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EL ARTE OSCURO

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GOTICO

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miércoles, 20 de octubre de 2010

LEYENDA EN EL ANTIGUO EGIPTO -- SOBRE ANIMALES



El mundo animal


En Luxor amaban a los animales, incluso a los escorpiones y las serpientes. En su vivienda, perros y gatos habían aceptado vivir en paz. Pero el patriarca y su familia no les miraban con indiferencia o compasión. “Estas criaturas, me confió el Anciano, son receptáculos del alma. No tienen necesidad de conocer a los espíritus porque ellos son los espíritus”.

Halcón, gato y compañía


En el primer escalafón de los animales mágicos figura naturalmente el halcón, encarnación de Horus y protector de la realeza. El capítulo 134 del Libro de los muertos se expresa así: “Palabras a decir sobre un halcón erguido con la corona blanca sobre su cabeza, y sobre Atum, Shu, Tefnut, Geb, Nut, Osiris, Isis, Seth, Nephtis, pintados en blanco sobre una copa nueva y dispuestos en la susodicha barca con la imagen de este bienaventurado al que deseas glorificar, untado de afeites; éste les habrá presentado incienso sobre la llama”.

Fórmulas de los Textos de los sarcófagos permiten al mago convertirse en halcón. Los dioses están asustados. El es agresivo y rápido. Recorre los caminos de la eternidad. Se convierte en hombre-halcón capaz de volver a la tierra para vengarse de sus enemigos y desgarrarles con sus garras, destruyendo su familia y su vivienda. El Ojo de Horus es su guía, sus poderes mágicos son su poder, nadie puede oponerse a él. Es bajo la forma de halcón como el mago va y viene hasta los confines del cielo, a fin de recibir la palabra de Geb, el dios-tierra y de pedirle al Verbo eficacia al Maestro de la totalidad. Halcón de oro, el mago coge lo que se encuentra en las vides del cielo y se alimenta en los mataderos de Horus. Es pues por asimilación del poder celeste del halcón como el mago adquiere el poder de Horus.

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El gato, tan amado por los egipcios, no es sólo un felino astuto e inteligente. Es también la encarnación de Ra, de Hathor y de Bastet. El mago apela a ka porque un escorpión ha picado a la gata en un sendero apartado. Esta aúlla de dolor. Su grito llega hasta el cielo. “¡Acude a tu hija!”, suplica el mago, “el veneno ha entrado en su cuerpo, circula por su carne.” Ra llega. “¡No tengas miedo, hija mía!”, le dice para reconfortaría. El dios se sitúa tras ella con el signo de la vida. Todas las partes del cuerpo de la gata son identificados con partes del cuerpo de las divinidades. Su ser se convierte en el símbolo del conjunto de las fuerzas divinas. Por eso es esencial curarla, lo que ya se ha realizado. “Es Ra quien recita esto”, concluye el texto mágico: así, pues, el encantamiento ha sido pronunciado por la Luz en persona.

Otro felino, quizá la jineta, es el animal simbólico de la diosa Mafdet. Rápida, ágil, actúa contra los enemigos del mago que buscan destruir su poder sexual y sus facultades de creación. Las palabras deben pronunciarse sobre el falo de un asno, cuya forma se le ha dado a una torta, y que lleva el nombre del enemigo y el de su padre y su madre. Se le coloca en un pedazo de carne y se le da a un gato que suprimirá el mal comiéndoselo.

El perro goza igualmente de una consideración especial. Para atarle, según un papiro copto, el mago utiliza medios poco corrientes. Liga el cielo, la tierra, los cuatro pilares de la tierra, el sol al este, la luna al oeste (impidiéndoles salir), los campos a la tierra (impidiéndoles producir). Todos los lazos son atados de forma que no puedan ser desatados. Pero el perro no siempre es dócil. Es capaz de rebelarse y morder. Por eso existe una fórmula mágica contra la mordedura de un perro. El mago afirma que su boca se llena de sangre de un perro negro. Invoca a su agresor, que forma parte de una compañía de diez animales pertenecientes a Anubis, para que extraiga su “veneno”. Si no, se ensañará contra él.

En el desierto del antiguo Egipto se practicaba la caza del león. Se decía que la fiera conserva abiertos los ojos mientras duerme. El faraón se identificaba con el león, porque éste es todo vigilancia, todo poder, irradiando una luz que le protege de las criaturas peligrosas. El capítulo 83 de los Textos de los sarcófagos debe recitarse sobre la parte delantera de un león. Se sujeta el amuleto al cuello del mago que desciende a la necrópolis. Esto le permite ejercer su dominio sobre los vientos del cielo y convertirse en rey. El que conoce la fórmula correcta “no morirá nunca una segunda muerte”. Sus enemigos no tendrán poder sobre él. Ninguna magia contraria le inmovilizará en el suelo. Saldrá cuando quiera de la necrópolis y se convertirá en un ser de luz en compañía de Osiris.

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Animal característico del paisaje egipcio antiguo, el hipopótamo es un ser ambivalente, tanto benéfico como maléfico. Un mito contra la victoria de Horus el arponero sobre Seth el hipopótamo que simboliza el triunfo de la luz sobre las tinieblas y sobre todos los poderes del mal. La “fiesta de arponear al hipopótamo” es conocida desde la I dinastía, siendo identificado el paquidermo con los enemigos del rey. En los Textos de las pirámides las puntas del arpón son comparadas con los rayos del sol. El mago, según los Textos de los sarcófagos, es un arponero instalado en su barca. Mata al monstruo, tomando así la condición de Horus coronado.

El hipopótamo es maléfico cuando se presenta como glotón, monstruo pesado que aplasta cultivos y saquea las poblaciones. Siendo el faraón el primer arponero, se debe repetir su hazaña. Pero el hipopótamo hembra es considerado benéfico. En Tebas es una diosa blanca que destruye a los enemigos del rey, como hizo al comienzo del mundo; no se la arponea, sino que se la conmemora como símbolo de la fecundidad materna.

El escarabajo


El papiro Ebers aconseja comerlo: curiosa recomendación que se comprende mejor cuando se sabe que el nombre egipcio del escarabajo es kheper, palabra que significa también “creer, convertirse, transformarse”. Talismán poderoso, el escarabajo de piedra verde se coloca sobre el corazón de un hombre purificado con mirra, después de que los ritos de apertura de la boca (esto es, la resurrección) hayan sido realizados.

