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EL ARTE OSCURO

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jueves, 21 de agosto de 2008

Mitos 2ª Parte. LIBRO IV -- ISIS SIN VELO

Mitos 2ª Parte. LIBRO IV -- ISIS SIN VELO

CAPÍTULO III

Apártate de mí, Satanás.- (Palabras de Jesús a
Pedro) Mateo, XVI, 23.

... Y tal enredo de patrañas y majaderías que me apartan
de mi fe. Os digo que anoche me tuvo lo menos nueve horas
recitándome los distintos nombres del diablo.- SHAKESPEARE:
Rey Enrique IV, parte 1, acto III.

A la terrible y justa potestad que eternamente mata los
abortos, la llamaron Tifón los egipcios, Samael los hebreos,
Satán los orientales y Lucifer los latinos. El Lucifer de la
Kábala no es un ángel caído y protervo, sino el ángel que
ilumina y regenera después de la caída.- LEVI:
Dogma y ritual de la alta magia.

Aunque el diablo es malo de por sí, los hombres echan
Sobre él todas sus maldades y le maltratan y acusan
Injustamente. DE FOE, 1726,


Hace algunos años, un notable cabalista que se veía perseguido escribió el siguiente credo, común para católicos y protestantes:

Creo en el Diablo, omnipotente Padre del Mal, destructor de todas las cosas, perturbador de cielos y tierra.
Y en el Anticristo, su único Hijo y perseguidor nuestro, que fue concebido por obra del Espíritu maligno y nació de una sacrílega y loca virgen. Fue glorificado por los hombres y reinó sobre ellos. Subió al trono de Dios todopoderoso, y sentado junto a Él insulta desde allí a los vivos y a los muertos.
Creo en el Espíritu del Mal, en la sinagoga de Satanás, en la comunión de los malvados, en la perdición del cuerpo y en la muerte e infierno perdurables. Amén.

Desde luego que este credo parece extravagante, cruel y blasfemo; pero escuchemos lo que, según refiere el periódico Sun de Nueva York, dijo un clérigo de Brooklyn en el último cuarto del siglo enfáticamente llamado de las luces:

Los predicadores bautistas se congregaron ayer en la capilla de los marinos con asistencia de algunos misioneros. El reverendo Sarles, de Brooklyn leyó un discurso en que defendía la proposición de que todo adulto infiel que muere sin tener conocimiento del Evangelio se condena eternamente. Esto equivale a decir que el Evangelio es maldición en vez de bendición, y que los judíos obraron en justicia al crucificar a Cristo, con lo que se derrumba todo el edificio de la religión revelada.
El misionero Stoddard asintió a las opiniones del pastor de Brooklyn, diciendo que los indos entre quienes ejercía eran muy grandes pecadores, y refirió en prueba de ello que una vez, después de haberle oído predicar en un mercado público, replicóle un brahmán con estas palabras: “Los indos podemos aventajar a todo el mundo en embustes (1), pero este hombre nos gana, porque ¿cómo sabe él que Dios nos ama? Mirad las serpientes venenosas, los tigres, leones y demás suertes de animales nocivos que nos rodean. Si Dios nos ama, ¿cómo no los extermina?”
El reverendo Pixley, de Hamilton, se adhirió con entusiasmo a las doctrinas de su colega Sarles y pidió cinco mil dólares para la enseñanza de jóvenes aspirantes al sacerdocio.

¿Y a estos hombres se les paga por enseñar la doctrina de Jesús cuya memoria insultan? ¿Es extraño que haya personas de talento que prefieran el escepticismo a una fe fundamentada en tan monstruosa superstición?
¿Se apartaba de la verdad el brahmán del relato, al decir que el misionero Stoddard aventajaba en embustes a los indos? Motivo había para ello al escuchar de sus labios que estaban eternamente condenados por no haber leído un libro judío cuya existencia ni siquiera sospechaban, o por no haber impetrado la salvación de un Jesús de quien jamás habían oído hablar. Pero el clero bautista, que necesita unos cuantos miles de dólares para los seminaristas, ha de recurrir a representaciones terroríficas con objeto de inflamar el corazón de sus fieles.

MISIONEROS CRISTIANOS

Como de costumbre, prescindimos de nuestro personal testimonio siempre que podemos valernos del ajeno, y así solicitamos la opinión de nuestro amigo Guillermo O’Grady (2) acerca de los misioneros cristianos en la India, quien nos respondió con la siguiente carta:

Nueva York, 12 de Junio de 1877.

Me pregunta usted mi opinión acerca de los misioneros cristianos de la India. Durante mi permanencia en este país, jamás hablé con un solo misionero, pues viven alejados del trato social; pero a juzgar por lo que de ellos he oído y lo que por mis propios ojos he visto, no me admira su retraimiento. Influyen nocivamente en los indígenas, y los conversos pertenecen en su mayor parte a las clases ínfimas, sin que por la conversión mejoren su ruin conducta. Ninguna familia respetable admitirá a su servicio indos convertidos al cristianismo, pues suelen ser mentirosos, ladrones, borrachos y sucios hasta el punto de verse despreciados por sus propios compatriotas, entre quienes la suciedad y la embriaguez son vicios rarísimos. Los misioneros les dan a los conversos un misérrimo ejemplo de consecuencia, pues mientras por una parte predican al paria que Dios no distingue de castas ni categorías sociales, por otra se jactan de ser superiores a los brahmanes.
El estipendio de los misioneros es en apariencia muy escaso, y sin embargo viven, no se sabe por qué medios, tan desahogadamente como un jefe del ejército que disfrute de paga décuple. Cuando los misioneros regresan a su país (3), refieren mil pueriles patrañas, enseñan a idolillos que se envanecen de haber adquirido con sumo trabajo, lo cual no es cierto, y para conmover a los oyentes enjaretan fingidas relaciones de penas y fatigas pasadas tan sólo en su imaginación. A ningún oficial inglés de los muchísimos que conozco le oí jamás ni una palabra a favor de los misioneros cristianos, a quienes las clases acomodadas de la India desprecian profundamente por su exasperador engreimiento. El gobierno inglés no les concede subvención alguna, pues tiene establecida en la India la enseñanza neutra, aunque sigue satisfaciendo a las pagodas la subvención que les concedió la Compañía de Indias; pero en cambio los protege contra toda violencia personal, y prevalidos de esta protección, tratan tanto a los indígenas como a los europeos con insultante soberbia. Suelen ser los misioneros de lo más fanático del clero cristiano, y a su siniestra propaganda se debió en gran parte la formidable insurrección de 1857. En suma, son unos embaucadores peligrosos.
Guillermo L. D. O’Grady

Así, pues, el credo con que hemos abierto el capítulo encierra, no obstante su bajeza de conceptos, la verdadera esencia de las doctrinas predicadas por los misioneros, quienes consideran más impío y blasfemo dudar de la existencia personal del diablo que de la del mismo Espíritu Santo o de la divinidad de Jesucristo. Pero ya está casi olvidado el resumen del Koheleth (4) y nadie cita las palabras de oro del profeta Micheas (5) ni parece hacer caso de la nueva Ley tal como la promulgara Jesús en el Sermón de la Montaña (6). Toda la moral del cristianismo contemporáneo se resume en el mandato de “temer al diablo”, cuya existencia personalmente objetiva afirma el clero católico secundado por algunos seglares, como Des Mousseaux, quien, más papista que el papa, reconoce la realidad de los fenómenos espiritistas tan sólo porque le sirven de argumento para demostrar la del diablo (7), diciendo a este propósito:

Si la magia y el espiritismo y el espiritismo fuesen quimeras, tendríamos que despedirnos para siempre de cuantos ángeles rebeldes perturban hoy el mundo, pues no habría demonios en la tierra, y si los perdiéramos, perderíamos también a nuestro Salvador. Porque ¿de quién o de qué nos hubiera redimido? Por consiguiente dejaría de ser tal el cristianismo (8).

¡Oh Santo Padre del Mal! ¡Oh santificado Satán! No abandones a cristianos tan piadosos como el caballero Des Mousseaux y los clérigos bautistas.

ORIGEN DE LA DEMONOLOGÍA

Por nuestra parte recordaremos las prudentes palabras de Colquhoun cuando dice:

Los que en los tiempos modernos creen en la existencia personal del diablo, no se dan cuenta de que en realidad son politeístas o idólatras (9).

En su afán de dar a su doctrina la supremacía sobre todas las demás, se atribuyen los cristianos el reconocimiento dogmático del diablo, pues Jesús fue el primero en emplear la palabra “legión” aplicada a los espíritus malignos, y en esto se apoya Des Mousseaux para decir en una de sus obras:

Posteriormente, cuando al morir la sinagoga dejó su herencia en manos de Cristo, florecieron los Padres de la Iglesia, a quienes algunos ignorantones presumidos acusaron de haber tomado de los teurgos el concepto relativo a los espíritus de tinieblas.

En este pasaje echamos de ver tres errores fácilmente rebatibles por lo evidentes. En primer lugar, lejos de haber muerto la sinagoga, subsiste hoy día en casi todas las ciudades de Europa, Asia y América, siendo de todas las comuniones religiosas la que mejor conducta observa y la más sólidamente establecida. En segundo lugar, si bien nadie niega la existencia de los Padres de la Iglesia (10), basta leer las obras de los platónicos de la Academia, que ya eran teurgos anteriores a Jámblico, para descubrir en ellas el origen de la demonología, así como la angelología, cuyo ortodoxo simbolismo adulteraron lastimosamente los Padres de la Iglesia, quienes si acaso brillaron en el mundo, como asegura Des Mousseaux, sería por su supina ignorancia (11), pues San Agustín, no obstante llamarle sus partidarios “coloso de sabiduría y erudición”, negaba la esferoicidad de la tierra porque “los antípodas no podrían ver a Jesucrito en su segundo advenimiento”; Lactancio argumentaba en contra de la misma teoría de la redondez de la tierra, diciendo que no era posible que los árboles creciesen al revés y los hombres anduviesen cabeza abajo; Cosmas-Indicopleustes expuso un sistema cosmográfico de exquisita ortodoxia en su Topografía cristiana; y por último, el venerable Beda asegura que el cielo está templado con aguas glaciales para que no se inflame (12), lo cual bien pudiera atribuirse a especial favor de la Providencia, a fin de impedir que las irradiaciones de la sabiduría de este teólogo prendieran fuego al cielo.
Sea como fuere, los Padres de la Iglesia tomaron de los judíos cabalistas sus conceptos acerca de los “espíritus de tinieblas”, pero desfigurándolos de suerte, que sobrepujan en extravagancia a cuanto forjó la más calenturienta fantasía del vulgo. No hay en el pandemonio persa un solo deva tan absurdo como los íncubos que Des Mousseaux remedó de San Agustín. El Tifón egipcio, simbolizado en un asno, resultaría un filósofo en comparación del diablo prendido por el labriego normando en el ojo de una llave. Tampoco el persa Ahriman ni el induísta Vritra tomarían a bien que algún heresiarca indígena los identificase con Satán, el genio protector del cristianismo dogmático, cuyo nombre no conviene pronunciar desde los púlpitos por no herir los oídos de los fieles, a la manera como no era lícito pronunciar fuera del recinto los nombres sagrados ni las palabras sacramentales de los misterios. Por esta razón, apenas conocemos los nombres de las divinidades de Samotracia ni el número exacto de los Kabires. Los egipcios tenían por blasfemo pronunciar el nombre de los dioses adorados en sus ritos secretos, y aun hoy mismo los rabinos pronuncian mentalmente el nombre inefable (...) y los brahmanes la sílaba Aum. De aquí que los occidentales hayan adulterado los verdaderos nombres de Hisiris y Yava en los abusivos de Osiris y Jehovah y vean en todas las divinidades gentílicas el personaje que los pazguatos se abstienen de nombrar por no cometer un pecado de blasfemia contra el espíritu Santo (13).

CRISTO Y EL DIABLO

Hace años, un amigo nuestro demostró en un artículo periodístico que el Satanás del Nuevo Testamento personifica una idea abstracta y no una entidad individual, a lo que replicó un clérigo diciendo que negar la existencia del diablo equivalía a negar la de Cristo y pecar contra el Espíritu Santo, aunque el articulista insistió en que sólo negaba la de Satanás.
Según el clero católico, el “Padre de la Mentira” fue el inspirador de todas las antiguas religiones, así como de las posteriores herejías y del moderno espiritismo (14). Por lo tanto, no cabe esperar que el clero cristiano rehaga y enmiende su obra desechando al fin el concepto del diablo antropomórfico, pues tanto equivaldría a quitar la base de un castillo de naipes en cuyo derrumbamiento iría envuelta la creencia en la divinidad de Jesucristo, que por absurdo que parezca apoya la Iglesia romana en la existencia de Satanás, según de ello nos da testimonio el P. Ventura de Ráulica, ex general de los teatinos, quien en una encomiástica carta dirigida a Des Mousseaux con motivo de su obra: Costumbres y prácticas de los demonios, afirma que “a Satanás y a los ángeles rebeldes debemos en absoluto nuestro Salvador, pues de no ser por ellos no hubiéramos tenido Redentor ni religión cristiana”.
Las celosas y fervientes almas que se escandalizan porque Calvino dijo que el pecado es la necesaria causa del supremo bien, han de tener en cuenta que se apoyó para ello en los mismos dogmas y se prevalió de la misma lógica que Des Mousseaux para argumentar en pro de la existencia del diablo; pues, según la teología dogmática, el proceso y muerte de Jesús fue el crimen más horrendo que han perpetrado los hombres, y no obstante, lo exigió ineludiblemente la salvación del género humano, o mejor dicho, de los predestinados a la salvación. Por otra parte, Lutero exclama en un rapto de entusiasmo: O beata culpa qui talem meruisti Redemptorem (15). Vemos, por lo tanto, que de acuerdo con Calvino están católicos y luteranos respecto a que el pecado fue la causa necesaria del supremo bien.
Los mahometanos veneran mucho a Jesús y dicen de él que verdaderamente era un profeta de Alah y un varón justo, pero que sus discípulos cometieron la locura de divinizarlo.
Max Müller dice a este propósito:

Se equivocaron los Padres de la Iglesia al ver en los dioses del gentilismo demonios o espíritus malignos; y por lo tanto, conviene precavernos del mismo error con respecto a las divinidades induístas (16).

Pero la Iglesia nos presenta a Satanás como un atleta que sostuviera sobre sus hombros el mundo cristiano, de modo que todo volvería al caos si el sostén faltase.
El dogma del diablo y su derivado, el de la redención, parece que se fundan en los dos siguientes pasajes:

El que comete pecado es del diablo, porque el diablo desde el principio peca. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo (17).
Y hubo una gran batalla en el cielo. Miguel y sus ángeles lidiaban con el dragón, y lidiaba el dragón y sus ángeles.
Y no prevalecieron estos, y nunca más fue hallado su lugar en el cielo.
Y fue lanzado fuera aquel gran dragón, aquella antigua serpiente que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo (18).

Indaguemos, por lo tanto, en las antiguas teogonías el simbolismo de estos pasajes. Primeramente hemos de ver si la palabra diablo expresa el concepto de la maligna entidad que supone el cristianismo dogmático, o bien la antagonística fuerza del aspecto tenebroso de la naturaleza, es decir, la sombra respecto de la luz, y en modo alguno la manifestación de un principio esencialmente maligno. Los cabalistas consideran esta fuerza como antagonística, pero al propio tiempo necesaria a la vitalidad, evolución y vigor del principio del bien. Ejemplo de ello tenemos en que las plantas morirían al nacer si estuvieran de continuo expuestas a la luz del sol, por lo que para vivir y crecer requieren la alternativa de días y noches. De la propia suerte, el bien necesita el contraste y la oposición del mal para explayarse. En la naturaleza humana, el mal manifiesta el antagonismo de la materia con relación al espíritu, y por efecto de esta lucha se purifican a la par cuerpo y espíritu. La armonía del universo deriva de la equilibrada oposición de las fuerzas centrífuga y centrípeta, ambas igualmente necesarias, pues si cesara se rompería el concierto universal

SINÓNIMOS DE SATANÁS

Conviene examinar la personificación de Satanás desde tres distintos puntos de vista: el del paganismo, del Antiguo Testamento y de los Padres de la Iglesia. Supusieron los intérpretes que la serpiente del Paraíso terrenal simbolizaba el demonio; pero ningún pasaje del Antiguo Testamento aplica el nombre de Satanás a las serpientes, y la que de bronce mandó construir Moisés recibió de los hebreos adoración divina (19), porque era el símbolo de Esmun-Asclepio, el Iao fenicio. Por el contrario, se advierte la identificación de Satanás con Jehovah en los pasajes siguientes:

Mas Satanás se levantó contra Israel e incitó a David a que hiciese la numeración de Israel (20).
Y se encendió de nuevo el furor del Señor contra Israel y movió a David contra ellos para que dijese: Anda y haz la numeración de Israel y de Judá (21).

Asimismo aparece citado Satanás en este otro pasaje:

Y me mostró el Señor a Josué, sumo sacerdote, que estaba en pie delante del ángel del Señor, y Satán estaba a su derecha para oponérsele.
Y dijo el Señor a Satán: El Señor te increpe, ¡oh Satán!, y te reprima el Señor que ha escogido a Jerusalén. ¿Pues no es éste un tizón sacado del fuego? (22).

Como la profecía de Zacarías, cuyo es el precedente pasaje, data de una época posterior a la colonización de Palestina por los hebreos (23), es muy verosímil que el profeta tomara de los asideanos esta personificación diabólica, pues se sabe que estuvieron muy versados en la doctrina mazdeísta y daban a Ahriman o Ahuramanyas los nombres sirios de Set o Sat-an (divinidad de los hititas e hyksos) y de Beel-Zeebub, el dios oracular mayormente venerado después de Apolo.
El pasaje anterior es sin duda alguna simbólico, pues así lo da a entender este otro:

Cuando el arcángel Miguel, disputando con el diablo, altercaba sobre el cuerpo de Moisés, no se atrevió a fulminarle sentencia de blasfemo (... ... ...), mas dijo: El Señor te reprima (24).

Vemos aquí identificado el arcángel San Miguel con el Señor (...) o ángel del Señor, en demostración de que el Jehovah hebreo tiene doble carácter: el secreto y el manifestado en el ángel del Señor o el arcángel San Miguel. Del cotejo de entrambos pasajes se infiere claramente que el “cuerpo de Moisés” sobre el cual contendían significaba la Palestina o tierra de Canaán donde habitaban los heteos (25), cuya divinidad tutelar era Seth (26). El arcángel Miguel, campeón de la adoración de Jehovah, pelea con su adversario Satanás, pero deja que juzgue su superior.
A Belial no se le puede considerar ni como dios ni como diablo, porque la palabra Belial (...) significa en hebreo destrucción, asolamiento y esterilidad, de modo que la frase (... ....) ais-belial (hombre-belial) quiere decir hombre destructor y dañino. Por consiguiente, la personificación de Belial habría de ser enteramente distinta de Satanás y análoga a una especie de diakka espiritual, a pesar de que los demonólogos le colocan al frente del tercer orden de demonios, cuya índole es de duendes dañinos, incapaces de toda acción sostenida.
Asmodeo es un diablo de origen persa y no hebreo, pues Bréal (27) lo identifica con el deva Eshem o Aeshma de los parsis, el espíritu de la concupiscencia, al que, según dice Max Müller, alude varias veces el Avesta considerándole como uno de los devas que se convirtieron en espíritus malignos (28).
Samael equivale a Satanás; pero según demuestran Bryant y otras autoridades, fue el nombre dado al viento del Sahara (simun) que también recibió el de atabul-os (diablo) (29).

EL DIOS TIPHÓN

Indica Plutarco que la palabra tifón quiere decir algo violento, desbaratado y sin concierto, por lo que los egipcios llamaron tifones a los desbordamientos del Nilo (30). Aunque Plutarco era de muy ortodoxas creencias y no miraba con mucha simpatía a los egipcios, afirma que estos no adoraban a Tiphón (el demonio) (31) sino que le tenían en despectivo menosprecio como representante de la obstinada resistencia que a la Divinidad oponen las fuerzas antagonísticas (32).
Añade Plutarco que a Tiphón se le representaba en figura de asno, y que cuando la fiesta de los sacrificios en honor del sol, aconsejaban los sacerdotes al pueblo que no llevaran encima joyas ni adornos de oro para no alimentar con ellos al asno (33).
Platón opinaba respecto del mal, respecto del mal, diciendo que en la materia subyace una fuerza obstinada y rebelde que resiste a la voluntad del supremo Artífice. Esta fuerza es la que bajo la influencia del dogmatismo cristiano se convirtió en el personaje llamado Satán, de cuya identidad con Tiphón no cabe dudar al leer en el Libro de Jacob que Satanás acusa al varón idumeo de ser capaz de maldecir a Dios en el infortunio, lo mismo que en el Libro de los muertos aparece Tiphón como acusador de las almas. La analogía se descubre asimismo en los nombres, porque a Tiphón se le llamaba Seth o Seph, y satán en hebreo y shatana en árabe significan adversario, perseguidor. Esto concuerda con la mitológica alegoría a que alude Maneto al decir que Tiphón asesinó traicioneramente a Osiris en complicidad con los semitas (israelitas). De aquí tal vez derive la leyenda referida por Plutarco, según la cual, luego de cometido el crimen escapó Tiphón montado en un asno y anduvo durante siete días, engendrando después dos niños llamados Yerosolomo y Judaios, personificaciones simbólicas de Jerusalén y Judea
Al hablar de una invocación a Tiphón-Seth, dice Reuvens que los egipcios adoraban a este dios en figura de asno, y que Seth era entre los semitas el trasfondo de su conciencia religiosa (34). En copto la palabra ao significa asno, y como es una variación fonética de Iao se le dio al nombre de aquel animal significación equívoca de símbolo.
Vemos, por lo tanto, que Satán es una invención fantástica de los Padres de la Iglesia, y por efecto de uno de esos reveses de fortuna a que los dioses parecen estar tan expuestos como los mortales, Tiphón-Seth cayó de las altezas de divinizado hijo de Adam Kadmon a la ínfima categoría de entidad subalterna simbolizada en un asno.
Los cismas religiosos están nutridos por las miserias y rencores propios de la humanidad, que tanto se echan de ver en los litigios judiciales. Prueba de ello nos ofrece la reforma religiosa de Zoroastro, cuando el mazdeísmo se desgajó del induísmo. Los fulgurantes devas védicos trocáronse, por rivalidades religiosas, en los tenebrosos daevas o espíritus malignos del Avesta. El mismo Indra, la divinidad luminosa por excelencia, quedó sumido en lóbregas tinieblas (35) para sustituirle por el resplandeciente Ahuramazda, el supremo Dios.
La singular veneración que los ofitas profesaban a la serpiente, símbolo de Christos, resultará más lógica si el estudiante recuerda que en toda época representó este reptil la sabiduría divina que mata para que lo muerto resucite a mejor y más perfeccionada vida. Moisés era de la tribu de Levi, secreta adoradora de la serpiente. Gautama fue también de estirpe sárpica por pertenecer a la dinastía de los Nagas, que reinaban en Magadha. También Hermes (Thoth) está simbolizado sárpicamente en Têt. Según las creencias ofitas, Christos nació por obra de la serpiente (Espíritu Santo o Sabiduría divina), lo que significa que llegó a ser Hijo de Dios por su iniciación en la ciencia de las serpientes. Por último, Vishnú, equivalente al dios egipcio Kneph, descansa sobre la eptacéfala serpiente celeste.
El ígneo dragón de los antiguos tiempos sirvió de enseña militar a los asirios, de quienes lo tomó Ciro al apoderarse del país, y más tarde fue insignia de las cohortes romanas de occidente y de oriente (36).

LA TENTACIÓN DE JESÚS

La tentación (37) de Jesús en el desierto es el pasaje del Nuevo Testamento en que con más dramático carácter aparece la figura de Satanás, a quien se le llama diabolos, esto es, acusador, análogamente al epíteto de diobolos (hijo de Zeus) aplicado a los dioses Apolo, Esculapio y Baco. En el desierto que se dilataba entre el río Jordán y el mar Muerto vivían eremíticamente los “hijos de los profetas” y los esenios (38), que sometían a los neófitos a pruebas semejantes a las torturas de los ritos mítricos, y seguramente de esta índole fue la tentación de Jesús, por lo que dice San Lucas en este pasaje:

Y acabada toda tentación, se retiró de él el diablo hasta el tiempo (... ...), y volvió Jesús en virtud del Espíritu a Galilea (39).

Pero en este ejemplo el diablo (...) no significa el espíritu maligno, sino el espíritu de subyugación y disciplina, en el concepto que algunas veces expresan sinónimamente las palabras Diablo y Satán (40), según vemos en el siguiente pasaje de San Pablo:

Y para que la grandeza de las revelaciones no me ensalce, me ha sido dado un aguijón de mi carne, el ángel de Satanás, que me abofetee (41).

Además, vemos que el ángel del Señor actúa de oponente o de Satán en este otro pasaje:

Y el ángel del Señor se puso en el camino delante de Balaám (42).

Nuevo ejemplo del simbolismo de Satán nos da el pasaje siguiente en que el profeta Micheas habla al rey Achab diciéndole:

Vi al Señor sentado en su trono, y a todo el ejército del cielo que le rodeaba a la derecha y a la izquierda.
Y dijo el Señor: ¿Quién engañará a Achab para que suba y perezca en Ramoth de Galaad?
Mas salió un espíritu... y respondió: Saldré y seré un espíritu mentiroso en la boca de todos sus profetas (43).

Parecido carácter ofrece en el Libro de Job la figura de Satán, que se entremezcla con los hijos de Dios para presentarse ante el Señor, como en el acto de mística iniciación.
El señor le da a Satán omnímoda licencia para afligir a Job, con tal de no quitarle la vida; y prevalido del consentimiento, le arrebata bienes, hijos y salud y le cubre el cuerpo de asquerosa lepra, hasta el punto de que su propia mujer se mofa de él porque aún glorifica a Dios en tan extrema miseria. Sus amigos le vituperan, diciendo que muchas abominaciones debió de cometer para verse de tal modo castigado. El mismo Señor, actuando de supremo hierofante, le reconviene por haber proferido palabras necias y disputado con el Altísimo. Entonces Job replica diciendo:

Te preguntaré y respóndeme. Por oída de oreja te he oído; mas ahora te ve mi ojo. Por esto yo me reprendo a mí mismo y hago penitencia en pavesa y ceniza (44).

Inmediatamente queda vindicado Job, porque el Señor se dirige a Eliphaz, diciéndole:

Mi furor se ha airado contra ti y contra tus dos amigos, porque no habéis hablado delante de mí lo recto, como mi siervo Job (45).

SATÁN EN EL POEMA DE JOB

Resulta así reconocida la probidad de Job y cumplida su predicción:

Sé que mi Campeón vive y que hasta el último día se mantendrá ante mí sobre la tierra; y que después de consumida mi piel y corroído mi cuerpo, aun sin mi carne veré a Dios (46).
Y el Señor volvió la penitencia de Job y le dio doblado todo cuanto había tenido (47).

En ninguna de estas escenas se advierte la manifestación del maligno carácter que el cristianismo dogmático atribuye al “enemigo de las almas”.
Entienden eruditos y meritísimos autores que el Satán figurado en el Libro de Job es un mito hebreo relacionado con la doctrina mazdeísta del “principio del mal”. Dice Haug a este propósito:

La religión mazdeísta descubre íntima afinidad o más bien identidad con el judaísmo y el cristianismo en los puntos referentes a la personalidad y atributos del diablo y a la resurrección de los muertos (48).

De la propia suerte, la guerra en el cielo entre Miguel y el Dragón a que alude el Apocalipsis (49), puede referirse a uno de los más antiguos mitos parsis, pues el Avesta relata la lucha entre Tretaona y la destructora serpiente Azhidahaka, aunque a su vez este mito deriva según ha demostrado Burnouf, del que representan los Vedas en la lucha de los dioses contra la serpiente Ahi. Los parsis personificaron después esta lucha en la del justo contra el diablo, que es precisamente el carácter de la tentación de Jesús en el desierto, por lo que bien podemos identificar el concepto de Satán con el de Zohak o Azhidahaka, la serpiente con rostro humano en una de sus tres cabezas (50).
La personalidad de Beel-Zebub difiere de la de Satán en las alegorías. Según el Nuevo Testamento apócrifo es el príncipe del mundo inferior y su nombre significa “Baal de las moscas”, para dar a entender quizá con esta última palabra los escarabajos sagrados. En cambio, el texto griego del Evangelio le llama Beelzebul (51), que significa “el señor de su casa”, según se infiere del siguiente pasaje:

Si llamaron Beelzebub al padre de familias, ¿cuánto más a sus domésticos? (52).

También se le llamaba príncipe o arconte de los demonios.
En el Libro de los muertos acusa Tiphón a las almas que comparecen a juicio, lo mismo que Satán acusa al sumo pontífice Josías ante el ángel y tienta a Jesús en el desierto (53). Las alegorías de la religión oficial de los egipcios refieren que Tiphón mató traidoramente a su hermano Osiris, y después de dividir el cadáver en catorce (54) pedazos lo puso en un ataúd (55). Análogamente echamos de ver que el dios Sabazios (56) de Frigia fue muerto y dividido en siete pedazos por los titanes. El indo Siva está representado con siete serpientes por corona, y es el dios de la destrucción y de la guerra. También a Jehovah se le llama el “Señor Dios de los ejércitos” (Sabaoth), apelativo análogo al de Baco o Dionisio Sabazios, de lo que cabe inferir la identidad de todas estas representaciones. Finalmente, según la antigua simbología, los dioses que cuando el asalto de los titanes hubieron de transformarse en animales para esconderse en Etiopía, volvieron con el tiempo y expulsaron a los pastores.
Afirma Josefo que los hyk-sos fueron los antecesores de los israelitas, conforme se infiere de este pasaje:

Los egipcios aprovechaban muchas ocasiones para descargar en nosotros el odio y la envidia que nos tenían. En primer lugar, porque nuestros antepasados los hyk-sos o pastores eran dueños de Egipto, donde aquéllos vivieron prósperamente después de sacudir el yugo de estos (57).

Sustancialmente es verídica la afirmación de Josefo, aunque difiera algún tanto del relato de las Escrituras hebreas, escritas muy posteriormente a dicho suceso histórico y alteradas repetidas veces antes de divulgar su texto.
Prosigue diciendo la alegoría que Tiphón se hizo odioso en Egipto y que los pastores llegaron a ser “una abominación”, así que en tiempos de la vigésima dinastía se vio tratado como un despreciable demonio y quedó borrada su efigie y su nombre de los monumentos donde se habían grabado (58).

PERSONIFICACIÓN DE LOS DIOSES

En toda época mostróse inclinado el hombre a personificar a los dioses. Aun hay tumbas de Zeus, Apolo, Hércules y Baco como si hubiesen vivido en carne mortal sobre la tierra; y por otra parte, Sem, Cam y Jafet son respectivas personificaciones de la divinidad asiria Shamas, de la egipcia Kham y del titán Iapetos. El dios de los hyk-sos era Seth; el de los argivos, Enoch o Inaco; y Abraham descubre cierta sinonimia con Brahma, Isaac con Ikshwaka y Judá con Yadu, del panteón induísta. Tiphón cayó de la categoría divina a la condición diabólica, tanto en su propio carácter de hermano de Osiris, como en concepto del Seth o Satán asirio. Para los fenicios no fue Apolo el dios solar ni la divinidad oracular, sino príncipe de los demonios y monarca de los dominios subterráneos. Cuando el mazdeísmo se desgajó del induísmo, los disidentes transformaron en asuras a los devas y en devas a los asuras, por lo que vemos a Indra subordinado a Ahriman (59) y formado por éste de materiales de tinieblas (60) junto con Siva (61) y los dos Asvines (62). Análogamente identificaron los mazdeísts con Indra a Jahi, el demonio de la lujuria.
Todas las naciones tuvieron en tanta veneración sus divinidades tutelares como en aborrecimiento las de sus enemigos. De esta índole son las metamorfosis de Tiphón, Satán y Beelzebub (63).
Según el Apocalipsis, Miguel y sus ángeles vencieron al Dragón y los suyos, conforme vemos en el pasaje siguiente:

Y fue lanzado fuera aquel grande dragón, aquella antigua serpiente que se llama diablo y Satanás y engaña a todo el mundo (64).

El Cordero, emblema de Cristo, descendió a los infiernos o reino de la muerte, y allí estuvo tres días, hasta subyugar al enemigo. Los cabalistas llamaban “Salvador” y también “ángel del Sol” y “ángel de Luz” (65), al arcángel Miguel, que era el príncipe de los eones (66). Por lo tanto, si el autor del Apocalipsis no era cabalista, por lo menos debió de ser gnóstico, pues Miguel no fue para él una entidad original de su revelación (epopteia), sino que nos lo representa en su ya conocido carácter de Salvador y vencedor del Dragón. Las investigaciones arqueológicas han apuntado la identidad de Miguel y Anubis, cuya efigie fue recientemente descubierta en un monumento egipcio con coraza y lanza dando muerte al dragón sárpico, tal como la iconografía cristiana representa a San Miguel y a San Jorge (67).
Lepsius, Champollión y otros egiptólogos han reconocido sin dificultad la “Virgen con el Niño” en las figuras de Isis con Horus en brazos circuída de los rayos del sol y la luna a sus pies. Es la Madre que, perseguida por el Dragón, recibió alas de Águila imprial de modo que pudiera volar al desierto (68).

EL MITO DE LA SERPIENTE

Los principios opuestos del bien y del mal están simbolizados en los míticos bíblicos análogamente a como lo están en los paganos, y así tenemos Caín y Abel, Tiphón y Osiris, Apolo y Pitón, Esaú y Jacob. La Biblia describe a Esaú cubierto de áspero vello de color rojo, y también es Tiphón de piel roja (69). La oposición de Esaú respecto de su hermano Jacob es semejante a la de Tiphón respecto de Osiris. Desde la más remota antigüedad veneraron todos los pueblos a la serpiente como símbolo del espíritu y de la Sabiduría divina. Según Sanchoniaton, Hermes fue el primero que tuvo a la serpiente por el reptil más espiritual. La serpiente gnóstica con las siete vocales en la cabeza es remedo de la eptacéfala serpiente Ananta sobre que descansa Vishnú.
No poco nos sorprende que al hablar del culto de la serpiente confiesen los tratadistas europeos la ignorancia de las gentes respecto al origen de esta “superstición”, según la llaman. Dice sobre el particular C. Staniland Wake:

Saben los mitólogos que los pueblos de la antigüedad simbolizaban ciertos conceptos metafísicos en la serpiente, que era el emblema favorito de algunas divinidades, si bien no se sabe con seguridad qué motivo tuvieron para preferir este animal con dicho objeto (70).

Tampoco Fergusson ha sido más afortunado en este punto, a pesar de los muchos materiales de información que reunió acerca del particular (71).
Poco valor tendrá para los simbologistas la explicación que demos de este mito; y sin embargo, estamos en la creencia de que no cabe otra que la expuesta por los iniciados. Según ya notamos en otro lugar, el brahmana Aytareya, en el himno de la serpiente, dice que la sierpe Râjni es la reina de las sierpes y “la madre de todo cuanto se mueve”. Esto significa que antes de tomar nuestro globo la forma esferoidal tuvo la de una larga cola de materia cósmica, que se movía retorcidamente como una culebra modelada por la incubación del Espíritu de Dios flotante sobre las “aguas”. Esta serpiente está representada en actitud de morderse la cola, como emblema de la eternidad en el orden espiritual y de nuestro planeta en el orden físico, porque, según itnerpretaron los antiguos filósofos, la tierra muda su configuración superficial a cada pralaya menor, como muda de piel la serpiente, y después del pralaya mayor pasa del estado subjetivo al objetivo, de la propia suerte que, según dice Sanchoniaton, la serpiente cada vez que muda la piel parece como si se rejuveneciera y cobrase mayor fuerza y energía. Ésta es la razón de que primero a Serapis y después a Jesús se les representase en figura de serpiente; y también de que en nuestros mismos días se conserve con especial solicitud la enorme serpiente de la mezquita de El Cairo. Se cuenta que en el Alto Egipto suele aparecerse un famoso santo en figura de serpiente; y en la India hay costumbre de colocar junto a la cuna de las criaturas una pareja de serpientes domesticadas que, en opinión popular, irradian un aura magnética de sabiduría, salud y dicha. Todas las serpientes descienden, según los indos, de la primitiva Râjni, símbolo de la tierra, y están dotadas de las mismas virtudes que su progenitora.
En la mitología induísta, el gran dragón Vasaki escupe contra Durga una ponzoña que por intervención de Siva, esposo de ésta, queda embebida en la tierra. Vemos, por lo tanto, que el místico drama de la Virgen celeste perseguida por el dragón que intenta devorarle el hijo, estaba también representado en los ritos secretos de los templos, además de tener su signo entre las constelaciones zodiacales. Los misterios simbolizaban este drama en el dios del Sol y lo grababan sobre una imagen de Isis esculpida en negro (72), donde aparecía el divino Niño perseguido por el cruel Tiphón (73). Dice una leyenda egipcia que el Dragón persiguió a Isis mientras ésta procuraba proteger a su hijo (74). Ovidio refiere que Dioné, madre de Venus y esposa del Zeus pelasgo, huyó al Éufrates perseguida por Tiphón (75).
Por su parte, Virgilio exclama:

¡Salve, oh hijo amado de los dioses, descendiente de Jovel. Recibe el sumo honor, porque se avecinan los tiempos en que ha de morir la serpiente (76).

Alberto el Magno, entusiasta astrólogo, ocultista, alquimista y prelado católico señaló la aparición del signo zodiacal Virgo en el horizonte el día 25 de Diciemrbe en que la Iglesia conmemora el nacimiento de Jesucristo (77).

MISTERIO DE DEMETER

En los misterios eleusinos, Plutón rapta a Perséfona, hija de Demeter, y se la lleva al Hades, donde su madre la encuentra erigida en soberana del tenebroso reino. De este mito extrajo el cristianismo la leyenda de Santa Ana (78) que va en busca de su hija María, que con su esposo José hubo de refugiarse en Egipto. Las antiguas imágenes de la Virgen María la representan con dos espigas de trigo en la mano, lo mismo que aparecen representadas Perséfona y la Virgen zodiacal.
El árabe Albumazar nos ofrece asimismo una variación del mito en el siguiente pasaje:

En el primer decán de la constelación de la Virgen, nació la doncella Aderenosa (79), la pura e inmaculada Virgen (80) llena de gracia, de apostura encantadora, modesta en el vestir y cabellera flotante, que sentada en adornado trono y con dos espigas de trigo en las manos, amamanta al niño Issa llamado Christos por los griegos y Iessus por otras naciones (81).

Todo esto demuestra más que de sobra la identidad del mito en las principales religiones del mundo. Posteriormente tomó nueva fase el pensamiento religioso. A los misterios de Dionisio Sabazio sucedieron los de Mitra, cuyas cuevas sustituyeron a las antiguas criptas desde Asiria hasta Bretaña. El dios Serapis, venido del Ponto, depuso de su trono a Osiris. El rey indo Asoka abrazó la religión budista y envió misioneros a difundir por Grecia, Asia menor y Egipto el Evangelio de Sabiduría, logrando convertir a los esenios de Judea y Arabia, los terapeutas (82) de Egipto y los pitagóricos (83) de Grecia y Asia menor. En todos estos países las alegorías budistas sustituyeron a los mitos de Horus, Anubis, Adonis, Atys y Baco, que metamorfoseados con arreglo a las nuevas creencias se incorporaron consiguientemente en los Evangelios sinópticos y en el llamado apócrifo, que los ebionitas, nazarenos y otras primitivas escuelas cristianas mantuvieron secretos sin enseñarlos más que a los iniciados, hasta que se los arrebató la predominante influencia del dogmatismo romano.
Cuando el sumo sacerdote Helcías encontró el Libro de la Ley, ya conocían los asirios los Purânas indos, pues ocasión les deparó al efecto la conquista del país comprendido entre el Helesponto y el Indo, cuando con toda probabilidad arrojarían de la Bactriana a los arios que transpusieron el Punjâb. Así hay indicios de que el Libro de la Ley era un Purâna, pues reúne las cinco condiciones requeridas para ello por los brahmanes eruditos, según nos dice sir William Jones. Estas condiciones son:
1.ª Tratar de la formación general de la materia.
2.ª Tratar de la formación de la materia diferenciada y de la generación de los seres espirituales.
3.ª Dar un resumen cronológico de las edades históricas.
4.ª Exponer un resumen genealógico de las dinastías del país.
5.ª Incluir la biografía de algún personaje eminente.
Es indudable que el autor del Pentateuco se sujetó a estas condiciones, de la propia suerte que los autores del Nuevo Testamento habían escuchado las enseñanzas budistas de labios de los misioneros que por entonces menudeaban en Grecia y Judea.
Pero como, según el dogmatismo cristiano, no cabe concebir a Cristo sin el Diablo, hemos de cotejar estos dos conceptos para descubrir la íntima y misteriosa relación entre ambos. Todos los místicos “Hijos de Dios” y los “Primogénitos” ofrecen idénticas características. Adam Kadmon se desdobla en sabiduría conceptiva y sabiduría creadora, que desenvuelve la materia. el Adam de barro es a un tiempo hijo de Dios e hijo de Satán (84).
Hércules era asimismo “primogéntio” y equivale a Bel, Baal y Bal y a Siva el destructor. El poeta Eurípides llama a Baco hijo de Dios, y se le tributó adoración desde muy niño, como al Jesús de los evangelios. Los filósofos le describen de condición muy benévola para la humanidad, aunque inexorable con los quebrantadores de su culto (85).

ALEGORÍAS DEL LIBRO DE JOB

El Libro de Job nos descubre más claramente que otro alguno la índole y naturaleza del concepto del Diablo, de conformidad con nuestras afirmaciones.
Todo cuanto en este libro se relata es alegórico, y no se han de alarmar por ello las gentes piadosas, pues en tiempos antiguos era costumbre dar alegóricamente las enseñanzas morales, según corrobora el mismo San Pablo en los siguientes pasajes:

Todas estas cosas les acontecían a ellos en figura; mas fueron escritas para escarmiento de nosotros en quienes los fines de los siglos han llegado (86).
Porque escrito está, que Abraham tuvo dos hijos: uno de la sierva y otro de la libre... Las cuales cosas fueron dichas por alegorías (87).

Por lo tanto, si, según toda probabilidad lindante con la certidumbre, el Nuevo Testamento tiene carácter alegórico, no será mucho decir del Libro de Job lo mismo que dijo San Pablo de las figuras de Abraham y Moisés.
Conviene advertir, sin embargo, la diferencia entre alegoría y símbolo. En la primera se encubre la verdad con la suficiente transparencia para que el oyente o el lector pueden inducirla. El símbolo entraña una cualidad abstracta de la Divinidad, fácilmente comprensible para los profanos, que por ello, le tributaron adoración idolátrica. La alegoría estaba reservada en los recintos internos, donde sólo eran admitidos los iniciados; y así se explican aquellas palabras de Jesús cuando decía:

Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado.
Porque al que tiene, se le dará y tendrá más, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará (88).

En los misterios menores se efectuaba la operación de lavar una marrana, que luego se dejaba otra vez entre el fango, para significar la purificación del neófito y lo insuficiente de la obra hasta entonces cumplida.
El mito encierra un pensamiento no manifestado, es decir, que personifica históricamente el reflejo de una idea religiosa. En el mito ha de predominar, como en la epopeya, el elemento histórico, de modo que los hechos exotéricos constituyan la base del mito y en ellos se entretejan las ideas religiosas.
El Libro de Job es muy claro para quien comprende el pintoresco lenguaje empleado por los iniciados egipcios en el Libro de los muertos. En la escena del Juicio aparece Osiris sentado en el trono con el garfio en una mano y el místico abanico báquico en la otra. Ante él están los cuarenta y dos asesores del difunto. Junto al trono se levanta un altar cubierto de ofrendas y rematado por la flor de loto, sobre el cual se ven cuatro espíritus. En la puerta permanece estacionada el alma que va a comparecer a juicio, y Thmei, diosa de la Verdad, se le acerca en actitud de darle la bienvenida. Thoth empuña una caña y examina el proceso del alma en el Libro de la Vida. Horus y Anubis, delante de las balanzas, observan si el corazón del difunto equilibra o no el peso del símbolo de la Verdad. Sobre un pilar está sentada la ramera que ha de sostener la acusación. Según saben los eruditos, en los misterios se representaban las escenas del mundo inferior, y tal es la alegoría de Job.

