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EL ARTE OSCURO

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GOTICO

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miércoles, 23 de febrero de 2011

TESEO -- EL ORÁCULO DE DELFOS


Empieza a leer... Teseo

I
El oráculo de Delfos

Los cuatro jinetes, de repente, dejaron de bromear. Habían
llegado a los pies del Parnaso, y la presencia del dios
Apolo, el más implacable del Olimpo, se hacía sentir en
el aire. Con sus corazas de bronce, los cuatro jinetes habían
atravesado, procedentes de la ciudadela de Atenas,
las llanuras y los montes del Citerón y el Helicón, y en
su camino habían inspirado en quienes los contemplaban
el mismo temor que ellos ahora percibían en las inmediaciones
del santuario de Apolo en Delfos.
El templo estaba situado entre dos muros de roca de
color cobrizo y, por los destellos que despedían cuando
el sol se reflejaba en ellas, recibían el nombre de Fedríadas,
las Brillantes. A los lados de la vía sagrada que conducía
hasta el santuario yacían las ofrendas de los que
hasta allí acudían.
Rodeado de un semicírculo de elevadas montañas pobladas
de abetos y dominando desde la altura el mar del
golfo de Corinto, Delfos era el centro del mundo porque
así lo había decretado Zeus: el padre de los dioses
soltó dos águilas desde los extremos de la Tierra y éstas
cruzaron su vuelo en el punto exacto en el que se elevaron
después las murallas de Delfos. En ese lugar, el soberano
de los dioses colocó una enorme roca blanca la-
brada, a la que llamó ómphalos, ombligo, y allí su hijo
Apolo decidió levantar su principal santuario. Sin embargo,
ello no fue fácil, porque el lugar estaba habitado
por Python, una gigantesca serpiente, hija de la Tierra,
que dominaba las regiones vecinas y que poseía el don de
la adivinación. Sólo tras un encarnizado combate pudo
Apolo levantar su principal morada en la Tierra. El dios
llegó a la gruta en la que la serpiente dormitaba, enroscada
con la boca unida a la cola. Sigilosamente, Apolo dio
una vuelta en torno a ella, oscuro e implacable como la
noche, pero, a pesar de su sigilo, la serpiente se despertó
y comenzó a desenrollarse, preparada para trabar combate
con el extraño. Con un rápido movimiento, alargó
la cabeza y escupió su veneno contra el hijo de Zeus, que
tuvo el tiempo justo para apartarse y preparar una de sus
mortíferas flechas. Cuando la serpiente se erguía para llevar
a cabo otro ataque, el dios disparó su arco de plata, la
punta de la flecha penetró en la carne del dragón y fue,
poco a poco, destrozando sus ponzoñosas entrañas. Sin
comprender qué le ocurría, la serpiente se irguió para un
nuevo ataque y, una tras otra, las flechas del «dios que
dispara a lo lejos» la volvieron a atravesar, hasta que finalmente
cayó desplomada sobre el suelo.
A continuación, Apolo recogió las gotas de veneno
que habían quedado impregnadas en la roca y en la tierra
y, con su sabiduría divina —porque conocía todo lo que
se refería a venenos y pociones curativas—, preparó un
brebaje, lo ingirió y adquirió así su capacidad profética.
Así fue como el santuario de Apolo en Delfos se
convirtió en obligado lugar de peregrinación y todos
aquellos que querían emprender un peligroso viaje o una
guerra acudían al templo y preguntaban a los dioses cuál
sería su destino.
Egeo, el wánax de Atenas, también vislumbraba amenazadoras
sombras en su futuro, y por esta razón acudía
a la morada de Apolo.
—A partir de aquí, se acabaron las bromas —ordenó
con gesto severo el Señor de Hombres a los tres guerreros
que le acompañaban, y éstos guardaron silencio,
como si nunca hubieran tenido la capacidad de hablar.
Estos tres guerreros eran los lawagetas de Egeo, sus
lugartenientes: a un solo gesto suyo se hubieran dejado
matar en el campo de batalla y no pocas veces le habían
salvado la vida en pasadas incursiones contra ciudadelas
enemigas. Entre ellos imperaba un férreo sentido de la
camaradería forjado a lo largo de los años y las aventuras;
algunos de aquellos hombres incluso habían peleado
junto a su padre y le habían visto crecer, y aunque no habían
dejado de bromear con su wánax acerca del motivo
que les llevaba hasta el ombligo del mundo, cada vez que
Egeo daba una orden, ellos todavía sentían un estremecimiento
bajo la armadura.
No en vano, el motivo por el que se encontraban allí
respondía a una cuestión de Estado: el rey de Atenas, el
Señor de Hombres, aún no tenía descendencia y sus tres
hermanos —en especial Palante y sus hijos, que dominaban
los territorios vecinos— ansiaban apoderarse de la
ciudad consagrada a Atenea: los hermanos de Egeo solían
proclamar que la ausencia de un heredero legitimaba aquellas
ambiciones. Desde Mégara, desde Eubea y desde el
sur del Ática, el círculo que los tres hermanos habían trazado
en torno a Atenas se estrechaba más y más, y aunque
Egeo había tomado como esposas a dos princesas
—primero a Mélite y luego a Calcíope—, ninguna de ellas
le había dado la deseada descendencia. Por ese motivo,
para consultar al dios de los oráculos cómo poner reme-
dio a tan delicada situación, el señor de Atenas se había
encaminado con sus tres hombres de confianza hasta el
santuario sagrado de Delfos, en la montañosa Fócide.
Los cuatro jinetes llegaron a las puertas del templo
y se apearon de sus caballos. El invierno era todavía un
recuerdo cercano (sólo con las primeras flores Apolo regresaba
del lejano país de los Hiperbóreos) y la noche no
tardaría en caer: convenía apresurarse si querían conocer
las revelaciones del dios antes de que acabara el día, de
modo que tras atar sus monturas entraron en el templo
sin dilación.
Allí encontraron a un anciano, el custodio del sagrado
recinto, envuelto en un austero manto gris.
—Venerable sacerdote —dijo Egeo, al tiempo que depositaba
en sus manos el pélanos, la torta de cebada que
servía como ofrenda—, deseamos que el oráculo nos responda,
sin ocultarnos ningún detalle, la pregunta que
venimos a formularle.
—El oráculo ni responde ni oculta, solamente advierte
—contestó la voz cavernosa del sacerdote de Apolo,
clavando sus ojos blancos y ciegos sobre el rostro del
rey ateniense—. ¿Os habéis purificado? Sabéis que la divinidad
detesta que en su templo entren hombres con las
manos manchadas de sangre y, por el ruido de vuestras
armas, sospecho que lleváis derramada mucha sangre ajena
a vuestras espaldas.
—Nos hemos purificado, venerable sacerdote —respondió
humildemente Egeo.
—Sin embargo —añadió el anciano—, también sabréis
que el dios aprecia la sangre de un ternero sobre su
altar.
Sin mediar más palabras, Lykos, el más joven de los
lawagetas de Egeo, se dirigió hacia su caballo y des-
cargó el ternero que traían preparado para el sacrificio.
A continuación, se lo entregó a Egeo, que lo llevó cogido
por las cuatro patas hasta el altar. El animal se arqueaba
y mugía, acaso presintiendo su inminente holocausto. El
sacerdote vertió el agua purificadora sobre la fría piedra
del altar y Egeo sujetó firmemente al animal contra ella.
Entonces, el sacerdote elevó una plegaria a Apolo y, acto
seguido, atravesó con un cuchillo la garganta del ternero,
que, junto a un río de sangre, dejó escapar por la
abertura de la herida su último mugido. Después, el oficiante
descuartizó al animal y procedió a quemar las partes
incomestibles, aquellas que se reservaban para los
dioses desde los tiempos del titán Prometeo; el resto, las
carnes más jugosas, se repartieron convenientemente entre
los cuatro hambrientos guerreros, que llevaban día y
medio sin probar bocado, salvo el pan y las olivas que
había traído el invierno. Luego, el sacerdote tomó su
parte y, tras recoger los restos, procedió a reconstruir ritualmente
la forma del animal sacrificado y le preguntó
a Egeo cuál era la cuestión que quería plantear al dios
de los oráculos.
