MITOLOGIA GRECO-ROMANA
INTRODUCCIÓN
Grecia y Roma compartieron unas mismas raíces indoeuropeas, que, en religión, se reconocen en la común creencia en un dios supremo del cielo y en el culto a la fertilidad terrestre y animal.
Todo ello es reflejo del medio agrario y ganadero centroeuropeo de donde provenían los pueblos indoeuropeos que se establecieron en la península Helénica y en la península Itálica, o por donde pasaron en su camino hacia sus asientos definitivos.
La vida en las comunidades centroeuropeas estaba, en efecto, completamente ligada a la fertilidad de la tierra y el ganado, y se regía por una fuerte autoridad paterna. Uno y otro aspecto constituyeron el eje central de sus creencias, que miraban, por una parte, al gran padre de los hombres (y de los distintos dioses, cuando surgieron), y, por otra, a la gran madre de la naturaleza.
Debido a la diversidad de contactos, en un principio cada pueblo fue enriqueciendo y conformando, por separado, sus propias creencias religiosas; pero la vecindad de la Magna Grecia hizo que, tan pronto como Roma salió de sus fronteras ciudadanas, topase de lleno con la civilización griega, muy superior entonces.
A partir de ese momento, la influencia cultural y religiosa de Grecia fue en aumento, hasta formarse una religión sin fronteras entre los dos pueblos. Este proceso culminó en el dominio político de Roma, que hizo suya toda la cultura griega.
Vamos, pues, a hacer una semblanza de esta mitología sin fronteras, que vivían y conocían en común griegos y romanos al final de la República y comienzos del Imperio.
Para su mejor seguimiento, acompañan a esta exposición un índice alfabético de los dioses y héroes que en ella se mencionan y un cuadro sinóptico de la genealogía de todos ellos.
I. COSMOGONÍA
1. Estado primordial. Primeras potencias elementales
En el principio existía el Caos -el Vacío primordial-, anterior a la existencia organizada. Después surgieron los reinos de la oscuridad: el Tártaro -el sombrío Cimiento del mundo-, el Érebo -el oscuro Infierno- y la negra Noche. Como primer elemento visible, ámbito apropiado para acoger a los demás seres, surgió la Tierra; y, como principio vital indispensable en la organización y multiplicación de dichos seres, Eros -la Atracción y Cohesión cósmicas-.
2. Primeras generaciones
Hijos de la Noche son toda una serie de abstracciones de signo negativo, entre las que se encuentran la Muerte, el Sueño y la Discordia. De la Tierra nacieron el Mar -el elemento masculino en su aspecto impetuoso, el oleaje-, las Montañas, agradable morada de las Ninfas, y el Cielo, tan grande como ella misma, para que la protegiera por todas partes y pudiera servir de asiento seguro para los demás seres.
3. Interviene Eros en la "procreación"
La Noche engendró de Erebo al Éter -el más esplendoroso y más puro Brillo, localizado en la parte más alta del cielo- y a Hémera -la Luz del Día-, que ocupa en el cielo la parte más cercana a la superficie terrestre -toda la luz se acababa de separar así de la oscuridad con la que se confundía en el Caos-.
La Tierra, por su parte, tuvo hijos del Tártaro, del Mar y del Cielo.
3.1.
Del Tártaro engendró al monstruoso Tifón, el insolente temido por todos los dioses, pues por su talla y fuerza superaba a todos los demás hijos de la Tierra, era mayor que todas las montañas y su cabeza tocaba el cielo. De Tifón nacerían otros seres monstruosos, entre los que destaca Cerbero, perro de tres cabezas, guardián del imperio de los muertos.
3.2.
Del Mar engendró la Tierra a Nereo, el espíritu bondadoso y bienhechor del mar, de barba y pelo canos, que porta un tridente y cabalga sobre un tritón. Nereo, con Dóride, hija del Océano, tendrá las Nereidas -las Olas-; bellísimas todas, que habitaban en el palacio de su padre en el fondo del mar, rodeadas de toda clase de tesoros, y pasaban el tiempo hilando, tejiendo y cantando. Entre ellas destacan la esposa de Neptuno, Anfitrite, y Tetis II, que por existir la profecía de que tendría un hijo más poderoso que el que fuera su padre, ningún dios se atrevió a casarse con ella, y, unida a un mortal, Peleo, rey de Tesalia, dio a luz a Aquiles.
3.3.
De sus amores con el Cielo, la Tierra concibió a los tres Centímanos, enormes y violentos gigantes de cincuenta cabezas y cien brazos de inmensa fortaleza, y a los tres Cíclopes, así llamados por tener un solo ojo circular en la frente, forjadores del trueno, el relámpago y el rayo. Asimismo engendró seis hijos y seis hijas con el Cielo, a los que éste llamó Titanes.
Pero la Tierra no lograba dar a luz a ninguno de sus hijos, pues el Cielo, temeroso de ellos, los iba ocultando en su interior, sin dejarlos salir. Este hecho hacía que los hijos de la Tierra y el Cielo estuvieran irritados desde el comienzo; y la Tierra, que se sentía oprimida en su interior, tramó una malvada artimaña. Fabricó una gran hoz y explicó el plan a sus hijos, de los que sólo el más joven, Saturno, se atrevió a llevarlo a cabo: esperó agazapado la llegada de su padre por la noche, le cortó los genitales y los tiró hacia atrás -así se convertían en algo del pasado-. Saturno se erigía de este modo, como libertador y vengador de sus hermanos, en supremo rector del universo.
