DISCURSION Nº 70 -- EL LIBRO NEGRO -- GIOVANNI PAPINI -- EL PARAISO HALLADO NUEVAMENTE
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Giovanni Papini El Libro Negro
Conversación 70
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Conversación 70
EL PARAISO HALLADO NUEVAMENTE
(DE WILLIAM BLAKE)
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Aberdeen, 5 de septiembre
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Entre los manuscritos inéditos de la colección Everett hay uno que a pesar de su brevedad es de
los más importantes, según me lo confirmó un scholar de Cambridge: es de William Blake, el
visionario poeta autor de El Matrimonio del Cielo y el Infierno. Según parece, el fragmento que
tengo ante mis ojos debió ser el esbozo de un poema que hubiera tenido por título El Paraíso
Hallado Nuevamente, titulo que recuerda al Paradise Regained, de John Milton, pero tanto el
tono como el contenido son muy diversos.
Blake comienza diciendo que el Edén del que habla la Biblia no puede haber desaparecido de la
faz de la tierra, porque Dios es por esencia creador, y ciertamente no ha querido destruir una de
sus obras maestras. Así pues, es necesario buscar ese Paraíso, cosa que ya intentaron muchos
hombres durante los siglos de las luces o sea durante la Edad Media. El último navegante que se
esforzó por hallar el Paraíso Terrenal fue Cristóbal Colón, quien marchando hacia Occidente se
proponía llegar al Oriente, lugar donde Dios habría preparado el jardín de delicias para su primer
huésped. Pero, por desgracia, el místico genovés halló tierras que se interponían entre Europa y
Asia, y que resultaron ser cebo y barrera. Con él concluyó la Edad Media y terminó la búsqueda
del Edén.
Blake imagina ser él mismo el nuevo peregrino que pretende recorrer, afanosamente, el camino
seguido por los dos exilados: por nuestro primer padre y por nuestra primera madre. Por espacio
de largos años viaja por estepas y bosques, atraviesa cadenas de montañas y multitud de ríos,
recorre valles fertilísimos y selvas terroríficas, marcha por las dunas del mar y los senderos
herbáceos de los altiplanos. Encuentra llanuras verdes y jardines florecidos, bosques donde mora
la alegría de los pájaros y frescos oasis de palmeras y fuentes, pero en ningún sitio halla al
verdadero Paraíso Terrenal, por doquiera reinan el gemido del sufrimiento y las sombras de la
muerte.
Una noche, cansado y afligido se duerme el peregrino sobre el musgo de una caverna. Tiene un
sueño en el que se le aparece un gigante de cabello blanco, un gigante que lo mira con ojos
fulgurantes e imperiosos; el peregrino cree reconocer en él al Creador pintado por Miguel Angel
en la capilla Sixtina. El anciano habla así al desesperado viandante
- En vano recorres la tierra buscando el lugar donde estuvo el Jardín destinado a ser morada de
Adán. Como premio a tu fe y tu constancia te revelaré la verdad que fue adivinada únicamente
por rarísimos santos. El Paraíso Terrenal es toda la tierra, nada más que la tierra con todas sus
regiones, con sus alturas y sus aguas. Adán y Eva no fueron expulsados de un lugar cerrado, sino
que fueron cegados. Las espadas llameantes de los Querubines cambiaron la visión de sus ojos,
los obnubilaron y no reconocieron el asilo de las delicias y jamás lo volvieron a reconocer. Sus
ojos ofuscados vieron malezas y espinas donde había flores esplendorosas, vieron piedras
escabrosas donde había gemas refulgentes, zonas desiertas donde en realidad había extensiones
alfombradas de hierbas olorosas, lugares nebulosos donde brillaban cielos resplandecientes,
horrendos abismos donde había valles bendecidos por la sonrisa del sol. El mundo ha quedado tal
cual fue en su creación desde el primer día, pero los hombres, debido a la alteración de su mirada, ven en el Paraíso, ya un doloroso Purgatorio, ya un horrendo Infierno.
