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EL ARTE OSCURO

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GOTICO

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sábado, 4 de agosto de 2012

Tercera Generación Divina

Tercera Generación Divina

Zeus-Hera
La Titanomaquia
La Tifonomaquia
La Gigantomaquia
Ares / Marte
Las Amazonas
Hefaistos / Vulcano
Los hijos adulterinos de Zeus: hijos de diosas
La creación de la humanidad
Los hijos adulterinos de Zeus: hijos de mortales

Zeus-Hera

Ayudado por Rea y Metis, la Prudencia, hija de Océano, Zeus tomó por sorpresa a su padre, lo atacó y venció. Luego lo forzó a tomar una pócima con poderes mágicos, fabricada por la propia Metis, que le hizo vomitar primero la piedra y después a sus cinco hijos anteriores: Hestia, Deméter, Hera, Hades y Poseidón. Zeus, igual que su padre, dotó a sus hermanos y hermanas de una porción justa de su nuevo reino y se instaló en el Monte Olimpo, la montaña más alta que encontró. Poseidón se quedó con el Mar, Hades con el mundo subterráneo y Zeus con el Cielo y la Tierra, y el cetro de dios supremo, por encima de todos sus hermanos y dioses más antiguos que él. Así lo cuenta Hesíodo:
«Entre tanto, el joven dios se criaba rápidamente; su fuerza crecía al mismo tiempo que su valor. Cuando fue preciso, sorprendido por la astucia de Metis, vencido por el brazo y poder de su hijo, el taimado Cronos volvió a la luz a los hijos salidos de su sangre que había tragado y, ante todo, la piedra engullida tras ellos, Zeus la fijó en la tierra, en la divina Pito, al pie del Parnaso, para que fuese un día, ante los ojos de los mortales, el monumento que proclamase sus maravillas».
Zeus, Poseidón, Hera, Deméter y Hestia forman el primer grupo de dioses Olímpicos, falta de él Hades, a quien no se le considera divinidad olímpica porque vive siempre en los Avernos. Afrodita, aunque más antigua y perteneciente a la generación anterior, también habita el Olimpo, que ni las puertas del cielo se resisten a la belleza. Los otros dioses olímpicos, incorporados más tarde, serán: Ares, Hefaistos, Apolo, Artemis, Atenea, Hermes y Dionisos, doce en total, símbolo del orden universal, como los meses lunares, porque Hestia renunció a su puesto en el Olimpo para no tener conflictos con Dionisos, el último de ellos, o huir de las broncas permanentes de sus hermanos y sobrinos.
Pero Zeus debería enfrentar aún dos guerras para poder establecerse definitivamente como dios supremo. Sólo los Titanes más sabios: Mnemosine, Temis, Océano e Hiperión, se sometieron al nuevo soberano. Los demás nombraron a Atlas, hijo de Japeto, jefe de los que se oponían a Zeus, pues las fuerzas de Cronos comenzaban a flaquear. Así comenzó la primera guerra de los tiempos, una guerra cósmica en que el orden debía someter al caos, una guerra civil que enfrentó a hermanos contra hermanos y contenía ya la semilla del destino humano.

La Titanomaquia

Fue una guerra cruenta, que se prolongó durante diez años, en la que Atlas capitaneó a sus hermanos, menos Prometeo, Epimeteo y Océano, y a todos sus linajes. Desde el alto Cielo hasta el profundo Tártaro resonaba el fragor de la batalla. Los Titanes eran más numerosos e imponentes, por su furia y vigor, que los seguidores de Zeus, quien sin embargo contaba entre los suyos, además de sus hermanos, a la Oceánide Éstige y a sus numerosos hijos. En agradecimiento a su ayuda, Éstige recibió luego el privilegio de que los dioses juraran en su nombre, lo que daba al juramento un valor absoluto.
Zeus sopesó sus fuerzas y las contrarias, y estimó que debía buscar ayuda. Entonces se acordó de los Cíclopes y de los Centímanos, que seguían encarcelados en el Tártaro, olvidados por todos. Otros en cambio indican que fue su madre Gea quien advirtió a Zeus que para vencer debía reclutar en sus filas a los habitantes del Tártaro. Así Zeus bajó sigilosamente y mató a Campe, la carcelera; cogió las llaves y liberó a los prisioneros; los fortaleció luego con comidas y bebidas variadas y abundantes, y marchó con ellos al combate.
Agradecidos, los Cíclopes dieron armas a los tres hermanos olímpicos: El rayo, que acababan de forjar en las fraguas del Tártaro, se lo entregaron a Zeus para que fuera su arma propia, a Hadesle dieron un yelmo que absorbía la luz en torno suyo y lo hacía invisible, y a Poseidón, un tridente.
Los tres hermanos urdieron entonces un plan para terminar rápidamente con la guerra, que ya se alargaba  demasiado. Y así Hades entró, sin ser visto, en presencia del retorcido Cronos para robarle las armas, mientras Poseidón lo entretenía y lo amenazaba con el tridente; finalmente, Zeus hizo caer sobre él su terrible rayo. Entretanto, los Hecatónquiros, apostados en lo alto de los desfiladeros, arrojaban cientos de rocas sobre el resto de los Titanes con tal furia, que pensaron que las montañas se desplomaban sobre ellos. Muchos murieron bajo las piedras, otros consiguieron huir aBretaña y los restantes cayeron arrojados alTártaro, incluido el viejo Cronos, donde Centímanos o Hecatónquiros los guardarían. PeroAtlas, cabecilla de los sublevados, condenado a llevar sobre los hombros la bóveda del cielo, recibió el más duro castigo.
Tras haber eliminado a Cronos, los tres hermanos triunfantes, ZeusPoseidón y Hades, se repartieron el imperio del universo; pusieron en el interior de un yelmo tres símbolos y confiaron en la suerte. Al primero le correspondió el Cielo, al segundo el Mar y al tercero los Infiernos. Tierra y Olimpo, en cambio, se consideraron territorio común a los tres. Así relata Homero el sorteo, en palabras de Poseidón:
«Tres hijos varones nacieron de Cronos y Rea:
Zeus, yo y el tercero, Hades, que reina sobre los muertos. El mundo se dividió en tres partes, una para cada uno de nosotros: a mí me tocó en suerte habitar siempre en el mar que blanqueó la espuma; a Hades, en cambio, las sombras y la niebla, y a Zeus el inmenso cielo, en el éter siempre entre las nubes, en tanto que la Tierra y el Olimpo nos pertenecen en común a los tres».
(Ilíada, XV, 187 ss.)
En una antigua ánfora griega se puede ver a los tres hermanos en el momento del sorteo: Zeustiene en sus manos el rayo, Poseidón el tridente y Hades el yelmo que lo vuelve invisible. El pintor del recipiente, al no poder representar la invisibilidad, nos lo muestra con el rostro vuelto hacia la parte opuesta. Efectivamente, la palabra hais, o haides o hades significa «invisible», y también «aquel que vuelve invisibles a los demás». Allá abajo, en los Infiernos, estaba absolutamente prohibido mirar a la cara a Hades o a su esposa Perséfone: quien transgredía esa prohibición se volvía, a su vez, invisible.  

La Tifonomaquia

A pesar de la victoria, Zeus, no pudo, todavía, sentirse seguro. Gea, entristecida por no haber podido disfrutar de la infancia de sus hijos, dio a luz un último vástago, Tifeus (Tifón), el más espantoso y horrible de los dioses. Cuentan que «de sus hombros salían cien cabezas de serpiente, de terrible dragón», que de sus ojos «brotaba ardiente fuego cuando miraba» y que sus cien bocas producían las voces más variadas y fantásticas: «Unas veces emitían articulaciones como para entenderse con dioses, otras un sonido con la fuerza de un toro de potente mugido, bravo e indómito, otras de un león de salvaje furia, otras igual que los cachorros, maravilla oírlo, y otras silbaba y le hacían eco las altas montañas».
Zeus se vio forzado hacerle frente, lanzó contra él uno de sus rayos mortales y acabó con el monstruo. El relato que del encuentro hace el poeta tiene un aliento cósmico:
Tronó reciamente y con fuerza y por todas partes terriblemente resonó la tierra, el ancho cielo arriba, el ponto, las corrientes del Océano y los abismos de la tierra. Se tambaleaba el alto Olimpo bajo sus inmortales pies cuando se levantó el soberano y gemía lastimosamente la tierra. Un ardiente bochorno se apoderó del ponto de azulados reflejos, producido por ambos y por el trueno, el relámpago, el fuego vomitado por el monstruo, los huracanados vientos y el fulminante rayo. Hervía la tierra entera, el cielo y el mar. Enormes olas se precipitaban sobre las costas por todo alrededor bajo el ímpetu de los Inmortales y se originó una conmoción infinita. Temblaba Hades, señor de los muertos que habitan bajo la tierra, y los Titanes, que sumergidos en el Tártaro rodean a Cronos, a causa del incesante estruendo y la horrible batalla. Zeus, después de concentrar toda su fuerza y coger sus armas, el trueno, el relámpago y el llameante rayo, lo golpeó saltando desde el Olimpo y envolvió en llamas todas las prodigiosas cabezas del terrible monstruo. Luego que lo venció fustigándole con sus golpes, cayó aquél de rodillas y gimió la monstruosa tierra. Fulminado el dios, una violenta llamarada surgió de él cuando cayó entre los oscuros e inaccesibles barrancos de la montaña. Gran parte de la monstruosa tierra ardía con terrible humareda y se fundía igual que el estaño cuando por arte de los hombres se calienta en el bien horadado crisol o el hierro, que es mucho más resistente, cuando se le somete al calor del fuego en los barrancos de las montañas, se funde en el suelo divino por obra de Hefesto; así entonces se fundía la tierra con la llama del ardiente fuego. Y le hundió, irritado de corazón, en el ancho Tártaro.
Tifeus fue enterrado bajo el Monte Etna, en Sicilia, y todavía hoy pueden verse, de cuando en cuando, sus encendidos humos. Merece  
El desafío final lo provocaron los Gigantes, que invadieron el Monte Olimpo y treparon por las montañas en un formidable esfuerzo por alcanzar la cumbre. Pero los dioses, que habían crecido fuertes y contaban con la ayuda de Heracles, los sometieron.

La Gigantomaquia

Las derrotas de los Titanes y de Tifón no garantizó la paz durante largo tiempo; porque Gea, enterada de que sus hijos estaban nuevamente encerrados en la oscuridad del Tártaro, sublevó a sus otros hijos, los Gigantes, nacidos de la sangre de Urano cuando Cronos lo castró.
Los Olímpicos tuvieron, pues, que hacer frente a la amenazadora agresión de los Gigantes, enormes seres de aspecto terrorífico y fuerza invencible, dotados de hirsuta cabellera y piernas en forma de serpiente. En la guerra tomaron parte todas las divinidades del Olimpo. Pero un papel principal lo desempeñaron Zeus, armado del poderoso rayo y protegido por la égida, la mágica coraza que se hizo con la piel de la cabra Amaltea, y Atenea, cubierta también por la égida, que comparte con su padre, y protegida por su escudo redondo adornado con la cabeza de Medusa.
Como aliado excepcional contaron con Heracles, acogido en el Olimpo después de su muerte. Se cumplía así la profecía según la cual los Gigantes no serían vencidos sin la ayuda de un mortal como lo había sido Heracles.
Con la victoria Zeus afirma su poder con el dominio absoluto del mundo y se cierra el ciclo de las divinidades poderosas y de las fuerzas desordenadas que, como Cronos, todo lo destruyen y corrompen. Porque para los griegos Cronos corrompía al hombre y a los animales, y los filósofos consideran este triunfo un símbolo de la victoria del orden y de la razón sobre los instintos y las pasiones.

Ares / Marte

Dios de la guerra y amante de las batallas por el puro placer de la lucha. Era de aspecto brutal y comportamiento violento y agresivo; le deleitaban las matanzas de hombres y los saqueos de ciudades, el estruendo del combate y los gritos de los vencidos, lo que le acarreó el desprecio de hombres e inmortales, excepto de Afrodita, que se enamoró de él (esas fuerzas del corazón que la razón, por mucho que se esfuerce, no entiende), y del codicioso Hades, al que abastece con los soldados muertos en guerras despiadadas.
Simboliza también la fuerza de la pasión y de la sensualidad en toda su potencia. Además del adulterio con Afrodita, se le atribuye la paternidad de las Amazonas, aunque hay muchos que disienten. Los dos hijos que tuvo con la diosa del Amor y de la Belleza lo acompañaban en los campos de batalla: Deimos, personificación del Terror, y Fobos, personificación del Temor, que suscitaba la cobardía en el corazón de los combatientes y los impulsaba a huir.
Sin embargo Ares no era un dios invencible; fue derrotado y humillado durante la guerra de Troya por la calculadora e inteligente Atenea; en otra ocasión los gigantescos hijos de Aloeo lo apresaron y tuvieron recluido en una vasija de bronce durante años, hasta que Hermes lo liberó; otra vez fue Heracles, el héroe, quien le atravesó el muslo con una flecha; en la lucha con los Gigantes Efialtes lo tuvo a su merced hasta que Apolo y Heracles lo liberaron; por último, el héroe y mortal Diómedes, lo hizo huir, herido, dando alaridos hasta el Olimpo. Velázquez, conocedor de esta azarosa vida, lo retrató ya maduro y desengañado de las glorias militares.
Ares, dios tracio, pertenece a la generación de los dioses olímpicos. Sin embargo, debido a la naturaleza pacífica de los griegos, que contrastaba con la fiereza del dios, fue el menos venerado. Se comprende fácilmente que los griegos, de espíritu inclinado a las sutilezas de la razón y a la finura de la inteligencia, manifestaran repugnancia por un dios que, tanto por su carácter y atribuciones, como por su origen tracio, era un extranjero. Así los mitos suelen presentarlo en situaciones de las que no siempre salía airoso. Roma, en cambio, le rindió un culto distinguido y lo confundió con su dios Marte. Naturalmente entre Roma y Atenas había un abismo.