LA INICIACIÓN Y EL LIBRO DE JOB

Varios críticos han atribuido a Moisés el Libro de Job, que seguramente es más antiguo que el Pentateuco, pues en él no se nombra a Jehovah; y si bien este nombre aparece en el prólogo, es por error de traducción o por la necesidad posteriormente sentida de dar carácter monoteísta al politeísmo hebreo, convirtiendo para ello en divinidad individual la pluralidad representada en los Elohim. En el primitivo texto del Libro de Job no se le da a Dios el nombre de Jehovah (89), sino los de Al, Aleim, Ale, Shaddai, Adonai, de lo cual se infiere que, como todos los demás manuscritos antiguos, fueron adulterados de propósito el prólogo y el epílogo del Libro de Job, pues no cabe suponer que se añadieran posteriormente. No hay en este arcaico poema alusión ninguna a la institución sabática; pero sí copiosas referencias al sagrado número siete, de que hablaremos más adelante, y una abierta discusión sobre el sabeísmo prevaleciente por aquellos días en Arabia. El Libro de Job llama a Satán hijo de Dios, pues lo cuenta entre los asistentes al consejo del Altísimo, a quien induce a poner en toque la fidelidad del varón idumeo, de donde vemos corroborada la significación de acusador o adversario que etimológicamente tiene la palabra Satán y su identidad conceptiva con el Tiphón de los egipcios que acusa a las almas en el Amenti (90).
Es el Libro de Job una acabada figura de las antiguas iniciaciones y de las pruebas preliminares de tan augusta ceremonia. El neófito se ve privado de todo bien terreno y afligido por una enfermedad repugnante. Su esposa le aconseja que ponga en la muerte su única esperanza. Tres amigos van a visitarle: Eliphaz, el erudito temanita lleno del conocimiento que los sabios recibieron de sus padres, a quienes sólo a ellos les fue dada la tierra; Baldad, el de temperamento positivista, que toma las cosas según vienen y opina que la aflicción de Job es consecuencia de sus culpas; y Sophar, espíritu generalizador de sabiduría superficial. A sus reconvenciones responde Job:

Sea así que yo haya errado, mi yerro quedará conmigo.
Mas vosotros os levantáis contra mí y me dais en cara con mis oprobios... porque la mano del Señor me ha tocado.
Pues yo sé que mi Campeón vive y que hasta el último día se mantendrá ante mí sobre la tierra; y que después de consumida mi piel y corroído mi cuerpo, aun sin mi carne veré a Dios...
¿Por qué, pues, ahora decís: Persigámosle y hallemos raíz de palabra contra él? (91).

Algunos intérpretes han considerado que este epíteto de Campeón alude al Mesías, y en muchas versiones aparece sustituída la palabra Campeón por la de Redentor, aunque en la de los Setenta aparece el pasaje como sigue:

Porque sé que es eterno Aquél que ha de libertarme de la tierra para restaurar ésta mi piel que sufre de estos males.

Indudablemente se refiere Job en este pasaje a su Yo superior, inmortal y eterno que por medio de la muerte física ha de libertarle de su corrompido cuerpo carnal y revestirle de nueva envoltura. En los Misterios de Eleusis, en el Libro de los Muertos y en otros tratados relativos a la iniciación se le dan nombres propios al Yo inmortal, que los neoplatónicos denominaron Nous y Augoeides, los budistas Aggra, los mazdeístas Feruer y los induístas Atman, con más los frecuentes epítetos de Liberador, Campeón, Mediador, etc. en las escultura mítricas de Persia aparece el Feruer o Yo superior simbolizado por una alada figura que planea sobre el cuerpo de un hombre (92). Es el inmortal espíritu que ha de redimir nuestra alma de la esclavitud de la materia. en los textos caldeos el citado pasaje se lee como sigue:

Mi libertador (93) ha de restaurar mi gastado cuerpo y convertirlo en vestidura etérea.

ADULTERACIÓN DEL LIBRO DE JOB

Sin embargo, todas las versiones derivadas de la de San Jerónimo adolecen de las mismas inexactitudes y mudanzas que este doctor se permitió en su Vulgata, según demuestra la evidente adulteración de este versículo:

Pues yo sé que vive mi Redentor y que en el último día he de resucitar de la tierra. Y de nuevo he de ser rodeado de mi piel y en mi carne veré a mi Dios (94).

En este amaño se advierte el manifiesto propósito que San Jerónimo tuvo de disponer el texto convenientemente para cohonestar “la resurrección de la carne” tal como la entiende el dogmatismo cristiano (95). No podía el autor del Libro de Job conocer el Nuevo Testamento, por cuanto ni siquiera conocía el Antiguo, ya que ni remotamente alude a los patriarcas. Sin duda fue iniciado su autor, pues una de las tres hijas de Job lleva el mitológico nombre de Kerenhappuch, que cada versión traduce de distinto modo. La Vulgata la llama Cuerno de antimonio, y los Setenta traducen Cuerno de Amalthea (96). Basta el nombre de esta heroían pagana en la versión de los Setenta para advertir por una parte la ignorancia de estos traductores y por otra la filiación esotérica del Libro de Job.
En vez de consolar a Job, sus tres amigos le reconvienen diciéndole que merecida tiene la aflicción en castigo de sus culpas, a lo que responde el santo varón rechazando semejantes imputaciones y prometiendo que mantendrá su causa mientras aliente. Recuerda los prósperos tiempos de su dicha “cuando el secreto de Dios permanecía sobre su tienda” y él era juez soberano como rey en ejército, que a los afligidos consolaba, y los compara con el tiempo presente en que se mofan de él los vagabundos beduinos, “los más viles hombres de la tierra”, al verle postrado por el infortunio y por la lepra. Manifiesta después Job la simpatía que le inspiran los desgraciados, y rememora que siempre fue casto, íntegro, honrado, justo, caritativo, sobrio, hospitalario, magnánimo, misericordioso con el enemigo, extraño al culto del sol e intrépido defensor de la justicia aun contra la oposición de las gentes. Impetra del Todopoderoso una respuesta a este alegato, e intima a sus tres amigos la declaración de las culpas que hayan descubierto en él. No cabía réplica posible. Los tres amigos habían tratado de confundir a Job con especiosas razones, y él les redargüía con su ejemplar conducta. Entonces aparece en escena el cuarto amigo: Elihu el buzita, hijo de Barachel, de la estirpe de Ram (97).
Elihu representa al hierofante. Empieza reprendiendo a los otros tres amigos de Job, cuyos sofismas desvanece como el viento de Poniente se lleva la movediza arena.
En la amargura de su corazón había dicho Job a sus amigos:

Lo que vosotros sabéis, yo también lo sé y no soy inferior a vosotros.
Con todo eso, hablaré al todopoderoso y con Dios deseo razonar.
Haciendo antes ver que vosotros sois unos forjadores de mentiras y secuaces de perversos dogmas.
Y ojalá callareis para que fueseis tenidos por sabios (98).

Pero Elihu le dice:

No los de mucha edad son los sabios ni los ancianos los que juzgan lo justo.
Mas, a lo que veo, espíritu hay en los hombres, y la inspiración del Omnipotente da la inteligencia.
Una vez habla Dios y segunda vez no repite la misma cosa.
Por sueño, en visión nocturna, cuando profundo sueño se echa sobre los hombres y están durmiendo en su lecho.
Entonces abre las orejas de los hombres, y amaestrándolos, les instruye en lo que deben saber.
Atiende, Job, y oye y calla mientras yo hablo.
Y si tienes alguna cosa que decir, respóndeme, habla; porque deseo que comparezcas justo.
Y si no tienes, óyeme, calla y te enseñaré sabiduría (99).

Había dicho antes Job, vacilante en su fe, al oír que sus amigos no le ofrecían otra esperanza que la eterna condenación:

El hombre nacido de mujer, vive breve tiempo y está relleno de muchas miserias.
Que como flor sale y es ajado, y huye como sombra y jamás permanece en un mismo estado.
Mas el hombre después que haya muerto y despojado que sea y consumido, dime, ¿dónde está?
¿Crees por ventura que muerto un hombre tornará a vivir?
¡Y ojalá se hiciera el juicio entre Dios y el hombre como se hace el de un hijo del hombre con su compañero (100).

EL HIEROFANTE EN EL LIBRO DE JOB

Pero por fin escucha Job la sabiduría de Elihu, el inspirado filósofo, el instructor perfecto, el hierofante de cuyos severos labios bnrota la justa reconvención de haber dudado impíamente de la bondad de Dios achacándole los males de la humanidad. Así dice Elihu:

Lejos esté de Dios la impiedad, y del Omnipotente la injusticia. Porque Él pagará al hombre su obra y recompensará a cada uno según sus caminos. Porque en verdad, Dios no condenará sin razón ni el Omnipotente trastornará la justicia (101).

Callado se había mantenido el hierofante mientras al neófito le satisifzo su propia sabiduría mundana en irreverente incomprensión de la Providencia y sus designios, y dio oídos a los perniciosos sofismas de sus consejeros. Mas, en cuanto la mente del neófito anhela conocer la verdad y se predispone de esta suerte a la instrucción y al consejo, resuena la voz del hierofante, que lleno del divino Espíritu exclama:

No podemos conocer a Dios dignamente. Grande en fortaleza y en juicio y en justicia. Él es inefable.
Por esto le temerán los hombres y no se atreverán a contemplarle todos los que se tienen a sí mismos por sabios (102).

Y responde Job a Baldad:

Verdaderamente sé que así es y que no será justificado el hombre comparado con Dios.
Él trasladó los montes y los mismos que trastornó en su furor no le conocieron.
Él conmueve la tierra de su lugar y sus columnas se estremecen.
Él manda al sol y no sale y cierra las estrellas como bajo de sello.
Él hace cosas grandes e incomprensibles y admirables que no tienen número.
Si viniere a mí no lo veré; si se retirare, no lo entenderé (103).

¡Hermosa lección para los predicadores a la moda que multiplican las palabras sin encerrar sabiduría en ellas (104)!
Escucha Job la palabra de sabiduría y después le habla el Señor desde el “torbellino de la Naturaleza” (105), diciendo:

¿Quién es ese que envuelve sentencias en indoctos discursos?
Cíñete como varón tus lomos; te preguntaré y respóndeme:
¿Dónde estabas cuando yo echaba los cimientos de la tierra?
¿Por ventura has considerado la anchura de la tierra? Dame razón, si sabes, de todas estas cosas.
Cuando me alababan a una los astros de la mañana y se regocijaban los hijos de Dios.
¿Quién encerró con puertas el mar?
Lo cerré dentro de mis términos y dije: Hasta aquí llegarás y no pasarás más allá y aquí quebrarás tus hinchadas olas.
¿Quién dio curso a un aguacero impetuosísimo y camino al trueno ruidoso para que lloviese en una tierra sin hombre, en el desierto, donde no mora mortal ninguno?
¿Podrás acaso juntar las brillantes estrellas de las Pléyades o podrás detener el giro de Arturo?
¿Podrás enviar los relámpagos e irán y te dirán cuando vuelvan: Aquí estamos? (106).

A lo que responde Job.

Yo, que he hablado con ligereza, ¿qué cosa puedo responder? Pondré mi mano sobre mi boca (107).

Ya sabe cuáles son sus caminos y se abren sus ojos por vez primera. Desciende sobre el hombre de las aflicciones la suprema Sabiduría y en este final Petroma le muestra la imposibilidad de cazar al Leviatán clavándole el arpón en la nariz, lo cual significa que en el conocimiento oculto (Leviatán) únicamente pueden poner la mano, pero nada más que la mano, quienes por sus facultades y debida preparación merecen que Dios no se lo encubra.

EL LIBRO DE JOB Y EL LIBRO DE LOS MUERTOS

Así dice el Señor:

¿Podrás por ventura sacar fuera con anzuelo al Leviatán y atar su lengua con una cuerda?
¿Quién descubrirá el haz de su vestido y en medio de su boca quién entrará?
¿Quién abrirá las puertas de su rostro? Alrededor de sus dientes hay espanto.
Su cuerpo es como escudos fundidos apiñados de escamas que se aprietan. La una se junta con la otra y ni un respiradero pasa por entre ellas.
Su estornudo es resplandor de fuego y sus ojos como los párpados de la aurora.
Detrás de él lucirá la senda y reputará al abismo como lleno de canas.
No hay sobre la tierra poder que se le iguale, pues fue hecho para que no temiese a ninguno.
Todo lo alto ve. Él es el rey de todos los hijos de soberbia (108).

Y responde Job:

Sé que todo lo puedes y que ningún pensamiento se te esconde.
¿Quién es ese que sin ciencia encubre el consejo?
Por esto yo he hablado neciamente y lo que sin comparación excedía mi ciencia.
Oye y yo hablaré; te preguntaré y respóndeme.
Por oída de oreja te he oído; mas ahora te ve mi ojo.
Por esto yo me reprendo a mí mismo y hago penitencia en pavesa y ceniza (109).

Reconoce a su Campeón y se convence de que ha llegado la hora de su reivindicación.
Entonces le dice el Señor a Eliphaz:

Mi furor se ha airado contra ti y contra tus dos amigos, porque no habéis hablado delante de mí lo recto como mi siervo Job.
El señor asimismo se volvió a la penitencia de Job... y le dio doblado todo cuanto había tenido (110).

En el juicio del alma según el Libro de los muertos, el difunto invoca a los cuatro espíritus residentes en el Lago de Fuego, y luego de purificado por ellos le conducen a la mansión celeste, donde le reciben Athar e Isis en presencia de A-tum (111). Se ha convertido en turu (hombre espiritual), que desde entonces será el ojo de fuego (on-ati) compañero de los dioses.
Los cabalistas comprendían perfectamente el grandioso poema de Job, y no obstante sus profundos sentimientos religiosos eran acérrimos adversarios del clero, y así se justifican las palabras de Paracelso cuando víctima de persecuciones y calumnias, mal comprendido por amigos y enemigos, maltratado por clérigos y seglares, exclamaba:

¡Oh vosotros los de París, Padua, Montpeller, Salerno, Viena y Leipzig! No sois maestros de la verdad, sino confesores de la mentira. Vuestra filosofía es mentirosa. Si queréis saber lo que verdaderamente significa la magia, estudiad el Apocalipsis de San Juan... Puesto que no podéis probar que vuestras enseñanzas derivan de la Biblia y del Apocalipsis, dad de mano a vuestras farsas. La Biblia es la verdadera clave y el verdadero intérprete. Lo mismo que Moisés, Elías, Enoch, David, Salomón, Daniel, Jeremías y los demás profetas, fue Juan mago, cabalista y adivino. Si alguno de ellos viviera hoy día, seguramente que lo inmolaríais en vuestro fementido matadero, y no sólo a ellos, sino aun al mismo Creador de todas las cosas, si os fuera posible.

Prácticamente demostró Paracelso que había aprendido muy útiles aunque escondidas cosas en el Apocalipsis, la Biblia y la Kábala, por lo que le apellidaron “padre de la magia y del magnetismo fenoménico” (112). Tan firme era la creencia popular en los sobrenaturales poderes de Paracelso, que todavía perdura entre el vulgo de Alsacia la tradición de que no murió, sino que duerme en su tumba (113), y que el césped que la rodea se agita al impulso de la respiración de aquel fatigado pecho, de cuyo fondo brotan lastimeros gemidos cuando el insigne filósofo del fuego despierta al recuerdo de las injusticias con que por su amor a la verdad le abrumaron los calumniadores.

MODERNO CONCEPTO DEL DIABLO

De todo cuanto llevamos expuesto se infiere fácilmente que el Satán del Antiguo Testamento y el Diablo de los Evangelios y de las Epístolas apostólicas son personificaciones del principio antagonístico peculiar de la materia, no necesariamente malo por sí mismo en la acepción ética de la palabra. Los judíos aprendieron en la cautividad de Babilonia la doctrina de los dos opuestos principios del bien y del mal personificados respectivamente por los asidianos y parsis en Ormazd, cuyo nombre secreto era ..., y en Ahriman, equivalente al Satán de los heteos y al Diobolos de los griegos. Los primitivos cristianos de la escuela de San Pablo y después los gnósticos y sus sucesores refinaron metafísicamente estos conceptos, que el dogmatismo tergiversó por último, al propio tiempo que perseguía de muerte a sus genuinos definidores.
La Iglesia protestante entraña el espíritu de reacción contra la Iglesia católica, y no forma un todo coherente y homogéneo, sino una especie de torbellino cuyas partes giran en torno de un centro común, que se atraen y repelen mutuamente impelidas unas hacia roma por la fuerza centrípeta y empujadas otras por la fuerza centrífuga muy lejos de Roma, hasta más allá de la idea cristiana.
Precisamente, el concepto moderno del diablo es el que tuvieron las multitudes ignaras de Babilonia, “madre de las idolátricas y abominables religiones del gentilismo mundano”. Tal vez se redarguya diciendo que las teologías induísta y budista también admiten la existencia individual de los espíritus malignos; pero la sutil mentalidad inda (114) considera al diablo o espíritu maligno como una abstracción metafísica, una alegoría del mal necesario, mientras que para los cristianos es un personaje real de cuerpo y alma, sin cuya existencia no pueden fundamentar el dogma de la redención (115).
Los protestantes ingleses, no satisfechos con la personificación bíblica del diablo, adoptaron la demonología expuesta por Milton (116) en su Paraíso perdido, donde el Ilda-Baoth de los ofitas se transforma en Lucifer identificado con el Dragón apocalíptico (117) después de su caída (118) con las huestes rebeldes en el tenebroso abismo del pandemonio. En la tercera parte del poema celebra Satanás consejo en el palacio levantado para su residencia en sus nuevos dominios, y determina emprender una exploración en busca de un nuevo mundo. La cuarta parte relata la caída del hombre, su destierro en la tierra, el advenimiento del Hijo de Dios (Logos) y la redención del linaje humano (119).
El poema del Paraíso perdido entraña implícitamente el concepto que del diablo tienen los protestantes ingleses (120), y no creer en el diablo personal equivale para ellos a “negar a Cristo” y a “blasfemar contra el Espíritu Santo” (121). Posteriormente, el poeta Roberto Pollok se inspiró en el poema de Milton para escribir el suyo, titulado: El curso del tiempo, que también fue tenido durante algunos años por tan fidedigno como la Biblia (122).
Bosquejemos ahora el carácter del diablo según el concepto cristiano. Es la entidad que interviene en la hechicería, brujería y otros maleficios, según creyeron los fariseos y de ellos lo tomaron los Padres de la Iglesia, quienes identificaron con el diablo las gentílicas divinidades de Mitra, Serapis y otras, cuyo culto consideró siempre el doctrinarismo católico como trato y connivencia con las potestades tenebrosas. Los brujos y hechiceros medioevales fueron para la Iglesia adoradores del diablo, a pesar de que los antiguos consideraron la magia como la ciencia divina o sea el conocimiento y sabiduría de Dios. Mágica era el arte de curar en los templos de Esculapio y en los santuarios de la India y Egipto. El mismo Darío Hystaspes que había exterminado a los magos de mala ley y a los teurgistas caldeos, restableció el culto de Ormazd y con él la verdadera magia en que le instruyeran los brahmanes. Entró a la sazón en una nueva fase el pensamiento religioso. La ignorancia del vulgo engendró la falsa devoción y el dogmatismo imperante condenó la genuina sabiduría, cuyos adeptos hubieron de recatarse de la vista de las gentes y escribir sus tratados filosóficos en lenguaje enigmático sólo comprendido de los iniciados en la doctrina secreta, soportando resignadamente el oprobio, la calumnia y la pobreza.

EXCURSIONES DE SATANÁS

Los fieles a las antiguas enseñanzas religiosas fueron acusados de hechicería y condenados a muerte. Los albigenses, descendientes de los gnósticos, y los valdenses, precursores de los luteranos, quedaron exterminados por implacables persecuciones. Al mismo Martín Lutero le acusaron de estar en connivencia con Satanás en persona, y aun sigue el mundo protestante bajo el peso de esta imputación de sus adverrsarios, porque el dogmatismo romano no distingue entre disidentes, herejes, cismáticos y hechiceros, y todo cuanto se aparte de su norma lo anatematiza por ofensivo a su autoridad, pues la libertad religiosa es un principio nefando para la Iglesia católica.
Sin embargo, los protestantes llevaban en los labios la leche con que les amamantó su madre, y así estaba Lutero tan sediento de sangre como el papa, y calvino fue más intolerante todavía que la curia romana. Durante treinta años asoló la guerra comarcas enteras de Alemania, sin que en la lucha fuesen menos crueles los protestantes que los católicos. También la religión reformada dirigió sus tiros contra la hechicería y se establecieron sangrientas penas en los códigos de Suecia, Dinamarca, Alemania, Holanda, Inglaterra y colonias de América. A prisión y muerte se exponía quien públicamente declaraba opiniones más liberales y razonables que las de sus compatriotas. Las hogueras a punto de extinguirse en Smithfield se avivaron para abrasar a los magos, y era menos arriesgado rebelarse contra la autoridad real que contra el dogma religioso.
En el siglo XVII se apareció el diablo en persona en Nueva Inglaterra, Nueva Jersey, Nueva York y otras colonias inglesas de América, según nos refiere Cotton Mather. Años después, visitó la parroquia de Mora, en Suecia, al paso que los vecinos de Dalecarlia divertían su aburrimiento los sábados a la puerta de la iglesia con la quema de niños de corta edad y el vapuleo de otros. Pero el escepticismo de los tiempos presentes ha recluido en los conventos la creencia en el diablo de cuerpo humano con pezuña, cuernos y rabo. De cuando en cuando aparece en las Encíclicas pontificias y otros documentos oficiales del catolicismo; pero la severidad protestante sólo consiente que se le nombre a media voz en los púlpitos.
Señaladas ya las huellas del diablo desde su primera aparición en India y Persia, conviene examinar ahora las opiniones religiosas dominantes en el mundo durante los primeros tiempos del cristianismo.
Todas las religiones antiguas creían en los avatares o encarnaciones de la Divinidad, que en la India llegaron a constituir una serie ordenada. Los parsis esperaban a Sosiosh y los judíos al Mesías. Tácito y Suetonio refieren que en tiempo de Augusto ardía el Oriente en expectación de un gran Instructor; y según dice Williams, “unas doctrinas tan obvias para los cristianos, eran enigmáticas para los gentiles” (123). Plutarco habla de Maneros, un niño que había de nacer en Palestina (124), como mediador de Mithra, el Salvador, identificado con Osiris, el Mesías. En las actuales Escrituras canónicas se descubren vestigios del culto antiguo, y los ritos, ceremonias y jerarquçia eclesiástica de los budistas están remedadas en el culto católico. Los primitivos Evangelios, que un tiempo fueron tan canónicos como hoy los sinópticos, contienen relatos enteros copiados de los libros budistas, según han puesto en claro las investigaciones de Burnouf, Asoma, Korosi, Beal, Hardy y Schmidt, aparte de las traducciones del Tripitaka, que dejan fuera de duda la filiación budista del cristianismo (125).
Aquí vemos el motivo de lo vivamente interesada que está la Iglesia romana en recatar de las miradas del vulgo la Biblia hebrea y las obras de los filósofos griego, pues la filología y teología comparadas demuesttran incontrovertiblemente las amañadas falsificaciones de Ireneo, Epifanio, Eusebio y Tertuliano.
En aquel tiempo parece que gozaban de mucho predicamento los Libros sibilinos, y fácilmente se echa de ver que dimanan de las mismas fuentes de donde brotaron las demás obras gentílicas.
He aquí un pasaje de Galleo:

Ha surgido nueva Luz que descendida del cielo toma forma mortal. ¡Oh Virgen! Recibe a tu Dios en tu purísimo seno. El Verbo aleteó en la matriz virginal y asumió forma de carne. La Virgen concibió un Niño. Los magos adoraron la nueva estrella enviada por Dios. El niño envuelto en pañales reposó en un pesebre. Y Bethlem fue la cuna del Verbo (126).

VATICINIOS DE LA ENCARNACIÓN

A primera vista parece este pasaje una profecía del nacimiento de Cristo; pero también pudiera aludir a otras divinidades creadoras, pues hay expresiones análogas que se refieren a Baco y Mitra, como, por ejemplo, la del siguiente pasaje:
Yo, hijo de Zeus, he venido al país de los tebanos. Soy Baco, a quien parió la virgen Semelé, hija de Cadmo, el hombre de oriente, y engendrado por el rayo portador de la llama, tomé forma mortal en vez de la divina (127).

Las Dionisíacas, que datan del siglo V, esclarecen este punto y ponen de relieve su íntima relación con la leyenda cristiana acerca del nacimiento de Jesús, según vemos en este pasaje:

¡Oh! Kore Perséfona (128). Tú eras la virgen esposa del Dragón cuando Zeus, transformado en apariencia de galán y rebosante de amor, se deslizó hasta tu lecho virginal y fecundó tu seno, cuyo fruto fue Zagreus (129), el niño coronado de cuernos (130).

Descubrimos aquí todo el secreto del culto ofita y el origen del dogma cristiano de la Encarnación del Verbo. Únicamente los gnósticos entre los primitivos cristianos tenían, siquier rudimentario, un sistema teológico al que adaptaron la figura de Jesús considerada como Cristo; pero de ningún modo cabe presumir que su teología derivara de las enseñanzas cristianas. Entre los gnósticos precristianos era muy conocida la leyenda según la cual la gran serpiente (131) se había deslizado cautelosamente hasta el lecho de Semelé para vivificar su seno, y esta misma leyenda aplicaron los gnósticos cristianos a la concepción de Jesús diciendo que el Dios del bien (132) transfigurado en Dragón de Vida se deslizó hasta la cuna de la niña María (133). Para los gnósticos cristianos la Serpiente era el símbolo del Logos, el Cristo o encarnación de la Sabiduría divina por obra de su padre Ennoia y de su madre Sophia. Así dice Jesús:

Entonces, mi madre, el Espíritu Santo me tomó (134).

Aquí vemos que Cristo se llama a sí mismo hijo de Sophia (Espíritu Santo) (135).
Por otra parte nos dice el Nuevo Testamento:

Y respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te hará sombra la virtud del Altísimo. Y por esto lo Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios (136).

Y añade San Pablo:

En estos días nos ha hablado Dios por el Hijo, al que constituyó heredero de todo, por quien hizo también los siglos (137).

Todas estas expresiones son variadas copias del concepto significado en la frase de Nonnus: “por medio del Draconteo etéreo”, pues el éter simboliza al Espíritu Santo o tercera persona de la trinidad y equivale al Kneph egipcio o serpiente con cabeza de halcón, emblema de la Mente divina (138) y del Alma universal de los platónicos.
Dicen las Escrituras cristianas:

Yo (la Sabiduría) salí de la boca del Altísimo... y como niebla cubrí toda la tierra (139).

También Pymander (Logos) surge del seno de la infinita Obscuridad y cubre la tierra de nubes que sobre ella se extienden a manera de formas serpentinas (140). El Logos activo es la primaria imagen de Dios, según Filo (141). El Padre es el pensamiento latente.
Esta universal idea aparece expresada en idétnica terminología entre los gentiles, judíos y cristianos primitivos. En la cosmogonía babilónica de Eudemo, el Logos es el unigénito del Padre, y un himno homérico al sol empieza con este verso:
Load a Eli, hijo de Deus (142).

El dios solar Mithra es imagen del Padre, lo mismo que el cabalístico Seir Anpin.

CONCEPTO DEL INFIERNO

Imposible parece, y sin embargo tal es la triste realidad, que entre todas las religiones del mundo tan sólo el cristinismo dogmático haya sostenido la creencia en la personalidad del diablo. Ni los egipcios a quienes Porfirio diputa por “la más sabia nación del mundo” (143) ni los griegos, sus fieles imitadores, ni los judíos cayeron jamás en tan monstruoso absurdo, ni tampoco en el no menos quimérico de la condenación eterna en el infierno, por más que el actual cristianismo atribuya al demonio todo cuanto se relaciona con los paganos.
La palabra infierno que aparece en el original hebreo se traduce siempre torcidamente en las versiones canónicas. Los hebreos no tenían del infierno el concepto que posteriormente le dieron los intérpretes y traductores en el pasaje siguiente:

... y las puertas del infierno no prevelecerán contra ella (144).

El texto original dice: “las puertas de la muerte”; y en ninguna parte aparece la palabra infierno con el significado de “condenación eterna” que le dieron los forjadores de este dogma. El Tophet (145) o valle de Ennom (146) no significa infierno, y la palabra griega gehenna equivale, en opinión de competentes filólogos, al Tártaro de que habla Homero. Prueba de esto nos da el apóstol San Pedro en el pasaje siguiente:

Y si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, atándolos con amarras de infierno, los arrojó al tártaro (147).

Pero como esta expresión recordaba la guerra entre Júpiter y los titanes, los traductores substituyeron la palabra “tártaro” por la de abismo o infierno. Las “puertas de la muerte” y “cámara de la muerte” que suelen hallarse en el Nuevo Testamento no son ni más ni menos que las “puertas del sepulcro” a que aluden los Salmos y Proverbios. El infierno y el diablo son invenciones del tirano y dogmatizante cristianismo oficial, nacidas al hervor de las calenturientas visiones de los eremitas. Triste degeneración de la mentalidad humana denota el dominante concepto del diablo, si lo comparamos con el que los antiguos tenían del “Padre del Mal”, simbolizado en Tiphón (148), cuyo emblema era el asno.

DUALIDAD DE LOS DIOSES SOLARES

Así como Tiphón representaba entre los egipcios el aspecto tenebroso y sombrío, en oposición a su hermano Osiris, así también entre los griegos representó Python el aspecto antitético al del esplendente Apolo, dios de las visiones y de los oráculos. Python mata a Apolo, pero resucitado éste, mata a Python, y redime de este modo la culpa del linaje humano. En memoria de la muerte de Python se adornaban las sacerdotisas de Apolo con piel de serpiente, emblema del fabuloso monstruo vencido por el dios, y bajo el excitador influjo magnético de aquella piel se transportaban las sacerdotisas al frenesí mántico y por su boca daba Apolo los oráculos.
Apolo y Python significan los desdoblados elementos de la divinidad solar, que todos los pueblos sin excepción, concibieron andrógina. El suave y benéfico calor del sol vivifica las plantas, pero el riguroso ardor de la canícula las marchita y agosta. Cuando pulsa la lira de siete cuerdas difunde Apolo por doquiera la armonía; pero en su pitónico aspecto es perturbación y disonancia. Así sucede en todas las divinidades solares.
Averiguado está que el apóstol San Juan viajó por Persia y otras comarcas asiáticas donde, si bien predominaba la religión zoroastriana, abundaban los misioneros budistas, por lo que cabe dudar de si el evangelista hubiera o no escrito el Apocalipsis de no haber estado en comunicación y trato con los budistas; pues aparte de sus alusiones al dragón, hay de ello vehementes indicios en los proféticos pasajes relativos al segundo advenimiento de Cristo, cuya figura copia exactamente el apóstol de la de Vishnú en trazos del todo desconocidos de los demás evangelistas.
Tenemos, por consiguiente, que Ophios y Ophiomorfos, Apolo y Pythón, Osiris y Tiphón, Cristo y el Diablo son símbolos equivalentes en sus respectivas dualidades, cuyos elementos no podríamos reconocer uno sin otro, como tampoco fuera posible diferenciar el día sin la noche. Ambos elementos son regeneradores y salvadores: el positivo en el orden espiritual y el negativo en el orden físico. El elemento positivo confiere la inmortalidad por virtud propia del espíritu; el elemento negativo la confiere por regeneración de los gérmenes rúpicos. El Redentor del linaje humano ha de morir, porque revela el maravilloso secreto del Yo. La serpiente del Génesis incurre en la maldición divina, porque prometió a la mater (madre Eva o materia) la inmortalidad, diciéndole:

De ninguna manera moriréis (149).

Entre los egipcios, el aspecto antitético de la serpiente es el segundo Hermes o reencarnación del Hermes Trismegisto.
Es Hermes inseparable compañero e instructor de Osiris e Isis, la personificación de la sabiduría, el hijo del Señor, que como el Caín bíblico edifica ciudades y alecciona a los hombres en el ejercicio de las artes.
Repetidas veces declararon los misioneros cristianos que los indos están sumidos en el culto idolátrico del demonio, cuando precisamente los únicos adoradores del diablo son los cristianos vulgares, a quienes un clero fanático mantiene en la absurda creencia del diablo personal, de quien se reirían no sólo el clero superior (oepasampalas) sino hasta los novicios (samenaira) del sacerdocio budista, cuyos doctores (pundites) cuidan de advertir que todo es alegórico en el culto externo; y aunque se les pueda culpar de negligencia en el descuaje de las muchas y muy groseras supersticiones del vulgo, no las inventan ni estimulan como ocurre en Occidente respecto de la fomentada creencia en el diablo personal, enemigo de Dios y de la humanidad.
El dragón de San Jorge que se ve esculpido en casi todas las catedrales, no aventaja en hermosura alegórica al budista Nammadânamnâraya, el gran Dragón o rey de las sierpes. Por otra parte, no debiera el clero católico indignarse contra las supersticiones de los cingaleses que en los eclipses de luna creen que la devora el demonio planetario Rahu, ni contra las de los chinos que en los eclipses de sol salen a la calle provistos de bombos, platillos y discos con que arman estrepitosos ruidos para ahuyentar al monstruo que amenaza devorar al sol; pues según nos dice Draper, cuando en 1456 apareció el cometa llamado después de Halley, produjo tal espanto en las gentes, que el papa Calixto III se creyó obligado a exocizarle, y gracias a las maldiciones pontificias se precipitó en los cerúleos abismos para no reanudar la aventura hasta setenta y cinco años después (150).
No sabemos que el clero cristiano haya intentado convencer al vulgo de que nada de diabólico tienen los eclipses ni los cometas, y en cambio vemos cómo un prelado budista responde a un oficial que le echaba en cara aquella superstición: “Nuestros libros canónicos enseñan que los eclipses de sol y luna resultan de la acometida del planeta Rahu (151), pero no de diablo alguno (152).

EL MITO DEL DRAGÓN

El mito del Dragón, que tan importante parte toma en el Apocalipsis y la Leyenda de oro (153), es de origen prebudista, pues deriva de la comarca de Cachemira, cuyos habitantes, convertidos más tarde por los misioneros budistas, profesaron en primitivos tiempos la religión ofita con el culto de la serpiente. Desde la conversión del país sucedieron los incruentos sacrificios con ofrenda de flores e incienso a los cruentos sacrificios humanos cuya principal determinante era la personificación del diablo investido de abominable potestad; supersticiosa creencia que heredaron los cristianos.
El Mahâvansa, el libro más antiguo de las Escrituras ceilanesas, relata la leyenda del rey Covercapal (sierpe cobra), el dios serpiente convertido al budismo por un santo arhat (154), y de esta leyenda derivó seguramente la de San simeón Estilita.
El Logos triunfa del gran Dragón, y el luminoso arcángel Miguel, príncipe de los eones, vence a Satán (155).
Conviene no olvidar que mientras el iniciado mantenga en secreto lo que sabe, ningún mal le sobrevendrá por su sigilo. Tal sucedió en tiempos antiguos y lo mismo sucede ahora. Tan luego como el Verbo se encarnó en la tierra para sacar del silencio la divina palabra, quedó sujeto a la muerte. La serpiente es emblema de la sabiduría y de la elocuencia, pero también lo es de la muerte. “Osar, conocer, querer y callar” es el lema fundamental del cabalista. Como Apolo y otros dioses solares, Jesús muere por acción de su Logos (156); pero resucita para ser él a su vez el matador y maestro. Las coincidencias entre los mitos religiosos de los pueblos antiguos, transmutados en dogmas teológicos, son lo bastante sorprendentes para sospechar que tal vez tuvieran algún significado tan oculto que nadie haya sido capaz de presumirlo.
La identidad del Miguel cristiano con los celestes caudillos de otras teogonías y la de Satán con el Dragón de los paganos demuestra con toda evidencia que la India ha sido la cuna común de los mitos religiosos surgidos al calor del misticismo. En sus comentarios a los Vedas dice Ramatsariar:

El mundo principió con la lucha entre el Espíritu del bien y el Espíritu del Mal y en lucha ha de acabar. Tras de la desintegración de la materia el mal dejará de serlo, porque se restituirá al caos.

Tertuliano adulter evidentemente en su Apología las doctrinas y creencias sustentadas por los paganos respecto a los oráculos y a los dioses, pues llama a estos demonios y diablos y les inculpa de obsesionar aun a las aves del aire. Ningún cristiano pondrá en tela de juicio la autoridad de Tertuliano al verla previamente corroborada por el rey David, cuando dice que son ídolos todos los dioses de los gentiles; y el mismo Ángel de las escuelas identifica los ídolos con los demonios, según éstas sus palabras:

Se acercan a los hombres y les incitan a que los adoren; para lo cual se valen de ciertas obras que parecen milagrosas (157).

Los teólogos han procedido con refinada astucia en sus amaños, pues después de haber forjado al diablo se creyeron obligados a modelar santos. Ejemplo de ello nos da Baronio, que al leer en una obra del Crisóstomo lo que este Padre de la Iglesia dice acerca del santo xenoris (158), lo tomó por entidad personal de la que hizo un mártir de Antioquía, cuya fingida biografía compuso con muchos pormenores que le daban visos de autenticidad. Otros teólogos han supuesto que el Anticristo (159) y por consiguiente el demonio, es el Apollyon en que Platón simboliza la divinidad que purifica, lava y redime del pecado.

POÉTICAS FIGURAS DE LUZBEL

Según Max Müller, la serpiente paradisíaca entraña un concepto originario al parecer de los hebreos, sin que sea posible compararla con las terribles entidades Vritra y Ahriman de los Vedas y el Avesta. Pero recordemos que para los cabalistas era el diablo el invertido aspecto de Dios y por esto le ha llamado Eliphas Levi: embriaguez astral, considerándole como una fuerza parecida a la electricidad, según se infiere de aquellas alegóricas palabras en que Jesús dice cómo “vio a Satán cual si fuese un rayo caído del cielo”.
Aseguran los dogmatizantes que la tarea del diablo consiste en tentar continuamente al género humano por permisión de Dios, cuyo amor a los hombres no quedara muy bien parado si fuese cierta la aseveración, pues denotaría en Dios una perfidia incompatible con su augusta paternidad y se hiciera digno de que tan sólo le adorase un clero capaz de entonar el Tedeum después de la matanza de San Bartolomé y de bendecir las armas templadas por los musulmanes para exterminar a los cristianos de Grecia (160).
Verdaderamente ridículas y pueriles son las diferencias que se advierten entre las distintas representaciones del diablo. Los fanáticos lo pintan con cuernos y rabo y se lo imaginan de figura horrible y hedor pestilente (161); pero en cambio, Milton, Byron, Göethe y Lermontoff (162) han poetizado la figura de Luzbel hasta darle en el Satán de Milton y en el Mefistófeles de Göethe más vigoroso relieve que a las de los santos y ángeles representados en las prosaicas leyendas de los mojigatos.
Ejemplo de estas descripciones del diablo nos da Des Mousseaux al relatar el caso de una bruja confabulada con un íncubo, según vemos en el siguiente pasaje:

Una vez vio esta bruja cerca de sí durante media hora a un sujeto negrísimo, de espantable aspecto, con enormes manos cuyos dedos parecían garfios. Los sentidos de la vista, tacto y olfato fueron corroborados por el del oído (163).

¡Cuán distinto de este mal oliente galanteador es el majestuoso Satán de Milton! No cabe concebir la soberbia figura del ángel rebelde, personificación del orgullo, encerrado en la piel de un reptil repulsivo, tal como nos lo representa el dogmatismo cristiano al decir que el demonio tomó la insinuante y fascinadora figura de serpiente para tentar a Eva en el paraíso. Dios maldice a la serpiente y la condena a arrastrarse sobre su vientre y a comer tierra todos los días de su vida (164), lo que, según observa Levi, en nada se parece a las tradicionales llamas del infierno.
Por otra parte, también se le daba el título de Dominus a Ophión o aspecto demoníaco de la dualidad manifestada, como vemos no sólo en Hércules (165), hijo de Júpiter y Alcmena y personificación del Logos, sino en los demás dioses solares, todos ellos de doble naturaleza (166). La palabra dios se deriva del sánscrito deva que significa divinidad refulgente, y la palabra diablo proviene de la persa daeva que en la religión mazdeísta significaba espíritu maligno, pero que originariamente fue el deva induísta (167).
El Agathodemon o demonio benéfico (168), al que los ofitas denominaban Logos o Sabiduría divina, estaba representado en los misterios báquicos por una serpiente empinada sobre una pértiga. Análogamente, según dice Deane, la serpiente con cabeza de halcón es uno de los más antiguos emblemas egipcios de la mente divina (169). Por otra parte, expone Movers (170) la identidad entre Moloch y Samael o Azazel, lo cual explica que Aarón, hermano de Moisés, ofreciese igualmente sacrificios a Jehovah y Azazel, como vemos en este pasaje:
Hará estar los dos machos de cabrío delante del Señor a la entrada del tabernáculo... Y echando suertes sobre los dos, la una para el Señor y la otra para el macho de cabrío emisario (Azazel, (171).

El Antiguo Testamento nos muestra a Jehovah con todos los atributos de Saturno (172), no obstante las transmutaciones de Adonai en Eloi, y en Dios de dioses y Señor de señores (173).
Satanás tienta a Jesús en el desierto y le promete los reinos de la tierra si postrado le adora (174). De la propia suerte el demonio Wasawarthi tienta a Gautama en el momento de salir del palacio de su padre, diciéndole que no se vaya, pues allí le aguardan la gloria, la riqueza y el poderío; pero Gautama resiste a la tentación y el demonio rechina los dientes de ira y promete vengarse. Como Buda, también triunfa Cristo del demonio (175).

EL CÁLIZ DE AGATHODEMON

En los misterios báquicos se pasaban los fieles de mano en mano el cáliz consgrado que llamaban del Agathodemon (176), y de estos misterios tomaron indudablemente los ofitas la misma ceremonia, pues la comunión en las dos especies de pan y vino se conoció en el culto de las principales divinidades (177).
Respecto al sacramento casi mítrico que adoptaron los gnósticos marcosianos, también cabalistas y teurgos, nos cuenta Epifanio una curiosa leyenda en demostración de las artimañas del demonio.
Dice así:

En la fiesta congregacional de la Eucaristía llenaban los marcosainos de vino blanco tres grandes vasos de finísimo y transparente cristal. Durante la ceremonia tomaba el vino a la vista de todos los fieles un color rojo de sangre, que cambiaba después en púrpura y por último en azul celeste. Entonces el celebrante entregaba uno de los tres vasos a una mujer de la congregación para que lo bendijera, y esto hecho trasegaba el celebrante su contenido a otro vaso mucho mayor diciendo: “Que la gracia de Dios inconcebible e inexplicable, que domina todas las cosas, llene tu interno ser y acreciente el conocimiento del que está dentro de ti, sembrando la simiente de mostaza en tierra fértil (178).
Terminada esta plegaria, el licor del vaso se embravece hasta rebosar (179).

EL DESCENSO A LOS INFIERNOS

El descenso de Cristo a los infiernos tiene su punto de comparación en las antiguas religiones (180). El Credo cristiano, cuya composición atribuye San Agustín (181) a los doce apóstoles, cada uno de los cuales interpuso una de las doce proposiciones o artículos en que se divide, contiene la de: “descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos”. Este artículo corresponde a Santo tomás en el orden de atribución, sin duda como en penitencia de su incredulidad; pero no obstante, lo más probable es que fuera interpolado posteriormente, pues nada prueba que los apóstoles compusieran el Credo ni que en la época apostólica se conociese tal como está hoy redactado (182). En cambio, hay fundados motivos para afirmar que este artículo se interpoló hacia el año 600 (183), porque Teodoreto, Epifanio, Eusebio, Ireneo, Orígenes, Tertuliano y Sócrates no lo conocieron (184) ni constaba en los antiguos textos del símbolo de la fe, según dice el obispo Parsons (185), ni lo mencionan los concilios anteriores al siglo VII, ni el Credo de San Agustín (186). Por otra parte, Rufino (187) afirma que en su tiempo no aparecía este artículo ni en el Credo latino ni en el griego.
Sin embargo, se disipa toda duda al saber que hace muchos siglos le habló Hermes al encadenado Prometeo, diciendo:

No cesará tu tormento hasta que un dios lo padezca en tu lugar y descienda a los tenebrosos abismos del Tártaro (188).