»Y también su facultad auditiva fue alterada por el fragor de las espadas, y dejaron de
comprender el lenguaje de los animales y los armoniosos mensajes de las plantas. Si el hombre
pudiera recuperar la limpidez de sus pupilas obcecadas y la virtud perfecta de sus oídos, entonces
todo se le aparecería como es en la realidad, como se le apareció el primer día, antes del pecado».
El anciano extendió su diestra y tocó los ojos del durmiente, luego sopló con su boca en sus
oídos. Al percibir aquella sensación el peregrino se despertó sobresaltado, sacudido por un
gozoso terror, y salió de la caverna. Ya amanecía, y Blake comprobó que el Señor no le había
engañado: lo que en la tarde anterior le había parecido una tierra pedregosa y estéril, la veía ahora
como una multicolor fiesta de hierbas y flores, de arbustos cargados con bayas maduras, por
doquiera veía ovejas pastando. Extasiado de estupor, comprendió de golpe los razonamientos que se decían gorjeando los mirlos y las alondras, alegrándose con él por la recuperada felicidad.
«Y yo, concluye diciendo Blake, después de agradecer al Señor con un canto nuevo, regresé a mi
ciudad, a mi pobre casita, y me di cuenta de que hasta mi reducida huerta de Londres era un
rincón, hasta entonces ignorado, del Edén omnipotente y eterno.»
Entre los manuscritos inéditos de la colección Everett hay uno que a pesar de su brevedad es de
los más importantes, según me lo confirmó un scholar de Cambridge: es de William Blake, el
visionario poeta autor de El Matrimonio del Cielo y el Infierno. Según parece, el fragmento que
tengo ante mis ojos debió ser el esbozo de un poema que hubiera tenido por título El Paraíso
Hallado Nuevamente, titulo que recuerda al Paradise Regained, de John Milton, pero tanto el
tono como el contenido son muy diversos.
Blake comienza diciendo que el Edén del que habla la Biblia no puede haber desaparecido de la
faz de la tierra, porque Dios es por esencia creador, y ciertamente no ha querido destruir una de
sus obras maestras. Así pues, es necesario buscar ese Paraíso, cosa que ya intentaron muchos
hombres durante los siglos de las luces o sea durante la Edad Media. El último navegante que se
esforzó por hallar el Paraíso Terrenal fue Cristóbal Colón, quien marchando hacia Occidente se
proponía llegar al Oriente, lugar donde Dios habría preparado el jardín de delicias para su primer
huésped. Pero, por desgracia, el místico genovés halló tierras que se interponían entre Europa y
Asia, y que resultaron ser cebo y barrera. Con él concluyó la Edad Media y terminó la búsqueda
del Edén.
Blake imagina ser él mismo el nuevo peregrino que pretende recorrer, afanosamente, el camino
seguido por los dos exilados: por nuestro primer padre y por nuestra primera madre. Por espacio
de largos años viaja por estepas y bosques, atraviesa cadenas de montañas y multitud de ríos,
recorre valles fertilísimos y selvas terroríficas, marcha por las dunas del mar y los senderos
herbáceos de los altiplanos. Encuentra llanuras verdes y jardines florecidos, bosques donde mora
la alegría de los pájaros y frescos oasis de palmeras y fuentes, pero en ningún sitio halla al
verdadero Paraíso Terrenal, por doquiera reinan el gemido del sufrimiento y las sombras de la
muerte.
Una noche, cansado y afligido se duerme el peregrino sobre el musgo de una caverna. Tiene un
sueño en el que se le aparece un gigante de cabello blanco, un gigante que lo mira con ojos
fulgurantes e imperiosos; el peregrino cree reconocer en él al Creador pintado por Miguel Angel
en la capilla Sixtina. El anciano habla así al desesperado viandante
- En vano recorres la tierra buscando el lugar donde estuvo el Jardín destinado a ser morada de
Adán. Como premio a tu fe y tu constancia te revelaré la verdad que fue adivinada únicamente
por rarísimos santos. El Paraíso Terrenal es toda la tierra, nada más que la tierra con todas sus
regiones, con sus alturas y sus aguas. Adán y Eva no fueron expulsados de un lugar cerrado, sino
que fueron cegados. Las espadas llameantes de los Querubines cambiaron la visión de sus ojos,
los obnubilaron y no reconocieron el asilo de las delicias y jamás lo volvieron a reconocer. Sus
ojos ofuscados vieron malezas y espinas donde había flores esplendorosas, vieron piedras
escabrosas donde había gemas refulgentes, zonas desiertas donde en realidad había extensiones
alfombradas de hierbas olorosas, lugares nebulosos donde brillaban cielos resplandecientes,
horrendos abismos donde había valles bendecidos por la sonrisa del sol. El mundo ha quedado tal
cual fue en su creación desde el primer día, pero los hombres, debido a la alteración de su mirada,
ven en el Paraíso, ya un doloroso Purgatorio, ya un horrendo Infierno.
