. La naturaleza Mamífera de una tal Filosofía queda así patente, al considerar cada puesto de Trabajo como un pezón del que mamar. Pero la Realidad Económica de principios de Acuario no tenía nada que ver con la Cosa Mamífera, sino que ya había empezado a comportarse como el Ente Autónomo que es, constituído por una Hipostasis Tripartita de los Dioses Arrquetípicos YAU, YAUI y RENENET. La riqueza, el dinero y la actividad económica ya no son lo mismo que eran antes, sino lo que las Nuevas Circunstancias les obligan a Ser. Al internacionalizarse, la Economía ha pasado al dominio de lejanos poderes : Tan lejanos en el Espacio, en el Tiempo y en la Consciencia, que ni siquiera son ya humanos. Ni tienen a lo humano como referencia. Sino que son ya un Dinamismo de pura Matemática Impersonal palpitante en sus parámetros y absorto en su Vida Misteriosa. Los racionalistas suponían que la Economía no era más que un Resultado Variable de la Acción Variable de la masa humana : Sin querer darse cuenta de que el ser humano es un Mono Modificado y tiene por ello un limitado Repertorio Operativo prácticamente Invariable : Haciéndole la autopsia a un cuerpo humano se ve qué serie de cosas ha podido hacer y qué serie de cosas ha querido comprar. Cada órgano reclama su anaquel de provisiones en el supermercado del mundo. Y no hay más. El Cerebro, que es la única puerta capaz de abrirse a un variopinto paisaje inconmensurable, está, en los epsilones, estancado en una Fase Infantiloide, por lo que la Humanidad en su conjunto se comporta como un Asolescente nacido con síndrome de Mongolismo. En el Primer Mundo, la espantosa miseria epsilona está camuflada bajo capas tecnológicas de creación Alfa y Beta, y capas temporales de Antigua Economía Gamma y Antigua Administración Delta, pero, cada vez más tenues y erosionadas. Contrariamente a Piscis, Acuario no es una Era para epsilones, sino muy especialemte idónea y oportuna para los Alfas y los Betas, en el conjunto de sus variadas Suptipologías. En general, los Alfas son Creadores Teóricos que abren y conquistan nuevos campos de Realidad; y los Betas son Sabios Prácticos que disciernen y hacen útiles los elementos y contenidos pertenecientes a esos nuevos campos. Es razonable prever que un remanente de epsilones será necesarrio siempre para tareas sencillas, pesadas, repetitivas y mecánicas, de los antiguoa tipoa obreril y oficinístico. Pero cada vez menos : El Ideal de Acuario es mecanizarlo y automatizarlo todo. Hacen falta Deltas para Organizar y Administrar, y Gammas para Rentabilizar al máximo el Sistema. Pueden darse dos situaciones opuestas y contradictorias : La División Indefinida de la actual Humanidad, partida en naciones, clases sociales, familias, e individuos, y la Unidad de tipo orgánico de un único ser viviente, que es la que constituyen la totalidad de los VIX o Clanes en que viven los Ciudadanos del IMPERIO. En el interior de una Unidad Orgánica dejan de tener vigencia los verbos económicos de Comprar y Vender, anulados por las funciones de Provisión y de Reserva Comunitaria. Ya que sólo se intercambia mediante compra y venta con unidades sociológicas exteriores a la propia. Acuario tambbién conlleva un continuo fraccionamente de las unidades nacionales de Piscis en Microestados comarcales e incluso urbanos, muy inestables y con gran movilidad en sus gentes. Todo esto supuestamente bajo el amparo de grandes denominaciones globales que son en realidad simples ficciones geopolíticas. En el límite da tales circunstancias, los Clanes Imperiales en Acuario tienden a mínimos en el número de habitantes y a máximos en Posesión Patrimonial, Dinero y Riquezas : Pues El IMPERIO no es un Imperio de humanos, sino de Valores, Espirituales y Materiales. Lejanamente y en forma distorsionada de caricatura, los Nuevos Estados humanos tenderán a imitar a los Clanes Imperiales con drásticas reducciones de personal, bajo conceptos tales como la limpieza étnica y la rentabilidad. Nótese que todo el Tiempo de Acuario va camino de Capricornio, o sea, de un Invierno Universal, y por tanto de un Encerramiento Acumulativo. Desde finales pues de aquel siglo XX, entró en vigor la consigna del Sálvese Quien Pueda, bajo los Rayos de Acuario, que, de este modo y en cierto modo, se convierte en una Era de Transición hacia un futuro Refugio Estable, que tendrá que ser construído antes. Si a principios de Acuario parecía Locura y Tontería prever y profetizar la total aniquilación de la Humanidad Epsilona, y su sustitución por una Tiuzdad principalmente Alfa y Beta, fue por simple ceguedad mental ante los vectores ya entonces evidentes por todas partes, que inexorablemente trasladan a los Valores Fácticos de sobre la Biomasa Corporal a las Estructuras Superiores de la Mente, que se elevan a partir de la Inteligencia Lógica. El Gran Argumento Pisciano fue el niñito negro de ojos mirando al cielo con cierta cara de hambre. Un Argumento Sensiblero y Maternalista. El Gran Argumento Acuariano fue el Resultado del Test de Laboriosidad e Inteligencia Lógica y Práctica aplicado a ese mismo niñito. Un Argumento que no es Sensiblerro ni Maternalista, sino Imparcial y Selectivo. KIR Fénix
CAP. VI , SOBRE UNA CATEDRA DE KIR FENIX , "CATEDRA DE PROSAS LUCIFERINAS"

sábado, 19 de junio de 2010

CRUMTUAR Y LA DIOSA

ANDRÉS DÍAZ SÁNCHEZ



CRUMTUAR Y LA DIOSA




La amplia pradera aparecía cubierta de una suave bruma azulada. El amanecer
teñía de púrpura el metal de los guerreros irlandeses: cascos repujados,
espadas, escudos tachonados de bronce, hachas dobles, mazas y cuchillos largos
como medio brazo. El ejército de los Hijos de Dana, al servicio del rey Nuada
Mano de Plata, fijaba sus ochocientos pares de ojos sobre las huestes de los
firbolgs, a unos quinientos metros de distancia. No seria una gran batalla,
como la de Moytura, pero allí, en aquel páramo de hierba rabiosamente verde,
velada por la niebla decadente, muchos hombres morirían y muchos otros ganarían
un pedazo de gloria.
Uno que destacaba entre los danaanos era Crumtuar, un hijo de Erín con
veintitrés primaveras sobre sus robustas hombros. Su mayor alegría residía en
la lucha. Resultaba tan grande su amor por la guerra que, en los tiempos de
paz, abandona las zonas prósperas en busca de nuevos conflictos. Ya cuando era
un niño, el druida de su condado natal le miró directamente a los ojos y
profetizó su futuro:
- Debes dedicarte a la guerra, hijo mío, pues la gran Madre Dana te ha dotado
de fuerza y coraje. Sólo servirás para luchar. En la lucha serás feliz. Morirás
joven, pero tu vida habrá sido mas intensa que la de cincuenta que te
sobrevivan.