No acabó con ello de concebir la Tierra hijos del Cielo, pues, de las gotas de sangre que cayeron de los genitales cortados, la Tierra engendró a las vengativas Furias, que habitan el Infierno, y a los innumerables Gigantes, temibles enemigos de los Olímpicos, que, aunque mortales, sólo sucumbían si eran abatidos a un tiempo por un dios y un mortal.
4. Venus, la nueva divinidad del Amor
La última descendencia del Cielo fue Venus, que surgió del semen que los genitales del dios depositaron en la espuma del mar -el nombre Afrodita significa “de la espuma”-, y de inmediato la rodeó un cortejo presidido por Eros, para ataviarla y conducirla a la morada de los dioses. Surgía la diosa de la Pasión Amorosa y de la Belleza.
Con el nacimiento de Venus se cierra el proceso puramente cósmico de Materias y Fuerzas relacionadas entre sí por la atracción y cohesión físicas que les imprime Eros, y llegamos a la fase antropomórfica de la divinidad, en que las relaciones de los seres vivos las inspira Venus, que supone la existencia de un espíritu que anima y fecunda la materia. La conjunción de materia y espíritu -belleza y amor- está en la base de la concepción que tiene el hombre de sí mismo, y que proyecta por sublimación en la idea que se forma de los dioses. La paloma, como símbolo de Venus, representa la doble vertiente de fecundidad y espíritu.
II. TEOGONÍA
1. La primera generación de dioses. Los Titanes
De la Tierra y el Cielo nacieron seis hijos y seis hijas: el primogénito Océano, el gigantesco Ceo, Crío, Hiperíon, Iápeto, Tea -la Divina-, la Madre Ops (Cibeles), Temis, -la Ley eterna-, Mnemósine -la Memoria-, Febe -la Brillante-, Tetis -la Fecundidad marina-, y el más joven, el astuto Saturno. A éstos su padre, el Cielo, los llamaba con malvada ironía Titanes, «vengados», porque, al intentar vengarse de él, habían realizado con su mutilación una acción terrible por la que después caería sobre ellos mismos la venganza de la siguiente generación.
Los Titanes no son ya simples potencias elementales, constituyen la primera generación de dioses propiamente dicha, aunque con poca actividad en el mundo de arriba, ya que su morada está en el mundo de abajo, en el Tártaro. Son, como su propia morada, el pasado y fundamento en que se basa y a partir de donde se desarrolla toda la desenfrenada actividad de los dioses del presente y del mundo visible.
2. La Descendencia de los Titanes y Titánides
Titanes y Titánides se unieron entre ellos y tuvieron incontable descendencia divina.
2.1.
Océano y Tetis, la más joven y amable de las Titánides, engendraron los Ríos, y las Lagunas y Fuentes personificadas en las Oceánides. Entre ellas destaca la primogénita Estige, que separa el mundo de los vivos y el de los muertos, y es la fiadora de los juramentos solemnes prestados por los dioses. Oceánides son tres de las esposas divinas de Júpiter: Metis, que fue la primera, antes que la propia Juno, Eurínome y Dione; sólo hijas le dieron a Júpiter las Oceánides.
Descendientes asimismo de Oceánides o de sus hermanos los Ríos fueron todas las mortales amadas por Júpiter. Tanta gloria les cupo a esta pareja divina de Titanes por haber sido Océano el único de aquellos que ayudó a Júpiter a hacerse con el poder universal.
2.2.
Hiperíon y Tea engendraron el Sol, la Luna y la Aurora.
2.3.
Crío y Euribia, hija de la Tierra y el Mar, tienen como descendientes a los Vientos y los Astros.
2.4.
Ceo y Febe, la Brillante, tuvieron tres hijas. De ellas Latona, la más amable de todas las diosas, obtuvo la gloria de ser una de las esposas divinas de Júpiter .
2.5.
Iápeto y Clímene, una de las Oceánides, tuvieron sólo hijos varones. De ellos Prometeo es, si no el creador del hombre, sí al menos su gran benefactor. Se atrevió a engañar dos veces a Júpiter por favorecer a la humanidad: apartó, en lo que con el tiempo sería un sacrificio sagrado, para los dioses los huesos de un toro envueltos en blanca grasa, y la carne la metió en el estómago del propio animal y la dejó para los hombres. Habiendo retirado Júpiter en castigo el fuego de la tierra, lo robó Prometeo para el hombre. Prometeo obtuvo un terrible castigo por ello, encadenado en los infiernos; pero, perdonado al fin, siguió ayudando a los humanos. Él fue quien aconsejó a Deucalión (hijo suyo) y Pirra cómo salvarse del diluvio universal que Júpiter proyectaba para exterminar a los depravados humanos de la Edad del Bronce.
A Iápeto le correspondió compartir la gloria de sus suegros y hermanos, Océano y Tetis, de contar en su descendencia con siete de las mortales amadas por Júpiter, entre las que están la Deucaliónida Leda y las Pléyades Electra y Maya. Todas ellas descienden de Iápeto por una parte y de Océano y Tetis por otra.
2.6.
