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EL ARTE OSCURO

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viernes, 19 de diciembre de 2008

MITOS Y LEYENDAS, E HISTORIA -- ROMA

MITOS Y LEYENDAS, E HISTORIA -- ROMA
ROMA
Italia. Sus primeros habitantes
Se da el nombre de Italia a una península meridional de la Europa, situada entre los 24º 15' y 36º 10' de longitud, y entre los 35º 45' y 47º 8' de latitud, y circundada por los Alpes al N y por el mar en lo restante. Distinguimos la continental, la península y las islas: Parma divide la primera de la segunda; la península forma un trapecio comprendido entre el Mediterráneo, el Adriático y el mar Jonio; las islas son las de Sicilia, Cerdeña, Córcega y muchas menores. De los Alpes, que son las montañas mas altas de Europa, con pocos desfiladeros practicables, todos los valles siguen la dirección del Adriático. El Po, naciendo del monte Viso, atraviesa la mayor llanura de Italia, recogiendo las aguas de los Alpes y algunas del Apenino. Los Apeninos forman como la espina dorsal de la península, con dos vertientes, una hacia el Adriático y la otra hacia el mar Tirreno, en el cual desembocan el Arno y el Tíber. Desde la desembocadura del Varo hasta el estrecho de Sicilia hay 230 leguas de costa: desde el estrecho hasta el cabo de Otranto; 230 de este punto a la desembocadura del Isonzo, es decir 5819 kilómetros; por lo que la Italia es designada como una gran potencia marítima, con grandes ciudades en la costa, como Génova, Venecia, Palermo y Nápoles: y los golfos y el puerto de la Spezzia; hay breve distancia entre sus costas del Mediterráneo y del Adriático, y ocupa el centro del mar que une el Asia, el África y los países más fértiles de Europa.
Los mitos, que colocan en la Campania y en Inarime (Ischia) la guerra de los dioses contra Tifeo y los tres gigantes que Júpiter sacó fuera de la tierra, mientras abismó a los otros bajo los montes de la Sicilia, aluden a las sumersiones e inmersiones anteriores a la historia, cuando el suelo donde más tarde se asentaron Roma y Nápoles era todo sacudido por los volcanes, y lleno de hielo en la parte septentrional. Suponen algunos que el Po desembocaba en el mar 100 millas más adentro que ahora. La emersión del Apenino, a lo largo de Italia, separó al Oriente los terreros de segunda y tercera formación, y al Occidente los producidos por el fuego, que luego domina desde el Vesubio, el Etna, Estrómboli y los campos Flegreos. De aquí proviene tanta variedad de aspectos y de vegetación, parecida a la escandinava en los Alpes y a la africana en la Campania.
El nombre de Italia se limitaba al principio al país comprendido entre los Golfos Lamético y Escilático; se extendió después a los de Ausonia, Enotria y Hesperia, dados por los Griegos; y se extendió todavía más cuando se hallaron ocho pueblos contra Roma en la guerra social; solo después abrazó también el imperio la Galia Cisalpina y la Sicilia.
Primeros habitantes Difícil es determinar cuáles fueron sus primeros habitantes. Los Aborígenes debieron ser anteriores a una raza jafética, llamada de los Tirsenos, Rasenas o Tirrenios, los cuales dieron su nombre al mar occidental, mientras que el oriental lo tuvo de Adría, ciudad igualmente tirrena. Pertenecen estos a la edad fabulosa de Jano, Júpiter y los Sátiros, como también los Vénetos, los Euganeos, los Opobios, los Camunios y los Lepontios, y tal vez los Tauriscos, los Etruscos, los Opicos y los Oscos o Toscos; considerados todos como diferentes de los Sículos y de los Pelasgos. Diez y ocho siglos antes de J. C., fueron a Italia los Iberos, los cuales, viniendo de la Armenia llegaron hasta España. A esta raza pertenecían los Ligurios de la Alta Italia, los Ítalos que se extendían entre la Marca y el Tíber, y los Sicanos, considerados por algunos historiadores como originarios del Epiro, y asimilados a los Pelasgos. Celta es el nombre de una numerosa estirpe nórdica, una de cuyas ramas ocupó la Italia bajo el nombre de Umbros, y se dividió en tres bandas: Oll-Umbria, entre el Apenino y el Jonio; Is-Umbria, alrededor del Po; y Vil-Umbria, que fue luego Etruria; quedando el país oriental para los Iberos. La primera fecha histórica es la fundación de Ameria, trescientos ochenta y un años antes de Roma. Contemporáneos de estos grandes pueblos fueron otros pequeños, como los Titanes, los Cíclopes y los Lestrigones, que parecen oriundos de la raza de Cam y procedentes del África.
Pelasgos Como conquistadores y civilizadores aparecen luego los Pelasgos, gente industriosa que en todas partes precedió a los pueblos de gran renombre. Tal vez llegaron los primeros con Peucetio y Enotro, diez y siete generaciones antes de la guerra de Troya; nunca fueron verdaderos dueños de la península, pero siempre estuvieron armados luchando contra los Sículos, único pueblo de que Homero hace mención en Italia y que los Pelasgos rechazaron hasta la isla.
Otros, procedentes de la Dalmacia, fabricaron, 14 siglos antes de J. C., y en la desembocadura del Po, la ciudad de Espina, combatieron con los Umbros, y juntamente con los Aborígenes de la Sabina fundaron ciudades en el Apenino, de las cuales aún quedan murallas de grandes dimensiones, compuestas de enormes peñascos, unas veces toscos y otras tallados; mientras hay quien los considera como bárbaros feroces, los elogian otros por haber introducido el alfabeto, el hogar doméstico y la piedra de límite, es decir, la familia y la propiedad. Sorprendidos por graves desventuras, inundaciones, erupciones y sequías, abandonaron la Etruria, emigraron muchos de ellos, y otros fueron sometidos a nuevos pobladores y reducidos a la esclavitud.
Etruscos Los nuevos pobladores debieron ser Tirsenos, Racenas o Etruscos, gente misteriosa también y de muy diferente fama. Habiéndose perdido sus libros, no se pudieron acertar, por los esplendidísimos restos de su civilización, su alfabeto ni su idioma. Hay quien los supone Germánicos, quien Dóricos y quien Lidios; tampoco consta que fuesen idénticos los Tirrenos y los Etruscos, y sobre este punto disertan hoy largamente los eruditos. El lenguaje de los Etruscos parece análogo al de los Griegos; sin embargo no falta quien lo crea semítico. Su nombre resultó tal vez de una liga del pueblo que habitaba en los contornos de Adria, con los Oscos (Atr-Oscos): y añadiendo el artículo al nombre de los Oscos, formaron el de T-Oscos, de donde resultó el nombre de Tuscia, que no existía antes de la época de los emperadores. Los sacerdotes custodiaban arcanamente los anales, que desaparecieron con ellos, cuando los Romanos se cuidaron de destruir con guerras exterminadoras la civilización del pueblo que había sido se maestro.
Solo podemos conjeturar que los Tirrenos, invadida la península, se encontraron en frente de los Umbros, a los cuales obligaron a replegarse en el país que tomó el nombre de Umbría. Se extendieron por los campos de la Emilia y por los de Polesina, entre los Alpes y el Apenino; el Po defendió a los Vénetos, y los Ligurios se refugiaron en los montes. Sobre el Po se fundó una nueva Etruria, que también tenía doce ciudades. Después de haberse echado sobre los Cascos, habitantes del Lacio, y después de haber pasado el Liris, fundaron en la Campania otras doce colonias, a pesar de que allí estaba la mayor parte de la población Osca.
La Etruria propia, entre el Arno y el Tíber, tuvo muchas ciudades, con muros pelasgos; Tarquinia era centro de la civilización etrusca; Ceres, la metrópoli religiosa. Pareció un momento que iban a dominar toda Italia, pero Hierón, rey de Siracusa, los derrotó encerrándolos entre los Ligurios, los Galos y los Samnitas, hasta que fueron sojuzgados por los Romanos.
Pueblos menores Entre los demás habitantes de Italia figuran los Orobios, entre los lagos de Como y de Iseo; los Euganeos, entre los montes Brescianos, Veroneses, Trentinos y Vicentinos; los Vénetos, entre el Timavo, el Po y el mar; y los Ligurios en el Piamonte.
En los Apeninos, habitaban los Picenos, los Pretucios y principalmente los Sabinos, pastores y guerreros que se reunían en Cures para sus asambleas nacionales, y en Trebula para la veneración de sus misterios. Inmediatos a ellos vivían los Ecuos; más adentro los Hérnicos, luego los Volscos y los Auruncos, cuyas ciudades marítimas Terracina, Ancio y Circeo debieron grandes riquezas al comercio, y fomentaron las bellas artes.
En los Abruzos vivían los Vestinos, los Marrucinos y los Pelignos, cuya asamblea nacional se reunía en Aterno (Pescara), y los valientes Marsos en la Campania. Los campos Flegreos, atestiguaban revoluciones plutónicas. Dícese que el territorio de los Samnitas sustentaba dos millones de habitantes, entre los cuales figuraban los Hirpinos, los Lucanos y los Frentanos. La parte más agreste quedó en poder de los Brucios.
Religión Todos estos pueblos hablaban la misma lengua, aunque con diversidad de dialectos, como era distinta su civilización. Generalmente se regían por medio de una confederación de pequeños Estados con un Senado común. Algunos elegían un dictador, sometido a la autoridad nacional. Su culto tenía mucho del griego, con variedad de tradiciones y ritos, y es probable que al principio reconocieron la unidad en Jano, deorum deus, único inmaculado. Ceres simbolizaba el arte más importante; y para el vulgo, se creaba una divinidad para cada país, para cada bosque, para cado río y para cada trabajo campestre. Venerábase bajo diferentes nombres la Fortuna, a quien se consultaba. Circe, especie de maga, transformaba a los hombres y daba valor a los navegantes. En lugar de estatuas se veneraban símbolos; así es que la lanza representaba el Marte sabino; en un altar sin imagen alguna ardía el fuego de Vesta, y durante los terremotos se oraba sin dirigir las súplicas a ningún dios determinado. El dios Término, tan venerado, no tenía más representación que la piedra de confín
La expiación llegaba hasta los sacrificios humanos, y en las primavera sagrada se inmolaba al Dios todo lo que nacía en la primavera, sin exceptuar a los niños, de cuya bárbara costumbre nació la de enviarlos a lejanos países. Los primeros ritos terribles debieron ser mitigados por Jano, Saturno, Pico, Fauno e Ítalo, los cuales fundaron asilos, donde los débiles podían refugiarse contra los fuertes, e introdujeron el derecho fecial, que moderaba la guerra. Era peculiar de los Ítalos el atrio, donde, alrededor del fuego de los lares, se reunían los niños, las mujeres y numerosos esclavos.
Era floreciente la agricultura; abundaban los vinos de excelente calidad; dícese que el nombre de Italia (Vitelia) procedió de los bueyes; las lanas de Apulia y de Padua eran muy apreciadas y hallábanse en la misma Apulia numerosas razas de caballos. La abundancia de costas y golfos favorecía el comercio; Adria y Génova eran puestos muy concurridos; se había practicado un antiquísimo camino en los Alpes por Hércules Tirio, es decir, por los comerciantes fenicios que venían del Báltico cargados de ámbar.
Civilización etrusca Diferente y en parte original era la civilización de los Etruscos, debida a las revelaciones de Tagés y de su discípulo Baquedes. Predominaba la aristocracia sacerdotal, distribuida jerárquicamente, con un sumo pontífice elegido por los votos de los doce pueblos. Los principales estudios de los sacerdotes consistían en los auspicios, deducidos de los pájaros y de los relámpagos. Algunos los alaban como superiores a las fábulas griegas; otros los condenan como supersticiones; lo cierto es que las creencias eran graves y melancólicas. El mundo, creado en seis mil años, no había de durar más que otros tantos. Cada casa y cada hombre tenía su genio tutelar; la casa era custodiada por los Lares, mientras que los Penates derramaban la triple bendición de la patria, de la familia y de la propiedad. La fe dimanaba también de la unidad, y fue luego aplicada a la trinidad de Tina (Júpiter), Juno y Minerva. Aceptaron luego de los extranjeros un panteón numeroso.
Los ritos eran indispensables en todos los actos legales, los sueños, los fenómenos y los astros regulaban los actos privados y públicos. Los señores, es decir los jefes de las gentes conquistadoras (lucumones) eran guerreros y sacerdotes, y entre ellos se elegía a uno como jefe de la federación teniendo por insignias la púrpura, la corona de oro y el cetro con el águila, la segur, los haces y la silla cural. Nombrábanse igualmente doce lictores, uno por cada ciudad. Los Romanos adoptaron todos sus distintivos.
Eran clientes de las clases principales las inferiores, es decir la plebe, dividida en tribus, curias y centurias. Cada una de las doce ciudades se gobernaba a su manera, pero todas juntas elegían al sumo-pontífice. Entre las ciudades y los lucumones (señores) estallaban a menudo rivalidades y emulaciones que impedían la unidad y la fuerza, por lo que no llegábase a formar la comunidad deseada entre los pueblos. Muchas colonias se iban y fundaban ciudades, siempre con ideas y números simbólicos, y a menudo de planta cuadrada, con dos colinas, sobre la más alta de las cuales se destacaba la fortaleza. Los Etruscos cultivaban admirablemente los terrenos, canalizaban los ríos y construían canales. Tuvieron poderosa marina y bonita moneda. Dividían el año en doce meses y cada mes en tres partes, llamando idus al día de en medio. Escribían de derecha a izquierda; veneraban las Camenas, inspiradoras de los cantos; inventaron instrumentos musicales, los molinos de mano, los espolones de las naves, la balanza romana, la hoz y los juegos escénicos; a ellos se debieron muchos trabajos en oro finísimo y espejos metálicos, como también las copas cinceladas. Cultivaban el arte dramático; tuvieron historiadores de todas las ciudades y registros de los nacimientos y de las defunciones. Los Romanos mandaban sus hijos a Etruria para instruirse, y volvían convertidos en ilustres literatos; pero nada de esto nos ha quedado.
No se asegura que las murallas de Cortona, Fiesole, Volterra, Populonia, Segna y Cossa sean etruscas o pelasgas. El orden toscano tiene algo del dórico, pero nada nos queda de él, aunque pertenecen a los Etruscos los edificios más antiguos de Roma, especialmente las murallas exteriores del Capitolio y la cloaca mayor. Cada día se van encontrando muchos sepulcros, ya sea abiertos en la roca, ya sea en cámaras subterráneas, donde están depositadas las vajillas, objetos de oro, muchísimas preciosidades y principalmente los vasos llamados etruscos, de forma exquisita, y pintados muchos de ellos. Nuevo campo de discusión fue la manera como habían de denominarlos, calificarlos, clasificarlos, interpretar sus dibujos y determinar si eran oriundos de Italia o importados de Grecia, a qué uso estaban destinados y por qué habían sido acumulados en las tumbas: cuestiones que se complicaron aún más, cuando iguales objetos se encontraron en el Lacio, en la Campania y hasta en los últimos confines de Italia.

Magna Grecia y Sicilia
Además de la civilización pelasga, es decir la antigua griega, y la etrusca, los Ítalos recibieron la de las colonias griegas establecidas en toda la península y en la Sicilia; colonias todas dignas de una brillante página en la historia, por sus bellas artes, literatura y destreza en los juegos. Las más numerosas ocuparon la costa del Golfo de Tarento, hasta Nápoles, de origen dórico, jonio y aqueo. Los Dorios prevalecieron en Sicilia, los Aqueos en la Magna Grecia, y se remontan sus tradiciones a la fábula ilíaca. Los colonos predominaban sobre los indígenas, reducidos a menudo a la esclavitud y considerados siempre como inferiores a aquellos. Los colonos implantaban allí su constitución patria; pero prevalecía la democracia, por lo cual las familias nobles estaban supeditadas a los jefes operarios.
Tarento fue fundado por los Espartanos, que dominaron a los Mesapios y a los Lucanos; permaneció independiente hasta los tiempos de Pirro, y en él nació el ilustre matemático Arquitas.
Síbaris Fundada sobre el Cratis por los Aqueos y los Trecenios, Síbaris fue famosa por su molicie; sin embargo ejerció su dominio sobre 25 ciudades, y podía levantar en armas 300000 hombres. Fue destruida por los habitantes de Crotona, colonia aquea, famosa por sus atletas y por la belleza de sus hombres y de sus mujeres. Su fundación fue debida a Pitágoras.
Sobre las ruinas de Síbaris se fundó Turio.
Zaleuco dictó leyes a Locria, y Carondas a Catania y a otras ciudades de la Sicilia.
Cumas fue edificada por los Calcidenses en la isla de Eubea, antes de la destrucción de Troya, y de ella nacieron Nápoles y Zancle, derruida luego esta última por los Romanos, aunque conservó no poca importancia su puerto de Pozzuoli.
Por los Calcidenses fue también colonizada Reggio, regida por las leyes aristocráticas de Carondas. Los secuaces de Néstor, de regreso de Troya, fundaron a Metaponto, que se despobló después por su insalubridad, como Pesto y otras colonias.
Sicilia Todo es fabuloso en los primeros tiempos de la Sicilia, patria de los Lestrigones y de los Cíclopes, como también de Ceres y Triptolemo. De Calcis, ciudad de la Eubea, fueron habitantes a colonizarla, ocupando la costa comprendida entre el Peloro, el Paquino y el Lilibeo, mientras se replegaban los Fenicios en el territorio que se extiende desde el Lilibeo al Peloro. Las discordias y debilidades de las colonias sirvieron de pretexto a algunos para convertirse en tiranos; de modo que en Agrigento conquistó Falaris fama de cruel. Hierón, su sucesor, cantado por Píndaro, derrotó a los Cartagineses y sojuzgó a Hímera. Eran famosos los Agrigentinos por su glotonería y por su industria.
Siracusa tuvo hasta un millón docientos mil habitantes. Tiranizola Gelón, y extendió, más que ningún otro Estado griego, su poder por mar y por tierra. El mismo tirano derrotó a los Cartagineses, aliados de Jerjes, el día en que Temístocles vencía en Salamina. Durante la paz, impuso a los Cartagineses que suprimiesen los sacrificios humanos. Hierón, su espléndido sucesor, acogió a Baquílides, Epicarmo, Píndaro, Esquilo y Simónides. Trasibulo, hermano suyo, mereció el destierro, y restableciose el gobierno republicano, que degeneró pronto en demagogia. Los Leontinos, celosos de su incremento, excitaron en contra de ella a los Atenienses, que concibieron entonces la ambiciosa idea de conquistar aquella isla. Animábalos Alcibíades, quien se puso al frente de los tropas y emprendió la guerra con Nicias y Lámaco; pero encontraron poco favor, hasta en las colonias que los habían excitado. Siracusa fue sitiada, pero, socorrida por los Espartanos, venció a los Atenienses y los trató con crueldad.
Más varia fue la fortuna de Siracusa con los Cartagineses, cuando Dionisio se puso al frente de las tropas. Convertido este en tirano de la patria y de muchas otras ciudades, fortificolas y rechazó a los Cartagineses. Pero estos no se dieron por vencidos y con doscientas naves y un millar de buques menores entraron en el puerto de Siracusa. La peste, empero, los asoló y tuvieron que ceder todas las ciudades y colonias conquistadas. Dionisio extendió sus victorias y tomó por asalto a Reggio, donde se habían refugiado los emigrados Siracusanos y que tuvo que sucumbir, a pesar de haber armado trescientos navíos.
Dionisio, so pretexto de dar caza a los piratas, hizo otras expediciones, hasta que lo acometieron otra vez los Cartagineses y le obligaron a firmar una paz muy poco ventajosa. Durante su larguísimo reinado administró bien el país, pero despóticamente; aspiró a los votos de la libre Grecia y concurrió a los juegos con poesías y caballos; Platón le aconsejó que sobre las ruinas de la democracia levantase un poderoso Estado para echar fuera a los extranjeros. Su hijo Dionisio II le sucedió bajo la tutela de Dión, óptimo personaje que consiguió modificar su mala índole. Después de haber sido desterrado, ocupó Dión a Siracusa, si bien no tardó en hallar una muerte violenta. Entre las inquietas facciones, pudo Dionisio II recuperar el trono. Los emigrados pidieron auxilio a Corinto, la cual les mandó a Timoleón, gran capitán y gran ciudadano, quien había hecho dar muerte a su propio hermano por usurpador del dominio, y ayudó gustoso a los Siracusanos para sacudir el yugo de Dionisio. Venció Timoleón a los Cartagineses, librando a la ciudad de estos y de los tiranos, y se retiró por fin a la vida privada.
A su muerte, decayeron las virtudes fomentadas por su ejemplo, y Agatocles, de simple vasallo, llegó al mando supremo. Habiendo los Cartagineses sitiado a Siracusa, Agatocles desembarcó en África con un ejército, desviando así el peligro, y recorrió también la Italia saqueándola. Fue envenenado por su sobrino Arcagato, quien fue pronto destronado por otros ambiciosos, surgieron otros tiranos en las diferentes ciudades, los cuales dejaban cometer muchas tropelías a los Cartagineses y a los soldados aventureros, hasta que llegaron los Romanos, que abatieron a Siracusa y a Agrigento.
La suerte de estas dos fue igual a la de Leontino, Taormina, Catania, Hibla, Selinunte, que Empédocles salubrificó [sic] con la conducción de aguas, Erice, consagrada a Venus, como Enna a Ceres, e Hímera, patria de Estesícoro. Fenicios y Cartagineses hacían gran comercio de exportación con la isla, rica en productos naturales, piedras preciosas, metales y azufre, y considerada como la granja de Italia.
Las bellas letras florecieron allí antes que en Grecia; la poesía pastoril fue inventada por Estesícoro, por Epicarmo la comedia, y por Sofrón la mímica; Caracio y Lisias fueron los primeros maestros de retórica. Magníficas son las medallas de aquellas ciudades, como también los bajo-relieves de los templos dóricos de Selinunte, el teatro de Taormina y los templos de Segesta y de Agrigento.
Islas menores Su proximidad a la tierra y su situación hicieron que se poblasen pronto las islas de Elba, Córcega y Cerdeña.
Esta última fue habitada por los pueblos líbicos y por los Iberos. Fenicios, Cartagineses y Etruscos tuvieron en ella establecimientos de comercio, y, bajo los Romanos, llegó a 42 el número de sus ciudades.
La Córcega perteneció al principio a los Ligurios y a los Iberos, y más tarde a los Etruscos; Aleria fue fundada por una colonia de Focenses. Abundaba en ganados muy monteses, que no obedecían más que al cuerno del pastor.
En Elba se extraía el hierro desde remota antigüedad, y fue poseída por los Etruscos.
En Malta y en las otras islas introdujeron los Fenicios sus manufacturas, de donde abastecían la Grecia y la Italia.

El Lacio. Orígenes de Roma
La potencia más preponderante del mundo había de surgir en el Lacio. Parece que los aborígenes, expulsados de las alturas del Apenino por los Sabinos, bajaron a habitar el Lacio, fundando caseríos como Preneste, Laurento, Lanuvio, Gabio, Aricia, Lavinio, Tívoli, Túsculo y Ardea, poblaciones todas independientes pero unidas por vínculos religiosos. Reuníanse en el Luco Ferentino, en el bosque de Diana en Aricia, en el de Venus entre Lavinio y Ardea, y celebraban en el monte Albano las ferias latinas.
1300 Por el mar llegó Saturno, es decir la gente que dio nombre a los Latinos; su metrópoli sagrada era Lavinio, donde eran depositados los dioses penates. Una colonia de Arcadios, guiada por Evandro, se estableció a orillas del Tíber, donde fabricó a Palatio. Llegaron después los Troyanos, fugitivos con Eneas de la destruida Ilio. Eneas colocó sus hijos en el trono de Alba. Amulio, el último de ellos, usurpó el trono a su hermano Númitor, y obligó a su hija Rea Silvia a que consagrase su virginidad a Vesta, pero el dios Marte la hizo madre de Rómulo y Remo.
Fundación de Roma .Estos reunieron una banda de Latinos, acuartelándola a orillas del Tíber, en el punto colindante entre los países de los Latinos y los Sabinos. Rómulo, después de haber dado muerte a su hermano, hizo prosperar la ciudad abriendo en ella un asilo y un mercado franco; para procurarse mujeres, robó a las hijas de los Sabinos; separó a los patricios de los plebeyos, pero éstos eran iguales a los primeros merced al patronato; agregándose otros pueblos, constituyó tres tribus, de cada una de las cuales elegía 100 caballeros y 100 senadores.
Al héroe sucede el legislador sabino Numa Pompilio, que introdujo muchos ritos etruscos, dividió el pueblo en maestranzas de artes, fundó en la frontera el templo de Jano, que estaba cerrado durante la paz, a fin de que los pueblos no se molestasen, y abierto en tiempo de guerra, a fin de que se socorriesen.
Bajo Tulio Hostilio, después del conflicto de los tres Horacios con los tres Curiacios, Alba es destruida y llevados al monte Celio sus habitantes.
Anco Marcio venció a los de Fidena, a los Volscos, Vegentes, Sabinos y Latinos, y abrió el puerto de Ostia y las salinas.
Tarquinio Prisco, lucumón etrusco, agrega cien senadores a los existentes, fabrica acueductos, cloacas y el circo Máximo, y vence a los Sabinos, Latinos y Etruscos.
Servio Tulio prosigue la guerra con los Etruscos, acuña moneda, introduce el censo, distribuye el pueblo en clases y centurias, y los votos se dan conforme a ellas y no por tribus.
Tarquino el Soberbio, su yerno, tiraniza a los súbditos y construye el Capitolio; pero habiendo su hijo Sexto ultrajado a la matrona Lucrecia, se suicida ésta y sus parientes expulsan a Tarquino; a la monarquía sucede entonces la República con dos cónsules anuales.
En vano Porsena, rey de Etruria, acude a restablecer a los Tarquinos; la batalla del lago Regilo quita toda esperanza a los reyes.
La nueva República era del todo aristocrática; pero la plebe se replegó en el Monte Sagrado, hasta que, para la defensa de sus intereses, se instituyeron los tribunos de la plebe, quienes, con el veto podían suspender las deliberaciones del Senado. A fin de establecer leyes estables, se importaron las mejores de Grecia, que se escribieron en las XII Tablas, debidas a los Decenviros.
Tal es la historia tradicional de los primeros tiempos de Roma, embellecida por los episodios de Mucio Escévola, Horacio Cocles, Clelia, Bruto, Menenio Agripa, los trecientos Fabios y Coriolano. Todo se halla tan dramáticamente coordinado, tan conforme a las tradiciones de otros países y tan repugnante a los tiempos y a la civilización de entonces, que es fácil ver en aquella historia las invenciones de un poema o cantos que representaban tipos de enteras edades. Sin embargo, todo esto se grabó en la memoria y en los actos de los tiempos sucesivos, y posteriormente se trató de investigar la verdad con ingeniosas conjeturas. Todos convienen en que los Troyanos fueron a Italia, e hicieron pactos con los habitantes después de haberlos vencido (boda de Eneas con Lavinia). Es posible que las siete colinas en que se asentó Roma, estuvieran ocupadas por otras tantas ciudades pelasgas o etruscas, hasta quedar sometidas por una partida de Sabinos; así es que el sabino Tacio reina con Rómulo, sucediéndole a éste el sabino Numa. Vencidos y vencedores se unieron, constituyendo un solo Senado y obedeciendo a un solo rey. A las dos primeras tribus, llamadas de los Ramnenses y de los Ticienses, se agregó la de los Lúceres con los Albanos; y Tarquinio añadió otros cien senadores de ésta, que tomaron el nombre de menores gentes. Al flamin dial y marcial de las dos primeras, se agregó el quirinal; y las vestales, que eran dos, llegaron a ser cuatro y más tarde seis.
Rómulo es un jefe de partida, que alberga y protege, al pie de una fortaleza, a mercaderes y agricultores; guerreando gana terreno, que es repartido entre los patricios, quienes ejercen su dominio sobre los plebeyos; si ambos no se dividen en dos castas como en Asia, constituyen dos partidos políticos, que se disputan la preponderancia.
Numa demuestra el carácter sacerdotal de los Etruscos, quienes habían venido a civilizar a los guerreros de Rómulo Quirino; en efecto, la civilización, los ritos, las costumbres y las leyes etruscas tuvieron gran parte en los comienzos de Roma. En cuanto a la religión, los Romanos tuvieron primeramente dos Lares, Vesta y Palas troyanas; admitieron más tarde al latino Jano y al sabino Marte, y al lado de éstos una generación de númenes agrícolas; con gran contraste fueron luego adoptadas las tres mayores divinidades etruscas que se convirtieron en Júpiter, Juno y Minerva. Por fin el Olimpo romano quedó compuesto de seis dioses y seis diosas: Júpiter, Neptuno, Vulcano, Apolo, Marte y Mercurio; Juno, Vesta, Minerva, Ceres, Diana y Venus; llamados Grandes Dioses. Seguían a éstos los dioses Selectos: Saturno, Rea, Jano, Plutón, Baco, el Sol, la Luna, las Parcas, los Genios y los Penales. Venían luego los dioses inferiores: Hércules, Cástor, Pólux, Eneas y Quirino, llamados indigetes; y los semones: Pan, Vertumno, Flora, Palas, Averrunco y Rubigo. Más tarde adoptaron los de los vencidos.
Con el dominio sacerdotal rivaliza la ferocidad latina simbolizada por Tulio Hostilio en la destrucción de Alba.
Anco Marcio sigue conquistando los territorios vecinos, pero al mismo tiempo edifica, civiliza, comunica las religiones e introduce en Roma a los Etruscos. Lucumón de estos era Tarquinio, que simboliza tal vez la edad en que Roma fue tomada a los Sabinos y conquistada por los lucumones de Tarquinio, los cuales introdujeron las artes y las comodidades de la gente civilizada, dando a la nación la fuerza que no tuvo la Etruria, y haciéndola capital de una confederación de 47 ciudades. Servio Tulio, jefe de una turba de clientes y siervos etruscos, obtuvo el cetro, y concedió derechos a los extranjeros, no según su cuna, sino en razón de sus riquezas. Repartió las tierras entre los plebeyos, quienes se congregaban en el monte plebeyo del Aventino, no comprendido en el recinto de los muros de Roma.
Para destruir estas franquicias, los aristócratas ayudan a los lucumones, que con el nombre de Tarquino el Soberbio vuelven a dominar en Roma, oprimiendo al mismo tiempo a los nobles sabinos y a los plebeyos latinos: él mismo sacrifica el toro en el monte Albano durante las fiestas latinas. Pero se levantaron las tribus primitivas contra los Tarquinios, y abolieron el reino sacerdotal. Porsena acudió a vengarlos, sojuzgó a Roma e impuso a sus habitantes la prohibición de servirse del hierro, a no ser para los trabajos agrícolas. No sabemos cómo sacudieron el yugo los Romanos, quienes, después de la batalla del lago Regilo (primer hecho de certeza histórica), donde pereció la estirpe de los antiguos héroes, constituyeron dos cónsules anuales, elegidos entre los patricios.
Esto no significó la conquista de la libertad. Los reyes no eran absolutos ni hereditarios; su poder estaba limitado por el Senado común y por las instituciones religiosas, que lo regulan todo en los tiempos primitivos. El padre era árbitro de la familia; los sacrificios expiatorios se verificaban por los descendientes varones; los juicios eran sagrados; considerábase como sacramento la contestación civil, y como suplicio la pena. Pero el Romano somete la religión al Estado, y sustituye los sacerdotes por un consejo de padres que nombran un rey, el cual puede ser capitán y pontífice; castiga también a los patricios, pero con apelación al pueblo, esto es, al común de sus iguales.
Por pueblo se entendían las tres tribus, forma común de las sociedades antiguas, y de la cual conviene tratar. Las tribus eran o de familia o de lugar. Las segundas correspondían a la división de un país en distritos y aldeas; de modo que era de la tribu todo el que tenía bienes en aquel circuito en el momento de la institución.
Toda tribu se dividía en diez curias, cada una con sacrificios propios y días de fiesta.
Los clientes eran acaso ciudadanos de tierras aliadas, los cuales habían de tener un patrono para ser representados en la ciudad; o delincuentes, puestos bajo el amparo de la casa de algún poderoso, al cual debían obediencia y fidelidad, con obligación de ayudarle a pagar las deudas o rescatarlo si caía prisionero.
Los comicios curiados eran formados por gentes, y solo tenían voto los patricios de las treinta curias. Los jefes de las curias formaban el Senado.
A los vencidos se les quitaba el terreno, dejándoles solo un tercio; descendían a la categoría de plebe, y no tenían voto porque no estaban inscritos en las curias, aunque había entre ellos familias ilustres; sus bodas no tenían derecho legítimo.
El rey tenía interés en reprimir a los aristócratas, favoreciendo a la plebe, y principalmente Servio Tulio dividió a ésta en tribus locales, donde fueron comprendidos los ricos no patricios, y que se reunían en comicios de tribu y comicios centuriados. Dividió a los patricios, clientes y plebeyos de la ciudad y del campo en centurias, en proporción a su riqueza procurada por la guerra; por cuyo motivo, el gobierno quedaba todavía en manos de los patricios, pero la familia de estos se confundía con el común de la plebe.
La misión provincial de Roma consistió en asimilarse los elementos extranjeros; pero con la expulsión de los reyes, los plebeyos quedaron a merced de los patricios, quienes cerraron el Senado a los plebeyos y la ciudad a la gente vecina, celosos de mantener su propia superioridad. Necesitaban fórmulas férreas para obtener el derecho y legitimar el matrimonio y la propiedad. El verdadero poder tenía límites sagrados, fuera de los cuales no se tenía propiedad civil. El padre ejecutaba los ritos de la familia patricia; era déspota, podía azotar, vender y matar a los esclavos, como también a la mujer, si era infiel o borracha; igualmente podía vender hasta tres veces a su hijo, y arrancarlo de la silla curul o del carro triunfal, para juzgarlo en su casa. Solo el patricio tenía derecho imprescriptible sobre los bienes, para él solo era la herencia; nadie podía castigarlo cuando cometía alguna falta; solo la Curia declaraba si había obrado mal. Se observaba la estricta letra de la ley, pero no su espíritu ni su intención.
Sin embargo; junto a esta exclusión oriental surgían los plebeyos, quienes representaban la extensión y la igualdad.
En el territorio de Roma, entre Crustumeria y Ostia, vivían 650000 personas, además de los esclavos, sin otro medio de ganancia más que la agricultura y el botín, siendo abandonadas a los esclavos las artes mecánicas. En caso de necesidad, recurrían al patricio, prometiendo pagar la deuda la primera vez que fuesen llevados a saquear al enemigo, o hipotecando sus campos. De esto resultaba que los patricios iban acumulando cada vez más posesiones, que hacían prevalecer en los comicios centuriados; despojado el plebeyo quedaba a merced del acreedor, el cual podía hacerse adjudicar los terrenos hipotecados, o partirlos en porciones y venderlos al otro lado del Tíber.
Tribunos de la plebe Tales opresiones irritaron a los plebeyos, que se retiraron al Monte Sagrado, hasta que consiguieron el nombramiento de dos tribunos de la plebe, con la única autoridad de protestar contra las decisiones del Senado; pero habiendo sido considerados inviolables, poco a poco se hicieron poderosísimos dando mucho más impulso a la libertad que los Parlamentos modernos, y consiguiendo para el plebeyo la dignidad de hombre.
A fin de tener ocupada a la plebe, los patricios la conducían a interminables guerras, en las cuales, con calculada lentitud y valor indomable por las desventuras, sometieron al Lacio, que estaba dividido entre las dos ligas de Volscos y Ecuos, y de Latinos y Hérnicos.
Colonias Sin embargo, de vez en cuando los plebeyos se levantaban para reclamar el agro, nombre que significaba para los pobres el pan y para los ricos el derecho; los patricios lo concedían, aunque fuera de la línea sagrada, en el terreno de los vencidos, que no daba la legal ciudadanía. Allí se mandaban colonias, a cada una de las cuales le era señalada una porción del terreno conquistado. Practicado un hoyo, se sepultaba en él tierra y fruta de la patria, y con el arado se trazaba el circuito de la futura ciudad; la ternera y el buey que habían estado uncidos al arado, eran sacrificados a la divinidad bajo cuyo patrocinio se ponía la colonia. Todo esto se hacía conforme a la madre patria, con triunviros en lugar de cónsules, y decuriones en vez de pretores; pero lo importante era suministrar soldados a Roma, sin adquirir jamás la independencia, como las colonias griegas.
Ley agraria – Los plebeyos acomodados preferían pedir tierras a Roma que poseerlas en Ancio, es decir el campo auspicato de la metrópoli. Así principiaron los pretensiones de la ley agraria, o sea la de conceder también a los plebeyos el territorio de la patria, que daba todos los derechos, y entre ellos el de la boda reconocida, como igualmente el de repartir equitativamente al pueblo las tierras conquistadas, usurpadas por los patricios. Para conseguirlo, los tribunos introdujeron los comicios por tribus, sin necesidad de auspicios, con el derecho de presentar proposiciones y presidir estas asambleas. Ante ellas fueron llamados los que se oponían a la ley agraria; y no pudiéndola hacer aceptar, el pueblo se dejó vencer por sus enemigos, si bien persistió en pedir una ley uniforme y pública. Dictáronla los decenviros, quienes publicaron las XII tablas; pero habiendo abusado del poder supremo, el pueblo volvió a nombrar a los tribunos y a los cónsules, que organizaron la democracia.
Las XII tablas, que después quedaron como fundamento del derecho romano, recopilaban las instituciones precedentes, consolidadas por los patricios y ampliadas por los plebeyos, con bodas legales, con herencia hasta testamentaria, con la propiedad inalienable; pero nada demuestra que fuesen ajustadas a los moldes griegos, como se pretende sin fundamento.
La igualdad de derecho en ellas sancionada tardó mucho en ser un hecho; el patricio conservaba aún los augurios, o las fórmulas indispensables para ser autoritario en los juicios, por lo que el plebeyo no podía presentarse ante el tribunal, sino por vías de su patrono, quien le indicaba los días buenos o malos, faustos o nefastos, y las ceremonias indispensables para obtener audiencia. En cuanto al derecho político, se restablecieron los tribunos, quienes todo lo podían cuando estaban todos de acuerdo; y las leyes hechas por la plebe eran también obligatorias para los nobles.
Entonces los plebeyos pidieron las bodas legales, como también el derecho de poderse casar con nobles, y aspirar al consulado; de modo que, rotas las barreras, no había quien, por su inteligencia o por su actividad, no pudiese elevarse en la magistratura, cuyos cargos eran todos electivos.
Censura – Para ordenar aquel encumbramiento se inventó la censura, ejercida por los que habían desempeñado bien los otros cargos. Cada cinco años (lustro), los censores pasaban revista al pueblo en el Campo de Marte, examinaban su conducta y sus facultades, reformaban la distribución, haciendo subir a unos y bajar a otros, y clasificando algunos entre los que no tenían más derechos de ciudadanos que el de pagar el tributo; quitaban el caballo al jinete indigno y destituían a los senadores que hubiesen perdido el censo o se hubiesen deshonrado.
Licinio Estolón propuso una ley que mitigaba la condición de los deudores, anulando los intereses acumulados, limitaba quinientas yugadas la extensión del ager público, debiendo distribuirse el resto entre los pobres; y disponiendo que uno de los cónsules fuese siempre plebeyo. Otros tribunos obtuvieron que los plebeyos entrasen en el colegio de los sacerdotes sibilinos, pudiesen obtener la pretura, la edilidad, el pontificado, la dictadura y hasta la censura; por fin se abolió el voto de la curia, haciendo obligatorio para todos el Plebiscito, mediante el consentimiento del Senado; los auspicios podían ser tomados también por los tribunos y luego fueron públicos el calendario y las fórmulas jurídicas De este modo el pueblo conquistó el derecho y al justo Júpiter. Guardose proporción entre los derechos del pueblo, del Senado y de los nobles; la libertad romana se formuló en autoridad del Senado (autoridad no de dominio pero sí de tutela), imperio del pueblo y poder de los tribunos.