Desde entonces, Crumtuar habíase dedicado a manejar la espada y el hacha, con
resultados terribles para sus enemigos. Había probado la dulzura de las mujeres
bellas, vinos y licores selectos, yantares jugosos y la riqueza propia de los
triunfadores. Mas todo esto no era nada en comparación a la sensación exultante
de luchar para matar o morir.
Era alto, de hombros anchos y cintura esbelta, con poderosos músculos que
resaltaban contra los anillos, brazaletes, muñequeras y el torque. Sobre la
piel lucía tatuajes caprichosos. Se cubría con pieles de lobo y oso. Tenía el
cabello de color rojo claro, casi naranja, ligeramente ondulado. Las greñas le
caían sobre los hombros y la frente. Igual de caótica resultaba su barba, que
descendía hasta el pecho como una cascada de serpientes entrelazadas. No gozaba
de rostro agraciado: su nariz era chata y ancha, y bajo ella unos labios
gordezuelos. Aún así, algo en sus ojos de color verde cristalino atraía a las
mujeres con mayor éxito que muchos varones de mayor belleza. Del cinto pendían
varias dagas y cuchillos, algunos de tamaño descomunal. Tenía embrazado un
escudo circular con tachones y su diestra empuñaba un enorme hacha de doble
hoja, con mango largo y metálico, que cuando era manejada a dos manos parecía
la guadaña de un segador sobre el trigal de cuerpos enemigos.
Un compañero le pasó un pellejo y Crumtuar trasegó vino durante varios segundos.
Aquella espera resultaba terrible. Los luchadores de Erín estaban ansiosos por
comenzar.
No había cosa más agradable para un joven celta que una contienda brutal. Y,
aunque en principio los más tímidos sintieran miedo, pronto se hallarían
contagiados inexorablemente por el furor de las masas armadas.
Varios druidas paseaban entre las filas repartiendo bendiciones y armas mágicas,
capaces de rajar las piedras o tornar invisible a su dueño. Algunos incluso
empuñaban espadas y escudos, dispuestos para unirse a los guerreros en la
batalla.
Conel, el jefe de la horda danaana, pasó a caballo entre las primeras filas,
compuestas por los más audaces. Muchos llevaban encima sólo el torque, los
brazaletes y las armas.
Pelearían desnudos para demostrar su valor. Conel sopló el cuerno de batalla.
La orden era de "carga".
Un rugido abrumador, compuesto de ochocientas rabiosas voces masculinas,
explotó sobre la planicie. Desde la lejanía les llegó un murmullo similar. Era
el rugir de los firbolgs.
Los Hijos de Dana echaron a correr en busca del enemigo. Crumtuar marchaba en
vanguardia. Descubrió a Iedur, Cochtann y Finntaugh, tres de sus mejores amigos.
Volaban sobre la hierba, chillando insultos a los firbolgs hasta desgañitarse.
Desde atrás un grupo numeroso comenzó a vitorear a Cuchulainn, el guerrero mas
famoso de Erín. Aquello enloqueció aun más a los combatientes.
Crumtuar vio venir la masa de firbolgs. Eran morenos la mayoría, algunos
castaños. Muy altos. Vestían de parecida forma a los danaanos. Sus armas
también resultaban formidables.
Grumtuar rugió una maldición y aumentó la velocidad de su carrera. Su escudo
chocó contra tres enemigos de la vanguardia, derribándolos por los suelos. Alzó
el hacha y lo hundió en la boca del más cercano. El filo apareció por la nuca.
Un guerrero descargó su mazo de piedra, pero Crumtuar lo paró con el escudo. El
choque levantó una vibración tremebunda. Crumtuar se separó y golpeó con el
hacha. La hoja perdió filo, pero la maza saltó en pedazos. Un segundo golpe
abrió en dos el abdomen del firbolg.
Aquéllos eran los primeros combates, en parejas o grupos de tres a lo sumo,
protagonizados por los escapados de cada vanguardia.
Mas las dos mareas, compuestas por el grueso de los ejércitos, se acercaban a
toda velocidad, como dos gigantescas sombras que bullían bajo la luz del Sol
naciente.
Un fragor espantoso se alzó por los aires cuando chocaron. Muchos murieron en
el encontronazo, aplastados por los que llegaban desde atrás. El momento de
compresión dio paso a otro de distensión, cuando los más enérgicos de cada
bando comenzaron a abrirse paso repartiendo fugaces golpes que cercenaban
cabezas, brazos y piernas.
Crumtuar, con los ojos desorbitados y el mirar de una bestia peligrosa,
hacía volar el hacha en todas direcciones, levantando nubecillas de sangre y
pedazos de carne desgarrada.
Pronto, a su alrededor se abrió un hueco. Pisoteo los primeros muertos
y heridos, muchos de éstos escapando a cuatro patas mientras contenían con una
mano las entrañas.
El choque de cientos de metales resultaba ensordecedor. Lograba eclipsar las
voces de los hombres. Todo era locura, muerte y destrucción. El que se
arredraba moría. La única forma de mantener el pellejo sobre el cuerpo era ser
mas audaz y sanguinario que los demás.
Pronto el suelo se llenó de muertos, sobre los que los luchadores se empujaban
y lanzaban tajos y estocadas. La sangre derramada hacía resbalar a muchos, e
instantáneamente el enemigo más cercano aprovechaba la ocasión para desmembrar
o degollar al caído.
El aire hedía a muerte, dulzona y metálica. Estaba cargado de energía
arrasadora, vibrante en cada músculo, en cada mirada, en cada garganta.
Pronto se abrieron claros en el mapa de la batalla. Crumtuar, cuando se quedaba
solo, buscaba un nuevo tumulto sobre el que lanzarse. Mostraba todo el cuerpo
manchado de sangre; el líquido vital tintaba su rostro, su torso, sus brazos
y piernas y apelmazaba sus cabellos, tornándolos pesados y pegajosos.
En un momento determinado, observo que el aire se espesaba y los colores y
formas de la batalla fluctuaban ligeramente, como si la contienda ocurriese
bajo el agua. Algunos dioses gustaban de pasar al plano terrenal durante el
transcurso de la batalla, rasgando el tapiz entre las dimensiones. En este
caso, Crumtuar observó, anonadado, que se abría un jirón en la realidad, cerca
de su posición. A través del agujero surgió un gigantesco lobo gris. La bestia
mordió a varios combatientes de ambos bandos, arrancándoles la yugular. Su
forma fluctuó fantasmalmente, hasta devenir en mujer, más alta que el mayor de
los danaanos o firbolgs. Vestía cota de mallas y pantalones y botas de cuero.
En la mano derecha sostenía una espada fantástica de oro y bronce. La cascada
de cabello negros caía sobre su espalda, y verde brillante resultaban sus ojos,
rebosantes de cólera. Poseía un bellísimo rostro, no dulce, sino fiero y
sanguinario. Era Morrigan, la Diosa de la Guerra, que a veces gustaba de
visitar a sus combatientes y mezclarse con ellos.