—Deseo saber, oh sacerdote de Apolo, si los dioses
me concederán un heredero y qué debo hacer para lograrlo.
—La divinidad te lo dirá —contestó el sacerdote, haciéndole
un gesto con la mano para que pasara al interior
de una estancia contigua. Los hombres de Egeo también
quisieron traspasar el umbral, pero el anciano se lo prohibió
con un enérgico movimiento de su mano.
Egeo comenzó a descender por unas escaleras que
lo condujeron hasta una tenebrosa y fría cámara subterránea,
el ádyton. La sala de las profecías se encontraba
apenas iluminada por una débil luz verdosa. Una vapo-
rosa gasa, que hacía las veces de cortina, confería esa onírica
tonalidad a una pequeña hoguera que ardía un poco
más allá. El Señor de Hombres permaneció de pie,
sobrecogido por la atmósfera sagrada del lugar. Tras la
gasa, pudo adivinar la demacrada presencia de una figura
femenina, era la Pitia, la voz humana del dios Apolo, que
se disponía a celebrar sus divinos rituales: se acababa de
purificar bañándose con el agua de la fuente Castalia, un
manantial que debía su nombre a la joven muchacha que
se había arrojado en ella cuando huía del propio Apolo.
Ahora, la Pitia masticaba una hoja de laurel, mientras
permanecía sentada sobre el trípode adivinatorio de
la deidad, al lado del mismísimo ómphalos, el ombligo del
mundo.
Egeo volvió a formular la pregunta.
—¿Qué he de hacer, oh Pitia, voz divina de Apolo,
para tener descendencia? —y su voz retumbó en las
paredes de la gruta.
La Pitia, entonces, envuelta en los vapores que brotaban
del subsuelo a través de una grieta en la tierra, entró
en éxtasis y comenzó a agitarse, como si el dios mismo
la poseyera y se hiciera dueño de su cuerpo; se agitaba
febrilmente y pronunciaba palabras que Egeo apenas
podía comprender. Su voz parecía emerger de las profundidades
del Hades y Egeo entendió que verdaderamente
una fuerza sobrenatural hablaba por ella. Y entonces,
como si el dios hubiera decidido abandonar su
cuerpo, la Pitia dejó de emitir sonidos inconexos y se desplomó
desfallecida sobre el suelo de la cámara. El rey de
Atenas quiso ir hacia ella y descorrió ligeramente la gasa
que les separaba: la visión de la Pitia provocó en él un
estremecimiento. Lo que había sobre el suelo no era una
mujer, sino un despojo cadavérico envuelto en una túni-
ca del color del laurel. Parecía que sobre aquella mujer
se acumularan más de doscientos años de existencia.
Cuando fue a tocarla, una mano le retuvo.
—No lo hagas —escuchó decir al anciano guardián
del templo—. Ya has visto más de lo que un mortal ha
podido ver jamás. Ni siquiera nosotros, sus sacerdotes,
hemos visto jamás la Voz de Apolo... El dios quiso que
sus sacerdotes fueran ciegos.
—¡Pero no ha contestado a mi pregunta! ¡No ha dicho
ni una sola palabra que un hombre pudiera entender!
—contestó Egeo, aún estremecido ante la imagen
que acababa de contemplar—. ¡No ha respondido a mi
pregunta...!
—Apolo no responde; el dios advierte —y tendiéndole
una tablilla, añadió—: Y esto es lo que el dios te advierte:
ASKOU TON PROUKHONTA PODA MEGA PHERTATE LAON
ME LUSEIS PRIN DEMON ATHENEON EISAPHIKESTHAI
El Señor de Hombres tomó la tablilla y repitió lentamente
las palabras de la Pitia: «El cuello que sobresale
del odre, oh el mejor de los hombres, no lo desates hasta
llegar a Atenas».
—¿Que no desate el cuello del odre? ¡Por la sangre podrida
de la Hidra! ¿Qué quiere decir esto? —se atrevió a
blasfemar Egeo cuando, ya bien entrada la noche, estuvieron
lo bastante lejos del templo de Delfos como para
no excitar la ira del dios.
—Si así lo deseas, Señor de Hombres Egeo, podemos
ir a preguntarlo a algún otro oráculo, al de Lebadea,
por ejemplo... Al menos allí se manifiestan a través del
sueño —dijo Lykos, entre risas que fueron secundadas
por el resto.
—¿Por qué tan cerca? Podemos cabalgar unos doce
días más sin dormir hasta el oráculo de Zeus en Dodona
—prosiguió Esténelo—. El rumor de las hojas de
los árboles y el silbido del viento con el que Zeus contesta
es más fácil de comprender que los mensajes de la
Pitia.
—No creo que sea necesario —dijo a su vez Nykteo,
con rostro serio—. Creo haber averiguado el sentido del
oráculo.
—¿Sabes qué significan las extrañas palabras del
oráculo, Nykteo? Entonces, explícalas sin demora, y si tu
interpretación me parece convincente, te librarás de montar
guardia cuando nos detengamos a dormir —contestó
Egeo, mirándolo con un gesto de duda.
—El significado del oráculo es claro —comenzó a
decir Nykteo—: El dios ha dicho que no vuelvas a mear
hasta que lleguemos a Atenas —y rompió en una sonora
carcajada.
Todos celebraron el ingenio de Nykteo y golpearon
sus muslos con gran algarabía.
—Me parece, Nykteo —dijo el wánax, en venganza
por la broma que habían hecho a su costa—, que harás
guardia toda la noche, como tu propio nombre indica.
¿Ves cómo yo también sé interpretar las palabras?
Además, puedes empezar ahora mismo. Nos detendremos
aquí. Nos espera un duro viaje. Aún no volveremos
a Atenas.
A pesar del cansancio, ninguno de los tres guerreros
se atrevió a poner ninguna objeción a la decisión de su
wánax: ni siquiera osaron preguntarle cuál era el rumbo
que a partir del día siguiente tomarían. Él lo declararía
sin que se lo pidieran y, si prefería mantener calladas sus
intenciones, ya lo descubrirían cuando llegaran al lugar
de destino.
Así, bajo los pinos de un bosque que se encontraba
en la ruta hacia Tebas, la ciudad de Cadmo, tras despojarse
de sus vestimentas guerreras, el yelmo de colmillos
de jabalí y el grueso coselete de lino reforzado con láminas
de bronce, los cuatro jinetes se dispusieron a pasar la
noche al raso.
—¿Conocéis la historia de la fundación de Tebas, la
ciudad de las siete puertas? —dijo Esténelo, interrumpiendo
el murmullo de los árboles y los inquietantes graznidos
de las aves nocturnas.
—¿Y qué si la conocemos? —contestó Nykteo desde
su puesto de guardia—; nos la vas a contar de todos
modos. Es lo único que hacéis los viejos, contar tonterías
que no interesan a nadie.
—Deja que la cuente —intervino Egeo—. Es un buen
conjuro para que nos visite el dios de los sueños y podamos
dormir.
—Os contaré cómo se fundó Tebas. Yo no digo que
fuera así —comenzó a relatar Esténelo, el más veterano
de los lawagetas de Egeo—, sólo digo que lo cuento tal
y como a mí me lo contaron. Según dicen, Zeus, el padre
de dioses, se enamoró de Europa, la hija del rey Agenor,
y, para seducirla, fue hasta las playas de Fenicia y se
apareció ante ella bajo la forma de un hermoso y manso
toro. Zeus tomó esta figura para que la joven confiara en
él y se acercara sin temor...
—Esténelo, ¿no entiendes que somos tus compañeros,
guerreros aqueos, y no tus nietos? —interumpió
Nykteo.
—¿Por qué no te callas tú? —gritó Lykos, tumbado
junto a la hoguera—. ¡Me estaba quedando dormido y
me has despertado!
—Continuaré —dijo Esténelo—. El caso es que Europa
montó sobre el lomo del toro y éste se fue adentrando
en el mar poco a poco, sin que la muchacha lo
notara, hasta que hubieron avanzado tanto en las aguas
que la joven no pudo escapar. Así fue como Zeus la llevó
hasta algún lugar desconocido, donde yació con ella.