Los Galos
La primera luz de la historia nos muestra a los Galos en el país situado entre los Alpes, el Rin, el Mediterráneo, los Pirineos y el Océano, y en las dos islas de Alb-in y Er-in (Inglaterra e Irlanda), divididos en tribus que se extendieron hasta Italia, donde los encontramos bajo el nombre de Umbros, y en donde quedaron en parte, aunque vencidos por los Etruscos. En la Galia sufrieron terribles vicisitudes, especialmente con la irrupción de los Cimbros; por cuyo motivo muchos volvieron a Italia con el biturigio Belloveso, y habiendo encontrado a los restos de los Umbros, adoptaron el nombre de Isumbros, que aquellos habían conservado; fundaron a Mediolano, esto es el país del medio (met-land), donde se juntaban para las asambleas y los sacrificios. Rechazados los Etruscos, fundaron a Brescia y Verona, al paso que otros, entrando por los Alpes Marítimos, se establecieron en la margen derecha del Tesino; otros pasaron el Erídano y poblaron a Plasencia, Felsina (Bolonia) y hasta Sinigaglia, destruyendo las ciudades etruscas, exceptuando a Mantua y Melpo en la Transpadana, y a Rávena, Butrio y Arimino en la Umbría; y llevaron sus saqueos hasta la Magna Grecia.
Aumentados en número, quisieron mandar una colonia a la Etruria, donde Breno los guió contra Roma. Los Romanos abandonaron la ciudad y ésta fue destruida. Unos cuantos héroes se refugiaron en el Capitolio, hasta que Furio Camilo, que había sido desterrado de la patria, reunió a los emigrados y rechazó con ellos a los Galos.
También este suceso tiene visos de ser demasiado poético; otra tradición afirma que Roma fue rescatada con oro llevado a la Galia y recobrado posteriormente por Druso. Los Romanos determinaron salir de su mal defendida patria, pero los patricios, que con este abandono hubieran perdido sus derechos, los decidieron a reedificar la ciudad. Los Galos se retiraron al país que por ellos fue llamado Galia Cisalpina y no dejaron nunca de molestar a los Romanos, los cuales conservaban un tesoro para los casos de guerra contra aquellos.

Edad heroica de Roma
Aquellas vicisitudes interrumpieron el progreso de Roma, que se limitó a igualar el derecho en el interior, y a asimilarse nuevos pueblos, por lo que tocaba al exterior. En contra de los Griegos, celosos de la originalidad, y por lo tanto aislados, Roma se abría a todos y se convertía en capital de una sociedad siempre creciente, cuyos miembros disfrutaban de mayores o menores privilegios; acción social que tendía a una unificación hasta entonces desconocida en el mundo. Así fueron ciudadanos los habitantes de Ceres, Veyos, Fidena y Falera.
Roma usó a menudo de la fuerza, sobre todo al principio, a fin de conquistar las poblaciones itálicas. Sostuvo incesante lucha con los Ecuos y los Volscos; conquistó varias ciudades a la aristocracia etrusca, y a Veyos, tras de un sitio de diez años, donde aprendió a pasar el invierno bajo los árboles y a señalar un sueldo a los combatientes; en la guerra contra los Galos, mejoró su táctica.
Guerra latina – Horcas caudinas – Terribles adversarios suyos fueron los Samnitas, que sometieron a los Campanos, quienes pidieron auxilio a los Romanos para redimirse. Entonces los Romanos salieron por primera vez del miserable Lacio para conocer la gentileza y corrupción de Grecia, a las cuales se aficionó de tal modo el ejército, que pidió que se transportara allí su patria; habiéndole sido negado esto, se volvió contra Roma y la puso en revolución, intimándole la abolición de la usura. El Lacio se resintió de aquella insurrección militar y se alió con otros pueblos para reprimir el orgullo de Roma, hasta querer que la mitad de los senadores y uno de los cónsules fuesen latinos. Resultó de esto una terrible guerra, marcada por hechos heroicos, donde la nacionalidad latina y campania fue aniquilada, trasladados a otra parte los habitantes, y destruido el país de los Volscos. Roma armó luego a todos estos pueblos contra los montañeses Samnitas, Vestinos, Lucanos, Ecuos, Marsos, Ferentinos y Pelignos. Pero estos llegaron a encerrar el ejército romano en un valle, obligándole a deponer las armas y a pasar desarmado por debajo de una cruz jurando sumisión. Habiendo violado su juramento, los Romanos volvieron y maltrataron atrozmente a los prisioneros y a los rebeldes, rodeando luego de colonias a los Samnitas, los cuales invocaban la federación etrusca.
Sobrevino una guerra señalada por las empresas de Fabio Máximo, Papirio Cursor, Curio Dentato y Decio, gracias a los cuales pidieron una tregua de treinta años Perusa, Arezzo y Cortona; las demás ciudades etruscas volvieron a renovar el pacto sagrado y combatieron obstinadamente hasta que fueron derrotados en el lago Vadimón, sin que jamás pudiesen reponerse. Sucumbió la independencia etrusca y se disimuló la esclavitud bajo el nombre de Socios Itálicos.
La depresión de los pueblos engrandecía a Roma. En balde los Samnitas volvieron al ataque, como igualmente los emigrados Etruscos, los Galos, los Umbros y cuantos gemían bajo el yugo romano; vencidos en Sentino y en Aquilonia, fue abandonado su país a la devastación y vendidos los prisioneros, y se hizo, con las armas quitadas al país, una estatua a Júpiter en el Capitolio, la cual se veía desde el monte Albano.
656 Aquí concluye la edad heroica de los Romanos, toda virtud intrépida y feroz, toda soberbia de los patricios contra el vulgo, la plebe y los vencidos que pedían los derechos del hombre. La espada exterminaba, pero sin embargo unía a los pueblos, preparando su fusión y su común procedimiento.

Magna Grecia
Pirro – Domados sus más tenaces enemigos, los Samnitas, se halló Roma en frente de la Magna Grecia y la Sicilia. Aquellas colonias un tiempo florecientes, se habían empobrecido a consecuencia de la guerra con los Lucanos y con el rey Dionisio, como también por las discordias intestinas, donde el éxito era para el tirano que gastase o pelease, y donde hubo a veces bandas de mercenarios que esparcían la desolación y el terror. Entre las repúblicas de la Magna Grecia florecía Tarento que armaba hasta 20 mil infantes y dos mil caballos, con poderosa marina, viva industria y grandes sabios, entre los cuales descolló Arquitas. Valíase únicamente de soldados extranjeros, y tomó a su servicio a Arquidamas, rey de Esparta y padre de Agis, a Alejandro rey del Epiro, y al valiente Pirro, cuando se vieron amenazados por las huestes romanas, Pirro vence desde luego a los Romanos, y auxiliado por Samnitas, Lucanos y Mesapios, llega hasta Preneste. Admirando el valor, la disciplina y el desinterés de los Romanos, solo ansiaba hacer la paz con ellos; pero Apio Claudio, ilustre por haber familiarizado a la plebe, hasta con el sacerdocio, construyó un acueducto de ochenta estadios, abrió el camino de Roma a Capua, y aconsejó contestar al enemigo: «Si quiere la paz, que salga de Italia.» Pirro embarcó nuevamente elefantes y hombres, y pasó a Sicilia para expulsar de allí a los Cartagineses. Vuelto al continente con un rico botín, fue vencido por Curio Dentato; de modo que volvió a Grecia sin fruto.
Roma que, combatiendo con los Galos y los Samnitas, había mejorado su táctica, comenzaba a no temer a los extraños y tendía a asimilarse lejanos pueblos.

Primera y segunda guerra Púnica
Cartago En la costa septentrional del África florecía el único Estado libre que había conocido aquel continente: la primera República conquistadora y comercial que la historia recuerda, y que los resuelve el difícil problema de enriquecerse sin perder la libertad. Sensible es que poco la conozcamos, y que solo autores extranjeros nos hablen de ella.
Las discordias civiles de la Fenicia, obligaron a parte de los ciudadanos a emigrar hacia el septentrión del África, donde otras colonias se habían establecido, por la fertilidad del suelo y las fáciles comunicaciones con la riquísima España. La fabulosa Dido construyó la fortaleza de Birsa, en torno de la cual surgió Cartago, en un ancho golfo entre el cabo Bueno y el de Zibid, y entre las ciudades de Túnez y Utica, a cien millas de Sicilia. Independiente de la madre patria por su origen, mandaba sin embargo dones al Dios de Tiro, y acogió a las familias de ésta cuando la sitió Alejandro, como Tiro rehusó a Cambises la flota para atacar a Cartago. Fue amiga de sus fieros y bárbaros vecinos; rivalizó con Cirene; fundó colonias en la costa, más bien aliadas que incluidas en la confederación, y vejadas a menudo por exigencias mercantiles. De ellas traía hombres y dinero, no tanto para conquistar, como para fijar otros establecimientos comerciales, mayormente en las islas. Subyugó a la Cerdeña, las Baleares y la Córcega; invadió la Sicilia, las Canarias y Madeira; y fundó otras colonias en España y en la costa occidental del África.
Las colonias eran de pobres, que iban con la esperanza de enriquecerse a expensas de los indígenas; preparaban en las costas sus mercancías del interior, que eran después transportadas por los buques, y permanecían sujetos a la metrópoli, a la cual las unía el culto sanguinario de Melcarte.
Magón Magón, con sus dos hijos Asdrúbal y Amílcar, y seis sobrinos, contribuyó bastante al incremento de los Cartagineses. Principalmente ambicionaban la Sicilia, de que dependían su dominio en el Mediterráneo, la provisión de la marina, el comercio del aceite, de los vinos y los granos; pero nunca pudieron prevalecer contra los Griegos, que defendían allí sus ricas e independientes ciudades. Sin embargo los molestaban siempre, aliándose hasta con tiranos de Sicilia; y en la paz del 382 obtuvieron un tercio de la isla. Trataron de establecerse en Italia aliándose con los Etruscos y Romanos; mas eran mirados con recelo.
Hannón Hannón fue enviado a fundar una cadena de colonias en la costa occidental del África, a lo largo del Atlántico; y se ha conservado su Periplo, donde describe cómo habiendo salido con 60 naves, a bordo de las cuales iban 30 mil colonos, que él distribuyó en seis ciudades, siendo la mayor Cartagena, prolongó su viaje hasta la Senegambia. Al mismo tiempo, Imilcón colonizaba la costa occidental de Europa hasta Inglaterra; y los establecimientos púnicos y marselleses contribuyeron a civilizar ambas costas de la Mancha.
Cuidaban los Cartagineses de asegurarse el monopolio y reprimir la piratería; del interior del África sacaban esclavos negros; de la Grecia oro y pedrería; algodón de Malta; betún de Lípari; hierro del Elba; cera, miel y esclavos de Córcega; de las minas de España, solamente la familia de Aníbal sacaba 300 libras de plata al día; y hasta iban a las islas Casitérides (Sorlingas) a recoger estaño y ámbar. Por tierra buscaban oro, dátiles y sal en el interior del África, adonde iban en caravanas; y traían víveres de la Zeugitana y de la Bizacenia para el abastecimiento de la ciudad.
Estas colonias solo estaban de acuerdo en odiar a Cartago, émulas de la cual fueron Túnez, Áspid, Adrumeto, Ruspina, Leptis, Tapso y Utica.
En lucha con Etruscos, Griegos y Marselleses, los Cartagineses aumentaron sus fuerzas, y reparaban prontamente las pérdidas, con soldados mercenarios. Su flota era numerosísima, y su caballería se componía de nobles cartagineses. Su religión, análoga a la de los Fenicios, tenía algo de su carácter avaro y melancólico; hacíanse sacrificios humanos, por más que Darío y Gelón impusieron que se cesara de ensangrentar los altares. El gobierno era aristocrático y conservador, con nobleza hereditaria; dos sufetas presidían el senado y juzgaban; si alguno intentó ejercer la tiranía, no lo consiguió; las penas eran horribles. Más tarde, durante la guerra con los Romanos, Aníbal hizo decretar que los magistrados fuesen anuales. La riqueza daba predominio a ciertas familias. Los capitanes carecían de autoridad civil; concluida la campaña volvían a ser simples particulares, y a menudo eran condenados a muerte después de una derrota.
El territorio era cuidadosamente cultivado; en 28 libros habló Magón de todas las industrias campestres. Cuéntanse maravillas de algunos edificios de Cartago y de sus monumentos.
509 En el año de la expulsión de los Tarquinios, concluyó Roma con Cartago una alianza que es el documento más antiguo de la república romana, y que, a diferencia de los historiadores, ya presenta a Roma grande y poderosa, y dueña de otros pueblos latinos, pero que estipula que ni Roma ni sus aliados navegarán mas allá del Cabo Bueno; que en cambio no pagarán contribución al llegar a Cartago y obtendrán justicia; que los Cartagineses no perjudicarán a los pueblos de Ancio, Ardea, Laurento, Circeos y Terracina, ni construirán fortalezas, ni permanecerán armados en ellos.
En virtud de un segundo tratado, los Cartagineses, con los de Tiro y Utica y sus aliados, cedían a los Romanos las ciudades latinas no dependientes de Roma de que se apoderasen, reservándose el oro y los prisioneros; en cambio los Romanos no fabricarían ciudad alguna en África ni en Cerdeña; y habría en fin reciprocidad de comercio. Tratábanse, pues, de igual a igual; pero Cartago poseía tesoros bastantes para comprar cuantos soldados quisiese y prevaleció en el mar; mientras que Roma tenía la preponderancia natural de un pueblo guerrero sobre un pueblo comercial.
Sicilia – La Sicilia estaba dividida entre los Cartagineses, los Siracusanos y los Mamertinos; viéndose presos estos últimos entre dos enemigos, pidieron auxilio a Roma. Apio Claudio embarcó muchas tropas en bajeles de la Magna Grecia; pero los dispersaron los Cartagineses. Entonces Hierón, rey de Siracusa, favoreció a los Romanos, que ocuparon a Mesina por traición y concibieron la esperanza de expulsar a los Cartagineses de la isla; en 18 meses tomaron 67 plazas fuertes y a Agrigento, donde vendieron 25 mil esclavos; entre tanto Hannón, en venganza de la engañosa Mesina, degollaba a todos los Italianos que cogía.
Primera guerra Púnica – Los Romanos aprontaron naves; improvisada una flota, Duilio ganó la primera victoria marítima, y fueron conquistadas Córcega, Cerdeña y las islas menores. Los Romanos desembarcaron en África para asaltar a Cartago, pero el cónsul Atilio Régulo, después de haber sojuzgado a doscientas ciudades, fue vencido y hecho prisionero. Durante ocho años, no les fue propicia la fortuna a los Romanos, mas luego recuperaron la Sicilia; después de gravísimas pérdidas por ambas partes en las islas Egates, se concluyó la paz y fue cerrado el templo de Jano.
Los Griegos de Sicilia no supieron aprovecharse de aquella guerra; así la isla toda fue a poder de los Romanos, que la convirtieron en una provincia. Los Romanos tendrán que luchar pronto con los Ilirios, después con los Etruscos aliados con los Samnitas y los Galos; los vencerán y establecerán en Sena una colonia, puesto avanzado hacia la Cisalpina. En esta los Galos prosperaban, pero ansiosos de turbarlos, los Romanos ganaron algunos pueblos y los combatieron después abiertamente; invocaron aquellos a sus hermanos transalpinos, y llegaron con ellos a tres jornadas de Roma; pero al fin quedaron vencidos por Marcelo, quien tomó a Milán y el resto de Insubria; de tal modo sujetó Roma a toda Italia, que podía armar 800 mil hombres.
Los mercenarios, de que se valía Cartago, le fueron molestos a menudo, y osaron asediarla por fin, pidiendo mayores sueldos. Mas con la superioridad de la disciplina, cercó Amílcar a los rebeldes y mató a 40 mil: luego peleó él mismo, casi independiente, contra los Númidas y España, hasta quedar derrotado y muerto. Sucediole su yerno Asdrúbal, quien gobernó despóticamente la España y trató quizá de formar con ella un reino, con Cartagena por capital; pero un esclavo galo le dio muerte.
– Aníbal – Sagunto – El ejército tomó por jefe a Aníbal, hijo de Amílcar, quien lo había educado en los duros ejercicios de la guerra española, y al consagrarlo con el fuego en el ara de Melcarte, le había hecho jurar odio eterno a los Romanos. Guerrero inteligente, insensible a las fatigas, resolvió llevar la guerra a Italia. Domados los pueblos españoles, asedió a Sagunto, que resistió hasta que los ciudadanos, perdida toda esperanza, se arrojaron en las llamas que destruían la patria.
Segunda guerra Púnica – Los Romanos, que debieron haber defendido aquella ciudad cual barrera a los dominios cartagineses, deploraron tarde su destrucción, y estalló la guerra más famosa de cuantas ensangrentaron el mundo. Aníbal, enorgullecido con tantas victorias, condujo su ejército por los Pirineos y los Alpes, invitando a los Galos a sublevarse contra Roma, que tendía a sojuzgarlos con las colonias de Plasencia y Cremona; pero de los 50 mil infantes y 20 mil caballos con que había salido de Cartagena, no le quedaban más que 20 mil infantes y 6000 caballos después de haber atravesado los Alpes. Con estas fuerzas venció a Escipión junto al Tesino y a Sempronio en el Trebia; dirigiose a Arezzo por el camino del Arno y del Clani, y en el Trasimeno volvió a derrotar a sus enemigos. Las poblaciones favorecían al pretendido libertador, y Roma se halló en tal apuro, que eligió dictador a Fabio Máximo. Este se dedicó a cortar puentes y vías de comunicación, y a esperar, persuadido de que el ejército de Aníbal se cansaría. Este ejército pasó de la Umbría hasta Espoleto devastando floridas campiñas, y alcanzó en Cannas, a orillas del Ofanto, otra gran victoria, con la muerte de unos 70 mil Romanos y del cónsul Paulo Emilio.
– Arquímedes Apartado Aníbal de su base que era la Galia, no le era posible rehacer su ejército; había perdido muchos elefantes y la mayor parte de sus caballos; por cuyos motivos pedía socorros a Cartago; pero Hannón, gran adversario de su casa, impedía que le fuesen mandados, ya para moderar su fogosidad, ya porque temiese que una fortuna excesiva lo tentase a constituirse en tirano de la patria. Por otra parte, un ejército romano, llegado a España, impedía que por este lado le fuesen expedidas tropas a Aníbal. Lo que más contenía al aventurero, era la perseverancia de los Romanos, que se negaban a establecer convenios, y hasta a admitir el canje de los prisioneros; que de todo hacían armas, y que enviaron a Marcelo a castigar a Siracusa por haberse sublevado. Esta ciudad fue defendida por Arquímedes; pero sucumbió y se encontraron en ella más riquezas que después en Cartago; un soldado mató al gran matemático Arquímedes. También Capua fue tomada y Aníbal se retiró a la Daunia y la Lucania.
En España, Publio Cornelio Escipión, de 24 años de edad, se presentó a vengar a su padre y a su tío, muerto por los Cartagineses, y condujo las naves romanas a la victoria; pero no pudo impedir que Asdrúbal condujese un ejército a Italia. Ya se consolaba Aníbal con su próxima llegada, cuando le arrojaron al campo la cabeza de Asdrúbal; después de lo cual tuvo que permanecer a la defensiva en los Abruzos, hasta que Escipión, sometida la España cartaginense, fue a poner sitio a Cartago. Esta tuvo que llamar a Aníbal, quien volviendo a pesar suyo de Italia, hizo frente a Escipión en Zama y quedó vencido. Cartago concluyó la paz, conservando su territorio y cediendo sus elefantes y sus naves; obligándose a no emprender guerra alguna sin el consentimiento de Roma, a la cual pagaría, en 50 años, 10 mil talentos; y entregando cien rehenes. Cartago había perdido 500 naves, y tenía a sus puertas a Masinisa, rey de Numidia, aliado de Roma e incesante enemigo suyo. Las desgracias engrandecieron a Aníbal, quien, apoyado por 6500 mercenarios, se hizo nombrar sufete, deprimió a los aristócratas y a los ricos; y con la agricultura y el comercio procuró reanimar a la aniquilada Cartago, que él quería convertir en centro de una gran liga contra Roma.

Guerras de Roma en Europa y Asia
Pero Roma adquiría el audaz vigor que dan continuas victorias. En la guerra con Aníbal había visto devastar la península, mas se había asegurado el dominio de toda Italia y de los mares. Pero en España, donde tenía dos provincias, la independencia nacional luchaba aún con ventaja. En la Galia Cisalpina, el cartaginés Magón suscitaba la guerra, y solo después de fieras batallas, Claudio Marcelo tomó a Como y los 28 castillos que la rodeaban; despiadados procónsules continuaron robando y oprimiendo, hasta que Insubrinos, Chenomanos, Vénetos y Ligurios quedaron sometidos, y formose la provincia de la Galia Cisalpina, haciendo confinar la Transalpina con los Alpes.
Mientras tanto, en Oriente se querellaban entre sí los Estados, salidos de la descomposición del gran imperio de Alejandro, corrompidos bajo el barniz de la urbanidad, con gobiernos inmorales e inicuos sin ser fuertes. En sus disensiones, esperaban ayuda de los Romanos. Filipo III de Macedonia hubiera podido unir la liga Etolia con la Aquea, y al frente de los 28 Estados de la Grecia oponerse a los Romanos; pero lo impidieron las rivalidades; Filipo mismo deshonró a la familia de Arato, envenenando a este después, cuando desempeñaba por la décima séptima vez el cargo de pretor de los Aqueos, y trató de asesinar a Filopemén; por todo lo cual los Etolios y Espartanos invocaron en contra suya a los Romanos.
Flaminio en Grecia – Batalla de los Cinocéfalos Estos, so pretexto de proteger a los débiles, mandan a Tito Quinto Flaminio, león o zorra según las circunstancias, quien reúne a muchos de los combatientes que se habían adiestrado en la guerra contra Aníbal y Asdrúbal, y se dirige a Grecia prometiendo al pueblo la libertad; recibe a sus diputaciones, y la sojuzga luego astutamente. Ataca después con la legión romana a la falange macedonia, y la destruye junto a las colinas de los Cinocéfalos.
En vez de exterminar a Filipo, le obligó a retirar sus guarniciones de los diferentes Estados de Europa y de Asia, de modo que quedasen independientes, y le obligó también a no emprender guerra alguna sin el consentimiento de Roma. Presidiendo los juegos ístmicos, anunció que Roma declaraba libres a todos los Griegos. Inmensa fue la alegría de los Griegos, quienes compraron y regalaron a Flaminio 1200 Romanos, prisioneros de la guerra de Aníbal.
Pero dejar independiente a cada una de las ciudades, era tenerlas débiles a todas; inquietos los Etolios intentaron tomar a Esparta y otras ciudades; mientras que en la Galia y en España sublevaban a los vencidos, aunque sin dominar a las poblaciones, fuertemente instigadas par Aníbal.
Antíoco el Grande – Las ciudades griegas del Asia pretendían participar de la proclamada libertad; pero Antíoco III, llamado el Grande por su fortuna militar y por su clemencia y liberalidad, pretendió que los Romanos no debían entrometerse en las cuestiones asiáticas, del mismo modo que él no se metía en las italianas; muerto Tolomeo Filipátor, aspiraba Antíoco a la Fenicia y al Egipto. Lo incitaba el indómito Aníbal, confiado en tener un ejército con que tentar de nuevo la suerte en Italia, donde únicamente podía vencerse a los Romanos; pero Antíoco empezó a desconfiar de él. Ambicionaba la Macedonia, donde Filipo concedió el paso a los Romanos, que lo derrotaron por mar y por tierra y la redujeron a la guerra defensiva. Lucio Escipión, después de haber pasado el Helesponto, derrotó en Magnesia al inmenso ejército de Antíoco, quedando para siempre abatido el poder de la Siria. Antíoco, hecho tributario de Roma, debió entregar todos sus elefantes y bajeles, dar en rehenes a su propio hijo, dejar que se formasen dos reinos en la Armenia, y tolerar al lado a Eumenes, rey de la Frigia y de la Lidia. Asesinado Antíoco, su hijo Seleuco IV Filupátor vivió en la paz que le imponía la flaqueza de sus medios.
Los Gálatas, estacionados en la Galacia con un gobierno militar poníanse al servicio de los reyes de Siria y de Pérgamo, hasta que los Romanos los vencieron y obligaron a cesar en sus latrocinios y a aliarse con Eumenes. Las ciudades de la Tróade y de la Eólide, bendecían a Roma por haberlas librado de aquellos bandidos.
En el transcurso de diez años, Roma se había convertido no en señora, pero sí en árbitra de cuanto se extiende desde el Éufrates al Atlántico; tenía bajo su tutela a Egipto, y en la servidumbre a los Estados menores; y acogía las quejas que todos le presentaban contra sus respectivos soberanos. Pero con esto perdía el carácter original, y el vencido Oriente se vengaba comunicándole sus vicios. Introducíanse nuevos númenes y ritos insólitos; de la Campania se tomaban los juegos de gladiadores; de la Etruria las bacanales obscenas y crueles. Los conservadores deploraban ver introducida la medicina racional, el lujo de los relojes, de los vestidos, de los teatros y la cultura griega, favorita de la casa de los Escipiones. En elogio de éstos, el calabrés Ennio compuso un poema sobre la primera guerra púnica. El campano Nevio inventó la tragedia prœtextata, en la cual zahería a los soberbios patricios, conservadores tenaces de la patria potestad, quienes pretendían ser superiores a las leyes. A las innovaciones se oponía Marco Porcio Catón, censor, modelo de la antigua severidad, que hacía a pie todas las marchas, castigaba sin misericordia a las ciudades vencidas, reprobaba a Tucídides, a Demóstenes, a Sócrates y al sofista Carnéades, que tan pronto sostenía la justicia corno la injusticia. Catón contrariaba a los Escipiones, mayormente al Africano, pidiéndole cuenta de los gastos de guerra, de modo que el insigne guerrero tuvo que retirarse y murió en Linterno; sus sobrinos fueron acusados de haber malvertido [sic] dinero en la guerra de Antíoco.
Roma no podía estar segura mientras viviesen Aníbal y Filipo. El primero logró que le hiciese la guerra Prusias, rey de Bitinia; pero Roma pidió después al vencedor que le entregase a Aníbal, y este se dio muerte envenenándose.
Filopemén Libres de aquel temor, los Romanos empezaron a fomentar las enemistades en Licia contra los Rodios, y en Esparta contra los Aqueos, los cuales después de Arato y Cleomenes, tenían al frente a Filopemén, héroe de rústicos modales, que ganaba el sustento de su familia cultivando sus campos, y rescataba prisioneros con el producto de la guerra. Mejoró la táctica de los Aqueos; asedió y mató a Macánidas, tirano de Esparta, la cual, unida a la liga, ofreció a Filopemén dones que éste aconsejó emplear comprando a los agitadores del pueblo. Pero desavenidas las ciudades de la liga, se interpuso Flaminio. El austero Filopemén, que calmaba y vencía, cayó en poder de los Mesenios, y fue condenado a beber la cicuta. Se dijo que con él pereció el último de los Griegos.
Sus partidarios, y especialmente Calícrates, se vendieron a los Romanos, preparando la ruina de su patria por medio de la corrupción. Tarde se apercibió Filipo de Macedonia de lo peligroso de su amistad con los Romanos. Llamado a Roma a justificarse, se vio obligado a enviar a su hijo Demetrio, quien con sus virtudes se hizo amar del pueblo y aborrecer de su hermano Perseo, el cual indujo a su padre a condenarlo a muerte. Pronto arrepentido, Filipo murió de pesadumbre.
– Perseo – 22 de junio Subido al trono, Perseo se aprovechó de las grandes fuerzas aprontadas por su padre, para combatir a Roma, excitando contra ella lo mismo a los pueblos bárbaros que a los Griegos y a los Cartagineses. Contra él tuvo a Eumenes de Pérgamo, Antíoco de Siria y Tolomeo de Egipto; sin embargo hizo sufrir a los Romanos una gran derrota en las inmediaciones del monte Osa. En vez de aprovecharse de la victoria, pidió la paz, con lo cual desalentó a sus aliados, que lo abandonaron cuando volvieron a romperse las hostilidades. Paulo Emilio, valeroso capitán de aristocrática soberbia, terminó con el reino de Alejandro en la batalla de Pidna; la Macedonia fue declarada libre; Paulo Emilio recibió los honores del triunfo más fastuoso que se recordaba; y el último rey de Macedonia fue arrojado en un hediondo calabozo, donde murió de fatiga.
Mientras tanto, a los Romanos no les bastaba tener a la Grecia bajo nominal dependencia, y querían convertirla en provincia suya. La liga Aquea, después de la caída de los grandes hombres, se hizo odiosa y fue presa de los intrigantes vendidos a Roma. Calícrates, el peor de éstos, indujo a los Romanos a exigir que los que habían favorecido a Perseo fuesen a Roma a justificarse. Eran más de mil, flor y nata del país, y fueron detenidos 17 años a solicitar un juicio. Los pocos que volvieron, solo pudieron llorar la decadencia de la patria. Hasta la Macedonia, poco antes cabeza de un inmenso imperio, gemía de verse reducida a provincia, y trató de sublevarla un falso Filipo, quien alcanzó varias victorias contra los Romanos, pero fue preso al fin, y Metelo sometió definitivamente a la Macedonia. También la Liga Aquea, que se había aprovechado de la guerra para sacudir el yugo, fue vencida por Metelo; Mummio sojuzgó a la riquísima Corinto, entregándola a las llamas; derribados los muros de las ciudades, y abolido el gobierno popular, toda la Grecia fue reducida a provincia romana.
Polibio Fue testigo de estas destrucciones el historiador Polibio, uno de los Aqueos residentes en Roma, donde se conquistó la amistad de los grandes, principalmente de los Escipiones; acudió a los peligros de la patria, y ésta le erigió una estatua con la siguiente inscripción: A Polibio que escuchado hubiera salvado a la Acaya, y en la desventura la confortó.