Tanto Temis como Mnemósine no conocieron más esposo que al propio Júpiter, con él tuvieron como descendencia una serie de hijas, personificaciones de abstracciones: Temis tuvo como hijas personificaciones de la ley y la justicia en las Horas (Estaciones), que aseguran el equilibrio de la naturaleza y el equilibrio social; y las Parcas, personificaciones de la ley inexorable del Destino, primero individual y único, después tripartito, representado por Átropo, que hilaba el hilo vital del hombre, Cloto lo enrollaba, y Láquesis lo cortaba, señalando así el final.
Mnemósine concibió de Júpiter, en nueve noches seguidas, a las nueve Musas, cantoras divinas, que presiden el arte y pensamiento en todas sus formas: Calíope, la poesía épica; Clío, la historia; Polimnia, la pantomima, Euterpe, la flauta; Terpsícore, la poesía ligera y la danza; Erato, la lírica coral; Melpómene, la tragedia; Talía, la comedia; y Urania, la astronomía.
2.7.
Saturno y Ops (Rea-Cibeles) engendraron a la que iba a constituir la nueva generación de dioses, los Olímpicos: la virginal diosa del Hogar Vesta, la maternal diosa de la Tierra, Ceres, la celosa Juno, el despiadado Orco, el retumbante Neptuno y el prudente Júpiter, padre de dioses y hombres.
Saturno iba devorando uno a uno a sus hijos en cuanto nacían, pues por la Tierra y el Cielo se había enterado de que, en justa correspondencia, tenía como destino sucumbir a manos de un hijo suyo. Ops-Cibeles sufría terriblemente y, por consejo de su madre la Tierra, fue a dar a luz al último de sus hijos, Júpiter, a la isla de Creta, donde lo ocultó en una cueva. A Saturno le dio Cibeles en su lugar una enorme piedra envuelta en pañales para que se la tragase, y él no descubrió el engaño. En Creta creció Júpiter, rodeado de los Curetes, que con sus bailes disimulaban el llanto del niño, y alimentado con la leche de la cabra Amaltea.
III. JÚPITER CONQUISTA EL PODER
1. Declaración de guerra. La Titanomaquia.
Cuando Júpiter llegó a la juventud, tomó por esposa a la Oceánide Metis, la Prudencia. Ésta le proporcionó una droga con .la que obligó a Saturno a devolver los hijos que se había tragado. Acaudillados por su libertador, los hijos de Saturno declararon la guerra a su padre.
Saturno, cuando se hizo con el poder después de abatir a su padre el Cielo, liberó, a instancias de su madre la Tierra, a todos sus hermanos; pero se apresuró a arrojar nuevamente al Tártaro a los Centímanos y Cíclopes, temeroso de la fuerza de aquéllos y de la maña de éstos. Por tanto, Saturno contaba sólo con la alianza de sus hermanos los Titanes, y no todos, pues Océano, que se había mantenido al margen en la toma de poder por parte de los hijos del Cielo, ahora favorecerá las aspiraciones de los hijos de Saturno.
Júpiter por su parte tenía como aliados a sus hermanos y hermanas liberados por él, a Océano y su estirpe con Estige y sus hijos a la cabeza, y al más sabio de los hijos de Titanes, Prometeo, tras la superación de las diferencias con Júpiter, y a pesar de ser hijo de Iápeto, que apoyaba a Saturno.
2. La Tierra aconseja.
La guerra duraba ya diez años y la victoria no se inclinaba a ningún bando. Entonces la Tierra, molesta ya hacía tiempo con su hijo Saturno por su comportamiento tiránico y por mantener encerrados en las entrañas de aquélla a sus hermanos los Centímanos y los Cíclopes, tomó parte en una segunda revolución -en la primera había ayudado a Saturno contra los abusos de su padre- y reveló a Júpiter que vencería si tenía por aliados a los Centímanos y Cíclopes. Así lo hizo.
Entonces los Cíclopes dieron a Júpiter el relámpago, el trueno y el rayo, que habían forjado; a Orco le dieron un casco mágico, que lo hacía invisible; a Neptuno, el tridente, con cuyo choque podía Conmover la tierra y el mar. Con estas poderosas armas obtuvieron una pronta victoria y arrojaron a los Titanes al Tártaro, donde pusieron de guardianes a los Centímanos.
3. Reparto del poder, la gloria y los honores.
Acabada la guerra contra los Titanes, los vencedores se distribuyeron el poder: Júpiter se quedó con el cielo; Neptuno, con el mar, y Orco con el mundo subterráneo, por lo que se le llamó Dis, “el Rico”.
Todos los aliados de Júpiter tuvieron su premio tras la victoria: A Océano le correspondió la gloria de que Júpiter eligiera entre sus descendientes tres de las ocho esposas divinas que tuvo, y todas las mortales a las que amó. También les cupo el honor de contar con descendientes amadas por Júpiter a Prometeo y sus hermanos. A Estige, por ser la primera en presentarse ante Júpiter a ofrecerle su apoyo, le concedió ser la fiadora de los juramentos solemnes prestados por los dioses.
Los dioses de arriba, del mundo visible, tomaron posesión de su sede en el Olimpo, por lo que se les Conoce como los Olímpicos.
4. Últimos combates. La Gigantomaquia. Tifón.