El escarabajo es una criatura sorprendente. Hace rodar por delante de él sus huevos depositados en una materia con forma de esfera, impulsando ésta con sus patas traseras. De esta forma imita el curso del sol.

Para hacer venir a los dioses hacia él, el mago coge un escarabajo y lo moja en la leche blanca de una vaca negra. Luego lo pone sobre un brasero. La magia actuará plenamente en el momento deseado y la luz llegará. Los “escarabajos” eran también una especie de sellos, que servían especialmente para sellar documentos oficiales. Llevados como amuletos se revelaban de una gran eficacia, asegurando a sus propietarios acontecimientos felices y una vida espiritual siempre en evolución.

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Los tres animales más peligroso ó porque comportan un considerable poderío son el cocodrilo, el escorpión y la serpiente.

El cocodrilo es particularmente temible porque podría arrebatar al difunto su poder mágico. Existen fórmulas que sirven para rechazarle: “¡Atrás, vete! ¡No vengas contra mí! ¡Yo disfruto de mi poder mágico! ¡Que tu rostro se vuelva hacia Maat! (es decir, la armonía del mundo que aplacará al cocodrilo)”. El mago dialoga con el monstruo, el cual habla del cielo y de que conoce las cualidades que posee en su boca. El taumaturgo debe evitar un dramático combate entre magia celeste y magia terrestre. Debe dominar al cocodrilo, quitarle su poder, no destruirlo.

En cada uno de los puntos cardinales que delimitan el cosmos resi­de un cocodrilo. El del Oeste se come las estrellas. El de Oriente vive de los seres que comen sus propios detritus. El de Mediodía vive de excrementos. El del Norte se come las horas. El mago los vence a los cuatro y declara: “Yo estoy revestido y cuento con el poder mágico de Ra: está sobre mi, plenamente realizado por mí, ampliado por mí, ensanchado por mi garganta.”

El cocodrilo “terrestre” no es menos temible que el cocodrilo celeste, sobre todo para el ganado que atraviesa una extensión de agua y corre el riesgo de ser atacado. El monstruo encarna al muerto que vagabundea, invisible, angustiado. Por eso el pastor, para preservar la vida de los animales que forman su rebaño, debe comportarse como un mago. Debe estar vigilante y dejar ciego al cocodrilo. De esta forma, el agresor no podrá ver a sus eventuales víctimas y no se aproximará. El pastor mago pronuncia un conjuro que impide al cocodrilo agarrar con sus patas y abrir la boca. El agua se convertirá en un fuego que le consumirá. Un encantamiento especial quitará al cocodrilo el uso de su cola. Sesenta y siete dioses hundirán sus dedos en los ojos mientras será atado al poste de amarre de Osiris o a los cuatro postes de piedra verde que están en la proa de la barca de Ra.

El mago se identifica también con Amón. Recita palabras sobre una imagen de este dios Amón, que tiene cuatro rostros sobre un mismo cuello, dibujado sobre el suelo, con un cocodrilo a sus pies y ocho dioses a su derecha y a su izquierda. Según el papiro mágico Harris, el marinero que hace la función de mago se mantiene en la proa de un barco con un huevo de arcilla en la mano. Se asemeja así al sol surgiendo de las aguas en un principio y dispersando las tinieblas. Los habitantes maléficos de las aguas tienen miedo viendo el espectáculo y se sumergen en sus refugios. El barco continúa su camino con plena seguridad. Si el cocodrilo se atrevía a emerger del río con una actitud amenazante, el marinero arrojaría el huevo y haría huir al demonio.

Algunas estelas presentan a Horus de pie, con los pies sobre las cabezas de dos cocodrilos. El dios-niño está desnudo. Estos objetos son de diversos tamaños, alcanzando un metro de altura mientras otros no sobrepasan las dimensiones de un amuleto. Estas estelas se depositaban tanto en templos como en casas. El dedicante se hacía representar sosteniendo la preciada estela.

Estatua y estela se situaban sobre un zócalo donde se horadan cuencos a diferentes niveles comunicados por un canal. Cuando se vierte agua sobre el monumento, esta agua se impregna de los textos y representaciones mágicas. El que beba estará a salvo del mal.

Resulta extraordinario que el capítulo 991 de los Textos de los sarcófagos permite al mago convertirse en Sobek, ¡es decir, en el cocodrilo divino!, según afirma. Señor del Nilo, es calificado incluso de “bello de rostro” y de “gran seductor” que entusiasma a las mujeres. Por otra parte, existe una manera de encantar rápidamente un recipiente de forma verídica al mago hasta poner sobre el fuego la cáscara de un huevo de cocodrilo.

Especialmente terrorífico es el escorpión, hermano de la serpiente. Se asienta en los cruces de caminos, esperando al que camina en la noche. Para éste, ¡que su talón sea de bronce y el empeine de marfil! Gracias a la magia, los pies del paseante son los siete halcones que se mantiene en la proa de la barca de Ra. ¿Qué mejor protección para evitar el ser picado? Sin embargo, los mismos dioses han sido víctimas del escorpión, pero no han muerto por ello. El hombre picado por un escorpión se identifica con ellos para beneficiarse de su actitud para luchar contra el mal. Debe conocer los mitos, como el que se refiere a la hija de Ra, la gata que fue picada por un escorpión y más tarde curada por Ra.

El mago que creó la estatua curativa de Djed-her, llamada “el salvador”, se expresa en estos términos: “Yo he puesto las inscripciones sobre esta estatua conforme a lo que está escrito en los libros sagrados de Ra, en el escrito donde se exponen todos los procedimientos para domesticar al escorpión a fin de reanimar, gracias a ellos, a todas las personas y todos los animales y protegerlos contra el veneno de todas las serpientes varones y hembras, de todos los reptiles, haciendo lo que desea el corazón del Señor de los dioses. Identificado con Horus-el-justo, el mago domestica al escorpión. Protector de su padre, coloca sus brazos detrás de Ra. Sus capacidades de magnetizador le aseguran vida, prosperidad y salud. Proporciona cuidados a todos sus miembros, calmando los dolores, alejando el mal. Ra se encuentra curado, más bello que antes. De este modo será sanado de cualquier enfermedad por un buen mago.