Últimos sucesores de Alejandro. Los Hebreos
- Los Tolomeos Del mismo modo que la Macedonia, fueron sojuzgados el Epiro y la Asiria, figurando ser libertados. Rodas conservó sus dominios; después fue destruida por un terremoto, que dio ocasión a generosísimos socorros de parte de pueblos y de reyes. Eumenes, Prusias y Masinisa no conservaron la corona más que con bajezas en vez de Roma, que procuraba siempre debilitarlas. Tolomeo V Epífanes, joven de ocho años fue encomendado por sus tutores a la tutela del Senado romano, y al reinar, se entregó a los vicios, que a los veinte y ocho años le precipitaron en la tumba. Tolomeo Filopémenes le sucedió a la edad de cinco años, y Antíoco IV Epífanes le tomó el país y lo hizo prisionero, por lo cual acudió a los Romanos, que obligaron a Antíoco a desistir y ceder a Chipre y a Pelusio.
Tolomeo partió el reino con su hermano Fiscón, mas pronto se enemistaron, y aunque Roma sostuvo a Fiscón, Filometor prevaleció por la asistencia de los súbditos.
En el civilizado y riquísimo país de la Siria, cuya capital era Antioquía, «perla del Oriente», y con fasto asiático y suntuosísimos juegos de Dafne, Antíoco Epífanes mereció el desprecio de los suyos por su empeño en cambiar las costumbres. En vano aduló a Roma, a la cual debía un tributo, y se procuró con dádivas la protección de los poderosos. A pesar de las riquezas del país y de las adquiridas en Egipto, arruinaba la hacienda, y en mal hora pensaba reponerla con el saqueo de los templos.
– Esdras Esto quiso hacer con el de Jerusalén, que los Hebreos vueltos de la esclavitud de Ciro habían fabricado, no con la suntuosidad del templo de Salomón, pero sí con la profética promesa de que vería al salvador de Israel. Esdras, descendiente de Aarón, restableció la ley de Moisés, recogiendo el perdido códice de la memoria de los ancianos, ayudado de Aggeo, Zacarías y Malaquías, y de la inspiración divina. Él mismo escribió la historia de sus tiempos, sustituyendo el carácter caldaico del antiguo hebraico; eliminó las profanaciones del culto, introducidas en la esclavitud, y purgó los matrimonios con extranjeros. Nehemías condujo a Palestina otros Indios, cercó de murallas a Jerusalén, continuó purificando las maleadas costumbres y los ritos, y sostuvo frecuentes litigios con los Samaritanos, que habían edificado la ciudad de Siquem y otro templo en el monte Garizim, pasando de los más rígidos rituales a la idolatría. Los Hebreos dependían de los sátrapas de la Siria; pero al decaer éstos, adquirieron autoridad los grandes sacerdotes, que fueron al cabo verdaderos jefes de la nación, siempre amiga de los Persas, que después de las conquistas de Alejandro Macedonio corrió la suerte de la Fenicia y de la Cele-Siria.
Saduceos – Fariseos Las desventuras sufridas habían infiltrado la idea de un próximo redentor; pero se habían interrumpido las penitencias y las solemnidades, al mismo tiempo que se habían introducido opiniones y supersticiones caldeas, y las sutilezas griegas en la interpretación de los libros sagrados. Deriváronse varias sectas, siendo de las principales los Saduceos, quienes decían que bastaba la justicia positiva y que no había un mundo superior ni póstumas recompensas; y los Fariseos, quienes además de la ley escrita, observaban prescripciones orales, daban misteriosas explicaciones de las ceremonias y de las profecías, creían en los premios y castigos de la otra vida, de donde deducían la necesidad de abluciones, plegarias y ayunos, y hacían ostentoso alarde de austeridad y prácticas indeclinables.
Los Esenios eran una especie de monjes, que vivían en el desierto, lejos de todo trato, comiendo juntos y vistiendo un traje común.
Mientras que la primera sinagoga, fundada por Esdras no hacía más que recoger y revisar el texto del antiguo Testamento, una segunda quería explicarlo y comentarlo por vía de tradiciones orales, por lo cual se llamaban Tradicionalistas, en el evangelio Escribas, y servían de asesores en las cortes de justicia.
Versión de los LXX Tolomeo Filadelfo, queriendo enriquecer la biblioteca de Alejandría hasta con los libros de los Hebreos, los hizo traducir al griego, traducción llamada de los Setenta, sobre la cual se acumularon tantas fábulas.
Caído el reino de Antígono, los Hebreos obedecieron a los Tolomeos, siempre gobernados por el gran sacerdote con el título de etnarca, asistido de un sanedrín. Las riquezas del país y del templo estimularon con frecuencia la codicia de los vecinos. Cuando Tolomeo Filopátor quería penetrar en el santuario, fue detenido por un misterioso terror, del cual se vengó oprimiendo a los Hebreos que moraban en Alejandría, y obligándoles a renegar de su Dios; pero encontró generosa resistencia. Disgustados los Hebreos favorecieron a Antíoco el Grande a rechazar a los Egipcios, por cuyo servicio fueron gratificados con privilegios y dones. Seleuco Filopátor mandó a Heliodoro a despojar el templo, pero fue rechazado el sacrílego por un milagroso guerrero. Mas los sacerdotes mismos se contradecían y desprestigiaban; la fe disminuía, y se introducían los ritos orientales.
Macabeos – No faltaban generosas resistencias, como la de una madre que consintió en morir con siete hijos, antes que comer carnes sacrificadas; y la del sacerdote Matatías, que con cinco hijos derribó las aras y se refugió en los montes restaurando los ritos de los antepasados. Quiso domarlo Antíoco, pero Judas Macabeo excitó al pueblo a la independencia nacional y religiosa: derrotado por Demetrio Sóter cedió el mando a Jonatás su hermano, después a Simón y a Juan Hircano, quienes a vuelta de derrotas y victorias, dieron la independencia al reino. Mas no tardó éste en decaer bajo la terrible influencia de ambiciones y delitos. Pero si al aspecto de los Hebreos, los Gentiles se persuadían de una fatal decadencia de la sociedad humana, aquellos, según sus profetas, se afirmaban en la certeza de una próxima regeneración, y de un salvador que los redimiría de la esclavitud y del pecado.
En Siria, bajo el reinado del joven Antíoco Eupátor, los Romanos eran los verdaderos amos; hasta que Demetrio Sóter, detenido en Roma, huyó y se apoderó de la corona; después la usurparon otros Demetrios, por lo cual hubo contiendas entre pretendientes e intervenciones de países vecinos. En tanto que los Hebreos se hacían independientes, los Partos ocupaban el Asia Superior hasta el Éufrates; y aquel reino nacido entre crueldades y guerras civiles, iba a ser presa de los Romanos.

Tercera guerra Púnica
Después de tantas victorias, Roma se hallaba aún en contra de Cartago, sobre la cual, no obstante la paz, pesaba como vencedora, y favorecía en perjuicio de ésta al octogenario Masinisa, rey de Numidia y padre de cuarenta y cuatro hijos. Si los Escipiones insistían en que no se arruinase a Cartago, Catón concluía todo sus discursos pidiendo que fuese destruida (delenda Chartago).
Esta se hallaba en decadencia. La venalidad de los cargos hacía que a menudo fuesen atribuidos a hombres sin merecimientos. Las tropas mercenarias se convertían en instrumento de las facciones o en árbitras del país. La familia Barca estaba en rivalidad con la de Hannón, y habiendo conseguido que se declarase la guerra, invadió la España; pero las inmensas riquezas atesoradas en la Península corrompieron al pueblo y a los grandes. Los comerciantes detestaban la guerra, mas el pueblo se alegraba de las victorias de Aníbal, hasta que las últimas desgracias dejaron prevalecer a los amigos de la paz. Púsose Aníbal al frente del gobierno, y lo reformó reduciendo las magistraturas a anuales; pero se exasperaron las facciones, que se dividían en romana, númida y nacional. La índole de Cartago era mercantil, y debiera haberse buscado la amistad de los pueblos, en vez de hostigarlos y molestar a los vencidos, por cuyo motivo se halló aborrecida de sus súbditos, algunos de los cuales, se constituyeron en potencias nuevas. En primer lugar supo enemistarse con Roma, viéndose poderosísima entonces en el mar, dueña de media Sicilia y de otras islas, desde las cuales podía desembarcar en los puertos de su indefensa rival. Pero mientras Roma se vigorizaba con la guerra y fiaba en ella sola, Cartago perdía; las victorias, no menos que las derrotas, le causaban revoluciones internas; Roma no cedía, ni aun cuando se la consideraba a punto de perder sus últimas fuerzas; los Cartagineses buscaban pronto la paz, y de humillación en humillación alentaban a los enemigos a exterminarlos. La facción romana era favorecida hasta por la númida, que excusaba las usurpaciones, con lo cual Masinisa crecía siempre; y cuando el partido nacional trató de enfrenarlo, Roma declaró que se había violado la paz, y mandó 80 mil infantes, cuatro mil caballos, 50 galeras y la orden de no desistir hasta que Cartago fuese demolida. Aterrados quedaron al principio los Cartagineses ante tan duras intimaciones; pero cambiado el miedo en ira, se dispusieron a desesperada defensa, hasta que Escipión Emiliano, después de haber circunvalado a la ciudad y pronunciado contra ella las rituales imprecaciones, la tomó al asalto con estrago inmenso, y la incendió por fin. De 700 mil habitantes, los más perecieron, y los restantes fueron llevados a Italia o dispersados por diversas provincias. 4470000 libras de plata adornaron el triunfo de Escipión, llamado el Africano. Desmanteladas fueron la ciudades favorables a Cartago, y engrandecidas las adversarias; y el Estado fue reducido a provincia con el título de África. Cartago había vivido siete siglos; uno y medio había luchado con Roma; pero el comercio no sufrió todo lo que era de temer, porque Rodas, Alejandría y Utica la sucedieron en el tráfico.

La España. Pérgamo. Conquistas exteriores de Roma
Vencidas y destruidas con la fuerza las industriales Cartago y Corinto, Roma no tenía ningún otro enemigo formidable. Sin embargo osó resistirle el patriotismo de los Españoles. En la península Ibérica, circundada por el Océano, el Mediterráneo y los Pirineos, y separada del África por el estrecho de Gibraltar, vivían los Celtas, los Iberos, los Tracios, los Umbros y los indígenas que aún sobreviven en los Vascongados, hablando un idioma diferente de los indogermánicos. Los Celtíberos fueron terribles combatientes, e intrépidos contra la muerte. El ámbar, el estaño, las lanas, los vinos, los aceites y demás frutos atrajeron a los Fenicios; de los minerales de oro y plata los Cartagineses sacaban 5 millones al año, y los Romanos emplearon en el mismo objeto hasta 40 mil operarios; las minas de mercurio son aún las más abundantes de Europa.
Hasta los Rodios, los Zacintios y los Focenses traficaban en este país; pero el principal dominio lo tenían los Cartagineses, hallándose esparcidas por los montes las poblaciones indómitas. Los Romanos conquistaron luego la península, que dividieron en dos provincias, la Tarraconense y la Bética o Lusitania, pero los habitantes les oponían constantemente una lucha de guerrillas, en la cual fueron batidos a menudo, pero jamás sojuzgados. Se hicieron tan temibles, que el mando de estas provincias era rehuido por todo el que podía, hasta que Publio Cornelio Escipión pudo circundar a los sublevados y gloriarse de haber sojuzgado a España. Mas surgió para vengar a los suyos el lusitano Viriato, que derrotó a cinco pretores; habiendo rodeado al ejército del procónsul Fabio Serviliano, hubiera podido pasarlo a cuchillo; pero propuso la paz, contentándose con obtener del senado la independencia de su patria. Servilio Cepión rompió los pactos, logró hacer degollar a Viriato y obtuvo el triunfo, que le fue recusado por el senado como traidor.
Solo la pequeña Numancia, junto a las fuentes del Duero, resiste aún pertinazmente, robustísima en la guerra y generosa en los tratados. Al fin Escipión Emiliano cercó a la ciudad y la redujo a tal hambre, que los sitiados se comían los unos a los otros; solo 50 pudo conservar vivos el vencedor para adornar su triunfo, realizado sin botín alguno.
Pérgamo era ciudad principal de la Misia, situada a orillas del Cayo, patria del famoso médico Galeno, y célebre por sus tapices y por el papel membranoso (pergamino), sobre el cual hizo copiar Tolomeo 200 mil volúmenes. Filetero Paflagón, elevado al gobierno por Lisímaco, se hizo príncipe con el auxilio de los Galos, y transmitió el poder a su sobrino Eumenes; después de éste, Atalo tomó el título de rey, amistose con los Romanos hostigando a Filipo III de Macedonia, y con la industria, las ciencias y la arquitectura elevó su pequeño reino a la altura de los grandes. Eumenes II, su sucesor, favoreció a los Romanos contra Antíoco el Grande y contra Prusias, rey de Bitinia, por cuyo medio extendió sus dominios, pero se encontró supeditado a Roma. Esta concibió recelos de él en la guerra de Perseo, y le amenazaba, cuando murió. Más fieles le fueron Atalo II y Atalo III, quien legó todos sus bienes al pueblo romano. Este pretendió que se entendía por bienes hasta el reino, y lo ocupó; vencidas las resistencias pudo reducir a provincia bajo el nombre de Asia la parte más grande y bella del Asia Menor.

Literatura griega en decadencia
El ciclo poético de la Grecia, representado por Homero, Platón, Aristóteles y Alejandro Magno, se completó con éste último, cesando de predominar tanto en el terreno político como en el intelectual. Recorridos los dos períodos de la fantasía y de la reflexión, de la poesía y de la filosofía, no quedaba más que la crítica, y ésta fue conservada en la escuela de Alejandría, ecléctica como esta ciudad. En ningún otro tiempo se ven tantos deseos de conocimientos, tanto honor a literatos y artistas tributado por reyes buenos y malos, por sabios y cortesanos, por pueblos y Gobiernos; y esto no solamente en Atenas o en Menfis, sino en todos los reinos procedentes del macedonio. Los Tolomeos embellecieron su Corte con sabios, compraron libros, erigieron monumentos, y se inventó el papiro para hacer competencia al papel membranoso usado por los reyes de Pérgamo, los cuales estimulados por aquellos recogían también libros, bibliotecas y museos. Mas todo aquello fue trabajo de escuela, artificios de erudición, nada que revelase genio ni espontaneidad; en vez de crear, hacíanse análisis y preceptos; la memoria suplía a la inspiración. También en Grecia la libertad había perecido; ya el ingenio no se inspiraba en la vida pública; había decaído la comedia y enmudecido la elocuencia; aumentaba la corrupción de las costumbres, mientras se suscitaban repetidas guerras por intereses dinásticos.
Homero fue el ídolo, la biblia de entonces; se hicieron de sus libros ediciones y comentarios, dedicáronle estatuas y templos. Famosa fue la edición computada por Aristarco, y hasta 40 profesores y gramáticos de su escuela vivieron en Roma y Alejandría. Zoilo buscó los defectos de Homero, por cuya conducta Tolomeo Filadelfo lo castigó con el tormento. Para oponerse a la corrupción, se compiló un Canon de los escritores reconocidos como clásicos; cuyo canon contribuyó a que se menospreciaran y perdieran las producciones excluidas, con frecuencia más importantes que las otras. Pero las producciones nuevas eran frías, simples imitaciones, sin convicciones religiosas, ni políticas, si bien refinaban la lengua y conservaban algunas tradiciones, como Apolonio de Rodas causando las expediciones de los Argonautas.
La literatura dramática seguía apasionando a los señores, pero servía al capricho de los tiranos. Menandro elevó la comedia a cierta dignidad, convirtiéndola en cuadro de los vicios y del ridículo, sin alusiones personales. Los Alejandrinos formaron una Pléyade de siete escritores de tragedias, Alejandro, Filisco, Sositeo, Homero el joven, Dionísidas, Sosífides y Licrofón. Este, que era el principal, compuso hasta 60 tragedias, y se hizo proverbial por su oscuridad, alusiones y metáforas; en su poema la Alejandra, Casandra pronostica en un monólogo de 1474 versos los desastres de Troya; inventó los anagramas; hacía composiciones en forma de huevos, de hachas, de alas y de cuñas. Trifiodoro compuso una Odisea, en cada uno de cuyos cantos faltaba una letra.
Otros introdujeron la poesía didáctica, revistiendo de versos los preceptos o las descripciones de fenómenos. Arato versificó la astronomía.
Alejandro pagaba espléndidamente las alabanzas que le tributaban los líricos. Calímaco de Cirene llegó a la posteridad por sus himnos y elegías, cuajados de erudición y de un frío afecto.
En la Sicilia, que había dado los primeros modelos de elocuencia y del teatro, fue inventada la poesía bucólica por Teócrito, que a la descripción de la paz y del tranquilo bien estar de los campos unió demasiado el fausto de la Corte de los Tolomeos. A su elegante ingenuidad no llegaron Bión ni Mosco, con los cuales murió el idilio.
Luego privaron los epigramas, compuestos para inscripciones o como agudezas, o simplemente como delicadeza de pensamientos; llegando a ser numerosas las colecciones que de ellos se hicieron.
La elocuencia se reducía a panegíricos, y solo se pudo calificar de correctísimo al orador Demetrio Falereo. Anchísimo campo hubieran podido dar a la historia las empresas de Alejandro y los tumultos de sus sucesores; pero Teopompo, Filisto y otros suplían mal a Tucídides. Y sin embargo las inscripciones, la geografía y los catálogos iban facilitando los estudios históricos. Gracias a las bibliotecas, multiplicábanse los trabajos de erudición, y las investigaciones sobre el origen de los pueblos antiguos o remotos. Evémero se apoyó en inscripciones para demostrar que los Dioses eran hombres que habían vivido realmente y habían sido elevados al cielo por la gratitud, por el miedo o por la superstición. Beroso, caldeo, escribió una historia de Babilonia de 473 mil años antes de la conquista macedonia. Manetón exageraba otro tanto la antigüedad del Egipto. Cítanse más de 150 historiadores en los 150 años que median entre Jenofonte y Polibio, pero de ninguno quedan vestigios. Polibio empezó la historia pragmática de su tiempo 220 años a. de J.C., y la concluyó hacia el año 146, pero de cuarenta libros solo cinco se conservaron enteros. Escribió incorrectamente y con poco gusto, sin la elevación épica de Heródoto, ni la gracia de Jenofonte, ni la gallardía de Tucídides; hace frecuentes digresiones de guerra y de Estado; visitó los lugares de los acontecimientos; sabía latín, cosa insólita en los Griegos; e informó a los Romanos de antigüedades que éstos ignoraban. Lejos de abandonarse a las supersticiones de sus antecesores, niega la providencia, y supone invención de los hombres los Dioses y la vida futura.

Artes y ciencias
La mecánica se perfeccionó en el arte de defenderse y de matar, en los artificios, en las naves, como en la ideada por Arquímedes, quien acaso inventó para este fin las poleas y el tornillo perpetuo. Sus teorías son aún el fundamento de los métodos para medir los espacios terminados por curvas, y su relación con figuras y planos rectilíneos; halló la relación aproximada entre el diámetro y la circunferencia del círculo, y entre el cilindro y la esfera; la cuadratura de la parábola, el centro de esfuerzo y gravedad, el equilibrio de los cuerpos sólidos y el peso específico; la arenaria destinada a probar que se puede expresar cualquier número por grande que sea; y se le atribuyen cuarenta inventos mecánicos, de los cuales se sirvió para defender a Siracusa su patria. Entre los demás mecánicos, figuran Ctesibo, inventor de la bomba aspirante, y Herón inventor del sifón y de una fuente que puede considerarse como la primera tentativa de las máquinas de vapor.
Aún no ha disminuido el valor de los elementos de geometría de Euclides. Apolonio de Perga enriqueció con muchos descubrimientos las matemáticas, sobre las secciones cónicas, la elipse y la hipérbole.
La astronomía, rica por las observaciones de los Caldeos, fue reducida a ciencia en la escuela de Alejandría. Aristarco determinó con método gráfico la distancia del sol a la luna y a la tierra, y sostuvo el movimiento de ésta. Hiparco abarcó en un cuadro general y metafísico las verdades hasta su tiempo descubiertas, a fin de prever las eventualidades futuras; determinó el año trópico; proclamó la precesión de los equinoccios; calculó la paralaje; formó el catálogo de las estrellas con su posiciones y configuraciones, y adoptó los círculos meridianos y paralelos.
Estos círculos, trasladados del cielo a la tierra, sirvieron para determinar la posición de los países. Eratóstenes tomó la astronomía por base de la geografía; midió la circunferencia de la tierra, y comprendió que partiendo uno del estrecho de Cádiz y siguiendo el mismo paralelo, podía llegar hasta la India.
Ayudaron a la geografía las expediciones de Alejandro Magno y de sus sucesores. Bajo los Lágidas se verificó la vuelta a la Arabia por mar. Estableciéronse numerosas escalas a lo largo del mar Rojo, donde llegaban las mercancías de la India por mar también, mientras las caravanas las recogían por tierra en la Persia y la Bactriana. Eudoxio llegó a comprender que podía dar la vuelta al África. Hasta la historia natural tuvo incremento. Teofrasto fundó en Atenas un jardín botánico; fue el primero que habló, en su Historia de las plantas, del sexo de éstas, y relacionó sus órganos con los de los animales. Dioscórides fue largo tiempo autoridad en botánica. Un rey de Egipto hizo una obra sobre los animales, y Mitridates, rey del Ponto, estudió los venenos.
La escuela médica de Hipócrates fue continuada por médicos ilustres; se osó disecar los cadáveres, se distinguieron las venas de las arterias; Herófilo reconoció los nervios como órganos de la sensación, y como centro suyo el cerebro, analizó el ojo e inventó la anatomía patológica. Más avanzó todavía Erasístrato de Ceos, que curó a Antíoco, hijo del segundo rey de Siria, descubriendo por la alteración del pulso que estaba enamorado de Estratonice. La escuela de los metodistas se extendió por el Asia Menor, y como Homero por los gramáticos, también Hipócrates era analizado, comentado, alterado por los médicos. La escuela empírica excluía las teorías, atendiendo únicamente a los síntomas.
La música se engrandecía con las fiestas, y Aristóxenes escribió 400 libros musicales; pero ya la inspiración era sustituida por superfluas dificultades, y se separaba la música del canto.
Se enriquecieron con estatuas y pinturas los palacios y las ciudades; y un Tolomeo envió 600 artistas a los Rodios. Alejandría fue edificada conforme al plano de Sotrato. Desconfiando de alcanzar la belleza de las obras anteriores, los artistas buscaban la novedad en temerarios caprichos, o se ceñían a tímidas imitaciones, obedeciendo a los encargos de los reyes y de los ricos. No puede considerarse como obra bella el coloso de Rodas, apoyado con las piernas abiertas en ambos extremos del puerto de aquella ciudad.

Filosofía
Pasados los grandes filósofos, usurparon el nombre de tales abyectos cortesanos o astutos sofistas, que corrompían las costumbres y turbaban la razón. Platón, que eleva los ánimos a la región de las ideas, era supeditado por Aristóteles, que no turba los goces con dogmas severos; y hasta los Platónicos, llamados Académicos, por los jardines de Academo donde se reunían, se atuvieron a la experiencia, al bienestar y a la satisfacción hábil de egoístas inclinaciones. Arquelao indagando el lado débil de las diferentes filosofías, introdujo un docto escepticismo: decía que el creer es propio de necios, y que el sabio no presta su asentimiento a cosa alguna. Tales fueron los cánones de la Academia Nueva. Ilustre en ésta fue Carnéades, quien enseñaba que las sensaciones son ilusorias, y que nuestros pensamientos y nuestras acciones se fundan únicamente en la verosimilitud.
En Roma dio grandes pruebas de su habilidad sosteniendo el pro y el contra, por cuyo motivo Catón lo hizo expulsar, pero quedaron sus doctrinas. Sexto Empírico perfeccionó el escepticismo aplicándolo a todas las ciencias.
Al frente de los Peripatéticos estuvo Estratón, quien identificaba a Dios con la naturaleza. Después se propalaron las doctrinas de los Epicúreos, que hacían estribar la moral en la vida dichosa. Los hombres de Estado trataban de reprimirlos; y se les oponían los Estoicos, quienes colocaban la ciencia a tanta altura, que nadie se creía capaz de alcanzarla, y concluían con el suicidio.

Civilización de los Romanos
Muy rudos debían ser los Romanos, si es verdad que Valerio Mesala trajo de la conquistada Catania un gnomon solar, y lo colocó en Roma sin tener en cuenta la diferencia de latitud; y que Mummio, expidiendo las obras maestras tomadas en Corinto, advirtió a los conductores, que si las estropeaban, tendrían que hacerlas de nuevo. Los Escipiones trataron de adornar la patria con las letras y las bellas artes. Livio Andronico de Tarento, fue el primero que puso una acción en escena. Cneo Nevio, calabrés, enseñó a los jóvenes patricios romanos la lengua griega, que conocía al par que el latín y el osco; militó con Escipión; tradujo del griego algunos dramas de Eurípides, compuso un poema, los Anales de la República, y otro en alabanza de Escipión. Atribúyesele la invención de la sátira, encaminada a corregir con la risa; género que cultivaron Marco Pacuvio y Gayo Lucilio.
Los Primeros juegos escénicos se celebraron por las fiestas sagradas, principalmente de Baco, y a Roma acudieron probablemente de la Etruria los actores, llamados histriones en su idioma. Abandonó la juventud romana a estos histriones la representación de los dramas largos, contentándose con recitar las Atelanas, farsas burlescas. Cítanse 19 tragedias de Pacuvio, muchas comedias de Andronico y Nevio, siendo mejores las de Accio Plauto, pero todas ellas traducidas o imitadas del griego. Publio Terencio, esclavo, adquirió gran reputación elevando los caracteres más que Plauto, y evitando las bufonadas. También él traducía, pero libremente, introduciendo personajes y costumbres romanos.
Al principio los teatros eran de quita y pon. Escauro hizo edificar uno capaz de contener 80 mil espectadores, con 3000 estatuas y 360 columnas. Pompeyo edificó el primer teatro permanente, con quince filas de asientos. Gayo Curión construyó dos semi-circulares, que podían girar sobre un eje con todos los espectadores, a fin de reunirse. Mas para el verdadero drama y la tragedia siempre mostraron poca disposición los Italianos, más aficionados a bufonadas y máscaras, y más que todo a las diversiones del circo, donde había carreras, pugilatos, luchas entre gladiadores, y donde se acostumbraban a la milicia, a la fuerza y a la fiereza.
Los débiles principios de Roma fueron con frecuencia descritos por los Italiotas, mas las tradiciones nacionales fueron borradas por los Romanos engrandecidos, y la historia primitiva no fue más que una novela. Los primeros que la narraron fueron los Griegos, pero cuando habían perdido el instintivo sentimiento de la edad antigua, sin haber adquirido aún la crítica de la nueva; así es que no buscaban tanto lo verdadero como lo bello y el modo de satisfacer su vanidad. Por eso, unieron a los orígenes romanos la fábula troyana; y cada ciudad, cada familia quería remontarse hasta ella; de modo que la vanidad romana se alegraba del parentesco con los semi-dioses. Los Griegos se consolaban de su perdida independencia, considerando a la vencedora nación como hechura suya. Los primeros Romanos que escribieron sobre esta materia, prefirieron estas poéticas tradiciones a la árida verdad de los primeros habitantes; y copiábanse el uno al otro, sin investigar los hechos, sin fijarse siquiera en las inscripciones ni en las antiguas memorias. Polibio fue el primero que pasó a leer en el Capitolio los tratados entre Roma y Cartago. Catón, al escribir acerca de los Orígenes itálicos, debiera haber examinado documentos de varios pueblos, cuando aún no habían sido devastados, y cuando se entendían sus lenguas; pues lo poco que este historiador nos transmitió se encuentra lleno de ideas y etimologías griegas. Varrón, portento de erudición, ignora el osco y el etrusco, y sigue paso a paso a los Griegos. De estos y otros solo se han conservado fragmentos. Catón escribió sobre el arte militar, pero se ha perdido su tratado; de este autor nos queda el tratado de re rustica, colección de preceptos sobre agricultura.