¿Queréis vino? Bueno, continuaré. Cuando Agenor supo
que su hija había desaparecido, envió a sus hijos a buscarla
por todos los rincones del mundo. Y a Cadmo le
correspondió venir hasta estas tierras que pisamos, junto
a sus hombres. ¿Adivinaréis qué hizo Cadmo? —se
detuvo un instante y volvió a beber—. Lo primero que
hizo fue consultar el oráculo de Apolo, como nosotros.
¡Ah, por eso me ha venido a la cabeza esta historia! ¡Se
acabaría el mundo antes de que supiérais qué le contestó
la Pitia...!
—Que no desatara el cuello del odre —sonrió Nykteo.
—Le dijo —continuó Esténelo, haciendo caso omiso
a la broma de Nykteo— que siguiera su camino hasta
que encontrara una vaca con una marca peculiar sobre
su lomo, dos lunas sobre sus ijadas; y le encomendó que
la siguiera y que, sobre el lugar que ésta se tumbara a descansar,
fundara una ciudad. Cadmo hizo lo que la voz
del dios le había indicado y, tras encontrar y seguir a la
vaca, llegó al lugar donde habría de fundar la ciudadela
de Tebas. Así que Cadmo y sus hombres trazaron con
un arado el contorno de la ciudad, marcando en él las
siete entradas sobre las que luego se levantaron las famosas
Siete Puertas de Tebas. Las habréis visto si habéis
estado allí.
Esténelo observó a sus compañeros, que lo miraban
como quien espera la conclusión de un cuento. El
viejo bebió de nuevo y continuó:
—Para consagrar la nueva ciudad a una divinidad,
como bien sabéis, tenían que hacer un sacrificio, pero
les faltaba el agua purificadora, así que Cadmo envió a
sus hombres a por ella. Éstos llegaron a un manantial
(algunos dicen que era la fuente Castalia), pero ocurrió
que estaba custodiado por la monstruosa serpiente del
dios de la guerra Ares. Esperad, esperad todavía un poco,
que ahora viene lo mejor. La serpiente devoró a todos
los soldados; sin embargo, Cadmo, advertido por la diosa
Atenea de lo que había ocurrido, dio muerte a la serpiente,
vengando así a sus compañeros. Siguiendo los
consejos de la diosa, Cadmo sembró los colmillos del
monstruo en la tierra y al instante brotaron de ella innumerables
guerreros completamente armados y dispuestos
a atacarle. Una vez más, la diosa se puso de parte
del fenicio y le dijo que arrojara piedras en medio de
ellos con el ánimo de confundirlos. Efectivamente, los
guerreros, desconcertados, creyeron que entre sí se estaban
lanzando piedras y se atacaron unos a otros hasta
que sólo quedaron en pie cinco de ellos, los Hombres
Sembrados, los antepasados de los tebanos que hoy habitan
la ciudadela. Luego ocurrirían muchas cosas, algunas
ciertamente maravillosas, como cuando Cadmo
tomó por esposa a una hija del dios Ares para reconciliarse
con él. Esa joven se llamaba Harmonía, pero la historia
de las bodas de Cadmo y Harmonía será para otra
ocasión...
—Pero... Esténelo —intervino nuevamente Nykteo—,
¿qué ocurrió con Europa? ¿La encontró o no la
encontró? ¿Qué fue de la hija de Agenor?
—Bueno, ésa es una historia... muy larga. Yo sólo
quería contar cómo se fundó Tebas. Quizá te lo cuente
cuando te interesen las historias de viejos.
Los otros dos guerreros ya habían caído en brazos
del sueño y había mucho camino que recorrer en la jornada
siguiente. Bajo el manto oscuro de la noche, sólo se
oían los rumores de sus criaturas más salvajes.

GIBRÁN KHALIL GIBRÁN - ARENA Y ESPUMA




GIBRÁN KHALIL GIBRÁN
ARENA Y ESPUMA
(1926)





Siempre estoy vagando en esta playa
Entre la arena y la espuma.
La marea borrará las huellas de mis pies
Y el viento esparcirá la espuma.
Pero el mar y la playa continuarán por siempre jamás.
Un día encerré en mi mano un poco de niebla.
Y al abrir el puño, ¡ay!, la niebla
Se había convertido en gusano.
Volvía cerrar y abrir el puño, y ¡Albricias!,
En mi palma había un pájaro.
Nuevamente cerré y abrí el puño, y
Vi que en mi palma había un hombre,
De pie, de rostro triste, que me observaba.
Y volví a cerrar el puño; al abrirlo,
No había más que niebla.
Pero escuché un canto de inenarrable dulzura.
Apenas ayer me sentía una partícula
Oscilando sin ritmo en la espera de la vida.
Ahora sé que soy la espera, y toda
La vida palpita en rítmicos fragmentos
En mi interior.
Me dicen, en su vigilia:
"Tú y el mundo en que vives no sois
Más que un grano de arena en la
Infinita playa de un mar infinito".
Y yo les digo, en mi sueño: "Soy
El mar infinito, y todas las palabras
No son más que granos de arena
En mi playa".
Sólo una vez me quedé sin palabras.
Fue cuando un hombre me preguntó:
"¿Quién eres?"
El primer pensamiento de Dios fue un ángel.
La primera palabra de Dios fue un hombre.
Fuimos criaturas ondulantes, vagarosas, ansiosas, un millón de años antes de que el
mar y el viento del bosque nos dieran palabras.
Ahora bien, ¿cómo podremos expresar lo muy antiguo que hay en nosotros, sólo con
los sonidos de nuestros recientes ayeres?
La esfinge habló sólo una vez, y dijo: "Un desierto es un grano de arena, y un grano
de arena es un desierto; y ahora, volvamos a guardar silencio".
Oí lo que dijo la Esfinge, pero no lo comprendí.
Una vez miré el rostro de una mujer y en, él vi a todos sus hijos aún no nacidos.
Y una mujer me miró a la cara, y conoció a todos mis antepasados, muertos antes de
que ella naciera.
Ahora me realizaría plenamente. Pero, ¿cómo, a menos que llegue yo a ser un
planeta con seres inteligentes que moren en él?
¿No es esta la meta de todos los hombres?
Una perla es un templo, construido por el dolor en torno a un grano de arena.
¿Qué ansiedad construye nuestros cuerpos, y en torno a qué granos?
Cuando Dios me arrojó, a mí, una piedrecilla, a este maravilloso lago, turbé la
superficie del agua con incontables círculos.
Pero cuando alcancé la profundidad, me quedé en gran quietud.
Dadme silencio y desafiaré a la noche.
Conocí mi segundo nacimiento cuando mi alma y mi cuerpo se amaron y casaron.
Una vez, conocí a un hombre de oído sumamente fino, pero mudo. Había perdido la
lengua en una batalla.
Ahora sé en qué batallas combatió ese hombre antes de llegar el gran silencio. Y me
alegré de que ese hombre estuviera muerto.
El mundo no es, suficientemente vasto para que cupiéramos él y yo.
Largo tiempo yací en el polvo de Egipto, silente, y ajeno a las estaciones.
Luego, el Sol me hizo nacer, me erguí, y caminé por las riberas del Nilo, cantando
con los días y soñando con las noches.
Y ahora, el Sol me persigue con mil pies, para que caiga nuevamente en el polvo de
Egipto.
Pero, ¡oíd la maravilla y el acertijo!: ni el Sol mismo, que unió mis elementos,
puede esparcirlos.
Aún estoy levantado, y mi pie es seguro; sigo caminando por las riberas del Nilo.
Recordarse es una manera de encontrarse.
El olvido es una forma de libertad.
Medimos el tiempo según el movimiento de incontables soles; y ellos miden el
tiempo con pequeñas máquinas que llevan en los bolsillos.
Ahora, decidme: ¿cómo podremos reunirnos alguna vez, en el mismo sitio y a la misma
hora?