En la mitología griega este dios era Heracles, el unigénito, el Salvador (189), a quien tomaron por modelo los Padres de la Iglesia y de quien dice Luciano:

Heracles no dominó a las naciones por la fuerza, sino por persuasión y sabiduría divina. Heracles mejoró a los hombres, estableció una religión suave y desbarató la doctrina de la condenación eterna expulsando del mundo inferior al Cerbero (190).

Del mismo modo que de Cristo se nos dice, se ofreció Heracles voluntariamente en sacrificio por los pecados del mundo y puso fin a los tormentos de Prometeo (191), descendiendo a los dos lugares inferiores: el Hades y el Tártaro.
Dice Bart sobre el particular:

Su voluntario sacrificio auguró el nuevo nacimiento etéreo de los hombres... Al libertar a Prometeo y erigir altares se constituyó en mediador entre las creencias antiguas y modernas... Abolió los sacrificios humanos... Descendió en espectro al sombrío reino de Plutón y ascendió en espíritu al Olimpo para reunirse con su padre Zeus.

Tan difundida estaba en la antigüedad la leyenda de Heracles y por tan de fe se tenía, que hasta los mismos hebreos, erróneamente diputados por monoteístas, la copiaron en sus alegorías; pues así como de Heracles se dice que quiso robar el oráculo délfico, así también, según el Sepher Toldoth Jeschu, sustrajo Jesús del santuario el Nombre inefable. No es, por lo tanto, extraño que de la propia suerte se haya copiado su descenso a los infiernos. El Evangelio de Nicodemus, que hasta estos últimos tiempos no se ha declarado apócrifo, excede en plagios y falsedades a todo atrevimiento, como se colige de su examen. El capítulo XVI de este Evangelio presenta en amigable plática a Satanás y al Príncipe del infierno, quienes de pronto se ven sobrecogidos por una voz tonante como el trueno y rugiente como el huracán, que les manda abrir las puertas de sus dominios porque ha de entrar por ellas el Rey de la Gloria. El Príncipe del infierno reconviene entonces a Satanás por no haberse prevenido para impedir semejante visita, y después de fuerte altercado expulsa el Príncipe a Satanás del infierno y ordena a sus impíos oficiales que cierren las broncíneas puertas de crueldad y luchen denodadamente para no caer prisioneros. Pero al oír esto, los santos (192) le dijeron con encolerizada voz al Príncipe de las tinieblas: “Abre las puertas de tu reino para que entre por ellas el Rey de la Gloria” (193). Y el profeta David exclamó diciendo: “¿Acaso no profeticé yo verdad cuando estaba en la tierra?”. Y el santo profeta Isaías habló y dijo: “¿No profeticé yo verdad?”. Los santos se levantan entonces contra el Príncipe del infierno, quien replica fingiéndose ignorante: “Nunca se habían portado tan insolentemente los muertos. ¿Quién es el Rey de la Gloria?”. A esto responde David que conoce bien su voz y comprende sus palabras porque le habla al espíritu; pero viendo que a pesar de todo no quiere el Príncipe del infierno abrir las broncíneas puertas de la iniquidad, le replica airadamente: “Y ahora, ¡oh tú, inmundo y hediondo Príncipe del infierno!, abre las puertas... El Rey de la Gloria viene... Déjale entrar”. Todavía estaban en esta querella cuando apareció el poderoso Señor en forma humana, cuya presencia atemorizó a la impía muerte y a sus crueles ministros, que temblorosos halagan a Cristo y le hablan interrogativamente, de modo que cada pregunta entraña el mismo concepto que los artículos del credo. Así le dicen: “¿Quién eres tú, de tal poder y grandeza que rompes las cadenas del pecado original?... ¿Eres tú aquel Jesús de quien hace poco nos decía Satán que por la muerte en cruz mereciste recibir poder sobre la muerte?”. Pero el Rey de la Gloria no responde: huella a la muerte, prende al Príncipe del infierno y le despoja de su poder.

LA DERROTA DE SATANÁS

Entonces se promueve en el infierno un alboroto, magistralmente descrito por Homero y Hesíodo, según nos demuestra su intérprete Preller (194) en el relato de Hércules invicto y de las fiestas de Tiro, Tarsis y Sardia.
Luego de iniciado en los misterios eleusinos desciende Hércules al Hades, y a su presencia huyen aterrorizados los muertos (195) y todo es confusión, horror y lamentos. Al ver la batalla perdida, el Príncipe del infierno encoge prudentemente el rabo y se pone del lado del más fuerte. El pobre Satán contra quien, según los apóstoles Pedro y Judas, no se había atrevido ni el mismísimo arcángel San Miguel a levantar ante el Señor una sola queja, se ve ignominiosamente tratado por el Príncipe del infierno, a quien el rey de la Gloria le dice: “¡Oh Beelzebub, príncipe del infierno! Desde ahora y para siempre quedará Satán sujeto a tu dominio en vez de estarlo Adán y su linaje, que ya es mío... Venid a mí ¡oh mis santos!, que fuisteis creados a mi imagen y condenados por el fruto prohibido a la esclavitud de la muerte y el demonio. Vivid ahora por el leño de mi cruz, pues el diablo, rey de este mundo, está sojuzgado y vencida la muerte. Dicho esto, el Señor toma a Adán por la mano derecha, a David por la izquierda, y seguido de Enoch, Elías, el buen ladrón y los santos patriarcas, sube del infierno al cielo (196).
Otra analogía de este mito nos ofrece el Código de los nazarenos, donde Tobo, el libertador del alma de Adán, la conduce del Orco (197) al asiento de Vida. Es Tobo lo mismo que Tobadonías, uno de los nueve levitas enviados por Josafat a predicar el Libro de la ley por las ciudades de Judá (198). Según los cabalistas, los levitas, discípulos o magos enfocaban los rayos solares para iluminar el mundo intermedio (199) y mostrar al alma de Adán (200) el camino que se aparta de las tinieblas de la ignorancia.
En el Libro de los muertos dice Osiris:

Yo brillo como el sol cuando celebra su fiesta en la mansión estrellada (201).

También a Cristo se le llama “Sol de Justicia” y “Helios de Justicia” (202) como reminiscencia de las alegorías paganas; lo que no deja de ser blasfemia en boca de quienes presumen describir con ello un episodio de la peregrinación terrena de su Dios.
Por otra parte tenemos los siguientes pasajes:

Heracles ha salido de las cámaras de la tierra, de la subterránea morada de Plutón (203).
Ante Ti tembló la laguna Estigia y se atemorizó el portero del Orco. No pudo amedrentarte ni aun el mismo tiphón. ¡Salve verdadero hijo de Jove! ¡Gloria a los dioses! (204).

Más de cuatro siglos antes del nacimiento de Jesucristo había ya escrito Aristófanes (205) su inmortal parodia del descenso de Heracles a los infiernos con el coro de bienaventurados, los Campos Elíseos, la llegada de Heracles en compañía de Baco (206), a quienes reciben con antorchas encendidas, emblema de la resurrección a nueva y luminosa vida desde las tinieblas de la muerte. Nada falta en la aristofanesca comedia: Las ranas, de cuanto sobre el descenso a los infiernos relata el Evangelio de Nicodemo. De ella son los siguientes versos:

Despierta, enciende las antorchas..., porque tú llegas ¡oh Iaccho! y en tus manos las blandes ¡oh fosforescente astro del nocturno rito!

Los cristianos aceptan como artículo de fe el aventurero descenso de Cristo a los infiernos, sin advertir la amalgama de esta creencia con el mito pagano, tan donosamente ridiculizado por Aristófanes. El Evangelio de Nicodemo, con todos sus absurdos, se leyó durante muchísimo tiempo en las iglesias, lo mismo que el Pastor de Hermas, puesto por Ireneo entre los libros auténticos de las Escrituras reveladas.
Los teólogos cristianos, entre ellos Eusebio, Atanasio y Jerónimo, insisten en la necesidad de que ambos libros se lean en las iglesias, pues los Padres recomiendan su lectura, a fin de confrirmar a los fieles en la fe y en la piedad. Sin embargo, tuvo posteriormente su reverso esta hermosa medalla, porque el mismo San Jerónimo, que encomia el Evangelio de Nicodemo en su catálogo de autores eclesiásticos, lo repudia en sus comentarios por apócrifo e insulso. Y Tertuliano, que mientras profesó el catolicismo se deshizo en elogios del Pastor de Hermas, revolvióse contra él al abrazar la herejía de Montano (207).

CARINO Y LENCIO

El mismo Evangelio de Nicodemo nos da el relato de las almas de Carino y Lencio, los resucitados hijos de aquel Simeón que, según el evangelista San Lucas, tomó al niño Jesús en brazos y bendijo a Dios diciendo:

Ahora, Señor, despides a tu siervo, según tu palabra, en paz. Porque han visto mis ojos tu salud (208).

Carino y Lencio se levantaron de la tumba para declarar los misterios que habían presenciado en el infierno, y resucitan a ruegos de Anás, Caifás, Nicodemo, José de Arimatea y Gamaliel, deseosos de conocer los importantes secretos que ambas almas revelan después de jurar, a intimación de Anás y Caifás (conductor de almas a la Sinagoga), sobre el Libro de la ley, POR Adonai y el Dios de Israel, que dirán verdad en lo que declaren. Acto seguido hacen la señal de la cruz (209) sobre sus lenguas y piden papiro en que apuntar sus revelaciones (210), según las cuales, mientras estaban en el infierno sumidos en tinieblas vieron súbitamente una intensa y purpúrea luz que iluminaba aquel lugar. Al punto se regocijaron las almas de Adán, de los patriarcas y profetas, entre quienes se hallaba Isaías, que se ufanó de haber profetizado en su tiempo todo cuanto a la sazón acaecía. Entonces llega Simeón, el padre de los resucitados, y dice que el niño a quien había tenido en sus brazos en el templo iba a libertarles. A esto aparece un eremita que declara ser Juan el Bautista (211), y sin acordarse de las dudas puestas en su boca por el evangelista San Mateo (212) acerca de si Jesús era o no el Mesías, lo reconoce como tal diciendo: “Y yo, Juan, henchido de Espíritu Santo, al ver que hacia mí venía Jesús, exclamé: “He aquí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo...”. y la bauticé y vi que el Espíritu Santo descendía sobre Él, al par que de lo alto clamaba una voz: “Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas todas mis complacencias” (213). Entonces aparece en escena Adán, quien receloso de no ser creído por las cohortes infernales, llama a su hijo Seth para que repita lo que el arcángel San Miguel le había dicho en las puertas del Paraíso cuando fue a suplicar a Dios que ungiera la cabeza de él, su padre, a la sazón enfermo (214).
Requerido por Adán, declara Seth que Miguel le aconsejó que parra ungir a su padre enfermo no le pidiera a Dios el aceite del árbol de la misericordia, pues no le sería posible recibirlo hasta la plenitud de los tiempos, pasados 5.500 años.
Esta plática entre Miguel y Seth fue indudablemente interpolada para cohonestar la cronología de los Padres de la Iglesia y dar algún fundamento al mesianismo de Jesús. Pero los primitivos teólogos se equivocaron al derrocar las imágenes paganas y perseguir a los sacerdotes gentiles en vez de demoler los monumentos egipcios por los cuales saben hoy los arqueólogos que el rey Menes y sus arquitectos florecieron cinco mil años antes de que, según la Biblia, crease Dios el universo de la nada y formase al padre Adán del barro de la tierra (215).

EVANGELIO DE NICODEMO

Sigue diciendo el Evangelio de Nicodemo (216) que mientras los santos andaban alborozados por la buena nueva, Satán, el caudillo de la muerte, le dice al Príncipe del Averno: “Disponte a recibir a Jesús de Nazareth, que se vanaglorió de ser Hijo de Dios y era un hombre temeroso de la muerte, pues dijo: “Triste está mi alma hasta la muerte”.
Los teólogos griegos se quejan de que algunos herejes (acaso Celso) hayan argüido sobre este punto contra los ortodoxos, diciendo que si Jesús hubiese sido Dios no se lamentara como lo hizo ni tampoco exclamara con lastimera voz: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”. A esta objeción redarguye el Evangelio de Nicodemo por boca del Príncipe del Infierno, quien responde a la intimación de Satán diciendo: “¿Cómo un tan poderoso príncipe ha de ser temeroso de la muerte? Te aseguro que quiso engañarte al decir que temía a la muerte. Por lo tanto, desgraciado serás por toda la eternidad”.
Es muy significativo que Nicodemo se ciña todo lo posible en su Evangelio al Nuevo Testamento, y más estrechamente al cuarto evangelista, para cohonestar, mediante diálogos inocentes al parecer, los pasajes más sospechosos de los Evangelios canónicos que los gnósticos analizaron detenidamente con su delicada hermenéutica, por lo que tuvieron los Padres de la Iglesia mayor cuidado en destruir los tratados gnósticos que en refutar las que llamaban herejías. Ejemplo de la tendencia observada en el Evangelio de Nicodemo nos da el diálogo entre Satán y el Príncipe del infierno, en que éste pregunta ingenuamente:

¿Quién es ese Jesús de Nazareth que sin rogar a Dios, con sólo su palabra me arrebata los muertos? (217).

A lo que responde Satán con malicia jesuítica:

Tal vez sea el mismo que me arrebató a Lázaro después de cuatro días de muerto, cuando ya hedía... Es el mismo Jesús de Nazareth.

Y el Príncipe del infierno le replica:

Yo te conjuro por nuestra común potestad, que no me traigas a Jesús de Nazareth, pues cuando oí hablar del poder de su palabra entróme miedo y mis impíos ministros se conturbaron. Y no pudimos detener a Lázaro, pues maliciosamente se nos escapó de entre manos con violenta sacudida, y la tierra en cuyo seno reposaba lo restituyó sano y vivo. Ahora reconozco que Él es el Dios omnipotente, poderoso en sus dominios y en su naturaleza humana, pues es el Salvador de la humanidad. No me lo traigas acá, porque libertaría a cuantos tengo presos por incrédulos y los conduciría a la vida eterna (218).

Hasta aquí lo apuntado en las escritas declaraciones de Carino y Lencio. El primero las entrega a Anás, Caifás y Gamaliel; el segundo a José y Nicodemo. Después se convirtieron los dos en blancos espectros que, desvanecidos, no se les volvió a ver más.
Para demostrar que ambas almas estuvieron durante todo aquel tiempo en estrictas “condiciones de comprobación”, como dirían los modernos espiritistas, añade Nocedemo que lo escrito por ambos coincidía tan exactamente que no había en lo de uno ni más ni menos letras que en lo del otro.
Sigue diciendo el mismo Evangelio que todas aquellas voces se derramaron por las sinagogas, y en vista de ello aconsejó Nicodemo a Pilatos que reuniese a los judíos en el templo, donde Anás y Caifás confiesan que el Jesús a quien ellos crucificaron es Jesucrito, Hijo de Dios y el verdadero Dios omnipotente. Pero no obastante esta confesión, ni Anás ni Caifás ni Pilatos ni judío alguno de suposición y arraigo se convierte al cristianismo, lo cual excusa todo comentario.
El Evangelio de Nicodemo termina como sigue:

En nombre de la Santísima Trinidad (219) así concluyen los hechos de nuestro Salvador Jesucristo, que el emperador Teodosio el Grande encontró en los archivos del palacio de Pilatos en Jerusalén, y que según refiere la historia escribió Nicodemo en lengua hebrea. Ocurrieron estas cosas el año décimonono del reinado de Tiberio César, emperador de los romanos, y en el décimo séptimo del gobierno de Herodes, hijo de Herodes, rey de Galilea, el octavo día de las calendas de abril...

Ésta es la más atrevida impostura de cuantas se forjaron desde que con el primer obispo de Roma se inició la era de piadosas ficciones.
El burdo amañador de este Evangelio echó en olvido que el dogma de la Trinidad no se promulgó hasta cinco siglos después, y que ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento aparece la palabra “Trinidad” ni hay la más leve alusión a esta doctrina. No hay pretexto bastante a justificar la publicación de este Evangelio cuyos capitales conceptos son hoy dogmas de la Iglesia, no obstante haberlo ésta declarado apócrifo, pues los hermenéuticos sinceros advirtieron desde un principio que todo él era impostura, y al fin no tuvo la Iglesia más remedio que reconocer avergonzada su yerro.

EL CREDO DE TAYLOR

Por lo tanto, no estará de más copiar el Credo cristiano según lo enmendó roberto Taylor, y dice así:

Creo en Zeus, padre omnipotente, y en su hijo Iasios Cristo nuestro Señor, que fue concebido por el Espíritu Santo y nació de la virgen Electra. Muerto por un rayo fue sepultado y descendió a los infiernos, subió a los cielos y desde allí ha de volver a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el santo Nous, en el santo círculo de los dioses mayores, en la comunión de las divinidades, en el perdón de los pecados, en la inmortalidad del alma y en la vida perdurable.

Se ha demostrado que los israelitas adoraban a Baal (220) y a la serpiente sabaciana de Esculapio y que celebraban los misterios báquicos; pero todavía hallaremos mayores pruebas de ello al considerar la identidad entre el sobrenombre de Seth (221) dado a Tiphón; el nombre de Seth (222), hijo de Adán, y el nombre de Seth, divinidad adorada por los heteos. Además, el historiador Apión dice que en tiempo de los Macabeos tenían los judíos en el templo una cabeza dorada de asno que, cuando el saqueo de Jerusalén, se llevó Antíoco Epifanes. Y según refiere la Escritura, el profeta Zacarías se queda mudo a consecuencia del susto que le dio la aparición de una divinidad en figura de asno (223).
Dice Pleyté que la divinidad solar denominada El por los asirios, egipcios y semitas es idéntica a Set o Seth y a Saturno o Israel (224), que por otra parte equivale al Siva etíope, al caldeo Baal o Bel y al Kiyun o Chium del profeta Amós, pudiendo resumirse todas estas divinidades en el destructor Tiphón. Cuando la teogonía definió más claramente sus conceptos, quedó Tiphón desdoblado de su buen aspecto y cayó en la degradación de potestad ininteligente.
No es raro ver estas alteraciones en el pensamiento religioso de un país. En sus primitivos tiempos adoraron los judíos a Baal, Moloch y Hércules (225), de modo que los profetas hubieron de reconvenirles por su idolatría. Además, el Jehovah bíblico ofrece en sus rasgos característicos mayores semejanzas con Siva que con una divinidad benévola e indulgente, aunque al fin y al cabo no pierde nada Jehovah en su parecido con Siva, dios de la sabiduría, que según Wilkinson es el más inteligente dios del panteón indo. Tiene tres ojos, y como Jehovah es terrible en sus venganzas e irresistible en su cólera; y si bien destruye, también regenera con perfecta sabiduría (226). Es el tipo de aquella Divinidad que según San Agustín condena a los tormentos del infierno a quienes osan escudriñar sus arcanos, y pone a prueba la razón humana forzándola a someterse por igual a sus buenas o malas acciones.

SACRIFICIOS HUMANOS EN ISRAEL

Los israelitas lograron disfrazar la verdad, hoy abundosamente comprobada, de que adoraban a diversas divinidades y aun ofrecían sacrificios humanos el año 169 antes de J. C., pues Antioco Epifanes al entrar en el templo de Jerusalén halló un hombre dispuesto al sacrificio; y en época en que los paganos habían ya sustituido las víctimas humanas por reses de ganado (227), aparece Jefté sacrificando a su hija en holocausto del señor.
Bastan las admoniciones de los profetas para demostrar que los israelitas adoraban a dioses ajenos, que los altares erigidos en las cumbres de los montes eran de la misma condición que los de las naciones gentiles, y las profetisas hebreas remedo de las pitonisas y bacantes. Dice Pausanias que había comunidades femeninas al cuidado del culto de Baco, y alude además a las dieciseis matronas de Elis (228); pero también tenemos en el pueblo de Israel análogos ejemplos, según denotan los siguientes pasajes:

Había una profetisa llamada Débora..., la cual en aquel tiempo juzgaba al pueblo (229).
Fueron, pues, Helcías el sacerdote..., a buscar a Holda profetisa, la cual habitaba en el estudio (230).
... hizo venir de allí una mujer sagaz (231).
Mas una mujer sabia de la ciudad dijo a voces: Pues qué, ¿no soy yo la que doy respuestas verdaderas en Israel? (232).

Todo esto a pesar de que Moisés había prohibido la adivinación y los augurios.
En cuanto a los sacrificios humanos y a la analogía del culto de Jehovah con el de Moloch, nos da de ello vehementes indicios este otro pasaje:

Todo lo que es consagrado al Señor, sea hombre, animal o campo, no se venderá ni podrá rescatarse..., será cosa santísima. Y toda consagración que ofrece un hombre no se rescatará, sino que morirá de muerte (233).

La dualidad, cuando no la pluralidad de los dioses adorados por los israelitas, está manifiesta en las predicaciones de los profetas contra el rito de los sacrificios, que ninguno de ellos sancionó sino que todos vituperaron, según nos dan ejemplo Samuel y Jeremías en estos pasajes:

Y dijo Samuel: ¿Pues qué quiere el Señor, holocaustos y víctimas o no más bien que se obedezca la voz del Señor? Porque mejor es la obediencia que las víctimas (234).
Porque no hablé con vuestros padres ni les mandé el día que los saqué de tierra de Egipto, de asunto de holocaustos y de víctimas (235).

Los profetas anatematizadores de los sacrificios humanos eran sin excepción nazares o iniciados y acaudillaban el partido anticlerical, es decir, a los hombres de claro entendimiento que se rebelaban contra la tiranía de los sacerdotes, como posteriormente habían de luchar los gnósticos contra los Padres de la Iglesia. Cuando a la muerte de Salomón se dividió la monarquía hebrea, quedaron los sacerdotes en el reino de Judá, cuya capital era Jerusalén, donde estaba el templo, y los profetas quedaron en Samaria, capital del reino de Israel, sin religión cultualmente definida. En el reino de Judá no aparecieron profetas de importancia hasta Isaías, cuando ya había perecido el reino de Israel.
Elías y Eliseo no tuvieron reparo en ponerse en trato y prestar auxilio al rey Acab de Israel, que estableció el culto de Baal y las divinidades asirias. Eliseo ungió por rey a Jehú, con propósito de que exterminase a las familias reales de ambos reinos y los uniera en una misma corona ceñida a sus sienes. eN cuanto al templo de Salomón, ningún profeta hebreo le dio la menor importancia ni jamás pusieron los pies en él, pues como estaban iniciados en la doctrina secreta de Moisés iban cuidadosos de no confundirse con los sacerdotes que mantenían al pueblo en la idolatría y le inculcaban el exotérico concepto de Jehovah, que después adoptaron los teólogos cristianos.

PERSEVERANCIA DE LOS JUDÍOS

Ahora bien; si según hemos visto, el dogmatismo romanista es una mezcolanza de las mitologías paganas, ¿cómo relacionarlo con la religión mosaica, cuando el apóstol San Pablo y los gnósticos distinguían esencialmente entre el cristianismo y el judaísmo? Les decía Esteban a los judíos: “Vosotros recibisteis la Ley por ministerio de los ángeles (236) y no de las propias manos del Altísimo”. Y los gnósticos identificaban a Jehovah con Ilda-Baoth, hijo del caos (bohu) y adversario de la divina sabiduría.
Pero toda duda se desvanece al considerar que la llamada ley de Moisés, con su inherente monoteísmo, no puede remontarse más allá de tres siglos antes de J. C., pues el Pentateuco fue escrito después de la cautividad de Babilonia, cuando los reyes de Persia ordenaron la colonización de Palestina. El embrollo deriva de que empeñados los Padres de la Iglesia en ensamblar con el judaísmo su recién forjado sistema religioso, para mejor combatir de esta suerte al paganismo, huyeron de Escila y sin advertirlo cayeron en Caribdis, pues bajo el superficial barniz de monoteísmo se echó luego de ver la fibra de los mitos paganos.
A pesar de todo, no hemos de zaherir a los actuales judíos porque sus padres adoraran a Moloch según hicieron sus circunvecinos, ya que desde la vuelta del cautiverio no quebrantaron la ley monoteística ni desobedecieron a sus profetas, sin que les hayan arredrado las más violentas persecuciones. Mientras el cristianismo se ha dividido en infinidad de sectas hostiles, el pueblo hebreo, aunque disperso por el haz de la tierra, se mantiene indisgregablemente unido por el espiritual lazo de la fe.
Las hermosas virtudes predicadas por Jesús en el Sermón de la Montaña no resplandecen cual debieran en el mundo cristiano, y en cambio las practican los ascetas budistas y los fakires induístas; al paso que los vicios achacados por viperinas lenguas al paganismo, corroen al clero y demuelen la sociedad cristiana.
Puramente imaginario es el abismo que, apoyada en la autoridad de Pablo, ve abierto la exageración religiosa entre el cristianismo y el judaísmo, pues los occidentales no somos ni más ni menos que los herederos intolerantes del fanatismo de los antiguos israelitas que adoraban a Baco-Osiris, el Dio-Nyssos, el Jove de Nyssa, la divinidad sinaítica de Moisés, a diferencia de los del tiempo de Herodes y de la época romana, que a pesar de toso sus defectos se mantenían en la más rigurosa ortodoxia monoteísta.
Los llamados demonios cabalísticos se tuvieron por entidades objetivas, sin parar mientes en su profundo significado alegórico, y en ello encontraron los demonólogos pretexto bastante para forjar toda una jerarquía diabólica.
El famoso mote de los rosacruces: Igne natura renovatur integra (237) se adulteró en el célebre inri de Iesus Nazarenus rex Iudoeorum, tomando al pie de la letra el sarcasmo de Pilatos, contra el que protestaron enérgicamente losj judíos por no reconocer por su rey a Jesús.
El triagrama I. H. S. suele interpretarse Iesus Hominum Salvator o bien In hoc signo, siendo así que IHE es uno de los más antiguos nombres de Baco.
A la luz de la teología comparada descubrimos que el principal propósito de Jesús, iniciado en la doctrina secreta, fue mostrar a los ojos del vulgo la diferencia entre la suprema Divinidad (238) y el Jehovah del dogmatismo hebreo. Por esta razón, uno de los más graves cargos que los católicos imputan a los rosacruces es que estos atribuyen a Jesús la abrogación del culto de Jehovah. Mejor fuera que así lo hubiera logrado, pues no se encontraría el mundo sumido en tinieblas al cabo de diecinueve siglos de cruenta y mortífera lucha entre las trescientas sectas cristianas que parecen dominadas por el diablo personal.
Apoyados en la declaración de David (239) para quien eran “ídolos todas las divinidades gentílicas, transmutaron los teólogos cristianos en diablo al dios Baco, que en la teogonía órfica era el Unigénito (Monógenes) del padre Zeus y su esposa Koré. Pero los doctores de la Iglesia, cuyo fanático celo corría parejas con su ignorancia, no sospechaban que de esta suerte iban a proporcionar pruebas contra ellos mismos y facilitar la solución del enigma a los modernos escudriñadores de la ciencia y la religión.

OPINIÓN DE WILDER

El mito de Baco mantuvo oculto durante largos y tenebrosos siglos el futuro desquite de las divinidades gentílicas y la clave del enigma concerniente a la extraña dualidad humano-divina que tan definidamente caracteriza al Dios del Sinaí y cuya explicación tan clara va apareciendo a las escrutadoras miradas de los modernos investigadores, según demuestra el siguiente extracto final del estudio de Wilder sobre la materia:

Tal era el Jove de Nysa para sus adoradores, que veían en él la doble representación del mundo objetivo y del mundo mental. Era el “Sol de Justicia” que en sus rayos traía la salud a los mortales, alegraba su corazón y les infundía la esperanza en la vida eterna. Nació de madre humana a quien por la alteza de su dignidad elevó desde el mundo de la muerte a las regiones etéreas para que recibiese adoración y reverencia. Era el Jove de Nysa a la par Señor y Salvador de los mundos.
Tal era Baco, el dios profeta. Pero el cambio de religión decretado a instancias de Ambrosio, obispo de Milán, por aquel imperial asesino llamado Teodosio el Grande, le atribuyó inicuamente caracteres demoníacos. El culto de Baco, hasta entonces universal, quedó estancado en las comarcas rurales llamadas pagos, y se tuvieron sus ritos por abominaciones de hechicería y por aquelarres sus misterios, y su preferente emblema de la pezuña hendida se trocó en atributo corporal del diablo.
Un tiempo recibió Baco el sobrenombre de Padre de familia (Beelzebub); pero desde entonces, sobre cuantos a su servicio estaban, recayó la acusación de servir a las potestades tenebrosas. Se levantaron cruzadas contra ellos, y poblaciones enteras sufrieron los horroes de la matanza. El verdadero y hondo saber fue condenado como magia y hechicería, y la ignorancia quedó convertida en madre de la devoción mojigata. Galileo penó largos años en un calabozo por enseñar que el sol era el centro de nuestro sistema planetario. Bruno murió en la hoguera por su intento de restaurar la filosofía antigua. Mas a pesar de todo, la liberalia o fiesta religiosa de Baco se convirtió en fiesta de la Iglesia (240), y el dios en un santo cuatro veces repetido en los calendarios y representado en los altares en brazos de su divinizada madre. Cambiaron los nombres; pero han perdurado inalterables los conceptos (241).
Demostrada la quimera del diablo y de los ángeles rebeldes, pasaremos a tratar acerca de la divinidad de Jesús y de su obra redentora, que según la teología cristiana consistió en arrancarnos de las garras del mítico Satán.
Para ello será preciso cotejar paralelamente las vidas, doctrinas y milagros de Krishna, Gautama y Jesús.


CAPÍTULO IV

No pecar, hacer el bien y purificar la mente. Tal es la
enseñanza de quien ha despertado.
Más valioso que la soberanía de la tierra y que la gloria
del cielo y que el dominio de los mundos es el premio de
quien da el primer paso en el sendero de la santidad.
Dhammapada, 178 y 183.

Creador, ¿en dónde están los tribunales, en dónde juzgan
las audiencias y se reúnen los jurados a quienes el mortal ha
de dar cuenta de su alma?- Vendidad, XIX, 89.

¡Salve oh humano! que desde la región de lo transitorio
te elevaste a la de lo imperecedero.-Vendidad, VII, 136.

El verdadero creyente acoge la verdad doquiera la
halla, y ninguna doctrina le parece menos aceptable
ni menos verdadera porque la hayan expuesto Moisés
o Cristo, Buda o Lao Tse.-MAX MÜLLER.

Quienes desearon vindicar a la filosofía religiosa de Oriente no tuvieron feliz ocasión para ello, pues no parece sino que de algún tiempo a esta parte estén en secreta connivencia los eruditos del mundo oficial y los misioneros cristianos en países infieles, para desfigurar cautelosamente toda verdad que pugne con sus congruas. Además, es muy fácil acallar las voces de la conciencia cuando los gobiernos se apoyan en la religión del Estado, que cualquiera que sea tan útilmente explotan en su provecho. Tal es la diplomacia de la ciencia oficial.
En su Historia de Grecia compara Grote a los pitagóricos con los jesuitas, y dice que se prevalían de su confraternidad para fines políticos. Algunos historiadores se han apresurado a presentar a Pitágoras según le pinta la maledicencia de Heráclito y otros autores antiguos, esto es, como hombre astuto y hábil para el mal y de juicio desequilibrado, aunque de muy vasta erudición. El satírico Timón dice de Pitágoras que fue hombre de agradable elocuencia a propósito para cazar incautos; y si los detractores de la filosofía antigua no reparan en dar crédito a esta opinión, ¿cómo negárselo a lo que de Jesús nos dice Celso? La imparcialidad del historiador ha de sobreponerse a sus personales creencias, y tanta exige la posteridad respecto de unas como de otras doctrinas. La vida y hechos de Jesús no están apoyados en las pruebas de histórica valía que atestiguan la vida y hechos de Pitágoras; porque seguramente que nadie negará la autenticidad de los escritos de Celso, mientras que de los evangelistas dudan muchos si escribieron ni una línea de los relatos que respectivamente se les atribuyen. Además, Celso es un testimonio por lo menos tan valioso como Heráclito, y algunos Padres de la Iglesia reconocen que fue un neoplatónico de mucha erudición, mientras que la existencia de los cuatro evangelistas tiene por principal apoyo la ciega fe. Si Timón llamó farsante al ilustre filósofo de Samos, lo mismo dijo Celso de Jesús o más bien de quienes se abroquelaban tras su nombre. En una de sus obras apostrofa Celso a Jesús con estas palabras: “Aun concediento que obraras las maravillas que de ti se cuentan, ¿no hicieron otras tantas los juglares egipcios que en la plaza pública pedían el óbolo de las gentes?”.
Por otra parte, la acusación levantada contra Pitágoras de que era varón de grave palabra con propósito de “pescar hombres”, puede también recaer sobre Jesús si consideramos aquel pasaje que dice:

Venid en pos de mí y haré que vosotros seais pescadores de hombres (1).

No se vea en todo esto ni la más leve ofensa a los sentimientos religiosos, siempre respetables cuando sinceros, de quienes creen en la divinidad de Jesucristo, pues aunque por nuestra parte no le adoremos como Dios, le veneramos como hombre, y de este modo estamos seguros de tributarle mayor honra que si le reconociéramos la misma individualidad del supremio Dios y creyésemos que vino al mundo a representar el desairado papel que el fanatismo piadoso le señala, pues si bien se mira, la supuesta misión que trajo no ha tenido los resultados correspondientes a su dignidad, ya que al cabo de veinte siglos no forman los cristianos ni la quinta parte de la total población del globo ni es fácil que en el porvenir se propague a mayor número de gentes. Nuestro exclusivo ideal es la justicia estricta sin preferencias por determinada personalidad. nUestras reconvenciones van dirigidas a los que sin creer en Jesús ni en Pitágoras ni en Apolonio mueven los labios en oraciones que no nacen del corazón; a los que hablan del “Salvador” y de “Nuestro Señor” como si tuvieran más fe en el Cristo teológico que en el fabuloso Fo de la China.

IMPUTACIONES DE ATEÍSMO

Antiguamente no había ateos, incrédulos ni materialistas en el moderno concepto de estas denominaciones, así como tampoco había mojigatos de lengua detractora. Mala prueba de buen sentido crítico daría quien juzgase a algunos filósofos antiguos por el matiz aparentemente ateo de ciertas frases cuyo significado interno es preciso desentrañar para estimarlas en su verdadero valor. Así, por ejemplo, la doctrina de Pirro, que los comentadores superficiales diputan por inconcusamente racionalista, ha de interpretarse en cotejo y comparación con la primitiva filosofía índica que, desde Manú hasta el último esvabavica, tuvo por principal característica la afirmación de la realidad del espíritu prevaleciente contra el mundo objetivo de mudables, ilusorias y perecederas formas. Las numerosas escuelas fundadas por Kapila enseñaron las mismas doctrinas que más tarde había de exponer Timón, a quien Sexto Empírico llama el precursor de Pirro. Las ideas de este filósofo acerca del divino reposo del espíritu, la firmeza con que mantenía sus opiniones frente a las ajenas y su aversión al sofisma, denotan que estudió detenidamente a los gimnósofos y vaibasicas de la India. No es posible calificar de ateos a Pirro y sus discípulos por el solo hecho de que resumieron todas sus especulaciones en los puntos suspensivos de la perplejidad y la duda (2), como tampoco es justo tachar de ateos a filósofos como Vedavyasa (3), Kapila, Giordano Bruno y Spinoza. Estas enseñanzas filosóficas predominaban entre los pensadores del mundo precristiano, y a despecho de la enemiga concitada contra ellas por los dogmatizantes y de las deplorables tergiversaciones de mal intencionados expositores, todavía son la piedra angular de todas las religiones excepto el cristianismo (4).
La teología comparada es arma de dos filos. Por una parte, los apologistas del cristianismo dogmático, sin hacer caso de las pruebas en contrario, acusan de politeísta al induísmo y de ateo al budismo, en tanto que reservan exclusivamente para el cristianismo la creencia en un solo y único Dios omnipotente, de bondad infinita, representado en Jehovah, cuyos profetas son para los católicos el romano pontífice y para los protestantes Martín Lutero. Mas si miramos el arma por el otro filo, veremos que, no obstante las predicaciones de los misioneros y la influencia que en Oriente ejerció el cristianismo por las guerras y el comercio, nada descubren los llamados “idólatras y paganos” en las enseñanzas de Jesús, a pesar de lo sublime de algunas de ellas, que no les hayan dicho ya las de Krishna y Gautama. Así es que para mejor prosperar en su apostolado y mantener fieles a los pocos convertidos, no tienen los misioneros otro remedio que vestirse a la usanza de los sacerdotes del país y practicar los mismo ritos y ceremonias que tanto denigran en los indígenas.

ARTIMAÑAS DE LOS MISIONEROS

Según ya dijimos en otro lugar, los misioneros católicos de Siam y Birmania han adoptado el aspecto de los talapines, aunque no imitan sus virtudes. En la India meridional fueron acusados de superchería por su propio colega el abate Dubois (5), y aunque hubo quien le desmintió después, hay otros testimonios de la acusación, entre ellos el capitán O’Grady, quien dice a este propósito:

Los misioneros toman fingidas apariencias de mendicantes y simulan sentir repugnancia por los manjares de carne y bebidas espirituosas para predisponer a su favor al vulgo induísta... Pero un misionero a quien convidé, o mejor dicho que se convidó a comer en mi casa repetidas veces, no hizo remilgos a las lonjas de carne asada ni se abstuvo de beber copiosamente (6).

El mismo autor habla de los “Cristos de rostro negro”, de “Vírgenes con ruedas” y de las procesiones según el ritual romano, que “más tienen de diabólico que religioso”. Por nuestra parte hemos visto estas procesiones, que acompañadas de orquestas cingalesas con mucho bombo y platillos, resultaban por la variedad de colores y lo pintoresco de los trajes y lo aparatoso de la escena, mucho más solemnes y grandiosas que las saturnales cristianas. Los misioneros, con sus prelados al frente, aprovechan estas procesiones para recoger limosnas destinadas al dinero de San Pedro (7) y lucrar con el remedo de los brahmanes y bonzos. Entre los adoradores de Krishna y Cristo y los de Avany y María no hay tanta diferencia como entre vishnuístas y sivitas, pues para los conversos es Cristo el mismo Krishna con leves modificaciones (8). Tan serviles son los misioneros en la copia y tanto cuidado ponen en no lastimar las costumbres del país, que mantienen, aun entre los conversos, la distinción de castas, hasta el punto de que los de inferior no pueden entrar en las iglesias a que asisten los de superior (9).
Pocos escritores hay cuya valerosa sinceridad, de que tan hermoso ejemplo nos da Inman, les lleve a coincidir con éste en que tanto el induísmo como el budismo son filosóficamente superiores al cristianismo teológico, sin que nadie tenga fundado motivo de tildar al primero de fetichista y al segundo de ateo. Sobre el particular dice Inman:

A mi entender es de todo punto gratuita la afirmación de que Sakya no creía en Dios. Por el contrario, todo su sistema filosófico descansa en la creencia de que hay entidades superiores con potestad para castigar las culpas de los hombres, y aunque no le llamara Elohim ni Jah ni Jehovah ni Jahveh ni Adonai ni Ehieh ni Baalim ni Ashtoreth, creía en la existencia del Ser supremo (10).

El budismo cuenta con cuatro escuelas teológicas, una de ellas panteísta y las otras tres francamente monoteístas. Los investigadores modernos sólo tratan de la primera, y en cuanto a las otras tres, difieren únicamente en las externas modalidades de exposición.
Oigamos lo que un racionalista escéptico dice sobre el tantas veces comentado concepto del nirvana:

En las puertas de las pagodas interrogué a centenares de budistas, y todos sin excepción me respondieron que por medio de la austeridad de vida esperaban alcanzar la inmortalidad. Ninguno habló de la aniquilación final. Hay más de trescientos millones de budistas que ayunan, oran y se sujetan a toda clase de privaciones. Verdaderamente estarían locos o fueran imbéciles si tal hiciesen convencidos de antemano de que al fin había de aniquilarse su ser (11).

También por nuestra parte hemos inquirido entre induístas y budistas el verdadero espíritu de la filosofía oriental, y nos hemos convencido de que el concepto del apavarga es del todo opuesto al de aniquilación, pues entraña la identidad final con Dios, de cuya increada luz es refulgente chispa el espíritu del hombre. Todo budista, por ignorante que sea, alienta la esperanza de no perder jamás su individualidad, pues, como decía muy bien un amigo nuestro, si así no fuese parecería la vida terrena un divertido sainete para Dios y una mortal tragedia para el hombre.

RITO FUNERARIO DE LOS VEDAS

Otro tanto cabe decir de la doctrina de la metempsícosis, deplorablemente tergiversada por los orientalistas europeos; pero según vayan adelantando las investigaciones, se descubrirán nuevas bellezas metafísicas en las antiguas religiones.
Whitney (12) ha puesto de relieve en su traducción de los Vedas la mucha importancia que el rito funerario de los induístas concedía a los cadáveres de sus fieles, según denotan los siguientes pasajes de los himnos fúnebres:

¡Levántate y anda! Reúne todos los miembros de tu cuerpo (13) y no los dejes en abandono.
Partió tu espíritu. Síguele ahora. Doquiera te deleite él, ve allí.
Reúne todos tus miembros y con auxilio de los ritos yo te los modelaré.
Si Agni olvidó algún miembro al enviarte desde aquí al mundo de tus padres, yo te lo daré de nuevo para que con todos tus miembros te regocijes en el cielo entre tus padres (14).

La creencia en la inmortalidad del alma está expuesta en este otro pasaje del ritual funerario:

Los que permanecen estacionados en la esfera de la tierra; los que moran en los reinos de la dicha; los padres que por mansión tienen la tierra, la atmósfera y los cielos. Antecielo se llama el tercer cielo donde está el solio de los padres (15).

Visto el alto concepto que de Dios y de la inmortalidad del alma tiene el induísmo, no es extraño que resulten victoriosos los Vedas y el Código de Manú de su comparación con el mezquino e inespiritual Pentateuco, en cuyo texto no descubren los investigadores exotéricos prueba alguna de que los judíos creyeran en la eterna vida del espíritu ni que Moisés les enseñara esta doctrina. Sin embargo, algunos orientalistas eminentes apuntan la sospecha de que la letra muerta del Pentateuco encubre el vivificante significado. Así dice Whitney:

A medida que nos fijamos más detenidamente en los formulismos del moderno ritual induísta, aparece más definida la correspondencia entre la doctrina y la observancia, de suerte que no es posible explicar una sin la otra... Preciso es reconocer o que la India copió su ritual de algún otro pueblo y lo ha seguido practicando ciegamente sin darse cuenta de su verdadero significado, o que dicho ritual expresó desde un principio una antiquísima doctrina, y al degenerar ésta siguió incorporado a las tradiciones religiosas del pueblo (16).

Pero no se ha perdido esta antiquísima doctrina que los iniciados comprenden hoy tan filosóficamente como los de diez mil años atrás, aunque no han de esperar los científicos que se les revele a la primera intimación ni tampoco ha de serles posible descubrirla en el exotérico ritual de las religiones cultuales.
Los teólogos induístas y budistas no negarán en redondo el misterio de la Encarnación; pero en vez de entenderlo según el dogma cristiano, lo explicarán de conformidad con sus enseñanzas religiosas, cuya piedra angular es precisamente la creencia en los avatares o encarnaciones periódicas de la Divinidad, cada vez que el género humano se pervierte de modo que necesita el auxilio de una poderosa Entidad descendida a la terrena forma que elige por morada. El “Mensajero del Altísimo” se une a la dualidad cuerpo-alma y constituye la trina individualidad del Salvador que encamina al género humano por el sendero de la verdad y de la virtud.
Esta misma creencia predominó entre los primitivos cristianos cuya mente estaba embebida en las doctrinas religiosas de Oriente, pues de otro modo no hubieran definido en dogma de fe el segundo advenimiento de Cristo ni hubiesen forjado la fábula del Anticristo como astuta precaución contra las encarnaciones venideras. No se percataron los teólogos cristianos de que Melquisedek fue un avatar de Cristo ni advirtieron que Krishna le dice a Arjuna:

Cuando quiera que la rectitud desmaya, ¡oh Bhârata!, y cobra bríos la iniquidad, entonces renazco para proteger a los buenos, confundir a los malos y restaurar firmemente la justicia. De edad en edad renazco Yo con este intento (17).