La China
Nos transportamos a una nueva escena; a un pueblo diferente de los que hasta aquí hemos visto, que habla un idioma y emplea unos caracteres distintos de los nuestros, como lo son también sus costumbres, el orden de sus ideas y su organización política. Dotado de una maravillosa perfección en las artes manuales, y de una vastísima literatura, ha dirigido los destinos de la parte más remota del Asia, se remonta por su origen a los primeros tiempos del mundo y cuenta tradiciones no interrumpidas de cuarenta siglos, formando, por no haber envejecido ni haberse renovado, una cadena viva entre la época actual y la antigüedad más remota.
La China (Chung-ku, centro de la tierra) es un inmenso plano inclinado que desciende desde las altas montañas del Tibet hasta el mar Amarillo, entre los 21 y 41 grados de latitud Norte, con una superficie de 1300000 millas cuadradas y 360 millones de habitantes. Entre 140 ciudades, se distingue Pekín, cuyos altos muros de ladrillo tienen 27 millas de circuito; en ella residen la corte, el tribunal de los príncipes, el de los mandarines, el de rentas, el de ritos, el de los médicos, el de los astrónomos, el de la guerra y el de los delitos; los cuales regulan hoy el imperio como lo dirigían hace miles de años. Otras ciudades importantes son Nanking, capital de la ciencia, como lo son del comercio Cantón y Macao.
Los ríos Amarillo y Azul (Hoang-ho, Yang-tse-kiang) difunden la riqueza por infinitos canales, siendo asombroso el imperial, que tiene 1800 millas y atraviesa montes y desiertos. El país está defendido de los Tártaros, al Norte, por una muralla de 8 metros de altura y otros tantos de espesor, en una extensión de 1400 millas.
En su variado clima prospera toda clase de cultivo, entre cuyos productos figura el té, que proporciona al imperio más de 200 millones al año. Los emperadores prodigan honores y privilegios a la agricultura.
Los Chinos son de raza mogola, de cabeza cuadrangular, nariz corta sin ser chata, tez amarilla, escasa, barba y ojos de corte oblicuo. Las mujeres son hermosas, de ojos medio-cerrados, de negra y alisada cabellera y pies artificialmente achicados.
Orígenes La secta de los Letrados, es decir los secuaces de Confucio, dan principio a su historia auténtica 2637 años antes de J.C.; pero los Tao-sse se remontan a millones de años; al reino del cielo, al de la tierra y al del hombre. Después comparece Fo-hi, 3468 años antes de J.C.; ser simbólico, que inventó la escritura, las bodas permanentes, el gobierno ordenado, el calendario y la cítara. Chu-nung enseñó a cultivar los campos y a extraer la sal de las aguas. Desde Hoang-ti, con el cual principia la era de los Letrados, hasta nuestros días, han transcurrido 75 ciclos de 60 años, durante los cuales se han sucedido 22 dinastías. Hong-ti dividió las conquistas en 10 provincias, cada una con 10 distritos de 10 ciudades. Con diez granos de mijo formó la línea; diez líneas compusieron una pulgada, diez pulgadas un pie, y así sucesivamente. Instituyó el tribunal de la historia y seis astrónomos; enseñó los principios de la aritmética y de la geometría, el ciclo luni-solar de 19 años, y otras instituciones que presentan acumulados sobre su nombre los progresos de muchos siglos.
2357 Al primero de los cinco King, o libros sagrados, reunidos por Confucio, los críticos le conceden una remota antigüedad, muy anterior al Génesis. Empieza con Yao, presentándolo dando salida a las aguas, determinando el curso del sol, de la luna y de las estrellas; modelo de los emperadores sucesivos, administraba justicia en persona, y se cuidaba de ver si el pueblo sufría; labró tierras incultas, abrió canales y determinó los deberes de los ministros.
2208 – 246 Los emperadores elegían su sucesor entre las personas presentadas por los grandes; pero con Yu comienza la primera dinastía, sucediendo al padre uno de los hijos.
Los emperadores asumían a un tiempo la autoridad civil y la religiosa, como hijos y herederos de la grandeza Tien en la tierra; y parece que se tenía un elevado concepto de la divinidad, hasta el punto de sentar que todo el mérito de la oración y de los sacrificios está en la piedad de la intención. Los jesuitas, con el intento de acercar la religión de los Letrados a la católica, para vencer la repugnancia de los chinos a las innovaciones, buscaron analogías entre sus primeros reyes y los patriarcas, entre las tradiciones chinas y las mosaicas, y por no impugnar su antigüedad adoptaron el cálculo samaritano, con preferencia a la cronología de la Vulgata. Desde muy antiguo han escrito libros los Chinos; conocieron el papel y la impresión; hubo un tribunal expresamente para vigilar la historia, y son maravillas de erudición y de tipografía los Prospectos Cronológicos (Li-tai-chi-sse) en cien volúmenes, hechos imprimir en 1763. Pero Chuang-ti, jefe de una nueva dinastía, queriendo borrar la memoria de sus predecesores, hizo quemar todos los libros de historia. De lo poco que se salvó ha sacado gran provecho Ma-tuan-li, el Varrón chino; y parece que los tiempos ciertos no empiezan hasta 1122 años antes de J.C. El análisis de sus caracteres figurados no deja creer en una remotísima civilización; y los 143127 años que da a aquella historia Lie-u-hinc, es el resultado del cuadrado de 9 (81) multiplicado por el período de los 19 años, y después por 3, número exaltado por Confucio.
Dinastías Pertenece a Yu la fundación de la 1ª dinastía, en 2205; la 2ª data de 1766; la 3ª de 1122, cuyo jefe fue Vu-huang, grande hombre, que tuvo 7 historiógrafos, restableció las buenas costumbres antiguas, y puso orden a los señoríos feudales que se habían establecido en varios sitios. Los sagrados anales refieren los dichos y hechos del ministro Cheu-Kung, astrónomo, que conocía las propiedades del triángulo y de la aguja magnética. Los sucesores dan lugar a la división del reino y a los desastres de la anarquía, hasta que, en los últimos tiempos, aparecen dos grandes hombres: Lao-seu y Cung-fu-tseu, jefes de dos escuelas, una metafísica (los Tao-sse), y otra moral (los Letrados).
Lao-se - 604 a. de J.C. Como la de todos los grandes hombres, su vida es rodeada de circunstancias milagrosas. Lao-seu, deplorando los males de la patria, buscó la sabiduría en los extranjeros, y la depositó en el Tao-te-king, donde investiga el origen y el destino de los seres, partiendo de la unidad primordial para llegar a un panteísmo absoluto. La oscuridad y el formalismo de sus doctrinas ofrecieron gran campo a las interpretaciones ya de Tao-sse, ya de los jesuitas, que pretendieron reconocer en ellas vestigios de las tradiciones hebraicas. Distingue en el hombre un principio material y otro luminoso, mas no explica lo que le acontece después de la muerte.
Más importante es su moral, tranquila, humilde, superior a las pasiones, a los intereses y hasta a la gloria, encaminada a obtener la impasibilidad. Exagerada, ocasionó por una parte el ascetismo monacal, y por otra el egoísmo que le hizo llamar por algunos el Epicuro chino, cuando más bien se parecía a los Estoicos. Sus secuaces (Tao-sse) introdujeron cábalas y prácticas supersticiosas, y se mezclaron con los Budistas.
Confucio - 551-479 Las personas cultas prefirieron la doctrina de Kong-fu-tseu. Ni crédulo ni engañador, confiaba en el Señor; no indagó cuestiones metafísicas, ni quiso introducir novedades, pero recogió y ordenó las doctrinas antiguas, y apeló a la primordial sabiduría. Obedecer al Señor del cielo, amar al prójimo como a uno mismo, domar a los instintos, no guiarse por las pasiones, escuchar en todo a la razón: tal era su doctrina. Reduce las virtudes a la piedad filial, deduciendo todos los deberes de los domésticos; pues cree que la familia, el Estado y el universo han sido forjados bajo un mismo tipo. Según tal principio, la propiedad pertenecía toda al jefe, y todas las voluntades dependían de la suya; de donde nace una estabilidad sin progreso, como vemos en la China, diametralmente opuesta a la Grecia. Sus discursos son bellos, y su moral, precisa; pero faltos siempre de entusiasmo y de unción; son virtudes inflexibles expuestas en inflexibles formas. Habló tan vagamente de Dios y de la vida futura, que sus discípulos dedujeron de sus obras el panteísmo y el ateísmo, y más comúnmente la indiferencia, sin culto, sin sacerdotes y sin imágenes; no quedándole al pueblo ni siquiera un pedazo de cielo adonde alzar los ojos en el dolor y en el cansancio. Sin embargo, su doctrina está asociada, desde hace 22 siglos, a la legislación de aquel gran pueblo.
Mencio - 400-316 Digno de seguirle al lado fue su discípulo Meng-tsen, cuyo libro, unido a los tres de los apotegmas de Confucio, debía ser aprendido de memoria por aquellos que aspiraban a los empleos.

36. -Constitución y cultura de los Chinos
Confucio y Mencio contribuyeron grandemente al edificio político de la China. No hubo superposición de pueblos, y por consiguiente tampoco hubo Castas; antes bien puede considerarse este pueblo como una familia, que desarrollándose, llegó a formar un grande imperio, fundado en la piedad filial, extendida desde el hogar doméstico hasta el trono. Esta forma patriarcal está expuesta a degenerar en tiranía, pues el rey ejerce poder absoluto sobre las personas y las cosas. Semejante despotismo se halla atemperado por la institución de los Letrados, esto es de la doctrina que abre el camino a todos los altos puestos. El más oscuro muchacho, estudiando y quedando bien en los exámenes, puede subir a las más elevadas dignidades, y emparentar con las más ricas y encopetadas familias. Ni el rey mismo puede conferir poder ni dignidad a quien no sea designado por los Letrados, y debe respetar a estos cuando le digan la verdad.
Fuera de esto, el emperador es déspota; cuando dirige la palabra a los cortesanos, éstos deben prosternarse; cuando sale, se cierran todas las casas; aquellos que lo encuentran en su camino deben volver las espaldas; le preceden muchos satélites, prontos a castigar o a dar la muerte al que infrinja los mandatos.
No menos absolutos son los mandarines en sus provincias, cometen toda clase de vejaciones y saben evitar que su conducta llegue a oídos del emperador. Ningún puesto ni título es hereditario. La justicia es gratuita y pública, y sin abogados. La legislación está comprendida en 74 volúmenes y se extiende a todas las circunstancias de la vida y del Estado. La pena más común es el bambú y el kia, collar de madera en el cual se meten cabeza y manos.
La religión, más que sentimiento, es un reglamento de Estado y de disciplina. La de Confucio, seguida por los Letrados, se reduce a una razonada indiferencia. Los Tao-sse profesan la religión de los espíritus; otros la de Buda con el nombre de Fo; cada cual es libre de seguir la que le plazca pero la ley prescribe las formas exteriores y las ceremonias que subsisten desde hace muchos siglos, como todas sus instituciones.
Lengua La lengua, hablada o al menos comprendida por un tercio del género humano, es diferente de todas las demás. No emplea categorías gramaticales ni clasifica las palabras, sino que funda las relaciones de las partes del discurso en la ilación del pensamiento, reduciéndose todo a la sintaxis. Una misma palabra a veces es sustantivo, a veces adjetivo, otras verbo, otras preposición, y el sentido del contexto en la base de su inteligencia. No ha de buscarse, pues, en el diccionario el valor de una palabra, sino deducirlo de su sentido. Esta lengua, más que en el hablar consiste en el escribir; así es que a veces, en la conversación sucede que se toma una tablilla y se escribe en ella lo que se quiere dar a comprender.
Escritura La escritura es también muy singular. Al principio se usaron únicamente caracteres figurativos; después se compendiaron y variaron, hasta formarse 85000 signos silábicos, reducidos luego a 540 radicales. Unos son simples, es decir imágenes y signos inseparables; y otros compuestos, donde concurren muchos signos para expresar una sola idea. Por la necesidad de expresar las relaciones, o los nombres propios, o los de lugares extranjeros, la escritura, de simbólica que era se convirtió en silábica, mas nunca supo ser alfabética.
Los Japoneses, de civilización y lengua afines pero no iguales a las chinas, adoptaron los caracteres, la literatura y las instituciones de los Chinos, pero conservaron las huellas de su origen distinto. Esta imperfección de la escritura es otro obstáculo para los progresos de aquellas naciones.
Artes Conocidos son sus dibujos, sus vasos, sus barnices, su exactitud en la imitación de los objetos naturales; pero su fantasía está aletargada, y las artes, faltas de libertad, no pueden salir de determinadas condiciones impuestas por las leyes del país. Las casas son cómodas, y no faltan bellos edificios, construidos con ladrillos barnizados, y convenientemente dispuestos según su destino. Merecen alabanza los caminos, que atraviesan montes y valles, con puentes suspendidos sobre hondos precipicios, o de piedra sobre anchísimos ríos. Abundan los arcos triunfales, las tumbas adornadas, y las torres incrustadas de porcelana. Todo esto despierta la admiración, pero no el dulce sentimiento que producen la belleza y la fuerza proporcionada al fin para que se emplea.
Ciencias En las ciencias de observación hubieran podido progresar los Chinos siendo como son atentos y minuciosos; pero les detiene una multitud de preocupaciones. Según ellos, deben ser dos los principios de la naturaleza, el cielo y la tierra, el vacío y la plenitud; tres las virtudes y los vicios; tres los primeros reyes; cuatro los mares, las montañas, las estaciones y los pueblos bárbaros; cinco los elementos, los colores, los planetas, las especies de granos, las vísceras y las relaciones sociales; siete los misterios y las desgracias; y así hasta ciento, número de las familias chinas, y hasta 10000 que indica la universalidad de las cosas. Esta caprichosa clasificación irrevocable debe ser una traba para el pensamiento, oprimido bajo esas combinaciones arbitrarias y falsas.
En la medicina reunieron casos especiales, sin deducir ninguna teoría. Tienen gran práctica en el pulso, y poseen una penetrante observación de todos los síntomas; mas después de sutilísimos diagnósticos, deliran en las aplicaciones. También en la historia natural observan minuciosamente las apariencias, sin indagar la estructura interior, ni las composiciones químicas. Después la filosofía atomista de Schud-hi paró los descubrimientos, dando razón a todas las cosas por vía de la quietud y el movimiento, expansión y contracción. Desde muy antiguo conocen la numeración por decenas, pero tienen una cifra distinta del 10, lo que entorpece las operaciones aritméticas; por cuyo motivo prefieren los métodos mecánicos con cordelillos (suan-pon). En su historia se refiere un eclipse de sol, ocurrido en 1218, y la conjunción de cinco planetas en 2459; Delambre pretende encontrar una serie de eclipses no interrumpida por espacio de 3858 años. La astronomía de los Chinos es original, pues refiere siempre al ecuador los movimientos celestes, antes que a la eclíptica. Desde el cuarto siglo de J.C. comienza una serie no interrumpida de observaciones sobre los solsticios, los eclipses y los cometas. En el siglo XIII aparece Cochen-king, observador experto. Después de él, la ciencia decae hasta la llegada de los jesuitas, a quienes son confiados los observatorios.
Casi un siglo duró la impresión de la Enciclopedia, donde reunieron los Chinos todo su saber, bajo clases bien determinadas. Desde tiempo inmemorial conocen la brújula, los pozos artesianos, las casas de hierro y el alumbrado de gas; la estereotipia desde el siglo X, el papel moneda desde el siglo XII, los naipes, muchos aparatos de fuerza y los cañones.
El emperador Kien-lung decretó en 1773 una colección de las obras chinas más estimadas, y la colección ya pasa de 160 volúmenes. Los más antiguos son los cinco King, o libros canónicos, recogidos y completados por Confucio. El Chu-king contiene hechos y discursos de los patriarcas, muy anteriores a los libros de Moisés. El Y-king versa sobre las combinaciones de las seis líneas horizontales, tres seguidas y tres cortadas que forman 64 figuras; álgebra intelectual, a muy pocos accesible. El Li-King trata de las ceremonias. El Yo-King contiene las plegarias y cánticos de los antiguos. El Chi-King comprende 111 cantos populares, recogidos por los emperadores en sus viajes, como el mejor modo de conocer las inclinaciones del pueblo.
Siguen otros libros de segundo orden, de texto para instrucción primaria y enseñanza superior. La poesía fue recomendada por Confucio, y ha sido tan cultivada, que el letrado que no hace versos es comparado a una flor sin fragancia. La prosodia es minuciosa y rígida, y hace degenerar a menudo los pensamientos en sutilezas y enigmas. No tienen poemas épicos, ni pastoriles; pero sí canciones y poesías ditirámbicas.
Elocuencia Los censores, semejantes a los tribunos del pueblo de Roma, a menudo reprimían en los reyes antiguos los vicios y torpezas, dando pruebas de elocuencia y de valor. En tiempos tranquilos, la elocuencia tendía a reprender las malas costumbres y el abandono de las antiguas prácticas; merece especial elogio Se-ma-Kuang, que en el siglo XI fue ministro de cuatro príncipes sin adularlos.
Historia La historia recogía todo los hechos, por minuciosos que fuesen, pero no se publicaba hasta después de la muerte del que reinaba. La historia del reinado de Lu, de Confucio, es un modelo de sobriedad y concisión. El emperador Vu-ti mandó recoger los libros que se habían salvado de la destrucción decretada por Chi-uang-ti. Sse-ma-tsian acertó a reconstituir la historia antigua (Sse-Ki), y a merecer de los misioneros el título de Heródoto chino. Sin ser igualado por ningún otro, sirvió de modelo a sus sucesores. Los trabajos de varios autores forman Las 22 historias en 60 volúmenes. Cada ciudad tiene además su historia particular, en cinco partes: en la primera se describe el país; en la segunda sus producciones; en la tercera sus tributos; después los monumentos, y por último sus personajes ilustres.
Novelas Nada refleja tanto las costumbres y los sentimientos de los Chinos, como sus novelas y sus comedias. La novela es antiquísima, y en ella abunda menos el trabajo de la imaginación que el de la razón; particulariza minuciosamente, sin atender mucho al conjunto; toma los personajes de la clase media, y describe la vida doméstica y las costumbres caseras.
No tienen verdaderos teatros; constrúyenlos con cañas y telas, y los comediantes no tienen más reputación que las sombras chinescas, las figuras de movimiento y los saltimbanquis. Dan representaciones durante los banquetes, con libres frases y descompuestos ademanes. Son numerosísimas las composiciones dramáticas, distribuidas en actos y escenas, con trozos líricos y mezclas de prosa y verso. Algunas de estas obras han sido traducidas en idiomas europeos.
Costumbres Siendo eminentemente nacionales, las obras dramáticas revelan las costumbres del pueblo, aquella vida acompasada e inmutable, su larga cadena de subordinación, su amor pueril a lo bello, sus indispensables ceremonias, la importancia de los letrados, un vacío inmenso bajo aquella desnuda elegancia. Bajo una apariencia pacífica, ocultan el odio y la venganza. Son apasionadísimos al juego. Fatalistas, ven al incendio destruir sus ciudades, sin evitar las ocasiones de prender fuego, y sin apagarlo. Es general el uso de talismanes y amuletos. Viven sobriamente de arroz, gatos, serpientes y ratones. Poco aficionados a los licores, beben té. En las fiestas públicas y domésticas, gastan sus ahorros. La poligamia es permitida a los grandes; pero una sola mujer tiene la preeminencia, estándole sujetas las demás. La mujer es considerada por la familia, y el que la quiere gratis, va a buscarla a la casa de expósitos. El divorcio es fácil. Las mujeres son siempre esclavas; sin embargo son vivarachas, amables y hasta hermosas a pesar de sus artificios de tocador.
Se contrarresta el incremento exuberante de la población, echando los recién-nacidos a los perros o al río. Los padres son castigados por los delitos de los hijos; y como éstos son los únicos que pueden dedicar honras fúnebres a los padres, causa horror verse privados de ellas, y quien no tiene hijos varones los adopta. Estos lazos póstumos hacen que los funerales sean pomposos, largo el luto y bien cuidadas las sepulturas. En toda familia se tiene la sala de los abuelos, en la cual, en días determinados, se reúne toda la parentela.
Todo acto está arreglado a un invariable ceremonial de palabras y gestos, que ocasiona una inmensa pérdida de tiempo y hace desairar a los extranjeros que no lo conocen. Todo, en fin, parece destinado a eternizar la puericia de los individuos y de la nación. Hay paz sin justicia, riqueza sin comodidades, ceremonias sin amor, moral sin práctica, y un severo dominio patriarcal. Los Chinos son laboriosos y van a buscar trabajo por América y la Australia, llevando siempre consigo los féretros, dentro de los cuales son trasportados a su patria, si mueren. Este es su único culto. Las necesidades materiales son satisfechas en la China, pero no las intelectuales. El progreso llamó en vano a sus puertas, hasta que intereses nuevos y comunes con los nuestros la abrieron al tráfico como a la civilización, y va desapareciendo este último refugio del genio oriental, para ceder el paso a la equidad y a la libertad.

Libro V
37. -Constitución y economía de Roma
¿Cómo pudo Roma, siendo república tan pequeña, realizar tantas conquistas? Porque supo sacar nuevos elementos de vida de los países que conquistaba; porque el pueblo vencedor, en vez de rodearse de una barrera exclusiva, como los asiáticos, acogió siempre gente nueva.
La plenitud de los derechos (optimo jure cives) solo competía a quien estuviese en estado de llevar las armas. Los patricios, descendientes de los primeros Quirites, o agregados por méritos particulares, podían conservar en su casa las efigies hereditarias, poseían el terreno público, se reunían en los comicios por curias con la lanza en la mano; solo ellos eran jueces y pontífices, y solo ellos podían tomar aquellos auspicios, sin los cuales no tenían autoridad las decisiones.
La plebe formaba un pueblo distinto, con ricos y jefes, y reuniones propias. La historia interior de Roma consiste en las luchas de la plebe para insinuarse en la sociedad de los patricios e igualarlos en los derechos políticos. El primer paso consistió en que los obtuvieran los tribunos, el veto de uno de los cuales bastaba para suspender las decisiones del senado; eran sagradas, inviolables sus personas, y acusaban a los magistrados al terminar su cargo. Con tales medios consiguieron que fuesen reconocidos el derecho de propiedad y los matrimonios de los plebeyos, los cuales paulatinamente fueron haciéndose aptos para ejercer todos los empleos y hasta el consulado.
Tribus El número de las tribus se aumentó hasta 35: cuatro urbanas (Colina, Esquilina, Palatina y Suburrana), y las otras rústicas. A las primeras se agregaron todas las personas que no tenían patrimonio estable, por lo cual fueron siempre las rústicas las más distinguidas.
El pueblo fue dividido en 6 clases a proporción de las facultades, siendo la nobleza de la sangre reemplazada por la del dinero.
El poder soberano residía en la asamblea, a que pronto la plebe opuso los comicios por tribus, convocados y presididos por los tribunos, sin necesidad de consultar los auspicios. En estas asambleas populares se elegían los cargos inferiores de Roma y todos los de las provincias, el pontífice y los sacerdotes.
En los comicios centuriados intervenían todos los Romanos de la ciudad o del campo que pagasen cuota y sirviesen en campaña; ellos ejercían el poder legislativo y elegían el ejecutivo.
Cada una de las seis clases comprendía muchas centurias; cada una daba un solo voto colectivo, y las que se componían de unos cuantos ricos predominaban sobre los últimas, en las cuales estaban acumulados los pobres. La primera clase, de 98 centurias, preponderaba por sí sola sobre todas las demás juntas. Los ciudadanos gozaban autoridad diferente, según la clase; autoridad que era tanto mayor cuanto mayores eran sus riquezas y menor el número de individuos de su centuria. Los ricos, elegidos censores por las asambleas centuriadas, iban agregando a los pobres a las tribus urbanas que votaban las últimas, y conservando en las rústicas a los ricos, quienes prevalecían de este modo hasta en los comicios por tribus.
Caballeros Los caballeros formaron un orden intermedio, entre el senatorial y el plebeyo; eran al principio los que solo podían militar a caballo. Nació luego la institución de la censura, cuyos miembros tenían que haber nacido libres, poseer un censo prefijado o reunir méritos personales, y eran admitidos o excluidos, a juicio de los censores.
Senado Los 300 senadores eran elegidos por los cónsules al principio, y por los censores después; formaban el consejo soberano de la república, custodiaban el tesoro, revisaban las cuentas, asignaban las provincias a los magistrados, y daban títulos de rey o de aliado; decidían de la paz o de la guerra, levantaban y licenciaban a las tropas, juzgaban en última apelación y ejercían la suprema inspección religiosa. Sus deliberaciones (senatus consultum), si bien no eran leyes, se tenían por obligatorias.
Los censores al principio administraban las rentas de la república, y registraban a los ciudadanos según el censo, con la facultad de inscribir y borrar a quien quisieran en los catálogos de senadores, de caballeros y de las diversas tribus. Con esto llegaron a erigirse en custodios de las buenas costumbres, castigando las faltas que se hallaban fuera del alcance de la ley: como la ingratitud, la dureza con los hijos, el maltratar a los esclavos, la embriaguez y las indecencias. Eran sobre todo rigurosos con los senadores.
Leyes En primer lugar, toda ley se sometía a la sanción del Senado: aprobada por éste, se promulgaba en tres mercados sucesivos. Después se convocaba al pueblo en el Campo de Marte y se ponía la ley a votación. Las resoluciones de la plebe (plebiscito) eran obligatorias para todo el pueblo. Jamás fueron derogadas las XII Tablas, pero sí modificadas por los edictos de los pretores y de los ediles.
Cónsules Estaban a la cabeza del gobierno dos cónsules anuales, que debían captarse la amistad del Senado, puesto que éste podía prorrogarles el mando del ejército y dar o negar las sumas necesarias, y también la del pueblo que debía servirlos en la guerra y examinar los gastos y los tratados. Después de haberse extendido las conquistas, los cónsules no estuvieron ya bajo la vigilancia del Senado, pues que pactaban con los vencidos, levantaban tropas, imponían tributos y se acostumbraban al mando despótico.
Pretores El derecho civil regulaba y protegía las acciones del ciudadano romano; el derecho de gentes abrazaba la equidad natural y los principios jurídicos en que todos los pueblos cultos convienen. Para aplicarlos, se elegían un pretor urbano y otro peregrino; después se aumentó este número. Al tomar posesión de su empleo, debían hacer, en un edicto, profesión de sus principios y del método que pensaban seguir; con lo cual progresaba la legislación, según la opinión y las costumbres, sin necesidad de trastornos.
Dictadores Los límites de la autoridad eran mal determinados; llegaba ocasión en que siendo menester remedios prontos y eficaces, aniquilábase la constitución confiriendo el poder absoluto a un dictador, que podía convertirse en tirano.
Culto La autoridad religiosa no fue nunca de gran peso. Pontífices, augures, quindecenviros y epulones formaban cuatro colegios sacerdotales. Cuatro inferiores comprendían los hermanos Arvales, los 25 Ticienses, los 20 Feciales y los 30 Curiones. Los Arúspices leían en las entrañas de los animales lo que la prudencia de los padres consideraba conveniente sugerir al vulgo. A particulares divinidades se consagraban los Galos, los Lupercios, las Vestales, los Flámenes y los Salios, ayudados por sacristanes, notarios, carniceros, músicos y camilos. El pontífice máximo era elegido por el pueblo, e inamovible; presidía un consejo de cuatro patricios, a los cuales se agregaron más tarde cuatro plebeyos. Los sacerdotes no constituyeron nunca un cuerpo compacto y preponderante, siendo al mismo tiempo ciudadanos y magistrados; la religión sirvió siempre al Estado, dando lugar a que la gente culta se burlase de los ritos y de los auspicios. El fuego sagrado de Vesta era custodiado con extraordinario celo, pues su extinción se consideraba como una calamidad pública. Las Vestales eran precedidas por un lictor, y el reo de muerte que encontrase a una, era absuelto. El pueblo se abandonaba a una infinidad de supersticiones; había divinidades para cada día; causaban misterioso terror el estornudo, el tropezar en el dintel de la puerta y el oír palabras de mal augurio.
Ciudadanía Roma era un municipio, y al pronto aceptaba a los advenedizos; después trasladó la ciudad al exterior, creando ciudadanos romanos fuera del territorio de Roma, y asociando a los pueblos para el propio incremento. Las siete colinas estaban cercadas de ciudades que gozaban del derecho de sufragio como los Romanos; algunas de estas ciudades eran socii, esto es entregadas sin guerra, y gozaban de plenos derechos; otras eran fœderati, recibidas después de vencidas y en condición inferior.
Seguían los municipios, con leyes propias, decuriones y decenviros, mas sin derecho de sufragio en Roma. Venían luego las 50 colonias de la Italia central, y 20 más lejanas, todas con derecho de ciudadanía, aunque sin voto. Pueblos enteros poníanse bajo el patronato de alguna familia, por ejemplo, los Alobroges bajo el de los Fabios, los Sicilianos, bajo el de los Marcelos, los Boloñeses bajo el de los Antonios.
Los Latinos ocupaban una situación media entre los extranjeros y los ciudadanos, con prohibición de hacer la guerra y celebrar asambleas generales; prohibición que duró hasta que todos los Italianos adquirieron la ciudadanía, conservando sus leyes propias y la exención de tributos. El derecho itálico no concedía privilegios al ciudadano aislado; no hacía más que dar a la ciudad, colectivamente considerada, la propiedad quiritaria del terreno y el comercio; de lo que nacía la exención del impuesto; solamente en la metrópoli se ejercían los poderes nacionales, y si los comunicaban a otros pueblos, era con la condición de usar de ellos tan solo en Roma.
Provincias Pero en suma estos derechos reducíanse a militar en el ejército, sufriendo, por lo demás, toda clase de supercherías de parte de los magistrados. Peor estaban las provincias, donde se usurpaban todas las libertades constitucionales, y se suponía que el suelo pertenecía al pueblo romano, siendo de los habitantes el usufructo. Un senadoconsulto determinaba la organización de las provincias, y a un magistrado romano pertenecían la jurisdicción, la administración y el mando militar. Solo a las ciudades se les dejaba una administración propia, a la manera antigua.
Para gobernar sus provincias, el Senado mandaba cónsules que habían terminado su cargo, y pretores, quienes exponían en un edicto de jurisdicción, la norma con que iban a gobernar. Procurábase introducir la lengua y las costumbres romanas, y a veces hasta la religión; se prohibían y ordenaban algunos cultivos, según convenía a Roma; y los gobernadores lo podían todo impunemente. Tampoco constituyeron nunca las provincias una unidad nacional. Exceptuando las 35 tribus, la administración y la legislación variaban en cada país, sin tener una acción central. Esparcíanse los Italianos en tropel por los países conquistados, atraídos por el comercio, por la agricultura y por los empleos, difundiendo la lengua, la civilización y el respeto del nombre de Roma.
Rentas Las rentas se sacaban del tributo que se imponía, o bien a los ciudadanos, que pagaban una contribución territorial; o bien a las provincias. Además se tenían terrenos públicos en Italia y fuera de ella. En los puertos y en las fronteras se exigían gabelas por las mercancías, sobre la venta de esclavos y sobre la explotación de minas, especialmente de España. Pero no todas las entradas concurrían a un centro solo, por cuyo motivo, el balance arrojaba reducidas cantidades.
A veces se recurría a los empréstitos, o se alteraba la moneda, o se reducía la deuda. Livio Salinator introdujo el monopolio de la sal; pero los principales ingresos eran constituidos por las conquistas. Siendo escasa la industria, todo se traía del exterior. Pingües beneficios proporcionaba a los particulares el arrendamiento de las contribuciones, subastadas cada cinco años por los censores; el negocio era generalmente obtenido por los caballeros, quienes aumentaban la deuda de las provincias por medio de vejaciones y enormes usuras.
El erario, donde ingresaban los fondos exigidos por los publicanos, estaba bajo la vigilancia de veinte cuestores, y la distribución de los fondos era dispuesta por el Senado. Custodiábase el erario en el templo de Saturno.
Ejército La disciplina militar era severísima. Durante la paz, no se tenían soldados; en cuanto amenazaba el peligro, el cónsul los llamaba a todos a las armas; en tiempo de guerra, todos los ciudadanos, hasta la edad de 46 años, estaban obligados a tomar las armas. Cada legión se componía de 6000 infantes, y cada cónsul levantaba dos. En el campo de batalla, se disponían en cinco divisiones: los Príncipes, los Astatos, los Triarios o Pilanos, los Rorarios y los Accensos. La caballería por lo regular no sirvió más que para sostener por los flancos a los infantes. Los Rorarios, tropa ligera armada de hondas y arcos, empeñaban la acción. Si hallaban resistencia, entraban en combate los Príncipes, y después los Triarios; de modo que el enemigo estaba expuesto a tres nuevos ataques. Los Accensos componían la reserva. El soldado llevaba, además de las armas, los palos para formar la trinchera alrededor del campamento; andaban 20 o 24 millas en 5 horas, y eran empleados además en la construcción de caminos y canales. El espíritu militar penetraba por todas partes, siendo militares todos los ciudadanos, y habiendo quienes a un tiempo eran magistrados y capitanes. Los soldados gregarios vivían de su escaso sueldo o de los repartos verificados después de los triunfos; y al envejecer, se veían abandonados a la miseria.

38. -Leyes agrarias. Los Gracos
Si al principio fue estimada y honrada la pobreza, después todo el mundo no pensaba más que en enriquecerse por todos los medios, especialmente estrujando a las provincias. Poco a poco la constitución se transformó en una aristocracia pecuniaria, habiendo sabido los nobles incautarse de la mayor parte de los campos conquistados, y absorber luego las pequeñas porciones distribuidas a los plebeyos, quienes, no pudiendo ganarse la vida con las artes mecánicas, por ser oficio de esclavos, se hacían mendigos, viviendo de la munificencia de los ricos o del público.
Ni siquiera los ricos eran igualmente privilegiados. Los pequeños propietarios pagaban un censo sobre las tierras, las casas, los esclavos, el ganado y el bronce acuñado (res mancipi), mientras que los grandes no pagaban impuesto por los bienes adquiridos, ni por las cosas de lujo (res nec mancipi) que constituían la fuente principal de su riqueza. En el Senado y en los empleos se enriquecían merced a los donativos, a las misiones en las provincias y a las espórtulas. Faltando la utilísima clase de los industriales y negociantes, no había más que propietarios y pobres. Al principio se procuraba sacar de la tierra el mayor producto bruto, esto es los comestibles, de modo que la población iba creciendo. Posteriormente se buscó tan solo el producto líquido, convirtiendo los campos de cultivo en prados, que requerían poquísimos brazos.
Sin artes y sin propiedad, la plebe no tenía más recursos que la guerra o, en tiempo de paz, el trigo y la sal que obtenía de la liberalidad de los ricos. Cuando por resultado de la victoria sobre Perseo, se aumentó el orgullo romano, ya no se cuidó el Senado de los padecimientos del vulgo. Los esclavos bastaban para cultivar las extensas posesiones, y un pastor era suficiente para guardar un numeroso rebaño. A los agricultores no les quedaba más recurso que llevar sus inútiles brazos a Roma, donde se distribuían víveres, o marcharse a alguna colonia, o vender su voto a los candidatos. Pero el Senado ensoberbecido no fundaba ya ninguna colonia; los censores habían reunido en la tribu esquilina a todos los pobres, cuyos sufragios muy raras veces eran necesarios. Los mismos juicios fueron sustraídos a la plebe, con la creación de cuatro tribunales permanentes. Así los plebeyos estaban destinados a morir de hambre, porque de los países conquistados afluían millares de esclavos, que cultivaban la tierra y servían en los palacios, adquiriendo por sus servicios la libertad y el título de ciudadanos.
Solo los libertos llenaban el foro; pero siendo codiciosos de bienes, podían convertirse en un arma terrible en manos de un demagogo que quisiese combatir la tiranía aristocrática. Otra multitud acudía de las provincias y de los municipios, para sustraerse a las vejaciones de los magistrados y buscar fortuna en Roma. Los que más acudían eran los Italianos, de modo que la península se despoblaba para llenar la capital. Hasta las colonias, donde se había difundido la pobretería romana, habían llegado a ser presa de los caballeros, quienes usurpando tierras y poderes hacían cultivar los campos por esclavos.
306 Mejorar las costumbres, inspirar al pueblo el amor de la industria y de los campos, sustituir a los esclavos con una clase laboriosa, reprimir el despotismo del Senado y la avidez de los caballeros, escuchar los lamentos de las provincias y de los municipios, regularizar la afluencia de los advenedizos a Roma: tal fue la empresa de los Gracos y de las leyes agrarias. Pues a pesar de tan levantadas miras, fueron acusados de querer expoliar a los propietarios a favor de los que nada poseían. Los terrenos conquistados pasaban en parte a ser propiedad pública (ager publicus), y el que los adquiría no era propietario absoluto de ellos, sino que pagaba un censo (vectigal). La distribución se hacía por los nobles que se quedaban con lo mejor, y dejaban caer en desuso el censo, de manera que ya no se podían distinguir luego sus bienes de los de propiedad particular. Pues bien, estos terrenos usurpados eran los que las leyes agrarias trataban de repartir; Licinio Estolón reclamó para el pueblo la tierra y el poder político, queriendo que ninguno poseyese más de 500 yugadas (125 hectáreas) de terreno, ni más de 100 cabezas de ganado mayor. Pero esta ley no tardó en ser eludida.
Tiberio Sempronio Graco, casado con Cornelia, hija de Escipión el Africano, fue padre de Tiberio y de Gayo, quienes fueron educados en las artes más exquisitas y en los sentimientos más humanos, de modo que no hubo quien les igualase en la elocuencia y en las armas. Aborrecían grandemente la corrupción y la injusticia legal. Para asegurar a Roma la soberanía del mundo, comprendieron que era preciso no dejar perecer la robusta raza itálica, y favorecer la población libre.
Tiberio Graco – 135 Tiberio, nombrado tribuno de la plebe, propuso que ningún rico pudiera poseer más de 500 yugadas de tierras públicas, pasando éstas a ser propiedad libre; y que los terrenos sobrantes se distribuyesen entre los pobres y permaneciesen inalienables. La plebe confirmó la proposición; pero los nobles alegaban su prolongada posesión, durante la cual habían hecho mejoras y edificios, y la dificultad de distinguir los terrenos libres de los de origen público. El tribuno Octavio se oponía a la aplicación de esta ley; pero Graco logró hacerlo destituir: primer golpe dado a la autoridad tribunicia. Irritado de la perfidia del Senado, volvió a proponer la ley Licinia en su antigua severidad, dando amplias facultades a los triunviros para hacerla observar inmediatamente. Propuso que se extendiese a toda la península el derecho de ciudadanía romana, y que la herencia de Atalo III, rey de Pérgamo, se distribuyese entre los ciudadanos pobres.
133 - Gayo Graco Los caballeros amenazados le hostigaban; lo protegía mal la plebe favorecida; y por fin murió a manos de sus enemigos sublevados, siendo su cadáver arrojado al Tíber. Pero el pueblo y los Socios Italianos reclamaban todavía la ley agraria. Los tribunos, habiendo comprendido cuán formidable podía hacerse su autoridad trataban de dilatarla. Gayo Graco, habiendo adquirido fama de elocuente, incomparable orador, y de administrador prudente, renovó la proposición de su hermano, esto es, que cada año se hiciese una distribución de terrenos, y cada mes una venta de grano a bajo precio. Prohibió el alistamiento antes de los 17 años, y mandó que a los soldados se les diese el vestuario sin disminución de la paga. Obtuvo que se despojase a los senadores del derecho de juzgar y se confiriese al orden ecuestre; hizo partícipes a todos los Italianos de la plena ciudadanía; y trataba de reconciliarse con el Senado dándole consejos buenos y oportunos. Se rodeó de artistas griegos; hizo fabricar edificios y abrir hermosos caminos, y propuso reedificar las destruidas ciudades de Capua, Tarento y Cartago. Mas supieron prepararle tales acechanzas sus enemigos, que fue declarado enemigo de la patria y muerto por el cónsul Opimo. La plebe, que lo había defendido, le honró con exequias conmovedoras y con estatuas. El Senado supo eludir las leyes votadas; se enconó la enemistad entre la plebe y los nobles; los caballeros, árbitros de los tribunales y arrendadores de las gabelas, podían tener en su dependencia al Senado y dilapidar el oro de las provincias; pero entre los aliados sobrevivía el pensamiento de poderse igualar a los Romanos en la autoridad política.