Crumtuar siempre había poseído el extraño don de descubrir a los elementales
del bosque, las dríadas y nereidas, los duendes y los gnomos, allá donde los
demás sólo veían ramas o piedras. Por ello, ahora distinguía el cuerpo de
Morrigan. Para la gran mayoría, la diosa era invisible.
Ella reía a carcajadas, mientras decapitaba y ensartaba con su espada a cuantos
sin quererlo se le acercaran.
Su risa traía la locura y el furor a la mente de los luchadores, quienes al
oírla, o percibirla, redoblaban sus esfuerzos asesinos. La intrusión en este
mundo había provocado una alteración en las leyes naturales, así que algunos
combatientes, atacados por la demencia guerrera, la locura del berserkr
escandinavo, mataban por doquier, tanto a amigos como a enemigos, sin caer,
a pesar de recibir serias heridas. Tal y como le ocurriera al héroe Cuchulainn,
sus figuras se deformaban fantasmalmente: los brazos se alargaban, los ojos
colgaban del rostro y los cuellos se engrosaban hasta la parodia. Eran
monstruos destructores, los Hijos de la Diosa de la Guerra.
- ¡Morrigan! -aulló Crumtuar.
La diosa le miró. Sus ojos eran llamaradas verdosas. Sin saber por qué, el
guerrero corrió hacia ella alzando el hacha. Morrigan rió. Paró fácilmente el
arma del irlandés, con tal fuerza que del choque entre los metales surgieron
chispas incandescentes. La diosa lo lanzó al suelo. Allá quedó el hombre,
subyugado por el poder de los sus divinos ojos. Morrigan se le acercó y cayó
sobre él hincando las rodillas en el suelo, junto a las costillas del guerrero.
- Me gustan los hombres con valor en el pecho -dijo la diosa. Tenia ronca la
voz, pero muy femenina. Crumtuar experimentó cruda fascinación-. Los demás
huyen de mi y me temen. Pero tú me atacaste. ¡Por eso, hoy serás invencible!
Se inclinó y le besó con pasión. Crumtuar sintió un dolor explosivo que rayaba
en el éxtasis. Morrigan le acercó un dedo al rostro ensangrentado y le tocó la
frente. De pronto, la diosa se alejó, como un jirón de luz y color que volaba
sobre los combatientes, susurrándoles palabras que hacían estallar la locura
en sus mentes.
Crumtuar sintió también una furia brutal, intempestiva, como si por las
arterias le corriera fuego en lugar de sangre.
Se levantó de un salto, con los ojos desorbitados, jadeando roncamente. Corrió
hacia un firbolg y le golpeó con tal fuerza que el hacha atravesó el escudo, el
antebrazo y la cota de mallas. Extrajo el arma de la herida ya sin filo. Aún
así, descargó un nuevo hachazo, en el rostro del moribundo. Después se volvió
en derredor, buscando más adversarios para destruir.
Halló un lugar propicio para sus fines: un tumulto en el cual se habían
enzarzado treinta firbolgs y quince danaanos. Abandonó el escudo y echó a
correr.
Escucharon su grito desgarrador y le vieron llegar, como una bestia sin freno.
Saltó y cinco hombres cayeron al suelo con él. Sobre tales repartió hachazos,
movido por una demoniaca energía. La sangre saltaba y salpicaba su rostro, se
le metía en los ojos y la boca, la inspiraba tras cada jadeo. Su cuerpo sufrió
la mutación propia de los Servidores de Morrigan: la carne del cuello, al igual
que arcilla seca, se le desparramó por el pecho, sus caballos crecieron hasta
la cintura, un brazo se le alargó y proyectó hacia el frente, la espalda se
ensanchó imposiblemente. Surgían bultos de su costado y la mano izquierda
ardía, envuelta en brillantes llamas azuladas.
Al poco, había disuelto al grupo enemigo, cuyos integrantes estaban muertos,
escapaban conteniéndose las tripas o se arrastraban penosamente. Ya corría en
busca de más rivales. Amigos y enemigos le huían por igual, ya que su horroroso
aspecto desmenuzaba el valor hasta de los más veteranos.
Un monstruosos firbolg le vio y se le aproximó. También había mutado
increíblemente: sus miembros estaban desparejos, la carne bullía, como si bajo
la piel hubiera mil criaturas anhelantes de libertad, los ojos crecían en el
rostro, como si estuviesen a punto de saltar desde las cuencas. Aulló
brutalmente y todo él creció, agigantándose, duplicando su estatura. Ambos, los
Hijos de Morrigan, pelearon febrilmente mientras goblins y fuegos fatuos
correteaban y chillaban a su alrededor. De las armas saltaban chispas y briznas
de metal. Ellos hacían y sufrían cortes terribles, pero seguían pugnando con
igual vigor. En un lance, Crumtuar le tajó el cuello. Aún sin cabeza, el
firbolg continuaba repartiendo tajos con la espada. Su testa, en el suelo,
mordía y desgarraba un cadáver. Por fin, al decapitado le fallaron las fuerzas
y se desplomó en. el suelo, donde inmóvil quedó.
Crumtuar experimentó un espantoso dolor, porque su cuerpo volvía a la
normalidad. Se desplomó, gritando hasta quebrársele la voz. Al cabo de una
fugaz y rojiza infinitud, el sufrimiento se tornó soportable y la cordura
volvió a su torturada mente. Miró en torno suyo. Había cadáveres hasta donde
alcanzaba su vista, arracimados unos sobre otros o sobre la hierba teñida de
sangre. Los irlandeses supervivientes alzaban gritos de triunfo y daban gracias
a Dana, Lugh y Morrigan. Habían vencido. Crumtuar buscó con la vista a la
diosa, mas no la encontró. El fuego del triunfo le insuflaba un júbilo
arrasador. Estaba vivo. Había vencido a los enemigos. Había vencido a la muerte.
No había palabras capaces de describir la intensidad de aquel éxtasis.
De pronto, la euforia se marchó, tan pronto como vino, y le asaltó la debilidad.
Cayó de rodillas al suelo y se desplomó de bruces sobre un charco de sangre.



Le despertaron arrojándole agua helada sobre el rostro. Se hallaba entre los
heridos. Tenía medio cuerpo cubierto por vendas. Iedur, su amigo, tiró el cubo
y le sonrió de oreja a oreja.
- ¡Ya despierta, el cerdo dormilón!
- ¡Vencimos, Crumtuar! -rugió Cochtann, otro de sus más broncos compañeros. Se
sujetaba una larga tira de piel sobre el rostro, pues le faltaba la piel de la
mejilla derecha y parte del mentón. Donde estuviera la oreja había ahora una
masa de vendas y cabello sucio y apelmazado. Por lo demás, parecía indemne como
el resto.
- Sí, lo sé -gruñó Crumtuar. Miró fijamente a sus colegas-. ¿La visteis?
¿Visteis a la diosa Morrigan?