Este ordena al escorpión que se mantenga tranquilo. Le cierra la boca. Si se mueve, cortará las setenta y siete cabezas que salen del cuello del gran dios, la mano de Horus cegara el ojo de Seth, aferrará la boca de la Gran Enéada, Osiris arderá. ¡Que el escorpión permanezca inmóvil como Seth ante Ptah!.

Yo soy Osiris”, afirma el mago para impresionar al escorpión. Se presenta como la serpiente de Heliópolis capaz de combatir contra cualquier criatura maléfica.

El escorpión, que sirve para escribir el nombre de uno de los primeros faraones egipcios, no es totalmente negativo. Es el receptáculo del espíritu de una diosa, Serket, que reinaba sobre una cofradía de curanderos a la que comunicaba los secretos del poder del escorpión. El escorpión de agua, por lo demás, es inofensivo. Es éste el que se dibuja en los jeroglíficos porque estos jeroglíficos, figuras vivientes, no pueden albergar a seres peligrosos.

Existe una Isis-escorpión que protege a Horus y al rey. “Dama de la luz que ilumina a los dos países, es asimilada a la estrella Sothis”. Se dice que emite una irradiación para alejar la oscuridad. La diosa-escorpión es conocida desde la más remota antigüedad, pero sus primeras representaciones figuran en templos nubios de la dinastía XVIII. Es a Isis-la Grande a quien se dirige esta plegaria: “Ven a mí, Isis -a Grande, dígnate asegurar mi protección, sálvame de los reptiles y que sus bocas sean selladas, que sus hocicos sean obstruidos.” La diosa otorgaba a sus fieles «”ida, salud, duración de la vida y extensa, duradera y perfecta vejez”. Isis-escorpión pisotea serpientes y cocodrilos. Un texto del templo de Edfú la define como hija de Ra que destruye a los enemigos del sol y a los adversarios de Horus, en tanto que “escorpión imponente, reptil venerable cuyo veneno es fulminante, que invade el suelo de los enemigos en un instante, de forma que mueren sobre el campo cuando ella ataca”.

Tal es la paradoja mágica: enemiga acérrima de los escorpiones, Isis es también su diosa, venerada en la ciudad de Coptos. Cuando ella intenta escapar de Seth, Thot le aconseja que se oculte con su hijo Horus, para que éste crezca y se reúna con los dioses que le colocarán sobre el trono de su padre para que reine sobre los Dos Países. Isis se pone en camino por la tarde. Para protegerse de un eventual ataque de Seth, va acompañada de un extraño cortejo: ¡siete escorpiones! Ella les ordena que no hagan ninguna diferencia entre el rico y el pobre, que sean severos pero equitativos con el género humano. Mientras la diosa entra en la vivienda de una mujer, ésta, atemorizada por los escorpiones, cierra su puerta. Aquéllos, furiosos, deliberan. Dan su veneno a uno sólo de ellos, el cual logra penetrar en la casa y picar al hijo de la mala posadera. Pero Isis no acepta que la muerte se cebe así en un inocente. Crea fórmulas mágicas para salvar al niño y expulsa el veneno tras haber llamado a los siete escorpiones por sus nombres. Las palabras pronunciadas servirán como remedio para curar a todo niño picado por un escorpión: “Vive, niño odiceó, y muera el veneno, así como Ra vive mientras muere el veneno! ¡Como Horus sanó gracias a su madre Isis, así sana el enfermo!.”

El mago sabe utilizar al escorpión para luchar contra la serpiente, de forma que la pique y la destruya. Es incluso capaz de identificarse con el escorpión, como lo prueba un extraño detalle simbólico: la trenza del mago es la de la diosa-escorpión y, en concreto, la cola del animal. Así, pues, es posible deslizarse en el interior de un temible escorpión y dirigirle a su antojo, a condición de ser un maestro en el arte mágico.

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Los Textos de las Pirámides conceden un lugar importante a los textos mágicos destinados a aniquilar el peligro representado por la serpiente. Están formados por palabras raras, incomprensibles, de conjuntos de sonidos considerados como eficaces cuando eran pronunciados. Papiros completos están consagrados a los encantamientos contra las serpientes. «”Su cara cae sobre su cara”, es la fórmula clásica para expresar la destrucción de la serpiente: se ordena a los reptiles que no ataquen al faraón, ya que éste es el representante de los dioses sobre la tierra. Ra maldice a la serpiente, Isis la ata, Nephtis la encadena. El mago lanza a veces una llamada excepcional a Ra para impedir que actúe el veneno de todas las serpientes del universo. El poder luminoso del dios sol confiere al mago un don particular.

Para protegerse contra los reptiles es bueno situarse de cara al Oriente y reconocer la soberanía de Amón, tocado con la corona blanca. Se observa el silencio, se obtiene y se adquiere poder. No se temerá el encuentro con la serpiente calificada de “negra de rostro, ciega de los dos ojos, de ojo blanco, que avanza retorciéndose”. El reptil está identificado con Seth, salido de los muslos de Isis.

El fuego producido por la mordedura de la serpiente se asemeja a la llama peligrosa que debe dominar Horus mago, señor del fuego. La serpiente es “la del fuego”. La criatura a domesticar. El mago, identificado con el sol, sale indemne de la isla del fuego porque es capaz de extinguir el aspecto nocivo del fuego cuando se produce.

Según los Textos de las pirámides, las serpientes se enredan unas con otras. El mago pide a la tierra que las trague, ordena a los monstruos que se escondan, que se arrastren; sus cabezas son cortadas, los colmillos con veneno se vacían. El mago hace incluso que la serpiente varón muerda a la hembra, y viceversa. Si actúa correctamente, gozará de la protección del cielo y de la tierra, necesarias por igual para reforzar la eficacia de las fórmulas que sellan la boca de los reptiles que moran en el cielo, la tierra y el agua.

La estela Metternich evoca a la serpiente que está a la vez en el agujero y en la abertura del agujero y también a la que está en el camino. Dicho de otro modo, un peligro constante para quien se desplaza. ¿Y cómo viajar sin miedo? Identificándose con el toro Mnevís, el ciempiés Sepa, la diosa-escorpión Serket o divinidades más importantes como Ra o Thot. Impresionada, la serpiente no morderá al viajero investido por estas personalidades divinas. Desde luego, no hay que olvidarse de pronunciar la fórmula adecuada: “¡Oh, toda serpiente varón o hembra, todo escorpión, todo reptil! ¡Que vuestras bocas sean selladas! Es Ra quien ha tapado vuestras gargantas. Es Sekhmet quien ha cortado vuestras lenguas. Es Thot quien ha cegado vuestros ojos. Es Heka, el cuarto de los dioses principales, quien protege a Osiris. Estos son los que protegen de las enfermedades: de todas las personas, de todos los animales que están sufriendo en este día”.