Las Amazonas

Aunque no todos opinan igual, dicen algunos que estas mujeres eran hijas de Ares y de la náyade Harmonía, nacidas en los valles de la Acmonia frigia y trasladadas luego por Lisipe, que huía de la memoria incestuosa de su hijo Tanais, a la costa del Mar Negro, junto al río Termodonte, donde se establecieron y fundaron tres ciudades, de donde los nombres de licastias, cadesias y temisciras, este último de la capital, Temiscira.
Las amazonas sólo reconocían el linaje materno y los hombres debían hacer las tareas domésticas en tanto que las mujeres guerreaban y gobernaban. Dicen los maldicientes, que nunca descansan cuando de humillar a las mujeres se trata, que mutilaban a los niños recién nacidos para que no pudiesen gobernar, que no respetaban la justicia ni la decencia, aunque todo hace suponer que no respetaban el sentido de la justicia y de la decencia de los hombres, que es radicalmente indecente e injusto; pero eran guerreras famosas, las primeras que emplearon la caballería en el combate. Usaban arcos de bronce, hachas de doble filo y escudos en forma de media luna, los peltas, y vestían ropas hechas con pieles de animales. Es fama que se mutilaban, quemándoselo, el seno derecho para manejar las armas con más soltura, pero todo parece derivado de una errónea interpretación de su nombre: a: sin, mazw'n (mazoón): seno. Hoy aún se discute la etimología de esta palabra, aunque se aventura una de origen asiánico: hama: todas, zan: mujeres, así,Amazonas, significaría "todas mujeres". En cualquier caso los artistas las han representado siempre como mujeres enteras y hermosas, ante cuyos encantos cayeron Herakles y Teseo, grandes catadores de mujeres. Antíope, la única amazona que se sepa que se haya casado, fue esposa de Teseo y reina de Atenas. Murió atravesada por la espada de Molpadia cuando defendía su nueva ciudad al lado de su marido de un ataque de sus hermanas Amazonas.
Tres famosas amazonas, Marpesa, Lámpado e Hipo, conquistaron un imperio que se extendía desde el Mar Negro hasta las costas de Siria y fundaron las ciudades de Éfeso, Esmirna, Cirene y Mirina.
Luego de la muerte de Héctor, lucharon al lado de los troyanos contra los aqueos y su reinaPentesilea, también hija de Ares, murió a manos de Aquiles, al que sin embargo había sacado del campo de batalla en varias ocasiones y enamoró por su valor y belleza.

Hefaistos / Vulcano

Dios del Fuego y de la Fragua. Cuentan que cuando su madre lo trajo al mundo y vio lo feo y esmirriado que era, asqueada y horrorizada, lo arrojó desde lo alto del Olimpo para librarse así de la vergüenza de haber parido semejante engendro. Por fortuna, el bebé cayó al mar y, como Tetis y Eurinome se encontraban cerca, pudieron rescatarlo. Estas gentiles diosas lo criaron en una gruta subterránea, donde Hefaistos instaló luego su primera herrería. En agradecimiento a Tetis, a la que siempre quedó reconocido, Hefaistos confeccionó las armas invencibles de su hijo Aquiles.
Después de nueve años, Hera observó que Tetis lucía joyas de belleza extraordinaria y, curiosa y sin duda envidiosa, le preguntó dónde las había conseguido. Tetis vaciló al principio, pero terminó contándole la verdad sobre Hefaistos. Arrepentida y avergonzada, más probablemente esperanzada en conseguir joyas mejores, Hera fue en su busca, lo llevó al Olimpo y le instaló una herrería muchísimo mejor que la anterior.
Algunos dicen que fue su madre la que arregló su matrimonio con Afrodita. El caso es que Hefaistos perdonó a Hera, hasta tal punto que un día se atrevió a reprochar al propio Zeus la forma en que la ultrajó y humilló colgándola por las muñecas del firmamento, cuando Hera se rebeló contra él. Zeus, furioso por la falta de respeto, lo agarró y lo tiró con fuerza contra la Tierra; nueve días tardó en caer y cuando lo hizo en la isla de Lemnos, se le quebraron las piernas. Desde aquel día tuvo que andar con muletas hechas por él mismo, por supuesto de oro.
Otros cuentan la concepción y nacimiento de Hefaistos de manera distinta. Al parecer Hera lo trajo al mundo de modo poco natural porque, faltaría más, tuvo envidia de Zeus que había traído a Atenea por sí solo.
Hefaistos era el dios del fuego y de la civilización; el creador del fuego es, que lo transmite al mundo a través de Prometeo. Es el constructor de las armas y de los suntuosos palacios de los dioses, el artífice de herramientas y autómatas que lo ayudaban en su laboriosa fragua. Hizo muchas obras maestras para diversos héroes, como el escudo de Heracles, la armadura de Aquiles y el cetro de Agamenón. Tenía taller en islas volcánicas donde los cíclopes eran sus oficiales. Virgilio lo sitúa en la costa de Sicilia, con los fuegos del Etna como hornos.
Dicen que sus defectos físicos lo hicieron pacífico y amable, aunque tal vez fue su talante el que le ayudó a llevar sus defectos con humor; lo cierto es que era un dios querido por todos, deidades y mortales. Considerado patrón de los artesanos, les infundía inspiración y fuerza creativa.
Originario de Oriente, Hefaistos ha sido uno de los dioses más desmitificados, acaso porque su actividad se presta a ello. Hefaistos es el único dios que trabaja y es llamativo cómo el más feo de los dioses sea el que fabrica los objetos más hermosos, el que se casa con la más bella de las diosas.
Los hijos adulterinos de Zeus


1. Hijos de diosas
Atenea / Minerva
El nacimiento de Atenea
La disputa con Aracne
Patrona de Atenas
Febo / Apolo
Artemisa / Diana
Hermes / Mercurio
Las Horas
Las Gracias
Las Musas


Hijos de diosas

Atenea / Minerva

Es una diosa extraña, reina de la sabiduría y de la guerra, de la táctica militar más bien, y, sin embargo, pacífica; tutora de los hogares y destructora de pueblos. Amparo de sabios, jueces y artistas, era también defensora del comercioAyudó a Perseo, Aquiles, Odiseo y muchos otros, aunque no se unió a ninguno de ellos, porque Atenea, como Hestia y Artemisa, había decidido no casarse, no obstante lasnumerosas propuestas de dioses, titanes y gigantes, y conservarse virgen. Cuentan que rechazó a todos y nunca se sintió atraída por nadie. Dotada de gran inteligencia y espíritu reflexivo, sin duda por vía materna, aunque esta capacidad puede que sea sobrevenida a partir del siglo VI, se convirtió en consejera de los dioses. Protegía la agricultura y a tal fin dicen sus fieles que inició la domesticación de animales e inventó el arado. También se le atribuye el patronazgo de las labores femeninas, especialmente del hilado y el tejido, y la construcción naval y la fabricación de calzado, y la invención de la flauta. Tantas y diversas habilidades parecen sospechosas y sugieren más bien que sería el liderazgo indudable de Atenas y los atenienses quienes atribuirían a su patrona sus propias virtudes, la propaganda haría el resto. Se la asocia con la lechuza, que naturalmente aparecía en las monedas acuñadas en Atenas, los famosos "buhos". Se la llama también Atene, Atenaia, Atana, Tritogenia.
Se la representaba con escudo, lanza y coraza; sobre el escudo llevaba la cabeza de medusa, regalo de Perseo, y sobre la coraza la égida, aunque en tiempos de paz no lleva arma ninguna. También se la suele representar con una Niké, la deidad alada de la Victoria, en la mano izquierda.Guiaba a los ejércitos durante el combate, pero a diferencia de Ares, que se complacía en la crueldad de las matanzas, ella inspiraba los movimientos más hábiles.
Desempeñó un papel muy importante en la lucha contra los Gigantes y mató al más fuerte de ellos, Palas o Paladio; lo desolló y se confeccionó un escudo con su piel: de ahí, cuentan algunos, proviene el nombre de esta diosa. Dicen que también venció a Encélado, al que arrojó a tierra y sepultó bajo la isla de Sicilia.
Hay muchas representaciones de ella, pero una vez más Fidias le dio forma definitiva, que, contra lo que se cree, no son los dioses quienes dan forma al hombre, sino el hombre el que conforma a los dioses: La Partenos, la Promajos y la Lemnia, de todas ellas quizá sea la Lemnia la más dulce y humana, la menos divina, la que ayudó a Prometeo a robar el fuego sagrado.

El nacimiento de Atenea

El nacimiento de Atenea es uno de los más sorprendentes e increíbles, dicen sus devotos. Sin duda lo es porque en la génesis de su mito intervienen los intereses de la ciudad que patrocina, la más culta, la más poderosa, la más rica. Dicen que es la única deidad que nació adulta, pero se olvidan de Afrodita, ante cuyo esplendor y belleza toda la naturaleza gritó de entusiasmo.
Diversos mitos explican su nacimiento, la versión pelásgica cuenta que nace en Libia, junto al lago Tritonio; tres ninfas, vestidas con pieles de cabra, la encuentran y la crían.
Muy diferente es el mito netamente helénico: Su padre fue Palas, un gigante de forma caprina, que ya niña intentó violarla y al que luego ella mató y desolló.
Otros dicen que su padre fue Poseidón, al que ella repudió y pidió a Zeus que la adoptara.
Pero las sacerdotisas de Atenea cuentan que a Zeus se le antojó yacer con Metis, la Titánide de la Sabiduría, quien intentó escapar de él adoptando diferentes formas, pero Zeus fue más tenaz o más hábil; la persiguió hasta que en un momento de descuido la alcanzó, logró su objetivo y la dejó encinta. Luego Gea, la madre Tierra, declaró en un oráculo que la diosa alumbraría a una niña, pero, si Metis volvía a concebir, sería un niño que llegaría a ser mejor y más fuerte que el propio Zeus y lo destronaría, siguiendo la tradición dinástica. Presa de pánico, Zeus persuadió a Metis para que reposara en su lecho y una vez dormida se la tragó entera. Zeus comentaba que ella, Metis, la Sabiduría, le aconsejaba desde el interior de su vientre.
Así las cosas, un día mientras paseaba por la orilla del lago Tritón, Zeus sintió un punzante dolor de cabeza; tuvo la sensación de que la cabeza le iba a explotar e hizo resonar el firmamento con sus gritos. Hermes escuchó el estruendo y acudió rápidamente en su auxilio. Luego de examinar la cabeza de Zeus, adivinó la causa del dolor y llamó a Hefaistos para que trajera una cuña y un martillo con que abrir el cráneo del dios. Así lo hizo el cojo y al instante de la herida saltó Atenea con un terrible grito de guerra, ya adulta y armada.

La disputa con Aracne

Es tejedora diestra, que enseña su arte a las mujeres, aunque, como todos los dioses, muy puntillosa; si no, que se lo pregunten a Afrodita. Que se lo pregunten a Aracne, la princesa lidia de Colofón, joven habilísima tanto en el tejido como en el bordado. Sus obras causaban tanta admiración a quienes las contemplaban, que de inmediato pensaban que debía su arte a las enseñazas de Atenea. Pero la muchacha, dicen los mitógrafos que soberbia y engreída, aunque nosotros nos inclinamos a pensar que la chica había pasado infinitas horas desde niña ejercitándose en su arte, se sentía orgullosa de él y no reconocía por tanto el magisterio de la diosa, así en un arrebato de insolencia juvenil sugirió que era capaz de tejer tan bien como ella, retó a la diosa a un concurso dicen los hagiógrafos de la Virgen, quien, disfrazada de anciana, le recriminó su actitud y recomendó a la joven una conducta modesta y piadosa. Sin embargo Aracne menospreció los consejos de la anciana y se burló de ella, dicen de nuevo los mitógrafos.
Comenzado el concurso, Aracne representó diversos episodios de los amoríos de Zeus, especialmente era hermosa la representación del padre de los dioses derramándose como lluvia de oro sobre Dánae, lo que ofendió a Atenea, aunque la obra era de una belleza y maestría sin par y Atenea, que había representado el esplendor de los dioses y diosas del Olimpo, no pudo encontrar fallo alguno en ella, por lo que, en un ataque de furia envidiosa, la destruyó por completo.
Aracne se sintió entonces tan humillada y dolorida, que se suicidó y se ahorcó de una viga. No obstante, para que no muriera, la diosa (¿compasiva o vengativa?) la transformó en araña. Otra versión dice que el jurado dictaminó un empate, pero Atenea rencorosa castigó a Aracne por su insolente blasfemia (¿cuál era la blasfemia, ser tan buena como ella o representar las calaveradas de su padre?) y la convirtió en araña, para que tejiera eternamente.
Patrona de Atenas
Atenea es la diosa de mayor prestigio del Olimpo, después de Zeus y Hera. Esta preferencia del pueblo griego se manifiesta en una de sus actuaciones míticas más relevantes, la disputa con Poseidón por la posesión espiritual del Ática. Una de las versiones refiere que para obtenerla Poseidón clavó el tridente en una roca de la que manó un caño de agua salada que formó un hermoso lago; otras veces llega como brioso y veloz caballo blanco. Atenea, por su parte, ofreció al pueblo el olivo, el primero en el mundo, el árbol símbolo de la paz y de la riqueza desde tiempos remotos. Los habitantes consideraron que les sería más útil el regalo de Atenea y la eligieron como su diosa protectora. En conmemoración de la victoria, Atenea dio su propio nombre a la ciudad, cuyos habitantes la honraron desde entonces como su diosa titular.
Este episodio de la disputa de Atenea y Poseidón por el Ática tuvo sin embargo una consecuencia inesperada, según algunos, que explica la ausencia de la mujer en la vida política. Afirman que la decisión tomada por los habitantes de la ciudad era la siguiente: los hombres votaron todos a favor de Poseidón, las mujeres empero que lo hicieron a favor de Atenea, vencieron por un solo voto. Descontento por el resultado, Poseidón desplegó sus poderes marinos e inundó la región. Para aplacar su furia fue necesario retirar el derecho de voto a las mujeres.
Una variante del mito indica que fue un jurado de dioses el que dio la victoria a Atenea, puso la ciudad bajo su protección y le dio su nombre. La diosa asistió y ayudó a los hombres en sus obras de paz. Enseñó a los alfareros, colaboró con los poetas y adiestró a las mujeres en el arte del hilado. A menudo se la cita como "Palas Atenea", donde Palas significaría "nueva hija".
El permanente rival de Atenea fue Ares, el estruendoso guerrero que aparece en la Ilíada apoyando a los ejércitos enemigos de los griegos. Ares defendía a los Troyanos mientras que Atenea apoyaba a los Aqueos. Es más, cuando Zeus permitió a los inmortales participar en la contienda, Atenea combatió a su rival Ares con éxito y le asestó un grave embate. 
La presencia de Atenea era siempre sinónimo de consejo prudente, comportamiento tranquilo y juicio sabio. El Partenón, el magnífico templo consagrado a Atenea, que rezuma armonía, equilibrio y majestad, fue el centro de su culto y veneración; sede de las grandes celebraciones, así como también del festival de las Panateneas, conmemorativo de su nacimiento.
Atenea se convirtió así en la protectora del estado, la diosa que garantizaba la equidad de las leyes y su justa aplicación, tanto en tribunales como en asambleas. Además la diosa protegía a todas las familias, velaba por la comprensión y la castidad de los esposos, el honor del hogar y la salud de todos.
Esta deidad es, por tanto, el símbolo divino de la civilización griega, que gracias a su esfuerzo guerrero, inteligencia y conocimientos, gracias a la moderación de sus costumbres, supo imponer su dominio sobre el mundo.