»Y también su facultad auditiva fue alterada por el fragor de las espadas, y dejaron de
comprender el lenguaje de los animales y los armoniosos mensajes de las plantas. Si el hombre
pudiera recuperar la limpidez de sus pupilas obcecadas y la virtud perfecta de sus oídos, entonces
todo se le aparecería como es en la realidad, como se le apareció el primer día, antes del pecado».
El anciano extendió su diestra y tocó los ojos del durmiente, luego sopló con su boca en sus
oídos. Al percibir aquella sensación el peregrino se despertó sobresaltado, sacudido por un
gozoso terror, y salió de la caverna. Ya amanecía, y Blake comprobó que el Señor no le había
engañado: lo que en la tarde anterior le había parecido una tierra pedregosa y estéril, la veía ahora
como una multicolor fiesta de hierbas y flores, de arbustos cargados con bayas maduras, por
doquiera veía ovejas pastando. Extasiado de estupor, comprendió de golpe los razonamientos que
se decían gorjeando los mirlos y las alondras, alegrándose con él por la recuperada felicidad.
«Y yo, concluye diciendo Blake, después de agradecer al Señor con un canto nuevo, regresé a mi
ciudad, a mi pobre casita, y me di cuenta de que hasta mi reducida huerta de Londres era un
rincón, hasta entonces ignorado, del Edén omnipotente y eterno.»
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Giovanni Papini El Libro Negro
Conversación 70
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Conversación 70
EL PARAISO HALLADO NUEVAMENTE
(DE WILLIAM BLAKE)
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Aberdeen, 5 de septiembre
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Entre los manuscritos inéditos de la colección Everett hay uno que a pesar de su brevedad es de
los más importantes, según me lo confirmó un scholar de Cambridge: es de William Blake, el
visionario poeta autor de El Matrimonio del Cielo y el Infierno. Según parece, el fragmento que
tengo ante mis ojos debió ser el esbozo de un poema que hubiera tenido por título El Paraíso
Hallado Nuevamente, titulo que recuerda al Paradise Regained, de John Milton, pero tanto el
tono como el contenido son muy diversos.
Blake comienza diciendo que el Edén del que habla la Biblia no puede haber desaparecido de la
faz de la tierra, porque Dios es por esencia creador, y ciertamente no ha querido destruir una de
sus obras maestras. Así pues, es necesario buscar ese Paraíso, cosa que ya intentaron muchos
hombres durante los siglos de las luces o sea durante la Edad Media. El último navegante que se
esforzó por hallar el Paraíso Terrenal fue Cristóbal Colón, quien marchando hacia Occidente se
proponía llegar al Oriente, lugar donde Dios habría preparado el jardín de delicias para su primer
huésped. Pero, por desgracia, el místico genovés halló tierras que se interponían entre Europa y
Asia, y que resultaron ser cebo y barrera. Con él concluyó la Edad Media y terminó la búsqueda
del Edén.
Blake imagina ser él mismo el nuevo peregrino que pretende recorrer, afanosamente, el camino
seguido por los dos exilados: por nuestro primer padre y por nuestra primera madre. Por espacio
de largos años viaja por estepas y bosques, atraviesa cadenas de montañas y multitud de ríos,
recorre valles fertilísimos y selvas terroríficas, marcha por las dunas del mar y los senderos
herbáceos de los altiplanos. Encuentra llanuras verdes y jardines florecidos, bosques donde mora
la alegría de los pájaros y frescos oasis de palmeras y fuentes, pero en ningún sitio halla al
verdadero Paraíso Terrenal, por doquiera reinan el gemido del sufrimiento y las sombras de la
muerte.