Grave problema: ciertas serpientes son también magas. Para rechazar a uno de esos reptiles furiosos que atacan, es preciso dispersar los libros de magia que utiliza, gracias al empleo de la arcilla de Isis, salida de la axila de la diosa-escorpión. El dedo del mago es su guardián, la arcilla es la que obstruye el agujero de la serpiente. Geb, dios-tierra, es padre de las serpientes, sobre las cuales tiene poder. A veces se le considera como creador de Atum. Padre y príncipe de los dioses, está a la cabeza de una Enéada. Los griegos hicieron de él su Cronos, que luego fue el Saturno de los romanos.

El capítulo 163 del Libro de los muertos recomienda pronunciar las palabras mágicas sobre una serpiente provista de dos piernas y que porta el disco solar entre dos cuernos; al lado, dos ojos sagrados provistos de dos piernas y dos alas. Se dibuja esta imagen con mirra seca mezclada con vino de granada sobre una franja de tejido verde, y se envuelve el cuerpo de un hombre con ella para que sea protegido mágicamente.

A veces la serpiente es considerada como benéfica. Así, Aha, una serpiente de buen carácter, estaba situada a la entrada de los templos, es el guardián del umbral. Otra serpiente protege el palacio real o rodea la mesa de las ofrendas, poniéndola a salvo de influencias maléficas. Renenutet, mujer con cabeza de serpiente, vela sobre las cosechas y las mieses. Es por excelencia la serpiente nutricia que conserva la vida sobre la tierra. Según los capítulos 87 88 de los Textos de los sarcófagos, el difunto es la serpiente-naou, toro de los Enéadas, y no está sujeto a ninguna magia. Nada malo puede sucederle. Ni el fuego ni el agua le alcanzarán. Será como Ra cada día. Transformado en serpiente “hijos-de-la-tierra”, el mago nace cada noche, renovado, rejuvenecido.

Veneno y ponzoña son temibles, porque se introducen en los canales del cuerpo, perturban el fluido y conducen a una muerte segura. Sin embargo, la iniciación del. mago le conduce a familiarizarse con estos peligros. Es incluso probable que haya sido picado, de manera controlada, para experimentar los efectos reales del mal. Djed-her, el mago, se expresa en estos términos: “Yo me he aproximado de forma que he sido mordido y he caído enfermo. Pero el veneno saldrá. ¡Que sea quemado el veneno que estuvo por todo el cuerpo de este hombre sufriente!”.

Al hombre sufriente se le llama “señor de la noche”, es decir, del período durante el cual la serpiente, invisible, es más peligrosa. Es dueña de las fuerzas oscuras, desciende a las tinieblas y vuelve a salir de ellas. El mago vivía una iniciación indispensable para poder combatir el mal con alguna probabilidad de éxito.

El veneno es una fuerza. Como tal, es preciso conjurarla. Al cegarla mediante sus fórmulas, el mago impide que circule a su antojo. El veneno tiene un rostro, que no podrá levantar, una cabeza que no podrá bajar, vagará sin poder dar en el blanco. No lanzará gritos de alegría.

Cuando se le da orden al veneno de descender al suelo dejando el cuerpo del individuo enfermo, se crea un clima mágico muy particular. Hay un rumor de viento, pero no hay viento. Hay un rumor de agua, pero la inundación no ha llegado. Es necesario estar alerta ante la aparición de la luz solar, al brillo del disco que terminará por vencer a las tinieblas. El mago mira el cielo y ve a Ra. Es él quien le salvará. Mira a la tierra y ve a Geb. El también le salvará. “¡Oh, Ra invoca el mago, ven, actúa como un salvador, ten presente que te he visto!”.

El veneno ya no actuará. Se amenaza al veneno, se le explica que su acción podría tener consecuencias catastróficas para el orden universal: “Si el veneno avanza hacia el corazón del hombre sufriente, avanza hacia el corazón de Ra. Si se apodera del corazón de este hombre, se apodera del corazón de Ames de Heliópolis. Esta última catástrofe es imposible. Durante todo el tiempo que el mago no sufra el veneno, Ra no se marchará, Thot no se marchará, Horus no se marchará, la luz vendrá, el rito será realizado en los templos.

La voz del exorcista es fuerte cuando interpela al veneno, como la voz de Ra dirigiéndose a su Enéada, como la de Thot a sus escritos, de la harina al grano, de Seth cuando se bate con el mal. Existe una fórmula para impedir la acción del veneno desde “el tiempo primordial”, aquel en que las criaturas comenzaron su existencia. Las palabras son pronunciadas por Serket, la diosa-escorpión, evocando al dios que se creó a sí mismo, formó el cielo, la tierra, el agua, el aliento, la vida, los dioses, los pájaros y los peces. El mago obtiene así la revelación de que la realeza sobre los hombres y sobre los dioses es una misma cosa. Por medio de este dominio obliga al veneno y la ponzoña a ejecutar las órdenes que formula con un tono severo: “¡Sal, veneno, ven, espárcete sobre el suelo! Horus te conjura, te destruye, te escupe encima. No te levantas, te caes, eres débil, no tienes fuerza, eres despreciable y no luchas, eres ciego y no ves, tu cabeza cuelga y no levantas el rostro”.

Para luchar contra el dardo del escorpión, Isis utiliza un aceite con el cual dirige una plegaria especial. Este aceite se compara con una gota de lluvia, con un diluvio de Júpiter que desciende de la barca del sol al alba. Si alguien ha bebido veneno, el mago evoca el hecho de que él mismo, Isis y Osiris lo bebieron también y no murieron. Utilizará “la copa de oro de Osiris” que transforma todo líquido maléfico en brebaje benéfico. Según la estela de Metternich, Isis y Nephtis hilan y tejen contra el veneno. Crean así una red de armonías que impiden a las fuerzas del mal estrellarse sobre la tierra. Son estas dos diosas las que fabrican a los magos las cintas y tejidos necesarios para la práctica de su arte.