- No -contestó Iedur-. Te vimos a ti transformado, como Cuchulainn cuando
peleó contra Ferdia. Repartías tajos como un auténtico loco. ¡Qué batalla,
amigo mío! ¡Realmente, eres un tipo peligroso!
Crumtuar sonrió. Las tripas le gruñían escandalosamente.
- ¿Dónde están la comida y el vino? -bramó.
- ¡Toma, maldito, y cállate ya de una vez! -era Conel, el líder de las
hordas danaanas. Le tiró un enorme muslo de carnero y un pellejo lleno de
cerveza agria. El veterano, al mirarle, no pudo disimular la sonrisa y el
respeto que brillaban en sus ojos- El cachorro está convirtiéndose en hombre,
¿eh?
Por toda respuesta, Crumtuar mordió un trozo de carnero tan grande que hubo de
empujarlo con la palma de la mano para que entrara en la boca. Y aún así, logró
regar la vianda con un chorro de cerveza. Sonrió, mientras masticaba con fuerza.



EL TEMPLO DEL DESEO DE SATÁN


ANDRÉS DÍAZ SÁNCHEZ


EL TEMPLO DEL DESEO DE SATÁN




"No existen sucesos morales, sino una interpretación moral de los sucesos. El
Mal es, simplemente, lo que desconocemos."
F. Nietzsche



Los candiles del Templo del Deseo de Satán desprendían una luz aceitosa y
trémula. Iluminaban las figuras grotescas y poderosas de negro basalto
brillante, las fauces arrugadas de mandíbulas prominentes y belfos retraídos,
los ojos de fulgor diamantino, rojos como la sangre. Las desnudas esclavas
bajaban la cabeza cuando pasaban junto a las estatuas de los Héroes del
Infierno. Las figuras habían sido bautizadas con sangre de recién nacido y
dotadas de un eterno poso mágico. Ningún cultita, salvo los sacerdotes -y sólo
unos pocos de entre ellos- eran capaces de aguantas sus miradas pétreas e
implacables, tan sórdidas como todo lo demás de aquel ámbito.
Techo, suelo y paredes estaban construidos en oro oscuro, plata roja y celeste,
mármol amarillento y jade color del mar. La luz comulgaba con las tinieblas,
los entes demoníacos preferían los rincones oscuros a la claridad. Muchos
acólitos imprudentes habían sido poseídos y después abandonados al dolor y la
locura por acercarse demasiado a los lugares más sombríos. En general, nadie
osaba aventurarse por entre las hileras de inexpugnables columnas ni
aproximarse a las paredes, pues a los diablos les gustaba la piedra y atrapaban
a todo el que se les aproximara de forma imprudente.
Aquella noche ocurriría algo crucial. Tendría lugar la Más Alta Invocación, la
Gran Posesión, protagonizada por el mismísimo Satán, Señor De Todos Los
Infiernos. Cada seiscientos sesenta y seis días, atendiendo a la cifra mágica
de La Bestia, se celebraba una Invocación de Alto Nivel, en la cual un ente
perteneciente a la nobleza infernal -quizás un barón o un condestable- poseía a
un Recipiente por medio del cual se comunicaría con los creyentes. Los
recipientes solían ser esclavos de ambos sexos -los demonios, aunque nadie
conocía sus ritos de reproducción, si los tenían, mostraban caracteres y
comportamiento de marcada sexualidad-, los mas bellos ejemplares, entrenados
para no resistirse al ente posesor. Las criaturas terrenales solían intentar
defenderse contra la violación mental y física que suponía una posesión
infernal. Sin embargo, Allá, se les había adiestrado para brindar gozosamente
al demonio todo su ser.
Durante estas fiestas de Invocación y Posesión se encerraba al recipiente en un
círculo pentacular que retendría al demonio. Éste impartiría sus enseñanzas
durante la Misa de Posesión. Tras el mensaje del ente -que podía durar
instantes o hasta ciclos menores- el demonio abandonaba el cuerpo poseído, cuyo
verdadero dueño solía morir o sufrir una profunda locura hasta el final de su
pequeña vida.
Aparte de estas Altas Posesiones, todos los ciclos menores tenían lugar otras,
protagonizadas por entes demoníacos de bajo poder. Se encaprichaban con cuerpos
humanos masculinos o femeninos y los tomaban. Por ejemplo, dos ciclos menores
atrás un guardián del Tercer Nivel fue poseído por un demonio guerrero y lo
convirtió durante seis ciclos de instantes en un loco asesino. El poseído mató
con su lanza a siete esclavos, dos Sacerdotes Azules y tres mozos de lucha. El
demonio lo abandonó al fin y el hombre volvió a recuperar el control de su
mente y cuerpo. Fue indultado y bendecido por el Sumo Sacerdote Gris. Tres
ciclos menores antes de este suceso, una manada de súcubos entró en un pequeño
harén de esclavos masculinos. Los muchachos fueron violados durante horas.
Cuando los demonios femeninos se marcharon como vaharada de vapor rojizo los
poseídos lloraban y suplicaban a gritos más placer.
Los sabios aseguraban que el Templo del Deseo de Satán no era más que un portal
entre el Infierno y el resto de las realidades. Nadie sabía en que punto del
Todo estaba ubicado. Se decía que flotaba en la Dimensión de los Sueños
-ciertos acólitos aseguraban haber despertado en él tras una vida anterior de
vigilia... o tal vez inconsciencia-. Otros afirmaban que se hallaba en una
línea tangencial a la curvatura del espacio o del tiempo. Muchos viajeros lo
habían buscado incansablemente sin éxito, otros cayeron en sus pétreas fauces
sin desearlo. Un ciclo menor, el Templo aparecía sobre un desierto de arena
negra, al siguiente flotaba plácidamente en un mar de mercurio... Su posición
era itinerante, se movía a través de dimensiones, o quizá éstas fueran las que
girasen y el Templo permaneciera quieto.
Nadie conocía tampoco los límites físicos del Templo, dónde empezaba y dónde
acababa, ni la totalidad de sus innumerables salas y pasillos. Tampoco su
antigüedad ni la identidad de sus constructores, fueran humanos o no. Los
árboles genealógicos de ciertas familias sacerdotales se remontaban
interminablemente hacia el pasado. Ni siquiera se comprendía cómo transcurría
el tiempo allí, y por conveniencia trataba de medirse mediante dos tipos de
relojes de agua y arena, que marcaban instantes, ciclos de instantes, ciclos
menores -compuestos de ciclos de instantes- y ciclos mayores -compuestos de
ciclos menores-. Mas... ¿qué fiabilidad podría existir, cuando quizá los
juguetones demonios podían volver del revés las clepsidras antes de que cayera
el último grano o gota?
