ESTUDIO SOBRE EL ORIGEN DE LOS LIBROS HERMETICOS
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Los libros de Hermes Trismegisto gozaron de gran autoridad durante los primeros siglos de la Iglesia. Los Doctores cristianos invocaban a menudo su testimonio junto con el de las Sibilas, que habían anunciado la venida de Cristo a los paganos, mientras que los Profetas la predecían a los hebreos: “Hermes –dice Lactancio- ha descubierto, no sé cómo, casi toda la verdad”. Se le consideraba como una especie de revelador inspirado, y sus escritos pasaban por monumentos auténticos de la antigua teología de los egipcios. Esta opinión fue aceptada por Marsilio Ficino, Patrizzi y demás eruditos del Renacimiento que tradujeron o comentaron los libros herméticos. Estos creyeron encontrar en ellos la fuente original de las iniciaciones órficas, de la filosofía de Pitágoras y de Platón. Un comentario erudito, ha fijado la fecha de las distintas series de oráculos sibilinos, obra en parte judía, en parte cristiana, que Lactancio y otros Doctores de la Iglesia, víctima ellos mismos del fraude de sus antecesores, oponen a menudo a los paganos para convencerlos de la verdad del cristianismo.
Sin embargo, no se ha establecido con la misma certidumbre el origen y fecha de los libros que llevan el nombre de Hermes Trismegisto. Causabon los atribuía a un judío o a un cristiano. El autor del Pantheon Aegyptiorum, Jablonski, cree reconocer en ellos la obra de un gnóstico. Hoy día se los clasifica entre las últimas producciones de la filosofía griega, aunque se admite que en medio de las ideas alejandrinas que forman su fondo, existen algunas huellas de dogmas religiosos del Antiguo Egipto. Esta es la opinión que sostiene Creuzer y su erudito intérprete M. Guigniaut.
En un reciente trabajo en el que la cuestión se plantea con gran claridad, M. Egger expresa el deseo de que un filólogo de experiencia publique una buena edición de todos los textos de Hermes acompañándolos de un comentario. Este deseo ha sido ya en parte realizado. M. Parthey ha publicado, en Berlín, una excelente edición de los catorce capítulos de los que poseemos el texto griego completo. Este los reúne, como se hace generalmente, bajo el nombre de Poemander . Pero este título, como señala Patrizzi, no se ajusta más que a uno sólo de ellos, el que los manuscritos colocan primero. Existe además un largo diálogo titulado Asclepios, del que no poseemos más que una traducción latina falsamente atribuida a Apuleyo; y finalmente, numerosos fragmentos conservados por Estobeo, Cirilo, Lactancio y Suidas; los tres principales han sido extraídos de un diálogo titulado El Libro Sagrado.
Al leer una traducción, casi siempre se tiende a atribuir al traductor las oscuridades debidas a menudo al estilo del autor y a los temas que éste trata. La dificultad de una traducción de Hermes tiene muchas causas: la incorrección de una gran parte de los textos, la excesiva sutilidad del pensamiento y la insuficiencia de nuestra lengua filosófica. Las palabras que aparecen más a menudo en las obras de los filósofos y sobre todo los platónicos, nouV, logoV, genesiV, y muchas otras, no tienen verdaderos equivalentes en francés. Algunas de estas palabras poseen en griego dos o tres sentidos, y los alejandrinos se divertían jugando con estas distintas acepciones. Añádase a ello los participios neutros, que no podemos traducir más que a través de perífrasis, por ejemplo cinoun, cinoumenon, pro on, y una multitud de palabras con su sentido preciso en griego, a las que el uso ha dado, en francés, un sentido muy vago y general. Así, el mundo y la Naturaleza significan para nosotros la misma cosa, mientras que cosmoV y jusiV representan ideas muy diferentes. Nosotros oponemos siempre el espíritu a la materia, en griego pneuma posee casi siempre un sentido material y ulh un sentido abstracto. La palabra alma traduce muy imperfectamente yuch, que para los griegos era casi sinónimo de zwh, la vida. Todas las sutilezas del análisis psicológico de los griegos se nos escapan; ni siquiera tenemos palabras para traducir JumoV y epiqumticon.
Estas dificultades de vocabulario no son sin embargo las más grandes. Aunque la lengua de Hermes no ofrece aquellas construcciones cultas que hacen tan difícil una traducción literal de Tucídides, Píndaro o los Coros trágicos, su estilo es casi siempre oscuro, y el traductor no puede hacerlo más claro, porque esta oscuridad se encuentra más en el pensamiento que en la expresión. El Asclepios, que no existe más que en latín, ofrece las mismas dificultades que los textos griegos. Algunos pasajes citados en griego por Lactancio permiten creer que esta vieja traducción, que parece anterior a San Agustín, debería ser bastante exacta en cuanto al sentido general; pero a pesar de los manuscritos, es imposible atribuirla a Apuleyo, pues está comprobado ya desde hace bastante tiempo que el estilo de Apuleyo no tiene nada en común con esta forma pesada e incorrecta.