El Espacio no representa espacio alguno entre la Tierra y el Sol, para quien mira desde
las ventanas de la Vía Láctea.
La humanidad es un río de luz, que corre desde la ex eternidad hasta la eternidad.
¿No envidian los espíritus que moran en el éter el dolor del hombre?
Camino a la Ciudad Santa, encontré a otro peregrino, y le pregunté
-¿Es éste verdaderamente el camino hacia la Ciudad Santa?
Y aquel peregrino me dijo:
-Sígueme, y llegarás a la Ciudad Santa dentro de un día y una noche.
Y lo seguí. Y caminamos muchos días y muchas noches, pero llegamos a la Ciudad
Santa.
Y lo que más me asombró fue que aquel peregrino se enojara conmigo, por haberme
desorientado.
¡Oh, Dios!, hazme presa del león, antes de que hagas que el conejo sea mi presa.
No se puede llegar al alba, sino por el sendero de la noche.
Mi casa me dice: -No me dejes, aquí mora tu pasado.
Y el camino me dice: -Ven, y sígueme, soy tu futuro.
Y yo digo, tanto a mi casa como al camino:
-Yo no tengo pasado ni futuro. Si me quedo aquí, hay un deseo de marcharme, en mi
estancia; y si voy allá, hay un deseó de estancia en mi partida. Sólo el amor y la muerte
transforman todas las cosas.
¿Cómo perder la fe en la justicia de la vida, si los sueños de quienes duermen sobre
plumas no son más hermosos que los sueños de quienes duermen sobre la tierra?
Es extraño, pero el deseo de algunos placeres forma parte de mi dolor.
Siete veces he despreciado a mi alma:
La primera vez, cuando la vi desfalleciente, y debía llegar a las alturas.
La segunda vez, cuando la vi saltar ante un inválido.
La tercera vez cuando le dieron a elegir entre lo arduo y lo fácil, y escogió lo fácil.
La cuarta vez, cuando cometió una falta y se consoló pensando que los demás también
cometen faltas.
La quinta vez, cuando se abstuvo por debilidad, y atribuyó su paciencia a la fortaleza.
La sexta vez, cuando despreció un rostro feo, sin saber que tal rostro era una de sus
propias máscaras.
Y la séptima vez, cuando entonó un canto de alabanza, y lo consideró una virtud.
Ignoro la verdad absoluta. Pero soy humilde ante mi ignorancia, y en ello residen mi
honor y mi recompensa.
Hay un espacio entre la imaginación y los logros del hombre que sólo puede atravesar
su ansiedad.
El paraíso está ahí, detrás de esa puerta, en la habitación contigua; pero he perdido la
llave.
O acaso únicamente la haya extraviado.
Tú eres ciego, y yo soy sordomudo, así que, toquémonos las- manos, y
comprendámonos.
La importancia del hombre no reside en lo que logra, sino en lo que ansía lograr.
Algunos hombres somos como tinta, y otros somos como papel.
Y si no fuera por la negrura de unos, algunos seríamos mudos.
Y si no fuera por la blancura de unos, otros seríamos ciegos.
Dadme un oído y os daré una voz.
Nuestra mente es una esponja; nuestro corazón un río. ¿No es extraño que a la mayoría
nos guste más succionar que correr?
Cuando ansiáis bendiciones que no podéis nombrar, y cuando pensáis sin saber la
causa, entonces, verdaderamente, estáis crecie ndo con todo lo que crece, y elevándoos
hacia vuestro yo superior.
Cuando alguien está embriagado con una visión, cree que la vaga expresión de ella es
el vino mismo.
Bebéis vino para embriagaros; y yo bebo vino para que me desintoxique de aquel otro
vino...
Cuando mi copa está vacía, me resigno a su vaciedad; pero cuando está a la mitad, me
duele que no esté llena.
La realidad de la otra persona no está en lo que te revela, sino en lo que no puede
revelarte.
Por lo tanto, si quieres entender a esa otra persona, no escuches lo que dice, sino lo que
calla.
La mitad de lo que digo carece de significado; pero lo digo, para que la otra mitad
pueda llegar a ti.
El sentido del humor es el sentido de la proporción.
Mi soledad nació cuando los hombres elogiaron mis parlanchinas faltas, y censuraron
mis calladas virtudes.
Cuando la Vida no encuentra a un filósofo que cante al corazón de la Vida, produce un
filósofo que habla de la mente de la Vida.
Una verdad hay que conocerla siempre, y sólo a veces hay que decirla.
Lo real, en nosotros, guarda silencio. Lo adquirido es lo que habla mucho.
La voz de la Vida, en mí; no puede llegar al oído de la Vida, en ti: pero hablemos, para
que no nos sintamos solos. Al hablar dos mujeres, no dicen nada; cuando una mujer
habla, revela todo lo de la vida.
La voz de las ranas acaso sea más intensa que la del buey, pero, las ranas no pueden
tirar del arado en el campo, ni mover la rueda del molino, y con las pieles de las ranas no
se pueden hacer zapatos.
Solamente los mudos envidian al parlanchín.
Si dijera el Invierno: "La Primavera está en mi corazón", ¿creerías al Invierno?
Toda semilla es un anhelo.
Si abrieras realmente los ojos, y vieras, verías tu imagen en todas las imágenes.
Y si abrieras tus oídos para oír, oirías tu propia voz en todas las voces.
Para descubrir la verdad, se necesitan dos personas; una, para decirla, y otra, para
escucharla.
Aunque las ondas de las palabras están siempre sobre nosotros, en nuestra profundidad
siempre reina el silencio.
La abundancia de doctrina es como el cristal de una ventana; vemos a través, pero nos
separa de la verdad.
Ahora, juguemos al escondite. Si te escondes en mi corazón, no será difícil encontrarte.
Pero si te escondes tras tu concha, será en vano que te busq uen.
La mujer puede ocultar su verdadero rostro tras el velo de una sonrisa.
¡Qué noble es el corazón apesadumbrado que acepta entonar una alegre canción en
compañía de corazones alegres! Quien lograra entender a una mujer, o describir el genio,
o descifrar el misterio del silencio, sería un hombre que, al despertar de un hermoso
sueño, podría disfrutar tranquilamente de su desayuno.
Quiero caminar junto a los que caminan. No quiero permanecer inmóvil, contemplando
la procesión.
A quien te sirve, le debes algo más que oro; dale una parte de tu corazón, o tus
servicios.
No; no hemos vivido en vano; ¿no han construido ellos torres con nuestros huesos?
No seamos limitados y discursivos. La mente del poeta y la cola del escorpión se
yerguen gloriosamente desde la misma tierra.
Todo dragón da el ser a un San Jorge, que lo mata.
Los árboles son poemas que escribe la tierra en el cielo. Los abatimos y los
transformamos en papel, para consignar en él nuestro vacío interior.
Si quieres escribir (y sólo los santos saben por qué lo harías) debes tener conocimiento,
arte y magia: conocimiento de la música de las palabras, el arte de ocultar tu arte y la
magia de amar a tus posibles lectores.
Algunos mojan la pluma en nuestros corazones, y creen que están inspirados.
Si un árbol escribiera su autobiografía, ésta no sería diferente de la historia de toda una
raza.
Si se me diera a elegir entre la capacidad de escribir un poema, y el éxtasis de un poema
no escrito, elegiría el éxtasis. Es mejor poesía.
La poesía no es opinión explícita. Es una canción que surge de una herida sangrante o
de una boca sonriente.
Las palabras son intemporales. Debes pronunciarlas o escribirlas, recordando que son
intemporales.
Un poeta es un rey destronado que se sienta entre las cenizas de su palacio, tratando de
formar una imagen con esas cenizas.
La poesía es labor de gozo, dolor y maravilla, con sólo algún signo del diccionario.
En vano buscará un poeta a la madre de los cantos de su propio corazón.
Una vez le dije a un poeta: -No sabremos lo que vales, hasta que mueras.
Y me contestó: -Sí; la muerte es la gran reveladora. Y si en verdad sabes lo que valgo
cuando yo muera, es que habré tenido más poesía en mi corazón que en mi lengua, y más
en mi deseo, qué en la mano.