39. -Los esclavos
Gangrena de la sociedad antigua eran los esclavos, que hallamos doquiera considerados como cosas y no como hombres, sin representación en el consorcio civil, sin matrimonio legítimo ni derecho de testar. Piratas y especuladores los presentaban en los mercados; e ilustres ciudadanos, como Catón, hacían negocio instruyéndolos y haciéndoles adquirir robustez. Eran tratados poco menos que como animales, encerrados de noche en calabozos, expuestos a toda clase de brutalidades y a los más viles servicios, y arrojados a morir en la isla del Tíber, cuando envejecían o se inutilizaban. ¡Y a cuánta abyección no estaban condenadas las mujeres esclavas! Sin embargo, los esclavos eran la parte activa de la sociedad, estándoles reservados todos los oficios que el hombre libre desdeñaba. En las casas romanas ejercían toda clase de funciones: eran criados, escribientes, tenedores de libros, bufones, y hasta, a veces, se captaban la amistad de los amos; cuando tales servicios prestaban merecían ser declarados libres; entonces se consagraban mucho más al señor que les había comunicado su propio nombre.
Eran tantos, que en las casas ilustres se les tenía alistados para recordar sus nombres. Ateneo dice que muchísimos Romanos tenían diez y hasta veinte mil. Claudio Isidoro se excusaba, en su testamento, de no dejar mas que 4156 esclavos, 5600 pares de bueyes, 25000 cabezas de ganado menor y 600 millones de sestercios, por haberle ocasionado grandes pérdidas la guerra civil.
135 – 162 Los esclavos abundaban principalmente en Sicilia, donde armados y ayudados de gruesos mastines asaltaban a los pasajeros y a las aldeas por cuenta de sus amos. Demófilo de Enna, singularmente, poseía muchos, con los cuales devastaba el país; pero era tan inhumano, tan bárbaramente cruel el trato que daba a los infelices esclavos, que éstos tramaron una insurrección. Imitáronles al instante todos los de la isla; se extendió el ejemplo hasta el Asia, sobre todo entre los mineros del Ática. Euno, natural de Siria, esclavo en Sicilia y tenido en gran aprecio por sus compañeros, que lo admiraban por su ingenio y habilidades, se puso al frente de los sublevados, quienes empezaron a cometer latrocinios, estupros, matanzas horribles, e hicieron frente a los Romanos que habían acudido a domarlos; pero faltando en ellos toda disciplina, fueron vencidos al fin. Euno murió encarcelado, y fue sometida la Sicilia. A otras luchas y estragos dio lugar la insurrección de los esclavos, mayormente en la misma Sicilia, donde Salvio y Atenión renovaron la guerra con tanta fuerza, que fue preciso todo el valor del cónsul Mario para terminarla, después de haber perecido un millón de esclavos.

40. -Guerras exteriores. Los Cimbros. Mario
124 Mientras tanto habían continuado las guerras exteriores. Los ejércitos habían pasado los Alpes fundando colonias en Aix y en Narbona, y reduciendo la Galia meridional a provincia consular (Provenza), es decir, que debía a ella anualmente un cónsul con un ejército.
123 Las islas Baleares, habitadas por rústicos pastores y corsarios, fueron sojuzgadas, y en ellas fundaron a Palma y a Pollensa. Igualmente fue sometida la Dalmacia, por el valor de los Metelos, llamados el Macedónico, el Baleárico y el Dalmático.
111 La empresa de los Gracos fue continuada por, Gayo Mario, valeroso y pertinaz, que por sus propios méritos se elevó a la dignidad de cuestor, y más tarde a la de tribuno. Limpió la España de bandidos; dirigió con éxito la guerra en la Numidia, donde Yugurta había usurpado el dominio a Jemsal y Aderbal, hijos de Masinisa, y reinaba con astucia. Por medio del oro, adquirió los votos de los Romanos, para que abandonasen la causa de los hijos de su aliado, a quien hizo degollar con todos los mercaderes italianos que se encontraban en la capital. Mucho tiempo duraron las hostilidades contra Yugurta, hasta que Mario, obtenido el consulado, se apoderó de él y lo dejó morir de hambre en una cárcel horrible.
Cimbros – 107 – 101 Mario, elevado al colmo de la gloria y de la fortuna por esta victoria, era envidiado de los nobles y favorito del pueblo, cuyos derechos acrecentaba, renovando las leyes agrarias y dictando otras que aumentaban su popularidad. Mayor importancia le dio la guerra contra los Cimbros, que desde la península Címbrica (Jutland) se habían extendido hasta el Danubio, y unidos a los Galos de la Helvecia, arrojáronse sobre Provenza, derrotando y matando a los cónsules romanos. Roma quedó llena de espanto en vista de la vuelta de los Galos, y confió el ejército a Mario, quien tomó a Aix y derrotó al enemigo. Los Cimbros pasaron los Alpes, hasta el valle del Adigio; y mientras aguardaban un refuerzo de Teutones a orillas del Po, llegó Mario y los derrotó en Vercelli, pereciendo 120000 Cimbros, mientras solo murieron 300 Romanos. A Mario se le tributaron honores más que humanos, y se le confirió el sexto consulado.

41. -Guerra social. Sila
Con Mario contrastaba Cornelio Sila, educado en la molicie; pero enardecido por la gloria, y avezado a las armas al mando de aquel indómito guerrero, aspiró a convertirse en émulo suyo. Captose las simpatías del pueblo mediante extraordinarios espectáculos, y la de los reyes aliados, por medio de la generosidad. Los Socios latinos pedían que se les igualase a los Romanos, a cuyas victorias tanto habían contribuido, y Mario proponía que se repartiese a los federados el terreno que los Cimbros habían ocupado en la Italia septentrional, para oponer de este modo una barrera a las futuras invasiones. So pretexto de la ley agraria, se puso al frente de una facción que trastornaba la república, pero disgustaba a sus amigos con sus rudas maneras. El Senado votó que los Aliados que permaneciesen en Roma sin tener la ciudadanía, fuesen mandados a su respectiva patria, queriendo de este modo quitar a los tribunos aquel instrumento de sedición. Semejante medida originó la guerra de los Aliados. El tribuno Livio Druso, hombre recto y elocuente, trató de reconciliarlos con devolver los juicios a los senadores, admitir trescientos caballeros en el Senado y distribuir el pan necesario a los indigentes; pero disgustó a todos queriendo otorgar a los Aliados los derechos de ciudadano; rechazada la proposición, los Aliados se dispusieron a sostenerla con fuerza. Mataron a los procónsules y a la guarnición; se echaron en gran número sobre Roma y formaron una federación con el nombre de Italia, tomando por capital a Corfinio. Si hubieran podido sostenerse, todos los pueblos sometidos se hubiesen sublevado contra Roma, reduciéndola a sus humildes comienzos. Pero ésta multiplicó sus ejércitos; los aliados crecían con la victoria; las batallas eran muy reñidas, tanto que se dijo que consumieron 300 mil vidas; por fin Julio César hizo aprobar una ley que otorgaba la ciudadanía a todos los Umbros y Latinos que habían permanecido fieles; derecho que Silvano Plaucio hizo conceder a todos los Socios. Con esto desviábanse muchos de la federación, y al cabo de tres años, cesó la fiera lucha, con la igualación de todos los Italianos. El Senado los acumuló en las últimas ocho tribus que votaban raras veces, de lo que se quejaban; por lo cual propuso Mario que fuesen repartidos entre todas las treinta y cinco tribus.
A esto se opuso Sila, y habiendo obtenido Mario el mando del ejército contra Mitridates, Sila, que deseaba obtenerlo, se dirigió armado contra Roma y se apoderó de ella, puso a precio la cabeza de Mario y promulgó leyes aristocráticas. Mario huyó solo, atravesó la Italia y llegó a Cartagena, compadecido, mas no socorrido; sus fautores hostigaban a Sila, quien pasó entonces a combatir en Asia, pero después de haber dado el ejemplo de la guerra civil y empleado el ejército contra la patria libertad.

42. -Reinos asiáticos. Mitridates. Mario y Sila
Armenia – 180 Los Estados menores del Asia Anterior, sujetos al principio a la Persia, se hicieron independientes, después de Alejandro, formando los reinos de Bitinia, Paflagonia, Pérgamo, Capadocia, Armenia y Ponto, sin contar las repúblicas griegas de Heraclea, Sinope, Bizancio y otras. Larga y confusa es la historia de aquellas dinastías. Antiguas tradiciones conservaba la Armenia, gobernada por los Pagrátidas, y realzada por Ciro, después de su decadencia. Alejandro Magno venció a Vahé; después, sus sucesores dominaron la Armenia, hasta que Artaxias le devolvió la independencia. Mitridates III, rey de Persia, le impuso por rey a su hermano Vagarchag, que conquistó hasta el Cáucaso; Tigranes, su sucesor, pensó subyugar toda el Asia, tomó el título de rey de los reyes que llevaban los monarcas Partos, y dio mucho que hacer a los Romanos. El país pasó por varias vicisitudes, hasta que Ardechir, primer rey sasánida de la Persia, sojuzgó a la Armenia.
La Georgia, vetusta nación contigua a la Armenia, donde se establecieron muchos Hebreos conducidos como esclavos por Nabuco, fue sometida por Alejandro y maltratada por sus sucesores.
El Ponto – 157 – 88 – 87 En el Ponto reinaba Mitridates Evérgetes, quien habiéndose aliado con los Romanos, les auxilió en la tercera guerra púnica. Su sucesor mereció el nombre de Mitridates el Grande, por sus vastos proyectos. Extendió sus dominios sobre gran parte del Asia, atemorizando a Nicomedes, rey de Bitinia, que acudió a los Romanos. Estos mandaron a Sila, a que conociera y enfrenara a Mitridates, restableciendo a su flanco la Capadocia y la Paflagonia. Mitridates aumentó su ejército, y con la fuerza y las traiciones arrojó a los Romanos de los países circunvecinos, ayudado por los indígenas disgustados de las vejaciones de los magistrados y empresarios. Y no se contentaron las ciudades con proclamar a Mitridates como libertador, sino que en un día convenido mataron a cuantos Romanos se habían domiciliado en las provincias, con sus mujeres, sus hijos y sus siervos. Enriqueciose Mitridates con los tesoros de los países que ocupaba. Cerca de 25 naciones se le sometieron, y él hablaba todos sus idiomas; pensaba disciplinar a todos los Bárbaros contiguos al Ponto Euxino, para armarlos contra Roma; también a este fin se amistaba con las tribus de los Sármatas y de los Germanos, del Volga al Danubio, y desde las Cícladas hasta la Laguna Meótides.
Sila – 86 Para combatirlo, mandó Roma a Cornelio Sila, que con la disciplina dispersó aquellas bandas en Queronea y en la Beocia. Sitiada Atenas, hizo Sila que le mandaran los despojos de los templos, haciendo estremecer de ira a los Griegos, quienes en vano le recordaban a Codro y Teseo, Maratón y Salamina. Tomada por asalto la ciudad, la inundó de sangre. Mientras triunfaba en Grecia, su facción sucumbía en Italia bajo Cornelio Cinna, partidario de Mario y de los Socios italianos. Volvió Mario, apoderándose de Roma en fratricida guerra; empezó a destruir a cuantos lo habían contrariado, valiéndose de los esclavos para degollar a los señores, y matando luego a millares a los esclavos que se amotinaban. Después de estas hazañas murió Mario entre la tortura de los remordimientos y el estrago de la bebida con que procuraba sofocarlos.
85 Sila, proscrito y contrariado, sosteníase en Asia con la crueldad y con la astucia; con el objeto de poder volver a Italia, aceptó proposiciones de Mitridates, quien se presentó muy pronto con 20 mil secuaces, 600 caballos, innumerables carros falcados y 60 naves, teniendo que aceptar, no obstante, gravosísimos pactos. En menos de tres años terminó Sila una de las guerras más peligrosas; mató 160 mil hombres a Mitridates; impuso 20 mil talentos (110 millones) al Asia; se captó el aprecio de los soldados con la indulgencia; saqueó los templos de Delfos, de Olimpia y de Epidauro; y ocultó sus deseos de venganza bajo la promesa de restablecer el orden en Roma y restituir las prerrogativas a los senadores.
Proscripción Apenas llegado a Italia, con soldados feroces y avaros, amenazó con vengarse. Roma apronta 100 mil hombres para resistirle, pero quedan vencidos; la flor de los ciudadanos se pasan a Sila, y entre ellos el joven Cneo Pompeyo, que es por él honrado con el título de emperador. Los jefes Marianos huyen; Sila entra en Roma, coloca en los empleos a sus amigos, combate y extermina a los Italianos, y sofoca en la sangre la guerra social y la civil. Manda fijar entonces tablillas de proscripción, con los nombres de 40 senadores y 1600 caballeros, entregados al hierro del primero que los encuentre. Al día siguiente son inscritos muchos más, abriendo ancho campo a la codicia y a la venganza; de modo que perecen 9000 ciudadanos, siendo amenazados todos. Ciudades enteras son proscritas, principalmente en Etruria, donde muchas desaparecen para siempre. Entonces se retira Sila al campo, y el Senado temeroso lo proclama dictador.
Leyes Cornelias Así Roma triunfaba de la Italia, y los nobles de los ricos. A los soldados les fueron distribuidos los poderes arrebatados a éstos, y fue exterminada la libre población del campo. Manifestando Sila querer restablecer la antigua constitución, publicó las leyes Cornelias, que regularizaban la elección para las primeras magistraturas y atenuaban el poder de los tribunos y de los gobernadores en las provincias; restituyó al Senado el poder judicial; quitó a los Latinos el derecho de ciudadanía e hizo ciudadanos a 10 mil esclavos para sustituir a los muertos. Y continuaba matando, aunque con legalidad, puesto que como dictador, tenía plenos poderes. En medio de todo, él se titulaba feliz. Abdicó después de la dictadura, y habiendo despedido a los lictores, vivió como simple particular en medio de un pueblo al cual había diezmado. En el retiro y los placeres escribió sus propios comentarios, hasta que, los piojos lo consumieron. Sus funerales fueron un nuevo triunfo, siendo trasladado de Cumas a Roma, donde fue sepultado en el Campo de Marte como los antiguos reyes. Las insignes cualidades que en la guerra y en la paz había mostrado, fueron bastantes a restaurar la aristocracia; pero muy pronto se descompuso la unidad que con su mano de hierro había formado.
Realmente, los patricios a quienes él había favorecido, eran plebe recientemente ennoblecida; aquellos soldados, que él había enseñado a enriquecerse con la espada y a sostener a sus propios generales contra la patria, anhelaban otra guerra civil, donde robar y proscribir. Los que por ella habían sido arruinados, deseaban, por otra parte, rehacerse y vengarse. Las inmensas riquezas traídas del Asia excitaban a volver a desangrarla; Lúculo, Craso, Pompeyo y César, habían comprendido con el ejemplo de Sila, que Roma podía sobrellevar un amo.

43. -Pompeyo. Sertorio. Fin de Mitridates
Pompeyo – 72 El partido de Mario y de los Italianos era sostenido en la Emilia por Emilio Lépido, que fue vencido por Pompeyo; pero con más vigor lo propugnaba Quinto Sertorio en España, uniéndolo a la causa de la independencia de esta península, que él destinaba para refugio a sus partidarios. Mientras la España sufría el yugo de gobernadores altivos y avaros, Sertorio la trataba con justicia y humanidad; era hombre exento de las pasiones de los demás jefes del pueblo, hábil en la guerra minuciosa a que tan bien se presta España, riguroso en la disciplina entre los suyos, y cortés e indulgente con los Españoles. Habiéndole ofrecido Mitridates treinta mil talentos y 40 galeras para hostigar a los Romanos, contestó que no los quería en detrimento de la república. Supo resistir a muchos ejércitos romanos, hasta que contra él militó Cneo Pompeyo. Hijo mimado de la fortuna, supo éste aprovecharse hasta de la gloria de otros capitanes en la guerra y de las ovaciones en la paz, hasta el punto de llegar a ser el ídolo del pueblo romano; Sila lo acarició hasta el extremo de darle el título de Magno. Ya triunfante en el África, y habiendo vencido a Lépido, fue mandado a someter a España y a Sertorio, pero se halló vencido y cercado. Mas entre la multitud de emigrados que rodeaban a Sertorio, había muchos truhanes y traidores, y le asesinó Perpenna su lugarteniente; después de lo cual quedó la España inmediatamente subyugada.
Después de haber triunfado por segunda vez, Pompeyo fue por nuevos laureles al Asia, donde Mitridates se había hecho fuerte, como centro de todos los descontentos, al cual se habían unido también las ciudades griegas y asiáticas, llamadas por él a la libertad. Habiendo obtenido algunos oficiales de Sertorio, hacíase preceder por éstos en las marchas, como para dar a entender que se trataba de romana empresa que iba a cortar vejaciones y abusos.
Lúculo – 74 Castigó a los países rebeldes y fue sojuzgando una a una las ciudades de la Cólquide, de la Capadocia y del Bósforo. Contra tan implacable enemigo, mandó Roma a Licinio Lúculo, rico y espléndido que procuró granjearse las simpatías de los pueblos poniendo coto a la voracidad de los publicanos y a los abusos introducidos por los magistrados. Con la flota de los Aliados y evitando combates, pudo conservar sus fuerzas hasta el momento decisivo en que puso en un conflicto a Mitridates, obligándole a huir y refugiarse al lado de su yerno Tigranes, rey de Armenia, sin llevarse más que sus inmensos tesoros, después de haber hecho matar a sus mujeres, a sus concubinas y a sus hermanas.
69 - Ley Manilia Tigranes era entonces el soberano más poderoso del Asia, dominando a los Partos, a los Sirios, a los Fenicios y a los Árabes, y haciéndoles florecer en tiempo de paz. En la guerra quiso permanecer neutral; pero Roma pidió que le entregase a Mitridates, y habiéndose negado a ello, Lúculo pasó el Tigris y el Éufrates, y con un puñado de valientes derrotó a 200 mil Bárbaros, entre los cuales había 17 mil caballeros vestidos de hierro, con los cuales se reconcilió respetando sus vidas y haciendas. Tigranes quedó abatido; pero Mitridates era indomable y apeló otra vez a las armas; venciole nuevamente Lúculo, hasta que al fin se negó el ejército a obedecerle, porque impedía los saqueos cuando únicamente anhelaba enriquecerse. Entonces Gayo Manilio propuso que le sustituyese Pompeyo, quien halló preparada la victoria. Tigranes se sometió, recibiendo en premio la Armenia. Mitridates, vencido a orillas del Éufrates, contaba aún arrastrar contra Roma a los Galos, los Escitas y los Partos; pero habiéndole hecho traición su propio hijo Farnaces, se dio la muerte después de haber reinado 61 años. Cicerón lo proclama el mayor de los reyes, después de Alejandro Magno. Fueron inmensas las riquezas encontradas en sus tesoros.
Pompeyo arregló el Asia a su gusto formando las provincias de la Bitinia, de la Cilicia y de la Siria, y los reinos de Capadocia, de Armenia y del Bósforo; desaparecieron los Tracios y los Escitas; y a Roma le quedaron por vecinos los formidables Partos.

44. -Gladiadores. Piratas. Creta
Espartaco – 73 – 70 En la descrita guerra, capitanes y soldados habían mostrado insaciable sed de oro, y acumulado éste acabó de corromper a la Italia. Buscábase estímulo en la crueldad para los voluptuosos placeres, introduciéndose los juegos de los gladiadores; hombres robustos y esclavos eran adiestrados en las luchas por hábiles maestros, y ofrecidos a particulares o al público en espectáculos donde con arte se mataban unos a otros. Los depósitos de gladiadores eran también un fondo de reserva para los facciosos, donde hallaban brazos robustos y sin piedad. Capua era el principal emporio de este comercio; Espartaco, uno de los gladiadores, robusto y valiente al par que dulce y sensato, excitó a los suyos a combatir por la libertad. Subleváronse todos, derrotando a los pretores romanos, al cónsul Léntulo y a Licinio Craso, y devastando la Italia. Son llamados Lúculo del Asia, y Pompeyo de España; éste encuentra a los insurrectos, ya deshechos, en la Lucania, y los destruye, jactándose de tan fácil triunfo; es hecho cónsul, a despecho de Craso, que reclama el mérito de aquella campaña, y no quiere deponer las armas, temiendo que Pompeyo se convierta en un nuevo Sila.
Ley Gabinia Pompeyo era el ídolo del pueblo, y restituyó el poder a los tribunos. Fue destinado a combatir a los piratas, gentes de toda clase, que con más de mil buques infestaban los mares y las costas, amenazaban a la misma Roma, interrumpían el comercio de granos con la Libia, y prestaban auxilio a Espartaco y a Mitridates. En vista de tamaños escándalos, el tribuno Gabinio propuso que se diese por tres años plena autoridad a Pompeyo con 500 naves, 120 mil infantes, 5 mil caballos, 25 senadores por lugartenientes, dos cuestores y el anticipo de 2 mil talentos áticos. Con tantas fuerzas, no le fue difícil vencer a los piratas, perdonando vidas y dando libertad a prisioneros.
66 – 62 Creta, siempre fiel auxiliar de los Romanos, fue considerada como peligrosa, y se dijo que era necesario conquistarla para la seguridad de los mares, siendo reducida a provincia por Cecilio Metelo; pero los partidarios de Pompeyo atribuyeron la gloria a este solo, quien vencedor en España, en Asia y en los mares, alcanzó el triunfo más espléndido que hasta entonces se hubiese visto.

45. -Pompeyo. Los caballeros. Verres. Catón. Craso. César
Ningún general había gozado nunca tanto y tan ilimitado poder como Pompeyo por la ley Gabinia; por lo cual exclamaban los patricios que la república estaba reducida de hecho a monarquía, peor que con Sila, puesto que no se creía poder salvarla más que acumulando todas las magistraturas en un solo hombre. Pompeyo disimulaba su ambición, mientras tendía a fomentarla mediante intrigas, adulaciones y corrupción; pero faltole habilidad o firmeza para convertirse en jefe de partido.
Verres Él había hecho restituir a los tribunos de la plebe sus antiguos derechos, y quitar de nuevo a los senadores la administración de justicia, demostrando lo mucho que estos dejaban maltratar a las provincias. Para conseguir esto último, hizo que el mejor abogado de aquel tiempo, Cicerón, acusase al senador Verres, que siendo pretor en Sicilia, había cometido toda clase de robos, opresiones e iniquidades, y arrebatado singularmente a las ciudades, a los templos y a las casas las obras de arte más insignes. Para evitar el efecto del discurso preparado por Cicerón, el Senado condenó a Verres al destierro y a que devolviese 45 millones de sestercios a los Sicilianos que habían pedido ciento. Con todo, sirvió este caso de ocasión para revelar las iniquidades de los caballeros y de los senadores; Pompeyo se valía de ello para acrecentar su fama, dando dinero para el bienestar y restauración de provincias y ciudades, que a menudo había dejado saquear por sus partidarios.
En fin, estableciendo que los tribunos fuesen elegidos otra vez por el pueblo, y que los senadores compartiesen los juicios con los caballeros, destruyó Pompeyo toda la obra de Sila.
Catón C. Porcio Catón se proponía que Roma volviese a su antigua moralidad; era integérrimo ciudadano, que censuraba la universal corrupción con su incomparable austeridad; denunciaba a los sicarios y a los espías del tiempo de Sila; impedía las intrigas; vestía y vivía a la antigua; era intrépido en la guerra y asiduo al Senado y al desempeño de sus cargos.
Craso Diametralmente opuesto a él era Licinio Craso, quien comprando los bienes de los proscritos por Sila, llegó a poseer 7000 talentos (39 millones); tenía 300 arquitectos y albañiles esclavos, a quienes hacía fabricar edificios nuevos y reconstruir los viejos; alquilaba esclavos como banqueros, administradores y agricultores. Grande orador, estaba preparado a defender todas las causas, granjeándose de este modo la amistad de muchos; su casa estaba siempre abierta a sus amigos, a quienes daba banquetes con frecuencia; prestaba dinero sin usura y proporcionaba votos a los que aspiraban a la magistratura. Naturalmente, se formó un partido poderoso, con el cual hacía prevalecer la parte a que él se inclinaba.
César Superior a éste, Julio César pretendía descender de Venus y de Anco Marcio. Díscolo, audaz, predilecto de las damas, corredor de aventuras, se atrevió a desobedecer a Sila, el cual previó que aquel descabellado joven inferiría graves golpes a la aristocracia. Declarose contra los partidarios de Sila, haciéndolos condenar por sus hurtos y matanzas; ayudó a las colonias latinas a recuperar sus derechos; no dejaba al pueblo el gusto de ver espirar a los gladiadores; favorecía a los Bárbaros en la adquisición del derecho de ciudadanía; fabricó un vastísimo teatro, y repuso en el Capitolio la estatua y los trofeos de Mario.

46. -Condición de la Italia. Catilina
En medio de estos personajes, agitábase un pueblo infeliz. El amor a la libertad se perdía en presencia de tan tristes ejemplos de usurpaciones y la molicie de los grandes, ante la preponderancia de los soldados, la venalidad de los cargos y los horrores de la guerra civil. Enteras regiones habían quedado desiertas, como las de los Volscos, los Ecuos, el Samnio, la Lucania y el Abruzo, después de haber sido muertos o expropiados los propietarios, y acudido los demás a Roma, a vivir de las prodigalidades de los ricos. Si se mandaban colonias, eran la hez del pueblo, o veteranos que se apresuraban a vender el campo obtenido, para volver a la holganza de Roma. Los compradores formaban grandes heredades, extensas como provincias, que dejaban al cuidado de los esclavos.
Algún remedio puso a todo esto Julio César, quien hizo castigar a los sicarios de Sila, e hirió a los caballeros acusando a Gayo Rabirio, agente de estos y matador del tribuno Saturnino; pero los caballeros y senadores le hicieron defender por Cicerón. Rullo Servilio propuso leyes agrarias, en virtud de las cuales se vendiesen las propiedades públicas, como medio de adquirir dinero para establecer colonias y pequeños propietarios; pero los ricos, temerosos de ver llamados a examen sus títulos de propiedad, hicieron excluir el proyecto por medio de Cicerón. Este procuró siempre elevar a los caballeros, clase media entre la plebe y los senadores, y defendía a los que se habían encumbrado y enriquecido con las proscripciones de Sila.
63 Cerrados los caminos legales, emprendió el de la conspiración Lucio Catilina, senador culto, afable, servicial, franco en el hablar, instruido y hábil, pero entregado a los vicios y a la ambición, y cargado de deudas, a pesar de que se había enriquecido mucho favoreciendo a Sila. Rodeado de descontentos y gente corrompida, pidió el consulado; pero prevaleció Cicerón, por cuyo motivo aceleró la empresa de sublevar a la Etruria, a los veteranos y a los Galos, con el objeto de hacerse dueño de Roma. Descubierto por Cicerón y por él atacado en famosísimos discursos, tuvo que salir de la ciudad, y se puso al frente de los insurrectos; pero fue vencido y muerto cerca de Pistoya, siendo luego mandados al suplicio los jefes de la conjuración. Gloriábase entonces Cicerón de haber salvado a la patria.

47. -Primer triunvirato. César en las Galias
61 – 59 Pompeyo, que campeaba entonces en Asia contra Mitridates, fue llamado para quitar importancia a Cicerón, y al efecto empezó a procurarse autoridad con las facciones, aunque con la oposición de Lúculo y de Craso, a quienes había usurpado los laureles conquistados sobre Mitridates y Espartaco, y principalmente con la de César. Este había obtenido el gobierno de la España ulterior, donde llevó sus victorias hasta el Océano; y luego supo arreglárselas de tal modo con los partidos, que se granjeó la amistad de Craso y de Pompeyo, dominando así en lo que se tituló el primer triunvirato. Hecho cónsul, repartió por medio de una ley agraria, muchas tierras de la Campania entre los ciudadanos pobres, a despecho del Senado y de Catón, celosos de la popularidad que semejante medida le proporcionaba. Entonces se hizo acordar por cinco años el mando de las provincias de la Galia y de la Iliria.
La Galia se extendía desde el Po y el Mediterráneo hasta el Rin y los Pirineos, y de la Germania al mar Atlántico, teniendo por apéndice la Bretaña y la Irlanda. Habitábanla Cimbros y Galos, pueblos mal distintos, pero en los cuales se reconocían dos religiones; una que rendía culto a las fuerzas naturales, y otra a una inteligencia eterna, creadora, cuyas facultades vinieron a ser personificadas en Teut, ordenador de la materia, en Esus, que presidía a la guerra, en Kernars, Vodan y Belen. Los Druidas, sus sacerdotes, creían indigno de la divinidad encerrarla dentro de paredes, y veneraban la encina; hacían sacrificios humanos; vestían de blanco; elegían un archidruida; en las batallas precedían al pueblo; celebraban anuales reuniones en Carnuto (Chartres), y su doctrina estaba comprendida en una porción de versos que debían retener en la memoria. En los ritos, en los sacrificios y en la ciencia tenían por compañeras a varias sacerdotisas, vírgenes o castas. Los bardos acompañaban a los ejércitos, animándolos con sus cantos que ensalzaban a los antiguos héroes.
Los Druidas formaban una clase privilegiada, mas fueron superados por la guerrera que elegía los jefes civiles y militares, y solo dependía de los Druidas en limitadas circunstancias. Estos favorecían a los comunes, y la nación se componía de pequeños pueblos confederados. La nación no tenía un nombre común, pero predominaban los Anemóricos (Aquitanos); los Ligurios, del Mediterráneo al Durence; los Galo-celtas, desde los Pirineos hasta el Sena y el Marne; y la mezcla de estos con los Germanos, entre el Marne y el Rin (Belgas). La Galia propiamente dicha estaba dividida en tres regiones: Celto-bélgica, Galia-céltica y Aquitania, subdividida cada una en Estados independientes, y éstos en aldeas; rigiéndose por el pueblo, por los nobles o por un príncipe. A veces formaban confederaciones, como las de los Eduos, de los Arvernos, de los Secuanos, de los Bellovacos, de los Suesones y de los Armóricos, que se miraban con celos y se hostigaban mutuamente. Sus costumbres eran una mezcla de civilización y de ferocidad, pues tenían su constitución, fábricas de admirables tejidos, lechos de plumas, carros, caparazones, yelmos de plata y de bronce, máquinas, naves y 15000 ciudades; de modo que no pueden ser colocados entre los Bárbaros. Sus monumentos, de grandiosas masas, han sido notables objetos de estudio para los anticuarios.
58 Cerca de la Galia Transalpina se había establecido la colonia jónica de Masilia, donde los Romanos constituyeron después una provincia (Provenza), que amenazaba a la independencia de aquel pueblo. César halló al país dividido en dos bandos: uno guiado por los jefes hereditarios de las tribus, y el otro por los Druidas y los magistrados electivos de la ciudad. En éste figuraban los Eduos (Autun), los cuales, aliados con el pueblo romano, impidieron el comercio a los Secuanos, quienes en su auxilio llamaron de la Germania a algunas tribus denominadas de los Suevos. Guiados éstos por Ariovisto, hicieron tributarios suyos a los Eduos y a los Secuanos. Estos entonces pidieron auxilio a los Romanos, con tanto más motivo, cuanto que los Helvecios, no menos terribles que los Cimbros, y los Teutones, desde el Jura basta el Ródano, se movían en gran número buscando mejores tierras más allá de los Alpes. César logró derrotarlos, como venció más tarde al tirano Ariovisto en las márgenes del Rin.
Regocijose por ello la Galia; mas pronto echó de ver que el libertador la trataba como conquista, fijando guarniciones, conservando rehenes y recaudando contribuciones. Si en medio de las discordias civiles, unos favorecían a César, otros se coaligaban contra él, celosos de su salvaje independencia. No obstante, César es vencedor y doma hasta la misma Aduato (Namur), haciendo vender como esclavos a 53 mil hombres. Habiendo penetrado en los bosques de la Zelanda y Gueldres, conquista la Aquitania y los Vénetos de la Bretaña; pasa el Rin y se resuelve luego a invadir la isla de la Bretaña, de donde partía el foco de la resistencia.
Bretaña Estaba esta isla habitada por Logrienos y Cimbros, que habían rechazado a los primitivos habitantes Celtas, los cuales se refugiaron en los montes y en la Hibernia, tomando el nombre de Escoceses, esto es extranjeros, distribuidos en clanes, o familias. Los Logrienos, procedentes de la Galia, empujaron a los Cimbros hacia la costa occidental que se llamó Cambria, estacionándose aquellos en la orilla del Levante y del Mediodía. Inciertos, como doquiera, son los orígenes de aquellos pueblos. Su lengua primitiva, conservada principalmente en el país de Gales, tiene grande afinidad con las indo-germánicas. Los Fenicios desembarcaban en busca del estaño de las islas Sorlingas, llamadas por esto Casitérides. Una aristocracia militar gobernaba los pueblos del Mediodía; los septentrionales regíanse por tribus; en éstas habían conservado los Druidas el poder perdido en la Galia. Siendo la isla protegida por la religión, César no pudo obtener de ella noticia alguna, ni espías, ni auxiliares; de modo que corrió graves peligros en el desembarco que intentó ejecutar por la punta oriental (Kent), y hallose en tal conflicto que tuvo necesidad de retirarse. Volvió empero y redujo la isla a no hacer armas y a prometer un tributo que nunca fue satisfecho; por cuyo motivo sus émulos le hacían burla por haber vencido a un país que carecía de plata y oro, y donde no había huella de ciencia ni de arte.
Entonces César se dedicó enteramente a domar la terrible Galia, devastando y matando durante siete años, mientras se granjeaba el aprecio del ejército y eclipsaba los triunfos de Pompeyo con sus victorias sobre el pueblo más tremendo para los Romanos. Al mismo tiempo continuaba captándose las simpatías de la plebe romana y de los tribunos por medio de sus fautores y por medio de la construcción de suntuosos edificios.
Para esto, tuvo que recargar tanto las contribuciones en las Galias, que estas se sublevaron degollando a los extranjeros. Al frente de la sublevación estaba Vercingetórix, arverno, quien incitó a quemar todas las casas aisladas y dirigirse en masa contra el extranjero. Milagrosos esfuerzos tuvo que hacer César para vencerlo, cerca de Avárico (Bourges), donde se había replegado el núcleo de las fuerzas y donde los soldados del procónsul pasaron a cuchillo a 39 mil personas indefensas. Más tarde, en Alesia, Vercingetórix se constituyó prisionero, y los ciudadanos fueron distribuidos como esclavos a los soldados vencedores. Al cabo de diez años de lucha, la Galia fue sometida por el procónsul, cuya portentosa empresa consistió en 1800 plazas tomadas, trecientos pueblos subyugados, tres millones de enemigos vencidos, de los cuales murió un millón, y otros tantos prisioneros. Concedió a la Galia comata prerrogativas sobre la togata. Supo bienquistarse con los vencidos, a muchos de los cuales armó en favor suyo, como firme apoyo de su creciente ambición.