Una vez más se sentía, no obstante, irritada la Tierra, al ver de nuevo encerrados en sus entrañas a hijos suyos, ahora los Titanes. Incitó en primer lugar contra los Olímpicos a los Gigantes. En esta gran batalla, por consejo de Temis, su segunda esposa divina, Júpiter se vistió como coraza la égida, hecha con la piel de la cabra Amaltea.
Vencidos los Gigantes, envió la Tierra a su hijo Tifón, contra el que Júpiter tuvo que librar el más duro combate. En la lucha contra ese monstruo, el más terrible de cuantos han existido, Júpiter resultó gravísimamente herido; pero, recuperado, volvió al cielo en un carro tirado por caballos alados y fulminó al monstruo con sus rayos. Se dice que las llamas que salen del Etna son los restos de los rayos con que Júpiter lo aniquiló.
La victoria de Júpiter sobre estos monstruos ctónicos -aspecto sombrío y primitivo de la tierra- simboliza la de la luz sobre la oscuridad, el comienzo de una nueva era universal, en que lo más inmaterial de la materia, la luz, Júpiter, prevalece sobre lo demás.
5. Reconciliación y paz definitiva.
Por fin se produjo el acercamiento de padre e hijo, y Júpiter liberó de sus cadenas a Saturno, que se quedó a vivir sobre la tierra con los hombres, y se le vio en diversas regiones.
En Italia, cuando aún se llamaba Ausonia, reinaba Jano en una ciudad situada junto a la actual Roma, en el monte Janículo, que tomó su nombre de aquél. Allí llegó Saturno y fue bien acogido por Jano, que le ofreció compartir el gobierno de Ausonia. Saturno fundó, donde posteriormente se levantó el templo de Júpiter Óptimo Máximo, una ciudad en el Capitolio a la que llamó Saturnia.
Entonces la civilización dio sus primeros pasos: introdujo el uso de la hoz -es atributo de este dios en sus representaciones- y enseñó a los hombres a servirse mejor de la fertilidad espontánea de la tierra
IV. LOS OLÍMPICOS*. PRIMERA GENERACIÓN
1. El Olimpo.
El Olimpo es un monte de 3.000 metros de altura, situado al norte de la Grecia peninsular, en Tesalia, que, por sus características climatológicas, siempre nevado y envuelto en nubes, fue elegido -por la imaginación de los hombres- como mansión eterna de los dioses, que por ello fueron denominados “Olímpicos”. Poco a poco el término “Olimpo” se usó de manera general para designar la residencia celestial de los dioses de arriba, del mundo visible. Por ello no son Olímpicos los del mundo subterráneo, como Orco.
En un sentido más restringido, el Olimpo se consideró la morada del dios supremo Júpiter, y en ella sólo tenían cabida sus consejeros y más allegados. Esta selección quedó consagrada en la Ilíada de Homero, aunque en diversas regiones aparecieron selecciones con pequeñas variantes.
2. Los hermanos de Júpiter
2.1.
Vesta*, la mayor de los hijos de Saturno y Ops-Cibeles, es la diosa del Hogar, la idea, más que su personificación. Permanece inmóvil en la residencia familiar de los dioses olímpicos. No tiene actividad fuera de ella, pero obtuvo de su hermano Júpiter, junto a la gracia de guardar eternamente su virginidad, honores excepcionales: recibir culto en todas las casas de los hombres y los templos de cualquier divinidad. El fuego, genuina representación del hogar, es su símbolo sagrado.
2.2.
Ceres*, la segunda nacida de Cibeles, en contraposición a la Tierra, concebida como elemento cósmico, es la Tierra cultivada, la divinidad maternal de la Tierra, la Tierra Madre simbolizada en los cereales, que de ella toman el nombre. No conoce más esposo que a Júpiter, de quien tiene una sola hija, Prosérpina. A ambas se las denomina con frecuencia simplemente “las diosas”, pues su culto va a estar unido tras el rapto por Orco y parcial recuperación de la hija.
Ceres enseñó a los hombres a sembrar, recolectar y hacer el pan. Se representa como una gran señora coronada de espigas o con el cuerno de la abundancia, y, a veces, con la hoz en la mano o una antorcha, con la que busca a su hija.
2.3.
Orco es el dios de los Infiernos. En la lucha contra los Titanes, los Cíclopes le entregaron el casco que volvía invisible, símbolo del que habría de ser su reino. En efecto, en el reparto del imperio universal obtuvo el mundo subterráneo, donde es dueño de cuantas riquezas se encuentran allí, y por eso le llama Dis, “el rico”. Allí reina sobre los muertos despiadadamente y no deja a ninguno volver a la tierra con los vivos. Con él reina Prosérpina el tiempo que no está con su madre Ceres, Es casi tan despiadada como él, pero a veces sucumbe a las súplicas y media ante su esposo, como en el caso de Orfeo y Eurídice.
De entre todos los Hijos de Saturno, Orco es el único que no lleva el título de “Olímpico”, pues su imperio no es del mundo de los vivos, del mundo visible, de arriba, del cielo, sino del mundo de los muertos, del subterráneo, de abajo, de los Infiernos. El atributo con que se suele representar a este dios no es más que el cetro, que indica que es dueño de un imperio.
2.4.