El mago, vencedor del dardo del escorpión, es considerado como un rey alrededor del cual se concentran los dioses. Si ha sido herido durante su combate, Isis viene en su ayuda, aconsejándole lamer con sus labios el borde de su herida, porque su lengua es la del creador, Atum. De esta forma será curado instantáneamente.

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Decenas de animales juegan un papel más o menos destacado en los rituales mágicos. Sería pesado enumerarlos aquí. Algunos casos sorprendentes merecen ser citados. Así, para alejar a las criaturas siniestras atraídas a pesar suyo por el mago, es preciso poner sobre un brasero excrementos de mono. Ectoplasmas y fantasmas, incómodos por el olor, retornarán a las zonas oscuras de donde salieron.

No se olvidan de las criaturas más modestas, ya que se conoce una fórmula para purificar una mosca  e impedir que contamine.

El capítulo 98 de los Textos de los sarcófagos, que se refiere a un viaje celeste del alma del mago, debe recitarse sobre un piojo de su cabeza, posado sobre su rodilla hasta que una mosca se lo trague.

Pero la principal preocupación del mago que utiliza las fuerzas del mundo animal es no caer bajo las garras del monstruo más espantoso de todos, “la comedora del Occidente”, con cabeza de cocodrilo, lomo de hipopótamo y crines de leona. Está encargada de comerse y destruir al difunto que no ha sido reconocido como justo por el tribunal. El mago debe evitar tal desgracia, gracias a las fórmulas de conocimiento, y franquear este obstáculo para acceder a los paraísos celestes.

SABER Y MAGIA EN EL ANTIGUO EGIPTO -- Cuentos y leyendas





Cuentos y leyendas


Los cuentos del antiguo Egipto, documentos literarios de una calidad excepcional, tanto por su contenido como por su estilo, muestran a los magos en acción. Uno de ellos, que se desarrolla en el Imperio Antiguo,1 evoca el caso de un marido engañado. Pero este infortunado esposo no es un cualquiera. Se trata de un sacerdote-lector y de un mago altamente cualificado. Hace fabricar un cocodrilo de cera de siete pulgadas de largo y pronuncia una fórmula: “¡Apodérate de cualquiera que venga a bañarse a mi estanque!” Por medio del Verbo, el cocodrilo de cera se ve provisto de un alma mágica que lo convertirá real en caso de necesidad. El mago pide a su sirviente que ponga el cocodrilo en el agua cuando el amante de su mujer venga allí a bañarse.

El acontecimiento se produce. La mujer del mago y su amante se reúnen en el edénico jardín del alto personaje. El amante decide bañarse en el arrebatador estanque. El sirviente, obedeciendo a su señor, pone allí el cocodrilo de cera, el cual se transforma en un saurio de siete pulgadas totalmente real y mantiene al hombre en el fondo del agua durante siete años.

Cuando el mago regrese a casa, en compañía del faraón, con cuya amistad se honraba, deseará mostrar un gran prodigio al Señor de Egipto. Ordena al cocodrilo que saque a la superficie al amante de su mujer. El monstruo es tan enorme que espanta un poco al faraón. El sacerdote-lector se apodera sin dificultad del saurio, el cual, inmediatamente, se convierte de nuevo en cocodrilo de cera. Mientras, el mago relata al rey su desventura. El faraón pronuncia su juicio: que el cocodrilo se lleve lo que es suyo. El monstruo se apodera del condenado, desciende al fondo del estanque y nunca más se supo qué sucedió con su presa. En cuanto a la mujer adúltera, fue quemada y sus cenizas arrojadas al Nilo.

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Otro cuento, que data del reinado de Keops, evoca un combate de un mago, esta vez no contra un rival amoroso, sino frente al faraón en persona. Había en aquella época un mago prodigioso llamado Djedi, de ciento diez años de edad, que aún comía ciento diez panes, la mitad de un buey, y bebía cien cántaros de cerveza. Keops, necesita conocer el número de habitaciones secretas del templo de Thot. Y Djedi las conoce. Así, pues, va a buscarle a su casa y le traslada a la corte, a presencia del rey de Egipto. “¿Es verdad lo que se dice, le interroga Keops, de que tú sabes reponer en su lugar una cabeza cortada?” “Sí,” responde el mago. El faraón quiere comprobarlo. Ordena que ejecuten a un prisionero y le lleven su cadáver.

Es en ese instante cuando el mago debe librar su combate. “No, dice con gravedad, no un ser humano, mi señor soberano, porque está prohibido hacer semejante cosa con el rebaño sagrado de Dios.” Crítico momento, en que la tensión es perceptible. El faraón, mago también, acepta esta observación. Se traerá a su presencia un ganso, y luego un buey. Se les corta la cabeza. El mago las vuelve a oponer en su lugar. De este modo preserva la vida, incluso en las circunstancias más difíciles. Seguidamente revelará al faraón la forma de conocer el número de las habitaciones secretas de Thot, señor de la magia.



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El cuento de las remeras, que se desarrolla en la época de Snefru, evoca un combate más “físico” por parte del mago que se mide con el elemento agua. El faraón Snefru se aburría. El jefe-lector, el mago Djadjaemankh, le aconseja un paseo en barca con mujeres bellas. La jefa de las remeras, instalada en la parte de atrás de la barca, dejó caer al agua un adorno de turquesa con forma de pez. Inmediatamente dejó de remar. Todo su equipo se detuvo. El faraón está listo para reemplazar la joya, pero la mujer es testaruda: ella desea aquel colgante y no otro.

Snefru apela al mago. Este pronuncia algunas fórmulas indispensables para obtener el dominio de las aguas. Luego, con serenidad, coloca una mitad del lago sobre la otra y encuentra el colgante, el cual devuelve a su propietaria. Para dejar las cosas como las había encontrado, el mago devuelve cuidadosamente la mitad del lago a su lugar normal.

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Un cuento de la época de Ramsés II evoca un combate mágico contra la enfermedad de una joven princesa prometida para los más altos destinos. Esta joven, la princesa del país de Bakhtan, debía casarse con el gran Ramsés, que se había enamorado de ella. Pero la enfermedad se apoderó de ella. El faraón apela a sus mejores sabios, los cuales no lograrán curarla. Los magos humanos fracasan, es preciso poner en práctica el poder mágico encarnado en la estatua del dios Khonsu. Consultado este último, consintió en ser el jefe de la operación: fue trasladado, con todos los honores debidos a su rango, hasta el país de la princesa. El viaje duró diecisiete meses. La estatua divina actúa mágicamente sobre la joven y consigue curarla. Incluso el demonio que la hizo caer enferma conversó con el dios egipcio, asegurándole que en adelante sería su esclavo. El príncipe de Bakhtan, estupefacto por los poderes de la magia egipcia, decidió conservar esta estatua milagrosa. Pero, tres años y nueve meses más tarde, vio, en sueños, que el poder divino de la estatua escapaba bajo la forma de un gavilán de oro y volaba hacia Egipto. Espantado, dejó marchar a la estatua.