 

Febo / Apolo

Leto, hija del Titán Ceo y de la Titánide Febe, fue amada por Zeus (bueno, esto es un hermoso eufemismo, porque normalmente Zeus se limitaba a meterla y a eyacular) y de su unión nacieron dos gemelos Apolo y Artemisa. Temiendo la cólera de su esposa, Zeus abandonó a su amante. Pero no contenta, Hera, despiadada y cruel, ordenó a todos los países que negaran la sagrada hospitalidad a Leto, aún encinta, y pidió a la Tierra que creara un monstruo que la persiguiera y mortificara. Así nació la serpiente Pitón. Leto erró por todos los continentes durante meses sin poder detenerse jamás. Al fin, llegó a una árida y desolada isla, llamada Ortigia, que flotaba en el mar y le concedió asilo, porque sufría ya los primeros dolores del parto. Pero Hera había ordenado a Ilitía que no la ayudara en el trance, que el rencor y la impiedad de Hera no conocían límites, por lo que Leto estuvo sufriendo durante nueve días y nueve noches, hasta que Ilitía se apiadó de ella y la ayudó a parir a sus dos hijos. Finalmente, la isla de Ortigia quedó anclada en el fondo del océano por columnas y de su suelo árido brotaron árboles y flores; a partir de entonces, se la llamó Delos, "La Brillante", y se convirtió en una de las islas más célebres y fértiles de las Cícladas.
La diosa Temis fue la encargada de criar a Apolo con un biberón a base de néctar. Al cabo de pocos días el infante ya pidió un arco y flechas, y se dirigió al monte Parnaso, donde se encontraba la serpiente Pitón, que tanto había perseguido a su madre, y la hirió de gravedad. Entonces Pitón huyó a refugiarse en el oráculo de la Madre Tierra, en Delfos; pero Apolo la siguió hasta el santuario donde acabó de matarla.
La Madre Tierra pidió justicia a Zeus, quien no sólo ordenó a Apolo que acudiera a Tempe a purificarse, sino que también instituyó los juegos Pitios en honor de la serpiente. Otra versión cuenta que fue el mismo Apolo quien, en recuerdo de esta victoria, adoptó el sobrenombre de Apolo Pitio y fundó los juegos Píticos, que se celebraban cada tres años en la ciudad de Delfos.
Pero en vez de dirigirse a Tempe, Apolo prefirió ir a Tarra, en Creta, donde el rey Carmanor realizó la ceremonia de purificación. Cuando regresó a Grecia, Apolo buscó a Pan, el hermano adoptivo de Zeus, y con halagos logró que le revelara el arte de la profecía para apoderarse luego del oráculo délfico. Desde entonces Apolo, conocedor de la verdad y absolutamente sincero, se convirtió en el portador supremo de los oráculos divinos. Quizá de ahí proceda su posterior identificación con el Sol, que todo lo ve desde la cúspide del firmamento.
Símbolo de la belleza masculina y de la juventud, su nombre pasó al lenguaje como sinónimo, al igual que Adonis, de belleza masculina; también tenía sin embargo una vena cruel, sabia e implacable con su enemigo, que de lo contrario no sería un dios, e incluso con sus amantes. Con todo, la función más importante de Apolo es el patrocinio de la poesía y las bellas artes, en especial de la música. El mito cuenta que fue a raíz de que Hermes le regalara la lira. Apolo demostró tal destreza y armonía en su ejecución, que desde entonces las Musas pasaron a formar parte de su cortejo. Dotado de una extraordinaria sensibilidad, Apolo no resistía las melodías desagradables o imperfectas, pero lo que no toleraba bajo ningún concepto, dios al fin, es que alguien pudiera superarle.
Otras de sus tareas fue, cumpliendo un castigo de Zeus, la de guardar los rebaños y ganados de Admeto. También cuidó los rebaños de los dioses, razón por la cual también se le consideró por un tiempo como dios protector del ganado, aunque más tarde delegó este trabajo en Hermes.
Padre de Asclepio, le alcanza de igual manera el patronazgo de la medicina. Los griegos multiplicaron sin fin sus atributos y en algunas ocasiones hasta le dieron un carácter funesto, que a menudo se le consideraba el dios del castigo instantáneo, pues todas las muertes repentinas se atribuían a las heridas causadas por sus flechas. Pero también condenaba a la humanidad a una muerte más horrible y lenta, y le enviaba la peste.
Sin embargo, a los ojos de los griegos Apolo es un dios amable, máximo representante de las profecías y la adivinación: la pitia habla en su nombre. Se puede decir sin exageración que Apolo refleja para los griegos el genio artístico de su país, el ideal de juventud, belleza y progreso.
Apolo se negó a atarse con los lazos del matrimonio, pero tuvo innumerables aventuras amorosas y dejó encinta a ninfas y mujeres mortales.
La primera a la que amó se llamaba Corónide, hija de Flegias, rey de los lapitas. Apolo se enamoró de ella un día que se estaba bañando en las aguas de un lago en Tesalia. En ausencia del dios, la joven se enamoró de Isquis, hijo de Élato, rey de Arcadia, y lo amó. Desesperado por los celos, Apolo atravesó con sus flechas el pecho de su infiel amante; pero al verla muerta, se arrepintió y, cuando le rendía honores fúnebres, le arrancó vivo de las entrañas a Asclepio, el hijo engendrado en ella, en el instante mismo en que el cuerpo de la madre empezaba a arder en la pira.
Confió luego el cuidado del niño a Quirón, quien le enseñó el arte de elaborar remedios para toda clase de males. En poco tiempo llegó a tener una gran habilidad y no sólo consiguió curar a enfermos, sino también resucitar muertos: en concreto Glauco, Tíndaro e Hipólito le deben su retorno a la vida. Pero ante las quejas de Hades, que veía cómo Asclepio le robaba a sus súbditos, Zeus fulminó a Asclepio con uno de sus rayos y Apolo, en venganza por la muerte de su hijo, mató a su vez a los Cíclopes, los artesanos que fraguaban los rayos del dios del Cielo. Zeus, en castigo, lo desterró del Olimpo por una temporada, que fue entonces cuando sirvió al rey Admeto.
Tuvo además amores con Ptía, la musa Talía, Aria y Cirene. Pero, no obstante su increíble belleza, no siempre salía victorioso. En una ocasión intentó robarle a Idas su esposa Marpesa, pero la mujer se mantuvo fiel a su marido. En otra, persiguió a Dafne, la ninfa de la montaña, una sacerdotisa de la Madre Tierra, hija del río Peneo en Tesalia; pero cuando consiguió alcanzarla, ella pidió auxilio a la Madre Tierra, que la transformó en laurel. Con las hojas de este árbol se hizo Apolo una corona con la que se le ha representado a menudo. A partir de aquel día, se convirtió el laurel en el árbol preferido de Apolo y decidió que los premios que se concedieran a poetas, músicos y atletas consistirían en una corona de sus hojas.
Apolo, griego al fin, también amó a un hombre, quizás más que a cualquier mujer, a Hiacinto o Jacinto, un príncipe espartano, de quién además se enamoró el poeta Támiris, el primer hombre que cortejó a uno de su mismo sexo.

Artemisa / Diana

Artemisa se caracterizaba por tener los mismos rasgos y atributos que su hermano Apolo. Como él, iba armada con un arco de plata y flechas, regalo de los Cíclopes, con las que mataba sin piedad a aquellos que de una manera u otra osaban insultar a su divina persona o bien a su madre; tiene igualmente el poder de enviar pestes o muertes repentinas a los mortales, como el de curarlas. Se la considera protectora de los niños pequeños y de todos los animales mamantones, pero sobre todo es la diosa virgen de la caza. Recorre los bosques con el arco siempre a punto, en compañía de un cortejo de sesenta ninfas oceánicas y veinte fluviales.
Al contrario que su hermano, Artemisa decidió permanecer virgen, igual que Atenea y Hestia. Su pudor y crueldad llegaban a tal extremo que un día dio una muerte horrible a un joven, Acteón, tebano, magnífico cazador, que tuvo la fortuna y desgracia de verla desnuda. Se bañaba la diosa en un arroyo, pasó el joven y la sorprendió. Pasmado se quedó ante su espléndida desnudez. Perdóname que te mire, dicen que dijo, pero nunca he visto nada tan hermoso. Sin embargo la diosa, ofendida por lo que consideró una intolerable y blasfema insolencia, convirtió al joven en ciervo y después incitó a los cincuenta sabuesos de su jauría a devorarlo. Dicen otros que lo hizo para que el joven no se jactase en las tabernas ante sus amigos de haberla visto desnuda. Según algunos mitógrafos, los perros representan los cincuenta días durante los cuales la vegetación, de la que Acteón es símbolo, permanece dormida. Sentido del humor que tienen los mitógrafos.
Artemisa exigía de sus compañeras la misma castidad perfecta. En una ocasión, se dio cuenta de que Calisto, una de sus ninfas, estaba encinta de su padre Zeus. La convirtió entonces en osa, llamó a su jauría y los perros la habrían perseguido hasta matarla, si Zeus no la hubiese tomado en brazos, alzado hasta los cielos y puesto entre las estrellas. Árcade, el hijo de ambos, convertido también en osa, pudo salvarse luego convertido en rey de los arcadios. Aún se puede ver en el cielo a Calisto y a su hijo con las formas que le dio Artemisa, la Osa Mayor y la Osa Menor.
Artemisa, bella, casta y virgen; arisca, orgullosa y cruel, era la hija predilecta de Zeus. Las Parcas la nombraron patrona de los partos, ya que su madre Leto la había parido sin dolores. Como diosa de la caza, habitaba los bosques, por lo que también se la consideraba diosa de la Naturaleza virgen.
El templo de Artemisa en Éfeso estaba considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo, gracias a su increíble belleza y a sus magníficas y colosales dimensiones. En la misma costa del Asia Menor, el santuario de la diosa de la caza era cuatro veces más grande que el Partenón de Atenas y en él se fundían misteriosamente, según Jacob Burkhardt, con incomparable belleza, el oriente y el occidente. Dicen que lo incendió un loco, que así quiso pasar a la posteridad; nosotros nos inclinamos a considerar sin embargo que era un muchacho del linaje de Orión o Acteón que de este modo quiso vengar sus asesinatos por la cruel diosa.

Hermes / Mercurio

Hermes era el hijo de Zeus y Maya, una de las siete pléyades, hijas de Atlas. Nació en una cueva del monte Cilene, en Arcadia, y desde infante manifestó una precocidad, inteligencia y astucia tan sorprendentes, que sólo tenía pocos días cuando, aprovechando un descuido de su madre, bajó de la cuna y se escapó en busca de aventuras a Pieria, donde Apolo cuidaba un rebaño de vacas. Se apoderó del rebaño sólo por diversión, no por ánimo de lucro, y como temía que las huellas lo delataran, confeccionó abarcas con la corteza de un roble caído que ató a las pezuñas de las vacas.
De vuelta a su caverna natal, encontró el caparazón vacío de una tortuga, lo miró un instante y luego tensó unas cuerdas sobre el lado cóncavo, que hizo de caja de resonancia; así nació la lira.
Entretanto Apolo, percatado de la pérdida del rebaño, aunque no del engaño, se dispuso a buscarlo. La búsqueda fue infructuosa, hasta que, cuando pasaba por Arcadia, escuchó una bella melodía, siguió el sonido y encontró al pequeño Hermes con su rebaño.
Apolo llevó a Hermes al Olimpo y lo denunció por robo ante Zeus, porque, además, le faltaban dos reses. Explicó Hermes que las había descuartizado y hecho doce partes iguales para ofrecerlas en sacrificio a los doce dioses (ya se consideraba a sí mismo el duodécimo), que fue el primer sacrificio animal jamás hecho.
Hermes por tanto es el más joven de los dioses, según esta versión, al menos más que Apolo y Artemisa; aunque otras dicen que nació antes que ellos.
Siguiendo la primera versión, Apolo, seducido por el desparpajo del chiquillo, lo perdonó y a cambio del ganado Hermes le regaló la lira. Más tarde, Hermes cogió unas cañas del río y fabricó una flauta. Apolo, nuevamente encantado, le propuso cambiar la flauta por el bastón de oro con el que pastoreaba, que luego llegó a ser su conocido caduceo, con lo cual pasaba a ser dios de los ganaderos y pastores. Pero Hermes le pidió además que le enseñara el arte de presagiar.
Este diosillo ingenioso, elocuente y persuasivo, conseguía todo cuanto se proponía. Así, un día le pidió a Zeus que lo hiciera su mensajero y lo convenció al instante. Le entregó una vara de heraldo que lo haría respetable ante todo el mundo, un sombrero redondo para protegerlo del sol y de la lluvia, y unas sandalias aladas con las que podría desplazarse y cubrir distancias con la velocidad del viento. Sus nuevas obligaciones eran concertar tratados, promocionar el comercio y mantener libre el derecho de paso en todos los caminos del mundo.
Pero su primera tarea fue conducir a los difuntos al reino de Hades; llamaba a los difuntos con suavidad y les colocaba la vara de oro sobre los ojos. Luego se convirtió en dios del comercio y de las ganancias, y su influencia y participación en la vida de dioses y hombre fue creciente.
Hermes, dios inteligente, astuto y tramposo —él solía decir que nunca mentía, pero que tampoco decía toda la verdad—, era, sin duda, el dios más versátil y atractivo del Olimpo. Aprendió el arte de predecir el futuro, observando el movimiento de unos guijarros en una cuenca de agua, de las Trías, las nodrizas y maestras de Apolo, y él mismo inventó el juego de las tabas y el arte de adivinar el porvenir con ellas.
Tuvo numerosos hijos, entre los que destacan Quión, el heraldo de los argonautas; Autólico, el ladrón, y Dafnis, inventor de la poesía bucólica.
Los griegos veían en esta elocuente y astuta deidad al patrón de los oradores, al inventor del alfabeto, de la música, de la astronomía, de los pesos y medidas, y de la gimnasia.
Se le solían erigir estatuas en las encrucijadas y al borde de los caminos, porque su sola presencia servía para dar valor al viajero y alentar al mercader ambulante en su dura labor, ya que el dios alejaba de ellos los peligros de la ruta y los encuentros funestos. Hermes, que no era sobrehumano ni inhumano, fue el verdadero amigo divino de los griegos. Aunque nosotros nunca nos fiaríamos de él. Praxíteles le dio una de sus formas más conocidas.
Hasta aquí los olímpicos. Los no olímpicos son legión, pero sólo citaremos a los más conocidos o que han salido en estas páginas.