Neptuno* tiene a su cargo, tras el reparto del universo, el dominio del mar y los lagos. Es dios del mar, pero no se confunde con él. Los Cíclopes le regalaron el tridente, poderosa arma que hacía conmoverse cuanto golpeaba. Creó el caballo en su disputa con Minerva por ser el protector de Atenas. Por eso, en sus representaciones, Neptuno va armado con el tridente y en carro tirado por caballos marinos. Su esposa legítima es Anfitrite, una Nereida, de la que no tuvo hijos. Pero tuvo numerosos amores e innumerables hijos, de los que, aunque en gran parte son monstruosos, surgieron algunas mujeres -con sangre también de Oceánides por parte de Ío- que fueron amadas por Júpiter. Esta gloria la compartían pocos dioses: sus tíos Iápeto -por mérito de Prometeo-, Océano y Tetis en innumerables descendientes, y Ceo y Febe en su hija Latona.
2.5.
Juno* es la más grande de todas las diosas Olímpicas. Durante la lucha de los Olímpicos con los Titanes, su madre Ops-Cibeles la había confiado para su educación a Océano y Tetis en el confín del mundo. Luego casó con Júpiter, y, aunque era la tercera esposa que el dios de la luz tomaba en justo matrimonio –si nos fiamos de Hesíodo- después de la prudente Metis y la justa Temis, el amor entre ellos venía de antiguo, desde antes de la gran lucha. Las bodas se celebraron, con la solemnidad requerida, en el Jardín de la Hespérides, símbolo mítico de la fecundidad, en medio de una eterna primavera. Su abuela, la Tierra, regaló a Juno con tal motivo las manzanas de oro, que ella mandó plantar en el jardín.
Como esposa legítima que es del dios supremo, Juno es la protectora de las mujeres casadas. Es esposa celosa, violenta y vengativa. Se irrita con Júpiter por sus aventuras amorosas, y persigue sin piedad a las amadas e hijos de éste. Hércules es el que más sufrió el odio, fruto de los celos de Juno, a pesar de haberlo amamantado.
Juno tomó parte en el concurso de belleza que la Discordia, por no haber sido invitada a las bodas de Tetis y Peleo, promovió al presentarse y regalar una manzana de oro “para la más bella de las invitadas”. Las contrincantes fueron Minerva, Venus y la propia Juno, y como árbitro se nombró al mortal París. Éste, al conceder el premio a Venus, rechazando la soberanía del mundo, que como recompensa le ofrecía Juno, se granjeó su hostilidad para él y los Troyanos.
Se representa a Juno como una gran señora, a veces con un cetro, como esposa del dios supremo, con un pavo real y una granada, su animal y fruto preferidos. De una de sus intervenciones contra una mortal amada por su esposo, ha dejado recuerdo en el animal que le está dedicado, cuyo plumaje evoca los cien ojos del gigante Argos, al que puso de guardián de lo convertida en vaca.
3. Júpiter
Júpiter es el dios supremo, el rey de los dioses y de los hombres, el dios de la Luz. En el reparto del Universo le correspondió el dominio del mundo visible, del cielo. Pero los Olímpicos han perdido ya su valor cósmico y no se identifican con el elemento que presiden; como Ceres y Neptuno no se confunden con la Tierra y el Mar, tampoco Júpiter es el Cielo. Se ha dado un gran paso cualitativo en la concepción de la divinidad.
En la lucha con los Titanes, los Cíclopes le entregaron el relámpago, el trueno y el rayo, que han pasado a ser atributos del dios. También es atributo suyo la alada Victoria, y le está consagrado el roble. El animal que le está consagrado es el águila, reina de las aves, que, capaz de elevarse por encima de las nubes y mirar fijamente al sol, es símbolo celeste y del resplandor solar. Se representa a Júpiter sentado en su trono, portando un haz de rayos en la mano derecha, a modo de cetro, y un águila a sus pies.
Júpiter, en tanto que dios del cielo, tiene como lenguaje propio las manifestaciones celestes, pero también es garante de la jerarquía y el poder real, vela personalmente por el mantenimiento del orden y la justicia en el mundo, y es el dispensador de bienes y males. Por ser dios providente y consciente de su responsabilidad, es el único que no se mueve por capricho. Incluso en sus aventuras amorosas no deja de regirse por una cierta política de sentido transcendental.
V. LA SEGUNDA GENERACIÓN DE LOS OLÍMPICOS
La segunda generación de dioses Olímpicos es el fruto de las uniones de Júpiter con las hijas inmortales de Titanes -Océano, Febe-, o, y en este caso son mortales, con descendencia más remota de ellos -mezclada a veces con la de Iápeto, de quien se origina la humanidad, y de Neptuno-.Júpiter, expresión de las fuerzas fecundantes de la Luz, se une a la estirpe de las fuerzas fecundantes del agua, para dar lugar a una nueva forma de vida más cercana a nosotros.
1. Uniones de Júpiter con diosas. Su descendencia.
1.1.
La primera de sus esposas divinas fue la Oceánide Metis, la Prudencia. Cuando la Tierra supo que ésta había concebido una hija, predijo a Júpiter -la Tierra tiene el poder de la predicción- que, si Metis daba a luz una hija, engendraría después un hijo que destronaría a su padre. Júpiter se tragó a la diosa y así, llegada la hora, fue él quien dio a luz a su hija –la diosa parió dentro de él, pero no dio aluz- y para ello necesitó de la ayuda de otro dios, Prometeo o quizá Vulcano, que le hubieron de hacer una brecha en la cabeza, por donde pudo salir completamente armada la inmortal Minerva.