Si cantas a la belleza, aunque estés solo en el corazón de un desierto, tendrás público.
La poesía es sapiencia que encanta al corazón.
La, sapiencia es poesía que canta en la mente.
Si pudiéramos encantar el corazón del hombre, y al mismo tiempo cantar en su mente,
en verdad viviríamos a la sombra de Dios.
La inspiración siempre cantará; nunca dará explicaciones.
A menudo entonamos canciones de arrullo a nuestros hijos, para poder dormir nosotros.
Todas nuestras palabras no son sino migajas que caen del banquete del intelecto.
Pensar es siempre el escollo máximo de la poesía.
El mayor poeta es el que canta nuestros silencios.
¿Cómo podrás cantar, si tu boca está llena de comida? ¿Cómo podrá alzarse tu mano
para bendecir, si está llena de oro?
Dicen que el ruiseñor se hiere el pecho con una espina cuando entona su canción de
amor.
Y todos hacemos lo mismo. ¿De qué manera podríamos cantar?
El genio no es más que el ritmo de un jilguero al principio de una lenta primavera.
Ni los más alados espíritus pueden escapar de las necesidades físicas.
Un loco no es menos músico que tú o que yo; lo que sucede es que el instrumento en
que toca está algo desafinado.
La canción que alienta silenciosa en el corazón de una madre, canta en los labios de su
hijo.
Ningún anhelo puro quedará insatisfecho.
Nunca he podido ponerme de acuerdo con mi otro yo. La verdad parece estar entre él y
yo.
Tu otro yo siempre se compadece de ti. Pero tu otro yo crece en la compasión, así que
todo está bien.
La pugna entre alma y cuerpo sólo existe en las mentes de aquellos cuyas almas están
dormidas y cuyos cuerpos están desafinados.
Cuando llegues al corazón de la vida, descubrirás belleza en toda cosa; incluso en los
ojos ciegos a la belleza.
Vivimos sólo para descubrir la belleza. Todo lo demás es una forma de la espera.
Siembra una semilla y te dará una flor. Eleva tu sueño al cielo y te devolverá al ser
amado.
El Demonio murió el mismo día que naciste. Ahora, no tienes que pasar por el infierno
para conocer a un ángel.
Muchas mujeres toman prestado el corazón de un hombre; muy pocas pueden poseerlo.
Si quieres poseer, no puedes reclamar.
Cuando un hombre toca la mano de una mujer, ambos tocan el corazón de la eternidad.
El amor es el velo entre los que se aman.
Todo hombre ama a dos mujeres: la que ha creado en su imaginación, y la que todavía
no ha nacido.
Los hombres que no perdonan a las mujeres sus pequeños defectos nunca gozarán
con sus grandes virtudes.
El amor que no se renueva cada día, se vuelve un hábito y una esclavitud.
Los amantes abrazan lo que está entre ellos,. más que abrazarse uno al otro.
El amor y la duda nunca han armonizado.
El amor es una palabra luminosa, escrita por una mano luminosa, en una página
luminosa.
La amistad es siempre una dulce respo nsabilidad, nunca una oportunidad.
Si no comprendes a tu amigo en toda circunstancia, jamás lo entenderás.
Tu más radiante traje fue tejido por otro. Tu alimento más sabroso es el que comes
en la mesa de otra persona.
Tu lecho más cómodo es el de la casa de otra persona. Ahora, dime: ¿cómo puedes
separar tu ser interior de las demás personas?
Tu mente y mi corazón no se pondrán de acuerdo hasta que tu mente deje de vivir
entre números, y mi corazón, en la niebla.
No llegaremos a entendernos tú y yo hasta que reduzcamos el lenguaje a siete
palabras.
¿Cómo podrá abrirse mi corazón, a menos que se rompa?
Sólo una gran tristeza o una gran alegría pueden revelar tu verdad.
Y si revelas tu verdad, debes, o danzar al sol, o llevar tu cruz.
Si la Naturaleza se detuviera a escuchar todo lo que decimos acerca de nuestra
satisfacción, ningún río buscaría el mar, y ningún invierno se tornaría primavera. Y si
escuchara la Naturaleza todo lo que decimos acerca del ahorro, ¿cuántos de nosotros
estaríamos respirando este aire?
Cuando das la espalda al sol, no ves más que tu sombra.
Eres libre a la luz del sol y libre ante la estrella de la noche.
Y eres libre cuando no hay sol, ni luna, ni estrellas. Incluso eres libre cuando cierras
los ojos a todo lo que existe.
Pero eres esclavo de quien amas, por el hecho mismo de amarlo.
Y eres esclavo de quien te ama, por el hecho mismo de dejarte amar.
Todos somos mendigos a la puerta del templo y todos recibimos nuestra parte de la
riqueza del rey, arando éste entra en el templo, y cuando sale de él.
Pero nos envidiamos unos a otros, lo cual es otra manera de rebajar al rey.
No puedes consumir más allá de tu apetito. La otra mitad de la hogaza de pan
pertenece a otro, y debe quedar otro poco de pan para el huésped inesperado.
Si no fuera por los huéspedes, todas las casas serían tumbas.
Un magnánimo lobo dijo a una humilde oveja: -¿Te servirías honrar mi casa con tu
visita?
Y la oveja respondió: -Hubiéramos tenido un gran honor en visitar tu casa, si no
fuera por tu estómago...
Detuve a mi invitado en el umbral de mi casa, y le dije: -No, no te limpies los pies
al entrar, sino al salir.
La generosidad no estriba en que me des lo que necesito más que tú, sino en que me des
lo que tú necesitas más que yo.
En verdad sois caritativos cuando dais, y cuando al dar, volvéis el rostro para no ver la
timidez de quien recibe.
La diferencia entre el hombre más rico y el más pobre no es sino un día de hambre y
una hora de sed.
A menudo pedimos prestado a nuestro mañana, para pagar las deudas de nuestros
ayeres.
A mí también me visitan ángeles y demonios, pero me deshago de ellos.
Cuando es un ángel, recito una vieja oración, y el ángel se aburre.
Cuando es un demonio, cometo un viejo pecado, y el demonio se aleja de mí.
Después de todo, no es esta una mala prisión; pero no me gusta éste muro entre mi
celda y la del recluso de al lado.
Sin embargo, os aseguro que no es mi intención hacer reproches, ni al alcalde, ni al
Constructor de la prisión.
Los que te dan una serpiente cuando les pides un pescado, acaso no tengan más que
serpientes. Por lo tanto, si esto te dan, es generosidad de parte de ellos.
El engaño tiene éxito a veces, pero siempre termina por suicidarse.
En realidad sabes perdonar cuando perdonas a los asesinos que nunca derraman sangre,
a los ladrones que nunca roban y a los mentirosos que jamás dicen una falsedad.
Quien pueda poner el dedo en la línea que separa el bien del mal, es el que podrá tocar
la orla de la túnica de Dios.
Si tu corazón es un volcán, ¿cómo esperas que florezcan rosas en tus manos?
¡Qué extraña forma de autocomplacencia! Hay veces en que me hacen daño y me
engañan, y río a expensas de quienes creen que no me doy cuenta de que me hacen daño
y me engañan.
¿Qué diré de aquel perseguidor que representa el papel de perseguido?
Deja que el que se limpia las manos sucias en tu traje se lleve ese traje. Quizás él, lo
necesite alguna vez; tú seguramente no.
Es una lástima que los cambistas no puedan ser buenos jardineros.
Por favor, ¡no blanquees tus defectos congénitos con tus virtudes adquiridas! Prefiero
tus defectos; son como los míos.
¡Qué a menudo me he atribuido crímenes que nunca cometí, para que la otra persona se
sintiera cómoda en mi presencia!
Incluso las máscaras de la vida son máscaras de un misterio más profundo.
Puedes juzgar a los demás sólo según el conocimiento que tengas de ti mismo.
Dime, ahora: ¿quién de nosotros es culpable, y quién, inocente?
El verdadero justo es aquel que se siente culpable, a medias, de tus faltas.
Sólo el idiota y el genio infringen la ley hecha por el hombre; y son los que están más
cerca del corazón de Dios.