LOS INSTRUCTORES DEL MUNDO

No es posible desdeñar la doctrina de los avatares al ver que de tiempo en tiempo han aparecido en el mundo personajes tan extraordinarios como Krishna, Sakya y Jesús, que fueron seres reales divinizados por sus adoradores con arreglo al sistema religioso de su respectiva época.
El redentor indo precede de algunos miles de años al redentor cristiano, y entre ambos se interpone Gautama, que por una parte es reflejo de Krishna y por otra ilumina la lejana figura de Jesús en que encarna el Cristo histórico. La misma leyenda ha engalanado con su poético ropaje a tres figuras de humana realidad, divinizadas por el instinto popular que presintió en ellas el místico carácter de su individualidad. Vox populi, vox Dei fue verdadero aforismo en otros tiempos, por falible que nos parezca en una época como la nuestra en que la plebe está dominada por el clero.
Kapila, Orfeo, Pitágoras, Platón, Bas-ilides, Marciano, Amonio y Plotino fundaron escuelas donde germinó la semilla de altos pensamientos y al desaparecer del mundo dejaron tras sí la refulgente estela de los semidioses; pero Krishna, Gautama y Jesús aparecieron en su respectiva época como verdaderos dioses y legaron a la humanidad tres religiones fundadas sobre la indestructible roca del tiempo. Ninguna culpa les cabe a estos tres nobilísimos reformadores que el fanatismo adulterara posteriormente sus enseñanzas, y más aún la cristiana, que está casi desconocida en nuestra época. La culpa recae en los clérigos que se titulan cultivadores de la viña del Señor. Si de los tres sistemas religiosos eliminamos la escoria de los humanos dogmas, hallaremos en los tres identidad de esencia. Aun el mismo San pablo, el honrado y sincero apóstol, o se dejó llevar del entusiasmo para torcer algún tanto la doctrina de su Maestro, o se han tergiversado sus escritos hasta el punto de no parecerse apenas al original. El Talmud reconoce los relevantes méritos de San Pablo como filósofo y teólogo, no obstante haber apostado del judaísmo (18), y dice en el Yerushalmi que corrompió la doctrina de aquel hombre (19).
Pero entretanto la ciencia imparcial y las generaciones futuras concilian estas tres grandes religiones, demos una ojeada a su respectivo desenvolvimiento.

LOS TRES SALVADORES

LEYENDA DE LOS TRES SALVADORES

KRISHNA
GAUTAMA
JESÚS

Aunque la ciencia europea no se atreve a computar el nacimiento de Krishna, la cronología induísta lo remonta a unos 5.000 años antes de J. C. Nace Krishna de estirpe real, pero le educan unos pastores que le dan el sobrenombre de Dios Pastor. Temerosos de las iras del rey Kansa, mantienen en secreto el nacimiento y origen de Krishna.
Se le consideró como encarnación de Vishnú, la segunda persona de la Trimurti. Fue adorado en Madura, situada a orillas del Jumna (20). Kansa, tirano de Madura, persigue a Krishna, quien se salva milagrosamente. Con propósito de matar al niño manda el rey degollar a todos los de su misma edad.
La madre de Krishna fue la inmaculada Virgen Devaki (23).
Desde el instante de su nacimiento es Krishna omnisciente, omnipotente y perfectamente bello. Opera milagros, sana a los para- líticos, da vista a los ciegos y expele demonios. Lava los pies a los brahmanes y desciende a los infiernos para libertar a los muertos y asciende al Vaicontha (30).
Es Krishna la encarnación de Vishnú.
Convierte los becerros en niños y los niños en becerros, y aplasta la cabeza de la serpiente (31).
Predica Krishna la unidad de Dios y la inmortalidad del alma. Reconviene al clero por su ambición e hipocresía y divulga los secretos del santuario. Según tradición, pereció Krishna víctima de las iras clericales y le abandonaron todos los discípulos menos Arjuna su predilecto.
Parece que murió clavado en una cruz por una flecha (35). Por fin, asciende a los cielos (swarga) y se convierte en nirguna.
Según los cálculos de la ciencia europea y los cómputos ceilaneses, nació Gautama hace 2.540 años.
Fue hijo de un rey, y eligió sus primeros discípulos entre mendigos y pastores.
Unos le consideran como encarnación de Vishnú, otros como la de uno de los Budas y algunos como la de la Sabiduría suprema (Ad’Buddha).
La leyenda cristiana presenta a Gautama bajo el nombre de San Josafat, hijo del rey de Kapilavastu, que asesinó a multitud de jóvenes cristianos (24).
La madre de Gautama fue Maya o Mayadeva, que no obstante su matrimonio, se mantuvo virgen inmaculada.
Está dotado Gautama de los mismos poderes y cualidades y opera prodigios análogos a los de Krishna. Pasa la vida acompañado de mendicantes. Dicen los budistas que Gautama fue distinto de los demás avatares, pues en estos sólo se infundió parte (ansa) de la Divinidad, al paso que en él se encarnó enteramente el espíritu de Buddha.
Gautama aplasta la cabeza de la serpiente, cuyo culto fetichista abroga en todas partes; pero como Jesús, da a la serpiente el emblema de la sabiduría divina.
Abole la idolatría, divulga los misterios de la unidad de Dios y del nirvana, cuyo verdadero significado tan sólo conocían hasta entonces los sacerdotes. Perseguido por sus enemigos, tuvo que huir del país para librarse de la muerte, y acompañáronle en la huída unos cuantos centenares de creyentes en su misión búdica.
Muere rodeado de sus discípulos, entre quienes está Ananda, el predilecto, primo suyo y cabeza de los demás. En muchas pagodas se le representa sentado sobre un árbol cruciforme (32), el “Árbol de la Vida”. Otras imágenes le representan con una cruz en el pecho, sentado sobre la Naga o reina de la serpiente (36). Gautama alcanza el Nirvana.
Se supone que Jesús nació hace 1.877 años. es de la estirpe real de David. Los pastores le adoran al nacer y se le da el sobrenombre de Buen Pastor (21).
Se mantienen secretos su nacimiento y alcurnia para despistar al tirano Herodes.
Es la encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo (22).
Fugitivos de la persecución de Herodes, tetrarca de Jerusalén, le llevan sus padres por aviso de un ángel a Matarea o Madura de Egipto donde obra sus primeros milagros (25). Con propósito de matarle, ordena Herodes la degollación de los inocentes, cuyo número se calcula
La madre de Jesús fue Mariam o Miriam, que no obstante su matrimonio con José se mantuvo virgen, aunque concibió otros hijos.
Está dotado de las mismas cualidades y poderes que Krishna y Gautama (28).
Frecuenta el trato de publicanos y pecadores y expele demonios (29). Lava los pies a sus discípulos y después de su muerte desciende a los infiernos para sacar a las almas de los santos padres y sube a los cielos.
Aplasta la cabeza de la serpiente (33), transforma a los cabritos en niños y en niños a los cabritos (34).
Acusa Jesús de hipócritas y dogmatizantes a los rabinos, escribas y fariseos. Quebranta el precepto del sábado y trasgrede la letra de la ley mosaica. Divulga los secretos del santuario y los fariseos le acusan de blasfemo. De sus discípulos, Uno le niega, otro le traiciona, y al fin todos le abandonan menos Juan, el predilecto.
Muere en el árbol de la cruz (37) y asciende al Paraíso.

IDENTIDAD DE KRISHNA Y CRISTO

Tal es el esquema biográfico de los fundadores de estas tres religiones que parecen mallas de una misma cadena (38). Si los dogmatistas cristianos no hubiesen pasado más adelante, seguramente que no fueran tan desastrosas las consecuencias, pues no cabía derivar perniciosos sistemas religiosos de las sublimes enseñanzas de Krishna y Gautama; pero transpusieron todo límite y adulteraron la pureza del primitivo cristianismo con las fábulas exotéricas de Hércules, Orfeo y Baco. Así como los musulmanes niegan todo parentesco del Corán con la Biblia, así también los cristianos se resisten a reconocer que casi todo su dogmatismo está tomado de las religiones de la India. Sin embargo, la cronología demuestra evidentemente esta derivación, por más que algunos orientalistas traten inútilmente de atribuir la identidad característica de Krishna y Cristo al relato de los apócrifos Evangelios de la Infancia y de Santo Tomás, que, según dichos críticos, se difundieron copiosamente por la costa de Malabar, dando con ello motivo a que en la figura de Cristo se convirtiese Krishna (39). Sin embargo, lo cierto es que, inversamente, la figura de Krishna precedió a la de Cristo, pues cuando el apóstol Tomás halló en Malabar la creencia en Krishna, tuvo buen cuidado de incorporarla en todo y por todo a la figura de Cristo, y al efecto copió en su Evangelio los rasgos principales del avatar indo, y con ello introdujo la herejía cristiana en el induísmo. Quien conozca el temperamento de los brahmanes repugnará desde luego por ridícula la suposición de que fuesen capaces de copiar símbolo alguno de gentes extranjeras. Sus firmísimas creencias religiosas, que siglo tras siglo resisten el influjo occidental, no les consiente interpolar en sus libros sagrados alegóricos relatos de ajenas religiones.
No nos detendremos a examinar las íntimas analogías entre los rituales budista-lamaico y romano, cuya exposición tan cara le costó al abate Huc, sino que nos contraeremos a cotejar los puntos más importantes. De los textos budistas que de diversos idiomas orientales se han traducido a los europeos, merecen preferente mención el Dhammapada (Sendero de virtud), traducido del pali por el coronel Rogers (40), y la Rueda de la Ley (41), en cuya lectura halló Inman tan sorprendentes analogías, que le determinaron a decir:

Después de cuarenta años de convivencia entre los defensores y los adversarios del cristianismo, declaro con toda sinceridad que los segundos aventajan en virtud y pureza moral a los primeros. Conozco personalmente a muchos y muy piadosos cristianos cuya conducta admiro y me tendría por dichoso en imitar; pero que precisamente merecen esta loa por haber antepuesto a la doctrina de la fe la de las buenas obras... A mi modo de ver, los cristianos más puros que conozco son los budistas reformados, quienes seguramente no han oído hablar nunca de Siddartha (42).

Entre los dogmas y ceremonias de las religiones budistas-lamaica y romana hay cincuenta y un puntos de coincidencia y cuatro de discrepancia (43). Estos últimos son:

1.º Afirman los budistas que no puede ser enseñanza de Gautama cuanto contradiga a la sana razón.
Los católicos romanos admiten cualquier contrasentido que la Iglesia defina dogmáticamente.
2.ª Los budistas no adoran a la madre de Gautama (44).
Los católicos adoran a la madre de Jesús e impetran su protección y auxilio (45).
3.º Los budistas no tienen sacramentos.
Los católicos tienen siete.
4.º Los budistas creen que los pecados no quedan perdonados hasta reparar el mal causado por ellos.
Los católicos creen que la sangre de Cristo basta para lavar las culpas de todos los pecadores que confiesen la fe cristiana (46).

LA RUEDA DE LA LEY

Dice La Rueda de la Ley:

Creen los budistas que todo pensamiento, palabra y obra es causa de un efecto que reaccionará más o menos tarde. el efecto es de la misma naturaleza de la causa, y así toda buena acción producirá un bien y toda mala acción producirá un mal (47).

Tal es la estricta e imparcial justicia de una Potestad suprema que no puede equivocarse ni sentir ira ni compasión, sino que deriva de toda causa sus naturales efectos. Aquellas palabras de Jesús: “Pues con el juicio con que juzgareis seréis juzgados y con la medida con que midiereis os volverán a medir” (48) contrarían tanto en letra como en espíritu la idea de la salvación propia por merecimiento ajeno. La ira y la misericordia son sentimientos finitos e incompatibles por lo tanto con la infinidad de Dios, en quien sólo cabe inflexible justicia distributiva (49). En La Rueda de la Ley explica su sutor el concepto de Dios en el siguiente pasaje:

El budista cree en la existencia de un Dios sublimemente superior a todas las cualidades y atributos humanos, un Dios perfecto que trasciende el amor, el odio y los celos, que reposa tranquilamente en el seno de imperturbable dicha. El budista veneraría a este Dios sin propósito de agradarle ni temor de disgustarle, porque fuera de por sí digno de ser amado. Pero el budista no concibe un Dios con los mismos atributos y cualidades de los hombres; un Dios que siente amor, odio y cólera; un Dios que, según lo pintan los cristianos, musulmanes, judíos e induístas, resulta inferior a los hombres de mediana moralidad (50).

Muy extraños son los conceptos que de Dios y su justicia tienen los cristianos cuya razón está ofuscada por los prejuicios religiosos que el clero les imbuye. La doctrina de la redención es a todas luces ilógica y una de las más perniciosamente desmoralizadoras, sin otro resultado que subyugar más gravemente la conciencia de las gentes.
Según la moral eclesiástica de la Iglesia romana, la sangre derramada por Jesús en su voluntario sacrificio por la salvación del linaje humano tiene la suficiente eficacia para lavar todo pecado por enorme que sea, pues la misericordia de Dios es infinita y siempre dispuesta a abrir las puertas del Paraíso al pecador arrepentido, aunque se arrepienta en el último instante de su vida. Así lo hizo en la cruz el buen ladrón, y así pueden hacerlo según la Iglesia romana otros tan malvados como él.

CRÍTICA DEL PERDÓN

Pero si trasponiendo el estrecho círculo de la fe dogmática consideramos el universo como un todo equilibrado por la perfecta armonía de sus elementos constituyentes, el sano juicio y el más rudimentario sentimiento de justicia chocarán contra la doctrina del perdón de los pecados por merecimiento ajeno. sI el pecador sólo se perjudicase a sí mismo y por medio de un sincero arrepentimiento pudiese borrar su culpa de la memoria de los hombres y de los indelebles anales que ni el mismo Dios lograría torcer, tendría algún viso de justicia la doctrina de la redención; pero es absurdo sostener que quien perjudica a sus semejantes y perturba el equilibrio de la sociedad y el orden natural de las cosas, se conmueva al fin por el miedo, la esperanza o la violencia y alcance el perdón de sus crímenes gracias a los méritos de una sangre que lava las manchas de otra sangre. No es posible evitar las consecuencias de una culpa como se darían por evitadas con el perdón de los pecados (51). Los efectos de una causa trasponen los límites de una misma causa, y por lo tanto las consecuencias de un crimen no se contraen al ofensor y al ofendido, sino que repercuten en el universo entero como la piedra que conmueve toda la masa líquida al caer en un estanque y produce ondas cuyo número y rapidez dependen del tamaño de la piedra; pero aun el más diminuto grano de arena producirá efectos ondulatorios en el agua del estanque. El choque se transmite en todas direcciones, molécula por molécula de la masa líquida, hasta conmoverla toda. Pero no se detiene aquí la acción, sino que se dilata a las capas atmósfericas en contacto con la superficie del agua y se difunde por el espacio. Ha vibrado la materia y nadie es capaz de anular su vibración.
Lo mismo ocurre con las buenas o malas acciones, cuyos efectos perduran en el espacio y en el tiempo por instantánea que haya sido la causa. Cuando sea posible anular en el espacio y en el tiempo los efectos dinámicos de la piedra arrojada en el estanque, entonces y sólo entonces podremos admitir el dogma de la redención tal como lo entiende el clericalismo romano. Es verdaderamente incomprensible que un asesino cuya brutal acometida no dio tiempo a su víctima para arrepentirse ni de invocar a Jesús para que le lavara con su sangre y morir en estado de gracia (y por lo tanto fue causa de que se condenara, según el dogma), reciba poco antes de subir al cadalso los auxilios espirituales y obtenga por ellos el perdón del crimen cometido y con él la felicidad perdurable de los bienaventurados, mientras que su víctima ha de penar eternamente en el infierno (52). A no ser por el crimen no hubiera tenido el asesino ocasión de arrepentirse y salvarse.
Otro ejemplo nos ofrece el crimen de seducción, uno de los más frecuentes y de los que denotan mayor egoísmo y dureza de corazón. La sociedad rechaza de su seno a la víctima, que al verse despreciada busca remedio a su desgracia en el suicidio o, si teme a la muerte, se hunde en el vicio, expuesta a ser madre de criminales (53) que a su vez procreen toda una generación de malvados. ¿Podrá perdonar la divina justicia al causante de tan graves daños sociales y castigará únicamente a los engendros de su lujuria?
En Inglaterra y los Estados Unidos ha ido introduciendo el clero anglicano la confesión auricular, a estilo de la Iglesia romana, fundándose, lo mismo que ésta, en la potestad conferida por Jesús al apóstol San Pedro cuando le dijo:

Y a ti daré las llaves del reino de los cielos. Y todo lo que ligares sobre la tierra, ligado será en los cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en los cielos (54).

Sin embargo, queda invalidada esta alegación al considerar los cinco puntos siguientes:
1.º Que la divinidad de Jesucristo no se definió dogmáticamente hasta dos siglos después de la muerte del iniciado Jesús.
2.ª Que en consecuencia no tenía autoridad para conferir a Pedro el poder de perdonar los pecados.
3.º Que la palabra petra (roca) se refería a las verdades reveladas del Petroma y no al discípulo que había de negarle tres veces.
4.º Que la sucesión apostólica es una grosera y evidente superchería.
5.º Que el Evangelio llamado de San Mateo es amañada copia de un manuscrito enteramente distinto.
Resulta, por lo tanto, la confesión auricular una violencia que por igual se hace al sacerdote y al penitente. Por otra parte, si los titulados ministros de Dios recibieron la potestad de perdonar los pecados, ¿cómo no recibieron también el don de milagros para reparar los perjuicios resultantes del pecado contra cosas y personas?
Así lo demandarían las más rudimentarias nociones de justicia. Cuando resuciten al asesinado, devuelvan honra y hacienda a quienes por robadora mano las pierden y pongan en el fiel las balanzas de la justicia podremos creer en su potestad de atar y desatar en la tierra; pero hasta ahora sólo le han dado al mundo sofismas propios para alimentar la fe ciega, sin pruebas palpables de la justicia divina. Todos callan; nadie responde a estas objeciones y entretanto la inexorable e infalible ley de ponderación prosigue su camino, prescindiendo de creencias y confesiones religiosas y tratando por igual a paganos y cristianos. nO hay absolución capaz de escudar a estos cuando culpables, ni anatema bastante a confundir a aquéllos cuando inocentes.
Desechemos el insultante concepto que de la justicia divina mantienen los clérigos por su propia autoridad para regocijo de cobardes y criminales, pues contra la legión de doctores y teólogos que lo defienden se levanta con suprema autoridad la eterna ley de armonía y justicia.

SACRIFICIO DE JESÚS

Pero hay además otro argumento igualmente poderoso contra la tergiversada interpretación de la justicia divina. Si los cristianos creen como verdades reveladas las narraciones evangélicas, ¿en qué pasaje aparece que Jesús se ofreciera en voluntario sacrificio? Por el contrario, del texto se infiere que deseaba cumplir su misión y que murió al verse traicionado de modo que no podía llevarla a término. Antes de la entrega rehuía los peligros, haciéndose invisible por medio del mismo poder hipnótico sobre los circunstantes de que goza todo adepto oriental; pero cuando vio llegada su hora, sometióse a la ineludible ley del destino. En el huerto de Getsemaní le ruega al Padre que a ser posible aparte de él aquel cáliz y en su aflicción tremenda suda gotas de sangre. Desfallece en la lucha y ha de bajar del cielo un ángel para confortarle. Por fin dice: “Mas no se haga mi voluntad sino la tuya” (55). Ciertamente que ésta no es la figura de un mártir que de su propia voluntad se entrega al sacrificio.
Análogamente a este episodio de la vida de Cristo se nos ofrece en la de Krishna aquel otro en que clavado en un árbol por la flecha de un cazador, le responde a éste que implora perdón:

-Ve, ¡oh cazador!, por mediación mía a los cielos donde moran los dioses.- Y unido Krishna con su puro, imperecedero y nonato espíritu, idéntico al de Vasudeva, desechó su cuerpo mortal para convertirse en nirguna (56).

¿No se ve aquí el episodio del Calvario, cuando Cristo perdona al buen ladrón y le promete un lugar en el paraíso?
Sobre esto dice Lundy:

Semejantes ejemplos, muy anteriores al cristianismo, demandan que se investigue y compruebe su origen. El concepto de Krishna como pastor es a mi entender una figura profética de Cristo, mucho más antigua que el Evangelio de la infancia y el de San Juan (57).

Analogías como éstas dieron posteriormente pretexto para declarar apócrifas todas las obras que, como las Homilías, demostraban el primitivo origen y verdadero significado de la doctrina de la redención, no definida por autoridad alguna. Las Homilías difieren muy poco de los Evangelios, pero discrepan completamente del dogmatismo teológico.
Nada sabía de la redención el apóstol San Pedro, y su respeto hacia el mítico padre Adán no le hubiera consentido creer que este patriarca pecó y lo maldijo Dios. Las escuelas alejandrinas no conocieron este dogma, ni tampoco habla de él Tertuliano, ni lo discutieron los Padres de la Iglesia. Filo Judeo expone simbólicamente la caída del hombre y Orígenes y San Pablo la consideran como una alegoría (58).
El dogmatismo cristiano toma al pie de la letra el episodio del Paraíso en que la serpiente tienta a Eva.
Sobre esto dice San Agustín:

Por su libérrima voluntad elige Dios a cierto número de humanas criaturas sin tener en cuenta sus acciones y su fe, y las predestina a la salvación o a la condenación eterna (59).

CRUEL DOCTRINA DE CALVINO

También Calvino expone conceptos igualmente abominables acerca de la justicia divina, pues dice sobre el particular:

Corrompido el linaje humano por la caída de Adán, lleva en sí el estigma del pecado original que sólo pueden borrar los méritos de un Salvador encarnado para redimir a la humanidad. Sin embargo, del beneficio de la redención disfrutan únicamente las almas de antemano elegidas y predestinadas, a las que voluntariamente favorece Dios con su gracia, pues los demás hombres están predestinados a eterna condenación por decreto inmutable del plan divino. La justificación se obtiene por la fe, y la fe es un don de Dios.

De lo expuesto inferiremos cuánto y cuánto se ha blasfemado de la justicia divina, pues la propiciatoria eficacia de la sangre no es creencia originariamente cristiana, sino que la encontramos en los más antiguos ritos. Todos los pueblos ofrecían a los dioses sacrificios cruentos de víctimas animales y aun humanas, con la esperanza de aplacar su ira y tenerlos propicios de modo que les librasen de las públicas calamidades. La historia nos ofrece ejemplos de generales griegos y romanos que dieron su vida en sacrificio por la salvación del pueblo. Julio César observó la misma costumbre entre los galos y dice a este propósito:

Se entregan voluntariamente a la muerte, pues creen que los dioses inmortales sólo quedan satisfechos cuando se les ofrece vida por vida.

Los sacerdotes egipcios tenían la siguiente fórmula de invocación sacrificial:

Caiga sobre la cabeza de la víctima todo mal que amenace a los sacrificadores o al pueblo egipcio (60).

Por otra parte, oímos decir a Gautama:

Caigan sobre mí los pecados del mundo para que el mundo sea salvo.

Nadie se atreverá en nuestra época a decir que los egipcios remedaron a los israelitas (61), pues Bunsen, Lepsius y Champollión han demostrado con toda evidencia la mucha mayor antigüedad del pueblo egipcio respecto del hebreo, cuyos ritos religiosos son por lo tanto remedo de los de sus predecesores. El Nuevo Testamento (62) abunda en repeticiones y paráfrasis de El Libro de los muertos, y según las palabras que en boca de Jesús ponen los evangelistas, debió estar familiarizado el fundador del cristianismo con los himnos funerarios de los egipcios (63).
En el “Recinto de las dos verdades” el alma comparece ante Osiris, el “señor de la Verdad”, que está sentado en su trono con la cruz egipcia como emblema de la vida eterna y el cetro o la vara de la justicia (64) en la diestra. El alma invoca anhelosamente al dios y después procede a enumerar todas sus acciones que confirman o recusan los cuarenta y dos jueces en quienes están personificadas las buenas y malas acciones del declarante. Si logra justificarse le confieren los jueces el título de Osiris en significación de su divino origen, y le dicen estas palabras llenas de majestuosa justicia:

Abrid paso al Osiris. Ya veis que está sin mancha. Vivió en la verdad y se alimentó de la verdad. El dios le ha acogido benévolamente según deseaba, porque dio de comer al hambriento y de beber al sediento y vistió al desnudo. Con el sagrado manjar de los dioses alimentó a los espíritus.

OSIRIS Y JESÚS

Análogamente vemos que el Hijo del Hombre (65) sentado en el trono de su gloria juzgará a todas las gentes diciendo:

Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino que os está preparado desde el establecimiento del mundo.
Porque tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de beber...; desnudo y me cubristeis (66).

Para mayor semejanza con Osiris tenemos que San Juan Bautista dice de Jesús:
Su bieldo en su mano está; y limpiará bien su era y recogerá su trigo en el granero... (67).

Las mismas analogías se advierten entre los relatos cristianos y los budistas. Ejemplo de ello tenemos en el siguiente pasaje:

Venid en pos de mí y haré que vosotros seais pescadores de hombres (68).

Este mismo concepto aparece en el símil aplicado por los textos budistas a un convertido “que había quedado preso en el anzuelo de la doctrina como el pez que muerde el cebo y con el sedal lo saca el pescador del agua” (69).
En las pagodas siamesas el futuro buda Maitreya está representado con una red en la mano, mientras que en las tibetanas lleva una especie de lazo. La explicación de la alegoría es como sigue:

Sobre el océano del nacimiento y la muerte esparce el Buddha la flor del Loto de la Buena Ley a manera de cebo puesto en el anzuelo de la devoción que jamás arroja en vano, pues siempre pesca hombres y se los lleva a la otra margen del río donde está el verdadero conocimiento (70).

Si Grabe, Parker y el erudito arzobispo Cave viviesen en estos nuestros tiempos de erudición orientalista a lo Max Müller, de seguro que no se esforzaran en dar autoridad canónica a las Epístolas de Jesucristo y Abgarus, rey de Edessa. Eusebio, obispo de Cesárea, fue el primero en mencionar estas Epístolas, como si se empeñara en aducir pruebas de las extravagantes fantasías de los dogmatistas. No sabemos si Eusebio conocía los idiomas cingalés, pahlavi, tibetano y otros; pero cierto es que de los textos budistas transcribió las Epístolas de Jesús y Abgarus con la leyenda del milagroso lienzo que reprodujo la faz de Cristo por la impresión del sudor. El mismo eusebio declara (71) que en los archivos de la ciudad de Edessa, donde reinaba Abgarus, encontró una Epístola de este rey escrita en siriaco. Recordemos sobre ello las palabras de Babrias:

El mito, ¡oh hijo del rey Alejandro!, es una antigua invención de los sirios que vivieron en otro tiempo bajo el dominio de Nino y Belo.

Edessa fue una de las ciudades sagradas de la antigüedad, que todavía tienen en mucha veneración los árabes, pues en ella se habla el idioma árabe en toda su pureza y la llaman Orfa. Antiguamente llevó el nombre de Arpha-Kasda (Arfajad) y fue sede de un colegio de magos, cuyo misionero, llamado Orfeo, introdujo en Tracia los misterios báquicos. Allí encontró Eusebio las narraciones que le sirvieron para entresacar la leyenda de Abgarus y del retrato que de Tathâgâta (72) habí obtenido en el lienzo el rey Bimbis*ara (73).
Análogamente, el gnóstico autor del cuarto Evangelio plagió la leyenda budista, según la cual, Ananda, el discípulo favorito de Gautama, encontró junto a un pozo a una mujer matangha, quien le responde al monje diciendo que era de casta inferior y ningún trato podía tener con él, a lo cual replica el discípulo:

No te pregunto, ¡oh hermana mía!, por tu casta y parentela. Tan sólo te pido si puedes darme agua.

Conmovida la mujer por estas palabras se deshace en lágrimas, y arrepentida de su licenciosa conducta se convierte a la religión budista y viste el hábito monacal de los mendicantes de Gautama.

EPISODIO DE LA SAMARITANA

Este episodio se ve reproducido en la escena de Jesús y la Samaritana junto al pozo (74) de donde esta mujer iba a sacar agua cuando el Maestro le pidió de beber. Las circunstancias del relato budista sirvieron a los autores cristianos para forjar las figuras de María Magdalena y otras santas y mártires del cristianismo.
Otra analogía advertimos en los siguientes pasajes:

Y todo el que diere a beber a uno de aquellos pequeñitos un vaso de agua fría tan solamente en nombre de discípulo, en verdad os digo que no perderá su galardón (75).
Quien con puro corazón ofrezca tan sólo un vaso de agua a la asamblea espiritual o apague la sed del pobre o de un animal silvestre, mantendrá durante muchas épocas el merecimiento de su acción (76).

Al nacer Gautama refiere la leyenda que hubo en el mundo treinta y dos millares de maravillas. Detuvieron las nubes su marcha y los ríos su curso; no florecieron las plantas; enmudecieron de asombro las aves; la Naturaleza toda quedó suspensa de admiración. Una luz celestial iluminó los espacios; los brutos apartaron su boca del sustento; los ciegos recobraron la vista y los mudos el habla y los lisiados el movimiento (77).
Análogamente dice un texto cristiano con relación al nacimiento de Jesús:

En el instante de la Natividad miró José al cielo y vio que las nubes suspendían su marcha y las aves detenían su vuelo y los cabritos que a orilla del río tocaban con la boca el agua sin beberla... Y vio los rebaños dispersos y, sin embargo, la oveja estaba allí...
Una refulgente nube se posó encima de la cueva iluminándola con tan viva claridad que ofuscaba la vista... Sanó Salomé de la mano que seca tenía... Los ciegos volvieron a ver y hablaron los mudos y anduvieron los lisiados (78).

Refieren los biógrafos de Gautama que en la escuela despuntó entre todos sus condiscípulos por su facilidad en aprender no sólo la lectura y la escritura sino también las matemáticas, metafísica y astronomía, de la propia suerte que venció en el pugilato y el manejo del arco. Fue tal su sabiduría que enseñó a sus propios maestros sesenta y cuatro distintas clases de escritura hasta entonces desconocidas (79). Mucha semejanza ofrece con este relato lo que los libros cristianos cuentan de la infancia de Jesús, diciendo:

Y doce años tenía Jesús cuando un muy principal rabino le preguntó si había leído libros, y un astrónomo si había estudiado astronomía. Y el señor Jesús les respondió explicándoles cosas que la razón humana no descubrió jamás, acerca de las esferas celestes y de la física y la metafísica y de la constitución del cuerpo humano y de la manera como el alma actúa en el cuerpo. Y a todo esto quedó tan sorprendido el rabino, que no pudo por menos de exclamar: Creo que este niño nació antes que Noé. Sabe más que todos los maestros (80).

Los preceptos de Hillel, que murió cuarenta años antes de nacer Jesús, están reproducidos en el Sermón de la Montaña, y esto corrobora la aseveración de que nada dijo Jesús que antes no hubiesen dicho otros maestros. El Sermón de la Montaña contiene preceptos budistas aceptados por los esenios, órficos, neoplatónicos y filohelénicos que, como Apolonio, vivían ascéticamente. Predica Jesús el desprecio de las riquezas terrenas, el amor al prójimo, la castidad, la resignación, la confianza en el Padre que ha de proveer a las necesidades del mañana (81). Promete la bienaventuranza a los pobres de espíritu, a los mansos, a los que han hambre y sed de justicia, a los misericordiosos y pacíficos, y como Gautama, representa a los ricos y soberbios la dificultad de entrar en el reino de los cielos.
Todo su Sermón es un eco de los preceptos del monaquismo budista (82). Para conocer al Jesús histórico es preciso prescindir completamente del Cristo mítico y considerar lo que de la humana figura del Maestro nazareno dice el Evangelio de San Mateo. En el Sermón de la Montaña encontramos resumidas sus enseñanzas, opiniones e ideales religiosos.

FRACASO DE LOS MISIONEROS

Por esta razón fracasan los misioneros en su intento de convertir a los induístas y budistas, quienes ven que las excelencias de la nueva religión ofrecida a su sentimiento, se contraen a especulaciones teóricas, mientras que, según su nativa fe, es indispensable corroborar con obras las palabras. Los misioneros cristianos no aciertan a comprender el espíritu de una religión basada en la doctrina de las emanaciones, tan contradictoria de la teología occidental; pero la lógica de los metafísicos budistas es tan rigurosa e inflexible que deja sin réplica a eruditos de la talla de Gutzlaff (83) y Judson, famoso misionero de la secta de los bautistas, quien confiesa el mucho embarazo en que se vio para redargüir a los teólogos budistas, de entre los cuales cita a uno llamado Uyan, y dice de él que su poderosa inteligencia abarcaba las más difíciles cuestiones y su palabra era suave como el aceite, dulce como la miel y aguda como filo de navaja, de suerte que no había medio de resistir a su poderosa dialéctica. Sin embargo, parece que más tarde advirtió el misionero Judson que no había comprendido rectamente la doctrina budista, pues confiesa que el ateísmo sospechado en ella es en último término un refinamiento conceptuoso de las Escrituras budistas, y advierte que en este sistema religioso, además del estado búdico, por cuya virtud pueden superar a las divinidades subalternas los hombres que lo alcanzan, hay también vislumbres de una suprema Divinidad, alma del mundo, anterior y superior a todos los budas (84).
De la propia suerte, los tan calumniados chinos creen en un solo y único Dios, supremo gobernador de los cielos, a quien llaman Yuh-Hwang-Shang-ti, cuyo nombre está grabado, sin otro alguno, en la tabla de oro del altar celeste en el grandioso templo T’Iantan, de Pekín. Sobre el particular dice Yule:

Según refiere el cronista de la embajada musulmana que el sha Rukh envió a China por los años 1421 de J. C., el soberano del celeste imperio se retira en algunas solemnes festividades a un altar del templo principal que no tiene ídolo ninguno, y allí adora al Dios del cielo.

Respecto del sabeísmo, que muchos asiriólogos tienen por idolatría, dice Chwolsohn que el erudito árabe Shahrastani decía ya en su tiempo:

Dios es demasiado grande y sublime para ocuparse direcamente en el gobierno de nuestro mundo, y por lo tanto ha delegado su potestad en los dioses, aunque reservándose los asuntos de capital importancia. Además, el hombre es muy insignificante para relacionarse directamente con el Altísimo, y así ha de elevar sus plegarias y ofrecer sus sacrificios a las divinidades subalternas a quienes Dios confió el gobierno de este mundo (86).

El misionero portugués P. Buri, que estuvo en Cochinchina en el siglo XVI, se lamenta de que todos los ritos, ceremonias, vestiduras, símbolos y ornamentos de la Iglesia romana hayan sido “remedados por el demonio” en aquel país. Cuando el misionero exhortó a los indígenas a que abandonaran el culto de los ídolos, le respondieron diciendo que eran imágenes representativas de hombres eminentes en virtud de sabiduría a quienes tributaban el mismo culto que los católicos a sus mártires y confesores (87), y aun así sólo les rendía esta veneración el ánimo del vulgo, pues la filosofía religiosa del budismo no admite ídolos ni fetiches. La robusta y potente vitalidad de esta filosofía dimana de su metafísico concepto del Yo humano, de la espiritual individualidad, no de la física y terrena, por donde serpentea el cauce del río nirvánico cuyo flujo conduce a la suprema felicidad. Las doctrinas budistas exhortan al hombre a imitar prácticamente el ejemplo de Gautama, y señalan especial importancia a las cualidades espirituales cuya educción es necesaria para operar milagros (meipos) en esta vida y conseguir ulteriormente el estado nirvánico.pero volvamos a tratar de las míticas analogías entre Krishna, Gautama y Cristo.

EL MISTERIO DE LA ANUNCIACIÓN

Las narraciones budistas nos dicen que Santusita (el Boddhisat) se le apareció a Mahâmâyâ, refulgente como nube en plenilunio, con un loto blanco en la mano. Venía del Norte, y anunció a la reina Mahâmâyâ el nacimiento de su hijo que del devaloka descendió a sus entrañas en el mundo de los hombres, en cuanto el ángel dio tres vueltas en torno del lecho de la reina (88). La analogía de este episodio con el de la aparición del arcángel Gabriel a la Virgen María para anunciarle la encarnación del Hijo de Dios en su seno, se advierte más claramente en las iluminaciones de los salterios medioevales (89).
Los anales budistas en idioma pali, y otros textos de esta religión, dicen que Mahâmâyâ (90) y cuantos la asistían estaban favorecidos con el don de ver la gestación del niño Bodhisatva en el seno materno, desde donde ya difundía sobre la humanidad el argentino resplandor de su futura misericordia (91).
Asimismo aparece en las narraciones budistas el episodio de la Visitación. Dicen los anales palis que estando Mahâmâyâ encinta de Gautama, fue a visitar a una prima suya (92) que estaba encinta de Ananda, el que después fue discípulo predilecto de Buda. Según el relato, los frutos de ambos vientres saltaron de gozo en los senos de sus respectivas madres cuando éstas se saludaron, y lo mismo se lee en los Evnagelios, según nos muestra el siguiente pasaje:

Y cuando Elisabeth oyó la salutación de María, la criatura dio saltos en su vientre (93).

ADVENIMIENTOS DE KRISHNA Y CRISTO

Comparemos ahora los pasajes de las Escrituras cristianas en que se profetiza la venida de Cristo con las profecías que referentes al advenimiento de Krishna encontramos en las ramatsariarianas tradiciones del Athârva, los Vedangas y Vedantas (94). Para la mejor comprensión de los textos, los cotejaremos sinópticamente:


TEXTO INDUÍSTA
TEXTO CRISTIANO

1. El Redentor vendrá coronado de luz, y el purísimo fluído que brote de su poderosa alma disipará las tinieblas (Atharva).
1. Pueblo que estaba sentado en tinieblas vio una gran luz (San Mateo, IV. 16)
El pueblo que andaba en tinieblas vio una grande luz (Isaías, IX, 2).
2. En los comienzos del Kali-yuga nacerá el hijo de la Virgen (Vedanta).
... He aquí que concebirá una Virgen y parirá un Hijo... (Isaías, VII, 14).
He aquí, la Virgen concebirá y parirá hijo... (San Mateo, I, 23).
3. Vendrá el Redentor, y los malditos rakhasas irán a refugiarse en lo más profundo del averno (Atharva).
3. He aquí que Jesús de Nazareth con el glorioso resplandor de su divinidad ahuyentó a las Potestades tenebrosas (Evangelio de Nicodemo).
4. Vendrá Él, y la vida desafiará a la muerte, porque Él reavivará la sangre de todos los cuerpos y purificará las almas.
4. Y yo les doy vida eterna y no perecerán jamás (San Juan, X, 28).
5. Vendrá Él, y todos los seres animados, flores, plantas, hombres, mujeres, niños, esclavos, entonarán cánticos de alegría, porque Él es el Señor de todas las criaturas, es poder, sabiduría, belleza. Él lo es todo y está en todo (Atharva).
5. Regocíjate mucho, ¡oh hija de Sión!; canta, ¡oh hija de Jerusalén! Mira que tu Rey vendrá a ti justo y salvador...
Porque ¿cuál es el bien de Él y cuál es su hermosura, sino el trigo de los escogidos y el vino que engendra vírgenes? (Zacarías, IX, 9 y 17).
6. Vendrá Él. Es más dulce que mieles y ambrosía, más puro que cordero sin mancha (Atharva).
6. Y mirando a Jesús que pasaba dijo: He aquí el Cordero de Dios (San Juan, I, 36).
Él se ofreció porque Él mismo lo quiso y no abrió su boca. Como oveja será llevado al matadero, y como cordero, delante del que lo trasquila enmudecerá... (Isaías, 53, 7).
7. Feliz el bendito seno que lo ha de llevar (Atharva).
7. Bendita tú entre las mujeres. Bienaventurado el vientre que te trajo (San Lucas, I, 28; XI, 27).
8. Y Dios manifestará su gloria y resplandecerá su poder y se reconcilará con sus cristuras (Atharva).
8. Y la Vida fue manifestada (I Epístola de San Juan, I, 2).
Porque ciertamente Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo (San Pablo: II, Corintios, V, 19).
9. El rayo del esplendor divino recibirá forma humana en el seno de una virgen que parirá sin mancilla (Vedangas).
9. Lo que no sucedió jamás, una virgen parirá un hijo, parirá al Señor sin que contacto impuro la Mancille (Evangelio de María, III).

Por mucho que se exagere o no se exagere la antigüedad de los Vedas, siempre resultarán estas profecías anteriores al cristianismo con su cumplimiento en Krishna, que precedió a Cristo.
Una de las obras mejor documentadas sobre el particular es el Cristianismo monumental, de Lundy, cuya asombrosa erudición se ha valido de las esculturas de los templos, de monumentos antiquísimos, de inscripciones y otros testimonios infalibles que, salvados de la piqueta iconoclasta, del cañón de los fanáticos y de los estragos del tiempo, aseveran la precedencia de los más insignificantes símbolos cristianos en las religiones de Krishna, Buda y Osiris. Nos muestra Lundy a Krishna y Apolo en alegórica figura del Buen Pastor. A Krishna con el cruciforme chank, con el chakra, y crucificado en el espacio (95). Esta figura, tomada por Lundy del Panteón indo de Moor, no puede por menos de poner en perplejidad a los arqueólogos cristianos por su asombroso parecido con los crucifijos del arte iconográfico, pues no falta en ella ni el más leve rasgo característico, según la describe el mismo Moor en este pasaje:

Aunque esta imagen se parece muchísimo a un crucifijo cristiano, opino que es anterior al cristianismo. El trazado, la actitud, los estigmas de los clavos en manos y pies indican origen cristiano, mientras que la coronilla parthiana de siete puntas, los rayos de gloria en la parte superior y la falta del leño y del inri señalan al parecer origen distinto. ¿Será acaso la figura del hombre-víctima o el sacerdote-víctima que, según la mitología inda, se ofreció en sacrificio antes que los mundos existiesen? ¿Será la figura del segundo Dios de Platón que se imprimió en el universo con los brazos en cruz (96)? ¿O será la del hombre divino que quiso someterse al tormento de azotes, cadenas y muerte en cruz?

Para nosotros es todo esto y mucho más, porque la arcaica filosofía religiosa fue universal.

KRISHNA CRUCIFICADO

Pero aunque Lundy contradice a Moor y sostiene que la figura en cuestión es la de Wittoba, uno de los avatares de Vishnú, resulta ser la de Krishna y por lo tanto anterior al cristianismo. Incurre Lundy en notoria contradicción al afirmar, por una parte, que la figura no tiene relación alguna con Cristo y creer, por otra que equivale a una profecía del Cristo. Dice Lundy en apoyo de su opinión:

En el crucifijo cristiano la aureola surge siempre de la cabeza, y en la figura induísta nace de arriba, exteriormente a la cabeza de la imagen. De esto se inferiría que el Wittoba sería el Krishna crucificado, el dios pastor de Mathura, el Salvador, el Señor de la Alianza de cielos y tierra, en quien se unifican la pureza y la impureza, la luz y las tinieblas, el bien y el mal, la paz y la guerra, la mansedumbre y la ira, el sosiego y la turbulencia, la misericordia y la justicia. Sería un Dios entreverado de hombre, pero no el Cristo del evangelio.

Sin embargo, la descripción de Lundy lo mismo debiera convenir a Jesús que a Krishna, pues también fue hombre por parte de madre, aunque se le suponga Dios por generación; y pruebas de su entreverada naturaleza tenemos en que maldice a la higuera y unas veces predica la paz y otras la guerra. Desde luego que el Wittoba publicado por Moor no representó jamás a Jesús de Nazareth, sino que, como el citado autor declara de acuerdo con las Escrituras induístas, es la imagen de Brahmâ en el carácter de sacerdote-víctima que asume su hijo Krishna al morir en la tierra por la salvación del linaje humano, cumpliendo de esta suerte el solemne sacrificio del Sarvameda; pero con todo, la significación de Krishna es idéntica a la de Jesús, porque ambos se identificaron con su Chrestos.
De cuanto llevamos dicho se concluye que o hemos de admitir las encarnaciones periódicas de espíritus superiores y entidades poderosas o hemos de repudiar la génesis del cristianismo como la mayor impostura y el más desahogado plagio que vieron los siglos.
En cuanto a la cronología bíblica, cuyo cómputo se atribuye nada menos que al Espíritu Santo, únicamente puede aceptarla tal como está expuesta el fanatismo ciego del clericalismo católico (97). Si creyéramos sin otro examen el relato bíblico, resultaría que el año 2298 de la creación del mundo se asentó Jacob con sus hijos, nietos y iservos, hasta setenta personas, en la tierra de Gessén; y que en el año 2513, o sea 215 después, eran ya tan numerosos sus descendientes, que había entre ellos 600.000 hombres útiles para la guerra, sin contar mujeres y niños, pues de contarlos tendríamos una población de dos a tres millones de individuos. Verdaderamente que la biogenesia no conoce ejemplo de tan asombrosa fecundidad más que en los arenques; pero basta la muestra para que los misioneros cristianos no se burlen con razón de los cómputos cronológicos de la India.
Dice Bunsen:

Dichosos, aunque no envidiables, son quienes admiten sin reparo que al frente de más de dos millones de hebreos salió Moisés de Egipto después de haber levantado al pueblo contra el rey en la gloriosa época de la dinastía XVIII, y que más tarde conquistaron la tierra de Canaán al mando de Josué, precisamente cuando los egipcios guerreaban con formidable empuje en aquel mismo país. Los anales de Egipto y asiria, cotejados con la exégesis bíblica, demuestran que el éxodo de los israelitas ocurrió en tiempo de Menephthah, y que Josué no pudo cruzar el Jordán antes de la Pascua de 1280, pues la última campaña de Ramsés III en tierras de Canaán o Palestina, corresponde al año 1281 (98).