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El cuento de Satni Khamosis es una de las joyas de la literatura mundial. Satni Khamosis, hijo de rey, leía libros en escritura sagrada, especialmente los incluidos en la Casa de la Vida, las estelas, y conocía las cualidades de los amuletos y talismanes. También redactaba. De él se decía: “Es un mago que no tiene parangón sobre la tierra de Egipto.”

Un día un anciano se burló de él. Conocía un libro escrito de mano de Thot y podía conducirle al lugar donde éste se encontraba. Allí estaban inscritas dos fórmulas: “Si recitas la primera, dijo el anciano, encantarás el cielo y la tierra, el infierno, las montañas, las aguas; conocerás a los pájaros del cielo y a los reptiles tal como son; verás a los peces, porque el rostro divino les hará subir a la superficie. Si lees la segunda fórmula, cuando estés en la tumba tendrás la forma que has tenido en la tierra; verás salir el sol en el cielo, su cortejo de dioses y la luna con la forma que tenía cuando salía.”

Este libro prodigioso está oculto en una necrópolis, en la tumba de un hijo de rey. Satni desciende a la misma. La encontró clara como si el sol penetrase hasta allí, porque la luz salía del libro. El nombre del hijo de rey era Neferkaptah. Estaban presentes también las almas de su mujer y de su hijo.

Esas almas dialogan con Satni, intentando disuadirle de coger el libro, que es el origen de muchas desgracias. Neferkaptah, en efecto, había preparado el emplazamiento del libro: en medio de un río, en un cofre de oro. El cofre de hierro estaba en un cofre de bronce, el cofre de bronce en un cofre de madera de palma, el cofre de madera de palma en un cofre de marfil y ébano, el cofre de marfil y ébano en un cofre de plata, el cofre de plata en un cofre de oro y el libro dentro de este último. Alrededor hay un hormigueo de serpientes, de escorpiones, de toda suerte de reptiles. Último guardián del umbral: una serpiente inmortal enroscada alrededor del último cofre.

Neferkaptah mató dos veces a la serpiente inmortal, la cual revivió. Combatió una tercera vez con el reptil, la cortó en dos pedazos y puso arena sobre los pedazos, de manera que la serpiente no pudiera tomar su primitiva forma. Entonces dispuso del libro y de sus encantamientos.

Pero se hallaba demasiado lejos. El dios Thot se enfadó. Fue a quejarse a Ra. El dios sol embrujó al mago y le acarreó toda suerte de desgracias, especialmente causando el ahogamiento de su mujer y de su hijo. Antes de morir ahogado él mismo, el mago se fijó el libro al pecho.

Satni no escucha ningún consejo de prudencia. Se juega el libro al ajedrez con Neferkaptah, pierde la partida, pero se apodera igualmente del legajo. Pagará cara su actitud. Hechizado por una mujer de la que se había enamorado, hizo matar a sus propios hijos para poder acostarse con ella. Estos terribles encantamientos son la venganza de Neferkaptah.

Satni se despierta de su pesadilla. Todo no había sido mas que un mal sueño. Sus hijos están todavía vivos. Guiado por el espíritu de Neferkaptah, hará descansar en paz los restos de su mujer y de su hijo y no tocará más el libro maldito.

* * *

El cuento de Siousire, hijo de Setna, evoca otro combate del mago que no termina esta vez con una partida de ajedrez. Este texto está escrito en demótico, en el dorso de papiros griegos conservados en el British Museum.2

Setna está muy afligido. Su mujer no consigue reconfortarle. Su hijo viene a él. ¿Por qué su padre está tan postrado y doliente? Que diga lo que le apena. “Eres muy joven, no lo comprenderías.” El hijo insiste. El padre le explica. Un oficial etíope ha venido a Egipto, portando una carta sellada. Ha hecho un desafío: ¿Quién es capaz de leerla sin abrirla? Ningún sabio egipcio es capaz de hacerlo. Egipto se siente humillado por el país de los Negros. Es por ello que Setna está enfermo.

Su hijo Siousire se ríe. Setna se sorprende. “Levántate, padre mío”, dice Slousire. “Yo sé leer la carta sin romper el sello.” Su padre no le cree. Le somete a una prueba utilizando libros guardados en su bodega. El resultado es positivo. Por consiguiente, Siousire intervendrá en el drama que se desarrolla en la corte de Egipto.

El mago etíope está decidido a sumergir la tierra de los faraones en las tinieblas. Fabrica una camilla de cera con cuatro porteadores y les da vida de forma mágica. Les da la orden de conducir al rey de Egipto ante el rey de Etiopía sin demora. El faraón recibe quinientos golpes de bastón y luego es sacado de Egipto. Informado de ello, el mago oficial de la corte utiliza su ciencia para evitar lo peor: ¡que se lleve a cabo una nueva humillación! Invoca a Thot, inventor de la magia, que ha fundado el cielo y la tierra: que salve al faraón de la magia etíope.

A este mago, llamado Hor, hijo de Paneshe, se le aparece Thot en sueños: le aconseja ir a la biblioteca del templo de Khnum donde encontrará, en un armario cerrado y sellado, un caja conteniendo un rollo de papiro escrito de su propia mano. Que haga una copia y la coloque en su lugar. Con la ayuda de este documento, Hor fabrica amuletos protectores. Gracias a ellos, el faraón no volvió a ser arrastrado a Egipto contra su voluntad.

Horus fabrica a su regreso una camilla de cera con cuatro porteadores y les da vida: que lleven a Egipto al rey de Etiopía, el cual recibe quinientos golpes de bastón. Cuando se despierta, está contusionado y cae en la cuenta de que ha caído bajo los efectos de la hechicería enemiga.