Sólo cuando te persiguen te haces veloz.
No tengo enemigos, ¡oh Dios!, pero si es preciso que tenga un enemigo, que su
fuerza sea igual á la mía, y que sólo la verdad triunfe.
Serás bastante buen amigo de tu enemigo actual, cuando ambos mueran.
Es posible que un hombre se suicide en defensa propia.
Hace mucho vivió un Hombre al que crucificaron por amar demasiado, y por ser
demasiado adorable.
Y aunque os parezca extraño, ayer me encontré con él, tres veces.
La primera vez, Él pedía a un policía que no se llevara a una prostituta a la cárcel; la
segunda vez, bebía en compañía de un forajido; y la tercera vez, estaba boxeando con
un promotor de peleas, en el interior de una iglesia.
Si todo lo que dicen del bien y del mal fuera cierto, toda mi vida no sería más que
un largo y constante crimen.
La piedad o conmiseración, es justicia a medias.
El único que ha sido injusto conmigo es aquel con cuyo hermano he sido injusto.
Cuando veas que a un hombre lo llevan a prisión, di en tu corazón: "Acaso escape
de una prisión más estrecha". Y cuando veas a un hombre ebrio, di en tu corazón:
"Acaso trate de escapar de algo aún menos bello".
Muchas veces he odiado en defensa propia; pero si fuera yo más fuerte, no habría
utilizado un arma tan vil.
¡Qué tonto es el que quiere ocultar el odio que asoma por sus ojos con la sonrisa de
sus labios!
Sólo quienes se sientan por debajo de mí podrán envidiarme u odiarme.
Nunca me han envidiado ni odiado; no estoy por encima de nadie.
Sólo quienes se sientan por encima de mí podrán elogiarme o vituperarme.
Nunca me han elogiado ni minimizado; no estoy por debajo de nadie.
Cuando me dices: "No te comprendo", es un elogio que va más allá de mi valer y un
insulto que no mereces.
¡Qué mezquino soy cuando la Vida me da oro, y te doy plata, y todavía me
considero generoso!
Cuando llegues al corazón de la Vida, sabrás que no estás por encima del felón, ni
por debajo del profeta.
Es extraño que te conduelas del lento de pies, y no del lento de intelecto.
Y que tengas lástima del ciego, y no del de corazón ciego.
Es sensato que el cojo no rompa sus muletas en la cabeza de su enemigo.
¡Qué ciego es el que te deja algo de su bolsillo, para poder tomar algo de tu
corazón!
La Vida es una procesión. El de pies lentos la considera demasiado veloz, y se
aparta de ella.
Y el de pies veloces la encuentra demasiado veloz, y también se aparta de ella.
Si existe lo que llaman "pecado", algunos de nosotros lo cometemos siguiendo los
pasos de nuestros antepasados.
Y otros lo cometemos adelantándonos, siendo demasiado exigentes con nuestros
hijos.
El hombre verdaderamente bueno es aquel que es uno con todos los considerados
malos.
Todos somos reclusos de alguna prisión, pero algunos estamos en celdas con ventanas,
y otros no.
Es extraño que todos defendamos nuestros errores con más ahínco que nuestros
derechos.
Si unos a otros nos confesáramos en voz alta nuestros pecados, todos reiríamos unos de
otros, de nuestra falta de originalidad.
Y si nos reveláramos unos a otros nuestras virtudes, también reiríamos por la misma
causa.
Un individuo está por encima de las leyes hechas por el hombre hasta que comete un
crimen contra las convenciones humanas.
Después de eso, ya no está, ni por encima de nadie, ni por debajo de nadie.
El Gobierno es un acuerdo entre tú y yo. Y, a menudo, tú y yo nos equivocamos.
El crimen es, u otro nombre de la necesidad, o bien un aspecto de la enfermedad.
¿Hay falta mayor que estar consciente de las faltas de los demás?
Si la otra persona se ríe de ti, puedes tenerle lástima; pero si tú te ríes de esa persona,
acaso nunca te lo perdones. Si la otra persona te hiere, puedes perdonarla. Pero si eres tú
el que hiere, siempre lo recordarás.
En verdad la otra persona es tu yo más sensible, al que se le ha dado otro cuerpo.
¡Qué atolondrado eres cuando quieres que los hombres vuelen con tus alas y ni siquiera
puedes darles una pluma!
Una vez un hombre se sentó a mi mesa, comió mi pan y bebió mi vino, y al marcharse
hizo mofó de mí.
Luego, el mismo hombre acudió a mí nuevamente, en busca de pan y vino, y lo
rechacé.
Y los ángeles se rieron de mí.
El odio es una cosa muerta. ¿A quién de vosotros le gustaría ser una tumba?
El honor del asesinado estriba en no ser el asesino.
La tribuna de la humanidad reside en su silente corazón; nunca en su parlanchina
mente.
Me juzgan loco porque no vendo mis días por oro.
Y yo los juzgo locos, porque piensan que mis días tienen precio.
Ellos despliegan frente a nosotros sus tesoros de oro y plata, de marfil y de ébano, y
nosotros desplegamos ante ellos nuestros corazones y nuestros espíritus.
Sin embargo, ellos piensan que son anfitriones, y nosotros los huéspedes.
Sería yo el último entre los hombres que sueñan, y que tienen el deseo de realizar sus
sueños, y no el más encumbrado, sin sueños ni deseos.
El hombre más digno de lástima es el que convierte sus sueños en oro y plata.
Todos vamos subiendo hacia la cumbre del deseo de nuestro corazón. Si tu vecino, al
subir, te roba tu talego y tu bolsa, y con ello agrega peso a su carga, debes tener piedad de
él.
Porque la subida será más ardua para su carne, y la carga alargará su camino.
Y si tú, en tu ligereza, ves que jadea ese ladrón y que su carne flaquea al subir,
ayúdalo un poco; así serás más veloz.
No puedes juzgar a ningún hombre más allá de tu conocimiento de ese hombre. ¡Y
cuán reducido es tu conocimiento!
No escucharía al conquistador que predice a los conquistados.
El verdadero hombre libre es el que soporta el peso de su cadena con paciencia.
Mi vecino me dijo hace mil años: -Odio la vida, porque no es sino motivo de dolor.
Y ayer, al pasar por el cementerio, vi a la Vida bailando sobre su tumba.
La lucha, en la Naturaleza, no es sino desorden, ansioso de orden.
La soledad es una callada tempestad que rompe y derriba todas nuestras ramas
muertas, pero que envía nuestras raíces vivas a mayor profundidad en el viviente
corazón de la viviente tierra.
Una vez hablé del mar a un arroyuelo, y el arroyuelo pensó que mi imaginación
exageraba.
Y en otra ocasión hablé del arroyuelo al mar, y el mar pensó que yo era un
despreciativo difamador.
¡Qué estrecha es la visión que exalta la laboriosidad de la hormiga por encima del
canto del grillo!
Es posible que la más alta virtud aquí, sea la menor, en otro mundo.
Lo hondo y lo alto son a la profundidad o a la altura, sólo lo espacioso puede
moverse en círculos.
Si no fuera por nuestra noción de las pesas y las medidas, nos quedaríamos atónitos
ante la luciérnaga, como ante el Sol.
Un científico sin imaginación es un carnicero, con cuchillos mellados y balanzas
desequilibradas.
Pero, ¿qué hacer? No todos somos vegetarianos.
Cuando cantas, el hambriento te escucha con el estómago..
La muerte no está más cerca del anciano que del recién nacido; tampoco la vida.
Si de veras tienes que ser franco, hazlo humanamente; si no, guarda silencio, porque
en nuestro barrio hay un hombre que está muriendo.
Acaso un funeral entre hombres sea una celebración de bodas entre ángeles.
Una realidad olvidada puede morir, y dejar en su testamento mil hechos y
realidades, para que se gasten en su funeral y en la construcción de su tumba.
En realidad, sólo hablamos para nosotros mismos, pero a veces hablamos en voz
suficientemente alta, para que los demás puedan oírnos.
Lo evidente es eso que no se ve si no se expresa con sencillez.