De cualquier modo, existía una persona que ostentaba el poder: Barokk, Supremo
Sacerdote del Templo, Sumo Sacerdote Rojo. Su clan cromático se había impuesto
al final de las Guerras Sacerdotales, ochocientos ciclos mayores atrás. Había
tenido que pelear mental y mágicamente contra otros muchos aspirantes de su
propio clan y de los restantes. Él decidía los días en que se celebrarían las
Misas de Posesión, fuesen éstas Mayores o Menores, los Ciclos de Matanza, las
Fiestas del Ensueño o los nuevos decretos que se incluirían en el Libro del
Arte, la enciclopedia que trataba todos y cada uno de los aspectos
comprensibles de la Magia en el Templo.
Aquel ciclo menor, el de la Altísima Invocación, Barokk marchaba por el largo y
vasto pasillo de basalto negro, sentado sobre un trono de oro transportado por
diez esclavos de fuerza. Le llevaban hacia la Capilla Posesional. Observaba con
deleite las columnatas, las estatuas, los frisos, los mosaicos de exquisita
belleza y malignidad, los tapices de terciopelo, las armaduras hechas para
enfundar cuerpos no humanos,...
Nunca se dignaría a volverse, pero sabía que le seguía una multitudinaria
procesión: sacerdotes con túnicas de diferentes colores siempre tras su trono
-quien osara rebasarlo sería despellejado vivo por el Jefe de la Casta de
Torturadores y después empalado-, las huestes de orgullosos guerreros, las
masas de músicos, arquitectos, pintores, poetas, escultores... Y por último,
los rebaños de esclavos, ya fueran de placer, adornados exquisitamente con
sedas y piedras preciosas, de fuerza, musculosos y estúpidos o de otros
múltiples usos, menos valiosos aún que los anteriores.
Inmediatamente detrás del trono de Barokk, y sostenido por quince esclavos
desnudos y aceitados, estaba el Gran Huevo de Plata, que albergaba el
recipiente sagrado.
Barokk era delgado y alto, de cráneo rasurado, rasgos suaves y ojos muy negros,
inteligentes y penetrantes. Su voluntad había sido templada al fuego de las
despiadadas luchas políticas, mentales y mágicas contra sus compañeros de casta.
Amaba su puesto. Amaba el Templo. Él había instaurado el Deber del Deseo
Satisfecho. Según tal directriz cada cual tenía la obligación de dejarse llevar
por sus instintos más íntimos. Quien los reprimiera sufriría una ejecución
ignominiosa. Por supuesto, primero hubo de normalizarse esta ley mediante
rigurosos decretos basados en una premisa fundamental: el Derecho del Ser de
Voluntad Fuerte sobre el Ser de Voluntad Débil. Ello permitía que la criatura
de carácter más agresivo y poderoso impusiera todos sus caprichos, su amor o su
crueldad, sobre sus inferiores.
La Casta de Voluntad Más Fuerte era la sacerdotal, dotada de inteligencia y
conocimientos profundos, capaces de plegar el tapiz de la realidad a su antojo.
Después le seguía la casta guerrera, cuyas contiendas no tenían ningún motivo:
Barokk había comprendido que en todo muchacho dormía un deseo de aplastar y
matar un enemigo con sus propias manos. Si se reprimía tal instinto en
beneficio de la comunidad el individuo sufriría al experimentarlo sentimientos
de culpa y remordimiento, que podían desembocar en timidez, neurosis, depresión
y un descenso pronunciado de vitalidad. Así pues, en las Cámaras de Matanza del
Templo los jóvenes con deseos agresivos se aliaban en ejércitos rivales y daban
rienda suelta a su sed de sangre sin sufrir culpa ni piedad. Miles de guerreros
luchaban sólo por el placer de lidiar y asesinar, sobreviviendo los más rápidos
y fuertes, de cuerpos musculosos y salpicados de carne, sesos y sangre. Ellos
liderarían a los que vinieran después, hasta que otros consiguieran
destruirlos, habiendo vivido por la espada y muriendo igualmente por la espada,
en el seno del combate, con una loca sonrisa en el rostro.
Había Cámaras de Satisfacción para todas las exigencias: en las Cámaras de
Contemplación los bohemios e intelectuales hundían sus mentes en el sopor de
las drogas o en los libros de sentido más abstracto para conseguir el
conocimiento profundo que realmente buscaban. Muchos se convertían en
sacerdotes.
En las Cámaras de Belleza las mujeres más hermosas mostraban su desnuda
feminidad, sólo cubiertas por perfumes, joyas, sedas y cosméticos, a masas de
hermosos hombres encadenados y sometidos a forzosa abstinencia sexual. Ellos
trataban de alcanzarlas con sus manos, siempre sin éxito. Ellas veían en los
ojos de los hombres la adoración absoluta provocada por su hermosura. Paseaban
sus cuerpos deliciosos con deliberado encanto. Así, lograban el placer que sus
orgullos femeninos les demandaban. Había allí concursos y certámenes. Las
ganadoras podían desfigurar el rostro, de por vida, a las perdedoras.
También había Cámaras de Dominación Sexual. En éstas, los hombres y las mujeres
más duros, diestros e implacables ejercían su Derecho del Ser de Voluntad Más
Fuerte sobre admiradores, amantes, temblorosos esclavos de pasión de ambos
sexos, a los que partían el corazón una vez tras otra, de manera refinada y
cruel.
Barokk había descubierto la llave del poder absoluto: el placer. Dándole placer
a los inferiores, el placer que realmente buscaban, siempre los mantendría
controlados. Para envidia y desdicha de otros sacerdotes, las masas se
rebelarían si intentaran expulsarle de su puesto.
Mas... ¿cual era el mayor placer para Barokk? ¿El conocimiento, tal vez? Él
había soportado un saber capaz de quebrar mentes muy poderosas. No, aquella
respuesta no lo satisfacía del todo.
Comprendió de pronto que lo que llenaba su vida era el Amor. Un cariño enorme
por su trabajo, por sus inferiores, por su Templo. Los amaba sin reservas.
También amaba a Satán, por supuesto. No le había entregado el alma -esa era una
prerrogativa personal de cualquier habitante del Templo, desde los esclavos a
los sacerdotes-, pero ciertamente lo amaba.
Mas, ¿quién o qué era Satán?, se preguntó. Al cabo de una vidas de difíciles
estudios, había llegado a la conclusión de que no era mas que un Ser de
Voluntad Sumamente Fuerte. Una criatura gobernante de ciertas dimensiones o
reinos capaz de enamorar, atraer, dominar y arrastrar a incontables de
criaturas. No podía comprender los esquemas mentales de Satán, pues una
Voluntad Fuerte, con el paso del tiempo, acababa expandiendo su mente hasta
hacerla incomprensible para los inferiores. Tampoco conocía si tenía un último
cuerpo o si usaba los de otros, si era un alma, un espíritu, un espectro, o
escapaba a toda descripción física.
Escuchó un gimoteo a su izquierda. Irritado, miró hacia allí. Una bonita
esclava, vestida con gasas sedosas, se había acercado al trono de Barokk. La
mujer sollozaba quedamente y no osaba mirarlo al rostro -de haberlo hecho, le
habrían arrancado con pinzas sus bellos ojos.
- ¿Qué quieres, esclava? -preguntó Barokk.
- Amo... La Sacerdotisa Amaria me envía a vos...