48. -Roma durante el primer triunvirato. Los partos
Durante estos diez años, Roma se entregaba a la más tormentosa anarquía. Los pocos ricos que quedaban, oprimían a los demás; los mandos prolongados y las comisiones acumuladas, acostumbraban a considerar una causa como identificada con el hombre que la sostenía. Pompeyo vio dos veces abierto el camino del trono, y le faltó fuerza o resolución para lanzarse a él; adversario de César y de los nobles, favorecía al pueblo con espectáculos y larguezas. Catón, por inflexibilidad conservadora, clamaba contra César y contra la dilatación del derecho de ciudadanía. Cicerón se engolfaba en el triunfo alcanzado sobre Catilina, por lo cual se irritaron tanto los émulos del conspirador, que suscitaron en contra de aquel a Publio Clodio. Este patricio disoluto, tenía a sueldo una banda de gladiadores, con los cuales se hacía temer; habiendo sido elegido tribuno, quitó a los censores la autoridad de degradar a los senadores y a los caballeros; confirió a los comicios por tribus la distribución de las provincias, e hizo decretar que no eran menester augurios para las leyes que propusiesen los tribunos a los comicios. Entonces acusa a Cicerón de haber mandado al suplicio a ciudadanos sin el asentimiento del pueblo, y el gran orador tiene que ir desterrado a Grecia, al mismo tiempo que son demolidas su casa y sus quintas de recreo, y confiscados sus bienes. Más pronto los triunviros, disgustados de la preponderancia de Clodio, reclaman a Cicerón; y mientras Clodio es asesinado por Milón, que ha opuesto una mesnada a la del terrible demagogo, Cicerón, por miedo, no osa recitar la arenga que ha preparado en defensa de este último.
Los Partos – 255 – 61 Por no ser menos que César, que tenía un ejército en la Galia, Pompeyo se hizo conceder la España, y Craso la Siria y la Macedonia por cinco años, con la facultad de armar hombres e imponer contribuciones. Pompeyo, de carácter débil, amaba menos el mando que las apariencias, y se quedó en Roma. Craso se aprestó contra los Partos. Esta enérgica y terrible raza de la Alta Asia, cuyo territorio lindaba al Este con la Bactriana y la India septentrional, al Norte con la Hircania, al Oeste con la Media y al Sur con los desiertos de la Caramania, fue sometida sucesivamente por la Persia, por los Macedonios y por Seleuco, hasta que Arsaces le devolvió su independencia. Sus sucesores extendieron el dominio mediante continuas guerras, en las cuales los Partos daban pruebas de arrojo y suma habilidad en el manejo de los arcos; iban siempre a caballo, fiando más en la táctica que en la fuerza; eran sobrios, negligentes en todo arte que no fuese el de la guerra, y muy dados a interceptar el tráfico de los occidentales con la India. Elegían sus reyes en la familia de los Arsácidas, pero sin orden fijo; por cuya razón surgían muchos pretendientes, con los cuales se mezclaban los extranjeros. Esto hizo Roma especialmente cuando, después de su victoria sobre Mitridates, se encontró confinando con los Partos, cuyo imperio era entonces centro de un vasto sistema político, que mientras amenazaba a Italia por un lado, tocaba por Oriente con la China.
Orodes, hijo de Tirídates, desposeyó de la corona a su hermano Mitridates, el cual reclamó el socorro de Gabinio, gobernador de la Siria, quien de este modo tuvo parte en los acontecimientos del país. El temor de un rompimiento con tan fuertes vecinos, hacía poco deseable la provincia de Asia; pero las riquezas que se suponían en este país aún no explotado por los procónsules, hicieron que Craso la codiciase. Después de haber atravesado la Siria y robado 10 mil talentos en el templo de Jerusalén, entró Craso sin motivo alguno en el territorio de los Partos, fácilmente rechazados al principio, por sorpresa, pero repuestos al poco tiempo y victoriosos en la llanura de Carres, donde fueron destrozadas las legiones romanas y muerto Craso. Cuando su cabeza fue presentada a Orodes, este mandó derretirle oro en la boca, diciendo: «Sáciate del oro de que estuviste sediento.» Los vencedores notaron que los vencidos generalmente llevaban en el saco las obscenas Fábulas Milesias.

49. -Segunda guerra civil
52 Craso era el único que podía mantener el equilibrio entre César y Pompeyo. Este, so pretexto de proteger la paz, armó un ejército; al tiempo del asesinato de Clodio, se trató de conferirle la dictadura; nombrado después cónsul único, fue favorecido por el senado, temeroso del engrandecimiento de César. Se pensó en quitar a éste el ejército y llamarlo antes de que expirase el término de su mando; pero él tenía un gran partido en Roma y muchos soldados adictos. Organizada la Galia, César volvió a pasar los Alpes, pudiendo legalmente avanzar por toda la Cisalpina; con oro compró cónsules y tribunos, que exigían que el mando fuese prorrogado o quitado igualmente a César y a Pompeyo. Ni uno ni otro tenían intención de ceder. Pero Pompeyo se daba aires de tutor de la república, y como tal descuidaba los preparativos, mientras César comprábase partidarios por todas partes. Este disponía de la Galia, acaparaba a los oficiales que era preciso licenciar y mantenía muchos centenares de gladiadores. Cuando le fue intimado que dejase el ejército, negose a obedecer y se dirigió hacia Roma; pasó el Rubicón, confín del territorio romano; procediendo con rapidez, obligó a Pompeyo a refugiarse en Oriente; en 60 días conquistó la Italia y presentose en Roma; acogido con satisfacción, aconsejó que se enviaran personas para inducir a Pompeyo y a los cónsules a la paz; tomó del erario inmensas sumas, particularmente el tesoro que se tenía en depósito para el caso de un levantamiento de los Galos, declarándolo inútil puesto que él los había destruido.
48 - Batalla de Farsalia En España, provincia predilecta de Pompeyo, se habían refugiado los partidarios de éste con fuertes ejércitos. Pasó César los Pirineos, y en cuatro meses le quedó sometida toda España; voló sobre Marsella y la hubo a discreción; volvió a Roma, donde fue declarado dictador por once días, durante los cuales llamó a los patricios desterrados, redujo a la cuarta parte los intereses de las deudas, y concedió la ciudadanía a todos los Galos Transpadanos; después se hizo elegir cónsul y se puso en movimiento contra Pompeyo. Este había replegado fuerzas desde el Mediterráneo al Éufrates; también él gozaba fama de gran capitán; dábase el nombre de buena causa a la suya y la abrazaron más senadores que no quedaron en Roma. Pero César tenía soldados fuertes y sumamente adictos a su persona, su propia audacia y actividad. Después de haber puesto sitio a Durazzo con escasa fortuna, entró en la Tesalia, y en la memorable jornada de Farsalia venció completamente a Pompeyo, quien con los restos de sus fuerzas navales y terrestres fue a pedir asilo a Tolomeo Dionisio, rey de Egipto, el cual lo hizo asesinar.
César no abusó de la victoria, sino que procuró salvar cuantos ciudadanos pudo, y acogió a cuantos fiaron en su clemencia. Siguiendo su fortuna, alcanzo la flota de Pompeyo; perdonó a los Asiáticos la tercera parte de sus tributos, y tomó bajo su protección a los Jonios y a los Etolios; erigió en Alejandría un templo a la diosa Némesis en expiación del asesinato de Pompeyo, e hizo poner en libertad a los partidarios de éste.
Egipto – 99 En Egipto reinaban los Tolomeos, quienes divididos en varios pretendientes, habían dado ocasión a los Romanos de intervenir en su política. Tolomeo Auletes compró el título de rey y aliado de los Romanos, y con las armas del procónsul Gabinio se hizo reponer en el trono de que había sido expulsado, y que hábilmente ocupó. Muerto en el año 52, dejó bajo la tutela del pueblo romano a Tolomeo Dionisio y Cleopatra, hijos suyos, y prometidos esposos según el uso egipciaco. Cleopatra se enemistó con Dionisio; César, desembarcando entonces en Alejandría, pretendió que se sometiese a su decisión el litigio de los dos hermanos, y Cleopatra supo con sus halagos disponerlo a su favor. Dionisio excitó a la rebelión a los Alejandrinos, y César prendió fuego a su escuadra para que no cayese en poder de los sublevados; el incendio se comunicó a la ciudad; pero César pudo domar a los revoltosos, y Dionisio se ahogó en el río. César se abandonó algún tiempo a las delicias, y dejó como única reina a Cleopatra, que puso al reino bajo la tutela del héroe romano.
48 Declarado dictador, cónsul, tribuno vitalicio, con autoridad de decidir de la paz y de la guerra, César se dirigió a domar a Farnaces, rey del Bósforo, y escribió al Senado el célebre: «Veni, vidi, vici.» Vuelto a Roma, perdonó a Marco y a Quinto Cicerón, al rey Deyotaro, a Marco Marcelo y a cuantos solicitaron su gracia; Catón fue el único que jamás quiso someterse a él, y con algunos partidarios de Pompeyo se alzó en armas en África. Alcanzolos César y los derrotó en Tapso; entonces Catón, que en Utica había replegado a los sobrevivientes, les aconsejó que se sometieran, y se dio la muerte. Poseía las virtudes antiguas, que habían de sucumbir a las nuevas, cediendo el ideal el paso a la oportunidad.
46 – 44 - 13 de marzo Entonces César redujo a provincia la Numidia y la Mauritania, obtuvo la dictadura por diez años, aseguró que no renovaría las proscripciones de Mario y Sila, y obtuvo en solo un mes cuatro triunfos: sobre los Galos, el Egipto, Farnaces y el África. Dirigiose luego en persona contra los hijos de Pompeyo, armados en África, y en siete meses dio término feliz a aquella peligrosísima campaña, después de la cual fue proclamado dictador perpetuo.
Entonces pensó en estupendas reformas; renovó el censo del Estado; llamó a los expatriados de Roma, alentando con recompensas a cuantos brillaban en artes o en doctrina; completó el Senado; dio publicidad a los actos de éste y del pueblo; reformó el calendario, y fue en suma el verdadero fundador del Imperio, si bien, no teniendo hijos, no pensaba en instituir una dinastía. Mucho más hubiera hecho, a no ser conturbado por las agitaciones que siguen a todas las grandes revoluciones. Sobre todo quería abrir la ciudadanía romana a todas las naciones, admitiéndolas a tomar asiento en el anfiteatro y en la curia, y regenerar la debilitada raza latina; es decir, fue grande hombre y mal Romano. Restableció las estatuas de Pompeyo; paseábase sin lictores ni coraza; ansiaba reformar los códices, erigir una gran biblioteca, un anfiteatro, un templo y una curia suficiente para los representantes de todo el mundo; pensaba abrir un gran puerto en Ostia, desecar las lagunas Pontinas, formar el mapa del imperio, reedificar las ciudades de Corinto, Cartago y Capua, abrir el istmo de Corinto y librar al imperio de todo peligro con nuevas victorias sobre los Partos y los Germanos.
Pero los intereses desbaratados, los sentimientos heridos, las ambiciones turbadas procuraban a César enemigos implacables, al frente de los cuales se pusieron Gayo Casio y Marco Junio Bruto, quienes conjurados con 63 ciudadanos principales, le acuchillaron en el Senado. Tenía César entonces 56 años de edad.

50. -Asesinos y vengadores de César
Aquel asesinato ¿favorecía la causa de la libertad y de la civilización?
Roma había ganado en civilización igualando el derecho y subrogando la equidad a la estricta legalidad. Magníficos caminos atravesaban la Italia y el imperio; se abrían canales y puertos; acudían extranjeros de remotos y distintos países a Roma. Pero las guerras civiles habían destruido la población italiana; los campos quedaban desiertos o reunidos en extensísimas propiedades; agotadas las fuentes de riqueza, no había más fortunas que las adquiridas por medio de las proscripciones y los proconsulados; era general la miseria, faltando pequeños propietarios y artesanos a la clase media. Los pordioseros acudían a Roma, donde eran mantenidos por el público y gozaban de espectáculos y liberalidades, envileciéndose al pie de los palacios, vendiendo el voto en las elecciones y en los juicios, o el brazo en los motines. Quien recuerda la sencillez de los primeros romanos, se pasma y se estremece ante la suntuosidad de ahora, el refinamiento de los manjares, la magnificencia de las casas, de las quintas, de los trajes y de las joyas, y sobre todo la molicie y el común libertinaje. La virtud se reducía a despreciar las seducciones del oro y los placeres, cuando era necesario para el bien de la patria, y en saber desprenderse de la vida, cuando esta resultase indecorosa o causara enojo. Perecía el sentimiento religioso, cuando eran tolerados más de seiscientos cultos; había cesado el temor de los Dioses, a medida que se habían introducido groseras supersticiones. La depravación estaba en auge. Las luchas civiles hacían árbitro del país al más poderoso; se hollaban las leyes, o se aplicaban a privados intereses. El Senado y la curia temblaban ante los cuchillos de Catilina y de Clodio; en todo caso el bien del Estado pasaba por razón suprema, y a ésta debían sacrificarse intereses, libertad, vida y virtudes.
Donde no valía la fuerza, podía el dinero; era un arte el crear deudas, explotar las provincias y los clientes, y vender los juicios. Cuando Sila, para elevarse, halagó a la soldadesca, todos los generales siguieron igual camino; y el ejército, disgregado del Senado y del pueblo, constituyó un tercer poder que se imponía a los otros.
Todo esto debió presentarse a la consideración de los asesinos de César, si creyeron haber devuelto con aquel delito la libertad a Roma. Los ciudadanos acogieron fríamente el anuncio de aquel asesinato. Cuando el cónsul Marco Antonio expuso el cadáver del dictador, y narró cuanto éste había hecho y pensado hacer, y leyó su testamento, generosísimo para el pueblo, éste estalló en ira, prendió fuego a las casas de los asesinos, y veneró como julium sidus una estrella aparecida en aquel tiempo.
Marco Antonio y Octaviano - 13 de marzo – 43 Marco Antonio se alza vengador de César; pero con el solapado fin de ejercer la tiranía, por lo cual excita las sospechas del senado y del pueblo, y disgusta a los soldados. Más hábilmente procede Octaviano, hijo de Accia, sobrina de César, adoptado por éste y constituido heredero de las dos terceras partes de sus bienes. No servía para el campo de batalla, pero era sumamente audaz en la política sabia cambiar de partido según lo exigiesen su conveniencia y las circunstancias, tomó el nombre de Gayo Julio César Octaviano; apeló a todos los medios para adquirir dinero, se atrajo la voluntad de los soldados, y no tardó en romper las hostilidades con Marco Antonio. Encendida la guerra civil, Marco Antonio se dirige a la Galia para quitársela a Bruto, el asesino de César; y después de rudas batallas, Octaviano acierta a formar un segundo triunvirato con Marco Antonio y con Lépido, por cinco años, dividiéndose entre sí las provincias. Octaviano entra en Roma con el ejército, se apodera del tesoro y se hace declarar cónsul.
Antes de ir a combatir a los republicanos, que se habían reforzado en Oriente, preciso era quitar de en medio a los enemigos que quedaban en Italia. Después de haber hecho amplias promesas a los soldados, los triunviros propusieron listas de proscripción, notándose en ellas 300 senadores y 2000 caballeros; dando 25000 dracmas a los libres, y 10000 y la libertad a los esclavos que presentasen la cabeza de uno de los proscritos.
7 de diciembre Origináronse horrores, y hubo viles traiciones entre padres e hijos, maridos y mujeres, amos y siervos. Entre las víctimas estuvo Cicerón, el más grande de los oradores latinos. Los triunviros se saturaron de sangre y oro; quedándose Lépido en Roma, Octaviano se dirigió hacia Brindisi, y Antonio hacia Reggio, a fin de someter a los republicanos.
Batalla de Filipos – 42 – 43 Casio y Bruto se habían armado en Grecia, donde quedaba un resto del sentimiento de libertad y de admiración hacia los tiranicidas, a quienes se erigieron estatuas y se cantaron himnos, y con cuyo trato y amistad se honraban estudiantes y filósofos. Con ellos hacían levas de soldados y dinero, e hicieron buena guerra, si bien obligados a recurrir a las malas artes de los otros procónsules. Mucho sufría el alma generosa de Bruto al ver de tal modo contaminada su causa, por la cual había faltado a la humanidad, a la gratitud y hasta a su conciencia. En Filipos entran en combate contra Antonio y Octaviano, siendo vencidos. Casio se suicida; y Bruto, después de vanos esfuerzos para restaurar la fortuna, se traspasó con la espada de un amigo, exclamando: ¡Oh, virtud, tú también eres un sueño! Blasfemia de estoico, enamorado de la justicia, pero de la justicia encaminada al bien de la patria.
Los triunviros se vengaron sobre los secuaces de Bruto, y persiguieron a los restos de sus ejércitos. Mientras Octaviano perseguía a Sesto Pompeyo en Sicilia, Antonio triunfaba en Oriente, alternando en su agitada vida los goces con los actos de crueldad; disgustó con sus extorsiones a los Asiáticos, principalmente a los Sirios y a los Palestinos, que pidieron auxilio a los Partos, los cuales derrotaron varias veces a los Romanos. Antonio, cautivado por la belleza de Cleopatra en Egipto, competía con ésta en pompa y en lascivia, mientras Octaviano se hacía dueño de la Italia, enriqueciendo a sus soldados con los bienes usurpados a los propietarios, y rotas las hostilidades con los partidarios de Antonio, venció y les dio muerte, y entró triunfante en Roma.
40 Lépido, rico y descuidado, hacíale poco estorbo a Octaviano. Antonio se apresuró a replegar a sus secuaces y se reconcilió con Octaviano, compartiendo con éste el imperio, y quedando en común la Italia, para formar en ella ejércitos, con el objeto de hacer la guerra a los Partos y a los republicanos capitaneados por el joven Pompeyo, quien después de haber ocupado la Sicilia, la Córcega y la Cerdeña, amenazaba a la Italia, y obligó a los triunviros a pactar con él. Vencido luego en Mesina, fue Pompeyo a ofrecer su brazo a los Partos y a tratar con Antonio que lo dejó asesinar.
Octaviano se desembarazó también de Lépido, el cual siendo incapaz de dirigir un partido, se retiró a la vida privada. Disputábanse el imperio Octaviano y Marco Antonio. Teniendo aquél un ejército como ningún general romano, era aclamando en Roma como pacificador de mar y tierra, y tribuno perpetuo. Octaviano servíase a menudo de dos ilustres personajes: Mecenas, descendiente de un rey etrusco, comedido en su ambición y conciliador de los partidos moderados, y Agripa, tan experimentado en la guerra como Mecenas en la política.
41 Antonio atravesó la Grecia en medio de serviles homenajes, dirigió la guerra contra los Partos, vengando a Craso y ocupando las tres grandes vías del comercio, la del Cáucaso, la de Palmira y la de Alejandría. Olvidando a su prudente mujer Octavia, hermana de Octaviano, volvió a buscar el fastuoso amor de Cleopatra, llamola a Siria, y proyectaba la constitución de un gran imperio que uniese al Egipto todos los países marítimos del Mediterráneo oriental. Entonces invadió a la Partia, mas fue obligado a desastrosa retirada, en la cual perdió 24000 soldados. Alcanzó, empero, nuevos triunfos en Alejandría, donde se vistió de Osiris y declaró a Cleopatra reina de Egipto, de Chipre, del África, de la Cele-Siria, y señaló varias provincias a los hijos que había tenido de su regia amante.
Batalla de Actio - 2 de setiembre del año 31 Estos excesos causaron en Roma honda irritación y el temor de que Antonio quisiese trasladar el Capitolio a Alejandría, teatro de sus triunfos. Octaviano enconaba los ánimos, e indujo a Roma a declararle la guerra. Fue la Grecia el campo en que el Oriente y el Occidente empeñaron la lucha. En Actio, Octaviano, que nunca se ponía en peligro, vio a su flota vencer a la del valeroso Antonio, quien al apercibirse de que Cleopatra se retiraba con sus naves, siguiola hasta Alejandría, donde, al verse acosado por Octaviano, se dio la muerte. Cleopatra intentó seducir también al nuevo vencedor, mas sintiéndose destinada a exornar el triunfo, se hizo morder por un áspid venenoso.
30 Extinguiose con ella la estirpe de los Lágidas, que en el trascurso de 294 años había infundido nueva vida al Egipto, haciendo florecer su comercio y enriqueciéndolo en gran manera; a aquel gran Egipto que despojado, después, de innumerables riquezas y reducido a provincia, dejó de tener nombre en la historia.

51. -Augusto
Tres triunfos obtuvo en Roma César Octaviano, en el mes que por él se llamó Agosto, pues se le dio el nombre de Augusto y el título de emperador, no ya como simple honor, sino como autoridad transmisible a sus descendientes. Falto de virtudes guerreras, dominó en un país y en un tiempo en que todo se conseguía por las armas; supo contener a 120 millones de súbditos y a 4 millones de ciudadanos, e impuso la paz al mundo. Las revoluciones, por las cuales la plebe se igualó a los patricios, habían terminado sanguinariamente; así fue que prevalecieron los soldados, y los ambiciosos cuidaban de tenerlos adictos. Conociendo Augusto que en ellos estribaba su fortuna, les regalaba tierras y dinero, sabiendo convertir la sociedad militar en civil. Llegado al colmo de sus aspiraciones, perdonó a sus enemigos, conservó las formas republicanas, no quiso el odiado título de rey, aunque sí la realeza del mando; cónsul, tribuno de la plebe y pontífice máximo, lisonjeaba a los senadores, a los cuales designó las provincias tranquilas, conservando para sí las amenazadoras; conservó para los caballeros los juicios y la exacción de los impuestos públicos; abrogó las leyes tiránicas del triunvirato, y conservó las antiguas, pero dando autoridad a las respuestas de los jurisconsultos; se esforzó en corregir las costumbres públicas y dictó especialmente una ley contra los célibes (Ley Papia Popea); recomendaba al pueblo las personas que deseaba ver elevadas a las grandes dignidades del Estado, lo cual equivalía a imponerlas. Purgó las legiones de esclavos alistados, admitiendo solo a ciudadanos en ellas, y formando un ejército permanente que dispensaba al pueblo de tomar las armas y constituía un poderosísimo instrumento en manos de los emperadores. Favoreció a los literatos, que competían en adularlo y en hacer pasar a su siglo como un siglo de oro. La ciudad fue reconstruida elegantemente, y comprendía en el cerco de 50 millas una población inmensa, cuya alimentación estaba bajo el cuidado del prefecto de la ciudad y del de los víveres. Prodigando dinero y espectáculos, Augusto removía toda clase de boato en su nombre y él mismo comparecía en los juicios para asistir a sus clientes.
Sus guerras No había ya lugar a más guerras de ambición, pero tuvo que hacer armas para asegurar la paz. Primeramente fue sometida la España; luego la Judea, que, después de la muerte de Herodes, de 72 años de edad y 37 de reinado, fue unida como provincia a la Siria, bajo procónsules, entre los cuales fue célebre Poncio Pilatos.
9 d. de J.C. Duro ejercicio preparaba la Germania, donde Agripa y Druso pudieron vencer a los Sicambros, a los Tencteros, a los Usipetos, a los Vindelicios, y hasta a los Bátavos y a los Frisones, sin contar otros pueblos de las costas del mar Germánico. Los Caucios y los Longobardos fueron vencidos por Tiberio. Pero Marobodo, al frente de 70000 Marcomanos, los Dálmatas y los Panonios con un ejército numeroso, levantáronse para librar al país de la codicia de los procónsules. Principalmente Arminio, Príncipe de los Cheruscos preparó una sublevación general de modo que Quintilio Varo, voraz y odiado gobernador, fue derrotado, siendo su derrota la mayor que los Romanos tuvieron después de la de Craso. Augusto exclamaba llorando: «Varo, Varo, devuélveme mis legiones.» Pero los Germanos no supieron mantenerse de acuerdo; Arminio fue muerto y con la victoria de Idestaviso, Germánico aseguró por entonces el imperio de la temida invasión.
Su familia Augusto no fue afortunado en la familia. Unido a Escribonia, de la casa de Pompeyo, tuvo a Julia, a quien casó con Marcelo, su sobrino y presunto sucesor; pero éste murió joven y Julia fue unida al famoso general ministro Agripa, nombrado gobernador de Roma. Del nuevo enlace nacieron Gayo César y Lucio, a quienes Augusto adoptó; y más tarde Julia, habiendo enviudado, se casó con Tiberio, nacido en primeras nupcias de Livia, segunda mujer de Augusto. Por sus disoluciones mereció Julia ser abandonada; y muertos los dos hijos de ésta, Augusto adoptó a Tiberio, con la condición de que éste adoptase a Germánico, nacido de Druso, hijastro del emperador.
14 No fueron irreprochables las costumbres de Augusto. Muerto Mecenas, a quien se debió su moderación y muerto también Agripa, dejose engañar por Livia, anhelosa de encumbrar a sus propios hijos. Con mucho arte supo disimular sus vicios; vivió 77 años, reinó 44, y murió preguntando: «¿He representado bien mi comedia? Aplaudidme.»

52. -Cultura romana
Cicerón Los Romanos no sintieron, como los Griegos, la necesidad de expresar y comunicar artísticamente el pensamiento, y consideraron el estudio, más como una distracción y un adorno, que como una ocupación propia del hombre, dirigiendo la cultura al desarrollo práctico de la vida. Considerando la lengua latina como innoble, estudiaban la griega y la usaban en la buena sociedad y en la escritura. Al cultivarla, fueron grandes escritores precisamente aquellos que, eran grandes personajes en la política y en la guerra. Cicerón, el orador, fue también filósofo, poeta, jurisconsulto, estadista y hacendista; dirigía al Senado y triunfó de los Partos. Nacido en Arpino, educado por Griegos y bajo Griegos en Rodas y en Atenas, e iniciado en la declamación por el actor Roscio, pronto alcanzó el primer puesto entre los oradores. Fruto fueron de estas lecciones las arengas que de él nos quedan, insignes ejemplos de crítica, buena historia de la elocuencia en Roma y de los ejercicios con que se preparaban los jóvenes. Ya habían adquirido fama los Gracos y Marco Antonio; solo un émulo tuvo Cicerón: el riquísimo Hortensio, despreocupado vividor, fiel partidario de Sila y adversario de Pompeyo.
De Cicerón tenemos también la historia de la filosofía griega, mientras que no hace mención de la etrusca. Las doctrinas de Epicuro que cifraba la verdadera sabiduría en saber gozar, eran combatidas por los Estoicos, que querían emancipar el alma de los sentidos, y sentaban que era malo todo lo que contrariaba al orden eterno de la providencia. Esto parecía orgullo a los Platónicos, quienes aseguraban que la verdadera sabiduría se encuentra en la divinidad y no en el hombre, que todo emana de Dios y que a Dios todo vuelve. Pero el neoplatonismo se había convertido en una escuela escéptica, que aceptaba como probables todas las opiniones.
Los Romanos eran más neo-platónicos en la práctica que en la teoría; sin embargo algunos escribieron sobre ella. Luego Cicerón vertió entera la Grecia en Roma, exponiendo, aclarando y coordinando toda clase de materias, pero sin crear, ni profundizar doctrina alguna, evitando las consecuencias excesivas, contentándose con las probabilidades, queriendo una filosofía de hombre de bien, inclinándose a los Estoicos aunque repudiando su austeridad, y considerando los deberes y los derechos del ciudadano como los del hombre.
Sus Cartas, recogidas por el liberto Tirón, son interesantísimas por el modo confidencial con que él y los principales personajes de entonces se expresaban acerca de los acontecimientos contemporáneos.
Historiadores Poco caso hicieron los Romanos de la erudición; y si bien reunieron bibliotecas, dieron pruebas de ignorar su historia primitiva, y no investigaron la civilización latina y la etrusca que a la suya precedieron. Varrón, erudito portentoso, que había escrito a los 78 años 490 libros, aparece escaso de erudición y falto de crítica. Después de varias tentativas, escribió una verdadera historia el paduano Tito Livio, enamorado de la grandeza de Roma, en la cual halla solo virtudes, y las refiere con amplia majestad y gravedad constante, poco molestado por las dudas; sus caracteres son siempre ideales de virtudes o de vicios.
Mala fama adquirió Salustio por sus tristes costumbres y su inmensa sed de riquezas. Narrando la Guerra contra Yugurta y la Conjuración de Catilina, pintó vigorosamente la corrupción de Roma, encadenando bien los hechos con sus causas y adoptando una eficaz concisión.
Los Comentarios de César son la única historia verdaderamente original de Roma; no se propuso hacer una obra de arte, sino narrar sus propios hechos de gran político y de gran guerrero, enterado de las fuerzas y de los vicios de su tiempo y de su país. Y si no supo ser imparcial, supo ser sosegado, sencillo y breve.
Cornelio Nepote había compuesto una historia universal y otros trabajos que se han perdido; las vidas de capitanes ilustres que corren bajo su nombre, parecen una compilación de una época de decadencia.
De las Historias filípicas de Trogo Pompeyo solo queda un compendio, hecho por Justino. Otras muchas historias se han perdido. Las Antigüedades romanas, escritas en griego por Dionisio de Halicarnaso, comprenden desde la toma de Troya hasta el punto en que empieza Polibio; no quedan más que los once primeros libros. Sospéchase que no fue muy verídico, mas como extranjero, describe mejor las particularidades del gobierno. En la Biblioteca Histórica, Diodoro Sículo abrazó los acontecimientos de todos los pueblos, pero es escaso de crítica, lleno de supersticiones, fuso en la cronología, y copia de otros antes que ver y examinar. Muchos escribieron historias en griego.
Poesía La poesía latina se desenvuelve imitando a los Griegos. Sin embargo es poeta nacional en el pensamiento y el estilo T. Lucrecio Caro, el cual puso en verso la filosofía (De rerum natura), con áridas argumentaciones, mezcladas con bella poesía, exaltando el epicureísmo y los goces. El veronés Cátulo, traductor e imitador de los Griegos, principalmente de Safo y Calímaco, pulió la lengua, aunque la llenó de durezas. Son ejemplos de corruptelas los demás poetas: Tíbulo, de estilo elegante y artificioso; Propercio, todo quejas lanzadas con erudición; Ovidio Nasón, algo natural en ideas y espléndido en la dicción, aunque sin aliño, que cantó las Metamorfosis, los Fastos, el Arte de amar, y expuso en elegías sus tristezas, al ser desterrado por Augusto a consecuencia de sus transparentes alusiones a corrompidos personajes.
Fedro tradujo en candidísimos versos las fábulas esópicas, como antes lo había hecho Babrio. Marco Manlio versificó la astronomía.
Teatro – Horacio Poco se deleitaron los Romanos en el teatro, prefiriendo los espectáculos de atletas y gladiadores. Compusiéronse muchas comedias, pero anduvieron perdidas, y las que nos quedan parecen traducciones o imitaciones de las griegas, alteradas con alguna invitación a gozar de la vida, y con adulaciones. De esto se contaminaron hasta los más notables, tales como Horacio y Virgilio. Horacio, nacido el año 66 antes de J.C., habla a menudo de sí mismo, de tal modo que de sus versos se puede deducir su vida; partidario al principio de los republicanos, fue luego acogido por Mecenas y presentado a Augusto que lo colmó de favores, pagados con elogios inmortales. A su genio reunía un finísimo gusto, pero sin pretensiones de fidelidad a una opinión, ni siquiera a un juicio, y traduciendo a veces obras griegas. Donde es verdaderamente original es en las sátiras, género desconocido de los Griegos; en ellas se muestra incomparable maestro en el arte de la difícil facilidad en la versificación, y pinta los vicios o más bien los defectos de los Romanos sin demostrar aborrecimiento; exhorta a la virtud sin convertirse en apóstol de ella, y coloca la moral en el huir de los excesos. El Arte Poética es una epístola sobre la literatura, especialmente sobre la dramática, rica en excelentes conceptos, y que los pedantes transformaron en leyes imprescindibles.
Virgilio Virgilio Marón, nacido en Mantua el año 70, y despojado luego de su patrimonio por los soldados de Octaviano, fue a Roma a reclamarlo y encontró favor en Mecenas y en Augusto. Enamorado del arte de la paz, era oportunísimo para su tiempo, en que se quería incitar a las dulzuras de la vida campestre. Enseguida cantó él los trabajos del campo en las Geórgicas, y describió la vida pastoril en las Bucólicas, incomparables trabajos de estilo y delicadeza. En la Eneida celebró los orígenes de Roma, fundiendo la Ilíada y la Odisea para cantar los viajes de Eneas al principio, y después sus guerras en Italia. Mas no se creía ya en los dioses, ni podían ser incluidos en las acciones humanas como en Homero; sus héroes son descoloridos y no pertenecen a ninguna edad; pero delicado en el sentir, combina admirablemente las pinturas graciosas con las terribles, y da a su obra entera un giro elegante y de exquisito gusto. Supo valerse de las tradiciones itálicas, coordinándolo todo para glorificación de Roma y de Augusto, descendiente, según él, de Venus y de Eneas.
Brevísimo fue el florecimiento de las letras romanas, y apenas Cátulo bosquejaba la poesía, cuando se hallaba ya en decadencia con Ovidio.
Ciencias Las ciencias eran cultivadas en Alejandría, en Siria y en Grecia, de cuyos puntos acudían maestros a Roma, donde sin embargo no se apreciaban más que las armas, la jurisprudencia y la oratoria. Mediante matemáticos extranjeros, Julio César corrigió el calendario en el año 45 antes de J.C., fijando el año en 365 días y 6 horas. La superficie terrestre fue mejor conocida merced a las empresas de Alejandro Magno, de Mitridates, de César y de Agripa.
Bellas artes Las bellas artes habían decaído en Grecia; sin embargo el mismo Virgilio concede a los extranjeros la gloria de bien pintar y esculpir. En Grecia se hacían labrar o se compraban vasos y estatuas; y que de estas obras artísticas eran ávidos los Romanos, lo prueba Cicerón contra Verres; a millares adornaban los triunfos. Muchos templos y teatros se fabricaron en Roma, y entonces se extendió el orden toscano, más sólido que los griegos, y el compuesto, más adornado que el corintio; las pilastras y los arcos sustituyeron a las columnas y al arquitrabe. El único escritor de arte que tenemos es Vitrubio, de patria y de familia desconocidas; y aun el tratado de arquitectura que va con su nombre es quizá una compilación hecha por algún mal práctico.
Estupendos edificios romanos son los acueductos, por los cuales, de muy lejos y sobre arcadas conducían a la ciudad el agua Virgen y el agua Marcia. El Tíber no fue nunca canalizado, ni se pensó en reprimir sus crecidas. Tarde se hizo un puerto en su desembocadura; pero eran famosos los de Rávena y Miseno.
Importaban mucho a la unidad del imperio los grandes caminos que partiendo del miliario aureo, en medio del Foro Romano, se extendían hasta el Éufrates, el Nilo y el Rin, y hasta las columnas de Hércules.