Minerva*, es, de los doce Olímpicos, la diosa de la sabiduría y de la guerra que resulta necesaria para preservar la paz. Patrocina la ciudad de Atenas, por haberle hecho el regalo considerado el mejor, el olivo, en la disputa que tuvo con Neptuno por su patronazgo. Es una de las tres diosas vírgenes, con Vesta y Diaria. Se representa armada con casco, lanza, escudo y égida en el pecho -compartida en su uso con Júpiter-. Su animal sagrado es la lechuza, animal nocturno que no soporta la luz del sol, y, relacionada con la luna, que representa la reflexión de la luz, la lechuza simboliza el conocimiento racional y reflexivo, en oposición al conocimiento directo por intuición.
1.2.
En segundo lugar, Júpiter tomó por esposa ala Titánide Temis, la Equidad, diosa de la Ley eterna y consejera del gran dios. De esta unión, símbolo y encarnación del Orden eterno, nacieron las Horas; (Disciplina, Justicia y Paz) y las Parcas, portadoras del Destino: Cloto “la Hiladora”, Láquesis “la que da a cada uno su lote” y Átropo “la Inflexible”.
1.3.
La tercera y definitiva de las esposas de Júpiter fue la poderosa Juno. Desde ese momento, los amores de Júpiter van a tener una celosa observadora en su esposa, con quien sólo tuvo tres o cuatro hijos: la eterna Juventud, que sirve el néctar y ayuda a su madre y hermanos; Ilitía, que preside los partos; Marte y quizá Vulcano.
Marte* es, entre los grandes Olímpicos, el dios de la Guerra, el espíritu de la Batalla, que se goza con la lucha cruel. No tiene esposa estable, aunque tuvo muchas aventuras amorosas, entre las que destacan 1as clandestinas con Venus. En su descendencia se encuentran Rómulo y Remo, habidos de Rea Silvia, hija del último rey de Alba. Se representa como un guerrero, con casco, lanza y escudo. Sus animales sagrados son el lobo y el pico; el lobo contiene dos aspectos en su simbolismo, uno feroz y otro benéfico; el pico es símbolo de protección y seguridad.
Vulcano*, otro de los doce Olímpicos, es hijo de Juno, y se dice con frecuencia que lo engendró ella sola, en contrapartida al nacimiento de Minerva, que surgió de la cabeza de Júpiter. Es el dios del Fuego, que forja, con la ayuda de los Cíclopes, las armas de dioses y ciertos héroes, como Aquiles y Eneas. Se le representa con aspecto descuidado y cojo, y provisto de los instrumentos del herrero: martillo, tenazas y yunque. Vulcano es el ingeniero y artesano de los dioses. Se desposó con Venus, que amó, no obstante, a otros dioses y mortales.
1.4.
Con la Oceánide Eurínome, Júpiter engendró a las Gracias: Aglaya “la Resplandeciente”, Eufrósine “el Alma Bella” y Talía “la Floreciente”; primitivos espíritus de la vegetación, esparcen la alegría en la naturaleza y en el corazón de los dioses y hombres. Forman coros con las Musas en el séquito de Apolo.
1.5.
De la unión de Júpiter con su hermana Ceres nació Prosérpina. De ella se enamoró su tío Orco, que, ante el temor de la negativa de aquélla a vivir por siempre en los infiernos, la raptó, cuando jugaba con Minerva y Diana -sus hermanas por parte de su padre- en las praderas de Sicilia.
Durante nueve días con sus noches su madre la buscó por todas partes. Irritada la diosa determinó retirarse a Eleusis y abandonar su función divina hasta recuperar a su hija. Con su actitud –la primera huelga de brazos caídos- ocasionaba la esterilidad de la tierra y alteraba el orden en el mundo, por lo que Júpiter tuvo que intervenir; pero Orco no podía devolver a Prosérpina, pues ella había roto el ayuno durante su estancia en los Infiernos al comer un grano de granada. Se llegó al fin a un compromiso: Ceres volvería a su puesto en el Olimpo y Prosérpina abandonaría el mundo subterráneo cada año en primavera, con los primeros tallos que salen en los surcos, y regresaría junto a Orco con la siembra.
1.6.
La Titánide Mnemósine, diosa de la Memoria, habiendo yacido nueve noches con Júpiter, tuvo a las nueve Musas: Clío “Gloriosa”, Euterpe “Deliciosa”, Talía “Floreciente”, Melpómene “Celebrada en cantos”, Terpsícore “Deliciosa Danzante”, Érato “Adorable”, Polihimnia “Cantora de himnos”, Urania “Celeste”, y Calíope “Bella Voz”. Nacieron en Pieria, junto al Olimpo, y habitaban en el monte Helicón, o en el Parnaso, su segunda residencia, en el séquito de Apolo. No son únicamente las cantoras divinas, pues también presiden el pensamiento en todas sus formas.
Hijo de una de las Musas -Calíope o Polihimnia- y, tal vez, de Apolo, Orfeo, músico y poeta, abría con su arte las puertas, incluso de los Infiernos, de donde con sus bellos cantos consiguió que los dioses de los muertos dejaran que le acompañase, de retorno a la luz, su esposa, que se desvaneció antes de lograr su fin. Esta aventura lo relacionó con los misterios del más allá, que en su nombre fueron celebrados en la Antigüedad bajo el patrocinio de Apolo.