Una noche, cansado y afligido se duerme el peregrino sobre el musgo de una caverna. Tiene un
sueño en el que se le aparece un gigante de cabello blanco, un gigante que lo mira con ojos
fulgurantes e imperiosos; el peregrino cree reconocer en él al Creador pintado por Miguel Angel
en la capilla Sixtina. El anciano habla así al desesperado viandante
- En vano recorres la tierra buscando el lugar donde estuvo el Jardín destinado a ser morada de
Adán. Como premio a tu fe y tu constancia te revelaré la verdad que fue adivinada únicamente
por rarísimos santos. El Paraíso Terrenal es toda la tierra, nada más que la tierra con todas sus
regiones, con sus alturas y sus aguas. Adán y Eva no fueron expulsados de un lugar cerrado, sino
que fueron cegados. Las espadas llameantes de los Querubines cambiaron la visión de sus ojos,
los obnubilaron y no reconocieron el asilo de las delicias y jamás lo volvieron a reconocer. Sus
ojos ofuscados vieron malezas y espinas donde había flores esplendorosas, vieron piedras
escabrosas donde había gemas refulgentes, zonas desiertas donde en realidad había extensiones
alfombradas de hierbas olorosas, lugares nebulosos donde brillaban cielos resplandecientes,
horrendos abismos donde había valles bendecidos por la sonrisa del sol. El mundo ha quedado tal
cual fue en su creación desde el primer día, pero los hombres, debido a la alteración de su mirada, ven en el Paraíso, ya un doloroso Purgatorio, ya un horrendo Infierno.
»Y también su facultad auditiva fue alterada por el fragor de las espadas, y dejaron de
comprender el lenguaje de los animales y los armoniosos mensajes de las plantas. Si el hombre
pudiera recuperar la limpidez de sus pupilas obcecadas y la virtud perfecta de sus oídos, entonces
todo se le aparecería como es en la realidad, como se le apareció el primer día, antes del pecado».
El anciano extendió su diestra y tocó los ojos del durmiente, luego sopló con su boca en sus
oídos. Al percibir aquella sensación el peregrino se despertó sobresaltado, sacudido por un
gozoso terror, y salió de la caverna. Ya amanecía, y Blake comprobó que el Señor no le había
engañado: lo que en la tarde anterior le había parecido una tierra pedregosa y estéril, la veía ahora
como una multicolor fiesta de hierbas y flores, de arbustos cargados con bayas maduras, por
doquiera veía ovejas pastando. Extasiado de estupor, comprendió de golpe los razonamientos que se decían gorjeando los mirlos y las alondras, alegrándose con él por la recuperada felicidad.
«Y yo, concluye diciendo Blake, después de agradecer al Señor con un canto nuevo, regresé a mi
ciudad, a mi pobre casita, y me di cuenta de que hasta mi reducida huerta de Londres era un
rincón, hasta entonces ignorado, del Edén omnipotente y eterno.»
Entre los manuscritos inéditos de la colección Everett hay uno que a pesar de su brevedad es de
los más importantes, según me lo confirmó un scholar de Cambridge: es de William Blake, el
visionario poeta autor de El Matrimonio del Cielo y el Infierno. Según parece, el fragmento que
tengo ante mis ojos debió ser el esbozo de un poema que hubiera tenido por título El Paraíso
Hallado Nuevamente, titulo que recuerda al Paradise Regained, de John Milton, pero tanto el
tono como el contenido son muy diversos.
