MITOS DE : EL DUENDE BURLON
Un duende burlón
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A mi amigo Igor Cantero, etc., etc. Pues sé que al menos se molestara en imprimirlo
y encuadernarlo... pues.
¡Hola amigos!. Gracias por leerme. Me llamo... bueno mi nombre no importa, ya que
no soy el protagonista de este cuento. Los protagonistas son esa loca y maravillosa
gente que vive en mi ciudad.
Tomemos un barrio cualquiera, el mío que es el que conozco mejor. Es un barrio de
casas adosadas (casamatas las llaman aquí), con un diminuto jardín. Pero no quiero
hablar de mi casa, ni del jardín, sino del garaje.
Supongo que la mayoría de vosotros pensareis que os voy a contar, el numero de
naves espaciales que tengo aparcadas en él, o el saltatiempos de ultimo modelo que he
adquirido. Siento desilusionaros, pero mi garaje es de los más corrientitos: suelo pintado
de verde, paredes enjalbegadas, techo en que se ven las bobedillas de hormigón, una
bombilla colgando del cable y unos 30 metros cuadrados. Eso sí, tiene hasta una puerta
basculante, que soy el único que no ha automatizado. Aunque con un micrófono, un
altavoz especial y un programita de ordenador, he obtenido los códigos por ultrasonidos
de todos mis vecinos. Me suelo divertir a veces abriéndolas y cerrándolas a mi gusto,
con gran desconcierto del personal.
–¡Manué! –dice mi vecina con su bata de boatiné – ¡Manué, q'esta puerta no se quié
cerrá! ¡Llama ar tenico!
Por supuesto, Manuel antes de llamar al técnico, baja a asegurarse. Y claro, se
encuentra con la puerta perfectamente cerrada y su mujer boquiabierta, mirando a la
puerta horrorizada.
–Maruha –le dice –Mira Maruha, que tú lo que no sabe, es apretá lo botone.
Y Maruja, sube las escaleras tras su marido, arrojando miradas furtivas a su espalda.
En una de mis largas noches de insomnio, mientras fumaba un cigarrillo,
contemplando con melancolía rielar la luna en la mar, sopló de súbito una cálida ráfaga
de terral. Un embriagador aroma a jazmín invadió la calle y la noche se volvió mágica.
En la terraza aledaña una furtiva sombra se asomó de puntillas. Inmediatamente se
abrió la puerta del garaje y otras tres mas, iluminando a la calle sin farolas, con un
tétrico resplandor.
–¡¡¡Manué, Manué, Manué...!!! – entró aullando horrorizada – ¡Manué, que por mis
muerto aquí hay un divé!
(Un divé en Andalucía es un duende burlón.)
Empezaron a encenderse luces por todo el barrio, mientras a lo lejos sonaba
acercándose una sirena, pero solo el tiro de perros de trineo del numero treinta, fueron
lo bastante rápidos para ver cerrarse silenciosamente los portones. No me importó, son
amigos míos y sé que callaran.
Aquello fue el caos. Fue saliendo a balcones y terrazas todo el vecindario, con las
variopintas ropas de dormir que usamos todos.
Angustias, la del numero diez, que es una furibunda ecologista y se niega a usar
insecticidas, con un traje completo de esgrima.
Del veinticuatro salieron Perico que es banquero, luciendo unos slips azules con
signos del euro rodeados de estrellitas, mientras su mujer con una camiseta del Málaga
llevaba una mascarilla verde con pepinillos y una de esas cofias que se les ponen a los
perros para que no se rasquen las orejas.
Felipe, el del numero dieciocho, vestido únicamente con un goteante preservativo y
un trabuco naranjero heredado de su abuelo.
Juan, el del chalet veinte, con una hopalanda carmesí con encajes de Bruselas.
Carmela, la del ventiseis, con un picardías de faralaes y peineta.
Secundino, que habita en el doce, que padece de reuma, con un traje completo de
submarinista.
Y así todos, como unos doscientos iluminados por las destellantes luces de tres
coches patrulla. Un autentico carnaval y todos gritando.
Alguien empezó a tocar palmas. No se sabe de donde salió una guitarra y un violín.
Carmela se arrancó por verdiales, mientras el banquero y su mujer se ponían a bailar.
La confusión llegó al máximo, cuando al fin apareció un camión de bomberos, y tras
aparcar a uno de los coches de la policía diez metros mas adelante de un golpe, se bajo
el jefe, que con un amplio ademan se hizo cargo de la situación.
–¡Dejádmelo a mí! –rugió.