Si la Vía Láctea no estuviera dentro de mí, ¿cómo hubiera podido verla o conocerla?
A menos que sea yo un físico entre físicos, nadie creerá que soy astrónomo.
Acaso la definición del mar, respecto a la concha, sea la perla.
Y acaso la definición del tiempo, respecto al carbón, sea el diamante.
La fama es la sombra de la pasión que se yergue a la luz.
Una raíz es una flor que desprecia la fama.
No hay religión ni ciencia más allá de la belleza.
Todo gran hombre que he conocido tenía alguna pequeñez; y fue esa pequeñez la
que impidió que el gran hombre se volviera inactivo, o loco, o que se suicidara.
El verdadero gran hombre es el que no se enseñorea de nadie, ni permite que nadie
lo domine.
No creeré que el hombre es mediocre, simplemente porque mata a los criminales y a
los profetas, enfermo de arrogancia.
La tolerancia es amor.
Los gusanos volverán; pero ¿no es extraño que hasta los elefantes yazgan en la
tierra?
Un desacuerdo puede ser el más corto atajo entre dos mentes.
Soy la llama y la mecha; y una parte de mí mismo consume la otra.
Todos vamos en pos de la, cumbre de la montaña sagrada; pe ro, ¿no sería más corto
nuestro camino si consideráramos el pasado un mapa, y no una guía?
La sabiduría deja de ser sabiduría cuando es demasiado orgullosa para llorar,
demasiado grave para reír y demasiado llena de sí misma para buscar a los demás.
Si me llenara de todo lo que sabes, ¿qué espacio quedaría para todo lo que no sabes?
He aprendido a callar de los parlanchines; a tolerar de los intelectuales, y a ser
bondadoso de los duros de corazón. No obstante, es extraño que no sienta gratitud
hacia tales maestros.
Un fanático es un orador más sordo que una tapia.
El silencio del envidioso produce demasiado ruido.
Cuando llegues al final de lo que debes ser, estarás al principio de lo que debes
sentir.
Una exageración es una verdad que ha perdido la compostura.
Si sólo puedes ver lo que revela la luz, y oír solamente lo que anuncia el sonido,
entonces, en verdad, ni ves, ni oyes.
Un hecho es una verdad asexuada.
No puedes reír y ser despiadado al mismo tiempo.
Los más cercanos a mi corazón: un rey sin reino y un pobre que no sabe mendigar.
Un tímido fracaso es más noble que un éxito inmodesto.
Cava en cualquier parte de la tierra y hallarás un tesoro. Pero debes cavar con la fe
del campesino.
Dijo una zorra a la que seguían veinte jinetes y una jauría de veinte perros: -Por
supuesto, me alcanzarán y me matarán. Pero, ¡qué torpes son! Seguramente, no
valdría la pena que veinte zorras, montadas en veinte asnos y acompañadas por veinte
lobos, cazaran y mataran a un hombre.
Es la mente la que se pliega a las leyes que hemos hecho, pero nunca el espíritu que
mora en nosotros.
Soy un viajero y navegante, y cada día descubro una nueva región de mi alma.
Una mujer protestó, diciendo:
-¡Por supuesto que fue una guerra justa! ¡Mi hijo cayó en ella!
Dije a la Vida: -Me gustaría oír hablar a la Muerte.
Y la Vida levantó la voz un poco más, y dijo: -La estás oyendo ahora mismo.
Cuando hayas resuelto todos los misterios de la vida, anhelarás la muerte, porque
ésta no es sino otro misterio de la vida.
El nacimiento y la muerte son las más nobles expresiones de la osadía.
Amigo mío, tú y yo seguiremos siendo ajenos a la vida, y ajenos el uno al otro, y
cada cual ajeno a sí mismo, hasta el día en que hables y yo te escuche, considerando
que tu voz es mi propia voz. Y hasta el día en que yo esté de pie frente a ti y piense
que estoy frente a un espejo.
Me dicen: -Si te conocieras a ti mismo, conocerías a todos los hombres.
Y yo digo: -Sólo cuando busque el conocimiento de todos los hombres, me conoceré
a mí mismo.
El hombre es dos hombres: uno de ellos está despierto en la oscuridad, otro dormido
en la luz.
Un ermitaño es aquel que renuncia al mundo de los fragmentos, para poder gozar
del mundo, plenamente, y sin interrupción.
Hay un prado verde entre el sabio universitario y el poeta; si el sabio lo cruza, se
convierte en verdadero sabio; si el poeta lo cruza, llega a ser profeta.
Ayer vi a unos filósofos en el mercado, que llevaban sus cabezas en cestos, y
gritaban: - ¡Sabiduría! ¡Se vende sabiduría!
¡Pobres filósofos! ¡Necesitan vender sus cabezas para poder alimentar sus
corazones!
Dijo un filósofo a un barrendero: -Me inspiras lástima; tu trabajo es arduo y sucio.
Y el barrendero de calles le respondió: -Gracias, señor. Pero, decidme, ¿cuál es
vuestro trabajo?
Y el filósofo le contestó: -Estudio la mente del hombre, sus actos y deseos.
El barrendero siguió con su trabajo y dijo, sonriendo: -También me inspiras lástima.
Aquél que escucha la verdad no es inferior al que dice la verdad.
Ningún hombre puede trazar la línea que separa lo necesario de lo superfluo.
Solamente los ángeles pueden hacerlo, y los ángeles son sabios y pensativos.
Es posible que los ángeles sean nuestros mejores pensamientos, que vagan en el
espacio.
El verdadero príncipe es aquel que encuentra su trono en el corazón del derviche.
La generosidad consiste en dar más de lo que puedes, y el orgullo, en tomar menos
de lo que necesitas.
En verdad, no debes nada a ningún hombre en particular. Lo debes todo, a todos los
hombres.
Todos los que han vivido en el pasado, viven ahora con nosotros. Y seguramente
ninguno de nosotros sería un anfitrión poco atento...
Aquel que anhela más, vive más.
Me dicen: "Más vale pájaro en mano, que ciento volando".
Pero yo digo: "Un pájaro y un plumaje en vuelo, vale más que ciento en la mano".
Buscar ese plumaje en vuelo es buscar la vida con pies alados; es más, tal búsqueda
es la vida misma.
Sólo hay dos elementos en la vida: la belleza y la verdad. Belleza, en los corazones
de los amantes; verdad, en los brazos de los labradores.
La gran belleza me extasía, pero una belleza aún mayor me libera, incluso de mí
mismo.
La belleza brilla más en el corazón del que anhela, que en los ojos de quien la
contempla.
Admiro al hombre que me revela su mente; honro a quien me revela sus sueños.
Pero, ¿por qué me siento cohibido y hasta un poco humillado, ante quien me sirve?
Los bien dotados, en otras épocas se enorgullecían de servir a los príncipes.
Ahora, consideran un honor servir a los pobres.
Los ángeles saben que muchísimos hombres prácticos se ganan el pan con el sudor
de la frente del soñador.
El ingenio es, a menudo, una máscara. Si pudieras quitársela al ingenioso,
descubrirías, o un genio irritado, o un talento juguetón.
El comprensivo me atribuye capacidad de comprensión y el hastiado me considera
aburrido. Creo que ambos están en lo cierto.
Sólo quienes tienen secretos en sus corazones pueden adivinar los secretos de
nuestros corazones.
Aquel que comparte tu placer, pero no comparte tu dolor, perderá la llave de una de
las siete puertas del Paraíso.
Sí; hay un Nirvana; consiste en llevar tus ovejas a un verde pastizal, y en llevar a tu
hijo a la cama, y en escribir la última línea de tu poema.
Elegimos nuestras alegrías y nuestras penas mucho antes de sentirlas.
La tristeza no es más que una pared entre dos jardines.
Cuando tu alegría o tu tristeza se vuelven grandes, el mundo se vuelve pequeño.
El deseo es la mitad de la vida; la indiferencia, la mitad de la muerte.
Lo más amargo de nuestra pena de hoy es el recuerdo de la alegría de ayer.
Me dicen: "Tienes que elegir entre los placeres de este mundo y la paz del otro
mundo".