Por dos veces el rey de Etiopía es maltratado de esta manera. El mago negro decide volver a Egipto para enfrentarse allí a su rival. Efectivamente, el combate de los magos tiene lugar. Horus el Egipcio hace llover y apaga un fuego. El Etíope hace juntarse de nuevo las nubes encima de la corte de Egipto de forma que nadie reconoce a nadie. Por medio de una fórmula mágica, Horus limpia el cielo. Su adversario crea una gran bóveda de piedra para separar Egipto de su faraón, y a este del cielo. Horus crea una barca y coloca en ella la bóveda de piedra, transportándola así hacia el cielo. Al borde ya de la derrota, el Etíope se vuelve invisible para huir. Pero Horus le hace reaparecer bajo la forma de una rapaz vuelta sobre su espalda. Un pajarero se prepara para herirla. La madre del mago etíope, sintiendo que su hijo está en peligro de muerte, llega a Egipto bajo la forma de una oca. Horus la identifica y la somete a su voluntad. Ella vuelve a tomar conciencia de una negra e implora piedad para su hijo y para ella. Los dos juran no regresar a Egipto antes de 1.500 años.

Según esto, Horus había regresado del Occidente, 1.500 años después de su muerte, para luchar contra el mago enemigo y salvar el honor de Egipto. Osiris le permitió volver a la tierra para cumplir esta misión, bajo la forma de... Siousire, el cual, como una sombra, desapareció ante el faraón y su padre.

* * *

El escéptico Luciano, en El escriba sagrado de Menfis, relata un célebre combate mágico que es el origen de la leyenda del aprendiz de hechicero, muy inexperto ante las fuerzas a las que intenta someter. El narrador había ido a vivir a Egipto para estudiar. Fue a ver la estatua de Memnón y escuchar el extraño sonido que ofrecía al salir el sol. Prodigio: Memnón emite un oráculo en siete versos. Remontando el Nilo, el narrador encontrará a un escriba de Menfis que había pasado veintitrés años en unas criptas en las que Isis le había enseñado la magia. Sabía cabalgar sobre los cocodrilos y dominar a los monstruos. El viajero se ganó su confianza. Cuando llegaba a su posada, el mago cogía el pomo de la puerta, o una escoba, o un almirez, cubría el objeto con ropas y pronunciaba una fórmula mágica que le daba vida y le hacía caminar. ¡Todos creían que se trataba de un hombre! El objeto animado satisfacía todos los deseos de los dos viajeros: acarreaba agua y provisiones. Luego volvía a convertirse en escoba o almirez. Pero el mago no consentía en revelar su secreto. Un día, su compañero, demasiado curioso, se escondió y escuchó el encantamiento: una palabra de tres sílabas. Intentó imitar a su maestro, vistió un almirez, pronunció la fórmula y le ordenó que le llevara agua. Éxito total. Pero ¿como detenerlo? El almirez, animado, no dejaba de llevar agua e inundó la casa. Desastroso resultado: ¡Ahora había dos portadores de agua! Por suerte, cuando regresó el maestro mago puso las cosas en orden pero desapareció con su secreto.

1 Para el conjunto de estos cuentos y leyendas, cf. Lefebvre, Novelas y cuentos del Egipto faraónico, y Lichteim, Literatura egipcia antigua, I-III.