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Los libros de Hermes Trismegisto gozaron de gran autoridad durante los primeros siglos de la Iglesia. Los Doctores cristianos invocaban a menudo su testimonio junto con el de las Sibilas, que habían anunciado la venida de Cristo a los paganos, mientras que los Profetas la predecían a los hebreos: “Hermes –dice Lactancio- ha descubierto, no sé cómo, casi toda la verdad”. Se le consideraba como una especie de revelador inspirado, y sus escritos pasaban por monumentos auténticos de la antigua teología de los egipcios. Esta opinión fue aceptada por Marsilio Ficino, Patrizzi y demás eruditos del Renacimiento que tradujeron o comentaron los libros herméticos. Estos creyeron encontrar en ellos la fuente original de las iniciaciones órficas, de la filosofía de Pitágoras y de Platón. Un comentario erudito, ha fijado la fecha de las distintas series de oráculos sibilinos, obra en parte judía, en parte cristiana, que Lactancio y otros Doctores de la Iglesia, víctima ellos mismos del fraude de sus antecesores, oponen a menudo a los paganos para convencerlos de la verdad del cristianismo.
Sin embargo, no se ha establecido con la misma certidumbre el origen y fecha de los libros que llevan el nombre de Hermes Trismegisto. Causabon los atribuía a un judío o a un cristiano. El autor del Pantheon Aegyptiorum, Jablonski, cree reconocer en ellos la obra de un gnóstico. Hoy día se los clasifica entre las últimas producciones de la filosofía griega, aunque se admite que en medio de las ideas alejandrinas que forman su fondo, existen algunas huellas de dogmas religiosos del Antiguo Egipto. Esta es la opinión que sostiene Creuzer y su erudito intérprete M. Guigniaut.
En un reciente trabajo en el que la cuestión se plantea con gran claridad, M. Egger expresa el deseo de que un filólogo de experiencia publique una buena edición de todos los textos de Hermes acompañándolos de un comentario. Este deseo ha sido ya en parte realizado. M. Parthey ha publicado, en Berlín, una excelente edición de los catorce capítulos de los que poseemos el texto griego completo. Este los reúne, como se hace generalmente, bajo el nombre de Poemander . Pero este título, como señala Patrizzi, no se ajusta más que a uno sólo de ellos, el que los manuscritos colocan primero. Existe además un largo diálogo titulado Asclepios, del que no poseemos más que una traducción latina falsamente atribuida a Apuleyo; y finalmente, numerosos fragmentos conservados por Estobeo, Cirilo, Lactancio y Suidas; los tres principales han sido extraídos de un diálogo titulado El Libro Sagrado.
Al leer una traducción, casi siempre se tiende a atribuir al traductor las oscuridades debidas a menudo al estilo del autor y a los temas que éste trata. La dificultad de una traducción de Hermes tiene muchas causas: la incorrección de una gran parte de los textos, la excesiva sutilidad del pensamiento y la insuficiencia de nuestra lengua filosófica. Las palabras que aparecen más a menudo en las obras de los filósofos y sobre todo los platónicos, nouV, logoV, genesiV, y muchas otras, no tienen verdaderos equivalentes en francés. Algunas de estas palabras poseen en griego dos o tres sentidos, y los alejandrinos se divertían jugando con estas distintas acepciones. Añádase a ello los participios neutros, que no podemos traducir más que a través de perífrasis, por ejemplo cinoun, cinoumenon, pro on, y una multitud de palabras con su sentido preciso en griego, a las que el uso ha dado, en francés, un sentido muy vago y general. Así, el mundo y la Naturaleza significan para nosotros la misma cosa, mientras que cosmoV y jusiV representan ideas muy diferentes. Nosotros oponemos siempre el espíritu a la materia, en griego pneuma posee casi siempre un sentido material y ulh un sentido abstracto. La palabra alma traduce muy imperfectamente yuch, que para los griegos era casi sinónimo de zwh, la vida. Todas las sutilezas del análisis psicológico de los griegos se nos escapan; ni siquiera tenemos palabras para traducir JumoV y epiqumticon.
Estas dificultades de vocabulario no son sin embargo las más grandes. Aunque la lengua de Hermes no ofrece aquellas construcciones cultas que hacen tan difícil una traducción literal de Tucídides, Píndaro o los Coros trágicos, su estilo es casi siempre oscuro, y el traductor no puede hacerlo más claro, porque esta oscuridad se encuentra más en el pensamiento que en la expresión. El Asclepios, que no existe más que en latín, ofrece las mismas dificultades que los textos griegos. Algunos pasajes citados en griego por Lactancio permiten creer que esta vieja traducción, que parece anterior a San Agustín, debería ser bastante exacta en cuanto al sentido general; pero a pesar de los manuscritos, es imposible atribuirla a Apuleyo, pues está comprobado ya desde hace bastante tiempo que el estilo de Apuleyo no tiene nada en común con esta forma pesada e incorrecta.
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