Y yo les digo: "He elegido, tanto los placeres de este mundo, como la paz del otro
mundo. Porque sé en mi corazón que el Supremo Poeta no escribió sino un poema, de
cadencia perfecta, y de rima perfecta".
La fe es un oasis en el corazón, al que nunca llegará la caravana del pensar.
Cuando llegues a lo más alto de ti mismo, sólo desearás por desear; y sólo tendrás
hambre por el hambre misma; y tendrás sed de una sed mayor.
Si revelas tus secretos al viento, no debes culpar al viento por revelarlos a los árboles.
Las flores de la primavera son los sueños del invierno, narrados en la mesa del
desayuno de los ángeles.
Un zorrillo dijo a un nardo:
-Mira cuán velozmente corro, mientras que tú no puedes caminar y ni siquiera
arrastrarte.
Y contestó el nardo al zorrillo:
-¡Oh muy noble y veloz corredor, por favor, corred velozmente!
Las tortugas pueden decirnos más acerca de los caminos que las liebres.
Es extraño que las criaturas sin columna vertebral tengan las conchas más duras.
El más parlanchín es el menos inteligente, y casi no hay diferencia entre el orador y el
director de subastas.
Agradece que no tengas que vivir del renombre de un padre, ni de la riqueza de un tío.
Pero, más que nada, agradece que ninguno tenga que vivir de tu renombre, ni de tu
riqueza.
Un malabarista sólo me atrae cuando falla al atrapar una pelota.
El envidioso me alaba, sin saberlo.
Por mucho tiempo fuiste un sueño en el sueño de tu madre, luego despertó y te dio el
ser.
El germen de la raza estaba en el anhelo de tu madre.
Mi padre y mi madre deseaban un hijo, y me procrearon. Y yo deseé una madre y un
padre, y engendré la noche y el mar.
Algunos de nuestros hijos son nuestras justificaciones, y otros no son sino nuestros
remordimientos.
Cuando llegue la noche y tú también estés oscuro, reposa en la cama y acepta estar
oscuro.
Y cuando llegue la mañana y todavía estés oscuro levántate, y di voluntariamente al
día: "Todavía estoy oscuro". Es tonto representar un papel ante el día y ante la noche.
Ambos se reirán de ti.
La montaña envuelta en bruma no es una colina; un roble bajo la lluvia no es un sauce
llorón.
He aquí una paradoja: lo hondo y lo alto están más cerca uno del otro, que lo que lo está
el nivel medio.
Cuando estuve frente a ti, como un nítido espejo, miraste dentro de mí y viste tu propia
imagen.
Luego, dijiste: -Te amo.
Pero, en verdad, te amaste a ti misma, en mí.
Cuando disfrutas amando a tu prójimo, el amor deja de ser una virtud.
El amor que no está brotando continuamente, está muriendo continuamente.
No puedes tener juventud y conciencia de ella, al mismo tiempo; porque la juventud
está demasiado ocupada en vivir, para saber, y el conocimiento está demasiado ocupado
en buscarse a sí mismo, para vivir.
Acaso te sientes a la ventana a observar a los transeúntes. Y al observar, acaso veas, a
tu mano derecha, a una monja que pasa, y a tu izquierda, a una prostituta.
Y acaso, en tu ingenuidad, digas: " ¡Qué noble es una, y qué innoble la otra!"
Pero debieras cerrar los ojos, y seguramente escucharías una voz que susurra en el éter:
-Una de ellas me busca en la oración, y la otra, en el dolor. Y en el espíritu de cada una
de ellas hay una reverencia para mi Espíritu.
Una vez cada cien años, Jesús el Nazareno se reúne con el Jesús de los cristianos en un
jardín, entre los cedros del Líbano. Y hablan largamente; a cada vez, Jesús el Nazareno se
despide del Jesús de los cristianos, diciendo: "Amigo mío, temo que nunca, nunca, nos
pondremos de acuerdo".
¡Que Dios alimente a los demasiado opulentos!
Todo gran hombre tiene dos corazones: el uno sangra y el otro late con clemencia.
Si alguien dice una mentira que no te hiere a ti, ni a nadie más, ¿por qué no decir que la
casa de sus hechos es demasiado pequeña para sus fantasías, y que tiene que salir de ella,
en busca de mayor espacio?
Tras toda puerta cerrada hay un misterio sellado con siete sellos.
La espera son los cascos del caballo del tiempo.
¿Cómo sabes si la dificultad no es sino una nueva ventana en el muro de tu casa que da
al oriente?
Puedes olvidar a aquel con quien has reído, pero nunca a aquel con quien has llorado.
Debe de haber algo extrañamente sagrado en la sal. Está en nuestras lágrimas y en el
mar.
Nuestro Dios, en su magnánima sed, nos beberá a todos: a la gota de rocío y a la
lágrima.
No eres sino un fragmento de tu ser gigantesco; una boca que busca el pan y una ciega
mano que sostiene la copa a una boca sedienta.
Si te alzaras un codo por encima de la raza, del país y del yo, ciertamente serías
parecido a los dioses.
Si estuviera en tu lugar, no advertiría el problema mientras el barco estuviera en marea
baja.
Es un buen barco y nuestro Capitá n es hábil; sólo nuestro estómago está desordenado.
Lo que anhelamos y todavía no logramos es más valioso que lo que ya hemos logrado.
Si te sentaras en una nube, no verías las líneas divisorias entre país y país, ni los
mojones entre granja y granja.
Es una lástima que no puedas sentarte en una nube...
Hace siete siglos, siete blancas palomas surgieron de un profundo valle para volar hasta
la nevada cumbre de una montaña. Uno de los siete hombres que observaban el vuelo
dijo:
-Veo una mancha negra en el ala de la séptima paloma.
Hoy, la gente de ese valle habla de siete palomas negras que volaron hasta la nevada
cumbre de la montaña.
En el otoño reuní a todas mis tristezas, y las enterré en mi jardín.
Y cuando regresó abril y la primavera llegó a celebrar sus bodas con la tierra, crecieron
en mi jardín flores hermosísimas, como ningunas otras flores.
Y mis vecinos acudieron a contemplarlas, y todos me dijeron:
-Cuando llegue el otoño, en la época de la siembra, ¿nos darás semillas de esas flores,
para que también crezcan en nuestros jardines?
En verdad, es lastimoso que extienda yo la mano vacía a los hombres y no reciba nada;
pero es más desesperante que extienda yo la mano llena de dones, y no encuentre a nadie
que los reciba.
Ansío la eternidad, porque ahí encontraré mis poemas no escritos, y los cuadros que no
he pintado.
El arte es un paso de la Naturaleza al infinito.
Una obra de arte es una niebla, tallada en una imagen.
Incluso las manos que hacen coronas de espinas son mejores que las mano s ociosas.
Nuestras más sagradas lágrimas nunca acuden a nuestros ojos.
Todo hombre es descendiente de todos los reyes y de todos los esclavos que han vivido
en todas las épocas.
Si el bisabuelo de Jesús hubiese sabido lo que había latente en él, ¿no hubiera sentido
compasión de sí mismo?
¿Fue menor el amor de la madre de Judas por su hijo, que el de María por Jesús?
Hay tres milagros de nuestro hermano Jesús que no consigna ningún libro: primero, que
fue un hombre como tú y como yo; segundo, que tenía sentido del humor; y tercero, que
sabía que era un conquistador, aunque conquistado.
Crucificado, estás crucificado en mi corazón; y los clavos que taladran tus manos
taladran las paredes de mi corazón. Y mañana, cuando un forastero pase por este Gólgota,
no sabrá que dos hombres sangraron aquí.
Creerá que es la sangre de un solo hombre.
Es posible que hayáis oído hablar de la Montaña Sagrada.
Es la montaña más alta de nuestro mundo.
Si llegas a la cumbre, sólo tendrás un deseo: descender y morar con los que viven en el
valle más profundo.
Por eso la llaman la Montaña Sagrada.
Debo liberar con mis hechos cada palabra que he encarcelado en la expresión.

AQUI TRABAJAMOS..., DURMIENDO ¡ NO MOLESTAR!

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