Las Horas

Son hijas de la titánide Themis y representan el orden de la naturaleza, el ciclo estacional, aunque también protegían el derecho y por ende el orden social. Aunque los atenienses sólo conocían dos: Ihallo, la floración, y Carpo, la madurez, suelen citarse tres: Diké, Eunomia e Irene. Figuraban en el cortejo de Afrodita al lado de las Gracias.

 

Las Gracias

Eran tres diosas, Áglaia o Áglaya, Eufrosine y Talía, hijas de Zeus y la ninfa Eurinome, hija del titán Océano. Eran diosas de la belleza, la elegancia y la alegría, pero cada fuente hace esta distribución a su antojo, por lo que no puede establecerse una clasificación clara. Presidían los banquetes, las danzas y todas las actividades y celebraciones placenteras, en definitiva, todo aquello que en el mundo pudiera haber de agradable, interesante, atractivo... Las Gracias otorgaban a dioses y mortales no sólo la alegría, sino también la elocuencia, la liberalidad y la sabiduría. Se creía que podían dotar a cualquier hombre de la genialidad necesaria para ser un artista excepcional.
Las Gracias eran compañía habitual en el Olimpo de Afrodita y Eros, y están muy relacionadas con las Musas, con las que se divertían al son de la música que tañía Apolo. Eran jóvenes bellísimas, pero eran sobre todo modestas y solían llevar el pelo mal recogido a causa de los bailes. Siempre estaban danzando y  precisamente el gesto de darse las manos y comenzar a bailar es el más representado por los artistas. Aunque en los principios de la civilización griega iban vestidas con una fina túnica, después siempre se mostraron desnudas. A veces han aparecido entre los sátiros más horrendos para indicar que no se puede juzgar a las personas por su apariencia y que los defectos del rostro pueden ser corregidos con un buen espíritu. Rara vez se hace referencia a estas diosas de manera individual. Por el contrario, son la representación de la triple diosa, presente en muchas otras mitologías del mundo, aunque Áglaia, la más joven, era también la más bella y, al decir de algunos, estaba casada con HefaistosNadie ha superado la representación que de ellas hace el florentino Sandro Botticelli.

Las Musas

Hijas de la titánide Mnemósine, diosa del talento y del espíritu creador (que sin duda heredaron de su madre, porque de su padre había poco que heredar), y Zeus, son las deidades de las artes y de las ciencias. Así lo explica Hesíodo (Teogonía, 36) :
«Las alumbró en Pieria, seducida por el padre crónida, Mnemósine, señora de las colinas de Eleuter, como olvido de males y remedio de preocupaciones. Nueve noches se unió a ella el prudente Zeus subiendo a su lecho sagrado, lejos de los Inmortales. Y cuando ya era el momento y dieron la vuelta las estaciones, con el paso de los meses, y se cumplieron muchos días, nueve jóvenes de iguales pensamientos, interesadas solo por el canto y con un corazón exento de dolores en su pecho, dio a luz aquélla, cerca de la más alta cumbre del nevado Olimpo».
Sin embargo hay quien dice que son hijas de Gea y Urano. A cada mortal le entregan uno de los nueve dones, para entretenimiento de su alma. Añade Hesíodo:
«De las Musas y del flechador Apolo descienden los aedos y citaristas que hay sobre la tierra; y de Zeus, los reyes. ¡Dichoso aquel a quién las Musas aman! Dulce le brota la voz en la boca. Pues si alguien, víctima de una desgracia, con el alma recién desgarrada se consume afligido en su corazón, después de que un aedo servidor de las Musas cante las gestas de los antiguos y ensalce a los felices dioses que habitan el Olimpo, al punto se olvida aquél de sus penas y ya no se acuerda de ninguna desgracia. ¡Rápidamente cambian el ánimo los regalos de las diosas!»
Su número ha sido objeto de discusiones entre los eruditos, pero al final parece que ha habido acuerdo en que eran nueve:
CLÍO, la que da fama
HISTORIA
EUTERPE, la encantadora
MÚSICA
TALÍA, Floreciente
COMEDIA
MELPÓMENE, Celebrada en cantos
TRAGEDIA
ÉRATO, la Adorable
POESÍA AMOROSA
TERPSÍCORE, Dulce danzante
DANZA
POLIMNIA, la Rapsoda
POESÍA LÍRICA
URANÍA,  la Celeste
ASTRONOMÍA
CALÍOPE, la de bella voz
ÉPICA Y ELOCUENCIA
Beocia y el Parnaso eran lugares donde se las podía encontrar con frecuencia. En el Parnaso fue donde Apolo se hizo su conductor, musageta le llamaban. También era fácil encontrarlas en lugares abundantes en fuentes, que seguramente disfrutaban de la compañía de las ninfas.
El origen de la humanidad


Pandora, la primera mujer
Las cinco edades
El Gran Diluvio
Deucalión y Pirra

Pero Zeus, terminadas las guerras de sucesión, se aburría y, como era vanidoso, visto que los dioses, ingratos, rivalizaban con él y que las bestias no le hacían caso, decidió crear un ser lo suficientemente frágil y débil para que le estuviera eternamente agradecido y perpetuamente le rindiera homenaje, y lo suficientemente lúcido para que entendiera la deuda que con él tenía. Treinta años dicen que anduvo dando vueltas de un lado para otro sin que se le ocurriese nada, bajaba impetuoso al valle arrollando árboles y rocas, subía huracanado a la cumbre nevada del Olimpo, mandaba enganchar la cuádriga y cabalgaba golpeando las nubes con el rayo, se levantaba insomne por las noches y destapaba la caja de los truenos, con lo que todos los dioses se despertaban sobresaltados. ¡Quieres parar de una vez!, le gritaba Hera, harta ya de verlo deambular sin tino. ¿Qué nuevo desatino estarás tramando?, murmuraba para sí entre dientes, y los demás dioses se reían y cuchicheaban a hurtadillas.
Por fin un día que casualmente vio a Prometeo fabricar un muñeco, que se lo había pedido su primo Nereo para una de sus numerosas hijas, una chispa de luz le saltó en el páramo del cerebro. Agarró al titán por los hombros y con esa prontitud e impaciencia que lo caracterizaba, febriles los ojos, le dijo: Hazme uno igual, pero que hable y camine. Y sin darle espacio para responder, lo apremió: ¿Cuanto tardarás? Lo miró Prometeo reflexivo, tenía la misma expresión que en ocasiones tenía su sobrina Atenea, y dijo: No lo sé, nunca he hecho nada semejante. Apresúrate, le respondió su primo, y tenme informado.
Para cumplir el encargo, Prometeo buscó la mejor arcilla de la llanura de Maratón, la mezcló con agua del Ponemo y modeló un muñeco en todo semejante a los dioses, aunque de sólo cuatro codos de altura, al que llamó hombre. Eros le insufló el espíritu de la vida y Atenea lo dotó de alma, después de lo cual el hombre abrió los ojos al mundo.
Pero un día, tanto amaba Prometeo a su criatura, que robó el fuego de los dioses, una chispa del carro del sol robó, para entregárselo al hombre y Zeus, que ya estaba celoso de aquel ser insolente y desvergonzado, decidió castigar a Prometeo y al hombre.

Pandora, la primera mujer

En primer lugar  urdió un castigo para los hombres, que habían aceptado el regalo de su benefactor, y ordenó a Hefaistos que modelara una mujer de barro, a los Cuatro Vientos que le infundieran aliento y a todas las diosas que la vistieran y engalanaran.
El ilustre Cojitranco hizo a la mujer bella, casi tan bella como las diosas; pero los volubles vientos, por mandato del que amontona las nubes, le insuflaron un alma malévola y perezosa.Atenea le regaló luego «un vestido de resplandeciente blancura..., un velo... bordado con sus propias manos y una... corona de fresca hierba trenzada con flores». Una portentosa diadema de oro había cincelado para ella el Patizambo. Las divinas Cárites le pusieron collares de oro y las Horas le dieron una espléndida melena. Por fin el Cronida, contento de lo que tramaba, tan rencoroso y envidioso era, la presentó ante la asamblea de los demás dioses para que la enriqueciesen con cuantos dones pudieran hacerla más apetecible. Entonces «un estupor se apoderó de los inmortales cuando vieron el espinoso engaño, irresistible para los hombres, pues de ella desciende la estirpe de las mujeres, gran calamidad para los mortales».  Obedecieron sin embargo a la sugerencia, que era mandato, y se sabe que Hermes le puso en la boca elocuencia y palabras seductoras y equívocas, que Apolola adornó con dotes para la música. Sospechan algunos que Afrodita le concedió el don de la seducción y aseguran otros que Hera, a escondidas de su esposo, convocó a sus hermanas HestiaDémeter quienes pusieron en la neófita la prudencia, la constancia y la fortaleza. Atenea, unida esta vez a sus tías, le dio sabiduría para discernir la justicia.
La llamaron Pandora, la que posee todos los dones, pero antes de enviarla a los humanos, Zeus le entregó un ánfora o cofre, según otros, que se supone contenía inmensos bienes y presentes para Prometeo con la advertencia de no abrirlo, lo que ella prometió a pesar de la curiosidad que le mordía el alma.
Hermes fue el encargado de conducirla, como un regalo del cielo, hasta Prometeo, quien, astuto y precavido, la rechazó e indicó a su hermano que, como había hecho él, desconfiara de cualquier regalo de Zeus. Fue entonces cuando Zeus ardió de cólera y encadenó a Prometeo a una roca del Cáucaso para que se lo comieran los buitres. Epimeteo, sin embargo, joven y cándido, se enamoró locamente de Pandora nada más verla, se desposó con ella y aceptó la caja como dote. Luego, ávido de curiosidad, abrió la caja de la que no salieron más que horribles males, pestes, guerras, hambres, muertes... Horrorizado, intentó cerrarla, pero sólo consiguió retener dentro a la Esperanza, que ayuda desde entonces a todos los hombres a soportar los males escapados de la caja y extendidos por toda la faz de la tierra. El paraíso se había terminado.
Otras fábulas afirman que fue Pandora quien abrió la caja. Incluso otra versión dice que la caja contenía bienes sin cuento para la humanidad, pero se destruían al darles salida, o bien, huían inalcanzables. Dicen otros que este ánfora, que luego dijeron era arca atada con mil nudos, estaba llena de dones divinos, que una vez liberados abandonaron para siempre al hombre y regresaron al Olimpo, todos menos la Esperanza que se quedó atrapada en el fondo del ánfora. Finalmente algunos indican que el tinte machista y misógino de la historia la hace sospechosa, que posiblemente fue un invento de Hesíodo. Tal vez, ¿pero acaso no eran misóginos y machistas los griegos?
El final del mito deja ciertos interrogantes en el aire: ¿Por qué la Esperanza estaba encerrada entre todos los males? ¿No sería la Esperanza un mal como todos los demás, un espejismo para mantenerlos uncidos a la desgracia? ¿Por qué quedó apresada en el fondo? ¿Tan pesada era, aunque otras veces es tenida por volandera?.
Por otro lado, ¿cuando Zeus ordenó su invención, era ya consciente del juguete que se otorgaba?

Las Cinco Edades Del Hombre

La primera raza que se creó de hombres, a partir del primero que modelara Prometeo, vivió en lo que se llamó la Edad de Oro. Esta raza vivía sin preocupaciones en una especie de Edén, donde los frutos crecían sin cesar de los frondosos árboles. Siempre cantando y danzando alegremente, pues ni tan siquiera sufrían enfermedades, ni vejez, ni temían a la muerte. Dicen que con el tiempo, todos perecieron y ahora son espíritus que donan buena fortuna y defienden la justicia.
La siguiente raza, también creación divina, no fue tan afortunada. Esta Edad de Plata no fue próspera y el hombre tuvo que trabajar para poder alimentarse. Fue en esta edad cuando aparecieron las estaciones del año, y donde el hombre conoció el frío.
Aún así ellos fueron más felices que sus descendientes que vivieron en la Edad de Bronce, durante la cual luchar era costumbre y las diferencias se arreglaban a base de puñetazos. La peste se los llevó a todos y a cada uno de ellos.
La cuarta raza vivió una segunda parte de la Edad de Bronce o Edad de los Héroes, pero eran más nobles y generosos, pues, dicen, los habían engendrado los dioses en mujeres mortales. Lucharon gloriosamente en el sitio de Tebas, en la expedición de los argonautas y en la guerra de Troya. Se convirtieron en héroes y habitaron los Campos Elíseos.
La quinta raza es la actual, descendientes indignos de la anterior. Son degenerados, crueles, injustos, maliciosos, lujuriosos, malos hijos y traicioneros. Con mucho, esta Edad de Hierro es la peor: las guerras estallan incesantemente, los derechos de hospitalidad se violan abiertamente, hay constantes violaciones, asesinatos, robos...

