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viernes, 14 de junio de 2013

El árbol del pan - Ana María Shua

El árbol del pan
Ana María Shua

CARIDAD en una leyenda de la India.

     En una choza, cerca del bosque, vivía un anciano con su hijo, su criado y su perro. Vivían humildemente y nadie se interesaban en ellos, pero eran amados por Brahma, el omnipotente, el compasivo.
     Un día comenzó a caer una lluvia torrencial. Era la temporada lluviosa y parecía que iba a llover eternamente. Los habitantes de la choza no se atrevían a salir y todo lo que tenían para comer eran cuatro grandes hogazas de pan, con lo que esperaban subsistir hasta que terminase la lluvia.
     Una de esas noches de tormenta, cuando los tres hombres estaban sentados a la mesa y el perro dormía a los pies de su amor, golpearon a la puerta. Era un mendigo que rogaba un pedazo de pan. El viejo abrió el arca donde guardaba el pan y sin un instante de duda le dijo a su criado:
     - Dale a ese hombre mi pan: es más desgraciado que yo, porque ni siquiera tiene techo que lo proteja. El dios Brahma velará por nosotros.
     Con pocas ganas, el criado le entregó el pan al mendigo, que se alejó entre bendiciones.
     Pasaron siete días de lluvia sin que amainara la tormenta y otra vez apareció el mendigo, miserable y hambriento.
     - Dale tu pan –dijo el anciano a su criado-. El es viejo, tú eres joven. Ayuda al desgraciado y Brahma te premiará.
     Con más alegría de la que tenía cuando entregó el pan de su amo, el criado dio su pan al mendigo.
     Pero la lluvia no cesaba y cuando, transcurridos siete días, el vagabundo volvió a golpear la puerta de la choza, sus habitantes se encontraban en gran desolación y desamparo. Sin embargo, el anciano tuvo fuerzas para tomar una triste resolución:
     - Dale a este hombre el pan de mi hijo –le ordenó- y demos gracias a Brahma que permite que un niño tan pequeño aprenda cómo ayudar al prójimo.
     Pasaron otros siete días de angustia y nuevamente se presentó el mendigo, hambriento y desesperado.
     - No nos queda más que el pan del perro –dijo el noble señor-. Bendito sea Brahma, que nos permite aliviar con algo el hambre de nuestro hermano. Es justo que se sacrifique ahora el animal, aunque no pueda gozar de su buena obra.
     Y cuando el servidor estaba entregando la hogaza de pan al mendigo, sucedió el milagro. Los sucios ropajes cayeron y una luz resplandeciente lo envolvió. Y en lugar de un viejo cansado y miserable, apareció el dios Brahma, en su eterna fuerza y juventud.
     El Dios entregó al criado una semilla del tamaño de una almendra y le dijo:
     - Que tu señor la siembre. Crecerá un árbol y sus frutos darán alimento. Quienes socorren al necesitado, están bajo la protección de Brahma.
     Cuando el criado relató lo que había sucedido, el anciano y su hijo corrieron a la puerta, pero ya nada vieron. Sin embargo, la semilla estaba ahí. Y las grandes lluvias habían terminado.
     El anciano sembró la semilla en lo alto de una colina, agradeciendo y adorando a Brahma. Una lluvia cálida y bienhechora humedeció la tierra cuando fue necesario. Un tallo duro creció subiendo recto hasta formar un fuerte tronco. Y entre las ramas del árbol aparecieron cuatro grandes frutos que parecían cuatro panes blandos y sabrosos.
     Así, como un don de Brahma, nació en la India el primer árbol del pan.

     La caridad es una virtud constantemente pregonada y exigida por las múltiples religiones de la India. Casi todas ella tienen en común el Baghavad Ghita, el libro que relata las dudas de Adjunta, el príncipe pandava, en emprender una batalla contra sus propios parientes. Su cochero, que resulta ser el divino Krishna encarnado en forma humana, lo persuade de que debe actuar, pero actuar en forma desinteresada, con desapego de las ventajas o desdichas materiales que podrían provenir del triunfo o la derrota, ya que el mundo físico no es más que una ilusión. Y propone varios caminos para liberarse de la rueda del karma, es decir, del regreso al mundo material una u otra vez en sucesivas reencarnaciones. Uno de los caminos es llegar a obtener el más completo desapego, la más absoluta indiferencia hacia esta mundo. Pero también el camino de la devoción a los dioses es válido. Y también el de las buenas acciones, entre las que se encuentra, en primer lugar, la caridad. Que por otra parte resalta como una forma muy apreciada de hacer el bien en múltiples proverbios populares hindúes.

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