53. -La India. Época de Vicramaditia
En tiempo de Augusto, la India tuvo también su siglo de oro.
En la época de Alejandro, dominaba en el Magada (Behar septentrional) el príncipe Nanda, descendiente del dios Krisna, el cual exterminó a los hijos del Sol, que dominaban en los países vecinos al suyo, y se hizo señor de los Prasos. Su hijo Sandracot, de la segunda e inferior de sus dos mujeres, llevaba a mal verse pospuesto a sus hermanos, inferiores en capacidad, y auxiliado por los Brahmanes, subió al trono, redujo a la unidad varios dominios, resistió a Seleuco Nicator, y tuvo relaciones con los reyes de Siria, por medio de los cuales se vino a conocer aquel país. Pero los historiadores griegos y romanos poco indagaron sobre la India y la Bactriana. Entre los reyes indios figura Vicramaditia, cuya residencia era Palibotra; fundó la dinastía XVI de Bengala, sojuzgó a muchos reyes, empezó, 56 años a. de J.C., la era Samvat, adoptada en la India septentrional, mientras el resto de la India usa la era Saha, empezada 76 años después de Cristo.
La corte de Vicramaditia estaba adornada, como dicen los naturales, de siete piedras preciosas, o sean poetas insignes, siendo el principal Calidasa, que perfeccionó la lengua, restauró los vetustos monumentos literarios, cantó las estaciones, y se distinguió en la literatura dramática. Obra maestra es el Reconocimiento de Sacontala, donde los interlocutores usan tres idiomas según su posición social y su carácter. Después de Calidasa, el teatro decae, aunque siempre sigue siendo nacional.

Libro VI
54. -El Imperio Romano
Ufana señora de todo el mundo conocido, Roma sobresalía cada vez más y dominando los países comprendidos en 2000 millas de extensión del Septentrión al Mediodía, desde la Dacia hasta el trópico, y 300 de Levante al Ocaso, desde el Océano hasta el Éufrates, sobre una superficie de 1600000 millas cuadradas, entre los 24 y 56 grados de latitud septentrional; los países mejor dispuestos a la civilización. Al Noroeste comprendía Inglaterra y la llanura de Escocia, quedando las montañas para los Caledonios; con el Rin protegía la Helvecia y la Bélgica; con el Danubio las penínsulas Ilírica e Itálica; llegaba al Mar Negro, seguía por la cordillera del Cáucaso al Caspio y a las montañas centrales del Asia. En ésta no pudo nunca subyugar a los Iberos; los Armenios fueron ora enemigos, ora tributarios, nunca súbditos de Roma. En la Mesopotamia, entre el Éufrates y el Tigris, se tocaban los Romanos con los Persas. Los inviolados desiertos de la Arabia eran fronterizos con las fértiles colinas de la Siria, y el Egipto confinaba con el mar Rojo. Los desiertos de la Libia al Mediodía, y el Atlántico al Occidente, cerraban el vuelo y la rapiña a las águilas romanas.
Dentro de este perímetro permanecían independientes algunos Estados, como las doce ciudades alpinas del rey Cocio, de las cuales era capital Susa, las repúblicas de Corcira, Quíos, Rodas, Samos y Bizancio, como también Nimes, Marsella, Lacedemonia y varios pueblos de la España y de la Galia, que conservaron su propio gobierno. Igual privilegio habían obtenido muchas de las 500 ciudades de Asia, y tenían reyes propios la Capadocia, la Cicilia, Comagene, la Judea, Palmira, la Mauritania y el Ponto.
En el censo aparecieron 6945000 ciudadanos romanos, los cuales con los niños y mujeres darían hasta 20 millones. Probablemente serían en doble número los habitantes de las provincias, y habría tantos esclavos como hombres libres.
Se habían visto imperios asiáticos más vastos, pero extendidos sobre desiertos o poblaciones incultas. El romano abrazaba los países más civilizados, con dominio absoluto y regular; en cada provincia se alzaban a menudo ciudades, algunas grandiosas como Roma, Alejandría y Antioquía. En adelante, no debíase aspirar a extenderlo, sino a regularlo, y a refrenar a las naciones que se amontonaban en las fronteras.

55. -Los doce Césares
Durante los principios de Roma, poca gente gozaba plenos derechos de ciudadanía. La muchedumbre luchaba para participar de ellos; de aquí resultaron larguísimas discordias entre los nobles, defensores de la aristocracia, y los ricos, contra la plebe que, antes que servir a tantos tiranuelos, se agrupaba en derredor de jefes ambiciosos. Al principio pidió leyes, al modo de los Gracos; se declaró en guerra abierta en tiempo de Mario; pero Sila sostuvo al Senado y relegó los Socios itálicos a las tribus que no votaban; restableció la república, esto es el predominio de los aristócratas, proscribió a los enemigos e introdujo soldados mercenarios, a quienes repartió el campo público. Pompeyo prosiguió su obra, aunque débilmente, y pronto prevaleció César que domó al Senado, el cual le dio muerte. Recrudecida entonces la guerra civil, Antonio y Augusto abatieron a la aristocracia. Quedando único soberano, Augusto conservó las formas republicanas, pero acostumbró a los Romanos a la indolencia y la molicie, al juego y al amor a la prosperidad presente, más que al tormentoso pasado. El imperio no era monarquía, sino una dictadura prolongada, bajo la salvaguarda de la autoridad tribunicia, sin elección legal, ni orden de sucesión, y por consiguiente sin límites, dependiendo todo de la condición del reinante.
Tiberio – 14 – 19 Tiberio, llamado por Augusto a sucederle, se había hecho ilustre con las guerras, y a los 56 años se encontró dueño del mundo. Al principio rehuyó el imperio que se le ofrecía; aceptando el puesto acarició al Senado y se mostró magnánimo con el pueblo; pero en breve se convirtió en un monstruo; hizo dar la muerte a Germánico, héroe en la guerra, e ídolo del pueblo; quitó a los comicios todos sus poderes; excitó a los delatores, que le denunciaban verdaderos y falsos golpes; cometió toda suerte de crueldades y disoluciones con las cuales deshonró a la isla de Caprea.
37 – Calígula Su sobrino Gayo César, hijo de Germánico, ídolo de los soldados que le daban el nombre de Calígula, le sucedió en el imperio siendo aún muy joven, y no tardó en brillar como ninguno por su crueldad y por sus vicios. Sentía que el pueblo romano no tuviese una sola cabeza para cortársela de un golpe; le despreciaba tanto, que hizo cónsul a su propio caballo; le arrojaba dinero mezclado con afiladas puntas; gastó en una sola comida dos millones, y consumió en un año los 50 millones reunidos por Tiberio, reparando luego su erario con la proscripción y la muerte de ricos ciudadanos.
41 – Claudio Fue muerto por conjurados, quienes proclamaron emperador a su tío Claudio, hombre estudioso, medio imbécil y enemigo de ruidos. Fue juguete de sus soldados y de Mesalina, su impúdica mujer, hasta que ésta fue condenada a muerte. Entonces se casó con su sobrina Agripina, no menos lujuriosa, cuyo principal intento fue el de darle por sucesor a su hijo Nerón, en perjuicio de Británico, nacido de Mesalina.
54 – Nerón En efecto, Nerón fue proclamado emperador por los pretorianos, árbitros ya de Roma. Alumno del filósofo Séneca, Nerón se mostró al principio respetuoso en vez [sic] de la legalidad, los magistrados y la opinión pública; mas no tardó en depravarse. Envenenó a Británico, mandó matar a su madre Agripina, a su esposa Octavia, a su maestro Séneca y a cuantos le hacían estorbo, y excitó con el espanto la adulación de los Romanos. En su afán de pasar por literato y artista, escribía versos y se presentaba a cantar en sus teatros. Habiendo incendiado a Roma para reconstruirla a su gusto, edificó el palacio de oro, en cuyo vestíbulo había una estatua suya de 40 metros de elevación, con triple orden de columnas que formaban un largo pórtico en el centro.
68 Contra la tiranía de este cruel emperador conspiró Pisón, quien costó la vida a muchísimos; Nerón intentaba matar a todos los senadores y entregar las provincias y los ejércitos a caballeros y libertos. En tanto recorría la Grecia, renovando los antiguos juegos, tocando el arpa y recitando en el teatro, triunfando y robando al mismo tiempo, sembrando por doquier la muerte, y excediéndose a la corrupción del país. La fuerza militar era la única que hacía posible aquellos excesos, y la única que podía darles fin. Julio Vindex levantó en la Galia céltica la bandera contra Nerón, y hubiera podido hacerse proclamar emperador, si Virginio Rufo no hubiese protestado, diciendo que se hallaba dispuesto a no tolerar que se diese el imperio de otra manera que por el voto de los senadores y de los ciudadanos; y habiéndole vencido, rehusó el imperio para sí. Aterrado por la rebelión, Nerón no tenía valor bastante para darse la muerte, hasta que oyendo que iban a prenderlo para llevarlo a la horca, se hizo matar por un esclavo.
Galba El ejército había proclamado a Galba, quien disimulando sus propios méritos, había escapado a la furia de Nerón y se había captado las simpatías de las provincias reprimiendo a los que pretendían vejarlas y oprimirlas. Desterró a los parciales de Nerón, mató a 7000 marineros revoltosos y a muchos ciudadanos; y sin embargo pasaba por hombre benigno; cierto es que negó a los soldados y al vulgo la cabeza que pedían de muchos.
Otón – 69 Para evitar las usurpaciones del ejercito eligió por sucesor suyo a Pisón, lo cual ofendió a Salvio Otón, que se hizo proclamar emperador por algunos pretorianos que promovieron en la ciudad un motín en que fue muerto Galba. El Senado, el pueblo y los caballeros se apresuraron a lisonjear a Otón, terminando con fiestas una jornada de estrago.
Vitelio Pero en la Baja Germania, Vitelio se negó a reconocerlo, y trasladándose a Italia con su ejército, venció en Badriaco a Otón, que se dio la muerte; proclamado emperador, entró en Roma armado como conquistador. Inepto para los negocios del Estado, tenía por pasión dominante la de comer manjares exquisitos y nadar en la abundancia, de tal modo que en pocos meses derrochó 900 millones de sestercios.
Vespasiano Vespasiano, que entonces dirigía la guerra contra los Hebreos, se hizo proclamar emperador, y con legiones intactas atacó a Vitelio, cuyo miedo estaba en relación con su vida de placeres. En una batalla reñida al pie de las murallas de Cremona, perecieron 30 mil Vitelianos a manos de compatriotas y amigos, a pesar de que Vespasiano había recomendado que se evitase el derramamiento de sangre civil. La misma Roma sufrió estrago e incendio; por fin Vitelio fue ignominiosamente paseado por la ciudad y muerto entre gritos e insultos; los soldados vencedores devastaron y robaron por todas partes, siendo peores que enemigos.
70 Vespasiano, de la familia Flavia, había combatido en las guerras civiles y merecido el favor de los emperadores con sus vicios, y fue el único que mejoró de condición al subir al solio imperial. En Alejandría, donde se hallaba, acudió tanta gente a reverenciarlo, que la ciudad no era bastante grande para contenerla; ¡calcúlese lo que sucedería a su llegada a Roma! En la capital del imperio procuró atender al hambre y a los gastos ocasionados por el incendio; fue sencillo en su modo de vivir; gemía al tener que mandar alguna víctima al suplicio; en comparación con la loca prodigalidad de sus antecesores, fue tenido por avaro; pero en tanto Roma respiraba un poco de calma y sensatez, después de tantas dilapidaciones y matanzas. Sintiéndose morir, Vespasiano exclamó: -«Estoy a punto de convertirme en Dios», burlándose de que los Romanos divinizasen a sus príncipes; y quiso morir en pie.
79 – Tito Su hijo Tito fue llamado delicia del género humano; solía decir que no convenía que nadie se alejase con tristeza de la vista del emperador, y consideraba perdido el día en que no hubiese hecho algún bien. Habiendo un incendio destruido el Capitolio, el Panteón, la biblioteca de Augusto y el teatro de Pompeyo, Tito los reparó a expensas propias. También reparó a sus costas los males que pudieron repararse después de la erupción del Vesubio que sepultó a las ciudades de Herculano y Pompeya y sacudió a toda la Campania.
81 – Domiciano Créese que aceleró la muerte de Tito su hermano Domiciano, rebelde, sanguinario y celoso. Este fingía victorias mientras sufría derrotas humillantes; odió la historia y los hombres virtuosos. tanto que los literatos hallaron mas cómodo que ningún otro el oficio de adulador y espía. A la crueldad unía bufonadas y sórdidas concupiscencias; para subvenir a locos gastos, sacaba dinero de todas partes, por lo cual disgustaba a las provincias y se multiplicaban las revueltas y conjuraciones, hasta que fue muerto en una de ellas.
Fue el último de los doce Césares.

56.- Guerras del imperio
No le faltaban enemigos a Roma. Bajo Tiberio, la Germania se presentó varias veces amenazadora, como lo estuvo la Tracia. En África, los Númidas fueron vencidos por Bleso; en Oriente, al cabo de larga guerra, la Capadocia fue reducida a provincia; pero la Comagene, la Cilicia, la Siria y la Judea se agitaban incesantemente. La Bretaña fue también constituida en provincia, pero los naturales, refugiados en los montes, caían a menudo sobre los Romanos; Caractaco trató de devolverle la independencia, mas fue engañado y vencido; druidas y sacerdotisas incitaron después al pueblo a la resistencia, mas prevaleció la disciplina sobre el furor, y también allí se restableció la paz, llamando civilización a lo que era parte en servidumbre.
La Galia fue dejada por Augusto resignada, no tranquila; en Marsella, Tolosa, Arelates y Viena florecieron las letras griegas y latinas. Tratose de implantar entre las clases distinguidas las divinidades romanas, en sustitución del culto nacional de los Druidas, amado del pueblo; Claudio proscribió a los Druidas y sus símbolos, mientras igualaba los Galos a los Romanos en el Senado y en los empleos; así fue que la flor de aquellos acudió a Roma a enseñar, a gobernar y a pedir.
Los Partos permanecieron siempre indómitos, si bien buscaron a menudo en Roma un rey entre los individuos de sus antiguas dinastías que en ella rivalizaban entre sí. Roma veía con satisfacción las desavenencias de estos, de los Armenios y de los Iberos. Radamisto tiranizó a la Armenia, tanto que ésta se sublevó, y a duras penas pudo él escapar con su mujer Zenobia. Tenida ésta por muerta, fue luego esposa de Tirídates, que se había hecho rey de la Armenia bajo la tutela de los Romanos, recibiendo la corona de manos de Nerón con indecible fausto.
Imperio Galo El subyugado mundo protestaba, pues, contra la opresión romana, y se sublevaba cada vez que la rebelión de las legiones o la vacancia del imperio disminuían la vigilancia. Vespasiano tuvo que combatir a los Dacios que habían pasado el Danubio. Los Bátavos, de la tribu de los Catos, estacionados entre los dos brazos del Bajo Rin, habían militado contra los Romanos; Claudio Civil, su jefe, pensó devolver la libertad a su patria. Fingiose amigo de Vespasiano, y tan rico en valor y en astucia como Aníbal y Sertorio, venció y tuvo armas, flota y alianza de muchos pueblos germánicos. Toda la Galia aspira entonces a redimirse; los Bardos y la profetisa Veleda surgen de sus escondites para excitar a la rebelión; muchas legiones les siguen después de haber dado muerte a sus oficiales, y se proclama el imperio galo. Pero restablecido el orden en Roma, prevalece Vespasiano; Civil obtiene la gracia de que se le deje vivir en paz; otros jefes se matan o son muertos; Julio Sabino, que se había hecho proclamar emperador, es derrotado, y solo puede salvarse haciéndose pasar por muerto. Su mujer Epónima lo tuvo escondido durante nueve años, hasta que, descubierto, fue llevado a Roma, y a pesar de lo singular del caso y de la piedad que inspiró su largo martirio, ambos esposos fueron enviados al suplicio. En la Galia se restableció el orden, o sea la servidumbre, y los Druidas se convirtieron en maestros de ciencias romanas.
Judea – 76 La Judea estaba reducida a provincia, gobernada por procuradores. Entre estos, Poncio Pilatos osó ofender el sentimiento patriótico y religioso plantando en Jerusalén las banderas romanas y sacando dinero del tesoro del templo, por todo lo cual los Hebreos se sublevaron y obtuvieron que el procurador fuese llamado a Roma. Tiberio unió luego estos Estados a la Siria, dejando a Herodes Antipas el resto de la herencia de Herodes el Grande. En Jerusalén, en Alejandría y en Roma, los Hebreos opusieron resistencia a los emperadores que quisieron violentar sus conciencias; Agripa, favoreciendo a Claudio, logró poseer entera la Judea y la Samaria, donde restableció las costumbres antiguas; mas todo lo echaban a perder el servilismo de los Romanos y la enemistad entre Samaritanos y Judíos, y entre Saduceos y Fariseos. Mesnadas de Zelosos infestaban el país, y exterminado un jefe se levantaba otro. Hebreos y Sirios se disputaban la posesión de Jerusalén, pretendiendo aquellos que había sido edificada por Herodes, y éstos que era ciudad griega, tanto que el mismo Herodes la había dotado de templos y simulacros helénicos. Llevada la causa a Nerón, se decidió por los Sirios; mas de aquel fallo se originó una general revuelta, en vano reprimida con el degüello de millares de personas. Nerón mandó para combatirlos a Vespasiano, que con su hijo Tito venció diferentes veces a los jefes enemigos, entre los cuales se hallaba Josefo, historiador de estos sucesos, y sojuzgó a toda la Galilea. Los Zelosos, mientras tanto, no cesaban de alterar la paz, y refugiados al fin en el templo de Jerusalén, e incitados por Juan de Giscala, se defendieron auxiliados por los Idumeos, y después de haber ensangrentado horriblemente la ciudad, se destrozaron mutuamente. Bien decía Vespasiano que le facilitaban la victoria sin combatir, y cuando fue elegido emperador, confió a Tito el asedio de la ciudad santa. Defendiose ésta con el furor de la desesperación, tanto que Tito se vio obligado a recurrir a medios extremos; crucificaba a cuantos Hebreos caían en su poder; en el asalto, fue incendiado el mismo templo, que quedó reducido a cenizas. Perecieron un millón y medio de personas; para quitar toda esperanza a los sobrevivientes, se destruyeron ciudades y castillos; y con sus despojos fue construido en Roma el templo de la Paz, donde se hubieran depositado el candelabro de oro y demás riquezas sagradas, si no hubiesen naufragado al entrar en el Tíber. Muchos Judíos fueron degollados y arrojados otros a las fieras del circo para diversión del pueblo, siendo reservados los demás para la fabricación del Coliseo.
Algún tiempo después, un tal Barcocebas se sublevó al frente de los Judíos, cometiendo horribles excesos en Cirene, en Egipto y en la Siria; mas los Romanos mataron a 576000 Hebreos, vendiendo a los restantes; y para aniquilar su religión, se erigieron templos consagrados a ídolos sobre las ruinas del antiguo, y se cambió el nombre de Jerusalén con el de Elia Capitolina. Antonio Pío dulcificó aquella servidumbre, permitiendo a los Hebreos que tuviesen sinagogas y circuncidaran a sus hijos. Juliano el Apóstata trató en vano de restablecer a Jerusalén; el califa Omar, sucesor de Mahoma, la tomó, y quedó en poder de los Musulmanes hasta que la conquistaron los Cruzados.
El pueblo Hebreo anduvo disperso por las naciones, ejerciendo el tráfico, sin deponer jamás ni la religión unitaria, ni la esperanza en un Mesías que ha de restaurar su culto y su nacionalidad.
Vespasiano pudo entonces cerrar el templo de Jano; mas pronto tuvo que hostilizar a la Comagene, la cual fue reducida a provincia, como la Grecia, que había sido emancipada por Nerón, la Licia, la Tracia, la Cilicia, y asimismo Rodas, Bizancio y Samos.
Julio Agrícola, que mereció ser elogiado por su yerno Tácito, gobernaba la Bretaña, donde se renovaron las correrías de los montañeses; dio la vuelta a la isla y aseguró el único engrandecimiento que experimentó el imperio del primer siglo.
Nueve guerras contra los Dacios y los Germanos estallaron bajo el gobierno de Domiciano, y fue la primera vez que los Bárbaros asediaron con ventaja al imperio. El mismo Domiciano obtuvo fingidos triunfos sobre éstos y los Sármatas.

57.- Costumbres del Imperio
Una serie de tristes personajes se sucedieron, como hemos visto, en el mando de Roma y del mundo, que resignados sufrían aquel yugo humillante. Efecto era esto del egoísmo universal, en cuya virtud cada uno atendía a las ventajas propias y no al deber ni a la humanidad. Ni los Romanos se compadecían de los males de las provincias, ni los Galos de los Germanos, ni estos de los Asiáticos; cada cual pensaba en gozar de la hora presente, distraerse con juegos y donativos, adular al emperador que podía darlos, para insultarlo a su caída; la idea del goce era preocupación general; después del placer decente se buscaba el deshonesto, la infamia, la depravación, el placer de la vergüenza, de la extravagancia y de la sangre; y al servicio de los placeres habían de estar los esclavos, las mujeres, los niños, los gladiadores, las fieras, el arte, la literatura, que también ésta tenía que hacerse aduladora.
Entre los filósofos, los únicos que atendían a la dignidad humana eran los Estoicos; pero se limitaban a abstenerse, a conservar la tranquilidad, a no tener odio ni compasión, y a considerar como salvación el darse la muerte. El más ilustre de éstos, Séneca, que adquirió exorbitantes riquezas con sus usuras, lisonjeó a su discípulo Nerón, participando a menudo de sus delitos, y cuando el tirano lo condenó a morir, se hizo abrir las venas tranquilamente. Su sobrino Lucano, poeta, para salvarse denunció a su propia madre; mas también murió por orden de Nerón, recitando versos. El suicidio era común; a él recurrían hasta los Epicúreos cuando les pesaba la vida; y el pueblo se recreaba oyendo sus frías disertaciones, y viendo como afrontaban la muerte con la mayor tranquilidad.
Si la filosofía carecía de doctrinas, a la religión le faltaban dogmas. Cundían las supersticiones, recibíanse las divinidades de todos los países y el pueblo hizo dioses a todos sus execrables emperadores; buscábase la expiación de culpas en sortilegios de nigromantes, en el sacrificio de niños y en aspersiones de sangre.
Por consiguiente, la muchedumbre se entregaba sin freno a bajos vicios y a desenfrenos; un inaudito abuso de divorcios y adopciones desconcertaba a las familias. En tiempo de Claudio, 19000 condenados a muerte combatieron en el lago Fucino; y cuando este emperador restableció el suplicio de los parricidas, hubo en cinco años más sentencias que en muchos siglos; 45 hombres y 85 mujeres fueron de una vez condenados por envenenamiento. Si no bastaban los sanguinarios juegos de los gladiadores, queríanse en la escena verdaderos incendios y heridas verdaderas, y se mutilaba a Atis, y se quemaba la mano a un Mucio Escévola, y un Dédalo era destrozado por un oso, y en fin se llegaba al extremo de representar la infamia de Pasifae. La disolución pasaba los límites de lo increíble. Y era un pueblo llegado al colmo de la civilización, con monumentos que no se acaban de admirar, y pórticos y termas y poesías e historias de exquisito gusto, y cuantas maravillas producen el arte y a naturaleza. Pero el lujo era, no arte como en Grecia, sino voluptuosidad; lujo gigantesco y miserable, fomentado por el despotismo imperial. En la mesa se consumían enormes fortunas, y por su glotonería alcanzaron fama Octavio y Apicio, quien después de haber consumido inmensos tesoros en la mesa, se mató por no verse reducido a vivir con solos diez millones de sestercios (cerca de 2 millones de pesetas).
Pero así en las comidas como en el lujo, en la voluptuosidad como en la barbarie, dominaba el afán de lo extraordinario; admirábase lo que era exorbitante: vasos fragilísimos, mesas descomunales, el comer y beber lo asombroso por la calidad y la cantidad.
Bajo los emperadores, que todo lo podían porque contaban con la amistad de los soldados, había un vulgo cobarde, corrompido y egoísta, que nadie pensaba educar, y que a lo sumo oía en boca de los Estoicos, como única solución posible, la palabra Suicídate.

58.- Cristo
Y téngase en cuenta que hablamos de la parte del mundo más civilizada, más culta y más moral; de modo que aquella inmensa depravación no podía ser corregida más que por el cielo y el amor. Porque había llegado la plenitud de los tiempos anunciada por los profetas y por todo el Oriente, y principalmente por los Hebreos, que esperaban al Prometido, imaginándoselo guerrero, príncipe, restaurador de la gloria de David y Salomón.
Pero Cristo nació pobre, de humildes trabajadores: vivió 30 años ignorado, creciendo en sabiduría y en virtud; salió luego a predicar que todos los hombres son igualmente hijos de Dios, hermanos de Cristo, que vino a la tierra para redimirlos del pecado, instituir los sacramentos que facilitan la gracia, y ofrecer personalmente el modelo de todas las virtudes. La primera de todas consistía en amarse mutuamente, sin distinción de señor ni siervo, de nacional o extranjero, de rico o pobre.
Su doctrina y su ejemplo irritaban la soberbia y la hipocresía de los sacerdotes y de los fariseos, purgando la ley santa de las observancias frívolas, hablando no solamente a los Hebreos, sino a todo el mundo, y anunciando las nacionales esperanzas de un renacimiento civil, aunque elevándolo a más sublime altura. Por esto conspiraron contra Cristo, denunciándolo a los tribunales como corruptor de la religión, y al gobernador romano como conspirador. Poncio Pilatos, al oír de boca de Jesús que su reino no era de este mundo y que había venido a la tierra para dar testimonio de la verdad, lo absolvió dándolo por loco; los sacerdotes lo declararon blasfemo y digno de muerte, y amenazaron al gobernador romano que no hallaba motivo alguno para condenarlo, con denunciarlo a Roma. El débil político accedió a que lo matasen y Cristo fue crucificado.
Los pocos hombres que le fueron fieles, se escondieron espantados, hasta que él resucitó; subido al cielo, mandoles el Espíritu Santo, que les infundió sabiduría y valor, después de lo cual se esparcieron por todo el mundo y propagaron rápidamente la enseñanza del Maestro. Este no había escrito nada; pero sus actos y sus palabras y su doctrina fueron recogidos por cuatro evangelistas.
Si bien no se puede separar la humanidad de Cristo de su divinidad, ni los preceptos de los dogmas, ni la eficacia de la verdad del triunfo de la Gracia, la historia puede limitarse a considerar el efecto que aquella revelación deberá producir en el orden de la humanidad. Todas las doctrinas anteriores habían establecido la preeminencia de algunos hombres sobre los demás; una distinción entre el que puede mandar y el que debe obedecer. Ninguna de estas doctrinas sentó el origen común de los hombres; hasta la ley hebraica diferenciaba a los extranjeros. De esto resultaba la esclavitud, la crueldad y el desprecio a las mujeres. Ahora, con la unidad de Dios se proclamaba la unidad de la familia humana, y de aquí la obligación de amarse mutuamente.
En cuanto al orden político del mundo visible, Cristo no dejó norma alguna, a no ser la obediencia a la autoridad constituida; pero sentaba la necesidad de la justicia, e impedía que los hombres se considerasen, unos como fin y otros como medios, estableciendo así la verdadera libertad, independiente de la forma de gobierno. Diciendo: El que quiera ser el primero será siervo de los demás, sustituía la tiranía, en la que pocos gozan y muchos padecen, con el gobierno en beneficio de todos, haciendo que sea un deber, no un privilegio, la dirección de los hombres.
Cristo designó al hombre que, muerto él, debía hacerse siervo de los siervos, y así fundó la unidad de gobierno de la Iglesia visible, con un poder sobre las conciencias, al cual toca resolver las dudas, determinar las creencias y regular la moral.
Este gobierno espiritual impone la obligación de dar al César lo que es del César; pero al frente del poder autoritario establece doctrinas que impiden sus excesos, y quiere que se reserve para Dios lo que es de Dios, es decir el alma, la conciencia.
Sus palabras: Sed perfectos como mi padre, imponen a las nuevas edades la misión de progresar y luchar, efectuando cada vez mejor la ley de amor y de justicia. Todo hallará su recompensa en una vida eterna, positivamente asegurada, a diferencia de los filósofos y sacerdotes anteriores que a lo sumo la daban como probable. El premio de esta vida futura obliga a cada individuo a perfeccionarse a sí mismo, no en vez del Estado o de la sociedad, sino como templo de la divinidad, buscando su propia pureza, elevación y caridad.
Para llegar a la consecuencia de este reino de Dios, muchos siglos y grandísimos esfuerzos serán menester; pero mientras duren los males inseparables de nuestra naturaleza y los que tienen su origen en nuestras culpas, tendremos el bálsamo de la caridad, virtud que ni siquiera tuvo nombre entre los antiguos.