1.7.
De la unión de Júpiter con Dione -según unos era hija de Saturno, y, por tanto, Titánide; Nereida, para otros; Oceánide, según los más- hay quien asegura que nació Venus.
Venus*, diosa del Amor, y después la más bella, representa la fecundidad en general, sin límites. Casó con Vulcano, el dios deforme, el más descuidado de aspecto; pero amó a otros dioses, como Marte, y a mortales, como Adonis -símbolo de la vegetación- y Anquises, por el que es madre de Eneas y del pueblo romano. Se representaba joven y bella, desnuda o casi desnuda. Le estaba dedicada la rosa, símbolo de regeneración; y su animal sagrado era la paloma, que simboliza tanto la fecundidad, como, por sus alas, el espíritu. El delfín y la venera la relacionan con el mar.
1.8.
Finalmente, Júpiter se unió a su prima Latona, con quien engendró a los gemelos Olímpicos Apolo y Diana. Pero no fue fácil su alumbramiento, pues la celosa Juno prohibió que le fuera ofrecido asilo a Latona en cualquier lugar donde pretendiera dar a luz. Al fin la isla de Ortigia, a la sazón flotante y estéril, sin nada que perder, la acogió. Allí pudo dar a luz la diosa, y, en recompensa, la isla quedó fijada en el fondo del mar y tomó el nombre de Delos “Ilustre”.
Apolo*, nada más nacer, recibió de Júpiter, como regalos, una mitra de oro, una lira y un carro tirado por cisnes, que lo condujeron a Delfos, donde mató a la Serpiente Pitón e hizo suyo el santuario de Metis; allí pronunciaba sus oráculos la Pitonisa, sentada en un trípode. Apolo presidía los coros de las Musas y las Gracias en el Parnaso. Tuvo muchos amores, pero el más notable fue el de la ninfa Dafne, quien, para no verse amada por él, pidió y alcanzó convertirse en laurel. Amó también a Jacinto y a Cipariso, metamorfoseados en jacinto y ciprés, con gran pesar suyo.
Es el dios de la adivinación, de la música, la poesía, la elocuencia, la medicina, las artes, de la vegetación y de la belleza y el resplandor del sol -con el que no se confunde, como Júpiter no se confunde con el cielo-. Entre sus múltiples atributos prevalecen el trípode, la lira y la corona de laurel. Le está dedicado el laurel, y animales consagrados a él son el milano, el buitre y el cuervo -el vuelo de los cuales da presagios-, el lobo -al ver de noche es símbolo de la luz-, y el ciervo y el cisne -que simbolizan a un tiempo la profecía y la luz-. Apolo se representa muy hermoso, alto, con gran porte, coronado de laurel, y con la lira. Su emblema es el trípode, pues simboliza sus oráculos. En época helenística se convirtió en el dios de la religión órfica.
Diana*, tan pronto como hubo nacido, ayudó a su madre a que diera a luz a su hermano gemelo. Prototipo de la doncella arisca, que se complacía sólo en la caza, permaneció eternamente virgen y joven. Iba armada de arco, con el que disparaba a los ciervos. Se le rindió culto en las regiones montañosas y agrestes, donde iba acompañada de coros de ninfas, vírgenes como ella. Se la invocaba como la diosa de la luna, con la que no se identifica, y es diosa de la naturaleza agreste y de la caza. Se la representa con diadema adornada de media luna, con el vestido por encima de la rodilla, recogido en la cintura, como una cazadora, y con arco y carcaj. Su animal consagrado es la cierva de los cuernos de oro, de las que engancha cuatro a su carro.
2. La unión de Júpiter con mortales
Difícilmente se encuentra alguna región en el mundo helénico antiguo y en los países que estuvieron bajo su influencia cultural, que no se vanagloriara de tener como héroe epónimo algún hijo o descendiente directo de Júpiter. Del mismo modo, las principales familias legendarias se sintieron más o menos directamente descendientes de él. Veamos algunas de las más celebradas “aventuras” de Júpiter con mortales:
2.1.
Ío, descendiente de un hijo de Océano y Tetis, era una princesa argiva, sacerdotisa de Juno. Tras sus amores con Júpiter, éste, para sustraerla de los celos de su esposa, la transformó en una preciosa vaca blanca. Pero Juno, sospechándolo, le pidió que se la ofreciese a ella como presente, y la puso bajo la custodia de Argos, de cien ojos, del que sólo se vio libre con las estratagemas de Mercurio; aunque ello no evitó que la esposa celosa le enviase un tábano que la volvió furiosa y la obligó a errar por las costas del mar, que por ella se llamó Jónico, y a atravesar el estrecho que separa los continentes, que por eso se llamó del Bósforo, «Paso de la vaca». No recuperó su forma humana hasta haber dado a luz a su hijo, de quien fueron descendientes Dánae, Europa y Sémele, también amadas por Júpiter.
2.2.
Dánae, hija de un rey argivo, fue aislada por su padre para que no pudiera tener hijos -un oráculo había predicho que un hijo de la princesa mataría al rey-, pero fue visitada por Júpiter, transformado en lluvia de oro, y dio a luz a Perseo. El rey mandó arrojar al mar en un cofre a la madre y al niño, que, salvado, se vio destinado a realizar las hazañas en las que mató a la Gorgona, cuya cabeza entregó a Minerva, y al monstruo que amenazaba a la que, salvada, convirtió en su esposa, Andrómeda.