- ¿Sabes que serás empalada por interrumpir mis cavilaciones?
Ella reprimió un sollozo.
- Sí, amo, pues sólo soy una esclava. La señora Amaria me ordenó llamaros
y no podía negarme a obedecerla. Quiere preguntaros algo...
- Di.
- La señora Amaria desea saber si ella podría protagonizar la Gran
Posesión.
- Ve a tu señora con esta palabra en los labios: "No". Ya se lo he dicho
otras veces. Después de la ceremonia, preséntate en las Cámaras de Tortura para
que el Sumo Torturador te empale lentamente. Puedes retirarte, esclava.
- Gracias, amo -la muchacha, sin cesar de llorar, se marchó cabizbaja.
Barokk miró a la esclava hasta que ésta desapareció. También la amaba a ella,
profundamente. A todos los amaba. Incluso a la irritante Suma Sacerdotisa Negra
Amaria.
Accedieron a la gigantesca Capilla de Posesión. Llegado un momento determinado,
el trono de Barokk fue depositado en el suelo. Subió la escalinata sagrada. Los
Sumos Sacerdotes del Resto Cromático -Verde, Azul, Gris, Amarillo y Negro-
caminaron tras él con la cabeza baja. Ninguno de ellos -ni siquiera Barokk-
pisó el Sagrado Círculo Pentacular.
Barokk se colocó tras el altar de oro, su metal favorito. El resto de los
sacerdotes se dispuso a su izquierda y derecha. Distinguió por el rabillo del
ojo a Amaria, la Suma Sacerdotisa Negra. Ya antes de que la magia la
convirtiera en un ser de divina hermosura había sido una mujer muy bella. No
podía ocultar bajo su pesada túnica las rotundas y adorables curvas de su
cuerpo. Quizá ella no las deseara esconder, sino insinuar. El rostro lucía
maravilloso, de rasgos finos y delgados, ojos y cabello muy negros y tersa piel
blanca que contrastaba con unos labios rojos y llenos, labios lujuriosos
creados para ser estrujados y saboreados sin compasión. Era un Ser de Voluntad
Fuerte y conseguía lo que le apetecía. Gustaba de enloquecer a decenas de
hombres y mujeres con su belleza. A muchos los había conducido al suicidio, tan
sólo por pura diversión.
La Sacerdotisa Negra mostraba un rostro tranquilo, severo. Pero sus ojos no
podían ocultar la ansiedad y la frustración.
Tras el sermón de rigor, escuchado en expectante silencio por miles de fieles,
Barokk ordenó subir el recipiente al pentáculo.
Los esclavos llevaron la esfera de plata cerca del altar y la abrieron con gran
cuidado -el error de uno costaría una muerte muy lenta para todos en las
Cámaras de Tortura. Dentro del brillante huevo, ahora abierto, había una mujer
exquisita, apenas cubierta por tenues sedas, maquillada y peinada de manera
elegantemente. El sedoso y abundante cabello rubio caía graciosamente sobre su
espalda y sus llenos y dulces pechos. Estaba arrodillada, con las manos sobre
los muslos y la cabeza baja. Sus ojos de largas pestañas permanecían
obedientemente cerrados.
Ella sería la víctima, el cuerpo poseído por Satán.
Barokk se acercó al huevo. Sonrió tiernamente mientras contemplaba a la chica,
como un padre ante su hija. Acarició el pelo dorado. Ella permanecía inmóvil.
La habían drogado para no ejercer resistencia a la Posesión.
- Puedes abrir tus ojos, doncella -dijo Barokk con voz meliflua.
La esclava obedeció. Eran azules, con dilatadas pupilas que brillaban
febrilmente.
- Sal de la esfera y colócate en el pentáculo.
El recipiente se movió lánguida y suavemente, provocando un expectante silencio
general. Entró en el círculo pentacular y se arrodilló otra vez, las manos en
los muslos y la cabeza baja. Barokk entró igualmente en la figura geométrica.
Sacó de entre sus ropajes la daga enjoyada e hizo dos cortes, uno en cada
muheca de la chica. Ella se estremeció ligeramente, mas no emitió sonido alguno.
El Sumo Sacerdote apretó con sus pulgares las arterias de los finos antebrazos
durante largos instantes. Después retiró la presión y la sangre fluyó, cayendo
en dos grandes cuencos. Utilizó los dedos para pintar de nuevo las líneas de la
estrella invertida y del círculo que rodeaba a la joven. Mientras realizaba
esta tarea musitaba cánticos y adoraciones a los Altos Señores del Infierno,
convocándoles, implorándoles fuerza y dicha. También emitía con trémula voz
hechizos arcaicos, poderosos, palabras que una vez pronunciadas provocaban
irreversibles reacciones en cadena.
El aire comenzó a espesarse, como si dos manos gigantescas estuviesen
aplastándolo lentamente. Los presentes sentían sucios escalofríos que recorrían
sus columnas vertebrales. Los más débiles sollozaban silenciosamente a causa
del hipnótico terror. Espectros menores se debatían alrededor del círculo
pentacular, como jirones de aire caliente. Intentaban penetrar en la figura
para poseer a aquella adorable víctima. Mas Barokk había consagrado el
recipiente al Altísimo y no permitiría intromisiones. Así pues, los íncubos
chillaban al chocar contra la inmaterial protección. Muchos pagaban su
frustración con el público, poseyendo furiosamente a diversas esclavas hasta
hacerlas aullar entre espasmos.
La sangre de círculo y pentáculo brilló fulgurantemente. Era una línea
de luz escarlata que serpenteaba hasta las muñecas del recipiente.
Barokk lamió la daga y después alzó los brazos. Parecía dotado de un aura de
fortaleza. Desorbitó los ojos y gritó con voz poderosa:
- ¡Yo te invoco, Señor de Todos los Infiernos, Príncipe de las
Mentiras! ¡Te invoco por el poder del Mal en los corazones de los hombres! ¡Por
el Universo entero! ¡Ven, Señor Satán, toma esta ofrenda, habla a tus fieles!
El recipiente, de pronto, abrió de par en par sus bellos ojos. A pesar de las
drogas, el horror que sentía era puro, real. Sus pechos se alzaban y bajaban
rápidamente, su fina piel brillaba a causa del sudor. El rostro se contrajo en
una expresión de dolor lacerante. La rubia cabeza cayó hacia atrás y con ella
el resto del cuerpo, como traccionado por una fuerza invisible.
La capilla comenzó a llenarse de murmullos exclamativos y silencios de
admiración.
Amaria se acercó a Barokk, quien contemplaba al recipiente contorsionarse
inutilmente, como si un gran peso la aplastara contra el suelo.
- ¡Déjame entrar en el círculo pentacular! -pidió a Barokk Amaría, la Suma
Sacerdotisa Negra, mirando con lujuria mal disimulada al recipiente- ¡Tienes el
poder de cambiar la víctima u ofrecerle otra más al Gran Señor!
Barokk la miró con irritación.