El Gran Diluvio

Desde su soberanía en lo alto del monte Olimpo, Zeus observaba la evolución de los hombres y no le gustaba lo que veía. Encendió su cólera primero Licaón, hijo de Pelasgos, rey de Arcadia, cuando le ofreció a su propio hijo, Níctimo, en sacrificio; en respuesta Zeus lo convirtió en lobo y fulminó su casa. Luego visitó a sus hijos quienes persistieron en la ofensa y tuvieron la desvergüenza de ofrecerle un plato con los hígados de su hermano. También los convirtió Zeus en lobos y devolvió a Níctimo a la vida, aún a riesgo de tener una bronca con su hermano Hades. Inmediatamente después comenzó a maquinar males para arrasar a la humanidad.
Primero pensó en abrasarla bajo el fuego de sus rayos, pero algún dios debió disuadirlo diciéndole que las llamas podrían llegar al Olimpo. Finalmente, decidió borrar a la humanidad de la faz de la Tierra mediante un gran diluvio. Pidió así ayuda a los cuatro vientos, que amontonasen las nubes les pidió y lanzó sus rayos sobre ellas provocando una gran tormenta. Poseidón, a su vez, movió con tal fuerza el tridente, que provocó olas gigantescas que inundaron la tierra. Los pobres mortales, aterrorizados por el diluvio, olvidaron sus luchas en un vano esfuerzo por huir del desastre. Escalaron montañas, subieron a lo alto de las cimas; pero todo fue inútil, porque las aguas cayeron de las nubes como cataratas, inundaron sus hogares y los arrastraron despiadadas a las negras profundidades del mar crecieron, sordas a sus gritos de desesperación, insensibles a sus angustiosos lamentos. Sólo una barca gigante, una especie de baúl, botaba sobre las olas.
El diluvio, como consecuencia de la cólera divina, cayó para castigar a los hombres de la Edad de Bronce, a los de la Edad de Hierro, según otros; después de él la humanidad renace purificada. En el relato griego la evolución del mito supone que los hombres alcanzan el nivel de civilización, tras la cual comienza la decencia moral. ¡Qué ilusos y vanidosos eran! Acababan de estrenarla y estaban con ella como un niño con móvil nuevo.

Deucalión y Pirra
Y la lluvia siguió cayendo incesantemente hasta que, después de nueve días, el agua cubrió toda la superficie de la Tierra, excepto la cima del monte Parnaso, el pico más alto de toda Grecia, adonde arribó el baúl gigante que hemos visto balancearse sobre las olas, que ocupaban Deucalión, rey de Ptía, hijo de Prometeo, y su esposa Pirra, hija de Epimeteo y Pandora.Prometeo, sabedor de lo que se avecinaba, había advertido a su hijo que construyera el baúl, lo abasteciera e intentara salvarse en él.
Esta pareja se había mantenido siempre pura y virtuosa, aún cuando les rodeaba la depravación de sus vecinos; razón por la cual, Zeus se apiadó de ellos y les consintió el artificio.
Cuando la paz volvió a la Tierra, Deucalión y Pirra miraron desconsolados a su alrededor sin saber qué hacer. Por fin decidieron acercarse al santuario de Delfos, que había resistido la fuerza del diluvio y entraron a conocer el deseo de los dioses. Temis se les apareció en persona y les dijo: "Cubríos la cabeza y arrojad hacia atrás los huesos de vuestra madre!". Al principio se quedaron horrorizados ante semejante respuesta y, puesto que ambos tenían distintas madres, muertas las dos, pensaron que la Titánide se refería a la Tierra y que sus huesos eran los cantos que arrastraba el río. Marido y mujer actuaron cuanto antes, se cubrieron las cabezas y descendieron arrojando piedras detrás de ellos. Todas las que arrojó Deucalión se convirtieron en hombres, mientras que las arrojadas por Pirra se tornaron en mujeres.
De esta forma la Tierra se volvió a poblar con una raza de hombres sin culpa. Poco después, Deucalión y Pirra tuvieron a Heleno, que dio nombre a la raza helénica o griega.
Los hijos adulterinos de Zeus


2. Hijos de mortales
Dionisos / Baco
Herakles
La Vía Láctea
Procris y sus hermanas
Los trabajos
La apoteosis
Helena
Perseo

Hijos de mortales

Dionisos / Baco

Es el único de los olímpicos hijo de una mortal, Sémele, hija de Cadmo y Harmonía. Dicen que Zeus la sedujo y para no asustarla, se transformó en mortal, yació con ella y Sémele quedó encinta. Hera, como no podía ser de otro modo, enterada de la nueva infidelidad de su marido, quiso castigarla; así, al sexto mes de embarazo visitó a la muchacha disfrazada de vieja vecina, le aconsejó que pidiera a su amante que no la engañara más y se revelase ante ella con su naturaleza y forma auténticas, porque de otra forma, ¿cómo podría tener la seguridad de que no era un monstruo? Porque en aquel entonces era habitual encontrarse con monstruos lo mismo en la taberna que en la fuente llenando el cántaro de agua.
Sémele, en quien la duda echó raíces, recordó que Zeus le había prometido otorgarle todo cuanto le pidiese, así que siguió el consejo de Hera, curiosa por conocer el rostro de su amante. Zeus, aterrado por la petición, pero sin poder negarse, se presentó ante la joven empuñando el trueno y los rayos, y en ese mismo instante la desgraciada muchacha quedó fulminada. Pero Zeus tuvo tiempo, que por algo era el señor de los dioses, de retirar del seno de la madre al hijo que esperaba y Hermes, siempre tan oportuno, se lo implantó en uno de los muslos para que lo incubara. Tres meses después nació Dionisos del muslo de su divino progenitor; por eso al muchacho se le llamó Diméter, "el de dos madres" o "nacido dos veces" o “Dithy Rambo", el niño de la puerta doble".
Aunque Sémele había muerto, Hera, la saliva se le volvía verde de la bilis que le removía las tripas y los ojos se le llenaban de estrías rojas, no se dio por satisfecha y volcó su odio contra el inocente Dionisos, el hijo de la mortal a la que Zeus había amado más que a ninguna. Pidió ayuda a los Titanes, quienes, muy atentos con su sobrina y señora, luego de raptarlo, lo mataron, lo despedazaron y lo pusieron a cocer en una olla de barro. Un granado brotó del suelo donde su sangre cayó. Pero Rea, compasiva y amorosa, robó la olla, recompuso a su nieto y le devolvió la vida, sin duda con la colaboración de Hades, aunque no consta. Con ello el mito de Dionisos enlaza con todos aquellos que narran la muerte de un dios y su posterior resurrección, como los de Osiris, Mitra, Adonis, Jesús.
Luego Perséfone, por encargo de Zeus, llevó al niño y lo puso al cuidado del rey Atamante de Orcómenos y de su mujer Ino para que lo criasen, disfrazado de niña, no lo encontrase Hera. La reina de los dioses sin embargo no se dejó engañar, que tenía fino el oído y el olfato agudo, y, como castigo a la pareja real, los enloqueció.
Zeus lo transformó entonces en cabrito y lo entregó al cuidado de las ninfas del monte Nisa, Macris, Erato, Bromia y Baque, que lo cuidaron, lo mimaron y lo alimentaron, ¡jodido niño! Estando con ellas fue precisamente cuando descubrió o inventó el vino, seguramente por sugestión o sugerencia de ellas. ¿Qué otras cosas más le enseñarían aquellas ninfas? No consta, pero cabe imaginarlo. Sea como fuere, Zeus colocó más tarde sus imágenes entre las estrellas, formando la constelación de Las Híades. Fue su tutor sin embargo en aquel retiro Sileno, un anciano feo y barrigudo, con fama de sabio y filósofo, borracho incorregible luego que su pupilo le dio a probar las excelencias de su descubrimiento, aunque tenía un vino profético, porque dicen que desde entonces veía el pasado y el futuro, aunque lo cierto es nunca volvió a dar un paso por su propio pie y se hacía trasladar a lomos de un borrico.
Llegado a la edad adulta, Hera lo reconoció y por supuesto otra vez usó su arma más letal y lo enloqueció. De este modo, medio mareado y dando traspiés, recorrió el pobre dios el mundo, introduciendo sin embargo en todos los países el cultivo de la vid y la obtención del vino, por lo que en todas partes lo adoraron, que desde Prometeo no habían recibido ningún regalo mejor, si se exceptúa el de Rea.
Dionisos vagaba por el mundo, acompañado de su tutor, Sileno, y de una corte de sátiros salvajes y ménades alucinadas, armados con varas cubiertas de hiedra, con una piña de pino en la punta, llamadas "thyrsus", y serpientes, espadas y bramaderas. Todos danzaban frenéticamente, como poseídos por todos los demonios danzaban.
Los sátiros eran chatos, de pelo enmarañado y orejas puntiagudas; tenían dos cuernos en la frente, una cola de caballo y patas de macho cabrío. También llamados silenos o faunos, recorrían constantemente el campo y trataban de violar a todas las muchachas que encontraban, por lo que los mortales les temían.
Ménade en griego quiere decir estar fuera de sí, maníaco, enloquecido, y en plural significa "furiosas". De hecho cuando se celebraban los misterios de Dionisos, las Ménades o bacantes parecían poseídas de una locura incontrolada. Iban desnudas o semidesnudas, coronadas de hiedra; solían tocar la flauta y danzaban frenéticamente hasta entrar en el delirio.
Navegó rumbo a Egipto, donde ayudado por las amazonas obtuvo su primera victoria militar contra los Titanes y restauró así en el trono al rey Amón. De regreso en cambio tuvo que combatirlas y matar a cientos de ellas. Luego se dirigió a la India, atravesó Mesopotamia cabalgando sobre un tigre que le envió su padre Zeus, conquistó el país y enseñó a sus habitantes el arte de la vinicultura, les dio leyes y fundó grandes ciudades.
De vuelta a Europa, donde entró por Frigia, su abuela Rea lo purificó y lo inició en sus misterios, relacionados con la agricultura y la floración de la naturaleza. Después invadió Tracia, donde se enfrentó el rey Licurgo; pero Rea ayudó a su nieto y enloqueció al rey, que en un delirio mató a su propio hijo, Driante, ante cuyo crimen todo el país se volvió estéril de espanto. Espantados quedaron también los endonios, pero advertidos por Dionisos de que la esterilidad continuaría mientras el rey estuviese vivo, decidieron acabar con él y lo despedazaron.
Sin más oposición, Dionisos continuó su viaje y llegó a su amada Tebas, donde quiso introducir su culto; pero el rey de la ciudad, Penteo, mosqueado por su aspecto, intentó arrestarlo, lo que fue ocasión para que las ménades, enloquecidas, lo rescataran y descuartizaran al rey, fue su propia madre, Ágave, la que al frente del tumulto lo descabezó.
Cuando toda Beocia hubo reconocido la divinidad de Dionisos, el dios recorrió las islas del Egeo propagando la alegría y el terror por doquier. Se embarcó luego rumbo a Naxos, pero la tripulación, compuesta por piratas e ignorantes de su divinidad, quiso apresarlo para venderlo como esclavo. Percatado Dionisos de lo que urdían los piratas, hizo brotar de la cubierta una vid que envolvió con sus sarmientos todo el mástil y una hiedra que se enroscó en el velamen y el aparejo, transformó los remos en serpientes y llenó el barco de animales fantásticos que tañían horrísonas flautas. Aterrorizados, los piratas saltaron por la borda y se convirtieron en delfines.
Fue en Naxos donde Dionisos conoció aAriadna, recién abandonada por Teseo, y al instante se casó con ella, que el desconsuelo de la muchacha más parecía deseo insatisfecho que otra cosa. Tuvieron varios hijos: Enopión, Toante, Estáfilo, Latramis, Erante, Taurópolo.
Desde entonces su toda actividad se encaminó a difundir las dionisíacas, cultos orgiásticos muy relacionados con rituales religiosos, cuyas huellas todavía perduran en las fiestas de la vendimia de muchos lugares, donde se mezclaban danzas y representaciones históricas con juegos populares burlescos, por las que también fue considerado creador y dios del teatro y de la comedia.
Implantado, al fin, su culto en Grecia, y antes de subir al Olimpo, descendió al Hades y rescató a su madre. Engañó a Perséfone para que le ayudara y subió con ella al Olimpo, donde ambos se convirtieron en inmortales y ella adoptó el nombre de Tione porque Hades no la reconociera, que el nombre entre los antiguos revelaba a la persona. Se dice que cuando llegó al Olimpo, Hestia le cedió su lugar para que tuviese un sitio entre los doce, contenta de alejarse de las broncas y disputas permanentes de su celestial familia.
El mito de Dionisos está ligado también desde sus orígenes, a la locura, que afecta no sólo a él sino que también a los que lo rodean. En las bacanales, los adeptos llegaban a entrar en tal éxtasis que les proporcionaba una fuerza prodigiosa y temible de la que fueron víctimas algunos héroes, en pleno frenesí podían llegar a descuartizar y devorar animales o personas.
Los viajes de Dionisos simbolizan seguramente el origen foráneo del la vid y el vino, así como del propio Dionisos, pues lo genuino de Grecia era el olivo, el aceite, con el que Atenea consiguió el poder espiritual del país. Probablemente este mito explica cómo viene y se difunde por el mundo y el espanto y consternación social que causan sus efectos, acaso como las drogas hoy en día.

Heracles

Es el héroe por antonomasia, el espejo de todos los héroes, el sueño de todos los niños, el invicto cuyo nombre vivirá mientras el nombre de Grecia viva.