Reanudemos ahora nuestros comentarios sobre la personalidad de Gautama, quien jamás escribió (como tampoco Jesús) ni una tilde de sus enseñanzas, por lo que hemos de juzgarlas por el testimonio de sus discípulos en su valor puramente intrínseco. A pesar de la notable semejanza entre las doctrinas de Gautama y Jesús, los expositores de una y otra parten de principios diametralmente opuestos, y en las frecuentes discusiones entre los misioneros cristianos y los teólogos budistas (99) llevan estos siempre la mejor parte por la contundente lógica de su argumentación, aparte de la paciente serenidad con que responde a los insultos e injurias del adversario, cuya conducta desdice de sus predicaciones. El teólogo budista permanece fiel a las enseñanzas de su Maestro, al paso que el misionero cristiano desnaturaliza la doctrina evangélica y suplanta lo que Jesús enseñó con las absurdas y no pocas veces perniciosas interpretaciones de los hombres (100).
Contra los anatemas pontificios y las decisiones absolutas de los concilios, que siempre pospusieron la razón a la fe y la ciencia a la revelación, se levantan humanitarias y benévolas estas palabras de Gautama el Buda:

No creáis una cosa porque muchos hablen de ella ni penséis que esto la pruebe verdadera.
No creáis lo que leyereis porque os digan que lo escribió un sabio, pues aunque así fuere, no sabéis si el sabio revisó el texto que leéis.
No toméis por verdaderas las ideas que fuera de lo vulgar se os ocurran, figurándoos que algún deva o ser maravilloso os las inspira.
No deis por cierto lo dudoso ni por seguro lo conjeturado ni lo sentéis como premisa para inferir conclusiones. Antes de contar el dos, tres y cuatro, fijad bien el uno.
No apoyéis vuestra opinión en la autoridad de vuestros instructores y maestros ni tampoco habéis de obrar tan sólo por imitación y remedo, sino que por vosotros mismos debéis conocer lo que los sabios dicen que es malo y punible, pues si únicamente lo creéis os causará pesares sin ventaja alguna, y en cambio cuando por experiencia lo conozcáis sabréis evitarlo (101).

Oigamos ahora a Roberto Dale Owen que dice:

Más pernicioso es todavía el culto de las palabras que el de las imágenes. La gramatolatría es el peor fetichismo. Hemos llegado a una época en que el verbalismo sofoca la fe... La letra mata (102).

LA TRANSUBSTANCIACIÓN

Estas palabras convienen más que a otro alguno al dogma católico de la transubstanciación apoyado en las siguientes palabras atribuídas a Jesús:

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna (103).

A esto responden los discípulos:

Duro es este razonamiento, ¿y quién lo puede oír? (104).

Y replica Jesús con sabiduría de iniciado:

¿Esto os escandaliza?
El espíritu es el que da vida; la carne nada aprovecha.
Las palabras (remata o expresiones misteriosas) que yo os he dicho, espíritu y vida son (105).

Sobre el dogma de la transubstanciación dice More:

Nos ocupamos con demasiado celo en cosas que nos parecen papistas, y en cambio escatimamos nuestra repugnancia a las que verdaderamente lo son, como por ejemplo aquel burdo, grosero y escandaloso absurdo de la transubstanciación, sin contar las diversas formas de abominable idolatría con sus nefandas supercherías, la deslealtad hacia los legítimos soberanos por mantenerse en supersticioso vasallaje a la tiranía espiritual del papa, y la bárbara y salvaje crueldad contra quienes no son ni tan bobos para creer en semejantes imposturas ni tan hipócritas y falsos que conociendo algo mejor finjan creerlas (106).

En los Misterios el vino era símbolo de Baco (107) y el pan de Ceres (108). El hierofante, antes de la iniciación final ofrecía al candidato el pan y el vino para que de ellos comiera y bebiera en señal de que el espíritu iba a vivificar la materia e infundirse en su cuerpo la sabiduría divina por medio de los conocimientos que se le iban a comunicar. Además, Jesús solía compararse con la vid (109), y al hierofante revelador del petroma se le daba el título de Padre. Así es que cuando Jesús dice: “Bebed, ésta es mi sangre”, se compara con la vid que produce la uva, cuyo zumo es el vino, su sangre, para significar que así como él había sido iniciado por su Padre, deseaba iniciar a otros. Su Padre es labrador, él la vid y sus discípulos los sarmientos; pero como los judíos no entendían la simbólica terminología de los Misterios y por otra parte les prohibía la ley de Moisés derramar sangre, natural era que les sorprendieran las palabras de Jesús al decirles que comieran su carne y bebieran su sangre.

CARÁCTER DE JESÚS

En los Evangelios canónicos hay suficientes indicios de que el inmenso y desinteresado amor de Jesús a la humanidad le movió a divulgar entre las multitudes los conocimientos que se reservaban unos cuantos, y así predica la existencia de un Dios puramente espiritual cuyo templo es el hombre, pues en nosotros vive y nosotros vivimos en Él. Este mismo concepto tenían de Dios los iniciados de la escuela de Hillel y los judíos cabalistas; pero los escribas o doctores de la ley se habían separado de los tanaímes o verdaderos instructores espirituales, para caer en el dogmatismo textual y perseguir por heterodoxos a los cabalistas. De aquí que Jesús truene contra ellos diciendo:

¡Ay de vosotros, doctores de la ley, que os alzasteis con las llaves de la ciencia! Vosotros no entrasteis y habéis prohibido a los que entraban (110).

Muy claro es el sentido de este pasaje. Los doctores de la ley se apoderaron de la clave sin provecho alguno, pues no sabían manejarla para descubrir el verdadero significado oculto en los textos. Ni Renán ni Strauss ni D’Amberley comprendieron rectamente las parábolas de Jesús ni el carácter del insigne iniciado galileo. Para Renán fue Jesús un rabino heterodoxo, el de más simpática y gallarda mentalidad entre todos los rabinos, a quien llama repetidas veces “doctor sublime” (111), sin afiliarle por ello a la escuela de Hillel ni otra alguna, sino que nos lo presenta como un sentimental y entusiasta joven salido de la plebe galilea, cuya imaginación forja en sus parábolas la figura de reyes cubiertos de púrpurra y pedrería como los que intervienen en los cuentos infantiles (112).
En cambio, el Jesús de Amberley es un idealista iconoclasta muy inferior en sutilezas lógicas a sus críticos y comentadores. Renán tiene a Jesús por semimaniático. Amberley lo mira desde el nivel de la aristocracia inglesa, y dice a propósito de la parábola del festín de bodas:

Nadie puede vituperar que una persona caritativa invite a su mesa a los lisiados, mendigos y menesterosos sin distinción de clases. Pero no cabe admitir que esta buena acción haya de ser obligatoria, y conviene en cambio que hagamos precisamente lo que Cristo parece prohibirnos, esto es, convidar a nuestros vecinos y recibir sus convites cuando lo requieran las circunstancias, pues en estos casos las personas cultas no piensan ni por asomo en recompensa alguna por el agasajo que a sus amigos dispensan. Jesús no tuvo en cuenta las prácticas sociales (113).

Esto demostrará por una parte que Jesús no andaba muy al corriente de las leyes reguladoras de la vida mundana en los círculos aristocráticos; pero también demuestra que es muy general la torcida interpretación de sus insinuantes parábolas.
Examinemos ahora otro punto de semejanza entre las doctrinas antiguas y las de Jesús.
El Bhagavad Gitâ (114) es un canto puramente metafísico y ético, de espíritu en cierto modo contrario al de los Vedas o por lo menos a las últimas interpretaciones brahmánicas de estas Escrituras. Sin embargo, no repudian los brahmanes el Bhagavad Gitâ por heterodoxo, sino que lo tienen en grandísima veneración, a pesar de que en él se expone la doctrina de la unidad de Dios en oposición al politeísmo del vulgo.
En caso análogo, la Iglesia cristiana hubiera entregado al fuego cuantos ejemplares hallara de la herética obra; pero los brahmanes se limitan a impedir que caiga en manos profanas, y así la ocultan a la vista de las gentes de toda casta menos la sacerdotal, aunque con ciertas restricciones. Efectivamente, el Bhagavad Gitâ contiene los principales misterios de la religión induísta, como as´´i lo reconocen los mismos budistas, quienes solventan según su particular juicio las dificultades dogmáticas con que al comentarlo tropiezan. De su doctrina moral nos da una muestra el Bhagavad Gitâ en los siguientes pasajes:

Mejor es, en verdad, la sabiduría que la práctica constante. Mejor que la sabiduría es la meditación y mejor que la meditación, la renuncia al fruto de las obras (115).
Yo lo genero todo. Todo de Mí procede. Los sabios que así lo comprenden Me adoran con transportada emoción (116).
Al que renuncia a las obras por el yoga... no le ligan las acciones (117).

Esta doctrina es idéntica a la de Gautama y coincide exactamente con la de Jesús, como se infiere de este pasaje:

No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre (118).

Esto equivale a que la fe por sí sola de nada sirve sin las buenas obras.
Respecto a las enseñanzas del Atharva Veda poco saben los orientalistas europeos, porque ninguno de ellos posee un ejemplar completo, según asegura el abate Dubois al decir:

De esta obra apenas quedan ejemplares, y aun hay quienes creen que han desaparecido todos. Lo cierto es que todavía los hay, pero que los brahmanes los ocultan cuidadosamente con objeto de que nadie sospeche que conocen los misterios mágicos que, según fama, enseña la obra (119).

LA TRANSMISIÓN DE LA VIDA

Hubo candidato del último grado de iniciación que ignoró el modo de transmitirse la vida del hierofante al discípulo (120), de suerte que un adepto de superior categoría, mediante esta transmisión vital, puede vivir indefinidamente (121). Sin embargo, como sucede en la reencarnación de los dalailamas del Tíbet, es preciso emplear ciertos procedimientos alquímicos para mantener el vigor del cuerpo más allá de su ordinaria duración, y aun así no excede la vida corporal de 200 a 240 años, porque se desgasta el vehículo físico y el Ego ha de desecharlo y tomar otro cuerpo joven y sanamente henchido del principio vital.
Entre los orientales menudean, con fundamento o sin él, creencias de índole tanto o más sorprendente que las fantasías de Poe y Hoffmann. Estas creencias están connaturalizadas con el pueblo que les dio vida, y cuidadosamente depuradas de toda superstición se advierte que encierran la universal creencia en las vagabundas entidades astrales llamadas vampiros. El obispo armenio Yeznik, que floreció en el siglo V, cita algunos casos de esta clase en un manuscrito que treinta años atrás se conservaba todavía en la biblioteca del monasterio de Etchmeadzine, en la Armenia rusa, uno de los más antiguos de la cristiandad. En el mismo país subsiste una tradición del tiempo del paganismo, según la cual siempre que muere en el campo de batalla un héroe cuya vida es todavía necesaria en la tierra, los aralez (122) lamen las heridas del caído y soplan en ellas hasta infundirle nueva y vigorosa vida física. Reanímase el cuerpo del guerrero, cierra sus heridas sin dejar cicatriz en ellas, y vuelve a ocupar su puesto en el combate; pero desde entonces hasta el fin de sus días es como templo abandonado, porque el inmortal espíritu no se restituyó al resurrecto cuerpo.
Una vez iniciado el candidato en el profundo misterio de la transfusión de vida, que constituía el postrero y más pavoroso rito de la iniciación sacerdotal perteneciente a la teurgia superior, quedaba su espíritu enteramente libre y no podían dañarle los siete pecados capitales que hubieran querido destrozarle el corazón al atravesar las siete estancias y subir las siete escaleras, porque había cumplido las doce hazañas de la última iniciación, había triunfado de las doce purebas finales (123).
Tan sólo el sumo hierofante conocía el modo de infundir su propia vitalidad en el adepto elegido para sucederle, quien de esta suerte quedaba dotado de doble vida (124).

EL SEGUNDO NACIMIENTO

Dicen los Evangelios:

En verdad te digo que no puede ver el reino de Dios sino aquél que renaciese de nuevo (125).
Lo que nació de la carne, carne es; lo que ha nacido del espíritu, espíritu es (126).

El brahmana Satâpa nos explica esta alegoría diciendo que para conseguir la perfección espiritual ha de pasar el hombre por tres nacimientos: el físico, el religioso (127) y el espiritual (128). No ha de parecernos extraño encontrar en las márgenes del Ganges la interpretación de una enseñanza proclamada en las orillas del Jordán, pues aunque los judíos se asombraran al oír hablar a Jesús del segundo nacimiento, ya se había enseñado esta doctrina tres mil años antes del Profeta galileo, no solamente en la India, sino en todos los países donde se celebraban los sublimes misterios de la vida y la muerte. El arcano de los arcanos, o sea que el espíritu no está entretejido en la carne, tuvo su demostración práctica en los yoguis de la escuela de Kapila, que por haberse emancipado de la esclavitud de los sentidos y de la mente concreta (129) robustecieron su potencia espiritual y volitiva hasta el punto de comunicarse, aun en carne mortal, con los mundos superiores y operar los fenómenos impropiamente llamados milagros (130). Los hombres que en la vida terrena alcanzan el mukti son semidioses, y al desencarnar entran en el nirvana o moksha. Este es su segundo y espiritual nacimiento.
Tan explícitamente como Jesús, enseña Gautama la doctrina del nuevo nacimiento. Deseoso el reformador indo de difundir entre mayor número de gentes las verdades hasta entonces encubiertas en los Misterios, expone claramente su pensamiento, aunque manteniendo en sigilo determinadas enseñanzas. Dice a los que le oyen:

Algunos nacen de nuevo. Los malos van al infierno; los buenos van al cielo; los que están libres de todo deseo mundano entran en el nirvana (131).

En otro pasaje añade Gautama:

Bueno es creer en la futura vida de dicha o de infortunio, porque quien así lo crea amará la virtud y aborrecerá el pecado. pero aunque no hubiese otra vida, la conducta virtuosa es digna de loa y merece el respeto de las gentes. Por el contrario, quienes crean en la aniquilación después de la muerte, se encenagarán en el pecado, porque nada esperan en lo futuro (132).

Dice San Pablo:

Porque donde hay testamento, necesario es que intervenga la muerte del testador.
En donde entró por nosotros Jesús, nuestro precursor, constituido pontífice eternamente según el orden de Melquisedech.
El cual no fue hecho según la ley del mandamiento carnal, sino según la virtud de vida inmortal.
Así también Cristo no se glorificó a sí mismo para hacerse pontífice, sino aquél que le dijo: Tú eres mi hijo, yo hoy te he engendrado (133).

Esto demuestra evidentemente que a Jesús se le consideraba como sumo sacerdote, igual que a Melquisedech (134), y que en el momento de la iniciación por el bautismo de agua se había infundido en su cuerpo el espíritu que le transmutó en Hijo de Dios; pero sin haber nacido físicamente ya Dios ni haber sido engendrado por Dios. Todo candidato se transmutaba en la iniciación final en Hijo de Dios, y así lo demuestra la fórmula de ritual pronunciada por el hierofante Máximo de Éfeso, que inició al emperador Juliano en los misterios mítricos diciéndole:

PROPIEDADES MÁGICAS DE LA SANGRE

Esta sangre lava tus pecados. El Verbo del Altísimo se ha infundido en ti, y su espíritu reposará de hoy más en ti, el de nuevo nacido y ahora engendrado por el supremo Dios... Eres hijo de Mithra.

Análogamente, después del bautismo de Cristo, le dijeron los discípulos: “Eres el Hijo de Dios”. Cuando el apóstol San Pablo echa al fuego la víbora que se le había trabado en la mano sin dañarle con su ponzoña, los melitenses, en cuya presencia obró el prodigio, dijeron que era un dios (135). Por último, los discípulos de Simón el Mago le apellidaban: Hijo de Sios, el Hermoso y el gran poder de Dios.
El concepto de la Divinidad está condicionado en el hombre por sus limitaciones mentales. Cuanto más dilatado sea el campo de su percepción espiritual, tanto más grandioso y sublime será su concepto de Dios, cuya existencia no tiene mejor demostración que el hombre mismo con sus divinos poderes espirituales, potencialmente latentes en quien todavía no los haya educido. Sobre esto dice Wilder:

La sola posibilidad de las facultades taumatúrgicas, prueba su existencia... Por lo general, el crítico incrédulo es mental y espiritualmente inferior a la persona o materia que critica, y por lo tanto, raras veces juzga competentemente. Si hay imposturas, esto mismo demuestra que en alguna parte ha de estar el original auténtico (136).

Acerca de los ocultos efectos del derramamiento de sangre, conviene advertir que las emanaciones de este orgánico tejido líquido proporciona a las entidades astrales el plasma a propósito para materializarse temporáneamente, y por esto se dice que la sangre engendra fantasmas. Oigamos a Eliphas Levi sobre el particular:

La sangre es el plasma primario del fluido universal, la materialización de la luz vital. Su origen es maravilla de maravillas, pues procede de elementos en que no hay ni una gota de ella, y transmutándose incesantemente como universal Proteo, se metamorfosea en carne, huesos, lágrimas y sudor. Puede substraerse a la corrupción y a la muerte, pues aunque se descompone al morir el cuerpo, hay quien sabe magnetizar sus glóbulos de suerte que cobren nueva dia. Si la substancia universal con su doble acción es el gran arcano de la forma, la sangre es el gran arcano de la vida.

Por su parte, dice el filósofo indo Ramatsariar:

La sangre encubre el misterioso secreto de la existencia, pues no hay forma orgánica que pueda vivir sin ella.

Además, el legislador hebreo, en consonancia con la tradición universal, prohibió comer la sangre de las víctimas sacrificiales. Paracelso afirma que los magos negros se valen de los vapores de la sangre para evocar a las entidades astrales que en este elemento encuentran el plasma conveniente para materializarse. Los sacerdotes de Baal se herían en el cuerpo para provocar con la sangre apariciones tangibles. En Persia, cerca de las factorías rusas de Temerchan-Shura y Derbent, los adherentes de cierta secta religiosa celebran sus ceremonias en locales cerrados, sobre cuyo pavimento extienden una espesa capa de arena. Van estos fanáticos vestidos de blancas y flotantes túnicas, con la cabeza descubierta y cuidadosamente afeitada. Forman en círculo y giran rápidamente hasta llegar al frenesí mántico, y en este estado se hieren unos a otros con cuchillos que a prevención traen consigo, y muy luego quedan con los trajes ensangrentados y dejan la arena empapada en sangre. Entonces, cada uno de los circunstantes se ve acompañado en la danza por una entidad astral con pelos en la cabeza que la distinguen de sus inconscientes evocadores (137),

CREENCIAS DE LOS YAKUTES

Antiguamente, las hechiceras de Tesalia mezclaban sangre de cordero y de niño para evocar espectros, y también a los sacerdotes se les enseñaba la evocación de los espíritus, aunque no por hechicería. Aun hay en Siberia una tribu llamada de los yakutes (138) que practica la hechicería como en tiempos de las brujas de Tesalia. Las creencias religiosas de esta tribu son un extravagante amasijo de filosofía y superstición. Adoran a un Dios único y supremo llamado Aij-Taion, a quien atribuyen la superintendencia de la creación sin que nada haya creado por sí mismo. Reside en el noveno cielo, y sus ministros, los dioses subalternos, moran en el séptimo, desde donde se manifiestan a las criaturas. Según les han revelado a los yakutes las divinidades de inferior categoría (139), el noveno cielo tiene tres soles y tres lunas y en su suelo hay cuatro lagos (140), pero no de agua sino de “suavísimo aire” (141). Aunque no ofrecen sacrificios a la suprema Divinidad, porque dicen que para nada los necesita, procuran mantener propicias a las divinidades subalternas, benéficas o maléficas, a las que respectivamente llaman “dioses blancos” y “dioses negros”, sin considerarlos buenos o malos en sí mismos, sino que como todos están sujetos al supremo Aij-Taion y cada cual ha de cumplir el encargo que desde la eternidad le fue confiado, no son responsables del bien y el mal que ocasionen en este mundo.
Dan los yakutes una muy curiosa explicación de los sacrificios que a las divinidades subalternas ofrecen, diciendo que con ellos les facilitan el cumplimiento de su misión, y de esta suerte no puede por menos de quedar complacido el supremo Dios, pues siempre que un hombre ayuda a otro a cumplir su deber, contribuye con ello al mantenimiento de la justicia. Como quiera que los “dioses negros” están encargados de afligir a los hombres con enfermedades, desgracias y toda suerte decalamidades cuando transgreden la ley, les ofrecen sacrificios cruentos de víctimas animales, mientras que a los “dioses blancos” les dedican ofrendas puras, que suelen ser animales consagrados de propósito, cuya vida mantienen cuidadosamente.
Creen los yakutes que las almas de los muertos se convierten en sombras condenadas a vagar por la tierra hasta que se efectúa en ellas una mudanza favorable o adversa, cuyo proceso no saben ni pretenden explicar.
Las sombras de los buenos son luminosas y protegen y guardan a quienes amaron en la tierra. Las sombras de los malos son tenebrosas y gustan de dañar a quienes conocieron en vida, incitándoles al crimen y a las malas acciones. Reconocen los yakutes, como los antiguos caldeos, siete divinidades subalternas, que llaman sheitanes (142). Celebran los yakutes nocturnamente los sacrificios cruentos para evocar a las sombras tenebrosas y saber de ellas cómo aplacar su malignidad. Al efecto, necesitan derramar sangre sin cuyos vapores no podrían materializarse las sombras y aun fueran mucho más peligrosas, porque la sorberían de las personas vivas por medio de la transpiración (143). En cuanto a las sombras luminosas no sólo no hay necesidad de evocarlas, sino que les desagradaría la evocación, pues tienen la facultad de manifestarse sin ceremonia ni preparación alguna siempre que sea indispensable su presencia.
Aunque con diverso objeto, también se practica la evocación cruenta en algunos distritos de Bulgaria y Moldavia, especialmente en los lindantes con Turquía. La horrible esclavitud en que durante siglos han estado sujetos los cristianos de estos países acrecentó en ellos la superstición. El 7 de Mayo se celebra allí la Trizna o fiesta de los muertos. Al anochecer, multitud de personas de ambos sexos se encaminan procesionalmente cirio en mano al cementerio para rezar junto a las tumbas de sus deudos. Durante la dominación musulmana se celebraba esta fiesta todavía con mayor esplendor. Cada tumba tiene una especie de alhacena de medio metro de altura con cuatro estantes de piedra y dobles puertas de gozne, en donde se guarda el llamado ajuar del difunto, es decir, unos cuantos cirios y una lámpara de aceite que se enciende la noche de la fiesta y queda encendida hasta la misma hora del día siguiente. La lámpara de las tumbas pobres es de barro y la de las ricas de plata artísticamente repujada, con añadidura de imágenes muy adornadas de pedrería (144). Creen los búlgaros que todos los sábados del año y diariamente en las siete semanas que median entre la víspera de Pascua florida y la de la Trinidad vuelven a la tierra las almas de los muertos para comunicarse con los vivos, pedir perdón a quienes ofendieron y proteger a quienes amaron. Durante estas siete semanas arden las lámparas de las tumbas todos los sábados, y el 7 de Mayo, noche de la fiesta, derraman vino sobre las losas y queman incienso alrededor de ellas desde la puesta a la salida del sol.

NECROMANCIA ESLAVA

Esto por lo que toca a los habitantes de las ciudades, pues en los campesinos ofrece la fiesta señalados caracteres de evocación teúrgica. La víspera de la Ascensión acuden las campesinas búlgaras al cementerio de la aldea y encienden cirios, lámparas y fanales que colocan sobre trípodes junto a las tumbas y queman incienso cuyo perfume se difunde por algunas millas a la redonda. En honra y memoria de sus difuntos, cenan las familias en el mismo cementerio con sus amigos y reparten entre los pobres, según la posibilidad del donante, limosnas, raciones de vino y un aguardiente llamado raki. Al terminar la cena, se aproximan los convidados a la tumba y dan gracias al difunto por el obsequio. Cuando se marchan los extraños y sólo quedan los más parientes cercanos, se dice que la mujer más vieja de la familia procede a la ceremonia de la evocación. Tras fervorosas súplicas, insistentemente repetidas con el rostro pegado a la losa sepulcral, se pincha la mujer en el pecho izquierdo hasta que unas cuantas gotas de sangre saltan y caen lentamente sobre la tumba y dan a la entidad astral, errante por aquel paraje, el suficiente vigor para materializarse visiblemente durante algunos instantes y comunicarse con la teurga cristiana si tiene algo que decirle o si no limitarse a bendecirla, con lo que se desvanece la aparición hasta el año siguiente (145).
Bien pueden creer que en la naturaleza hay secretos terribles quienes como nosotros han presenciado casos análogos al del znachar ruso en que el mago no puede morir sin comunicar a su sucesor la palabra secreta, y así lo hacen los hierofantes de la magia blanca, pues parece como si la temible “Palabra de Poder” sólo pudiera confiarse en el supremo momento a un hombre de determinada región y categoría. En la antigüedad, cuando el brahmatma estaba a punto de aliviarse de la carga de la vida física, comunicaba el secreto a su inmediato sucesor, ya oralmente, ya por medio de un escrito encerrado herméticamente en un arca. Moisés posa sus manos en la cabeza de su discípulo Josué antes de morir en el monte Nebo. Aaron inicia a Eleazar en el monte Hor. Gautama promete a sus discípulos poco antes de morir infundirse en quien de ellos más lo mereciera, y en seguida abraza al predilecto Ananda, murmura algo a su oído y muere. El apóstol San Juan reclina la cabeza sobre el pecho de Jesús, quien le dice que ha de “esperar” hasta que Él vuelva. Como las hogueras encendidas en las cumbres dan aviso de una a otra comarca, así también desde los albores de la historia hasta nuestros días se ha ido transmitiendo de sabio en sabio la Palabra sagrada, que al relampaguear en los labios del que se va concede la visión al que le sucede. Y entretanto se destrozan las naciones en nombre de otra palabra sin sentido, superpuesta y torcidamente interpretada por cuantos la invocan.

PRÁCTICAS DE LOS YEZIDIS

Pocas sectas hay que verdaderamente practiquen la magia negra. Entre ellas se cuenta la de los yezidis, a quienes erróneamente a nuestro entender se les considera emparentados con los kurdos. Habitan en las montañosas y áridas comarcas de la Turquía asiática, Armenia, Siria y Mesopotamia en número de unos 200.000, y de sus tribus son las más peligrosas las de las cercanías de Bagdad, diseminadas por las montañas de Sindjar. El jefe de estas tribus tiene su residencia fija junto a la tumba de Adi, su profeta y reformador religioso, pero en cada tribu hay un jefe o cheique particular, elegido entre los más expertos en magia negra. El profeta Adi o Ad es personaje mítico sin realidad histórica, y equivale en concepto al Ab-ad de los parsis y al Adi-Buddha de los indos, aunque degenerativamente antropomorfizado.
Tienen fama los yezidis de adoradores del demonio, y no precisamente por ignorancia o preocupación practican el culto y establecen el trato con las más perniciosas entidades, tanto elementarias como elementales, sino que convencidos de su maldad y temerosos de ellas tratan de mantenerlas propicias. Dicen que si bien el jefe de los espíritus malignos está en perpetua querella con Alah, ha de llegar día en que se pongan en paz, y entonces sufrirán las consecuencias de su desvío quienes se lo hayan mostrado al espíritu negro, con lo que tendrán a los dos en contra suya (146).
Se han imaginado los yezidis todo un pandemonio (147), y recurren a los yakshas (espíritus del aire) y a los afrites (espíritus del desierto) para transmitir sus ruegos a Satán, el rey del averno. En sus asambleas cultuales se toman los yezides de las manos y forman amplísimos corros en cuyo centro se sitúa el cheique o sacerdote, quien manos en alto entona un himno en loor de Sheitan (Satán), mientras los del corro voltean y saltan y mutuamente se hieren con puñales hasta caer algunos exánimes, pues las heridas que se infieren son más profundas que las de los lamas y yoguis del Tíbet y la India. Durante la ceremonia suplican con grandes voces a Sheitan que se manifieste por medio de prodigios, y como celebran estas asambleas por la noche, suelen obtener algunas manifestaciones fenoménicas, entre ellas la de enormes globos de fuego que luego toman figura de extraños animales.
Según testimonio de un ockhal druso, la señora Ester Stanhope, verdadera autoridad en la masonería de Oriente, presenció disfrazada en traje de emir las ceremonias de los yezidis llamadas “misas negras”, y a pesar de sus animosos bríos se desmayó a la vista de aquel espectáculo y mucho trabajo hubo para volverla en su sentido (148).
Un periódico católico publicó recientemente un artículo sobre las prácticas del nagual y del obed, modalidades de magia negra, y dice que la república de Haití es el centro de sociedades secretas en cuyos abominables ritos de iniciación se sacrifican niños que después devoran los circunstantes. El articulista aduce por otra parte el testimonio del viajero francés Pirón, quien presenció en Cuba una terrible escena en casa de cierta señora de quien nadie hubiera sospechado que perteneciese a tan monstruosa secta. Actuaba de sacerdotisa una muchacha de raza blanca que enteramente desnuda se puso en frenesí mántico por medio de danzas y hechizos acompañadas del sacrificio de dos gallinas, respectivamente blanca y negra. Una serpiente domesticada al efecto se fue enroscando en el cuerpo de la muchacha al son de un instrumento músico, mientras parte de los fieles acompañaba a ésta en sus danzas y otra parte seguía atentamente todos sus movimientos y contorsiones, hasta que al fin cayó al suelo presa de un ataque epiléptico.
El articulista en cuestión deplora que ocurran semejantes escenas en países cristianos, y achaca a la natural depravación del corazón humano la tenaz persistencia en la demonolatría de los antepasados, por lo que excita el celo de los católicos para atajar tan grave mal.
Sin embargo, el articulista, que no repara en dar por cierta la paparrucha de la inmolación de niños en las referidas ceremonias de magia negra, olvida que precisamente de la fe brotan los héroes y los mártires de las creencias de un pueblo prevalecientes contra las más enconadas y sangrientas persecuciones, al paso que es un pueblo de apóstatas y renegados el que se convierte a religión distinta de la de sus antepasados. Una religión impuesta por violencia, forzosamente ha de fomentar la hipocresía.
En apoyo de esta verdad acude la respuesta que unos indos dieron al misionero Margil cuando éste les preguntó: “¿Cómo sois tan paganos después de haber sido tanto tiempo cristianos?”. A lo que respondieron los preguntados: “¿Qué haríais vos si los enemigos de vuestra fe invadieran vuestro país? ¿No esconderíais vuestros libros, ornamentos y símbolos religiosos en las más ocultas cuevas de las montañas? Pues así han hecho nuestros sacerdotes, profetas, adivinos y naguales”.
Si un católico respondiera de esta suerte a parecida pregunta de un cismático griego o de un hereje protestante, de seguro que se ganaría un lugar en el martirologio romano. Preferible a un cristianismo cuyos progresos exigen la desaparición de países enteros como barridos por tromba de fuego (149), es una religión como la japonesa sintoísta, que aunque la llamen pagana mereció de San Francisco Javier la opinión de que “en virtud y honradez aventajaban sus fieles a cuantas naciones había visto”.
La embriaguez y la inmoralidad en todas sus formas son las consecuencias inmediatas en los indos que apostatan de la fe de sus padres y se convierten a una religión formulista.

INFLUENCIA CLERICAL EN LA INDIA

Para saber lo que está haciendo el cristianismo en India, no necesitamos recurrir al testimonio de sus adversarios, pues un cristiano, el capitán O’Grady, que ha servido en la India, dice sobre el particular:

El gobierno británico comete una torpeza al consentir que los naturales del país se conviertan de sobrios en beodos. Las religiones induísta, budista y musulmana prohíben las bebidas espirituosas, y no obstante se va extendiendo cada día más el vicio de la embriaguez... La venta de licores, monopolizada por el gobierno al estilo del tabaco en España, ha ocasionado en la India males tan hondos como el comercio del opio fomentado en China por la codicia británica... Generalmente, los criados forasteros de las familias europeas son beodos incorregibles; pero los criados del país detestan la bebida y son, desde este punto de vista, más dignos de respeto que sus amos, pues allí todo el mundo bebe, sin exceptuar los clérigos de toda categoría y aun las colegialas de pocos años.

Estas son las bendiciones que el moderno cristianismo derrama en el país con sus biblias y catecismos. La embriaguez de los licores y de la lujuria estragan con su influencia el Indostán, la China y Tahití, con el agravante del mal ejemplo dado por la hipocresía religiosa y el escepticismo ateo, como si estos corrosivos de las naciones civilizadas fueran todo cuanto necesitaran los países sometidos al pesado yugo teológico, mientras que por otra parte se adultera deliberadamente, cuando no se niega sin escrúpulo todo cuanto de noble, elevado y espiritual alentó en la genuina religión cristiana.
Si leemos lo poco que de San Pablo queda en los escritos atribuidos a su mano, no encontraremos ni un pasaje en que el valiente, honrado y sincero apóstol dé a la palabra Cristo otro significado que el de la divinidad latente en el hombre. Según San Pablo, no es Cristo una persona sino la encarnación de una idea, y así dice:

Renovaos, pues, en el espíritu de vuestro entendimiento y vestíos del hombre nuevo (150).

Fue Pablo el único apóstol que comprendió el sentido esotérico de las enseñanzas de Jesús, aunque nunca estuvo en directo trato con él; pero era adepto, y decidido a iniciar una nueva y amplísima reforma que abarcara a la humanidad entera, antepuso este propósito a la sabiduría de los Misterios y de su epopteia o revelación final, por lo que, como acertadamente dice Wilder, el verdadero fundador del cristianismo no fue Jesús sino Pablo, y en Antioquía empezaron a llamarse cristianos los fieles de la nueva religión (151). Oigamos sobre el particular a Wilder:

Hombres como Ireneo, Epifanio y Eusebio son tristemente célebres por sus falsificaciones y deshonrosos procedimientos de impostura, y el corazón se encoge al escuchar el relato de los crímenes cometidos en aquella época... Cuando los musulmanes invadieron la Siria y el Asia Menor, recibiéronles los cristianos como a libertadores de la insoportable opresión en que les tenían las autoridades eclesiásticas (152).

Nunca divinizaron los musulmanes a Mahoma, y sin embargo, el prestigio de su nombre ha bastado para que millones de creyentes adoren al único Dios con fe incomparablemente más ardorosa que la de los cristianos, aunque desde la época del profeta hayan degenerado lastimosamente sus sentimientos religiosos. Al fin y al cabo esto es consecuencia del actual prevalecimiento de la materia sobre el espíritu en el mundo entero, y tanto como los musulmanes han degenerado los cristianos, porque bien debieran venerar la figura de Jesús (para ellos mil veces superior a la de Mahoma) siguiendo su ejemplo y practicando sus enseñanzas en vez de adorarle ciegamente como Dios, al estilo de ciertos budistas que echan a la suerte sus plegarias. Notoria es la esterilización de la fe cristiana, y así le cuadra el nombre de cristianismo tan siniestramente como cuadraría el de budismo al culto fetichista de los kalmucos.

CRISTO SEGÚN EL APÓSTOL PABLO

Sobre esto dice Wilder:

El cristinismo moderno no se parece a la religión predicada por Pablo, pues carece de su amplitud de miras, su severidad y sutilísima percepción espiritual. En cada país asume el moderno cristianismo la modalidad adecuada a las características étnicas, y así es el mismo en Italia y España, pero difiere completamente en Francia, Alemania, Holanda, Suecia, Inglaterra, Rusia, Armenia, Kurdistán y Abisinia.
Comparado con las religiones que le precedieron, ofrece el cristianismo más discrepancias externas que internas. Las gentes anochecieron paganas y amanecieron cristianas. En cuanto al Sermón de la Montaña, no hay país cristiano que obedezca sus preceptos, pues tan frecuentes como en tiempos del paganismo son hoy la opresión, la crueldad y la barbarie.
Contra el cristianismo de Pablo prevaleció el de Pedro, que a su vez quedó influido por las demás religiones del mundo. Cuando la humanidad adelante lo suficiente en su evolución espiritual y a las razas bárbaras sucedan otras de más nobles costumbres, entonces podrán concretarse en realidad los puros ideales del cristianismo.
El concepto que del Cristo tuvo Pablo ha sido un enigma muy costoso de descifrar, pues era algo más que el Jesús de los Evangelios, de cuyas genealogías prescindió por completo el apóstol de los gentiles. El autor del cuarto Evangelio, que indudablemente fue un gnóstico alejandrino, representa a Jesús como la encarnación del divino Espíritu. Es el Logos, la Emanación primaria, el Metratón. La madre de Jesús, como la princesa Maya y las vírgenes Danae y Periktioné, no concibió un hijo del amor humano, sino del amor divino. Ni los judíos ni los primitivos cristianos ni los mismos apóstoles habían tenido de Jesús este concepto. En cambio, Pablo habla de Cristo más bien como de un personaje que como de una persona. en las asambleas secretas solían representarse la bondad y verdad divinas en forma de un hombre asediado por las pasiones y apetitos de la carne, pero superior a ellos. Esta alegoría dio pretexto a los sacerdotes ignorantes y a gentes de mezquina mentalidad para forjar el dogma de la encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo.

Entresacaremos ahora un pasaje de la obra que sobre el reino de Siam publicó en 1693 el señor de la Loubère, embajador del rey de Francia en aquel país, pues da en ella interesantes noticias de la religión siamesa y del redentor Sommona Cadom. Dice así:

Aunque los siameses diputan por prodigioso el nacimiento de su Salvador, le atribuyen padre y madre (153). Según los libros balis (152), fue su madre Maha-María, que me parece significa Gran María, ya que maha quiere decir grande. Esta coincidencia ha llamado la atención de los misioneros, y dio motivo a los siameses para creer que Jesús era hermano de Sommona-Cadom (pues también se lo representan como hijo de María); pero el hermano perverso, a quien ellos llaman Thevetat, y que por ello fue crucificado, padece en el infierno un suplicio semejante al de la cruz... Los siameses esperan el advenimiento de otro Salvador, tan prodigioso como Sommona-Cadom, a quien llaman Pronarote y de quien dicen fue profetizado por Sommona.
Mientras este último estuvo en la tierra, operó toda clase de prodigios y tuvo dos discípulos: Maglia y Scaribut, cuyas imágenes se ven respectivamente a la derecha y a la izquierda del ídolo de Sommona.
El padre del Salvador siamés era, según dicen los mismos libros balis, rey de Tevelanca como ellos llaman a Ceilán. Sin embargo, los libros balis no llevan fecha ni nombre de autor, y así no tienen más autoridad que la de cualquier otra tradición de origen desconocido (153).

Este último argumento es tan infantil como deleznable, pues si a comparar fuésemos no hay en el mundo obra tan dudosa respecto a fechas, autores y texto como la Biblia hebreo-cristiana. Desde este punto de vista, tanta razón tienen los siameses para creer en su milagroso Sommona-Cadom como los cristianos para creer en el prodigioso nacimiento de su Salvador. Además, no les asiste a los misioneros cristianos más valiosa razón para infundir sus creencias a los siameses o cualquier otro pueblo que la que les asistiría a los budistas para convertir al budismo a los franceses e ingleses a filo de espada. Aun en la librepensadora Unión Americana se expondría un misionero budista a continuos insultos, y en cambio los misioneros cristianos escarnecen públicamente la religión nacional de los países en que actúan, sin que ni brahmanes ni lamas ni bonzos tengan siempre libertad para replicarles. Ciertamente, no es así como se disipan las tinieblas del paganismo con la luz del cristianismo y de la civilización.

INSINUACIONES DE LOUBÈRE

Sin embargo, esta agresividad contra millones de hermanos nuestros que tan sólo desean que se les deje en paz, era la tónica fundamental de la propaganda religiosa en el siglo XVII, según se infiere de las jesuíticas observaciones apuntadas sobre el particular por el señor de la Loubère en su ya referida obra, donde dice:

De lo expuesto acerca de las creencias de los orientales, resulta fácil de comprender cuán magna es la empresa de convertirlos a la religión cristiana. De aquí la necesidad de que los misioneros conozcan perfectamente las costumbres y creencias religiosas de estos pueblos. Porque así como los apóstoles y primitivos cristianos, no obstante ver apoyada su predicación con tantos prodigios, no revelaron de una vez a los paganos los adorables misterios de nuestra religión, sino que por largo tiempo ocultaron aun a los mismos catecúmenos el conocimiento de todo cuanto pudiera escandalizarles, así también me parece muy puesto en razón que los misioneros, faltos del don de milagros, no descubran desde luego a los orientales ni todos los misterios ni todas las ceremonias del cristianismo.
Por ejemplo; sería conveniente, salvo mejor opinión, enseñarles con suma prudencia el culto de los santos, y por que toca al conocimiento de Jesucrito, no hablarles del misterio de la Encarnación hasta que estuviesen convencidos de la existencia de Dios. Porque ¿cómo persuadir a los siameses de que echen de sus altares a Sommona Cadom, Mogla y Scaribut para colocar a Jesús, Pedro y Pablo? Fuera conveniente no representarles la imagen de Cristo crucificado sin enseñarles antes la posibilidad de que un hombre sea inocente y sin embargo desgraciado, y que en virtud del principio por ellos mismos admitido de que el inocente puede asumir la responsabilidad del culpable, era necesario que Dios se hiciese hombre con objeto de que este Dios-hombre redimiese por el voluntario sacrificio en afrentosa muerte los pecados de todos los hombres; pero antes sería preciso sugerirles la idea del Dios creador justamente indignado contra los hombres. Así no escandalizaría a los siameses el sacramento de la Eucaristía, como escandalizó a los paganos europeos, tanto más por cuanto estos indígenas no creen que los talapines puedan comerse a la mujer e hijos de Sommona-Cadom.
Por el contrario, como los chinos respetan escrupulosamente a sus padres, no dudo de que si se les diera a leer el Evangelio, les escandalizaría aquel pasaje en que Jesús desdeña a su madre y hermanos, y les ofenderían aquellas otras palabras en que Jesús dice: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”.
Sabidos son los reparos que los japoneses pusieron al dogma de la condenación eterna que les enseñaba San Francisco Javier, pues se resistían a creer que sus antepasados estuviesen condenados por no profesar el cristianismo del que jamás oyeron hablar.
Parece necesario, por lo tanto, imitar al insigne apóstol de las Indias estableciendo ante todo la idea de un Dios omnipotente, omnisciente, justo, autor de todo bien y único digno de adoración, por cuya voluntad hemos de respetar a los reyes, obispos, magistrados y padres.
Suficientes son estos ejemplos para representar la necesidad de predisponer cautelosamente el ánimo de los orientales a fin de que acepten sin repugnancia los dogmas de la fe cristiana (156).

Pero si prescindimos de la figura de Jesucristo, ¿qué les queda por predicar a los misioneros? Sin el Salvador desaparece la redención, la muerte en cruz por los pecados del mundo, el Evangelio entero, el dogma de la condenación eterna. Además, faltos del don de milagros, no tienen los misioneros jesuitas a su disposición más que el polvo de los santuarios paganos para cegar con él a los siameses. Cruel en verdad es el sarcasmo de borrar los rasgos característicos del cristianismo para que lo acepten unas gentes cuya moral religiosa no les consentiría aceptarlo íntegramente. Necesariamente ha de tener algo erróneo una religión que no puede resistir la crítica espontánea de un pueblo leal, honrado, piadoso, modelo de ternura filial y profundamente temeroso de Dios. Así lo va demostrando poco a poco el tiempo.