- No lo haré, Amaria. Tú ya fuiste recipiente otra vez. Deja que ahora otro
ocupe ese puesto.
Amarla bufó como una gata furiosa. Tres Altas Invocaciones en el pasado
ella había sido el recipiente. Se ofreció voluntaria, aún conociendo los
peligros de la Posesión de Satán. Barokk sonrió al recordarla encadenada y
desnuda, anhelando la venida de Su Señor. Satán la había penetrado y embestido
salvajemente una y otra vez. Ella comenzó chillando de dolor, mas pronto sus
alaridos sonaron llenos de placer y lujuria. Miles de acólitos contemplaron a
la Suma Sacerdotisa Negra retorcerse lúbricamente y gritar obscenidades que
hasta para ellos resultaron escandalosas. En esa ocasión, el Señor de Todos los
Tnfiernos no les habló; se limitó a satisfacer una lujuria animal. Pero el
público dudaba sobre quién realmente había disfrutado más: si el posesor o su
víctima.
Desde entonces, Amaria había solicitado y hasta suplicado a Barokk ser el
recipiente en las siguientes Altas Invocaciones. El Sacerdote Supremo,
divertido, se negó una vez tras otra.
Los gritos de dolor del recipiente devenían poco a poco gemidos, para al poco
convertirse en roncos gritos deleitosos de lujuria.
Barokk entrecerró los ojos, contemplando la posesión. Una criatura sensible,
hasta no ser ocupada por un Ser de Mayor Voluntad y despojada implacablemente
de toda intimidad y orgullo, no experimentaba el arrasador placer reservado al
sujeto absolutamente dominado.
Amaria observaba al recipiente con manifiesta envidia. Barokk sonrió de nuevo.
Qué ironía que la Suma Sacerdotisa Negra, tan fría, arrogante y cruel, una
mujer poderosa que había partido mil corazones de hombres y mujeres, estuviera
tan dispuesta a humillar públicamente su orgullo a cambio de tamaño placer.
- Eres más esclava que ella -le imprecó Barokk, señalando al recipiente dentro
del círculo pentacular.
Amaria le miró con furia asesina, mas de pronto se vio atacada por la vergüenza
y el pudor y se cubrió con las manos su bellísimo rostro. Aún así, volvió la
vista hacia la jovencita poseída, sin lograr apartarla de ella, entreabriendo
los labios. Barokk rió, con gran placer. También amaba a la ansiosa Amaria,
Suma Sacerdotisa Negra. ¡Cómo los amaba a todos, sus Hijos, sus Retoños!
El recipiente aulló, sin control alguno de cuerpo y mente. De pronto, fue
levantada como por una mano invisible. Sus ojos se desorbitaron, el horror se
pintó en ellos. La boca se abrió hasta que las mandíbulas se descoyuntaron y
vomitó vísceras, intestinos y sangre. El rostro de la joven estaba ceniciento.
Sus ojos brillaban con una agonía capaz de romper la mente. Surgieron de ella
palabras ininteligibles, similares a rugidos de un tigre, que hacían volar
gotas de sangre y espuma. Restallaban como latigazos metálicos contra el
silencio absoluto.
Satán les estaba hablando.
Calló. La chica, aún viva, expelió por sus ojos un humor blanco y amarillo de
agrio hedor. De pronto, surgieron incontables voces de su garganta: mugidos,
ladridos, gritos, carcajadas,... Y en todos los tonos. Ninguna resultaba
inteligible. Aquella cacofonía resultaba fascinantemente horrenda. Barokk
volvió a preguntarse si Satán sería un solo ser, un grupo de entes unidos o una
mente con múltiples personalidades.
El recipiente sufrió una violenta arcada. Volvió a vomitar sangre. Su cabeza se
volvió lentamente. Miró a Amaria. La poseída le sonrió de manera lasciva. Sus
ojos ardían con fulgor rojizo. Llamó a la sacerdotisa moviendo el dedo índice.
Amaria, como hipnotizada, andó hacia el círculo pentacular.
De pronto, gritó de dolor. La barrera mágica no le permitía entrar en él. La
sacerdotisa lo intentó de nuevo, frenéticamente, pero fue repelida hacia atrás
una y otra vez. Al fin, acabó en el suelo, sudorosa, jadeante, temblando de
rabia y frustración. La poseída se reía de ella con carcajadas infantiles, que
aumentaron su frecuencia hasta convertirse en una sola nota, vibrante y aguda.
Muchos de los presentes rieron también, sobre todo los Sacerdotes Negros
rivales de Amaria.
Ésta retrocedió, medio a rastras, horrorizada. La risa se tornó general. Barokk
también se regocijó. Al fin y al cabo, aparte de ser el Príncipe de las
Mentiras, Satán era el Rey de la Crueldad y la Humillación. La Suma Sacerdotisa
Negra desapareció miserablemente de vista.
El recipiente habló voz de hombre, profunda y grave. Abría y cerraba la boca
bruscamente como un muñeco de carne y hueso manejado por un invisible
ventrílocuo:
- ¡AMADOS FIELES! -un inconmensurable trueno estalló desde el público. ¡Era el
Gran Satán quien les hablaba! Le aclamaron, riendo y llorando, hasta
rompérseles la voz - ¡YO OS HE CREADO! ¡YO HE CREADO ESTE TEMPLO! -Barokk
esbozó una levísima mueca de desagrado- ¡HE HECHO POSIBLES VUESTRAS VIDAS,
VUESTRAS JERARQUÍAS, VUESTRO PODER, VUESTRO PLACER Y VUESTRO DOLOR! ¡ADORADME!
¡ADORADME, GUSANOS!
Miles y miles de acólitos, todos los presentes en aquella inmensísima sala, se
arrodillaron y gritaron su nombre gozosamente. Eran sus esclavos, lo desearan o
no. El poder de la veneración vencía cualquier orgullo.
Barokk también se postró y tocó con su frente el suelo. Amaria también lo hizo.
Ahora reía felizmente, llena de gozo y dicha, mientras gritaba el nombre de su
amo.
- ¿ME AMÁIS? -rugió Satán- ¿TODOS ME AMÁIS?
Una sola voz afirmativa fue su respuesta.
- ¿HASTA EL FONDO DE VUESTROS CORAZONES?
Otra ovación unánime.
- ¿NADIE OSARÁ MENTIR?
Una negación de masas.
Los ojos de la poseída salieron expulsados del rostro. El cadáver se desplomó
en el suelo.
- ¡ BLASFEMIA!
El grito ascendió hacia lo alto y después bajó al suelo, clamando aquella
terrible palabra. Mi1es de corazones pegaron un vuelco en sus pechos. La voz,
ya fuera del recipiente, voló de un extremo a otro de la capilla, como un ave
fugaz, su volumen ascendiendo y descendiendo fantasmalmente:
- ¡NO TODOS ME AMÁIS POR COMPLETO! ¡MENTÍS A VUESTRO SEÑOR!
Barokk sintió pánico: la presencia invocada estaba fuera del círculo
pentacular... Las normas habían sido infringidas, un imprevisto no sucedido en
más de cien Altas Invocaciones. Un escalofrío subió por su columna vertebral.