La Vía Láctea

Electrión, hijo de Perseo, rey de Micenas, prometió a su sobrino Anfitrión, rey de Trecén, la mano de su hija Alcmena cuando vengase la muerte de sus ocho hijos varones caídos en una escaramuza contra ladrones de ganado. Poco después Anfitrión mató accidentalmente a Electrión y hubo de huir a Tebas, donde su rey lo purificó. No obstante, Alcmena, que lo había seguido, no quiso yacer con él en tanto sus hermanos estuviesen sin la venganza debida. Marchó Anfitrión al combate, momento elegido por Zeus para yacer con Alcmena, que tenía fama de ser la mujer más hermosa y prudente de su época.
Pretendía el padre de los dioses, no el placer como en otras ocasiones, sino engendrar un hijo sin par, un héroe capaz de proteger a un tiempo a los dioses y a los hombres contra la destrucción y el olvido, que acaso sospechaba que nunca vencería totalmente a su padre Cronos. Fue así como Zeus eligió a Alcmena y en lugar de violarla, como solía, se presentó ante ella disfrazado de Anfitrión, que regresaba victorioso y vengador, le dijo; la cortejó con palabras y caricias amorosas durante una noche entera, que tuvo la duración de tres noches seguidas, y copuló con ella hasta que la mujer se durmió agotada. Había pedido a Helios que apagase los fuegos del sol, a las Horas que descansasen por un día, a la Luna que retardase el paso y al Sueño que amodorrase a los hombres para que no supiesen lo que sucedía, porque la generación que pretendía no podía hacerse a la ligera, sino que requería un amor inmenso y toda la atención de las obras bien hechas. Dicen algunos que incluso permaneció una semana entera alimentándose a base de criadillas de toro y sin tocar mujer para que fluyesen pletóricas las fuentes y se le llenasen a rebosar los depósitos seminales. 
Pero, bocazas como era, se jactó en el Olimpo del hijo que iba a tener, que sería jefe de los perseidas blasonó. Lo oyó Hera de áureas sandalias e inmediatamente urdió un plan para desbaratar el proyecto de su marido y así le hizo jurar que si antes del anochecer nacía algún príncipe del linaje de Perseo, sería rey. Lo juró Zeus seguro de que su hijo estaba a punto de nacer, pero aún no conocía la mente retorcida de Hera, que inmediatamente corrió a Micenas y provocó el parto de la mujer de Esténelo, tío de Alcmena, que alumbró a un niño sietemesino, Euristeo, destinado a ser jefe de la Casa de Perseo. Logrado el nacimiento y divulgada la noticia, permitió que su hija Ilitía ayudara a parir a Alcmena que trajo al mundo dos mellizos, Ificles, hijo de Anfitrión, y Heracles, hijo de Zeus. Los eruditos aún discuten quien antecedió a quien, si Ilitía colaboró o fue víctima de su madre.
Es lo cierto que cuando Zeus lo supo, la cólera que lo agitó hizo temblar el Olimpo, cogió de la melena a su hija mayor, Ate, que había sido cómplice de Hera, la hizo girar sobre su cabeza y la lanzó a la tierra. Hera desde su trono lo miraba sarcástica y retadora: “¡Te jodes!”, decían sus ojos brillantes. “¡Qué tribu!”, murmuró Hefaistos que vio caer a su hermana y había oído el escándalo.
Zeus ya no se podía retractar de su juramento, en consecuencia pidió a Hera que consintiera en que Heracles fuera dios si cumplía diez trabajos que le impusiera Euristeo.
Desde su nacimiento tuvo ya Heracles una existencia azarosa, que su madre lo abandonó temerosa de Hera y Atenea o Hermes se lo entregaron a la reina de los dioses para que lo amamantara. No conocía Hera la identidad del niño y accedió a ser su momentánea nodriza, pero el bebé chupó con tal fuerza que la diosa lo rechazó y el chorro de leche que ya le salía del pecho ascendió al cielo y se convirtió en la Vía Láctea. No obstante, dicen otros que la Vía Láctea se originó cuando Rea destetó violentamente a Zeus.
Luego fue la propia Hera, celosa y vengativa, la que intentó asesinarlo y envió dos serpientes a su cuna para que acabaran con él y con su hermano; pero Heracles cogió una serpiente con cada mano y las estranguló. ¡Ole, mi niño!, dicen que exclamó el padre de los dioses al saberlo, que ya presentía que este niño sería dios de los tartesios, antepasados ilustres de los béticos y los andaluces.

Procris y sus hermanas

Tuvo Heracles una educación esmerada. Anfitrión, su padre putativo, le enseñó a conducir carros; Cástor lo instruyó en el manejo de las armas y en el arte de la guerra; uno de los hijos de Hermes, Autólico o Harpálico, que los sabios no se ponen de acuerdo, lo adiestró en el pugilato; Eurito, a tensar y disparar el arco. Con Eumolpo aprendió a cantar y a tañer la lira; con Lino a medir y componer versos... A Lino lo mató de un golpe de lira un día que Eumolpo se ausentó y Lino sustituyó a su colega; se resistió Heracles al cambio de método y el maestro lo apremió con una colleja, como se hacía con los discípulos díscolos; entonces el héroe furioso lo golpeó con la lira y lo mató. En el juicio por homicidio Heracles alegó legítima defensa y consiguió que lo absolvieran.
No obstante sostienen los estudiosos que Heracles era de natural cortés, que luego se arrepentía de sus accesos de cólera, y así fue el primer mortal que espontáneamente devolvió sus muertos al enemigo para que los lloraran y les rindieran honras fúnebres.
Muchas hazañas y proezas se cuentan de él relacionadas con su fuerza e ímpetu en la pelea, por eso queremos destacar una que lo hace émulo de su padre y elegido de Afrodita. En una ocasión, cumplidos ya los dieciocho años, salió de la hacienda donde era pastor, su ocupación desde el incidente de la lira, dispuesto a dar caza a un león que acosaba al ganado. Se adentró así en el reino vecino donde el león tenía su guarida y su rey Tespio lo acogió y hospedó tan gentilmente que le dio a su hija mayor Procris para que lo acompañara en el lecho, que así de hospitalarios eran aquellos griegos. Cincuenta noches permaneció Heracles bajo el techo de Tespio y otras tantas noches las hijas de Tespio vinieron a yacer con él pretextando todas que eran Procris. ¿Habéis visto la clava de acebuche que lleva?, dicen que Procris preguntó al día siguiente a sus hermanas, pues así la tiene. Y de esta guisa siguió contando mientras sus hermanas la escuchaban embelesadas, brillantes los ojos, entreabiertos los labios húmedos y palpitante el pecho. Es cierto que es torpe y muy bruto, decía; pero tiene una fuerza descomunal, hasta diez veces entró y se vació en mis umbrales y al despertarse por la mañana todavía quería repetir. Luego se concertaron para turnarse en su lecho haciéndose pasar por la mayor. Consta que todas quedaron contentas, menos una que voluntariamente quiso permanecer virgen. Aunque cuentan algunos que luego, cuando ya no tuvo remedio, se daba bofetadas por estúpida.
Los eruditos le dan mil vueltas a esta historia y la interpretan y cuentan de mil maneras. Disienten algunos de la versión oficial y dicen que fue el propio Tespio quien alentó a sus hijas a buscar su lecho, que los hombres de su alcurnia escaseaban y siempre temió que sus hijas no le diesen nietos y quedasen vírgenes. Pero sólo una cosa queda clara en ella: el vigor insuperable de Heracles y el entusiasmo que despertaba en las muchachas núbiles.

Los trabajos

Con ocasión de su victoria sobre los minias, enemigos de los tebanos, el rey Creonte concedió a Heracles la mano de su hija Megara, con la que tuvo varios hijos a los que se apellida Alcides. Sucedió luego que, como el rey de los eubeos, Pirecmes, atacase a los tebanos, Heracles lo venció, lo hizo despedazar por cuatro potros y abandonó sus restos junto a un río. Toda la Hélade tembló de horror ante la impiedad.
Entonces Hera, ofendida por estos excesos o porque desde su nacimiento no lo tragaba, según otros, le envió desde los cielos un ataque de locura que le hizo volverse contra los suyos y matar a seis de sus hijos y a dos sobrinos. Cuando recobró la razón y supo lo acontecido, quiso suicidarse pero su amigo Teseo logró evitarlo; luego se dejó purificar por el rey Tespio y finalmente fue a Delfos a solicitar una penitencia expiatoria. Consultada pues, la Pitonisa le sugirió que se dirigiera Tirinto, se pusiera a las órdenes de Euristeo y cumpliese los trabajos que él le ordenase, luego de lo cual se le concedería la inmortalidad. Fue entonces cuando Euristeo, inspirado por Hera, le encomendó doce trabajos imposibles.
Casi todos los dioses rivalizaron en proporcionarle armas y pertrechos de guerra para enfrentar su aventura, pero Heracles los rechazó todos y sólo llevó su clava de acebuche, un arco y flechas. Por armadura sólo vistió la piel del león de Citerón, cuya cabeza le servía de casco.
El primero de los trabajos le pedía matar al león de Nemea, invulnerable a cualquier arma, hijo de la terrible, ágil y violenta Quimera y del perro Orto, ambos de la estirpe de Medusa, al que Hera, crió y puso en los montes de Nemea. Lo agredió Heracles con flechas y la clava, pero, cuando comprendió la imposibilidad de herirlo, le echó los brazos al cuello y lo estranguló. Lo desolló luego utilizando como cuchillo una de sus afiladas garras y desde entonces usó su piel y cabeza como yelmo y coraza.
En el segundo debía matar a la Hidra de Lerna, hija de Equidna y Tifón, también de la estirpe prolífica de Medusa, monstruo de siete cabezas, cada una de las cuales renacía duplicada si se la cortaba y la séptima era inmortal. Heracles cercenó las seis primeras cabezas con una espada candente de modo que la herida quedaba cauterizada e impedía su renacimiento. Dicen otros que era su auriga Iolao quien cauterizaba la herida con teas ardientes, por lo que luego Euristeo invalidó la prueba. Enterró la cabeza inmortal bajo una roca, despedazó al monstruo y untó la punta de sus flechas en la bilis.
El tercer trabajo consistía en capturar viva la Cierva de Cerinia, animal sagrado de Artemisa de pezuñas de bronce y cuernos de oro, y llevarla a Micenas. Heracles decidió acosarla y seguirla pacientemente hasta agotarla, empresa que le ocupó un año entero; finalmente la detuvo de un flechazo entre el tendón y el hueso sin que derramara una sola gota de sangre, se la cargó a los hombros y la llevó a su destino.
El cuarto trabajo consistía en atrapar con vida un jabalí, feroz y enorme, que moraba en el monte Erimanto. Lo acosó Heracles con gritos horrísonos, lo condujo a un desfiladero estrecho y allí saltó sobre él; lo ató con una cadena y se lo llevó a Micenas sobre los hombros.
En el quinto, debía limpiar en un solo día los establos del rey Augías, que poseía mil bueyes, donde el estiércol formaba una capa de varios pies de espesor y cuya pestilencia alcanzaba a todo el Peloponeso. Heracles lo consiguió desviando el curso de los ríos vecinos, Alfeo y Peneo, y haciendo correr sus aguas a través de los establos. Pero Euristeo no reconoció este trabajo porque lo había hecho a sueldo de Augías.
El sexto trataba de eliminar los pájaros del pantano Estínfalo, aves con pico, plumas y garras de bronce, comedoras de hombres y animales, cuyos excrementos envenenaban las aguas y los suelos, y aterraban toda la comarca. Cuando andaba dubitativo sobre la táctica a seguir, Atenea vino en su ayuda y le dio un par de címbalos de bronce fundidos por Hefaistos con los que produjo tal estrépito que los pájaros levantaron el vuelo aterrados. Entonces mató a muchos con sus flechas; el resto huyó hacia el Mar Negro donde luego los encontraron los argonautas.
En el séptimo trabajo Hércules debía capturar un toro bravo que aterraba a los cretenses. Los eruditos discuten aún la identidad del toro —¿el que llevó a Europa o el que engendró al Minotauro?— y el método utilizado —¿utilizó la técnica de la pega que luego enseñaría a los lusitanos o bien lo acosó a caballo y lo derribó con la garrocha al estilo de los tartesios?—, lo cierto es que logró inmovilizarlo y llevarlo a Micenas.
El octavo consistía en apoderarse de las yeguas antropófagas que el rey tracio Diómedes, hijo de Ares y Cirene, mantenía en un establo atadas con cadenas y alimentadas con la carne de sus incautos invitados. Aunque perdió a su escudero Abdero devorado por las yeguas, concluyó satisfactoriamente la empresa e incluso alimentó a las fieras con el cuerpo del propio Diómedes.
En el noveno robó el cinturón de Hipólita, reina de las Amazonas. Cuando Heracles llegó a la desembocadura del río Termodonte, la propia Hipólita, conocedora de su fama, fue a visitarlo y, enamorada de él, le regaló el ceñidor caliente aún de su cuerpo. Pero Hera andaba por allí enredando, difundió rumores falsos e hizo creer que el extranjero pretendía raptar a Hipólita. El resultado fue una batalla terrible y una gran matanza en la que cayeron todas las capitanas de las amazonas y la propia Hipólita. Sin embargo la confusión fue tan grande, que no hay dos autores que refieran la historia de idéntica manera.
El décimo consistía en robar los bueyes deGerión, hijo de Crisaor, nieto del titán Océano y rey de Tartesos, un monstruo de tres cuerpos unidos por la cintura; aunque según otros Gerión era el título de Crisaor y la tripleta la formaban sus hijos que comandaban sus ejércitos. Sea como fuere, Heracles mató con la clava al pastor y al perro que guardaban el ganado y se lo llevó. También anduvo por allí enredando Hera que sólo sacó en limpio un flechazo de Heracles en la teta derecha.
Dicen que en este viaje Heracles se abrió paso entre África y Europa rompiendo el istmo que las unía con la clava, que de un lado quedó el promontorio de Calpe, junto a Gibraltar, y del otro el de Abile, junto a Ceuta, las columnas de Heracles. Dicen también que llegó incluso al finisterre, en el cabo de la Roca, en Lusitania, donde enseñaría a los naturales el arte de la pega, es decir, de tomar a los toros bravos por los cuernos y obligarlos a humillar.
Ocho años tardó Heracles en llevar a término estos trabajos, pero Euristeo no convalidó el segundo ni el quinto y lo obligó a realizar otros dos, que fueron el undécimo y el duodécimo.
En el undécimo trabajo debía apoderarse de las Manzanas de Oro, regalo de Gea a Hera, que crecían en el Jardín de las Hespérides, allá en el confín del mundo, al pie del monte Atlas, y custodiaba Ladón, un terrible dragón, porque no las robasen las alegres hijas de Atlante. Llegó Heracles y mató al dragón de un flechazo, luego, según le había aconsejado Nereo, pidió a Atlante que le cogiera las manzanas mientras él le sostenía la bóveda celeste. Así lo hizo el titán, pero después, contento de verse aliviado de su peso, se ofreció a llevar las manzanas a Euristo. Sospechó Heracles el engaño y respondió que estaba de acuerdo, pero que le permitiera ponerse antes una almohada sobre los hombros para mejor soportar la carga. Cayó en la trampa el titán y tomó de nuevo el cielo, momento que aprovechó Heracles para recoger las manzanas y salir corriendo.
Y por fin, en el duodécimo, el más difícil de sus trabajos, Heracles debía llevar a Cerbero,  el despiadado y feroz perro de broncíneo ladrido, guardián de las puertas del Averno, a Micenas. Para ello se purificó en Eleusis y emprendió el camino del Tártaro, dicen unos que desde Laconia y otros que desde Aquerusia en el Mar Negro. Lo guiaron Atenea y Hermes, que siempre acudían en su ayuda. Llegado a la laguna Estigia, miró a Caronte con tal ceño que el pobre barquero lo cruzó sin replicar, por lo cual Hades lo castigó luego durante un año. Al pisar la otra orilla todos los espíritus huyeron espantados, menos los de Medusa y Meleagro, pero Hermes le advirtió que nada temiera de ellos, Meleagro incluso bromeó con él, charlaron amistosamente y Heracles le prometió que se desposaría con su hermana Deyanira. Liberó luego a Teseo del tormento que sufría y mató una vaca del rebaño de Hades para ofrecer un festín a las almas que por allí vagaban; quiso castigarlo su pastor y casi lo mata si no es por la intercesión de Perséfone que acudió atraída por el estruendo de la pelea. Entonces vio a Hades, que lo miraba siniestro junto a su esposa, y le pidió a Cerbero. Si lo dominas sin la clava ni las flechas, es tuyo, dijo el dios. Heracles tomó resueltamente al perro por el cuello, del que salían tres cabezas y una melena de culebras, y no aflojó la tenaza de sus manos hasta que notó que el perro cedía medio ahogado.
Volvió al fin a la superficie guiado por Atenea y cuando llegó a Micenas mató a tres de los hijos de Euristeo, no se sabe si harto ya de tanto trabajo o porque el rey le ofreció la peor parte del sacrificio que en aquel momento ofrecía o acaso porque, lo que parece más lógico, Euristeo le obligó a bajar de nuevo al Hades a devolver el perro.