LA LEYENDA DE SAN JOSAFAT

En la expoliación que sufrió el budismo para nutrir la nueva religión cristiana, era de esperar que los expoliadores no descuidaran de aprovecharse de la figura de Gautama para llenar los huecos dejados en la legendaria historia de Jesús, después de servirse al mismo efecto de la de Krishna. Así es que incluyeron en el santoral romano y en la Leyenda de Oro al reformador indo con el nombre de San Josafat, digno compañero de impostura de los santos Longino, Anfíbolo, Aura y Plácida (157). Posteriormente trataron algunos hagiógrafos de dar autenticidad a este santo apócrifo, y una de las invenciones más curiosas fue la de convertirle en Josué, el hijo de Nun; pero por fin resolvieron copiar literalmente de los libros budistas la vida de Gautama para adscribírsela a San Josafat, sin más alteración que los nombres de los personajes (158).
El historiador Couto fue el primero en descubrir el plagio, aunque, según Müller, Laboulaye dio la primera noticia acerca de la identidad de ambas biografías (159). No nos detendremos a considerar estas insulseces clericales que dejaron perplejo a Dominico Valentyn, quien dice entre otras cosas:

Hay algunos que tienen a este Budhum por un judío fugitivo de Siria. Otros le creen discípulo del apóstol Santo Tomás, pero no se comprende cómo pueda ser esto si por otra parte fijan en 622 años antes de J. C. el nacimiento del supuesto santo. Diego de Couto opina que fue Josué, lo cual me parece todavía más absurdo.

Por su parte añade Yule:

La novela religiosa intitulada: Vidas de Barlaam y Josafat, fue durante algún tiempo una de las obras más populares de la cristiandad. Se tradujo a muchos idiomas europeos, entre ellos el escandinavo y el eslavo... Aparece por vez primera esta leyenda en las obras de San Juan Damasceno que floreció en la primera mitad del siglo VIII (160).

Aquí está ciertamente la explicación del enigma, pues San Juan Damasceno, antes de su conversión al cristianismo, desempeñó un elevado cargo en la corte del califa Abu-Jafar-Al-Manzor, en donde sin duda oiría esta leyenda y la acomodaría a las ortodoxas exigencias de la metamorfosis de Gautama en santo de la Iglesia romana.
El historiador Diego de Couto dice por su parte:

Los gentiles han dedicado a Buda magníficas pagodas por toda la India. Respecto a esta leyenda, hemos inquirido diligentemente si entre los escritos de aquellos paganos había alguna noticia de San Josafat que fue convertido a la fe por Barlaam, y era hijo de un poderoso rey de la India con todas las particularidades que de Buda se cuentan.
En mi viaje por la isla de Salsette fui a visitar la rara y admirable pagoda de Kânhari a que los portugueses llamamos Canará, edificada en la cumbre de una montaña con muchos recintos excavados en la roca viva. Le pregunté a un anciano quién había mandado construir tan soberbia obra, y me respondió que sin duda el padre de San Josafat para tenerle allí preso como en su vida se refiere. Y puesto nos dice esta su biografía que fue hijo de un poderoso rey de la India, bien pudiera ser el Buda de quien tantas maravillas se cuentan (161).

La leyenda cristiana está tomada en casi todos sus pormenores de la budista tradición ceilanesa, pues de Ceilán era rey el padre de Gautama, a quien recluyó en un soberbio palacio erigido al efecto con toda suerte de comodidades y placeres que le hiciesen apetecible la vida. Marco Polo refiere la historia de Buda tal como la oyó de labios de los ceilaneses, y hoy se ha echado de ver que el relato del intrépido navegante concuerda fielmente con los diversos textos budistas. Apunta ingenuamente Marco Polo que Gautama llevó tal vida de mortificaciones, abstinencias y santidad como si hubiese sido cristiano, y de serlo de seguro que tuviera en él Jesucristo uno de sus más ilustres santos por la bondad y pureza de su vida.
Añade a eso el coronel Yule que no es Marco Polo el único personaje de nota cuyo huicio se rinde ante la santidad de Gautama, pues sobre el particular dice Max Müller:

Sea cual sea el concepto que tengamos de la santidad, quien dudase del derecho de Buda a figurar entre los santos, lea la historia de su vida en los cánones budistas. Si vivió como allí se refiere, pocos santos tienen tanto derecho a este título como Buda, y ni griegos ni latinos deben arrepentirse de haber conferido a su memoria los honores de la santidad conferidos a San Josafat, el príncipe asceta.

LAMAÍSMO Y CATOLICISMO

Nunca como en el siglo XIII, durante el reinado del kan Kublai, tuvo la Iglesia romana tan favorable oportunidad de cristianizar la China, el Tíbet y la Tartaria, pues dicho monarca anduvo algún tiempo perplejo en escoger entre el cristianismo, el islamismo, el judaísmo y el budismo, y aunque parecía inclinarse al cristianismo, movido de la elocuencia de Marco Polo, fracasaron las gestiones de éste a consecuencia de haber muerto por entonces el pontífice Clemente IV y haber durado el interregno algunos meses, de modo que no fue posible enviar los misioneros pedidos por el kan Kublai. Para quienes creen en la Providencia que gobierna nuestro ínfimo mundo, fue indudablemente motivado aquel contratiempo, porque sin la oportuna muerte del pontífice de seguro hubiesen caído los budistas en el idolátrico formulismo romano. Esto demuestra que en los providenciales designios aventaja el budismo al cristianismo.
La religión budista ha degenerado en lamaísmo en la Tartaria y el Tíbet; pero aun con todos sus defectos de pura ceremonia, que escasamente afectan a la esencialidad de la doctrina, es muy superior al catolicismo romano.
El abate Huc no tardó en convencerse de ello y escribe sobre el caso:

A medida que con mi caravana me internaba en el país, me decían los naturales que cuanto más adelantase hacia Occidente, más puras y luminosas enseñanzas religiosas hallaría.
Lha-Ssa era el intenso foco de luz cuyos rayos se debilitaban al difundirse lejanamente. Cierto día le di a un lama tibetano un catecismo de la doctrina cristiana, y me maravillé de que no le pareciese extraño, pues dijo que tenía mucha semejanza con las creencias de los lamas del Tíbet, entre las cuales eché de ver maravillado los dogmas de la unidad de Dios, la Encarnación y la presencia real en la Eucaristía... Este desconocido aspecto de la religión budista me inclinó a esperar que encontraría entre los lamas del Tíbet un más puro sistema religioso (162).

Precisamente por estos encomios del lamaísmo retiró el Papa las licencias al abate Huc y puso su obra en el índice expurgatorio.
Preguntado más tarde el kan Kublai por qué no había elegido por religión oficial la cristiana, a pesar de parecerle la mejor de las cuatro, respondió:

¿Cómo queréis que me declare cristiano? Hay cuatro profetas mayormente venerados en todo el mundo. Los cristianos dicen que su Jesucristo es Dios. Los musulmanes veneran a Mahoma; los judíos a moisés; los budistas a Sogomon Borkan (163), que es el primer dios entre sus ídolos. Pues bien, yo adoro y venero a los cuatro, y ruego al mayor de ellos que me conceda su auxilio.

Podemos reírnos del cauteloso proceder del kan de Tartaria; pero no vituperarle por dejar a la Providencia el cuidado de resolver tan embarazoso conflicto ni tampoco por las razones siguientes que expuso a Marco Polo:

Tú ves que los cristianos de estos países son muy ignorantes y no saben hacer nada, al paso que los budistas hacen cuanto les place; y cuando me siento a la mesa vienen a mis labios las copas sin que nadie las toque y bebo de ellas. Dominan las tormentas de modo que las desvían a su arbitrio, reciben avisos y predicciones de boca de los ídolos y operan muchas otras maravillas. Por otra parte, si me convirtiese al cristianismo, mis nobles me preguntarían qué poderes he visto en los cristianos parra moverme a la conversión, pues ya sabes que los budistas atribuyen cuantos prodigios operan a la santidad de sus ídolos. A esta objeción no sabría yo qué responderles, y en vez de convertirlos les confirmaría en su error, y como son gente experta en artes milagrosas, tal vez maquinarían mi muerte. Así pues, vete a ver al sumo pontífice de tu religión y ruégale de mi parte que envíe por acá un centenar de varones versados en vuestra ley; con lo que si son capaces de rebatir frente a frente las prácticas de los budistas y demostrarles que también saben ellos, pero que no quieren, operar tales prodigios, porque se deben al valimiento del demonio y de los espíritus malignos. Si además son capaces de dominar en mi presencia a los budistas de modo que no puedan estos obrar maravilla alguna, entonces aboliré el culto de su religión, y yo y todos mis nobles recibiremos el bautismo, con lo que habría más cristianos en estos países que en los vuestros (164).

¿Por qué no aceptaron los cristianos tan razonable proposición? Moisés no vaciló en afrontar la misma prueba ante el Faraón contra los magos egipcios y salió airoso de ella. A nuestro entender, aquel inculto mogol discurría con admirable intuición e irrebatible lógica, pues echaba de ver que, ya fuese un hombre cristiano, musulmán, judío o budista, era indistintamente capaz de educir sus potencias espirituales y llegar por medio de su respectiva fe a la percepción de la verdad suprema. Por esto pedía una prueba evidente de la virtualidad de la religión que había de escoger para su pueblo.
Aunque tan sólo juzguemos a la India por sus prestidigitadores e ilusionistas, forzoso es reconocer que aventaja a las academias europeas en conocimientos físicoquímicos y psíquicosfísicos, sin contar los fenómenos de indudable autenticidad psíquica producidos por algunos fakires del sur del Indostán, los saberones del Tíbet y los hobilanos de Mongolia. La fenomenotecnia ha llegado en aquellos países a un punto de perfección que jamás alcanzó en otro alguno (165), y aunque la mayoría de los extranjeros que residen o viajan por la India se figuren que estos fenómenos son juegos de prestidigitación, no faltan europeos que han tenido la rara fortuna de situarse tras el velo de las pagodas y conocen, por lo tanto, la causa eficiente de los fenómenos operados en las asambleas secretas de la India. Algunos, aunque pocos europeos, han estado en el mahâdevas-sthanam (166) de las pagodas.

REFERENCIAS DE JACOLLIOT

No sabemos si el fecundo Jacolliot (167) pudo entrar en uno de estos recintos; pero lo dudamos en vista de las muchas fantasías que relata acerca de la inmoralidad de las ceremonias induístas, de los fakires y aun de los sacerdotes budistas, reservándose para sí el papel del casto José.
De todos modos, es evidente que los brahmanes no le descubrieron ningún secreto, pues al hablar de los prodigios operados por los fakires, dice:

Practican las ciencias ocultas en la soledad de las pagodas bajo la dirección de los brahmanes iniciados... Y nadie ha de sorprenderse de ello ni creer que las ciencias ocultas abren las puertas de lo sobrenatural, pues si bien hay fenómenos tan extraordinarios que desafían toda investigación, no hay ninguno que no pueda explicarse con arreglo a las leyes naturales.

Verdaderamente, todo brahmán iniciado sería capaz de explicar cualquiera de estos extraordinarios fenómenos; pero de seguro que rehusará explicarlos. En cambio, todavía esperamos que las profanas lumbreras de las ciencias físicas expliquen siquiera el más vulgar fenómeno de los producidos por un fakir adscrito a una pagoda.
Dice Jacolliot:

No me sería posible relatar cuantas maravillas he presenciado; pero baste decir que el magnetismo y espiritismo de los europeos está todavía en el abecé de las operaciones fenoménicas, mientras que los brahmanes han logrado efectos de todas veras sorprendentes. Al presenciar estas extrañas e innegables manifestaciones, cuya causa operante mantienen los brahmanes tan cuidadosamente oculta, se rinde la mente al vasallaje de lo maravilloso, y no hay otra solución que marcharse de allí para romper el hechizo.
La única explicación que pude obtener de un erudito brahmán amigo mío fue la siguiente: “Vosotros habéis estudiado la naturaleza física cuyas leyes han puesto en vuestras manos el vapor y la electricidad; pero hace más de veinte mil años que estudiamos nosotros las fuerzas mentales y hemos descubierto sus leyes de suerte que, bien por actuación independiente, bien en armonía con la materia, obtenemos resultados mucho más asombrosos que los vuestros”.
Por mi parte he visto cosas que no referiré por recelo de que el lector las dipute disparatadas, y verdaderamente se comprende al presenciarlas que los antiguos creyeran en los demonios obsesores y en el exorcismo (168).

Sin embargo, este irreconciliable enemigo de las supercherías religiosas de todos los países y del clero de toda confesión, incluso brahmanes, lamas y fakires, no deja de reconocer la superioridad de las ceremonias induístas y budistas respecto de las ridículas presunciones de la liturgia romana, y al describir las horribles torturas que se infligen los fakires, exclama en un momento de justa indignación:

MENDICANTES Y MENDIGOS

Estos brahmanes mendicantes, estos fakires, aparecen, sin embargo, magníficos en su martirio cuando se azotan, se arrancan trozos de carne y bañan el suelo con su sangre. Pero ¿qué hacéis vosotros, carmelitas, capuchinos y franciscanos, fanáticos sin fe y mártires sin tortura? ¿De qué os sirven los cordones de nudos, los pedernales, los cilicios, las disciplinas, los pies descalzos, sino de cómica mortificación para bañaros en agua de rosas? ¿No hay derecho de preguntaros si obedecéis la ley de Dios al encerraros en los muros conventuales para eludir la ley del trabajo que pesa sobre los demás hombres? ¡Atrás! Sois unos mendigos.

Pero basta ya. Demasiado nos hemos ocupado en ellos y su embrollada teología, sin que ni unos ni otra hayan resistido el repeso en las balanzas de la historia, de la lógica y de la verdad, pues incapaces sus sacerdotes de probar con obras que recibieron potestad divina fomentan el ateísmo, la desesperación y el crimen. Día feliz para la humanidad fuera el en que el clericalismo dogmático desapareciese de la faz de la tierra tan fácilmente como de la vista del lector. Entonces igualarían Nueva York y Londres en moralidad a las ciudades no intervenidas por cristianos, y París no correría pareja con la antigua Sodoma. Cuando los católicos y protestantes se convenzan, cual lo están induístas y budistas, de que toda mala acción ha de tener irremisiblemente su castigo y toda buena acción su recompensa, emplearán en convertir a los infieles de Occidente las cuantiosas sumas con que hoy subvencionan a los misioneros de Oriente, cuya efectiva misión es despertar en los países no cristianos el odio a la cristiandad.
En comprobación de la filosofía ocultista examinaremos como término de nuestra tarea algunos fenómenos de que en diversos países hemos sido oculares testigos y todo viajero puede corroborar personalmente. Desaparecieron los pueblos antiguos, pero subsiste la primieval sabiduría asequible para cuantos quieran, sepan y puedan mantenerla en sigilo.


CAPÍTULO V

Mi grande y noble capital, mi Daltu espléndidamente
adornada. Y tú, ¡oh Shangtu-Keibung!, mi fresca y deleitosa
residencia vernal. ¡Ay de mi nombre, soberano del mundo!
¡Ay de mi Daitu, sede de santidad, obra gloriosa del
inmortal Kublaf! ¡Todo, todo lo perdí!
YULE: Libro de Marco Polo.

En cuanto a lo que dicen quienes extravían a muchos,
asegurándoles que una vez separada el alma del cuerpo no
sufre ni es consciente, ya sé que no te consentirá creerlos tu
buen fundamento en las doctrinas recibidas de nuestros
antepasados y confirmadas en las sagradas orgías de
Dionisio; porque muy conocidos nos son los símbolos místicos
a cuantos pertenecemos a la Fraternidad.-PLUTARCO.

El hombre es el problema de la vida. La Magia, o mejor
dicho, la Sabiduría es el pleno conocimiento de las internas
facultades del ser humano, que son emanaciones divinas.
Así por intuición percibe el hombre su origen y se inicia en
este conocimiento. Empezamos con el instinto y nuestro
término es la omnisciencia.-WILDER.

Quien sabe, puede.-Libro induísta de la evocación
.


Si algún extraño a la metafísica o a la mística hubiese llegado hasta aquí en la lectura de esta obra, le aconsejaríamos que no se tomara el trabajo de pasar adelante, pues si bien todo cuanto a decir vamos es absolutamente cierto, lo diputaría sin duda por imposturas y ficciones.

LOS PRINCIPIOS DE LA MAGIA

Para comprender los fundamentos de las naturales leyes a que obedecen los fenómenos cuya descripción nos proponemos, es preciso recapitular las reglas básicas de la filosofía esotérica, conviene a saber:
1.ª Los fenómenos llamados milagros no son tales milagros, sino efectos de una ley eterna, inmutable y continuamente activa (1).
2.ª La naturaleza es trina. En su elemento invisible es arquetipo, energía y vitalidad del objetivo y visible. Ambos son mudables y perecederos en subordinación al tercero y espiritual elemento que es la única, inmutable y eterna realidad, fuente, origen y raíz de toda energía.
3.ª El hombre es trino. Su elemento objetivo es el cuerpo físico; su elemento invisible es el alma; su elemento superior es el espíritu inmortal que ilumina y cobija a los dos elementos subordinados. Cuando el alma se identifica con el espíritu, alcanza el hombre la inmortalidad.
4.ª La magia es la ciencia de actuar espiritualmente en el cuerpo físico de conformidad con los principios reguladores de la actividad del espíritu sobre sí mismo y sobre la materia.
5.ª La magia es también el arte de practicar los principios reguladores de la actividad del espíritu. La siniestra aplicación de esta práctica es hechicería. La recta aplicación de esta práctica es sabiduría.
6.ª El dediumnismo es la antítesis del adeptado. El médium es pasivo instrumento de influencias ajenas. El adepto se domina a sí mismo y subyuga a las potestades inferiores.
7.ª El adepto puede saber ciertamente todo cuanto hasta ahora ha ocurrido en el mundo, porque todo suceso queda registrado en los anales de la luz astral.
8.ª Las cualidades espìrituales difieren en los hombres según la raza, tanto como las cualidades físicas de color, estatura, fisonomía, etc. En algunos países prevalece el don de profecía; en otros, la mediumnidad; en algunos, la hechicería (2).
9.ª Por medio de los conocimientos mágicos es posible que el alma (3) se separe del cuerpo físico. Sin embargo, esta separación es involuntaria e inconsciente en los médiums y voluntaria y consciente en los adeptos (4).
10.ª La piedra angular de la magia es el profundo conocimiento práctico del magnetismo y la electricidad con todas sus propiedades, correlaciones y efectos en el reino animal y en el humano.
Hasta aquí las reglas de filosofía esotérica, que necesitan los consiguientes comentarios.
Cuando el hombre se desprende interinamente de su cuerpo físico para actuar en el astral, se substrae también a las condicionalidades de tiempo y espacio. El taumaturgo profundamente versado en ciencias ocultas puede hacer invisible su cuerpo físico o asumir proteicamente la forma objetiva que le plazca, mediante la hipnótica alucinación ejercida en los sentidos de los circunstantes (5).
Pero si el vehículo astral no encuentra obstáculos en su movimiento, el cuerpo físico está sujeto a los medios ordinarios de locomoción, aunque es posible levitarlo en determinadas condiciones magnéticas (6). En ciertos casos y circunstancias cabe transportar la materia física inorganizada por medio de la desintegración de sus moléculas hasta el estado de dialización, para reintegrarla después de atravesar las paredes y demás obstáculos densos; pero este procedimiento de desintegración dializada no es aplicable a los organismo vivos.
Creían los discípulos de Swedenborg, de acuerdo con la ciencia oculta, que la separación de alma y cuerpo es caso frecuente, y que en la vida cotidiana encontramos a menudo cuerpos vivos pero sin alma, pues los principios superiores al cuerpo físico pueden desprenderse de éste a causa de violentas emociones, como el miedo cerval, la pena honda, la desesperación, la exacerbada sensualidad, los ataques de epilepsia y otras condiciones morbosas. Entonces puede infundirse en aquel desalmado cuerpo la entidad astral de un hechicero, de un elementario o de un elemental (7); y si bien los adeptos o magos blancos tienen el mismo poder, jamás se infundirán en un cuerpo impuro, a no ser que hayan de cumplir una misión extraordinariamente trascendental.

PROPIEDADES DE ALGUNAS PLANTAS

En los casos de locura, o bien queda expuesta el alma a la influencia de las entidades circunvalantes por no poder valerse de su vehículo físico, o bien se aleja definitivamente de él, y entonces lo ocupa alguna entidad vampírica próxima a desintegrarse, que así halla medio de prolongar algún tanto su existencia con los placeres sensuales que aquella forma corporal le proporciona.
Por lo que se refiere a la regla décima, conviene advertir que muchos minerales poseen propiedades ocultas tan sorprendentes como las de la llamada piedra imán; y si los naturalistas desconocen dichas propiedades, ha de conocerlas forzosamente el mago para operar con éxito. Todavía tienen algunas plantas propiedades ocultas más maravillosas que los minerales, y el secreto de la eficacia de ciertas hierbas en los hechizos y encantamientos, sólo se ha perdido para la ciencia europea (8). Las mujeres de Tesalia y del Epiro, femeninos hierofantes de los ritos sabacienses, no sepultaron sus secretos bajo las ruinas de los santuarios, pues quienes conocen las cualidades del soma también conocen las de otras plantas.
Magia es sinónimo de sabiduría espiritual y la naturaleza es la aliada, discípula y esclava del mago, que por serlo ha logrado la perfección y con su voluntad subyuga el vital principio que anima todas las cosas. De esta suerte puede el adepto estimular en animales y plantas la acción de las fuerzas biológicas hasta más allá de los límites que ordinariamente llamamos naturales, sin por ello contrariar a la naturaleza, sino favorecerla con la intensificación del principio vital.
El adepto es capaz de alterar la condicionalidad sensoria y emotiva del cuerpo astral de quien no sea adepto; puede valerse a su albedrío de las entidades elementales o espíritus de la Naturaleza; pero de ningún modo le cabe dominar el espíritu de hombre alguno ni encarnado ni desencarnado, porque todo espíritu es chispa divina no sujeta a externas influencias.
Hay dos modalidades de clarividencia: psíquica y espiritual. La clarividencia de los modernos sujetos hipnotizados difiere de la de las antiguas pitonisas tan sólo en los medios de producir el estado lúcido y de la mayor o menor agudeza de los sentidos astrales; pero ni unas ni otros llegan de mucho a la perfecta y omnisciente clarividencia espiritual, sino que sólo pueden vislumbrar la verdad a través del velo de la naturaleza física.
El principio mental llamado favâtma por los yoguis indos es el mediador entre los elementos espirituales y materiales del hombre, pues por una parte domina y por otra está sujeto al cerebro físico. La claridad y exactitud de las percepciones espirituales de la mente dependen, mientras está ligada al cuerpo material, de su grado de relación con el principio superior, y cuando esta relación le permite actuar independientemente de los principios inferiores y unida al superior, entonces percibe la verdad sin mezcla de error alguno. Este es el estado que los indos llaman samâdhi, o sea la más elevada condición espiritual asequible para el hombre en la tierra (9).
Los vocablos sánscritos prânayâma, pratyâhâra y dhârânâ expresan otros tantos estados psíquicos (10).
Enel de dhârânâ queda el cuerpo físico completamente cataléptico y es subjetiva y clarividente la percepción del alma libre; pero como no deja de funcionar el principio senciente del cerebro físico, las percepciones mentales estarán entremezcladas con las percepciones objetivas del mecanismo cerebral, y por ello se le representarán la memoria y la fantasía en vez de la visión perfecta. Pero el adepto sabe cómo suspender el funcionalismo mecánico del cerebro y así son sus visiones claras, puras, verdaderas e inalterables. Al paso que el vidente, incapaz de anular las vibraciones astrales, sólo percibe imágenes más o menos incompletas por medio del cerebro, el clarividente sujeta a su voluntad todas sus potencias psíquicas y facultades físicas, y no puede tomar las sombras por realidades porque su percepción es directamente espiritual, sin que el Yo superior o subjetivo esté eclipsado por el yo inferior u objetivo.

CLARIVIDENCIA ESPIRITUAL

Tal es la genuina clarividencia espiritual que, según dice Platón, eleva al alma más allá de los dioses menores hasta identificarla con el simple, puro, inmutable e inmaterial Nous. Tal es el estado que Plotino y Apolonio llamaron de unión con Dios, los antiguos yoguis isvara (11) y los modernos samâdhi. Sin embargo, la clarividencia espiritual es tan distinta de la videncia psíquica como una estrella de una luciérnaga (12).
Amonio Sacas, el Teodidactos (enseñado por Dios), dice que la memoria (13) es la única potencia que directamente se opone al don de profecía y previsión.
Olimpiodoro dice por su parte:

La fantasía es un impedimento para nuestra percepción mental, y de aquí que si interviene cuando estamos movidos de inspiración divina, cesa la energía entusiástica, pues el entusiasmo es incompatible con el éxtasis. Si se nos preguntara si el alma es capaz de energizarse sin la fantasía, responderíamos que sí lo es, según demuestra su percepción de los universales independientemente de la fantasía, que sin embargo acompaña al alma y acrecienta su actividad como la tempestad acelera el movimiento de la nave (14).

Además, el médium no puede subyugar voluntariamente sus cuerpos mental y físico, sino que necesita para ello la ajena intervención de una entidad desencarnada, de un hipnotizador terreno o bien de algún medio que artificiosamente le ponga en trance, mientras que a los adeptos y fakires les basta para ello un breve rato de reconcentración y ensimismamiento.
Entre los medios artificiales (15) de que se valían los antiguos para determinar el estado de trance, citaremos las columnas de bronce del templo de Salomón; las campanillas y granadas de oro de Aarón y sumos pontífices hebreos; las sonoras campanas que pendían alrededor de la estatua de Júpiter Capitolino (16); las tazas de bronce que se empleaban en los Misterios durante el Kora (17), y las copas de bronce pendientes en círculo de un doble aro de doscientas granadas que servían de chapaletas en el hueco de las columnas. Las sacerdotisas que en el norte de la antigua Germania actuaban bajo la dirección de los hierofantes, sólo podían profetizar entre el tumulto de las olas del mar o mirando de hito en hito la rápida corriente de un río. Las sacerdotisas de Dodona se situaban al mismo efecto bajo el roble de Zeus (18) y quedaban hipnotizadas al murmullo de las hojas del árbol o del arroyuelo que regaba sus raíces (19).
Pero el adepto no necesita valerse de estos artificiosos medios, pues le basta con la simple acción de su potencia volitiva. Según el Atharva-Veda, la actualización de la potencia volitiva es la forma superior de la oración que entonces obtiene inmediata respuesta. Del grado de intensidad del anhelo depende su realización, y ésta, a su vez, de la pureza interior.
Un erudito indo ha publicado recientemente en un periódico inglés algunos preceptos vedantinos y dice sobre el particular:

Enseña la filosofía sânkhya, que cuando el cuerpo astral sirve de vehículo al alma puede comprimir su etérea masa hasta el punto de penetrar por los poros de la materia física o bien por el contrario dilatarse en gigantescos tamaños; elevarse a lo largo de un rayo de luz hasta el globo solar; ampliar el sentido del tacto de modo que toque la luna con la mano; introducirse en el seno de la tierra tan fácilmente como en el de las aguas; dominar los objetos animados o inanimados del mundo visible; alterar el curso de la naturaleza; y cumplir todo cuanto se proponga. Estas diversas facultades reciben de menor a mayor los nombres de anima, mahima, laghima, garima, prâpti (20), prâkâmya (21), vashitâ (22) e ishitâ, correspondiente esta última al estado espiritual que sintetiza todas las facultades anteriores, pues ya entonces se halla el yogui lleno del espíritu de Dios.
No hay enseñanza sagrada alguna tan definitiva y concluyente como la tocante a la naturaleza y actividad del alma. Parece que algunos rishis concedieron capitalísima importancia a esta metafísica fuente de conocimiento (23).

Desde los tiempos más remotos estuvo convencida la humanidad de la existencia del alma, cuyo grado de espiritualidad depende de su más o menos íntima unión con el superior e íntimo principio (24). Cuanto más estrecha sea esta unión, tanto más desembarazado quedará el destino del hombre y menos expuesto a los riesgos de las condiciones externas.

PSICOLOGÍA DE LOS ARIOS

Esta creencia no es fanatismo ni superstición, sino un perenne e instintivo presentimiento de la existencia del mundo espiritual, que aunque invisible y subjetivo para el yo inferior, es perfectamente objetivo para el Yo superior. Creyeron también los antiguos que la voluntad humana está subordinada en su acción a determinadas condiciones externas e internas, sin caer no obstante en el fatalismo que hubiera sido la acción ciega de una fuerza todavía más ciega; pero admitían el hado o destino que durante su vida va tejiéndose el hombre como tela de araña. Dos influencias actúan en el destino del hombre: la benéfica, personificada por algunos en el ángel custodio, y la maléfica o concupiscente, personificada en el demonio o ángel tentador. Ambas influencias solicitan la voluntad y una de las dos ha de prevalecer; pero desde que se inicia la invisible lucha entre una y otra, interviene la severa e inflexible ley de compensación para regular las fluctuaciones y vicisitudes del combate.
Hilada ya la última hebra y envuelto el hombre en la red por él mismo entretejida, queda preso en ella y sujeto a su destino, que o bien lo clavará en determinado sitio como lapa en la roca, o bien, cual leve pluma, lo llevará de un lado a otro arrastrado por el torbellino de sus propias acciones.
A los filósofos antiguos no les parecía imposible que las entidades del otro mundo se comunicaran con los mortales por medio de signos alfabéticos, por toque o por vislumbre, para revelarles hechos ya acaecidos pero ignorados, y también acontecimientos futuros, según nos dice Amonio. Por otra parte Lamprias y algunos más afirman que si bien las entidades desencarnadas pueden volver a la tierra en auxilio de los hombres, también hay almas encarnadas que tienen el don de profecía y lo conservan después de la muerte.
Sobre esto dice Lamprias:

No es posible que el alma adquiera al separarse del cuerpo la facultad de profetizar si no la tuvo durante su vida terrena; pero hemos de suponer que mientras estuvo unida al cuerpo la poseía, aunque no educida por completo... Porque así como el sol siempre refulge aunque lo eclipsen las nubes, así también el alma posee siempre la facultad de escrutar el porvenir, aunque entorpecida por su conexión con el cuerpo.

Entre los varios fenómenos contradictorios de la facultad de manifestación objetiva de las entidades astrales, merece citarse el de las manos luminosas de contextura nebuloide, pero lo bastante consistente para manejar el lápiz y escribir comunicaciones y desvanecerse luego a la vista de los circunstantes. Estos fenómenos son verdaderos y dignos de atento estudio, pues los han comprobado testimonios del todo fidedignos, aunque algunas veces haya habido supercherías y fraudes en este particular (25).
Precisamente, los médiums más a propósito para la manifestación de las entidades astrales, son los menos capaces de comprender y explicar los fenómenos. Sobre el punto de las manos luminosas, el doctor Fairfield, aunque médium en ejercicio, se declara contra la explicación que del fenómeno dan los espiritistas y dice:

He presenciado personalmente este fenómeno en condiciones por mí mismo establecidas en mi propio aposento, en pleno día con el médium sentado en un sofá a unos dos metros de la mesa sobre la que aparecía la mano luminosa. Apliqué a esta mano un imán en forma de herradura, y en seguida osciló visiblemente, al paso que el médium era presa de violentas convulsiones, en prueba lo bastante concluyente para inferir que de su sistema nervioso dimanaba la fuerza productora del fenómeno (26).

PROYECCIONES ASTRALES

Acertó Fairfield al inducir de su experimento que la mano luminosa era una magnética emanación del médium, pues la influencia del imán demuestra científicamente lo que todo ocultista afirma apoyándose en la filosofía y en la autoridad de su experiencia, esto es, que las entidades psíquicas se valen de la materia del cuerpo astral del médium (27) para dar apariencia objetiva a los brazos y manos luminosos, mientras el cuerpo físico del mismo médium queda paralizado y cataléptico. Porque el cuerpo astral, que no puede amputar el cirujano, sigue siendo el vehículo sensorio aun después de la muerte del cuerpo físico, no obstante cuantas hipótesis neurológicas se hayan establecido en contrario. Las entidades que se valen de la materia astral del cuerpo del médium o de las auras de los circunstantes, son por lo general los elementarios o las entidades no purificadas todavía, porque los espíritus puros no quieren ni pueden manifestarse objetivamente. ¡Desgraciado del médium que cae en poder de las entidades astrales!
De la propia suerte que el médium en estado cataléptico proyecta espectralmente un brazo, una mano o una cabeza, es posible que proyecte todo su vehículo astral y aparezca el espectro de cuerpo entero. A veces esta proyección es efecto de la voluntad del Yo superior del médium, sin que de ello tenga conciencia el yo inferior; pero generalmente la voluntad del médium queda paralizada por la influencia de las entidades elementarias y elementales que se apoderan del cuerpo astral del médium y lo proyectan por efecto de una acción análoga a la del hipnotizador respecto del sujeto.
Tiene razón Fairfield al afirmar que casi todos los médiums están aquejados de alguna enfermedad orgánica o desequilibrio psíquico, y en algunos casos transmiten estas dolencias a sus hijos. En cambio, se equivoca completamente al atribuir todos los fenómenos psíquicos a las morbosas condiciones fisiológicas del médium, pues los adeptos de la magia superior gozan constantemente de robusta salud mental y física (28), y precisamente sólo ellos son capaces de producir a su libre voluntad fenómenos psíquicos. El adepto tiene perfecta conciencia de su actuación y no está sujeto como los médiums a los cambios de temperatura de la sangre ni otros síntomas morbosos ni exige condiciones previamente establecidas, sino que opera los fenómenos en todo tiempo y lugar, y en vez de sujetarse a influencias ajenas, rige y domina las fuerzas psíquicas con su férrea voluntad.
Pero ya en otro punto de esta obra demostramos la diametral oposición entre el adepto y el médium. Sólo cabe añadir aquí que en el adepto actúan armónicamente cuerpo, alma y espíritu, al paso que en el médium el cuerpo es una masa de materia cataléptica y el alma y el espíritu se ausentan casi siempre mientras dura aquel estado para prestar sus vehículos inferiores a las entidades psíquicas. Los adeptos no sólo pueden proyectar espectralmente a voluntad una parte, sino todo su cuerpo astral (29).
En cambio, el médium no actualiza fuerza de voluntad alguna, pues basta para la producción del fenómeno que antes de caer en trance sepa lo que de él esperan los investigadores. Cuando el Ego del médium no esté entorpecido por influencias ajenas, actuará fuera de la conciencia física con tanta seguridad como en los casos de sonambulismo, y sus percepciones objetivas y subjetivas serán de agudeza igual a las del sonámbulo, porque cuanto más sutil es el vehículo en que actúa el Ego tanto más delicadas y agudas son sus percepciones (30).
Dice Peary Chand Mittra:

El espíritu es una energía, una esencia, un poder sin forma alguna, pues la idea de forma es inseparable de la de materia; pero el espíritu puede manifestarse y actuar en formas de materia más o menos sutil, y entre ellas las formas astrales que una entidad espiritual puede asumir temporáneamente. Cuanto más sumida está nuestra alma en la materia, más grosero es nuestro concepto del espíritu (31).

OPERACIONES TEÚRGICAS

Es fama que el órfico Epiménides estuvo dotado de santas y maravillosas facultades, entre ellas la de desprenderse de su cuerpo físico siempre y durante el tiempo quería. Muchos otros filósofos antiguos tuvieron la misma facultad. Apolonio de Tyana podía dejar conscientemente su cuerpo físico en cualquier instante y operaba fenómenos prodigiosos a la luz del día, como por ejemplo, cuando en presencia del emperador Domiciano y de multitud de circunstantes se desvaneció de repente para aparecer al cabo de una hora en la gruta de Puteoli (32). Tampoco necesitó de nadie el taumaturgo pitagórico Empédocles de Agrigento para resucitar a una mujer ni exigió condiciones preestablecidas para desviar una tromba de agua que amenazaba caer sobre la ciudad. Estos teurgos eran magos, y por esto podían obrar a voluntad semejantes prodigios a que no hubieran alcanzado si tan sólo fuesen médiums.
De la propia suerte, no le era necesario a Simón el Mago ponerse en trance para elevarse por los aires en presencia de multitud de testigos, entre los que se hallaban los apóstoles. Como dice Paracelso:

No requieren estas obras conjuros ni ceremonias ni formación de círculos ni quemas de incienso. Es tal la alteza del espíritu humano, que no acierta a expresarse con palabras. Si comprendiéramos debidamente hasta dónde alcanza su poder, nada nos sería imposible en la tierra. Inmutable y eterno como Dios es el espíritu del hombre. La imaginación se educe y robustece por la confianza en nuestra voluntad. La confianza debe confirmar la imaginación, porque establece la voluntad.

Según relata Turner (33), el año 1783 el embajador del rey de Inglaterra con su séquito visitó al dalailama, niño entonces de dieciocho meses, quien no obstante su corta edad recibió a los enviados con tal aire de dignidad y decoro que les llenó de admiración y asombro. Tenía el grave continente de un filósofo de muchos años, reposado y sumamente cortés. El embajador representó al infantil pontífice la pena que al gobernador general de Calcuta, la ciudad de los palacios, y al pueblo indo en general les había causado la noticia de su muerte, y la viva satisfacción por todos ellos experimentada al saber que había reencarnado en el lozano y robusto cuerpo del niño que ante sí veía, por lo que el gobernador de Calcuta esperaba que el dalailama continuaría por largo tiempo iluminando al mundo con su presencia, y que la amistad contraída por ambos se fortificaría más y más en beneficio de sus inteligentes devotos. A este discurso correspondió el niño con expresivas miradas de complacencia, inclinando por dos veces la cabeza en señal de asentimiento como si comprendiese y aprobase cuanto el embajador acababa de decir (34). Después le obsequió, así como a los del séquito, con té y dulces servidos en bandeja de oro, y cuando alguna taza quedaba vacía miraba hacia los criados con aire ceñudo sin cesar en esta actitud hasta que los criados las volvían a llenar.

AVENTURA CON UN MONJE BUDISTA

Hace algunos años íbamos unos cuantos viajeros en penosa marcha de Cachemira a Leh, ciudad del Ladâhk, comarca central del Tíbet. Entre nuestros guías iba un samán tártaro, misterioso personaje que hablaba el ruso y algo el inglés, pero que se ingenió de modo que pudo darse a entender de nosotros y sernos de mucha utilidad. Enterado de que algunos viajeros éramos de nacionalidad rusa creyó que podríamos protegerle en todo y por todo y proporcionarle el medio de regresar salvo y sano a su casa de Siberia, de donde según nos dijo había tenido que huir veinte años antes al país de los chagaros (35) pasando por Kiachta y el desierto de Gobi. En vista de la confianza que en nosotros puso el samán nos consideramos seguros bajo su guía, pues algunos de nuestros compañeros habían maquinado el temerario plan de entrar en el Tíbet al amparo de diversos disfraces, sin que ninguno de ellos conociese la lengua del país excepto uno a quien llamaré K, ex pastor luterano que sabía algo del idioma kasan tártaro. Muy luego fueron descubiertos a pesar del disfraz. A los hermanos N que también eran de la expedición se les condujo con mucho miramiento a la frontera, y en cuanto a K, cayó en cama con fiebre y hubo de esperar algunos días para volverse a Lahore por Cachemira. Este incidente le dio ocasión de presenciar un suceso que para él equivalió a ver la reencarnación de Buda. Profesaba K con orgullo la filosofía positivista, y como había oído hablar de la prodigiosa reencarnación de Buda a un viejo misionero ruso en quien confiaba mucho más que en el abate Huc, hizo propósito, alimentado ya de muchos años, de descubrir la trampa de aquella “jugarreta pagana”, como él la llamaba. Pero las cosas no salieron a la medida de su esperanza. A unas cuatro jornadas del miserable villorrio de Islamabad, sin otro atractivo que su magnífico lago, nos detuvimos a descansar por unos cuantos días. Algunos compañeros se desparramaron por los alrededores, quedando todos en reunirnos en el villorrio y allí nos enteró el guía samán de que una numerosa peregrinación de monjes budistas estaban alojados en un templo cováneo de las cercanías, donde habían establecido un vihara provisional, y como según noticias iban con ellos los “tres nobles” (36), podían los monjes operar los mayores prodigios. Nuestro compañero K, entusiasmado ante la perspectiva de confundir la secular superchería, se apresuró a visitar a los peregrinos en su vihara o campamento, situado en un solitario paraje a cubierto de toda intrusión, y muy luego contrajimos todos amigables relaciones con ellos.
A pesar de las atenciones, cumplidos, finezas y aun regalos (37) con que inútilmente procuró K captarse la voluntad de Pase Budhu, jefe de la peregrinación y muy santo asceta, no quiso éste efectuar el fenómeno de la “encarnación” hasta que quien estas líneas escribe le enseñó cierto talismán (38). Apenas lo vio hizo los preparativos necesarios, y al efecto, una vecina le prestó un niño de tres o cuatro meses. A K le exigieron juramento de que hasta siete años después no divulgaría nada de cuanto viese y oyese.
Antes de que todo estuviera dispuesto, pasaron algunos días sin otro suceso de nota que la aparición de unos rostros espectrales evocados por un monje del cristalino seno del lago, mientras nos hallábamos sentados a sus orillas en la entrada del vihara. Uno de aquellos rostros era el de la hermana de K, a quien éste había dejado buena y sana en su casa, pero que, según después se supo, murió antes de llegar nosotros al paraje en que nos hallábamos. De pronto sobrecogióse K a la vista de la aparición, mas luego se apoyó en su escepticismo para explicarse aquel fenómeno diciendo que era efecto de la sombra de las nubes o de las ramas de los árboles, como en casos semejantes suelen replicar los escépticos.

EL ADEPTO Y EL NIÑO

La tarde señalada al efecto colocaron al niño de pecho sobre una alfombra en el centro del vestíbulo del santuario provisional, pues K no podía pasar de allí, y después de despedidos los curiosos colocáronse dos monjes de centinela para impedir la entrada a cuantos no estuviesen invitados.
Sentáronse entonces los monjes en el suelo, de espalda contra las paredes de granito, en disposición que les separaba como unos tres metros del niño colocado en el centro. El jefe de la peregrinación se sentó en el rincón más apartado del aposento, sobre una piel recortada en cuadro que de propóstio habían extendido los legos. Tan sólo K se colocó junto al niño, en acecho de sus más leves movimientos. Se nos puso por condición que guardáramos absoluto silencio en paciente espera de los acontecimientos. La luz del sol entraba a raudales por la puerta, y poco a poco fue cayendo el superior en profunda meditación, mientras que los monjes, después de una corta invocación en voz muy queda, callaron súbitamente y clavaron la vista como si fuesen estatuas. El llanto del niño interrumpía aquel angustioso silencio. Al breve rato cesó el niño de moverse y quedóse rígido, sin que ninguno de los circunstantes se hubiese apartado de su asiento. El superior no miraba al niño, porque tenía los ojos fijos en el suelo, y pálido e inmóvil parecía más bien la broncínea estatua de un talapín en meditación que un ser viviente. Con profunda sorpresa vimos que el niño se sentaba como maniquí movido por ocultos alambres, y después de varias sacudidas se puso en pie.
Cabe presumir la admiración que en todos nosotros causó el espectáculo, y la estupefacción de K al convencerse de que nadie absolutamente había movido pie ni mano del sitio en que estaba ni pronunciado tampoco palabra alguna. Y sin embargo, ¡allí estaba erguido y firme como hombre hecho y derecho aquel niño de pañales!
Copiaremos la restante explicación de los apuntes tomados por K, quien dice:

Después de un par de minutos de vacilación, volvió el niño la cabeza y fijó en mí los ojos con tan viva lumbre de inteligencia, que me estremecí de pavor. Me pellizqué las manos y me mordí los labios hasta casi brotar la sangre, para asegurarme de que no soñaba. Sin embargo, lo sucedido hastaentonces no era más que el prólogo. La prodigiosa criatura, según imaginé, dio dos pasos hacia mí, volvió a sentarse y mirándome fijamente repitió palabra por palabra, en lengua que supuse tibetana, la frase sacramental de las encarnaciones de Buda: “Yo soy el viejo Lama. Soy su espíritu en nuevo cuerpo”.
Se me erizaron entonces los cabellos de espanto, se me heló en las venas la sangre, y ni con amenazas de muerte se me hubiera podido arrancar una palabra. Allí no cabía impostura ni ventriloquismo. Meneaba el niño los labios, y su mirada parecía escudriñar en mi alma con tal expresión en su semblante, que me representaba el del mismo superior, cual si delante lo tuviese y su espíritu se hubiese infundido en aquel infantil cuerpo a cuyos ojos se asomara como a través de un disfraz. Me sentí entonces arrebatado por el vértigo. El niño se me acercó y me tomó la mano, cuya sensación fue para mí la de un ascua de carbón. Incapaz de presenciar la escena por más tiempo, me cubrí el rostro con las manos, y al apartarlas a poco, ya estaba otra vez el niño lloriqueando lastimosamente. El superior había recobrado su estado normal y conversaba tranquilamente con nosotros.
Durante diez días presencié otros fenómenos similares que me convencieron de la verdad de lo que siempre tuve por impostura cuando me lo referían los viajeros. Entre muchas preguntas que el superior consideró impertinentes, hubo una a la que respondió de modo harto significativo. Le pregunté por mediación del samán, qué hubiera sucedido si loco yo de terror y creído de que el niño era el diablo, arremetiera contra él y le matara. A esto me dijo que si la muerte del niño hubiese sido instantánea, también hubiera muerto el superior, pero tan sólo el niño si el golpe no lo matara desde luego.