Alzó la cabeza, pasmado. Ante él, en el aíre, se abría un vacío de negrura. Era
pura nada, oscuridad total y pegajosa, un desgarrón creciente sobre el tapiz de
la realidad. En el centro de la tiniebla se abría otra más densa, la cual
albergaba, a su vez, una tercera sombra que la superaba en opacidad. Los
agujeros crecían concéntricamente, su centro se remontaba hacia el infinito. Y
todos los abismos miraban a Barokk.
- ¿Qué...? -logró musitar el sacerdote.
Quiso retroceder, pero estaba demasiado horrorizado y fascinado como para hacer
otra cosa que permanecer de rodillas, la vista fija en el agujero sobre el
tapiz de la realidad.
"¡SACERDOTE SUPREMO!" -bramó el Abismo- "¡ERES TÚ! ¡ERES TÚ QUIEN ME AMA DE
FORMA FALSA! ¡QUIEN NO ME QUIERE CON TODO SU SER!"
Barokk estrelló su frente contra el suelo.
- ¡No! -sollozó- ¡Te amo, Señor Mío! ¡Te amo con todo mi corazón!
"¡NO! AMAS EL TEMPLO. AMAS EL ORDEN, LA JERARQUÍA, LAS NORMAS... ¡AMAS
EL PODER QUE TE DA TU DIOS, PERO NO AMAS A TU DIOS!
Estalló una brutal, tronante carcajada que sumió en el terror más
abyecto a los presentes. Barokk aún mantenía una parte de su mente en orden;
con ella, escuchaba y entendía lo que Satán le dijo:
"HE VIAJADO A TRAVÉS DE EONES Y DIMENSIONES. HE CRUZADO LOS ABISMOS, HE
BUCEADO EN EL CAOS. HE VISTO EL PASADO Y EL FUTURO. HE CONTEMPLADO Y HE
DOBLAGADO A DIOSES. HE OBSERVADO TODAS LAS RELIGIONES DE LOS HOMBRES EN TODOS
LOS ÁMBITOS DE LA REALIDAD. SUS SUMOS SACERDOTES SOIS IGUALES. LO QUE REALMENTE
AMAIS ES EL PODER. Y TÚ, BAROKK... TÚ SÓLO TE AMAS A TI MISMO"
Barokk sufrió un fuerte estremecimiento. La agonía y el arrepentimiento llenó
su espíritu. Comprendió de pronto que Satán llevaba razón. Él estaba en lo
cierto. Era un mal creyente, un falso, un ególatra que utilizó el poder de Su
Señor únicamente en beneficio propio.
El Sumo Sacerdote vibró. Aulló de manera espeluznante. La mancha de color que
era el sacerdote fluctuó y se retorció como un jirón de formas, se estiró
imposiblemente, se separó del suelo y fue absorbida por la Oscuridad. La
tiniebla, entonces, se desgajó en dos gigantescos ojos de inconmensurable y
enloquecedor mal. Elevados por una columna de fuego blanco y dorado, aquellas
dos tenebrosas joyas se alzaron sobre sus fieles. Ninguno de ellos osó despegar
la vista del suelo.
"¡OÍD Y OBEDECED!", ordenó la voz sagrada, "¡DE AHORA EN ADELANTE, NO HAY
NORMAS NI LEYES EN EL TEMPLO DEL DESEO DE SATÁN! ¡SOIS LIBRES! ¡SOIS TODOS
TOTAL Y COMPLETAMENTE LIBRES PARA HACER CUANTO DESEÉIS! ¡OS CONCEDO LA
LIBERTAD!"
Las dos sombras se expandieron infinitamente, dispersándose en el Tiempo y el
Espacio, hasta desaparecer por completo.
Los miles de acólitos quedaron en silencio. Al poco, oyéronse murmullos
asombrados, luego conversaciones, quejidos, protestas, primeros gritos y por
último un clamor vociferante tan furioso como angustiado:
- ¿Qué haremos ahora?
- ¡No hay leyes!
- ¿Cómo se regirá el Templo?
- ¿Quién nos dirigirá?
- ¿Quién será el nuevo Sacerdote Supremo?
- ¡Yo! -Amaria, la Suma Sacerdotisa Negra, estaba en pie, con las manos
en las caderas.
Los miraba altiva y desafiante. Todos callaron.
Entró en el círculo pentacular, besó en la boca al muerto recipiente. Se
dirigió a los fieles:
- ¡Hay nuevas normas! -gritó la mujer- ¡Yo las impondré! ¡Yo seré el
Nuevo Sacerdote Supremo del Templo del Deseo de Satán!
Miles de seres respiraron, aliviados. La alegría estalló en forma de salvas y
vítores a la nueva Sacerdotisa Suprema del Templo del Deseo de Satán. Amaria
sonrió, satisfecha. Les contempló, borracha de triunfo, pero también de
desprecio: ¡pobres criaturas! Ellos siempre necesitarían un líder. Jamás
dejarían de ser unos esclavos... ¡esclavos de sí mismos!, incapaces de tomar
sus propias decisiones y actuar conforme a ellas. ¡Qué fino sentido del humor
el de Su Señor Satán, prometiéndoles la libertad! Si, ciertamente Él era el
Príncipe de las Mentiras.
De pronto, a pesar de que les despreciaba, Amaria sintió un enorme cariño hacia
ellos. La fuerza de sus emociones la sorprendió: los amaba. Eran sus hijos, sus
niños, a los que ella mimaría, dirigiría y castigaría. Era un gran gozo el que
experimentaba, queriéndolos de tal manera. Casi sentía pena por Barokk, el frío
y duro Barokk, que estuvo tan concentrado en los elevados asuntos y tan alejado
de lo mundano. Amaria decidió que él nunca podría haber experimentado ese
amor hacia sus súbditos. No, era imposible que Barokk hubiese amado a nadie
salvo a sí mismo, como dijo Satán. Amaria lo compadeció. Pero soltó una gran
carcajada. También lo amaba, estuviera donde estuviese ahora. Mas no cometería
los errores que le llevaron a la ruina. Ella amaba a los acólitos. Estaba llena
de amor. Ella no era como Barokk.
La Sacerdotisa Suprema ordenó retirar el cadáver de la esclava poseída y
limpiar el círculo pentacular.
Habló con fuerza y gravedad a sus súbditos y permitió que la aclamaran muchas
veces. Cuando estuvo satisfecha, les dio permiso para marcharse de vuelta a sus
cubiles. Los alborozados fieles se fueron. Había sido una inolvidable Alta
Posesión. Había muerto un Sumo Sacerdote y otro tomó su puesto. Satán les había
hablado, les había dado la libertad. ¡Qué gran Señor era! Sin embargo, todos
experimentaban un gran alivio y tranquilidad, a pesar de tan magnos
acontecimientos: era como si, en realidad, nada hubiese cambiado. Nada.
Y eso era lo que realmente les hacia sentirse tan felices.


FIN

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