En la descendencia de Dánae a través de Perseo está Alcmena y su esposo mortal, Anfitrión, del que tomó Júpiter la figura para amarla en una noche que alargó, haciendo que no saliera el sol, por espacio de tres días. De estos amores nació Hércules, el más fuerte de los mortales, que al fin mereció y alcanzó lo que muy pocos de éstos consiguen, .la inmortalidad. Pero antes de ello se vio obligado, a causa del odio producido por los celos de Juno, a realizar sus famosos “trabajos”, con los que libró al mundo de terribles monstruos maléficos, para bien de los hombres, gloria suya y honra de su padre Júpiter .
2.3.
Europa fue raptada por Júpiter en forma de resplandeciente toro blanco, que la llevó a Creta, donde la amó y dio descendencia divina a la isla. A ésta pertenecerá Ariadna, esposa de Líber-Baco.
2.4.
Sémele, que tenía de Júpiter la promesa de concederle cuanto quisiese, le pidió, por sugerencia de la celosa Juno, cuando ya estaba embarazada, que se le mostrase en todo su esplendor, y por ello murió carbonizada al instante. Su hijo Líber-Baco fue extraído de su vientre e introducido en el muslo del padre, de donde salió perfectamente formado tres meses más tarde.
Líber*, dios Olímpico de Atenas en sustitución de Vesta, fue convertido durante su infancia, para que no lo descubriese Juno, en cabrito. Ya adulto, descubrió la vid, pero Juno lo enloqueció; purificado por Ops-Cibeles en Frigia, viajó triunfalmente por la India en un carro tirado por panteras y adornado con pámpanos y hiedra, acompañado de Príapo, bacantes y sátiros. De vuelta a Grecia introdujo las fiestas Bacanales y fue divinizado. A continuación tomó a Ariadna como esposa. Como antiguo dios de la naturaleza, especializado posteriormente como dios del vino y la inspiración, era festejado en tumultuosas procesiones, en las que figuraban evocados por máscaras los genios de la Tierra y la fecundidad. De estos cortejos se originaron las representaciones teatrales: comedia, tragedia y drama satírico. En Italia se prohibió su culto en el siglo I a.C., por los excesos a que daba lugar .Se representa a Líber-Baco joven, imberbe, coronado de pámpanos o hiedra, a veces con el tirso y otras con su cortejo triunfal.
2.5.
Leda, descendiente de Deucalión, hijo de Prometeo, convertida en oca fue amada por Júpiter convertido en cisne, y puso dos huevos, de los que nacieron los Dióscuros, protectores de los Romanos, y Helena, causante de la guerra de Troya y del exilio de Eneas, que dio como fruto final el nacimiento de Roma.
2.6.
Electra, hija de Atlante, el hermano de Prometeo, e hija de una Oceánide, tuvo en su descendencia de Júpiter a los Troyanos y al pueblo romano a través de Anquises, Eneas y su esposa Creúsa.
2.7.
Maya, hermana de Electra, tuvo de Júpiter a Mercurio.
Mercurio*, nada más nacer, se escapó de la cuna y robó animales a Apolo, con intestinos de los cuales y el caparazón de una tortuga fabricó la lira, que después dio a Apolo a cambio de lo robado. Inventó posteriormente la flauta, que cambió a Apolo por el caduceo de oro. Júpiter lo nombró su heraldo. Es el dios del robo y del comercio, y protege a los pastores y a los caminantes, y, en especial, acompaña a los Infiernos a las almas de los difuntos. Se le representa con sandalias o sombrero alados, con el caduceo y con una bolsa de dinero; a veces se le representa como pastor con un cordero en los hombros. También se le representa en las encrucijadas como un mojón -llamado herma por su nombre- en el que sólo se esculpe la cabeza y los genitales. Se le atribuía la paternidad de Cupido, habido con Venus.
3. El porqué de la promiscuidad de Júpiter
Los mitógrafos anteriores a la implantación del punto de vista de la moral cristiana nos explican las causas últimas que movían al supremo dios a dar hijos a las mortales, como una intervención providencial: con el nacimiento de Helena se daba solución, por medio de la guerra de Troya, a la excesiva población de Grecia y Asia en aquel momento; Perseo y Hércules nacieron para librar al mundo de monstruos maléficos, etc.
A veces Júpiter y/o sus amadas mortales tomaban forma de animal, o de alguna otra cosa, para hacer posible la procreación: lluvia de oro con Dánae, resplandeciente toro blanco con Europa, cisne con Leda; y en blanquísima vaca se convierte Ío. Incluso en este hecho -que algunos lo explicaban como suplantación por Júpiter de la personalidad de algún dios local, o para ocultarse de su esposa- veían un claro simbolismo: la lluvia de oro representa el poder de la riqueza, el oro en la tradición griega evoca el sol y todo su valor de fecundidad-riqueza-dominio; el cisne representa la epifanía de la luz, es la encarnación de la luz del día y fecundante, que se une a la oca, representación del mensajero de los dioses e intermediario entre ellos y los hombres; el toro es el símbolo de la fuerza creadora, y la vaca representa la fertilidad, la tierra nutricia. El color blanco de estos animales los pone en relación con el significado del propio Júpiter, dios de la Luz.
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