En el Japón y Siam hay dos categorías de sacerdotes: una pública y relacionada con el pueblo; otra rigurosamente secreta que jamás se presenta en público y cuya existencia sólo conocen unos cuantos naturales del país y ni siquiera sospechan los extranjeros. Los sacerdotes esotéricos celebran sus ceremonias en templos subterráneos, ante escaso número de circunstantes cuya cabeza responde del secreto, y tan sólo en ocasiones de excepcional importancia, como la muerte de algún individuo de la familia real o eclesiásticos de muy elevada dignidad.

LA INCINERACIÓN Y EL CUERPO ASTRAL

Uno de los fenómenos más misteriosos y sorprendentes es la separación del cuerpo astral cuando se incinera el cadáver (39). En Siam, Japón y Tartaria es costumbre modelar con las cenizas del difunto (40) amasadas en agua, diversos objetos como medallones, figulinas e idolillos cocidos y dorados al fuego. La lamasería de U-Tay, en la comarca mongol de Chan-Si, sobresale en este linaje de labores, y las gentes ricas envían allí las cenizas de sus difuntos para que con ellas modelen el objeto deseado.
Para separar de las cenizas el cuerpo astral, que sin esta operación permanecería algún tiempo apegado a los restos de su envoltura física, amontona el mago las cenizas del difunto sobre una placa metálica de longitud aproximada a la talla regular del hombre, y con el talapatnang (41) las va aventando suavemente, mientras musita una invocación. Como si las tenues cenizas tuviesen inteligencia y vida, forman en el aire la silueta del difunto, que poco a poco va condensándose en blanquecinos vapores hasta transformarse en su cuerpo astral que por fin desaparece.
Los magos de Cachemira, Tíbet, Mongolia y Tartaria son demasiado famosos para que nos detengamos a enumerar su actuación; pero si los escépticos persisten en decir que no pasan de ser prestidigitadores, invitamos a los más hábiles y expertos de Europa a que les imiten si a tanto llega su destreza.
Los químicos europeos no han logrado todavía descubrir el secreto del embalsamamiento egipcio, y mucha mayor sería su confusión al ver, como nosotros hemos visto, cadáveres conservados por medio de procedimientos alquímicos, con tan maravilloso arte, que por la naturalidad de sus carnes, la lisura de su piel y el vidrioso brillo de sus ojos, parecía después de muchos siglos como si en aquel momento acabaran de morir. En las tumbas de reyes, príncipes y magnates está colocado el cadáver sobre suntuosos túmulos con adornos dorados y algunas veces de oro, y alrededor se ven las alhajas, armas y adminículos de uso personal del difunto, custodiadas por la servidumbre de ambos sexos cuyos cadáveres están embalsamados tan cuidadosamente como el de su dueño, de manera que parecen dispuestos a servirle en cuanto los llame.
En el convento del Gran Kuren y en otro sitio de la montaña sagrada de Bohté-Ula, hay, según se dice, algunas de estas sepulturas que respetaron siempre los invasores del país. El abate Huc tuvo referencias de estas sepulturas aunque no logró verlas, pues no se le consiente a ningún extranjero que no vaya provisto del correspondiente salvoconducto. Lo que dice el abate Huc de que las tumbas de los soberanos de Tartaria están rodeadas de cadáveres de niños envenenados con mercurio, a fin de conservarlos incorruptibles, es una de tantas patrañas forjadas por los misioneros para embaucar al vulgo que cree cuanto le refieren.
Los budistas no han inmolado jamás seres vivos, ni hombres ni animales, pues tales sacrificios son del todo contrarios a los principios de su religión. Cuando un rico deseaba que a su muerte le enterrasen en compañía de alguien, enviaba la familia emisarios por todo el país en unión de los lamas embalsamadores, por ver si había muerto de muerte natural algún niño, cuyo cadáver entregaban a dicho objeto los padres, que se consideraban dichosos de conservar el cuerpo de sus hijos de tan poética manera, en vez de entregarlo a la podredumbre y exponerlo a la voracidad de las hienas.

EL OÍDO ESPIRITUAL

Al regresar del Tíbet el abate Huc, le refirió en París a un caballero ruso llamado Arsenieff varios sucesos maravillosos que no fueron del dominio público, entre los cuales se cita el siguiente, que presenció durante su estancia en la lamasería de Kunbum. Conversaba Huc cierto día con un lama, cuando de pronto cesó éste de hablar y quedó en actitud de escuchar algo que Huc no acertaba a oír. A poco, el lama exclamó como si respondiese a un invisible interlocutor: “En ese caso debo ir”.
-¿Ir a dónde? ¿Con quién habláis? –preguntó asombrado el abate Huc.
-A la lamasería de *** -repuso el lama.- El shaberon me necesita y me ha llmado.
La lamasería de *** está a muchas jornadas de la de Kunbum donde ocurría el suceso; pero lo que más pasmó al abate Huc fue que en vez de tomar el lama el camino de la lamasería, se dirigió a una especie de cúpula situada en la azotea del edificio conventual, donde después de breves palabras con otro lama le encerró éste en ella bajo llave. El que había encerrado al amigo de Huc volvióse entonces hacia el abate que había seguido atentamente toda aquella operación, y sonriente le participó que ya había partido su huésped. A lo que respondió el abate:
-¿Pero cómo es posible, si lo habéis encerrado aquí dentro y no hay salida alguna?
-¿Y qué obstáculo es para él una puerta? Él ha partido, y como no necesita su cuerpo en el viaje, lo dejó a mi cuidado.
A pesar de los muchos prodigios de que en su arriesgado viaje había sido testigo, el abate Huc receló de que ambos lamas le hubiesen engañado. Al cabo de tres días, como no viera por allí a su habitual amigo, preguntó por él y le respondieron que regresaría aquella misma tarde. a la puesta de sol, en el momento en que los lamas iban a recogerse, oyó Huc la voz de su amigo que parecía como si desde las nubes llamase al otro lama para que le abriese la puerta de la cúpula, tras cuya celosía se dibujaba, en efecto, la silueta del hasta entonces ausente. Apenas le franquearon la salida de la cúpula fue a ver al lama guardián de Kunbum y le enteró de ciertos mensajes y comunicaciones recibidas en el lugar adonde había ido. Nada más pudo saber Huc acerca de aquel viaje aéreo; pero sospechó que fue una “farsa” premeditada con el propósito realizado de allí a poco de confinarles a él y a su compañero de misión, el P. Gabet, en Chogar-tan, lugar aledaño de la lamasería de Kunbum. Las sospechas del audaz misionero pudieron tener fundamento en su imprudente indiscreción.
Si el abate Huc hubiese conocido la filosofía oriental, no le sorprendiera, de seguro, el viaje del lama en cuerpo astral a la lejana lamasería ni la para él inaudible plática que tuvo con el shaberon. Recordaremos a este propósito los recientes experimentos efectuados en América con el teléfono, que permite transmitir a muy lejanas distancias la voz humana y los sonidos musicales por medio de un alambre. Asimismo conviene no olvidar que, según los filósofos herméticos, cuando una llama desaparece de la vista, no por ello se extingue totalmente, sino que pasa del mundo visible al invisible, y puede, por lo tanto, percibirla la vista interna adecuada a las cosas de este otro y más real universo. la misma ley rige en el sonido; pero así como el oído corporal percibe tan sólo las vibraciones acústicas a través del aire hasta cierto grado de intensidad, según la mayor o menor agudeza de este sentido en el individuo, el adepto puede percibir las vibraciones sutilísimas del ambiente astral sin necesidad de alambres, solenoides ni tornavoces, pues le basta el poder de su voluntad. El oído espiritual salva todo obstáculo de tiempo y espacio, de suerte que un adepto puede conversar con otro de las antípodas, tan fácilmente como si ambos estuvieran en el mismo aposento.
Confirmarían nuestra aseveración numerosos testigos que oyeron el son de instrumentos músicos y de la voz humana a millares de millas de distancia del lugar en donde nos habllábamos, sin sospechar que el adepto les había comunicado por breves momentos la auditiva percepción espiritual de que él goza constantemente.
Si los científicos examinaran en vez de ridiculizar el principio de filosofía oculta que proclama la unidad de las fuerzas naturales, darían pasos de gigante en el camino de la verdad, por el cual hoy tan lentamente adelantan. Los recientes experimentos de Tyndall (42) desbarataron cuantas hipótesis se habían establecido hasta ahora para explicar la propagación del sonido, y los llevados a cabo con las llamas mágicas (43) le condujeron hasta los umbrales de la ciencia oculta. Otro paso adelante le hubiese revelado cómo pueden los adeptos comunicarse verbalmente desde lejanísimas distancias. Pero nadie dará por ahora este paso.

EL LENGUAJE DE LAS LLAMAS

Dice Tyndall acerca de sus experimentos con las llamas mágicas:

Cuando se golpea un yunque colocado a cierta distancia, disminuye la longitud de la llama unas siete pulgadas, por liegero que sea el golpe. Al sacudir un manojo de llaves, la llama se agita violentamente con fuerte ruido. Si se deja caer una moneda de plata sobre otra, disminuye la llama. El crujido del calzado la conmueve bruscamente, y el mismo efecto causan el roce de un vestido de seda y el ruido del papel al arrugarlo o rasgarlo. El tiquiteo de un reloj de pared muy cercano, la disminuye hasta apagarla con ligera explosión, y cuando se da cuerda a uno de bolsillo, la mueve tumultuosamente. Algunos de estos fenómenos pueden producirse desde unos treinta metros de distancia. Si se lee en voz alta cerce de la llama, se agita más o menos bruscamente en correspondencia con la entonación y modulaciones de la voz, según me sucedió al leer un trozo de la Faërie Queene.

Tales son las maravillas de la moderna física, para cuya experimentación se necesitan silbatos, trompetas, campanas y discos con los gases a propósito para la producción de los sonidos. En cambio, los adeptos, libres de toda esta impedimenta, obtienen los mismos resultados fenoménicos, aunque le parezca imposible a la ciencia profana. Por lo que toca a nuestra personal experiencia, diremos que en cierta ocasión de excepcional importancia, hubo necesidad de consultar un oráculo, y al efecto vimos cómo un monje mendicante obtuvo la respuesta por medio del movimiento de una llama sin aparato alguno. Encendió el monje una hoguera con ramas del árbol llamado beal y echó en el fuego unas cuantas hierbas sacrificiales. Quedóse el mendicante absorto en profunda meditación junto a la hoguera y al fin empezó el interrogatorio. En los intervalos de pregunta a pregunta ardía con dificultad la hoguera como si fuese a apagarse; pero al explanar la pregunta se empinaban, retorcían y lengüeteaban las llamas en alternada dirección de los cuatro puntos cardinales (44). De cuando en cuando, una llama se inclinaba hacia el suelo hasta lamer el césped por todos lados y desaparecía súbitamente. Terminado el interrogatorio emprendió el mendicante la marcha de regreso a la selva en donde moraba y fue entonando por el camino un monótono y quejumbroso canto a cuyo ritmo respondían las llamas con maravillosas modulaciones de su rumor (45) que duraron hasta perderse de vista el mendicante. Entonces se apagó de repente la hoguera dejando una capa de cenizas ante la admirada vista de los circunstantes (46).
En los países budistas ofrece la religión dos distintos caracteres: el exotérico o popular y el esotérico o filosófico. Este último se encierra en la escuela de los sûtrantikas (47), atenidos rigurosamente al espíritu de las directas enseñanzas de Gautama, que demuestran la necesidad de la percepción intuitiva con todas sus consecuencias. Los sûtrantikas no divulgan el resultado de sus investigaciones ni permiten su divulgación.
Cuando el moribundo cabe el árbol sâl se disponía a entrar en el nirvana, exclamó Gautama:

Todo lo compuesto es perecedero. El Espíritu es la única substancia simple y primordial, y cada uno de sus rayos es inmortal, eterno e imperecedero. Guardaos de las ilusiones de la materia.

El rey Asôka difundió el budismo por toda Asia y más allá todavía de sus confines. Era nieto del taumaturgo monarca Chandragupta que había reconquistado el Punjâb a los macedonios (48), reuniendo la India entera bajo su cetro y recibió a Megathenes en su corte de Pataliputra.
Fue Asôka el más ilustre monarca de la dinastía de Maûrya, y de libertino y ateo se convirtió a la virtud y la piedad tan hondamente que mereció el dictado de pryâdasi (amado de los dioses). Ningún otro soberano le aventajó en pureza de intenciones y su recuerdo perdura en el corazón de los budistas, perpetuado en los edictos que en diversos dialectos quedaron esculpidos en las columnas y rocas de Allahabad, Delhi, Gujerat, Peshawur, Orissa y otros lugares (49).
Cuando los estaviras del tercer concilio budista enviaron misioneros a Cachemira y convirtieron a los adoradores de las serpientes, se propagó el budismo con la rapidez del fuego. Los sátrapas, que desde la muerte de Alejandro Magno se repartían el territorio índico, aceptaron la nueva religión que se extendió igualmente por Gândhara y Cabul (50).

REGLAS MONÁSTICAS DEL BUDISMO

Los upâsakas y upâsakis son hombres y mujeres seglares adscritos a la vida conventual, pero sin dejar el mundo, con voto de observar las reglas monásticas y estudiar los meipos o fenómenos psíquicos. Quienes incurren en los “cinco pecados” quedan excluidos de la congregación. Entre las reglas citadas, conviene citar como más importantes:
1.ª No maldecir a nadie, porque la maldición recae sobre el que la echa y sus parientes, también envueltos en la misma atmósfera.
2.ª Amar al prójimo, aunque sea nuestro más encarnizado enemigo.
3.ª Abstenerse de llevar armas defensivas, y sacrificar la existencia no sólo en beneficio del prójimo, sino aun de los mismos animales cuando sea necesario.
4.ª Vencerse a sí mismo, en que consiste la mayor victoria.
5.ª Evitar todo vicio.
6.ª Practicar todas las virtudes y especialmente la humildad y la clemencia.
7.ª Obedecer a los superiores; amar y respetar a los padres, a los ancianos y a los varones doctos y virtuosos.
8.ª Proveer de alimento y abrigo a los hombres y animales menesterosos.
9.ª Plantar árboles en las márgenes de los caminos y abrir pozos parra comodidad de los caminantes.
Tales son las reglas a que están sujetos los monjes y monjas budistas.
Cuenta esta religión con numerosos santos, famosos por la austeridad de su vida y lo admirable de sus milagros. Tissu, consejero espiritual del emperador, que consagró al kan Kublai, tuvo general renombre por la santidad de su conducta y las maravillas que obró; pero no se detuvo aquí su labor, sino que depuró la religión budista, y de él se dice que por su consejo expulsó el kan Kublai de una sola comarca de la Mongolia meridional a quinientos mil monjes impostores que so capa de religión se entregaban a la ociosidad viciosa. Más tarde, en el siglo XIV, tuvieron los lamaístas su gran reformador y también taumaturgo, el shaberon Son-Ka-po, nacido, según tradición, de la virgen Koko-nor. Uno de sus prodigios fue que el árbol del Kunbum o de las diez mil imágenes, marchito desde hacía algunos siglos por la decadencia de la fe, rebrotó con más vigor y lozanía que nunca de los cabellos de este avatar de Buda. La misma tradición dice que Son-Ka-po ascendió a los cielos el año 1419. Contrariamente a la opinión del vulgo, pocos de los santos budistas son avatares (51).
En muchas lamaserías hay escuelas de magia y la más famosa es la del monasterio de Shutukt, vasto como mediana ciudad, pues a él están adscritos más de treinta mil monjes y monjas. Algunas de estas últimas poseen notables virtudes taumatúrgicas, y de tiempo en tiempo van en peregrinación de Lha-Ssa a Candi, la Roma del budismo, que atesora muchos santuarios y reliquias de Gautama.
Para evitar el encuentro con musulmanes y gentes de otras creencias, viajan de noche completamente inermes y sin temor de los animales salvajes que no las han de acometer. Durante el día se refugian en cuevas y viharas que sus correligionarios les preparan al efecto en parajes convenientes (52).

EL ALMA DE LAS FLORES

Uno de los más interesantes fenómenos que nos llevó a presenciar nuestro anhelo de investigación, lo realizó un peregrino budista hace ya algunos años, cuando esta clase de manifestaciones eran una novedad para nosotros. Un amigo budista natural de Cachemira, de padres katchis pero convertido al lamaísmo y de místico temperamento, que reside ordinariamente en Lha-Ssa, nos invitó a visitar a los peregrinos, entre los cuales había una monja alta, demacrada y ya metida en años, que al ver en nuestras manos un ramo de hermosas y fragantes flores, preguntó:
-¿Por qué lleva ese manojo de flores muertas?
-¿Muertas? ¡Pues si acabo de cortarlas de la planta!
-Y sin embargo, están muertas. Nacer en este mundo es morir. Ahora veréis cómo son estas flores en el mundo de la perpetua luz, en los jardines de nuestro bendito Foh.
Sin moverse del sitio donde en el suelo estaba sentada, tomó la monja una flor del ramillete, se la puso en la falda y arrojó sobre ella grandes puñados de una materia invisible extraída al parecer de la atmósfera circundante. Muy luego apareció una tenue neblina que poco a poco fue tomando forma y color hasta que se detuvo en el aire y vimos la exacta imagen de la flor con todos sus pétalos y matices, pero mil veces más hermosos y de más delicada belleza, de la propia suerte que el glorificado espíritu humano aventaja incomparablemente a su envoltura física. Flor tras flor fue reproduciendo la monja todo el ramo hasta la más insignificante brizna, con la particularidad de que aparecían y desaparecían alternativamente a impulsos de nuestro pensamiento. En cierta ocasión sosteníamos con el brazo extendido una rosa plenamente abierta, y a los pocos minutos aparecieron brazo, mano y flor perfectamente reproducidos en el aire a unos dos metros de nuestro asiento; pero mientras que el aspecto de la flor era etéreo y de tan indescriptible hermosura como el de las demás flores astralmente reproducidas, el brazo y la mano aparecían cual reflejados en un espejo, de suerte que hasta se veía en el antebrazo una gran mancha producida por la tierra húmeda de una de las raíces de la flor. Más tarde supimos la razón de este fenómeno.
Hace medio siglo declaró acertadamente el doctor Broussais que si el magnetismo fuese verdad sería un absurdo la medicina. El magnetismo es verdad, y en cuanto a quea absurdo la medicina, no contradeciremos al médico francés. Según hemos demostrado, el magnetismo es el alfabeto de la magia, pues no cabe comprender las operaciones mágicas sin la previa comprensión de las atracciones y repulsiones magnéticas en la Naturaleza.
Muchas de las llamadas supersticiones populares son en el fondo el instintivo conocimiento de esta ley, porque por secular experiencia sabe el vulgo que ciertos fenómenos ocurren bajo determinadas condiciones, y que se repiten invariablemente siempre que se establecen dichas condiciones; pero como el vulgo desconoce el fundamento reflexivo de la ley, atribuye el fenómeno a causas sobrenaturales.
Ejemplo de estas supersticiones tenemos en la subsistente en la India, Rusia y otros países que consiste en la instintiva repugnancia de cruzar por la sombra que proyecta un hombre y más todavía si es pelirrojo, así como la aversión de los indos a estrechar la mano de quien no sea de su raza. Hay en esto explicación racional y no son ridículas quimeras, pues toda persona tiene su correspondiente aura o efluvio magnético, que no obstante la perfecta salud física del sujeto puede influir morbosamente en quienes reciban sus emanaciones. Según el doctor Esdaile y otros hipnotizadores, las gentes de raza oriental y particularmente los indos son más sensitivos que los de raza blanca.
Los experimentos del barón de Reichenbach, si no bastaran los del mundo entero, han demostrado que son mucho más intensos los efluvios magnéticos que irradian de las extremidades torácicas y abdominales del cuerpo humano, y así lo corroboran las manipulaciones terapéuticas. Por consiguiente, los apretones de manos son verdaderos contactos magnéticos que pueden transmitir condiciones morbosas o antipáticas, por lo que obran cuerdamente los indos en mantenerse fieles a este precepto de Manú.

CREENCIAS POPULARES

Por lo que atañe a la sombra de los pelirrojos, hemos observado en todos los países la misma prevención contra los hombres de este pigmento, según corroboran los refranes corrientes sobre el particular en Rusia, Persia, India, Francia, Turquía y Alemania (53), que achacan a los pelirrojos el ser traicioneros y solapados. Ahora bien; cuando un hombre está iluminado por la luz del sol, proyecta las emanaciones magnéticas en la misma dirección de su sombra (54) por efecto del magnetismo solar, que al avivar la vitalidad del individuo acrecienta su energía electro-magnética. De aquí quye aquél a quien un hombre le sea antipático, hará bien en no cruzar por la sombra de este hombre.
Si los médicos se desinfectan las manos después de tocar a un enfermo y no por ello los inculpamos de supersticiosos, ¿por qué llevar esta inculpación contra los indos? Los microbios morbosos son invisibles y, sin embargo, de efectiva realidad en su acción, como han demostrado los bacteriólogos; pero también los experimentadores orientales demostraron hace miles de años que los gérmenes de una epidemia moral pueden propagarse por comarcas enteras y que el magnetismo siniestro es contagioso.
Otra creencia vulgar en la región rusa de Georgia y en varias de la India es que cuando no reaparece el cadáver de un ahogado, se puede encontrarlo con sólo echar al agua una prenda de ropa de uso del difunto, pues irá flotando en el agua hasta detenerse en el punto perpendicular al en que está hundido el cadáver, que la atraerá hacia el fondo.
Hemos presenciado este fenómeno en un caso en que sirvió de prenda el cordón sagrado de un brahmán, que fue trazando curvas sobre el agua como si buscase algo, hasta que, lanzándose repentinamente en línea recta en un trayecto de cincuenta metros, se hundió en el sitio de donde más tarde los buzos extrajeron el cadáver.
También subsiste en los Estados Unidos de América la misma creencia. Un periódico de Pittsburgo relataba no hace mucho tiempo el hallazgo del cadáver de un niño llamado Reed, que se ahogó en el río Monongahela. Fracasadas cuantas tentativas se hicieron para encontrar el cadáver, se recurrió a echar al agua una camisa del difunto, que después de flotar durante algún tiempo se hundió en determinado paraje, de donde se extrajo el cadáver. Por absurda que parezca esta creencia, es muy común entre las gentes de aquel país.
Se explica este fenómeno por la poderosa atracción que el cuerpo humano ejerce en los objetos que por largo tiempo estuvieron en contacto con él, y así sólo sirven para el caso las prendas muy usadas y de ningún modo las nuevas.
Desde tiempo inmemorial, las doncellas rusas siguen la costumbre de echar al río el día de la Trinidad guirnaldas de hojas tejidas por sus manos para adivinar su destino. Si la guinalda se hunde, es señal de que la muchacha morirá soltera aquel mismo año; si la guirnalda flota, se casará la muchacha dentro de un período de tiempo cuya duración corresponde al número de versículos que pueda ella recitar durante el experimento. Por nuestra parte afirmamos que hemos comprobado personalmente la verdad de algunos de estos casos, especialmente de dos en que las protagonistas fueron dos amigas cuya guirnalda se hundió y murieron antes del año. Si el experimento se hiciera cualquier otro día que no fuese el de la Trinidad daría el mismo resultado, pues el hundimiento de la guirnalda debe atribuirse a estar impregnada del magnetismo morboso de algún órgano aquejado de mortal dolencia, por lo que el fondo del río atrae la guirnalda. En cuanto a las demás circunstancias del fenómeno dejaremos su explicación a los amigos de las coincidencias.

LOS VERDADEROS FAKIRES

También se tachan de supersticiones, no obstante su fundamento científico, los fenómenos operados por los fakires, a quienes los escépticos confunden con los prestidigitadores e ilusionistas, cuando precisamente nada tienen que ver los fenómenos (kîmiya) del fakir con las habilidades (batte-bâzi) del prestidigitador ni mucho menos con la necromancia del hechicero (jâdûgar o sâhir), tan temido y odiado en la India. Entre las operaciones de unos y otros no sabe distinguir el europeo escéptico; pero el atento observador y la generalidad de los indos, sin distinción de castas, descubren la sutilísima y honda diferencia que separa la índole de los fenómenos. La bruja (kangâlin) que se prevale de sus facultades hipnóticas (abhi-châr) para causar daño, está expuesta a que cualquiera la mate, pues para todo indo es lícito matar a una bruja. El prestidigitador (bukka-baz) se limita a divertir al público, y los encantadores de serpientes que las llevan en su bâ-îni no alcanzan a más allá de fascinar a estos venenosos reptiles, sin potestad de influir en los seres humanos mediante hechizos mágicos y las operaciones llamadas mantar phûnknâ por los naturales. En cambio, el yogui y el sannyâsi deben sus maravillosas facultades a la educación mental y física, y los indos veneran a algunos de ellos como semidioses.
Rarísimos europeos pueden juzgar de la naturaleza de estas facultades, pues sólo tiene ocasión de presenciar sus operaciones mágicas quien cuenta con la benevolencia de algún brahmán o en casos de especiales y fortuitas circunstancias. Es tan insólito para un europeo ver a un fakir auténtico, como a una de las doncellas llamadas nautch, de quienes hablan todos los viajeros aunque poquísimos verzamente, pues están adscritas al servicio interior de las pagodas. Así es que no deben los europeos considerar como fakires a los desastrados y asquerosos sujetos que se pasan meses y aun años en una misma actitud a las puertas de las pagodas o en las plazas públicas y se torturan horriblemente por el procedimiento del ûraddwa bahu.
Muy extraño es que no obstante la infinidad de viajeros que han recorrido la India y comarcas colindantes y a pesar de que allí residen millones de europeos, no se tenga todavía noción exacta de la índole de aquel país. Tal vez alguno de nuestros lectores suponga que ya se sabe cuanto puede saberse de la India y dude de cuanto hemos dicho o acaso lo contradiga abiertamente, como nos sucedió en cierta ocasión. Los ingleses residentes en la India, según decía un oficial del ejército, creen de mal tono y de peor gusto ocuparse en cosas referentes a los indos y demostrar deseo de conocer cuanto de maravilloso y extraordinario se les atribuye; pero bien hubieran podido los viajeros suplir esta desatención de los residentes y explorar más detenidamente tan interesante país.
Hace cosa de medio siglo iban de caza dos intrépidos oficiales ingleses por las montañas Azules o de Neilgherry, en la India meridional, cuando al internarse en los bosques descubrieron unas gentes de raza distinta por su tipo e idioma de las otras del país. Muchas conjeturas más o menos descabelladas se hicieron acerca del origen y naturaleza de estas gentes, y los misioneros, que siempre están dispuestos a relacionarlo todo con la Biblia, llegaron a suponer que fuesen los descendientes de una de las dispersas tribus de Israel, fundándose para ello en el deleznable indicio de que tenían la tez blanca y los rasgos fisonómicos característicos del pueblo judío. Sin embargo, hay en esto error evidente, pues ese pueblo llamado de los todas no denota ni la más remota semejanza de complexión, costumbres, idioma y rasgos étnicos con el tipo judío (55).
No obstante el tiempo transcurrido y del aumento de población en aquellas montañas, cuyas faldas son hoy asiento de nuevas ciudades, nada se ha adelantado en el conocimiento de este pueblo singular acerca del cual se han derramado las más absurdas voces, sobre todo por lo que se refiere al número de sus individuos y a la poliandria que se les achaca y por cuya costumbre van extinguiéndose rápidamente, de modo que tan sólo quedan ya unos cuantos centenares de familias todas. Sin embargo, por nuestro personal testimonio podemos afirmar categóricamente que los todas no practican la poliandria ni su número es tan escaso como se supone, aunque nadie ha visto jamás a los niños de los todas sino en todo caso a los niños de los badagas que suelen llevar en su compañía, a pesar de ser estos badagas una tribu inda enteramente distinta, pero que siente profunda veneración hacia los todas, a quienes proporcionan alimento, vestido y tributan adoración casi divina. Son los todas de estatura gigántea, de tez blanca como los europeos, barba y cabello muy largos y poblados, sin que jamás les haya tocado filo de tijera o navaja.

LOS TODAS DE LA INDIA

Del relato de varios viajeros y de las obras de algunos orientalistas entresacamos los siguientes informes acerca de este extraño pueblo:

Son los todas de aspecto hermoso como el de una estatua de Fidias o Praxiteles, y pasan el tiempo en la ociosidad y la indolencia. Jamás hacen uso del agua ni cuidan del aseo personal. Su vestido se contrae a una amplia túnica de lana negra con cenefa de color en los bajos. No gustan de adornos ni joyas a que tan aficionado se muestra el indo. Su única bebida es la leche, y aunque apacientan rebaños no comen la carne de las reses ni hacen trabajar a las bestias de carga ni se ejercitan en la industria ni en el comercio. Desdeñan las armas, pues ni siquiera llevan bastón y no saben leer ni quieren salir de su analfabetismo. Son los todas desesperación de los misioneros, y según parece no profesan otra religión que el culto de sí mismos como señores de la creación (56).

Sin embargo, hemos de rectificar parte de estos informes en vista de los que respecto del particular nos dijo un santo gurú, brahmán merecedor de nuestro más profundo respeto. De ello resulta que nadie ha podido ver jamás juntos a más de cinco o seis todas, pues rehuyen el trato de los extranjeros y no les permiten entrar en sus largas y achatadas cabañas con sólo una puerta de acceso sin ventanas ni chimenea. No se ha podido ver ningún viejo entre los todas ni que enterraran a muerto alguno. En los recrudecimientos de la endemia colérica quedan indemnes, al paso que mueren miles de los demás indígenas atacados de la terrible enfermedad.
Tampoco han de temer nada los todas ni sus ganados de los animales feroces o venenosos, a pesar de que, según ya dijimos, no van ni siquiera armados de un mal palo. No se conoce el matrimonio entre los todas, y si parece escaso su número es porque nadie ha tenido ocasión de computarlo. Tan pronto como el alud de la civilización quebrantó su soledad, tal vez a causa de la indiferencia en que vivían, emigraron a parajes más recatados aún que las montañas Neilgherry. No descienden los todas de la propia estirpe de su raza, sino que son hijos de una escogidísima secta y destinados desde su primera infancia a fines puramente religiosos. Así es que el nombre de todas designa a los que por su complexión y otras características quedan consagrados desde su nacimiento a este especial destino religioso. Cada tres años se reúnen los todas en determinado paraje por cierto período de tiempo, y la suciedad de su cuerpo es como un disfraz a propósito para desorientar a quienes puedan verlos (57). Dedican a fines sagrados la mayor parte de sus rebaños y ningún profano ha entrado jamás en los templos donde efectúan sus ceremonias, pero se sabe que igualan en magnificencia a las más renombradas pagodas. No es, por lo tanto, extraño que por su nacimiento y misteriosos poderes veneren los badagas a los todas como semidioses y les proporcionen cuanto necesitan para la vida.
Tenga el lector la completa seguridad de que cualquier informe distinto de los precedentes se aparta de la verdad. Los misioneros no lograrán atraerse a ningún toda ni habrá badaga capaz de traicionar, ni aunque le despedacen, a quienes tan sinceramente sirven. Son los todas una comunidad que cumple una altísima misión bajo inviolable secreto.
Pero, además de los todas, hay en la India otras tribus igualmente misteriosas, y si bien hemos aludido a algunas en el curso de esta obra, quedan otras en silencio y sigilo.
Muy poco sabe hasta ahora el común de las gentes acerca del samanismo, y aun inexactamente, como ocurre en todo lo relativo a las religiones no cristianas. Generalmente se cree que el samanismo es el culto pagano dominante en Mongolia, cuando precisamente es una de las más antiguas modalidades religiosas de la India. Se funda el samanismo en la creencia de que después de la muerte persiste la individualidad del hombre, aunque se haya desprendido del cuerpo físico, y que sigue viviendo en naturaleza espiritual. Es el samanismo una derivación de la primitiva teurgia que entrefunde el mundo invisible con el visible. Cuando un mortal desea comunicarse con sus invisibles hermanos, le es preciso, según la doctrina samánica, elevarse hasta el plano en que residen, de modo que de ellos reciba energía espiritual, en tanto que, por su parte, les da él a ellos energía física, a fin de que puedan manifestarse espectralmente. Este temporáneo intercambio de condiciones es una operación teúrgica; pero quienes no la comprenden acusan a los samanes de hechicería y de evocar los espíritus de los muertos en ayuda de sus artes necrománticas.

COMUNICACIONES DE LOS LAMAS

Sin embargo, el verdadero samanismo floreció en la India tres siglos antes de J. C., en la época de Megathenes, y no cabe juzgar de él por las degeneradas derivaciones que actualmente practican los samanes de Siberia, así como tampoco es posible juzgar del budismo por las supersticiones fetichistas de los siameses y birmanos. Hoy día el samanismo o comunicación teúrgica con los espíritus desencarnados se profesa en las principales lamaserías de Mongolia y Tíbet, pues el budismo lamaico ha conservado cuidadosamente los primitivos conocimientos mágicos y opera en los tiempos presentes tan maravillosos fenómenos como en la época del kan Kublai y sus magnates. Lo mismo que hace trece siglos, la mística fórmula: Aum mani padmé hum (58) del rey Srong-ch-Tsans-Gampo tiene virtudes mágicas. Avalokitesvara, el principal de los tres bodisatvas y santo patrón del Tíbet, se aparece espectralmente a los fieles en la lamasería de Dga-G’Dan, por él fundada, y la luminosa sombre de Son-Ka-pa, en figura de ígnea nubecilla desprendida de los rayos solares, conversa con los miles de lamas de aquella comunidad y su voz resuena como el susurro de la brisa al orear los árboles, hasta que la hermosa aparición se desvanece entre los del parque de la lamasería.
Dícese que en el Garma-Khian o lamasería metropolitana, los lamas adeptos provocan la aparición de los espíritus malignos y regresivos para forzarles a dar cuenta de sus fechorías y reparar el daño inferido a las gentes. A esto le llamó ingenuamente el abate Huc “la personificación de los demonios”. Si los escépticos europeos pudieran leer los dietarios de la lamasería de Moru (59) en la ciudad espiritual de Lha-Ssa, donde se anotan los resultados de las comunicaciones de los lamas con las entidades del mundo invisible, no desdeñarían en estudiar los fenómenos que tan ponderativamente describen los periódicos espiritistas.
En la lamasería de Foht-Ila, residencia veraniega del dalailama, una de las más importantes de las miles del país, se ve flotar en los aires el cetro del prior del monasterio, cuyos movimientos regulan los actos de la vida conventual. Cuando el prior llama a un monje para que dé cuenta de su conducta, sabe de antemano el llamado que le sería inútil mentir, pues el cetro regulador de la justicia oscilará en uno u otro sentido para corroborar o desmentir las declaraciones del monje (60).
En el monasterio de Sikkim hay algunos lamas taumaturgos. El difunto patriarca de Mongolia, Gegen Chutuktu, que residía en el paradisíaco lugar de Urga, fue la décimosexta encarnación de Gautama, y por lo tanto, tuvo categoría de bodisatva y facultades taumatúrgicas verdaderamente admirables, aun entre los taumaturgos de aquella tierra de las maravillas por excelencia.
Pero no vaya a creerse que estas facultades taumatúrgicas puedan educirse sin esfuerzo. Las vidas de estos ejemplarísimos varones son ya de por sí un milagro, por más que la ignorancia los califique de vagabundos, holgazanes, mendigos e impostores. Decimos que su vida es ya de por sí un milagro, porque nos demuestra cumplidamente a cuánto alcanzan la pureza de conducta y rectitud de intenciones acompañadas del más riguroso ascetismo sin detrimento de la salud del cuerpo, cuya vida se prolonga hasta muy provecta edad. Ni por asomo imaginaron jamás los eremitas cristianos los refinamientos disciplinarios con que los fakires induístas y los monjes budistas fortalecen su voluntad, hasta el punto de que la aérea austeridad de Simeón el Estilita resulta en comparación juego de chiquillos.

FACULTADES TAUMATÚRGICAS

Pero no es lo mismo el estudio teórico que el ejercicio práctico de la magia. El colegio mongol de Brâs-ss-Pungs cuenta con más de trescientos magos (61) y doble número de discípulos que cursan la magia desde los doce a los veinte años; pero al terminar los estudios tardan todavía mucho tiempo en recibir la iniciación final, y apenas llega a merecerla uno de cada cien candidatos. aSimismo, entre los muchos miles de lamas que ocupan una serie de conventos alrededor de toda una ciudad, tan sólo el dos por ciento educen facultades taumatúrgicas. Cabe aprender de memoria línea por línea los 108 volúmenes del Kadjur (62) y sin embargo, carecer de facultades taumatúrgicas. Sólo hay un camino para llegar seguramente a la meta y de él nos hablan algunos autores herméticos, entre ellos el alquimista árabe Abipili, quien dice:

Te advierto, ¡oh tú!, quienquiera que seas e intentes sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti lo que buscas, tampoco lo hallarás fuera de ti. Si desconoces las excelencias de tu propia casa ¿por qué tratas de indagar la excelencia de otras cosas? ¡Oh hombre! Conócete a ti mismo. En ti yace oculto el tesoro de los tesoros.

En otro tratado de alquimia que se titula: De manna Benedicto, el autor dice respecto de la piedra filosofal:

Por diversas razones no tengo intención de hablar mucho sobre este asunto, ya explícitamente descrito al relatar ciertos usos mágicos y naturales de esta piedra que desconocen muchos de los que la poseen. Pero cuando contemplo a estos hombres me tiemblan las rodillas, se estremece mi corazón y me quedo absorto.

Todo neófito ha experimentado en mayor o menor grado análogos sentimientos, hasta que una vez vencidos se elevó a las altezas del adeptado. En los claustros de Tashi-Lhunpo y Si-Dzang educen algunos lamas las facultades mágicas hasta su extrema perfección. famoso es en la India el Banda-Chan Rambutchi, el Hutuktu de la capital del alto Tíbet, y renombrada en todo el país la confraternidad de Khe-lan, entre cuyos hermanos sobresalió un inglés (peh-ling) que venido de Occidente abrazó la religión budista y al cabo de un mes de noviciado fue admitido en la cofradía de Khe-lan. Según tradición, conocía este inglés todas las lenguas orientales, incluso la tibetana, y estaba versado en todas las ciencias y artes. Por la santidad de su vida y sus dotes taumatúrgicas llegó a ejercer al poco tiempo las elevadas funciones de shaberón, y los tibetanos veneran su memoria, aunque tan sólo los shaberones conocen su verdadero nombre.
El fenómeno mágico cuya operación anhela más vehementemente el budista devoto es el de viajar por los aires. El famoso chino Pia Metak, que fue rey de Siam, sobresalía por su saber y devoción; pero no alcanzó aquella eminentísima facultad hasta que se puso bajo la directa tutela docente de un sacerdote budista. Crawfurd y Finlayson, durante su residencia en Siam, observaron atentamente los esfuerzos de algunos nobles siameses para adquirir esta facultad (63).
Muchas y muy diversas sectas se dedican por entero en China, Siam, Tartaria, Tíbet, Cachemira e India británica a la educción de los llamados poderes sobrenaturales. Acerca de una de estas sectas, la de los taosés, dice Semedo:

Aseguran los taosés que por medio de ciertas prácticas y meditaciones pueden unos de ellos rejuvenecerse y otros alcanzar el estado de shien-sien o de beatitud terrenal en el que les es dado realizar todos sus anhelos y trasladarse pronta y fácilmente de un lugar a otro por muy distante que esté (64).

Esta facultad se contrae a la proyección del vehículo astral más o menos densificado, pero no a la locomoción aérea del cuerpo físico, pues dicho fenómeno puede compararse al reflejo de la imagen en el espejo donde aparece reproducida nuestra persona en sus más minuciosos pormenores, sin que haya en ella ni un átomo de materia. la fotografía proporciona otra prueba de esta proyección refleja, y si los físicos no han descubierto todavía el procedimiento de obtener fotografías a lejanas distancias (65), nada se opone a que lo hayan encontrado en la virtud de su propia voluntad quienes la desligan de todo interés mundano (66).

POSIBLES DESCUBRIMIENTOS CIENTÍFICOS

La ciencia afirma que el pensamiento también es materia y que toda vibración energética conmueve la masa atmosférica. Por lo tanto, si el hombre, como todos los seres y todas las cosas, está circuido del aura formada por sus propias emanaciones, y si con la imaginación puede trasladarse instantáneamente a los más distantes lugares, ¿qué imposibilidad científica se opone a que, regulado, intensificado y dirigido su pensamiento por la educada voluntad, asuma temporáneamente una forma objetiva que para la persona a quien vaya encaminado sea fidelísima figura del pensamiento original? ¿Es acaso esta afirmación más hipotética que no hace mucho tiempo lo eran el telégrafo, la fotografía y el teléfono?
Desde el momento en que la placa sensibilizada retiene tan minuciosamente nuestra imagen fisonómica, ha de ser esta imagen algo material, aunque tan en extremo sutil que escape a la ordinaria percepción sensoria. Y puesto que por medio de la linterna mágica podemos proyectar nuestra imagen personal sobre una pared blanca (67) desde cien metros de distancia, no es científicamente imposible que los adeptos conozcan ya algo que los científicos niegan hoy todavía, pero que con seguridad descubrirán mañana, esto es, el procedimiento de proyectar instantáneamente su cuerpo astral a miles de kilómetros de distancia y actuar en él tanto o más certera e inteligentemente que en el cuerpo físico, del cual se desprenden y dejan entretanto con el indispensable fluido vital para mantener catalépticamente la vida orgánica. La energía universal tiene una modalidad vibratoria muy superior a la eléctrica, única que hasta ahora conocen los investigadores científicos, y aun hay diversas transformaciones de la electricidad de cuyos inexperimentados efectos nadie es capaz de sospechar la amplitud.
Dice Schott que los chinos, y particularmente los de la secta de Tao-Kiao, llamados taosés, dieron ya desde muy antiguo el nombre de sian o shin-sian al anacoreta que, o bien por austeridad de vida o por efecto de hechizos y elixires, tienen virtudes taumatúrgicas y han alcanzado la inmortalidad terrena (68). Sin embargo, hay exageración, aunque no error, en esta referencia, pues no tienen el don de la inmortalidad corporal, sino tan sólo el de prolongar la vida, como lo atestigua Marco Polo en el siguiente pasaje:

Hay allí unos hombres llamados chughis (69), pero cuyo verdadero nombre es el de abraiamanes (70), que viven de 150 a 200 años. son muy sobrios y se alimentan principalmente de arroz y leche. Dos veces al mes toman una extraña pócima de azufre y mercurio que, según dicen, les alarga la vida y están acostumbrados a tomarla desde su infancia (71).