2 Lexa, II, 198-206

EN EL BOSQUE DE VILLEFERE -- Robert E. Howard





EN EL BOSQUE DE VILLEFERE
Robert E. Howard

EL SOL SE OCULTABA. Las inmensas sombras se extendían rápidamente por el bosque. En aquel extraño crepúsculo de un día de fines de verano veía ante mí el sinuoso sendero que desaparecía entre los ingentes árboles. Temblaba y miraba ocasionalmente por encima del hombro con cierto temor. Millas a mis espaldas se hallaba el pueblo más próximo... millas al frente se hallaba el siguiente.
Miraba a derecha e izquierda mientras continuaba la marcha y, de vez en cuando, lanzaba un vistazo hacia atrás. También de vez en cuando me detenía bruscamente, empuñando el estoque, al oír la rotura de los ramajes que desvelaba la presencia de algún animal. ¿Un animal?
Sin embargo, el sendero continuaba, y yo lo seguía, pues, de todos modos, no podía hacer nada mejor.
Mientras avanzaba, pensaba: "Mi propia imaginación va a jugarme una mala pasada si no estoy atento. ¿Quién va a acechar en este bosque excepto las criaturas que lo pueblan habitualmente, ciervos y otros animales parecidos? ¡Fuera todas esas estúpidas leyendas pueblerinas!".
Y así continué caminando mientras el crepúsculo desaparecía e iba siendo sustituido por las tinieblas. Las estrellas empezaron a titilar y las hojas de los árboles murmuraron a impulso de la ligera brisa. Me detuve, al poco, en seco; saltóme la espada a la mano, pues, justo ante mí, tras un recodo del sendero, alguien cantaba. No podía distinguir las palabras, pero el acento era extraño, casi bárbaro.
Me abrigué rápidamente tras un gran árbol, con un sudor frío perlándome la frente. No tardó el cantor en aparecer. Era un hombre alto y delgado, indistinto en el crepúsculo. Me encogí de hombros. No tenia que temer de un hombre.
Salté de detrás del árbol que me ocultaba, levantando la punta de la espada.
—¡Alto!
No manifestó sorpresa alguna.
—Por favor, amigo mío, manejad vuestra espada con cuidado — dijo.
Un poco avergonzado, abatí el arma.
—Acabo de llegar a este bosque —dije para disculparme—, Había oído hablar de los salteadores. Os pido perdón. ¿Dónde se encuentra la ruta que conduce a Villefére?
—Corbieu, os habéis equivocado —me respondió—. Debisteis tomar la desviación de la derecha. La dejasteis atrás hace unos instantes. Yo mismo me dirijo a Villefére. Si aceptáis mi compañía, os guiaré.
Dudé. Pero, ¿por qué razón había de hacerlo?
—Naturalmente. Me llamo Montour, de Normandía.
—Yo soy Carolus, el Lobo.
—¡No! —exclamé, dando un paso hacia atrás. Me miró, sorprendido.
—Perdonadme —dije—. ¡El nombre es muy extraño!
Mis ancestros fueron grandes cazadores —me respondió. No me ofreció la mano.
—Excusad mi sorpresa —dije mientras bajábamos por el sendero—, pero apenas puedo distinguir vuestro rostro en la oscuridad.
Sentí cómo reía, aunque no emitió sonido alguno.
—Mirar cuesta poco —contestó. Me acerqué a él y salté hacia atrás al tiempo que se me erizaba el cabello.
—¡Una máscara! —exclamé—. ¿Por qué portáis máscara, messiret
—Como consecuencia de un voto —me explicó—. Siendo perseguido por una manada de perros, hice el juramento de llevar máscara durante un tiempo si escapaba de ellos.
—¿Perros, messire'!
—Lobos —replicó vivamente—. He dicho lobos. Caminamos en silencio durante un trecho. Más tarde, mi compañero añadió:
—Me sorprende que atraveséis de noche este bosque. Muy poca gente se aventura por estos caminos, ni siquiera de día.
—Estoy obligado a alcanzar la frontera —contesté—. Acaba de firmarse un tratado con los ingleses y el Duque de Borgoña debe ser informado. Los aldeanos intentaron disuadirme de que hiciera el camino de noche. Me hablaron de un... lobo que, según ellos, acecha en este bosque.
—Aquí es donde se bifurca el sendero hacia Villefére
—dijo, y pude ver un estrecho sendero sinuoso que no había visto al pasar ante él, instantes antes. Se sumía en la oscuridad de los árboles. Temblé.
—¿Deseáis volver al pueblo?
—¡No! —exclamé—. ¡No, no! Guiadme.
El sendero era tan estrecho que tuvimos que caminar uno tras otro, el precediéndome. Le examiné con cuidado. Era alto, mucho más alto que yo, delgado y filiforme. Vestía ropas que procedían, evidentemente, de España. Una larga espada colgaba a su cintura. Caminaba con largas y ágiles zancadas, sin hacer ruido.
No tardó en ponerse a hablar de viajes y aventuras. Habló de numerosos países y mares que había visto, y discutió de muchos temas extraños. Y así, mientras conversábamos, nos fuimos hundiendo cada vez más en el bosque.
Imaginé que seria francés. Sin embargo, tenía un acento muy raro que no era ni francés, ni español, ni inglés, y que ni siquiera evocaba ninguna lengua que yo hubiera oído antes. Extrañamente se equivocaba en algunas palabras y, en otras, era incapaz de pronunciarlas.
—Este camino no es muy frecuentado, ¿no es así?
—pregunté.
—No mucho, efectivamente —respondió, riendo silenciosamente. Temblé. Todo estaba muy oscuro y las hojas susurraban entre las ramas.
—Un demonio acecha en este bosque —dije.
—Eso dicen los aldeanos —contestó—, pero yo, que he atravesado este bosque muy a menudo, nunca le he visto la cara.
Empezó a hablar entonces de raras criaturas de las tinieblas y la luna se fue levantando y las sombras se deslizaron entre los árboles. Levantó el rostro hacia la luna.
—Apresuraos —dijo—. Debemos llegar a nuestro destino antes de que la luna alcance el cénit. Apretamos el paso.
—Dicen —proseguí—, que hay un hombre-lobo acechando en estas regiones boscosas.
—Podría ser —contestó, y argumentamos ampliamente sobre aquel tema.
—Las viejas pretenden —me reveló— que, si se mata a un hombre-lobo bajo su forma lobuna, sólo entonces, está verdaderamente muerto. Pero si es muerto bajo su forma humana, la mitad de su alma vivirá siempre en aquel que lo haya matado. Pero, apresurémonos, la luna casi ha llegado al apogeo.
Desembocamos en un pequeño claro iluminado por la luna. El desconocido dejó de andar.
—Descansemos un instante —pidió.
—No, sigamos —le apremié—. No me gusta este lugar. Rió silenciosamente.
—Vamos —dijo—. Es un precioso calvero. Es tan agradable como la sala de un banquete y yo mismo he celebrado fiestas aquí frecuentemente. ¡Ja, ja, ja! Mirad, voy a enseñaros un paso de baile. —Empezó a saltar de un lado para otro, echando la cabeza hacia atrás y riendo silenciosamente. Pensé que aquel hombre estaba loco.
Mientras continuaba con su demencial danza, miré a mi alrededor. El sendero no continuaba más allá... se cerraba en el claro.
—Adelante —dije—. Debemos continuar. ¿Acaso no oléis el rancio aroma de fiera que impregna el calvero? Por aquí hay una madriguera de lobos. Puede que estén cerca de nosotros, deslizándose para rodearnos en este preciso momento.
Se dejó caer a cuatro patas, saltando más alto que mi cabeza, y vino hacia mí con un raro movimiento serpenteante.
—Este baile se llama la Danza del Lobo —dijo. Y mis cabellos se erizaron.
—¡No os acerquéis! —Di un paso hacia atrás y, con un grito penetrante que levantó vibrantes ecos en el bosque, saltó hacia mí. Aunque la espada le colgaba del cinturón, no la desenvainó. Mi estoque estaba casi fuera cuando se agarró a mi brazo y me arrojó a tierra violentamente. Le arrastré en mi caída y ambos golpeamos contra el suelo. Liberando una de mis manos con un movimiento ágil, le arranqué la máscara. Un grito de horror escapó de mis labios. Ojos de bestia brillaban bajo la máscara, blancos colmillos reflejaban la luz de la luna. Aquella era la cara de un lobo.
En un instante, los colmillos me amenazaron la garganta. Manos ganchudas me arrancaron la espada. Golpeé con los puños aquella horrible faz, pero las mandíbulas se cerraron sobre mi hombro, asiéndolo firmemente, mientras las garras intentaban abrirme la garganta. Me encontré de espaldas. El mundo se diluía. Golpeé ciegamente. Mi mano cayó, cerrándose automáticamente en la empuñadura de mi daga. La desenvainé y asesté una cuchillada. Retumbó un terrible grito semibestial... un aullido. Titubeante, me incorporé. A mis pies se hallaba un hombre-lobo.
Me incliné, blandiendo la daga, pero me detuve levantando la vista. La luna flotaba en el cielo, casi en el cénit. Si mataba a la criatura bajo su forma humana, su terrible espíritu se albergaría en mí para siempre. Me senté a esperar. La criatura me miraba con sus ardientes ojos de lobo. Los largos miembros filiformes parecieron encogerse, curvarse. Los pelos parecieron crecer hasta recubrirle el cuerpo. Temiendo enloquecer, me apoderé de la espada del hombre-lobo y le hice pedazos. Luego, tirando la espada a lo lejos, eché a correr y huí por los bosques.

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