La apoteosis

Terminada al fin tan cruda penitencia, Heracles vivió otras muchas aventuras. Acompañó a Jasón y a los Argonautas en busca del Vellocino de Oro, aunque no concluyó la empresa por ayudar a su escudero, el joven Hilas. De viaje por el Cáucaso encontró a Prometeo encadenado a la roca donde un buitre le roía el hígado y lo liberó de su tormento. Libró también a Hesíone, hija de Laomedonte, rey de Troya, del monstruo que le enviaba Poseidón. Vendido como esclavo en penitencia por otro asesinato, puso su enorme clava y su persona al servicio de la reina Onfalia. Conquistó la Élide, tomó y saqueó Pilos...
El final de la vida de Heracles es triste: Su nueva mujer, Deyanira, inquieta porque lo vio regresar un día acompañado de una nueva amante, Yole, sin duda Hera andaba por medio, le ofreció un poderoso veneno creyéndolo filtro de amor. En realidad era la sangre del centauro Neso muerto por el propio Heracles cuando pretendía forzar a su esposa. Al percatarse luego del engaño e imposibilitada de remediarlo, Deyanira se suicidó. El veneno produjo a Heracles terribles dolores y las carnes se le caían a pedazos, tantos que ordenó preparar una pira, puso encima la piel del león de Nemea y se tumbó sobre ella dispuesto a morir, cumplíase así el vaticinio de Zeus: “Ningún hombre podrá matar nunca a Heracles, pero un enemigo muerto será su ruina”; pero en el instante en que los troncos empezaban a arder, bajaron rayos del cielo y redujeron la pira a cenizas.
Allí acabó la vida mortal de Heracles, pero su alma inmortal subió al Olimpo, la llevaba Zeus en su cuadriga, donde se casó con Hebe, diosa de la juventud, dicen los entendidos que al fin reconciliado con Hera.

Helena

Bella entre las bellas, Leda, hija de Testos, era esposa de Tíndaro y reina de Esparta, cuando Zeus se encaprichó de ella y la asedió metamorfoseado en cisne.
Leda gustaba de bañarse en el arroyo que cruzaba las tierras de palacio y tumbarse luego al sol en un prado de hierba recién cortada, escuchando la algarabía de los pájaros. Yacía con frecuencia así, los muslos redondos y los pechos enhiestos desnudos al sol, impúdicamente expuestos a las miradas siempre lascivas de los dioses, de los pastores y de los arrieros que por allí cerca pasaban. Y sucedió lo que tenía que suceder.  
Pasó Zeus camino del Olimpo, vio a la reina y al instante la deseó. Y como Zeus, no obstante ser dios y rey, era un anarquista práctico que no conocía más ley ni más norma que su capricho, inmediatamente se apresuró a poseerla. Iniciaba ya el vertiginoso picado desde el azul, la poderosa estaca hendiendo el aire, cuando consideró que la majestad imponente de su aspecto tal vez asustase a la mujer, que ya sabemos cómo a vanidoso no había quien le ganase; se metamorfoseó entonces en cisne, que dicen que es la más rijosa de las aves, y tomó tierra con elegante aleteo a pocas brazas delante de la reina, albo y lustroso como la nieve el plumaje, jadeante la respiración. Se incorporó curiosa la reina y lo miró divertida, entreabiertas aún las piernas. No necesitaba más el padre de los dioses; se aproximó a ella, se acomodó entre sus muslos, el sedoso roce de las plumas contra la piel excitó repentinamente a la reina, e introdujo su ariete poderoso en la sonrosada grieta que ya se humedecía.
Así fue engendrada Helena, más bella aún que su madre, que sería luego deseada por reyes y príncipes, entregada a Paris, príncipe de Troya, como pago de un favor prestado a Afrodita, tan mezquinos eran los dioses, de resultas de lo cual, causaría espantosos males a los teucros y los aqueos.
De esta unión también nacieron Clitemnestra y los Dióscuros, Cástor y Pólux.  
No atinan los eruditos a saber qué fue de Helena durante la guerra. Dicen que dejaba correr el tiempo recluida en la torre del palacio donde tejía un inmenso tapiz en el que representaba todas sus desdichas, se lamentaba de su amarga suerte y maldecía la hora en que siguió a Paris, enloquecida por aquel ardor que le entró en la entrepierna. Cuando quedó viuda, se casó con Deífobo, su cuñado, que, aunque lo intentó, no pudo soportar la soledad del lecho. Pero luego, caída Troya , lo entregó a los aqueos, que le dieron cruel muerte. Así pretendía Helena ganar de nuevo el favor de Menelao, quien la llevó consigo a Grecia, porque no supo o no quiso resistirse a los encantos de aquella mujer, su piel ambarina, las redondas caderas, los labios como uvas maduras, las tetas llenas y aún levantadas... Durante el tornaviaje Poseidón, envidioso, los zarandeó y arrastró hasta los confines del negro mar, pero al fin consiguieron arribar a Esparta y fueron felices hasta que Hades, también celoso, reclamó a Menelao. Entonces Helena, expulsada del Peloponeso por indigna, acudió a Rodas donde la reina Polyxo la recibió y la colmó de atenciones, pero al día siguiente, envidiosa de su belleza, ordenó que la ahogasen en el baño y que su cadáver colgara de un horca. Cumplíase así el destino de esta bella, nacida del capricho de un dios y juguete de los dioses, que torció el destino de Troya y el de tantos héroes como sucumbieron bajo sus murallas

Perseo

Cuando Dánae nació, un oráculo advirtió a su padre, Acrisio, rey de Argos, que un nieto habido de esta hija lo mataría. Entonces el rey, sin atreverse a eliminarla, la encerró en una torre de bronce con un tragaluz en el techo, abierto al cielo, por donde pudiera entrar el aire. Un día, sin embargo, ocurrió algo sobrenatural: una lluvia de oro cayó de lo alto, Dánae quedó embarazada y tuvo un niño al que llamó Perseo.
El amante subrepticio que la había forzado era Zeus, aunque según lo cuenta Tiziano parece que la muchacha lo espera ansiosa, convertido en lluvia dorada para eludir la vigilancia de la celosa Hera.
No pudo ocultar Dánae a su hijo por mucho tiempo y Acrisio, que tampoco esta vez se atrevió a matarlos, arrojó al mar a la madre y al hijo dentro de un cofre. Pero un pescador, Dictis, inspirado por Zeus, salvó a ambos y, junto a su esposa, los acogió en su choza de la isla Sérifos.
Sin embargo la belleza de Dánae causó nuevos problemas: Polidectes, rey de la isla donde vivían, se enamoró de ella y, pasado un tiempo, pretendió desposarla apartando previamente a su hijo, el inoportuno Perseo, ya adulto. Para ello anunció su boda con Hipodamía y pidió a Perseo que, como regalo, le trajera la cabeza de Medusa, una de las tres monstruosas Gorgonas, hijas de Ceto y Forcis, la única mortal de ellas. La petición encerraba una trampa mortal, porque las Gorgonas tenían el poder de convertir en piedra a quien las mirara. Pero los dioses ayudaron a Perseo, sobrino y hermano. Hades le entregó un casco que lo haría invisible, Hermes le prestó sus alas para que volara velozmente; Hefaistos, la broncínea y poderosa espada Harpe de cortante filo; Atenea, por último, le prestó su escudo sobre cuya bruñida superficie podría ver la imagen refleja de Medusa sin que le alcanzara el maleficio.
Dicen algunos que para encontrar a las Gorgonas, Perseo solicitó la colaboración de sus hermanas, las Greas, de hermosas mejillas, aunque viejas de nacimiento, que compartían un solo ojo y un solo diente guardados en un cofre cuando no lo usaban. Consiguió Perseo arrebatarles el cofre y las amenazó con destruirlo si no le indicaban dónde habitaban las Gorgonas. Las Greas se opusieron tenazmente a revelarle su paradero, pero la firmeza de Perseo les hizo cambiar de opinión y, finalmente, le dieron noticia del lugar donde se encontraban. Perseo, como había prometido, les devolvió sus ojos y sus dientes.
Así, mientras dormían, Perseo pudo entrar en la cueva de las Gorgonas, "al otro lado del ilustre Océano, en el confín del mundo hacia la noche, donde las Hespérides de aguda voz", cortarle la cabeza a Medusa y guardarla en una alforja sin mirarla y escapar. Pero luego de decapitar a Medusa, de su cuello cortado brotó un chorro de sangre del que nacieron un hermoso caballo alado, Pegaso, y el gigante Crisaor, de aurífera espada, que la gorgona había yacido en un prado con el insaciable Poseidón. Las otras dos hermanas, Esteno y Euríale, que eran inmortales, trataron de atrapar a Perseo, pero el joven se volvió invisible con el casco de Hades y huyó, jinete sobre el caballo alado.
En el viaje de regreso, pasó por la región de Mauritania donde se encontraba Atlas. Perseo le pidió alojamiento, pero el gigante le trató inhumanamente porque un antiguo oráculo le había vaticinado que un joven del linaje de Zeus lo destronaría. Perseo le mostró entonces la cabeza de Medusa y lo convirtió en una enorme cordillera para el resto de la eternidad.
Sobrevoló luego las costas de Etiopía, donde presenció una escena terrible: un monstruo marino se disponía a devorar a una joven encadenada a las rocas. Era Andrómeda, hija de Cefeo, rey de Etiopía, que se encontraba en aquella situación a causa de su madre Casiopea, que, creyéndose la mujer más hermosa del mundo, se autoproclamó más bella que las nereidas, hijas de Poseidón, dios de los mares. Quiso Poseidón castigarla y envió un monstruo marino que pidió a Andrómeda en sacrificio bajo la amenaza de destruir el reino.
Perseo, enamorado al instante de Andrómeda, descendió como un aerolito a lomos de Pegaso, mató al monstruo y devolvió a Andrómeda a sus padres. Lo miró Casiopea sin ocultar su disgusto, que estaba celosa de su hija, pero Perseo les pidió su mano y los reyes se la concedieron de inmediato.
Sin embargo otras lenguas cuentan la historia de Etiopía de otro modo. Al parecer Andrómeda era el tributo exigido por el monstruo marino para no asolar el reino, sabido lo cual, Perseo se ofreció al instante a liberarla, a ella y a su nación, a cambio de su mano. Aceptaron sus padres y Perseo se enfrentó al monstruo en descomunal batalla. Al fin salió vencedor gracias a la espada de Hefaistos y al casco de Hades, y poco tiempo después celebró feliz su boda con Andrómeda.
Pero nunca la felicidad ni la paz son completas, así durante el banquete, se presentó en el lugar, Fineo, hermano de Cefeo, rey del lugar y padre de Andrómeda, reclamando el trono para sí pues tiempo atrás se había dispuesto su boda con la joven. Lo acompañaba un grupo numeroso de hombres armados, pero Perseo no se arredró, les mostró el rostro de Medusa y a todos los convirtió en piedra. Logró sobrevivir Fineo a este primer ataque y suplicó perdón, pero Perseo no se lo concedió y también le mostró el horrible trofeo.
Regresó Perseo con la muchacha a Sérifos, la isla donde había crecido, y se encontró con una desagradable situación: su madre se había refugiado en el templo Atenea, huida del violento acoso de Polidectes con quien no quería casarse. Temblando de ira, Perseo se encaminó a palacio, extrajo de la alforja la cabeza de Medusa ante el rey y toda su corte, y los convirtió en estatuas de piedra.
Los habitantes de la isla, contentos con la muerte del tirano, quisieron hacer de Perseo su nuevo rey, pero éste entregó la corona a Dictis, el pescador que los había salvado y dado refugio a su madre y a él. Hecho esto, se casó con Andrómeda y regresó a su Grecia natal con su madre y su esposa.
Llegado a Grecia, Perseo devolvió todos los dones divinos a sus respectivos dueños y entregó la cabeza de Medusa a Atenea. Luego, al fin, emprendió el camino de Argos, la patria de su madre donde también él había nacido. Cuando Acrisio, su abuelo, temiendo por su vida tal y como lo había predicho el oráculo, supo que Perseo regresaba, vistió ropas extranjeras y escapó a Tesalia. Huido Acrisio y no localizable Preto, su hermano, Perseo fue proclamado rey por el pueblo.
Pero el destino nunca descansa, al menos esa parece la conclusión de la historia, y así un día Perseo participó en unos juegos deportivos. En el lanzamiento de disco el proyectil se desvió con tan mala suerte, que cayó entre el público y mató a un hombre. Aquél hombre era Acrisio, su abuelo: el destino del rey se había cumplido. Horrorizado, quiso Perseo renunciar al trono de Argos, a modo de expiación, y cedérselo a Megapentes, su primo, hijo de Preto. Sin embargo, incompatible este cargo con otro que ya ejercía, no tuvo más remedio Perseo que conservar el trono.
Superado el mal momento, Perseo gobernó sabiamente y vivió feliz con Andrómeda, de quien tuvo hermosos hijos: Persés, Micenas, Alceo, Estenelo, Helio, Néstor, Electrión, y Gorgófene, la única mujer, uno de los cuales fue abuelo de Heracles. Tras su muerte, se le rindieron honores divinos y se le situó en el cielo, formando la constelación con forma de campana junto a su amada Andrómeda.
Conclusiones