Dice Yule que, según Burnier, saben los yoguis preparar tan admirablemente el mercurio, que un par de gránulos de su preparación tomados por la mañana entonan salutíferamente el cuerpo. Añade a esto Yule que el mercurius vitae de Paracelso era una pócima en cuyos ingredientes entraban el antimonio y el mercurio (72).
Muy desaliñados e incorrectos son estos informes que estamos en disposición de rectificar. Por de pronto, la longevidad de algunos lamas y talapines es proverbial, y todo el mundo sabe allí que beben una mixtura por cuya virtud se renueva la “sangre vieja”, como ellos la llaman. Asimismo sabían los alquimistas que el aura de plata tomada a prudentes dosis devuelve la salud y prolonga considerablemente la vida. Pero en cuanto a si era mercurio la base del elixir usado por los yoguis y alquimistas, tenemos fundamento para afirmar que no es mercurio aunque lo parezca, pues tanto Paracelso como los demás místicos y alquimistas entendían por mercurie vitae el espíritu o aura de la plata y no del mercurio. Es de todo punto errónea la afirmación de que Paracelso introdujera el uso del mercurio en la farmacopea terapéutica, pues ningún preparado de mercurio, ya lo fuera por mano de algún medioeval filósofo del fuego, ya lo esté por la de los modernos farmacéuticos, no pudo ni podrá poner en perfecta salud al cuerpo. Tan sólo los inescrupulosos charlatanes preconizarán las virtudes de semejante droga, y así opinan muchos comentadores que los enemigos de Paracelso forjaron esta imputación con el maléfico propósito de que las gentes lo tuvieran por un charlatán.

MEDICINAS DE LOS YOGUIS

Los antiguos yoguis usaban, y aun hoy usan los lamas y talapines, un brebaje compuesto de cierto jugo lechoso extraído de una planta medicinal y mezclado con un poco de azufre. Algún maravilloso secreto deben de conocer estos hombres, cuando les hemos visto curar en breves días muy peligrosas heridas y soldar fracturas de huesos en tantas horas como días necesita la cirugía para obtener el mismo resultado (73). También hemos oído hablar de cierta agua llamada âb-i-hayât que mana de la fuente âb-i-haiwân-î y según creencia vulgar sólo pueden ver los santos sannyâsis. Sin embargo, los talapines no han querido revelar sus secretos terapéuticos ni a los científicos ni a los misioneros, por recelo de que sirviese de lucro lo que graciosamente debe emplearse en beneficio de la humanidad (74).
En las solemnes festividades de las pagodas indas o en los festejos con que se celebran las bodas de príncipes y magnates y siempre que con cualquier motivo se reúne gran multitud de gentes, acuden allí los gunis o encantadores de serpientes, los fakires hipnotizadores, los ilusionistas y alguno que otro sannyâsi milagrero. Los europeos que presencian los sorprendentes fenómenos operados por estas gentes podrán burlarse fácilmente de ellos, pero no les será posible explicarlos científicamente. Al ver a un encantador de serpientes con las cobras enroscadas al cuerpo, los brazos ceñidos por varios corallilos (75) y en el cuello un trigonocéfalo (76) a manera de corbata, sonríen despectivamente los escépticos, y ya que no puedan negar el fenómeno tratan de explicarlo diciendo que el encantador ha desemponzoñado de antemano a los reptiles arrancándoles los colmillos (77) y sumiéndolos al efecto en sopor hipnótico.
Ocurrió cierta vez que un oficial inglés, el capitán B, regateaba méritos a un encantador de serpientes diciendo que por lo inofensivas era ridículo temerlas. Entonces el guni, acercándose al capitán, le preguntó:
-¿Quiere el señor acariciar una de mis serpientes?
Soltó el capitán una interjección incompatible con los caracteres de imprenta y echóse rápidamente hacia atrás demostrando tanta ligereza de pies como de lengua, y gracias a la sugestiva acción del guni pudo librarse de una humillación pública.
Por media rupia (78), cualquier profesional del hechizo sárpico atraerá a sí multitud de serpientes indómitas, de las especies más ponzoñosas, que reptarán por piernas y brazos hasta enroscársele por todo el cuerpo, de modo que las manosee indemnemente (79). ¿Habrá algún prestidigitador, domador o hipnotizador europeo que ose efectuar semejante experimento a diario repetido en la India?

EL FAKIR Y LA TIGRE

Una vez, los vecinos de un villorrio sito no lejos de Dakka, en las cercanías de una selva, se vieron sorprendidos de espanto por la aparición, al rayar el alba (80), de una corpulenta tigre de raza bengalesa a la que un atrevido cazador había arrebatado sus cachorros. Víctimas de la fiera se contaban ya dos hombres y un niño, cuando un fakir que salía de la pagoda vióse frente al felino, agachada junto a un árbol en espantable actitud de lanzarse sobre otra presa. Sin vacilar, encaminóse el fakir derechamente a la fiera cantando un mantra de letra ininteligible para los profanos, y a cosa de tres metros de distancia dio unos cuantos pases magnéticos cuyo efecto fue que, con asombro de los vecinos refugiados tras las puertas de sus casas o subidos a los árboles, dio la bestia tan tremendo salto que todos creyeron víctima de su furia al santo varón; pero subió de punto el general asombro al verla retorciéndose y revolcándose a sus pies hasta quedar con la cabeza apoyada en las patas delanteras y la vista apaciblemente fija en él. Sentóse éste entonces junto a la fiera y la acarició pasándole la mano por la listada piel hasta que gradualmente cesó de rugir, y al cabo de media hora acudieron los vecinos en peso a contemplar al fakir recostado sobre los lomos de la tigre, a manera de almohada, con la mano derecha sobre la cabeza del animal que le lamía suavemente la izquierda apoyada sobre el césped bajo su espantable boca.
De este modo subyugan los fakires a las bestias más feroces de la India, entre las cuales no es la menor el tigre, y seguramente que ningún domador europeo fuera capaz de otro tanto a pesar del hierro candente. Desde luego que no todos los fakires poseen tan maravillosas facultades, pues son los menos; pero no obstante, su número es considerable, y como el procedimiento para educirlas se les enseña secretamente en las pagodas, sólo lo conocen los iniciados. Esto confirma la verdad de las hasta hoy tenidas por fábulas de Krishna y Orfeo, que con sus cantos amansaban a las fieras.
Es innegable que ni un solo europeo residente en la India, de asiento o de viaje, puede jactarse de haber estado en el recinto interno de una pagoda, pues no hay influencia ni soborno capaces de franquear sus puertas a los profanos, y menos aún a los extranjeros. Si alguien intentara allanar el santuario, fuera lo mismo que prender fuego a un polvorían, pues los cien millones de indos, tan sufridos y pacientes (81), se sublevarían como un solo hombre, sin distinción de secta ni casta, contra semejante profanación y exterminarían a los extranjeros.
La Compañía de Indias estaba perfectamente enterada de esta disposición de ánimo y desde luego procuró aquistarse la benevolencia de los brahmanes, cuyas pagodas subvencionó precavidamente. El gobierno británico sigue la misma conducta y ha logrado consolidar hasta cierto punto su dominio, respetando la religión, costumbres y leyes de los indígenas.
Pero reanudemos el examen del samanismo o culto de los espíritus, la más extraña y a la par menos conocida de las religiones anteriores al cristianismo. No tienen los samanes culto externo, ídolos ni altares y celebran una sola ceremonia, ritualística en el solsticio de invierno, sin permitir la entrada a los profanos (82). Los rusos, a pesar de su trato frecuente con los samanes de Siberia y tartaria, nada saben de cierto sobre esta religión, excepto lo relativo a las virtudes mágicas de sus sacerdotes, que achacan a prestidigitación, aunque muchos rusos residentes en Siberia están convencidos de la verdad de las facultades de los samanos. Celebran estos sus ceremonias religiosas al aire libre, en la cumbre de un colina o en lo más escondido de las selvas, a semejanza de los antiguos druidas. Las ceremonias del nacimiento, matrimonio y muerte son parte secundaria del culto religioso y consisten en ofrendas de esencias y leche, derramadas en el fuego del sacrificio al ritmo de conjuros mágicos que entona el celebrante y corean los fieles.

LOS SAMANES DE SIBERIA

El traje de los sacerdotes es de piel de gamuza u otro animal de virtudes magnéticas y está adornado con numerosas campanillas de hierro y bronce (83), que sirven para ahuyentar a las malignas entidades aéreas. También se valen a este propósito de un bastón cubierto de jeroglíficos y guarnecido de cascabeles, hacia cuyo puño queda atraída por misteriosa fuerza la mano del sacerdote o sacerdotisa cuando se comunica con el espíritu, y a poco se ve levantado en los aires hasta considerable altura, desde donde vaticina el porvenir (84). Ejemplo de ello nos da el samán que en 1847, desde un apartado lugar de Siberia, predijo con todos sus pormenores la guerra de Crimea, ocurrida seis años más tarde.
Aunque por lo general no conocen la astronomía ni siquiera de nombre, predicen los eclipses y otros fenómenos astronómicos y descubren a los culpables de robos y asesinatos. Los de Siberia son todos analfabetos, y entre los del Tíbet y Tartaria predominan los decultura empírica y autodidáctica, que no se someten a la influencia de las entidades psíquicas. Los primeros son médiums y los segundos magos. No es extraño, por lo tanto, que cuando los samanes se comunican en estado de trance con los espíritus, digan las gentes supersticiosas que están poseídos del demonio. Como en las bacantes y coribantes de la antigua Grecia, el frenesí mántico de lossamanes se manifiesta en violentísimos gestos y turbulentas danzas que por contagio imitan los espectadores atacados también del mismo frenesí, cuyas consecuencias suelen ser fatales en algunos individuos que acaban por caer rendidos al suelo (85).
Ejemplos de este linaje de contagios psíquicos nos ofrece la historia de los tiempos medioevales, entre ellos el famoso baile de San Vito o corea, del que Paracelso curó a muchos atacados, por lo que le acusaron sus enemigos de haber lanzado demonios por obra de uno muy poderoso que llevaba metido en el puño de la espada (86).
El samán iletrado es víctima de las entidades psíquicas, y mientras se halla en trance suele ver a los circunstantes en figura de diversos animales y les contagia de sus alucinaciones. En cambio, los samanes educados en los colegios sacerdotales saben ahuyentar a las entidades elementarias que producen las alucinaciones, y las ahuyentan por procedimiento análogo al de los hipnotizadores, o sea por el conocimiento que tienen de su índole y naturaleza (87).
Los samanes llevan consigo, pendiente de un cordón por debajo del brazo izquierdo, un talismán análogo a la cornerina de que ya hablamos. Al samán que nos guiaba por el Tíbet le preguntamos más de una vez:
-¿De qué sirve esta piedra y qué virtudes tiene?
Pero el samán eludía siempre toda respuesta categórica, con promesa de que tan luego como se le deparara coyuntura y estuviésemos solos le diría a la piedra que respondiese por ella misma. Muchas conjeturas nos sugería entonces tan vaga esperanza, pero muy luego llegó el día en que pudo hablar la piedra. Ocurrió el caso en una de las situaciones más críticas de mi vida, cuando el anhelo de viajar me había llevado a los arenosos desiertos de Mongolia (88) cuyo pavoroso silencio en las puestas de sol, a pesar de que no están del todo deshabitados, sobrecoge el ánimo mayormente que en las sabanas americanas, las estepas rusas o las soledades africanas. Una tarde en que todos los compañeros de viaje estaban ausentes de la yurta (89) le recordé su promesa al samán, confiando en que la cumpliría movido de la protección que a los extranjeros de la partida nos dispensaba. Suspiró el samán con muestras de duda, y a poco se levantó del pedazo de cuero en que estaba sentado, y saliendo de la tienda plantó junto a la entrada una estaca rematada por una cabeza de macho cabrío cuyos cuernos hacia arriba daban señal de que él estaba operando y nadie se atrevería por lo tanto a entrar en la tienda. Hecho esto, volvió junto a mí después de correr la cortina de fieltro, y sacóse del seno el talismán, tamaño como una nuez, y desenvolviéndolo cuidadosamente del envoltorio en que lo guardaba hizo ademán de tragárselo, aunque no puedo afirmar si se lo tragó en efecto. Lo cierto es que al poco rato cayó el samán al suelo tan yerto, frío y paralítico que hubiera parecido cadáver a no ser por el movimiento de los labios en respuesta a mis preguntas. La escena era en verdad dramáticamente embarazosa. Iba cayendo el día en brazos de la noche, y tan sólo quebraba la oscuridad de la tienda el mortecino fulgor de las ascuas que habían sido hoguera. La soledad me parecía aún más horrible junto a aquel cuerpo inerte; mas por fortuna tardó muy poco en variar la escena, porque oí una voz que, como si saliera de las entrañas del suelo en que yacía el samán, preguntó: “¡Mahandú! La paz sea contigo. ¿Qué me quieres?” no me sorprendió este fenómeno, por maravilloso que parezca, pues ya había visto a otros samanes en trances análogos, y así enfoqué toda mi fuerza mental en la entidad cuya voz había oído, y le dije mentalmente:

ESCENA MÁGICA EN TARTARIA

-Quienquiera que seas, ve a K y procura indagar el pensamiento de tal persona y qué está haciendo tal otra, y dile *** qué hacemos y en dónde estamos.
La voz respondió:
-Ya llegué. La anciana señora (90) está sentada en el jardín y se cala los anteojos para leer una carta.
-Entérate al punto del contenido de esa carta.
Preparé papel y lápiz y fui transcribiendo lo que la voz me dictaba lentamente, como si quisiera darme el tiempo necesario para la correcta transcripción de las palabras, pues hablaba en idioma válaco del que yo conocía la fonética, pero no el significado. De esta suerte llené toda una página.
Después dijo la voz que, aunque del mismo timbre del samán, resonaba cavernosa y como si de lejos viniese:
-Mira a Occidente, hacia la tercera pértiga de la yurta. El pensamiento de la señora está aquí.
Entonces se irguió el samán de medio cuerpo arriba y se abalanzó hacia mí, de suerte que me tomó de los pies con ambas manos y entre ellos apoyó la cabeza. La situación no me parecía muy agradable; pero la curiosidad vino en auxilio del valor. En el ángulo occidental de la tienda aparecía, como reflejo del cuerpo vivo, la trémula, oscilante y nebulosa figura espectral de una señora rumana de la región válaca, muy querida amiga mía, de temperamento místico, pero incrédula en absoluto respecto de los fenómenos psíquicos.
Dejo entonces la voz:
-Su pensamiento está aquí, pero su cuerpo yace inconsciente. No puedo traerla aquí de otro modo.
Interrogué al espectro en súplica de que me respondiese, mas en vano, pues si bien el semblante parecía gesticular con expresión de temor o angustia, no despegó los labios, y tan sólo creí oír a lo lejos, aunque tal vez fuese ilusión auditiva, una voz que decía en rumano: non se pôte (no es posible).
Durante dos horas tuve repetidas y evidentes pruebas de que el samán actuaba en su cuerpo astral, obediente a mis sugestiones mentales. Diez meses después recibí una carta de mi amiga en contestación a otra en que le enviaba yo la transcripción de lo dictado por la voz del samán. Corroboraba la señora todo cuanto yo había transcrito, pues según me dijo en su carta, estaba aquella mañana en el jardín entretenida en la prosaica ocupación de hacer conservas (91), y en un intervalo de la operación se sentó para leer una carta recibida de su hermano, cuando de pronto, a causa sin duda del mucho calor, según ella colegía, se desmayó y me vio en sueños sentada en una “tienda de gitanos”, en un paraje desierto que mi amiga describìa exactamente, añadiendo que ya no le era posible dudar por más tiempo de la verdad de estos fenómenos.
Pero el experimento tuvo una segunda y todavía mejor parte. En vista de nuestra crítica situación en aquel desierto, y con propósito de que nos sacara de ella, dirigí la entidad astral del samán hacia mi amigo kutchi de Lha-Ssa, que según dije está continuamente yendo y viniendo del Tíbet a la India británica. Realizóse felizmente mi propósito, porque al cabo de pocas horas llegó en nuestro socorro una partida de veinticinco jinetes capitaneados por un amigo personal del kutchi, un adepto a quien no había yo visto hasta entonces ni he vuelto a ver después, pues siempre está en la lamasería (sumay) donde no me fuera posible entrar. Mi amigo el kutchi le despachó en nuestro socorro tan luego como supo astralmente la situación en que nos hallábamos, y sin contratiempo llegaron al paraje que nadie hubiera podido encontrar por ordinaria orientación.
Fácil es que la generalidad de los lectores duden de cuanto acabamos de relatar; pero no así quienes con nosotros conozcan las dilatadísimas posibilidades de la actuación astral, sobre todo cuando este vehículo, como en el caso del samán, sirve de instrumento a una entidad superior .
LOS JUGLARES DE LA INDIA

Quien sólo haya presenciado las habilidades químicas, ópticas y mecánicas de los prestidigitadores europeos, quedará seguramente asombrado al ver las que sin aparatos a propósito llevan a cabo los juglares indos (93). Pero aunque los viajeros que no saben refrenar la fantasía exageran desmesuradamente sus relatos sobre el particular, los hay que se ciñen estrictamente a lo visto, como por ejemplo, el capitán O’Grady, quien dice:

He visto cómo un hombre lanzaba sucesivamente al aire unas veinte bolas numeradas en serie natural, que se elevaban hasta desaparecer de la vista de los espectadores. Entonces el juglar invitaba a un circunstante a que indicase el número de la bola que quisiera, y al punto caía violentísimamente al suelo la indicada. Estos juglares van medio desnudos y no emplean aparato alguno en sus suertes. También les he visto meterse en la boca tres especies de polvos diversamente coloreados y beber luego a chorrilo de un lotah o botijo de bronce tanta agua como les cabía en el cuerpo hasta rebosarle por la boca. Después vomitaron toda el agua que habían bebido y escupieron las tres porciones de polvo separadamente y completamente secos sobre un pedazo de papel (94).

Las belicosas tribus del Kurdestán, de puro origen indoeuropeo y sin una gota de sangre semita en las venas (95), son tan místicos como los indos y tan magos como los caldeos, en cuyo antiguo territorio se asentaron y lo defenderían si preciso fuese no sólo contra las ambiciones de Turquía sino contra Europa entera (96). Aunque unos son musulmanes de la secta de Omar y otros cristianos de la doctrina de Nestorio, o más bien de Maniqueo, sólo cabe llamarlos así nominalmente, porque en doctrina y prácticas son puramente magos. El número de los kaldanis llega a cien mil y están bajo la jurisdicción espiritual de dos patriarcas. Muchos de ellos son yezides.
Una de estas tribus se distingue por su afición al culto del fuego. Al salir y ponerse el sol desmontan los que viajan a caballo y con el rostro vuelto hacia el astro rezan la oración de la mañana o la de la tarde. en cada plenilunio celebran misteriosas ceremonias que duran toda la noche en una tienda dispuesta para el caso, en cuyo tupido telamen de lana negra campean misteriosos signos bordados en colores rojo intenso y amarillo. En el centro de la tienda se levanta un altar ceñido por tres cenefas de bronce, de las cuales penden aros sostenidos por trencillas de pelo de camello en número suficiente para que cada circunstante empuñe uno durante la ceremonia. Sobre el altar arde una lámpara oblonga de plata, de tres mecheros, con asa por el estilo de las lámparas sepulcrales egipcias que, según Kircher (97), se encontraron en los subterráneos de Menfis y en las ruinas de Persépolis (98). La forma de esta lámpara es parecida a una copa abultada en el centro y de figura de corazón en la parte superior. Los mecheros son triangulares y en el centro se dibuja un heliotropo invertido, cuyo tallo, graciosamente curvado, arranca del asa de la lámpara. Este adorno denota claramente que era uno de los vasos sagrados empleados en el culto del sol, pues los griegos llamaron heliotropo a la flor de este nombre por la semejanza de su corola con el disco solar. Los magos caldeos usaban también esta lámpara en las ceremonias cultuales, y tal vez su triple luz alumbró el rostro del rey hierofante Darío Hystaspes.
Hemos descrito tan al pormenor esta lámpara, porque hay una leyenda muy estrechamente relacionada con ella. Por referencias sabemos en qué consisten las ceremonias kurdas del plenilunio, pues aquellas gentes tienen exquisito cuidado en recatarse de los profanos y más todavía de los extranjeros. Sin embargo, pudimos enterarnos de que en cada tribu hay uno o varios ancianos, en sagrada veneración tenidos, que vaticinan el porvenir, descubren el pasado y aciertan cuanto se les consulta.

LA CONSULTA DEL ESPEJO

Hemos pasado algún tiempo entre los kurdos de diversas tribus¡ y podemos referir algún curioso suceso. En cierta ocasión robaron de la tienda una preciosa silla de montar, un tapiz y dos dagas circasianas con montura de oro cincelado. Una de las tribus kurdas, con su jefe a la cabeza, vino a protestar en nombre de Alá que el ladrón no era de los suyos. Así lo creímos, porque hubiera sido un hecho sin precedentes en aquellas tribus nómadas, tan famosas por el sagrado respeto con que tratan a sus huéspedes como por el desembarazo con que les roban y si a mano viene les asesinan en cuanto trasponen los límites de su aûl o campamento.
Un georgiano que iba en nuestra caravana sugirió entonces la traza de recurrir a los conocimientos del kudian o hechicero de aquella tribu, como así lo efectuamos con mucha solemnidad y sigilo al filo de la media noche en plenilunio. A la hora señalada nos acompañaron a la tienda anteriormente descrita, en cuyo abovedado techo se había abierto un lucernario cuadrangular por donde entraban los rayos de la luna para confundirse con los de las vacilantes llamas de la triple lámpara. El hechicero, anciano de gigantesca estatura cuyo piramidal turbante tocaba al techo de la tienda, después de murmurar durante algunos minutos varios conjuros que nos parecieron dirigidos a la luna, sacó un espejo redondo de los llamados “persas” y desenroscado que hubo la tapa echó el aliento sobre el cristal por espacio de diez minutos, para desempañarlo después con un manojo de hierbas mientras musitaba fórmulas de encantamiento. A cada frotación aumentaba la brillantez del espejo hasta emitir refulgentes y fosfóricos rayos en todas direcciones. Terminada la operación quedóse el hechicero espejo en mano, inmóvil como una estatua, y por fin murmuró entre labios: “Mira, Hanum, mira fijamente”. Aparecieron entonces sombrías manchas en el espejo donde momentos antes se reflejaba la radiante faz de la luna llena, y a los pocos segundos se dibujaron la silla, tapiz y dagas robados, como si surgieran del fondo de claras y cristalinas aguas, con los contornos cada vez más definidos. Después, una sombra más intensa todavía cubrió dichos objetos, sobre los cuales se fue gradualmente condensando hasta aparecer agachada encima de ellos la figura de un hombre, tan visiblemente como si se la mirara con telescopio.
-¡Lo conozco! –exclamé.- Es el tártaro que anoche vino a ver si le queríamos comprar la mula.
La imagen desapareció entonces como por ensalmo. El hechicero meneó la cabeza en señal de asentimiento y siguió inmóvil. A poco musitó extrañas palabras, y de pronto empezó a cantar con lenta y monótona modulación en lengua desconocida, hasta que al cabo de unas cuantas estrofas, sin cambiar de ritmo ni tono, chapurró en ruso a manera de recitado las siguientes palabras: “Ahora, Hanum, mira bien si podremos apresarle y dinos el hado del ladrón. Queremos saberlo esta misma noche...”
Volvieron a agruparse las sombras, y sin transición apenas vimos al tártaro tendido de espaldas sobre la silla en un charco de sangre y otros dos jinetes que a lo lejos galopaban. Tan horrorosa angustia me dio aquel cuadro que ya no quise ver más. Salió el hechicero de la tienda y noté que, como si les diese instrucciones, hablaba con unos kurdos allí en espera. Dos minutos después, una docena de jinetes bajaban a galope tendido por la montaña donde acampábamos, y a la mañana siguiente regresaron con los objetos robados. La silla estaba manchada de cuajarones de sangre y no quisimos tomarla. Refirieron que al perseguir al fugitivo echaron de ver que tras la cumbre de una lejana colina desaparecían dos jinetes, y que al correr hacia ellos dieron con el cadáver del ladrón tendido sobre los objetos robados, exactamente como le habíamos visto en el espejo mágico. Le habían asesinado los dos salteadores con intento de robarle, pero se vieron sorprendidos por el pelotón que despachó el viejo hechicero.

LA HECHICERÍA DEL SOPLO

En Oriente esta clase de hombres obtienen resultados notabilísimos con sólo soplar sobre una persona, ya con buena, ya con mala intención. Esto es puro hipnotismo, y los derviches que lo practican suelen intensificar el magnetismo animal con el de los elementos. Dicen que es peligroso colocarse de cara a determinados vientos, y nadie sería capaz de persuadir a un entendido en ciencias ocultas a que al ponerse el sol anduviese en la dirección en que sopla el viento. Conocimos a un viejo persa natural de Baku (100), a orillas del Caspio, que gozaba la poco envidiable fama de lanzar hechizos con la oportuna ayuda del viento que suele soplar en aquella ciudad, según da a entender su nombre (101). Si quien hubiese despertado la cólera del hechiero iba de cara al viento, aparecíasele aquél como por encanto, y cruzando el camino le soplaba en el rostro. Desde aquel punto quedaba la víctima afligida por todo linaje de males bajo el hechizo ordinariamente llamado “mal de ojo”.
Los anales franceses refieren varios casos de terrible índole, especialmente algunos relativos a sacerdotes católicos, que demuestran con toda evidencia el empleo del aliento humano con siniestros fines. Esta modalidad de hechicería se conoce de muy antiguo. El emperador Constantino estableció severísimas penas (102) contra quienes se valieran de la hechicería para violentar la castidad o mover a bajas pasiones. San Agustín amonesta contra el mismo vicio (103). San Jerónimo, San Gregorio Nacianceno y otras autoridades eclesiástricas se quejan de esta hechicería que no era infrecuente en el clero. Sobre el particular relata Baffet (104) el caso del párroco de Peifane, quien por artes de hechicería causó la perdición de una de sus feligreses, la respetable y virtuosa señora Du Lieu, por cuyo crimen le condenó a la hoguera el parlamento de Grenoble. En 1611 el de Provenza sentenció a la misma pena al clérigo Gaufridy por haber seducido en el confesionario a la penitente Magdalena de la Palud, soplándole la cara con el logrado intento de inspirarle concupiscente y violenta pasión hacia él.
Constan los casos precedentes en el informe oficial del mucho más famoso cuyo reo fue el influyentísimo P. Girard, procesado y juzgado ante el parlamento de Aix por haber seducido, valiéndose de hechicerías, a su penitente, la señorita Catalina Cadière, de Tolón, bella y piadosa joven de ejemplares virtudes que cumplía escrupulosamente con sus deberes religiosos. Esto fue la causa de su perdición, porque el P. Girard puso la vista en ella y desde aquel punto empezó a maquinar su desgracia. Con la hipócrita santidad que el jesuita aparentaba, supo captarse la confianza de la joven y de su familia, y muy luego halló ocasión de soplarle el rostro, de lo que la doncella sintió nacer una violenta pasión por su confesor y tuvo desde entonces visiones extáticas de índole religiosa, acompañadas de convulsiones histéricas y de estigmas de la Pasión. Deparósele por fin al clérigo la tan deseada coyuntura de hallarse a solas con su penitente, y volviendo a soplarle el rostro la dejó en desmayo, de que el hechicero se aprovechó para lograr su intento antes de recobrar el sentido la pobre muchacha. Durante algunos meses siguió el P. Girard sugestionando a su víctima con sofística palabrería para excitarle el fervor religioso y encubrirle la fealdad de su acción; pero no obstante las arterías empleadas por él, la señorita abrió por fin los ojos a la verdad, y enterados del caso sus padres incoaron proceso contra el seductor. La Compañía de Jesús empleó todo su poder e influjo en defensa del acusado, y según se dijo, gastó un millón de francos en el intento de invalidar las pruebas aducidas en el proceso. El 12 de Octubre de 1731 se dictó sentencia por los veinticinco magistrados del Parlamento, de los que doce votaron pena de muerte (105).

ESTIGMAS MÁGICOS

Los estigmas de la Pasión, que según el precedente relato aparecieron en el cuerpo de Catalina Cadière, eran señales cruentas de las espinas en la frente, de la lanzada en el costado y de las cuatro llagas de los clavos en manos y pies. Pero conviene añadir que los mismos estigmas aparecieron en el cuerpo de otras seis penitentes del mismo jesuita, las señoras de Guyol, Laugier, Grodier, Allemande, Batarelle y Reboul. Se echó de ver que las más hermosas penitentes del P. Girard mostraban extraña predisposición a los estigmas y a los éxtasis. También descubrió el ecamen quirúrgico parecidos estigmas en la señorita Palud, seducida por el cura Gaufridy.
En todo esto hay motivo para llamar la atención de cuantos (y especialmente los espiritistas) atribuyen estos estigmas a la acción de espíritus puros. Porque dando de mano a la influencia del diablo (a quien ya dejamos tranquilo en otro capítulo), apurados se verían los católicos, no obstante la infalibilidad de su Iglesia, para distinguir entre los estigmas procedentes de hechicería y los que, según ellos, son obra del Espíritu Santo o de los ángeles. La Iglesia achaca a remedos forjados por el diablo la simulación de estos signos de santidad; pero el subterfugio no sirve, porque el diablo está ya fuera de combate.
Quienes hasta aquí hayan perseverado en la lectura de esta obra preguntarán cuál es su finalidad práctica. Mucho se ha dicho acerca de la magia y sus potencialidades, así como de la incalculable antigüedad de su ejercicio. ¿Acaso afirmamos que todo el mundo ha de conocer y practicar las ciencias ocultas? ¿Acaso intentamos substituir el moderno espiritismo por la magia antigua? Ni una cosa ni otra. No cabría tal substitución ni fuera posible divulgar el estudio de la magia, sin promover enormes peligros públicos. En el momento de escribir estas líneas nos enteramos de la prisión de un conocido hipnotizador y espiritista, acusado de violar a una mujer por él hipnotizada. Todo hechicero es un enemigo público, y el hipnotismo puede convertirse fácilmente en hechicería de la peor especie.
No pretendemos que los científicos, teólogos y espiritistas sean magos en ejercicio, sino convencerles de que antes de nuestra época se conocieron ya la verdadera ciencia, la religión pura y los fenómenos auténticos. Quisiéramos que todos cuantos tienen alguna influencia en la educación de las gentes supieran primero, para enseñarlo después, que las obras legadas por los antiguos son los más seguros guías para lograr la sabiduría y la felicidad humanas; y que en los países donde los preceptos de los antiguos filósofos sirven de norma de conducta a las gentes, son más sublimes las aspiraciones espirituales y mucho más elevado el nivel moral. Quisiéramos generalizar el convencimiento de que las potencias mágicas son potencias espirituales y laten en todo hombre. Quisiéramos que actualizasen estas potencias cuantos sienten verdadera vocación al magisterio y están dispuestos a la disciplina y dominio internos que su desenvolvimiento demanda.
Muchos hombres vislumbraron la verdad y creyeron por ello poseerla plenamente. Sin embargo, estos hombres no hicieron el bien que desearon y hubieran podido hacer, porque la vanidad personal se interpuso entre los creyentes y la verdad completa que tras ellos refulgía. El mundo no necesita iglesias sectariamente exclusivistas, llámense de Buda, Jesús, Mahoma, Swedenborg, Calvino o cualquier otro instructor religioso. Si la verdad es una, también ha de ser una la iglesia necesaria para la humanidad, y esta iglesia es el reino de Dios que está en nosotros; el templo interior que, aunque circuido de los muros de la materia, es fácilmente accesible para quienes acierten con el sendero que conduce a la entrada. Así los limpios de corazón verán a Dios.
La trinidad de la Naturaleza es la cerradura de la magia y la trinidad del hombre su llave. En el solemne recinto del santuario no tuvo ni tiene nombre la SUPREMA DIVINIDAD innominada, inconcebible e inefable. Pero todo hombre halla a Dios en su interior.
En el Khordah-Avesta pregunta el alma desencarnada ante las puertas del Paraíso: “¿Quién eres, ¡oh hermosísimo ser!?”. Y le responden: “Soy, ¡oh alma!, tus puros y buenos pensamientos, tus buenas acciones, tu buena ley..., tu ángel... y tu Dios”. Entonces el hombre espiritual se reúne consigo mismo, porque este “Hijo de Dios” es uno con él, es su propio Mediador, el Dios de su alma humana, su Justificador. Así dice Platón: “Dios no se revela inmediatamente al hombre, sino que el espíritu es su intérprete” (106).

LOS BLANCOS, INEPTOS PARA LA MAGIA

Pero muy poderosas razones dificultan además el estudio práctico de la magia en Europa y América (aunque consientan el teórico), por la general incapacidad de la raza blanca para la comprensión experimental de la más difícil ciencia.
No importa que el hombre de raza blanca intente este estudio en su propio país o en los de Oriente. Fracasará igualmente, porque con toda probabilidad, de cada millón de europeos y americanos tan sólo uno tiene las aptitudes físicas, psíquicas y espirituales que demanda el estudio práctico de la magia; y entre diez millones ni uno solo reuniría las condiciones requeridas para su ejercicio.
El hombre civilizado carece de la prodigiosa resistencia física y mental de los orientales, ni tampoco tiene su apacible temperamento y benigna idiosincrasia. El indo, el árabe, el tibetano, han heredado la intuitiva percepción de que la voluntad humana puede dominar las ocultas fuerzas de la Naturaleza, y tienen por otra parte mucho más agudos que las gentes de Occidente los sentidos del cuerpo y del espíritu. El diferente espesor del cráneo de un europeo, comparado con el de un indo meridional, no supone superioridad psicológica, sino que es un accidente climatológico debido a la mayor intensidad de los rayos solares.
Además, el hombre civilizado tropezaría con tremendas dificultades en el curso de su adiestramiento, si vale la palabra, porque todos están contaminados de la secular superstición dogmática y del tan desarraigable como injusto sentimiento de superioridad respecto de a quienes los ingleses llaman despectivamente “negros”. Difícilmente se sometería el blanco europeo o americano a la instrucción práctica que sin mayor esfuerzo reciben un copto, un brahmán o un lama.
Para merecer el título de neófito es preciso entregarse en cuerpo y alma al estudio de las ciencias místicas, entre las cuales es la magia imperativa y celosa amante que no tolera rival. Contra lo común en las demás ciencias, de nada sirve en la magia el conocimiento teórico de las fórmulas si no hay capacidad mental para comprenderlas ni potencia espiritual para aplicarlas. El espíritu ha de mantener sujeta la combatividad de la mal llamada razón educada, hasta que los hechos hayan triunfado de la insulsa sofistería.
Los espiritistas son quienes mejor dispuestos están al estudio del ocultismo, aunque por efecto de sus preocupaciones se hayan opuesto obstinadamente hasta ahora a que se hablara de ello en público. A pesar de las insensatas negativas, son reales y auténticos los fenómenos espiritistas; pero a pesar también de su autenticidad se equivocaron por completo los afiliados a dicha escuela, cuyo descrédito dimanó de la insuficiente hipótesis que exclusivamente atribuye los fenómenos a espíritus desencarnados. Una infinidad de mortificantes fracasos no han logrado convertir ni su razón ni su intuición a la vedad. Ignorantes de las enseñanzas del pasado, no han descubierto otras capaces de suplirlas. Nosotros les brindamos deducciones filosóficas en vez de hipótesis incomprobables y el análisis y la demostración científica a cambio de la fe ciega. La filosofía oculta les proporcionará medios de responder a las racionales demandas de la ciencia y les librará de la humillante necesidad de recibir las oraculares enseñanzas de “inteligencias” por lo general más flacas que las de los niños de la escuela. Así fundados y robustecidos, los modernos fenómenos merecerían la estudiosa atención y el respeto de quienes dirigen la mentalidad colectiva. Si el espiritismo rechaza este auxilio, ha de resignarse a vegetar igualmente repudiado, y no sin razón, por científicos y teólogos, porque en su moderna modalidad no es ciencia ni religión ni filosofía.

INFERIORIDAD DEL ESPIRITISMO

¿Somos acaso injustos? ¿Habrá algún espiritista de sano criterio que nos acuse de haber retorcido esta cuestión? ¿Qué podrá exponernos sino embrollo de teorías y mescolanza de hipótesis mutuamente contradictorias? ¿Será capaz de afirmar que el espiritismo, no obstante sus treinta años de manifestaciones fenoménicas, constituye una filosofía ordenadamente eslabonada ni siquiera algo con apariencias de método definido que acepten y sigan sus conspicuos representantes?
Sin embargo, esparcidos por el mundo hay profundos eruditos y entusiastas escritores espiritistas que, además de la científica disciplina mental y de la razonada fe en el fenómeno por sí mismo, reúnen los requisitos necesarios para dirigir el movimiento. ¿Por qué se abstienen de colaborar en la formación de un sistema filosófico y se limitan a publicar obras aisladas o a colaborar en la prensa? No ciertamente por falta de valor moral, del que dan prueba en sus escritos, ni tampoco por indiferencia, pues sobrado entusiasmo hay en su campo y están convencidos de cuanto hacen, ni siquiera por falta de capacidad, ya que hombres hay entre ellos que pueden igualarse con los más esclarecidos talentos. Es porque, casi sin excepción, les confunden las contradicciones con que tropiezan y esperan que futuras experiencias confirmen sus aventuradas hipótesis. Tal es, sin duda, el método de investigación científica; el que siguió Newton al diferir por diecisiete años con el heroísmo propio de su noble y generoso ánimo la exposición de su teoría de la gravedad universal porque no estaba todavía plenamente convencido de ella.
El espiritismo, cuya índole es más bien agresiva que defensiva, acertó en sus tendencias iconoclastas; pero no tuvo en cuenta que demoler no es construir. Toda verdad realmente substancial que proclama, queda muy luego sepultada en confusas ruinas bajo un alud de quimeras. A cada paso que da el espiritismo, a cada nueva posición ventajose de que se apodera en el terreno de los hechos, sigue un desastre en forma de fraude o descrédito que le quita lo ganado y le reduce a la impotencia, pues los espiritistas no pueden y sus invisibles amigos no quieren, o tal vez pueden menos todavía, probar sus afirmaciones. Estriba su fatal debilidad en que sólo disponen de una hipótesis para explicar los tan combatidos fenómenos, o sea la actuación de los espíritus humanos desencarnados, a quienes rendidamente se sujeta el médium. Con vehemencia digna de mejor causa, atacan los espiritistas a cuantos discrepan de esta opinión y repudian todo argumento impugnador de su hipótesis como ofensa inferida a su buen sentido y a sus facultades de observación, por lo que ni siquiera accederán a discutir el asunto.
Así, pues, ¿cómo puede elevarse el espiritismo a la categoría de ciencia? La ciencia, según nos dice Tyndall, requiere para serlo tres condiciones necesarias: observación de los hechos, inducción de las leyes y reiterada comprobación experimental de estas mismas leyes. ¿Qué observador experto reconocerá en el espiritismo estas tres condiciones? El médium no está siempre en circunstancias de rigurosa comprobación, y por lo tanto las inducciones derivadas de los supuestos hechos carecen de elementos comprobatorios y son dudosas, con añadidura de que no las ha corroborado la experiencia. En suma, falta el primer elemento de certeza.
Para que no se nos inculpe de haber expuesto tendenciosamente la situación del espiritismo en los actuales momentos, ni de negar los progresos que verdaderamente haya hecho, apuntaremos que en la asamblea quincenal de los espiritistas londinenses, celebrada el 19 de Febrero de 1877 se suscitó un debate sobre el tema: Pensamiento antiguo y espiritismo moderno, en el que terciaron algunos de los más inteligentes espiritistas de Inglaterra, entre ellos Stainton Moses, quien había estudiado recientemente la relación entre los fenómenos antiguos y modernos. Dijo así:

HABLA UN ESPIRITISTA

El espiritismo vulgar no es científico y muy poco adelanta en el orden de la comprobación científica. Además, el espiritismo exotérico no va, por lo general, más allá de la presunta comunicación con amigos personales, del alimento de la curiosidad o de la mera exhibición de fenómenos... La verdadera ciencia esotérica del espiritismo es muy rara y tan rara como valiosa. De ella debiéramos extraer los conocimientos que hubiésemos de explanar exotéricamente... Imitamos demasiado el procedimiento de los físicos, y nuestras pruebas son bastas y con frecuencia ilusorias, de suerte que sabemos poquísimo de la proteica energía del espíritu. Los antiguos estaban en esto incomparablemente más adelantados que nosotros y mucho es lo que pueden enseñarnos. No hemos establecido con certeza las condiciones de experimentación según requieren indispensablemente las investigaciones científicas. Esto dimana principalmente de que nuestros círculos están constituidos sin sujeción a principios... Ni siquiera hemos comprendido las verdades elementales de los médiums. Tanto ocupó nuestra atención lo maravilloso, que apenas hemos catalogado los fenómenos ni siquiera expuesto una hipótesis satisfactoriamente explicativa del más sencillo... Nunca afrontamos la pregunta: ¿Qué es la inteligencia? Tal es nuestro escollo; tal nuestro más frecuente manantial de error, y aquí podríamos aprender provechosamente de los antiguos. Los espiritistas repugnan admitir la posibilidad de las verdades ocultas. En este punto son tan difíciles de convencer como lo es el vulgo respecto del espiritismo. Los espiritistas parten del falaz principio de que todos los fenómenos derivan de la acción de espíritus humanos desencarnados y no se han percatado de las potencias del humano espíritu. Desconocen, los límites del campo de acción del espíritu y lo que en su interior subyace .

No cabe definir mejor nuestras afirmaciones. Si el espiritismo ha de ser algo en el porvenir depende de hombres como Stainton Moses.
Hemos terminado nuestra obra, y ¡ojalá la hubiésemos mejor cumplido! Pero a pesar de nuestra inexperiencia en el arte de componer libros, y no obstante la grave dificultad de escribir en idioma extraño, creemos haber dicho algo que perdure en la mente de los pensadores. Quedan contados y puestos en revista los enemigos de la verdad. La ciencia moderna, incapaz de satisfacer las aspiraciones de la humanidad, le arrebata toda esperanza y deja vacío el porvenir. Es, hasta cierto punto, como el baitalpachisi, el vampiro de la fantasía popular de los indos que vive en los cadáveres de cuya podredumbre se alimenta. Los más preclaros talentos de la época han restregado la teología cristiana hasta descubrir su urdimbre, y hemos visto que en conjunto es más bien subversiva que estimuladora de espiritualidad y sana moral, porque en vez de exponer las reglas de la ley divina y de la divina justicia, no habla más que de sí misma y antepone el espíritu maligno a la sempiterna Divinidad, de suerte que confunde a Dios con el diablo. “No nos dejes caer en la tentación” es la súplica de los cristianos. ¿Quién es el tentador? ¿Satanás? No va dirigida a él la súplica. Es aquel genio tutelar que endureció el corazón del rey de Egipto, que infundió el maligno espíritu en Saúl, que envió mendaces mesajeros a los profetas e indujo a pecar al rey David. Es el bíblico Dios de Israel.
Nuestro examen de la multitud de creencias religiosas que en una u otra época ha profesado la humanidad demuestra evidentemente el común origen de todas ellas, como si fuesen diversos modos de expresar el ardiente anhelo que las encarceladas almas sienten de comunicarse con las celestes esferas. Así como el prisma desompone la luz blanca en los colores del iris, así también el rayo de la verdad divina, al atravesar el triédrico prisma de la humana naturaleza, se quiebra en los coloreados fragmentos que se llaman RELIGIONES. Y así como los rayos del espectro se funden uno en otro por imperceptibles gradaciones, también así las teologías divergentes del centro original vuelven a converger en los cismas, herejías, escuelas y brotes surgidos de todos lados. En sintético conjunto, resumen la verdad eterna; separadas, no son más que sombras del error humano y signos de imperfección. El culto de los pitris védicos se convierte rápidamente en el culto de la porción más espiritual del linaje humano. sólo necesita la recta percepción de las cosas objetivas para el final descubrimiento de que el único mundo real es el mundo subjetivo.
El despectivamente llamado paganismo fue sabiduría antigua, de Divinidad henchida, y el cristianismo y el islamismo tomaron cuanto de inspirado tienen de su étnico padre el judaísmo. El induísmo prevédico y el budismo son la doble fuente de que brotaron todas las religiones. El nirvana es el océano donde todas han de verter.
Para los fines del análisis filosófico no hemos necesitado tener en cuenta las enormidades que han entenebrecido el recuerdo de muchas religiones del mundo. La verdadera fe es el vaso corporal de la caridad divina, y humanos y sólo humanos son los ministros de sus altares. Al hojear las sangrientas páginas de la historia eclesiástica, echamos de ver que siempre fue el mismo el argumento de la tragedia, aunque representada por distintos actores con diversos trajes.

LA VERDAD UNIVERSAL

Pero la noche eterna planeaba en todo y sobre todo, y nosotros pasamos de lo visible a lo invisible. Nuestro ferviente anhelo ha sido enseñar a las almas sinceras a descorrer el velo, para que en el resplandor de aquella Noche transmutada en Día contemplen serenamente la VERDAD SIN VELO.


FIN DE LA OBRA

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