Y percatándose ojo avizor que la única casa que permanecía a oscuras, era la numero
trece, mandó a sus fornidos hombres derribar la puerta a hachazos, sacar en brazos a sus
dormidos habitantes, y llenarla de espuma, hasta que esta salió por la chimenea en una
elegante eyaculación.
Entonces como al final de un castillo de fuegos artificiales, o quizás por la cercanía
de la aurora, el tiempo refrescó y desapareció el olor a jazmín. La noche volvió a ser
normal.
La policía se marchó, llevándose a Maruja, acompañada por el del trabuco, que fue
arrestado por una mujer-policía y acusado de exhibición de armas peligrosas. Los
bomberos recogieron sus mangueras y se fueron estrepitosamente también. La gente se
fue recogiendo en sus casas, mientras se apagaban las luces y volvía la habitual calma a
la calle. El típico vendedor con su canasto que siempre aparece como por ensalmo,
también se fue, perdiéndose su pregón en la lejanía.
–¡Almendras, patatas fritas...!
Solo cuatro estupefactas y petrificadas figuras y un gato, vestidas con pijamas a rayas
y recatados camisones, contemplaban boquiabiertas su burbujeante casa. Hasta que una
de ellas dijo:
–¡Sabe alguien que ha pasado aquí!
Como ya amanecía, me embocé en mi negra capa y tras dirigir un guiño de
complicidad a los sonrientes y callados Huskis, que no perdieron detalle, me retiré a
dormir.
A los dos detenidos, los puso en libertad por la mañana un aburrido comisario, a
Maruja por que no se aclaró con ella y a Felipe porque se comprobó que las armas
estaban descargadas.
Desde entonces mi vecina, se a aficionado a las llamadas "ciencias paranormales", y
han pasado por su casa, todo un rebaño de melenudos parapsicólogos, echadoras de
tarot, lectores del pensamiento, cazafantasmas, curanderos, zahoríes e incluso, como
sabe mi afición a la ciencia ficción, intentó consultar conmigo.
–Mira Maruja –le respondí muy serio –Mi especialidad son los viajes
intertemporales.
Y desde entonces me mira con mas respeto. Creo que piensa que soy una especie de
"turoperator" en Torremolinos. Pero... jamas nadie sabrá mi autentica profesión.
A mi amigo Igor Cantero, etc., etc. Pues sé que al menos se molestara en imprimirlo
y encuadernarlo... pues.
¡Hola amigos!. Gracias por leerme. Me llamo... bueno mi nombre no importa, ya que
no soy el protagonista de este cuento. Los protagonistas son esa loca y maravillosa
gente que vive en mi ciudad.
Tomemos un barrio cualquiera, el mío que es el que conozco mejor. Es un barrio de
casas adosadas (casamatas las llaman aquí), con un diminuto jardín. Pero no quiero
hablar de mi casa, ni del jardín, sino del garaje.
Supongo que la mayoría de vosotros pensareis que os voy a contar, el numero de
naves espaciales que tengo aparcadas en él, o el saltatiempos de ultimo modelo que he
adquirido. Siento desilusionaros, pero mi garaje es de los más corrientitos: suelo pintado
de verde, paredes enjalbegadas, techo en que se ven las bobedillas de hormigón, una
bombilla colgando del cable y unos 30 metros cuadrados. Eso sí, tiene hasta una puerta
basculante, que soy el único que no ha automatizado. Aunque con un micrófono, un
altavoz especial y un programita de ordenador, he obtenido los códigos por ultrasonidos
de todos mis vecinos. Me suelo divertir a veces abriéndolas y cerrándolas a mi gusto,
con gran desconcierto del personal.
–¡Manué! –dice mi vecina con su bata de boatiné – ¡Manué, q'esta puerta no se quié
cerrá! ¡Llama ar tenico!
Por supuesto, Manuel antes de llamar al técnico, baja a asegurarse. Y claro, se
encuentra con la puerta perfectamente cerrada y su mujer boquiabierta, mirando a la
puerta horrorizada.
–Maruha –le dice –Mira Maruha, que tú lo que no sabe, es apretá lo botone.
Y Maruja, sube las escaleras tras su marido, arrojando miradas furtivas a su espalda.
En una de mis largas noches de insomnio, mientras fumaba un cigarrillo,
contemplando con melancolía rielar la luna en la mar, sopló de súbito una cálida ráfaga
de terral. Un embriagador aroma a jazmín invadió la calle y la noche se volvió mágica.