Ha sido una aventura apasionante, ni la mejor novela de caballerías, ni el ciclo artúrico, ni el Señor de los Anillos o la Guerra Galáctica, la supera. Con un aliciente añadido, tiene múltiples lecturas. Para los historiadores una de las más interesantes es el amplio friso que de la sociedad micénica ofrece, sometida al poder despótico y arbitrario de sus reyes, porque la humanidad no hace otra cosa que reflejar en sus dioses sus anhelos e ilusiones, su modo de vida y temores. A vuela pluma podemos inferir algunas características:
1. La institución monárquica parece generalizada, pero los reyes están expuestos a conspiraciones continuas, que llegan al asesinato, impulsadas por hijos o parientes ansiosos de lograr la sucesión.
2. Los reyes y sin duda la nobleza que los apoya, son orgullosos, prepotentes, envidiosos y crueles. A la más mínima ofensa, o que ellos consideran ofensa, matan despiadadamente, como en el caso de Níobe, que se jactó de ser más fecunda que Leto, madre de Apolo y Artemisa, y los dos hermanos le mataron a sus catorce hijos. O de Hesíone, muerta por Herakles, porque su padre no le había pagado el rescate. O de Troya, a cuya destrucción colaboró Hera, porque Paris no la había elegido la más bella.
3. Lo cual nos muestra otra característica de aquella justicia primitiva, en la que impera la Ley del Talión: toda la familia era solidaria del delito de uno de sus miembros. Habrá que esperar a los legisladores de los siglos VII y VI para que las cosas empiecen a cambiar.
4. En el fondo son débiles, por eso padecen de envidia y celos constantes, no sólo de amor, sino profesionales o competenciales. Incluso Atenea no aguanta que Aracne sea tan buena como ella tejiendo y que además se enorgullezca de ello, y la convierte en araña. A Afrodita le prohíbe tejer, porque no es de su competencia. A Zeus se le hace muy cuesta arriba entregar el fuego a los mortales hombres y se lo niega cuando se siente burlado al elegir una ofrenda. Artemisa le echa los perros a un mortal, porque ha tenido el atrevimiento de contemplarla desnuda. Lo mismo hace Afrodita con Erimanto, hijo Apolo, a quien ciega porque la había visto bañarse desnuda.
5. Esa debilidad les lleva a reaccionar como chiquillos y todos los dioses se ríen de la cojera de Hefaistos, se encolerizan por nimiedades y se contentan cuando se les da coba.
6. Naturalmente el trono se gana por las armas o por la intriga, aún cuando el aspirante sea hijo legítimo del rey, lo que da lugar a un permanente estado de alerta para combatir a posibles enemigos. Urano lanza a sus hijos al Tártaro, Cronos se los come, Zeus devora a Metis.
7. No obstante el papel importante que juegan algunas diosas, la mujer es sólo un vientre para tener hijos o un objeto de deseo. Así Zeus se limita a violar a la mayoría de sus amantes sin importarle la consideración que tengan de él. Por cierto, ¿cómo la vagina de una mortal podía resistir la eyaculación de un dios o acaso los dioses podían regular la fuerza de sus eyaculaciones?
8. Por supuesto los varones son sementales por cuya cabeza nunca pasa la posibilidad de una renuncia ante una hembra apetecible.
9. En este sentido es dignísima la figura de Hestia, la diosa del hogar, que voluntariamente se aleja del Olimpo para no verse mezclada en las trifulcas de sus hermanos y sobrinos. ¿Una señal del cambio de los tiempos o un recuerdo de la diosa madre primigenia? ¿Un atisbo de la sabiduría de la mujer?
10. Menos Hefaistos y Prometeo, dos artesanos y artistas encomiables, y las mujeres que suelen tejer, todos viven ociosamente, sin embargo no tienen sonrojo en cuidar de sus ganados, que sus rebaños de toros y vacas son su principal riqueza, acaso porque se sienten orgullosos de ellos. Electrión, hijo de Perseo, rey de Micenas, pierde a sus hijos luchando con los cuatreros.
11. Tampoco se sonrojan ante los crímenes cometidos, ni ante los engaños; cuando quieren algo, cualquier método es válido para conseguirlo.
12. Hefaistos y Prometeo, no solo son artesanos, acaso revalorizados a partir de la revolución económica que se inicia con los siglos XI y VIII, sino gente de buenos sentimientos, el primero perdona el adulterio de su esposa y Prometeo tiene compasión de los seres humanos a quienes protege. También las diosas sienten vergüenza de la grosería de los dioses que se burlan de la pareja adúltera. Otro detalle en favor de la mujer.
13. Hay un sentido evidente, el triunfo del logos frente al caos, de la humanización, que Zeus y los suyos representan, su hija Atenea, nacida precisamente de su cabeza, frente a las fuerzas ciegas de la naturaleza y el inframundo, Tifón, Hecatónquiros y Gigantes.
En resumen, la historia nos muestra todas las inquietudes más recónditas y universales de la humanidad: el temor a la muerte y al olvido, el afán de inmortalidad y belleza, el ansia de poder, incluso más allá de los límites de la naturaleza, y de sexo y amor a veces. La envidia, los celos, el rencor, también la aspiración a la justicia. Todo eso y el modo en que está contada hace que esta historia sea siempre actual y permanente.
Índice onomástico


Índice de ilustraciones

Anfitrite, mascarón de proa de un barco desconocido, s. XIX (The "CUTTY SARK" Society, Greenwich).
Apolo del Louvre, hacia 460 a.C., ¿Kálamis o Fidias?
Ares, según Velázquez, hacia 1643, que sin duda se inspira en el Ares Loudovisi de Lisipo.
Artemisa y Acteón, metopa del templo de Selinunte 460 a C.
Atenea, obra romana (130-150 d. C.), expuesta en el Museo del Prado, que reproduce en miniatura la famosa estatua de Fidias, ejecutada para el Partenón de Atenas entre 447 y 438 a. C.
Atenea Lemnia
Atenea Partenos
Cibeles, instalada desde 1782 en el Paseo de Recoletos, fue ejecutada, según un dibujo de Ventura Rodríguez, por Francisco Gutiérrez, Roberto de Michel y el adornista Miguel Ximénez.  
Cronos devorando a uno de sus hijos, según Goya, s. XVIII.
Dionisos o Baco, de Caravaggio, finales del s. XVI.
Dionisos y Ariadna, vaso de figuras negras, mediados del s. VI a.C.
Démeter y Perséfone, museo del Louvre.
Deméter, Triptolemo y Perséfone. Démeter, a la izquierda, tiene un cetro y ofrece trigo (añadido en bronce u oro) al joven Triptolemo. Perséfone permanece a la derecha con una antorcha. Encontrado en Eleusis en 1859 y fechado hacia 435 a.C., se conserva en el Museo Nacional de Atenas.
Gigantomaquia, altar de Zeus en Pérgamo, s. -II.
Hades y Perséfone, mármol de Gian Lorenzo Bernini, 1621-2, Galeria Borghese, Roma. 
Hades y Perséfone, detalle, mármol de Gian Lorenzo Bernini, Galeria Borghese, Roma.
Helena, Sienna Guillory en "Helena de Troya", del director John Kent Harrison, 2003.
Helena y Paris, Diane Kruger y Orlando Bloom, según la película "Troya" de la WB, 2004.
Helena, según Diane Kruger en "Troya".
Heracles y Gerión, ánfora ática de figuras negras, hacia 550-540 a C, la firma del alfarero Exequias figura, en el lado A, a lo largo del borde izquierdo del cuadro que representa el enfrentamiento entre Heracles y el monstruo con tres cuerpos de Gerión. El boyero Euritión yace mortalmente herido y el mismo Gerión está herido como lo indica uno de los cuerpos, inclinado hacia atrás y a punto de caer.
Hestia Giustiniani, copia de un original de hacia 470 a C. Se ha atribuido a Kálamis. Villa Albani, Roma.
Io y la nube, de Correggio,1531. Viena. Kunsthistorische Museo
Leda y el cisne, de Leonardo da Vinci, s. XV.
Minotauro, según Picasso.
Perseo y andrómeda, Rubens, Museo del Prado
Perseo con la cabeza de Medusa, B. Cellini, Florencia
Poseidón, estatua de bronce del cabo Histiéa, hacia 460 a.C.
Poseidón y Anfitrite, salero de oro y esmalte cincelado por Benvenuto Cellini para Francisco I de Francia (1543).
Poseidón, Apolo y Artemisa son los dioses representados por el taller de Fidias en este fragmente del friso del Partenón fechado en el 440 a.C.
Prometeo robando el fuego de los dioses, de Rubens, s. XVII (Museo del Prado)
Templo de Hera en Paestum, siglo -IV
Teseo y el Minotauro, Antonio Ferrera en las Ventas, 21-V-2004, foto de Raúl Cancio.
Venus de Milo, anónimo, s. -II
Venus, Nacimiento de, de Sandro Botticelli, s. XV, Galeria dei Uffizi, Florencia.
Venus, Adonis y Cupido, de Anibal Carracci, s. XVII (Museo del Prado)
Zeus blandiendo en rayo, vaso de pinturas rojas, s. V.


Acteón.- Víctima de Artemisa.
Adonis.- Amante de Afrodita.
Afrodita.- Hija de la mar y de Urano.
Alcmena.- Madre de Heracles.
Amaltea.- Ninfa que amamantó a Zeus.
Amazonas.- Hijas de Ares.
Andrómeda.- Esposa de Perseo.
Anfitrite.- Nereida esposa de Poseidón.
Apolo.- Hijo de Zeus.
Aracné.- Tejedora rival de Atenea.
Ares.- Hijo de Hera.
Ariadna.- Amante de Teseo, esposa de Dionisos.
Artemisa.- Hija de Zeus.
Asclepio.- Hijo de Apolo.
Atenea.- Hija de Zeus.
Atlas.- Caudillo de los titanes rebeldes a Zeus.
Caos.- Es el ser primigenio.
Caronte.- Barquero del Averno.
Casiopea.- Madre de Andrómeda.
Cerbero.- Perro que guarda el Averno.
Cíclopes.- Hijos de Gea y Urano.
Cronos.- Titán hijo de Gea y Urano.
Curetes.- Sacerdotisas guerreras de Rhea.
Dánae.- Madre de Perseo.
Deimos.- Hijo de Ares.
Démeter.- Diosa de la agricultura.
Deucalión.- Hijo de Prometeo.
Deyanira.- Última esposa de Heracles.
Dione.- Nereida, madre de Afrodita.
Dionisos.- Hijo de Zeus.
Epimeteo.- Hermano de Prometeo.
Erebo.- Hijo del Caos y la Oscuridad.
Éride.- Diosa de la discordia.
Erinias.- Hijas de Gea y Urano.
Eros.- Hijo de Erebo y Nyx.
Éter.- Hijo de Erebo y Nyx.
Eurinome.- Madre de las Gracias.
Febe.- Titán gobernadora de la luna.
Fobos.- Hijo de Ares.
Gea.- Primera hija del Caos.
Gerión.- Rey de Tartesos.
Gigantes.- Hijos de Gea y Urano.
Gracias.- Hijas de Zeus.
Hades.- Dios de los Infiernos.
Hebe.- Hija de Hera.
Hecatónquiros.- Hijos de Gea y Urano
Hefaistos.- Hijo de Hera.
Hémera.- Hijo de Erebo y Nyx.
Hera.- Esposa de Zeus.
  enlaces



Herakles.- Hijo de Zeus.Hermes.- Hijo de Zeus.
Hestia.- Diosa del hogar.
Hiperión.- Titán gobernador del sol.
Hipnos.- Hijo de Erebo y Nyx.
Hipólita.- Reina de las amazonas.
Horas.- Hijas de Zeus y Themis.
Ilitía.- Hija de Hera.
Leda.- Madre de Helena.
Leto.- Titánide madre de Apolo.
Medusa.- Gorgona muerta por Perseo.
Menelao.- Rey de Esparta.
Metis.- Madre de Atenea.
Minotauro.- Monstruo muerto por Teseo.
Musas.- Hijas de Zeus.
Némesis.- Hija de Erebo y Nyx.
Nereidas.- Divinidades marinas, hijas de Nereo.
Ninfas Melias.- Hijas de Gea y Urano.
Mnemósine.- Madre de las Musas.
Nyx.- Hija y esposa del Caos.
Océano.- El primogénito de los titanes.
Palas.- Gigante muerto por Atenea.
Pandora.- La primera mujer.
Parcas.- Hijas de Erebo y Nyx.
Paris.- Hijo de Príamo y Hécuba.
Pegaso.- Caballo alado, hijo de Medusa.
Pentesilea.- Hija de Ares.
Perséfone.- Hija de Démeter.
Pirra.- Hija de Pandora.
Poseidón.- Dios de las aguas.
Procris.- Amante de Heracles.
Prometeo.- Titánida hijo de Japeto y Clímene.
Rhea.- Titán hija de Gea y Urano.
Sémele.- Madre de Dionisos.
Sileno.- Tutor de Dionisos.
Tártaro.- Abismo insondable anterior a Gea.
Teseo.- Héroe ateniense hijo de Poseidón.
Tetis.- Nereida madre de Aquiles.
Themis.- Ideó la trama para derrocar a Cronos.
Thánatos.- Hijo de Erebo y Nyx.
Tifón.- Último hijo de Rea.
Tione.- Nombre inmortal de Sémele.
Titanes.- Hijos de Gea y Urano.
Triptolemo.- Hijo de los reyes de Eleusis.
Urano.- Hijo y esposo de Gea.
Zeus.- Padre de los dioses.


Aurelio Mena Hornero

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