Blake comienza diciendo que el Edén del que habla la Biblia no puede haber desaparecido de la
faz de la tierra, porque Dios es por esencia creador, y ciertamente no ha querido destruir una de
sus obras maestras. Así pues, es necesario buscar ese Paraíso, cosa que ya intentaron muchos
hombres durante los siglos de las luces o sea durante la Edad Media. El último navegante que se
esforzó por hallar el Paraíso Terrenal fue Cristóbal Colón, quien marchando hacia Occidente se
proponía llegar al Oriente, lugar donde Dios habría preparado el jardín de delicias para su primer
huésped. Pero, por desgracia, el místico genovés halló tierras que se interponían entre Europa y
Asia, y que resultaron ser cebo y barrera. Con él concluyó la Edad Media y terminó la búsqueda
del Edén.
Blake imagina ser él mismo el nuevo peregrino que pretende recorrer, afanosamente, el camino
seguido por los dos exilados: por nuestro primer padre y por nuestra primera madre. Por espacio
de largos años viaja por estepas y bosques, atraviesa cadenas de montañas y multitud de ríos,
recorre valles fertilísimos y selvas terroríficas, marcha por las dunas del mar y los senderos
herbáceos de los altiplanos. Encuentra llanuras verdes y jardines florecidos, bosques donde mora
la alegría de los pájaros y frescos oasis de palmeras y fuentes, pero en ningún sitio halla al
verdadero Paraíso Terrenal, por doquiera reinan el gemido del sufrimiento y las sombras de la
muerte.
Una noche, cansado y afligido se duerme el peregrino sobre el musgo de una caverna. Tiene un
sueño en el que se le aparece un gigante de cabello blanco, un gigante que lo mira con ojos
fulgurantes e imperiosos; el peregrino cree reconocer en él al Creador pintado por Miguel Angel
en la capilla Sixtina. El anciano habla así al desesperado viandante
- En vano recorres la tierra buscando el lugar donde estuvo el Jardín destinado a ser morada de
Adán. Como premio a tu fe y tu constancia te revelaré la verdad que fue adivinada únicamente
por rarísimos santos. El Paraíso Terrenal es toda la tierra, nada más que la tierra con todas sus
regiones, con sus alturas y sus aguas. Adán y Eva no fueron expulsados de un lugar cerrado, sino
que fueron cegados. Las espadas llameantes de los Querubines cambiaron la visión de sus ojos,
los obnubilaron y no reconocieron el asilo de las delicias y jamás lo volvieron a reconocer. Sus
ojos ofuscados vieron malezas y espinas donde había flores esplendorosas, vieron piedras
escabrosas donde había gemas refulgentes, zonas desiertas donde en realidad había extensiones
alfombradas de hierbas olorosas, lugares nebulosos donde brillaban cielos resplandecientes,
horrendos abismos donde había valles bendecidos por la sonrisa del sol. El mundo ha quedado tal
cual fue en su creación desde el primer día, pero los hombres, debido a la alteración de su mirada,
ven en el Paraíso, ya un doloroso Purgatorio, ya un horrendo Infierno.
»Y también su facultad auditiva fue alterada por el fragor de las espadas, y dejaron de
comprender el lenguaje de los animales y los armoniosos mensajes de las plantas. Si el hombre
pudiera recuperar la limpidez de sus pupilas obcecadas y la virtud perfecta de sus oídos, entonces
todo se le aparecería como es en la realidad, como se le apareció el primer día, antes del pecado».
El anciano extendió su diestra y tocó los ojos del durmiente, luego sopló con su boca en sus
oídos. Al percibir aquella sensación el peregrino se despertó sobresaltado, sacudido por un
gozoso terror, y salió de la caverna. Ya amanecía, y Blake comprobó que el Señor no le había
engañado: lo que en la tarde anterior le había parecido una tierra pedregosa y estéril, la veía ahora
como una multicolor fiesta de hierbas y flores, de arbustos cargados con bayas maduras, por
doquiera veía ovejas pastando. Extasiado de estupor, comprendió de golpe los razonamientos que
se decían gorjeando los mirlos y las alondras, alegrándose con él por la recuperada felicidad.
«Y yo, concluye diciendo Blake, después de agradecer al Señor con un canto nuevo, regresé a mi
ciudad, a mi pobre casita, y me di cuenta de que hasta mi reducida huerta de Londres era un
rincón, hasta entonces ignorado, del Edén omnipotente y eterno.»
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