En la terraza aledaña una furtiva sombra se asomó de puntillas. Inmediatamente se
abrió la puerta del garaje y otras tres mas, iluminando a la calle sin farolas, con un
tétrico resplandor.
–¡¡¡Manué, Manué, Manué...!!! – entró aullando horrorizada – ¡Manué, que por mis
muerto aquí hay un divé!
(Un divé en Andalucía es un duende burlón.)
Empezaron a encenderse luces por todo el barrio, mientras a lo lejos sonaba
acercándose una sirena, pero solo el tiro de perros de trineo del numero treinta, fueron
lo bastante rápidos para ver cerrarse silenciosamente los portones. No me importó, son
amigos míos y sé que callaran.
Aquello fue el caos. Fue saliendo a balcones y terrazas todo el vecindario, con las
variopintas ropas de dormir que usamos todos.
Angustias, la del numero diez, que es una furibunda ecologista y se niega a usar
insecticidas, con un traje completo de esgrima.
Del veinticuatro salieron Perico que es banquero, luciendo unos slips azules con
signos del euro rodeados de estrellitas, mientras su mujer con una camiseta del Málaga
llevaba una mascarilla verde con pepinillos y una de esas cofias que se les ponen a los
perros para que no se rasquen las orejas.
Felipe, el del numero dieciocho, vestido únicamente con un goteante preservativo y
un trabuco naranjero heredado de su abuelo.
Juan, el del chalet veinte, con una hopalanda carmesí con encajes de Bruselas.
Carmela, la del ventiseis, con un picardías de faralaes y peineta.
Secundino, que habita en el doce, que padece de reuma, con un traje completo de
submarinista.
Y así todos, como unos doscientos iluminados por las destellantes luces de tres
coches patrulla. Un autentico carnaval y todos gritando.
Alguien empezó a tocar palmas. No se sabe de donde salió una guitarra y un violín.
Carmela se arrancó por verdiales, mientras el banquero y su mujer se ponían a bailar.
La confusión llegó al máximo, cuando al fin apareció un camión de bomberos, y tras
aparcar a uno de los coches de la policía diez metros mas adelante de un golpe, se bajo
el jefe, que con un amplio ademan se hizo cargo de la situación.
–¡Dejádmelo a mí! –rugió.
Y percatándose ojo avizor que la única casa que permanecía a oscuras, era la numero
trece, mandó a sus fornidos hombres derribar la puerta a hachazos, sacar en brazos a sus
dormidos habitantes, y llenarla de espuma, hasta que esta salió por la chimenea en una
elegante eyaculación.
Entonces como al final de un castillo de fuegos artificiales, o quizás por la cercanía
de la aurora, el tiempo refrescó y desapareció el olor a jazmín. La noche volvió a ser
normal.
La policía se marchó, llevándose a Maruja, acompañada por el del trabuco, que fue
arrestado por una mujer-policía y acusado de exhibición de armas peligrosas. Los
bomberos recogieron sus mangueras y se fueron estrepitosamente también. La gente se
fue recogiendo en sus casas, mientras se apagaban las luces y volvía la habitual calma a
la calle. El típico vendedor con su canasto que siempre aparece como por ensalmo,
también se fue, perdiéndose su pregón en la lejanía.
–¡Almendras, patatas fritas...!
Solo cuatro estupefactas y petrificadas figuras y un gato, vestidas con pijamas a rayas
y recatados camisones, contemplaban boquiabiertas su burbujeante casa. Hasta que una
de ellas dijo:
–¡Sabe alguien que ha pasado aquí!
Como ya amanecía, me embocé en mi negra capa y tras dirigir un guiño de
complicidad a los sonrientes y callados Huskis, que no perdieron detalle, me retiré a
dormir.
A los dos detenidos, los puso en libertad por la mañana un aburrido comisario, a
Maruja por que no se aclaró con ella y a Felipe porque se comprobó que las armas
estaban descargadas.
Desde entonces mi vecina, se a aficionado a las llamadas "ciencias paranormales", y
han pasado por su casa, todo un rebaño de melenudos parapsicólogos, echadoras de
tarot, lectores del pensamiento, cazafantasmas, curanderos, zahoríes e incluso, como
sabe mi afición a la ciencia ficción, intentó consultar conmigo.
–Mira Maruja –le respondí muy serio –Mi especialidad son los viajes
intertemporales.
Y desde entonces me mira con mas respeto. Creo que piensa que soy una especie de
"turoperator" en Torremolinos. Pero... jamas nadie sabrá mi autentica profesión.
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