59.- Nerva, Trajano, Adriano, los Antoninos
El Senado, que había conservado cierta virtud, merced a la filosofía estoica, tendió entonces a reprimir la arrogancia militar y poner en el trono hombres suyos. Fue el primero Nerva, que no solo empezó con actos de justicia y de clemencia, sino que perseveró en ellos, amenazó a los espías, hacía educar a los niños indigentes, pero la muerte lo asaltó cuando había reinado apenas 16 meses.
98 – Trajano Este había adoptado a Trajano, de antigua familia española, buen guerrero, que al entrar en el palacio exclamó: -«Espero salir de aquí como entro.» Se consideró obligado al cumplimiento de las leyes como cualquier otro ciudadano; disminuyó los impuestos y las prerrogativas de los emperadores; perdonó a los que le hubiesen ofendido; pero se abandonaba a la pasión del vino, y tenía la vanidad de escribir su nombre en todos los edificios y hacerse dar el título de señor.
Domiciano había comprado la paz de los Dacios pagándoles un tributo; pareciéndole esto indecoroso a Trajano, hizo la guerra a los Dacios, y habiendo vencido a Decebalo su rey, lo llevó en triunfo a Roma, donde hubo fiestas por espacio de 123 días, se dio muerte a más de 10 mil fieras, y fue erigida la columna Trajana en el centro del Foro cuadrado, circuido de pórticos y arcadas, que eran una maravilla en la ciudad de las maravillas.
Igualmente quiso reprimir a los Partos; con tal fin redujo la Armenia y la Asiria a provincias, y llegó hasta Babilonia; después dio principio a una excursión por todo el imperio, el cual llegó entonces a su mayor grandeza. Pero estorbáronle repetidas sublevaciones, y murió en Selinunte.
117 – Adriano – 138 Trajano había designado como sucesor suyo a Adriano, espléndido y avaro, clemente y vengativo, mezcla de virtudes y de vicios. En cuanto a literatura, prefería Catón a Cicerón, Ennio a Virgilio, Celio a Salustio, y pretendía ser superior a todos en todo. Por todas partes multiplicó los monumentos con su nombre, figurando entre ellos la Mole Adriana en el puente de Sant' Angelo, y la quinta de Tívoli, donde hizo imitar construcciones y estatuas que había visto en otras partes. De afable trato, misericordioso con los niños pobres y con el pueblo, generoso con los senadores y magistrados de escasa fortuna, quería locamente a los perros, a los caballos y al joven Antínoo, eternizado por muchas estatuas. En el ejército marchaba y comía con los soldados; no conservó los países conquistados por Trajano, pues vio la primera retirada de los Romanos, de seis conquistas. Visitó todas las provincias obedientes, y en Bretaña construyó la muralla de Adriano para contener las correrías de los Caledonios; en Roma dio nueva organización a los tribunales, y dio a Salvio Juliano el encargo de reunir en el Edicto Perpetuo las mejores leyes publicadas hasta entonces por los pretores, obligando a los sucesivos a que se atuviesen a ellas. Retirose a Tívoli donde se abandonó a lascivias y crueldades, y a la magia, hasta que murió a la edad de 62 años, siendo luego colocado entre los dioses.
Antonino Adriano había adoptado a Antonino, joven afable y apreciado de parientes y amigos; fue uno de los mejores príncipes que recuerda la historia. Magnífico sin lujo, económico sin mezquindad, respetuoso de los númenes patrios sin perseguir a los Cristianos, decía: «Mejor es salvar a un ciudadano, que exterminar a mil enemigos.» Hasta los extranjeros sometían sus diferencias a su equidad.
161 - Marco Aurelio – 169 Su sobrino Marco Aurelio, adoptado por él, le sucedió en el trono; fue virtuosísimo y sumamente laborioso, y nombró colega suyo a su hermano Lucio Vero, de escaso ingenio y ninguna virtud, entregado al libertinaje y al lujo desenfrenado, hasta que murió a la edad de 39 años, siendo inscrito entre los dioses.
Marco Aurelio, además de atender a los gravísimos desastres de incendios, inundaciones, terremotos y epidemias, tuvo que combatir a los Britanos, a los Germanos y a los Partos, que fueron sanguinariamente vencidos, aunque a costa de la devastación de muchas provincias. Avidio Casio, gobernador de la Siria, vencedor de los Partos y de los Germanos, severísimo en la disciplina militar, tuvo el pensamiento de restablecer la república, y se hizo proclamar emperador, secundado por muchos pueblos; pero a los dos meses de su proclamación fue asesinado. Marco Aurelio protegió a los parientes de Casio, y perdonó a los demás rebeldes. En Roma gozábase de cuanta libertad eran capaces los antiguos, reapareciendo la dignidad humana. Marco Aurelio prohibió a los gladiadores el uso de armas homicidas; y dejó escritos unos Recuerdos, que determinan el punto más alto a que podía llegar la moral gentílica. Su excesiva bondad perjudicaba no castigando a los culpables, tolerando el libertinaje de su mujer Faustina, y adoptando al pícaro Cómodo.

60.- Condición del Imperio
Los 84 años que median entre Domiciano y Marco Aurelio, fueron tenidos por la edad más feliz del género humano. Fue además el momento de mayor grandeza del romano imperio. El centro de éste era Italia, donde residía el emperador, y donde los senadores habían de tener al menos un tercio de sus bienes. En ella no ejercían su arbitrariedad los gobernadores, ni se pagaban tributos; las autoridades municipales hacían ejecutar las leyes; pero Adriano la confió al gobierno de cuatro varones consulares, igualándola en cierto modo a las demás provincias; los magistrados municipales eran elegidos entre los decuriones ilustres, aproximándose de esta manera a la aristocracia.
En las provincias, los procónsules y los pretores asumían el poder de dictar leyes, de aplicarlas y restringirlas. Con tanto arbitrio, procuraban robar en un año lo suficiente para ser ricos toda la vida, mientras se libraban de su tiranía los que eran declarados ciudadanos de Roma. Pero bajo los emperadores, los procónsules fueron más vigilados; permaneciendo largo tiempo en el poder, adquirían conocimiento y apego al país.
Ciudadanía La ciudadanía de Roma se extendía al principio a toda Italia, es decir, a cuantos habitaban desde el Faro hasta el Rubicón y hasta Luca; y luego hasta los Vénetos y los Galos cisalpinos. Los siervos emancipados adquirían los derechos de los ciudadanos, si bien estaban excluidos de los empleos de la milicia y del Senado. Augusto restringió esta admisión, concediéndola solamente a los magistrados y grandes propietarios de las provincias; pero sus sucesores dilataron la ciudadanía; en las legiones y hasta en el mando de los ejércitos, se aceptaba gente que no fuese itálica ni ciudadana; Claudio admitió en el Senado a muchos extranjeros, y los ciudadanos, que en tiempo de Augusto eran 4163000, ascendieron entonces a 5684072. Mas poco a poco cesaron las exenciones de que gozaban, por lo cual no fue ya tan codiciado aquel título, que traía consigo muchas obligaciones; el acto de Caracalla que lo extendió a todos sus súbditos, equivalió a someter a los provinciales a todas las cargas de los ciudadanos.
En cambio, de aquel modo se difundieron la civilización romana y la lengua latina, modificada según los idiomas primitivos; los Griegos, sin embargo, no la sufrieron y afectaron ignorarla; hasta Libanio, ningún griego menciona a Horacio y Virgilio.
Para unir tantos países servían los grandiosos caminos, que convergían en Roma o en Milán, en una extensión de más de 4000 millas, con postas regulares, mediante las cuales se podían andar 100 millas al día; pero servían únicamente para el gobierno.
El emperador - El Senado El emperador era tan déspota como los señores del Asia, aunque durasen el nombre y las formas de la república. Este absolutismo impedía el bien hasta en los mejores príncipes, por más que la soberanía había de considerarse como emanación del pueblo. El Senado conservaba el derecho de proclamar, censurar y deponer al jefe del Estado; pero o viles, o vendidos, o cobardes, magistrados y senadores no hacían más que secundar las pasiones y legalizar las iniquidades de los déspotas. La pura sombra que el Senado conservaba de su antigua autoridad, hacía que los emperadores, buenos o malos, tratasen de deprimirlo, quitando el poder a las magistraturas curules. En fin, cuando el consejo del príncipe publicaba decretos imperiales y formaba un tribunal de suprema apelación, el Senado quedaba reducido a decretar los nuevos númenes que debían festejarse. Los senadores confirmaron con las doctrinas la absoluta autoridad del monarca sobre la vida y hacienda, como se ve en las afirmaciones de Papiniano, Ulpiano, Paulo y otros, reunidas en las Pandectas.
La plebe La plebe, protegida por su oscuridad y deslumbrada por el esplendor y las munificencias, amaba aquellos emperadores, aunque fuesen monstruos. Porque, en suma, ellos la habían librado de la tiranía de 20 mil patricios, de ellos recibía justicia directamente, sin las intrigas y corrupciones que contaminaban a los tribunales; de modo que se hallaba muy lejos de reclamar la República. Pero era imposible atemperar la autoridad del emperador, donde no había nobleza, ni clero, ni comunes; y aquel era sagrado, como tribuno de la plebe, y podía anular todos los decretos del pueblo y del Senado.
Los pretorianos Sin embargo, aquellos omnipotentes señores permanecían en poder de los pretorianos, ejército acuartelado en Roma, contra la antigua constitución, para tener sumisa a la muchedumbre; era acariciado por los emperadores, que toleraban su indisciplina; después el prefecto del pretorio asumió además una autoridad civil como ministro de Estado, presidió el consejo del príncipe y fue primera dignidad del imperio.
Ejército El ejército, cuyo gobierno se había reservado el emperador, fue reducido a fuerza permanente por Augusto y distribuido en las provincias fronterizas. Los soldados se reclutaban entre las legiones de las provincias y entre los súbditos. La legión componíase aún de 5000 hombres. Los campamentos romanos dieron origen a ciudades importantes, a lo largo del Ródano y del Danubio, como Castra regia (Ratisbona), Castra Batava (Passau), Prœsidium Pompei (Raschia), Castellum (Kostendil-Karaul),y las poblaciones inglesas acabadas en chester.
Hacienda Al principio, la hacienda de Roma se nutría de los despojos de los vencidos. Después cesaron las victorias, y el comercio exportaba de Italia los tesoros acumulados. Hasta a la misma Italia se hubieron de imponer gabelas, y tasas sobre las rentas, sobre los bienes y sobre las personas, sin excluir a los ciudadanos. Muchos bienes pasaban al fisco o por falta de herederos, o por confiscación, o por legado; lo cual era frecuente bajo los malos emperadores dispuestos a anular los testamentos donde ellos no fuesen considerados. Los impuestos se subastaban.
Leyes Las determinaciones tomadas por los patricios y los plebeyos de común acuerdo, y en los comicios de las tribus llamábanse plebiscitos y eran las leyes más importantes. Más tarde se tuvieron por leyes los actos de los emperadores. Los edictos emanaban de los pretores o de los ediles, como reglas según las cuales juzgaban durante sus magistraturas, corrigiendo con la equidad la rigidez del derecho. Hemos dicho en otro lugar, que Adriano hizo compilar el Edicto Perpetuo, que servía de texto a los legisladores, y dio norma común al gobierno del imperio. Además los emperadores firmaban frecuentes rescriptos, en los cuales interpretaban la leyes y las aplicaban a los casos particulares.
Jurisprudencia Después los mejores jurisconsultos emitían su opinión, la cual, siendo unánime, adquiría fuerza de ley (responsa prudentum). Esta importancia hacía que muchos se dedicasen a la jurisprudencia; de aquí nació una literatura legal, peculiarísima de los Romanos, que por su pureza de dicción, su concisión precisa, su admirable claridad y severo análisis, será la admiración eterna de los sabios. Era una filosofía enteramente práctica, y el derecho se derivaba de una ley perenne de justicia, innata en el hombre, de la cual emanan tres cánones fundamentales: vivir honradamente, no ofender a los demás, y dar a cada uno lo que es suyo. La determinación histórica de las leyes, que de tanta importancia nos parece, era despreciada por ellos. Formaron escuelas, y ya en tiempo de Augusto competían Antistio Labeo, fiel a las antiguas libertades, y Ateyo Capitón, partidario del emperador. La historia de los jurisconsultos famosos fue delineada por Sexto Pomponio. Salvio Juliano escribió, además del Edicto Perpetuo, 90 libros de Digestos. Las Instituciones de Gayo servían para la enseñanza, y nos informan del derecho clásico. Más famosos fueron Papiniano, príncipe de los jurisconsultos, y Paulo y Ulpiano asesores suyos en el Consejo de Estado; cuyas obras adquirieron fuerza de ley y sirvieron para la introducción de principios nuevos en la legislación, como también para igualar el derecho; de modo que la igualdad progresaba hasta bajo el imperio de los abominables príncipes.
Riqueza Parecen increíbles las narraciones del lujo de unos pocos, nadando en las riquezas en medio de un pueblo mendigo. Los emperadores consumían tesoros en fiestas, edificios, ornatos, inciensos y afeites. Hasta el calzado se adornaban con perlas; pagábase la seda a peso de oro; traíanse a exorbitantes precios tapices orientales, ébano y ámbar; partían bajeles expresamente del puerto de Berenice para hacer cargamento de tortugas; la India y el África mandaban fieras para los espectáculos, matándose 9000 en las fiestas celebradas por Tito, y mayor número en las de Adriano. Los edificios de aquella época causan todavía nuestra admiración, aunque solo veamos sus ruinas; y todo el esplendor aparecía en las ciudades, pues del campo nadie se cuidaba. Extensas posesiones, tan grandes como provincias, dejábanse al cuidado de esclavos. Los latifundios arruinaron la Italia.
Comercio A proporción que aumentaban los ricos, se multiplicaban los pobres, esto es todos los plebeyos que por su ingenio y su valor no llegaban a colocarse en el orden de los caballeros, aristocracia de dinero que sustituía a la de raza. Descuidada la agricultura, debían importarse del extranjero los granos, el vino y la lana. Los ricos tenían en casa siervos que fabricaban todo lo necesario, de modo que no quedaba trabajo para los artesanos libres; éstos fueron organizados en corporaciones que les quitaban la libertad y sufrían el peso del fisco. Para nutrir y contentar a tanta plebe, los emperadores traían granos de la Sicilia y del África, cuidando mucho de que no fuesen interrumpidas las comunicaciones. También los provincianos se dedicaban al comercio, y prolongaban su viaje por la Mesopotamia, a través del desierto donde floreció Palmira. Los Tolomeos, principalmente, buscaban nuevas vías para Italia y para el corazón del África, y conocieron los vientos periódicos, oportunos para la navegación. Otros buscaban riquezas distintas por la Germania, la España, la Iliria y las Galias. Los Romanos favorecían el comercio con buenas leyes, pero no se dedicaban a él, creyendo siempre indigno el ejercicio de artes gananciosas.

61.- Filosofía, ciencias y letras bajo los emperadores
La literatura volvió a prosperar en tiempo de los Flavios, las artes bajo Adriano, y la filosofía bajo los Antoninos. Esta era asunto de declamaciones en Grecia, y sus cultivadores afectaban grosería o extravagancia. Epicteto, esclavo de un liberto de Nerón, dejó preceptos morales, trasmitidos por Arriano, y llenos de un estoicismo asombroso. Séneca, ensalzador y ultrajador de Claudio, y maestro infeliz de Nerón, que lo hizo morir después que hubo acumulado inmensas riquezas, dejó libros morales mucho más prudentes que su conducta, pero llenos de la soberbia y el egoísmo que solo aconsejan la muerte al que sufre. No obstante, tiene elevadísimas ideas de la divinidad y de la igualdad de todos los hombres, de tal manera que algunos suponen que tuvo conocimiento de los libros de los Cristianos.
Ciencias En las Cuestiones naturales, acumuló Séneca muchos conocimientos empíricos sin cálculos ni experimentación, pero que son la única prueba de que los Romanos se ocuparon algo en la física. Mayor fama adquirió Plinio Secundo, que en la Historia de la naturaleza reunió los descubrimientos, las artes y los errores del espíritu humano; no añadió nuevos descubrimientos, pero recogió o hizo recoger los conocimientos de miles de autores, cuyas obras no han pasado a la posteridad, con una filosofía atrabiliaria que agrava las humanas miserias. Compendio de su obra es el Polyhistor de Julio Solino.
Estrabón viajó mucho y cuenta lo que vio y oyó, no sin crítica. El español Pomponio Mela compendió el sistema geográfico de Eratóstenes (De situ orbis) con elegantes descripciones, pero sin crítica. Dionisio Periegeta describe el mundo en buenos versos griegos. La geografía adquirió un carácter científico merced a Claudio Tolomeo, quien diseñó 26 mapas, con meridianos y paralelos; conoció remotísimos países, y su Gran construcción ( ) comprende todas las observaciones de los antiguos sobre la geometría y la astronomía. Dejó su nombre al sistema que ponía la tierra como centro del universo, sosteniéndolo contra Aristarco de Samos que afirmaba lo contrario; precisó el catálogo de las estrellas de Hiparco, y ocupose también de música, reduciendo a 7 los 13 o 14 tonos de los antiguos.
Las matemáticas eran poco cultivadas en Roma. Julio Frontino dio la historia de los acueductos. Isidorio descubrió la duplicación del cubo. Menelao de Alejandría compuso el primer tratado de trigonometría.
Columela escribió un tratado De re rustica. Dioscórides trató de las plantas medicinales.
Los médicos eran en su mayoría esclavos; eran empíricos, con charlatanescos sistemas. Asclepiades de Prusia, trasladado a Roma, aplicó a la medicina los dogmas de Demócrito y Epicuro, y sustituyó la hipótesis de los humores por la física mecánica, simplificando la terapéutica; quería que la cura fuese pronta, segura y agradable, y así reconcilió con la medicina a los Romanos, disgustados del sanguinario cirujano Arcagato. Temisón de Laodicea redujo la medicina a sistema; describe con diligencia los períodos de las enfermedades; pero sus secuaces, llamados Metódicos, introdujeron una extravagante serie de remedios, aplicables en tiempo y orden determinado. Siguieron otras escuelas, todas diferentes. Celso, de quien se ignoran época, patria y vida, escribió una enciclopedia (Artium) de la cual quedaron 8 libros sobre medicina, que son tal vez traducción del griego. Era observador, Celso, y juzgó con buen sentido y expuso con elegancia las materias que fueron objeto de su estudio. Arquígenes de Apamea fundó la escuela ecléctica, toda sutilezas de palabras y argumentos. Areteo de Capadocia es el mejor observador después de Hipócrates. Galeno de Pérgamo abrazó todas las ciencias, adoptó el dogmatismo de Hipócrates respecto de las facultades de los órganos, pero se valió de la anatomía, al menos en las monas; hizo muchos descubrimientos, aunque quedaron muy pocos libros suyos, escritos con jactancia y prolijo lenguaje.

62.- Literatura latina y griega
Quintiliano Después de Augusto quedó aniquilada la literatura latina, tanto más cuanto que los recelosos emperadores castigaban toda osadía literaria: con tal motivo, los pocos escritores que había, se limitaban a adular, única manera de vivir y ganar dinero. Desplegose, sin embargo, bastante lujo en bibliotecas, y los emperadores protegían la instrucción más que bajo la República; pero la educación, antes que basarse en ejemplos domésticos, se confiaba a esclavos griegos y a criadas, y luego a rectores venales. No quedó ya campo para la elocuencia en un pueblo sin estímulo, un senado sin autoridad y una juventud sin libertad ni esperanzas, y reducíase a declamaciones, ya en alabanza de los magnates, como el panegírico de Plinio, ya en las academias, sobre temas ficticios, como los de las escuelas, y mayormente sobre casos hipotéticos y exagerados. Como si tal decadencia no bastase, algunos se servían de la literatura para denunciar a los que no amaban a los tiranos; apenas se pudo respirar, cuando Quintiliano, Plinio, Juvenal y Tácito hicieron la guerra a esta elocuencia delatora. El español Quintiliano fue el primero que dio lecciones de elocuencia a costa del erario público; en sus Instituciones oratorias reconoce la pobreza de la literatura de entonces, y aunque busca el buen gusto, ni él mismo logra adquirirlo; daba preceptos falsos o insulsos, mezclados con algunos buenos, entre estos la recomendación a favor de los clásicos y de la necesidad de que sea hombre honrado el que quiera ser buen literato.
Frontón El númida Frontón fue puesto por algunos al nivel de Cicerón; siendo maestro de Marco Aurelio, le dijo abiertamente la verdad; reunía en su casa a muchos literatos, procurando volverlos a la primitiva sencillez
Plinio Plinio Cecilio, sobrino de Plinio el naturalista, se mantuvo honrado bajo tristes monarcas; recitó a Trajano un panegírico, cúmulo de frases estudiadas; empleó sus grandes riquezas en bien de sus amigos, de los pobres y de Como su país natal; en sus epístolas, muy distantes de la ingenuidad ciceroniana, informa de la cultura artificial de su tiempo.
Estacio Bajo Nerón surgieron muchos poetas, que hacían versos con cualquier pretexto y celebraban concursos. Estacio, hijo de poeta, fue poeta de circunstancias; recitaba sus versos en alabanza de algo o de alguien, y cantó la Tebaida en 12 libros de 800 versos cada uno.
Marcial El mismo Marcial componía epigramas por cualquier concepto y para alabar a los grandes o a todo el que le convidase a la mesa o le hiciese donativos. Compatriota suyo español era Lucano, sobrino de Séneca, que en la Farsalia cantó las guerras «más que civiles» entre Pompeyo y César, falseando la historia y los caracteres, pero con aspiraciones liberales; más rico en fantasía y numen poético que Virgilio, fue incomparablemente inferior a éste en estilo. Tiene mérito épico Valerio Flaco, que en los Argonautas imitó a Apolonio de Rodas; abunda en descripciones, en digresiones y en erudición mitológica. En igual género brilla Silio Itálico, que cantó la Guerra Púnica sin imaginación, con acciones sobrenaturales muy inconvenientes y ficciones inverosímiles.
Satíricos No hubo ningún poeta lírico de mérito durante el dominio de los emperadores. Julio Calpurnio hizo églogas. Del teatro únicamente quedan las tragedias atribuidas a Séneca, llenas de sentencias estoicas, con más ingenio que gusto, y sin vigor dramático. La indignación dictó a Juvenal excelentes sátiras, vigorosas y originales, hiperbólicas y declamatorias. Las de Persio exageran el estoicismo, y su estilo pretencioso disimula muy mal la esterilidad de ideas. El Satiricón de Petronio Árbitro, expone la vida lujuriosa y mórbida de Trimalción. Apuleyo compuso la primera novela latina, El asno de oro, cuya idea está tomada de Luciano, aunque es nuevo y bello el episodio del Amor y Psiquis.
Griegos También la literatura griega había degenerado en manos de los gramáticos, quienes llenaban infinitos volúmenes comentando los clásicos, y principalmente a Homero. La poesía había decaído, lo mismo que la elocuencia, reducida a discursos artificiosos, de malísimo lenguaje casi todos. Dión de Prusias, querido de los Dacios, los Mesios y los Getas, imita a Platón y a Demóstenes. Herodes Ático, inmensamente rico, superó a todos en gravedad, afluencia y elegancia. A Casio Longino se atribuye el pequeño tratado De lo sublime, donde escoge los ejemplos con buena crítica, y se muestra capaz de comprender los mejores; pero confunde lo sublime con lo bello y con el estilo figurado.
Luciano Las novelas eran casi todas amorosas; y eran obscenas las Fábulas Milesias, escritas por Arístides de Mileto. El Asno, de Lucio de Patras, fue imitado por Luciano de Samosata, que es el escritor griego más ilustre de aquella época. Conoció los defectos de su tiempo y los describió exactamente, y minó con el sarcasmo y la duda lo poco que aún quedaba de las antiguas instituciones; hace dialogar a los muertos para reprender a los vivos, perdonando sin embargo a los virtuosos. Insulta igualmente a los Dioses de la Grecia, de la Persia y del Egipto. En fin, da buenos preceptos de historia.
Tácito El historiador más ilustre fue Tácito de Terni, quien observó largamente la flaca lucha de su tiempo, antes de escribir los sucesos de Galba y Nerva; pero solo quedan algunos libros de sus Historias y de sus Anales. Entra hasta en la vida privada, con cuadros estupendos y severo juicio de las acciones; no refiere ningún hecho, por pequeño que sea, sin remontarse a las causas y considerar las consecuencias, en lo cual a veces le sobra argucia y se muestra demasiado sombrío. Apasionado por la libertad a la antigua, conoce sin embargo que uno puede ser grande hasta bajo el dominio de príncipes malvados, y al paso que selló con perpetua infamia a los tiranos, supo elogiar a Nerva y a Trajano. En su concisión de estilo y originalísima manera de considerar las cosas, Tácito no tuvo modelo, ni ha tenido imitadores.
Suetonio era coleccionador infatigable de antigüedades y anécdotas, con las cuales tejió la Vida de los Césares, distribuyendo en categorías los vicios y las virtudes, sin elevarse a consideraciones políticas.
Veleyo Patérculo escribió la historia universal desde los orígenes de Roma hasta sus días; mas queda muy poco de ella. Elegante en su manera de escribir, aduló bajamente a los Césares. A los Hechos y dichos memorables de Valerio Máximo, les falta crítica y gusto. Justino compendió la Filípica de Trogo Pompeyo, omitiendo lo que no le parece curioso o instructivo, y confundiendo los tiempos. Solo merece elogio por su estilo. Floro compendió la historia romana en continua alabanza, atribuyéndole tres edades la infancia, la adolescencia y la juventud.
Curcio Quinto Curcio, de quien ningún antiguo hace mención, y no se sabe cuándo floreció, es narrador claro y pintor florido en la historia o más bien en la novela de Alejandro; pero es pésimo historiador. Obras supuestas son las de Dictis de Creta y Lucio Fenestella. En la Historia augusta, Esparcianio, Lampridio, Vulcacio, Capitolino, Polión y Vopisco, de la época de Diocleciano, muéstranse biógrafos pobres de estilo y de orden.
Josefo Hebreo Josefo el Hebreo escribió en 20 libros las Antigüedades judaicas, para dar a conocer su pueblo a los Griegos y a los Romanos, presentándolo siempre por el lado favorable, y halagando luego a los vencedores de las últimas guerras. Las había escrito en hebraico moderno, las tradujo al griego para presentarlas a Vespasiano, y Tito las hizo verter al latín. También fue hebreo Filón, que escribió las Virtudes de Calígula. Ariano de Nicomedia hizo la historia de los Partos y de los Bitinios, obra que se ha perdido, pues solo se conservaron los discursos y arengas de Epicteto y una historia de Alejandro. Diógenes Laercio narró las Vidas de los filósofos.
Pausanias describió los monumentos de la Grecia, con su historia y sus fábulas. Herodiano dejó en ocho libros griegos la historia de los emperadores. Bastante mejor fue Dión, quien redujo a ocho décadas la historia de Roma, compilando, y poniendo trabajo propio; es claro pero incorrecto y lleno de prodigios y de sueños
Plutarco Famosas fueron las Vidas comparadas de los hombres ilustres, de Plutarco de Queronea. Recogió éste muchas noticias, pero sin expurgarlas ni ordenarlas; aunque de buen sentido, carecía del sentimiento de lo pasado; no veía más que a su héroe, pero no se cuidaba de lo que de él hubieran podido decir otros, y no lograba presentarlo bajo todos sus aspectos. Sus paralelos son más ingeniosos que sólidos. Tiene un estilo inseguro, ignoraba el latín; abundan en sus escritos las supersticiones; sin embargo son de agradable lectura por su sencillez y por el retrato que presentan de los grandes hombres.
Un tal Aulo Gelio coleccionó en sus Noches áticas cuanto oía y leía, con lo cual se conservaron noticias importantes. Otros muchos practicaron este oficio de coleccionadores, como Ateneo en el Banquete de los sabios, Polieno en las Estratagemas, Julio Africano en los Cestos, Flegón en las Cosas maravillosas y en los Hombres de avanzada edad, y Heliano en la Historia variada.

63.- Desde Cómodo a Constantino
192 – Severo El bendecido nombre de los Antoninos fue deshonrado por Cómodo, rico tan solo en fuerza, lujuria y cobardía. Complacíase en matar y atormentar, y vestido de Hércules, se presentaba en público, hendiendo con la clava la cabeza de algunos infelices disfrazados de fieras; bajaba desnudo a la arena para ostentar su portentosa vigorosidad, lo cual no impedía que huyese ante el enemigo. Fue muerto a la edad de 31 años, siendo inmediatamente proclamado Helvio Pertínax, viejo senador, nacido de un esclavo carbonero; virtuoso y magnánimo, amante de la antigua sencillez, conservó en el trono sus virtudes privadas, haciendo recordar a Trajano y Marco Aurelio. Tales virtudes desagradaban a los pretorianos acostumbrados a hacer cuanto se les antojaba; así fue que se amotinaron y dieron muerte a Pertínax, poniendo después el imperio a pública subasta. Didio Juliano, rico milanés, lo compró, dando 6250 dracmas por soldado. Aquel indigno mercado disgustó a los ejércitos acampados en Oriente y en la Britania, y Clodio Albino en esta, y Pescenio Níger en aquel, fueron proclamados emperadores; mientras tanto se levantaba un émulo superior en la persona de Septimio Severo, quien se dirigió de la Panonia a la Italia, mientras los pretorianos daban muerte a Didio. Severo licenció a los pretorianos, desterrándolos a provincias; en lugar de estos, eligió 50000 hombres, entre sus más valientes soldados, de todos países, y no ya exclusivamente italianos. El prefecto del Pretorio, no solo fue jefe del ejército, sino también de la hacienda y de las leyes. Níger fue vencido y muerto con muchísimos partidarios suyos; también Albino cayó herido en rudo combate, a los pies de Severo, quien lo hizo pisotear por su caballo, y tomó terribles venganzas, cuando ya eran inútiles. Alcanzó Severo muchas victorias sobre los Partos, los Germanos y los Britanos. Hizo preparar leyes de grande y severa justicia por Papiniano, famoso jurisconsulto y prefecto de los pretorianos; despreció al Senado, último vestigio de la República, y acumuló tesoros.
211 Su hijo Caracalla con su infame conducta amargó la vida del padre, que murió a los 66 años de edad y tuvo la acostumbrada apoteosis. Pronto los hijos de Severo, Caracalla y Geta vinieron a las manos; aquel dio muerte a su hermano, y sediento de sangre, recorría el imperio buscando en todas partes magnificencia y suplicios, disipando dinero, elevando a los hombres más indignos, y contentando a los pretorianos con dejarles holgar y adquirir preponderancia. A los 29 años de edad fue muerto aquel monstruo, memorable por haber declarado ciudadanos a todos los súbditos del imperio.
217 – 218 - Alejandro Severo Los pretorianos proclamaron a Macrino, prefecto del Pretorio, quien pronto repartió dones, promesas y amnistía, y obtuvo del Senado tantas adulaciones, como imprecaciones tuvo el difunto Caracalla. Macrino puso remedio a los desórdenes pasados y reprimió a los enemigos; pero se malquistó la voluntad de los soldados, a quienes sometía otra vez a la disciplina. Fomentaba esta aversión Julia Mesa, tía de Cómodo, que Macrino había dejado vivir en Emesa con inmensas riquezas y con su sobrino Heliogábalo, el cual fue proclamado emperador. Vencido y muerto Macrino, corrió aquel a Roma y superó a todos los príncipes perversos en impiedad, prodigalidad, libertinaje y crueldad. En cuatro años repudió y mató a seis mujeres; no vestía más que oro; de oro era su carro y de oro el polvo que él debía pisar; comía lo más raro y costoso, siendo premiado el que inventase alguna golosina, como el que más se distinguía en lascivos excesos. Contaba apenas 18 años cuando los pretorianos le dieron muerte y proclamaron emperador a su primo Alejandro Severo. Afable y modesto, dócil a su madre Mamea, se dejó guiar por ella y por un consejo de 16 senadores, a cuya cabeza estuvo el famoso Ulpiano; amó la virtud, la instrucción, el trabajo y la lectura, y había escrito en las puertas del palacio: Haz a otro lo que quieras que los demás hagan contigo; con tales dotes, dio bienestar al imperio, después de 40 años de tiranía.
Persia – 114 Pero los soldados eran indómitos, y se amotinaron asesinando a Ulpiano; con todo, Severo supo enfrenarlos y castigarlos. En su tiempo se agitó el reino de los Partos y se restauró la Persia. Artabano, rey arsácida de la Media, tuvo sucesores indignos, que en fratricidas guerras invocaron el auxilio de Claudio y de Nerón. Habiendo Cosroes arrojado de la Armenia al rey puesto por Trajano, éste invadió la Armenia, pasó el Éufrates, tomó a Ctesifonte, capital de la Partia, y colocó en el trono a Partamaspates.
192 Muerto Trajano, los Partos reclamaron a Cosroes, que a pesar de todo se conservó amigo de los Romanos; mas éstos tuvieron luego que sostener importantes guerras, hasta que Severo llegó a Ctesifonte y la tomó por asalto.
Era difícil conservar aquellas conquistas; y para impedir que los Partos se sublevasen, se fomentaban las discordias. Los magos, aunque vencidos y postrados por los Partos, no habían perdido nunca la esperanza de reconstituir la nación persa, y consiguieron sus deseos merced a Artaxares, hombre oscuro, pero hábil en la guerra, que venció a los Partos, obligándoles a obedecer a un pueblo que habían dominado durante 48 años. Solo en la Armenia supieron conservarse independientes los sátrapas de la estirpe de Arsaces. Artaxares, hecho rey de reyes, vigorizó la religión de Zoroastro, hizo declarar en un concilio el verdadero sentido del Zendavesta, fraccionado entre 70 sectas; arregló la administración, reprimió a los sátrapas y a los bárbaros vecinos; con todo lo cual quedó siendo el único rey de todos los habitantes que moraban entre el Éufrates, el Tigris, el Araxes, el Oxo, el Indo, el Caspio y el golfo Pérsico; habiendo pasado el Éufrates, ordenó a los Romanos que desocupasen la Siria y el Asia Menor.
235 Esta intimación irritó a Alejandro Severo, quien recuperó la Mesopotamia, derrotó a Artaxares y obtuvo los honores del triunfo en Roma. Pero Artaxares recobró en seguida las provincias perdidas y amenazó la existencia del imperio romano. Alejandro tuvo que ir también contra los Germanos, sin cejar en el mantenimiento de la disciplina y el respeto a los pueblos. Burlábase de Severo el capitán Maximino, quien creándose un partido, lo acometió y le asesinó, y se hizo proclamar emperador.
Maximino era un gigante de portentosa fuerza; bajo su reinado, empezaron en breve las venganzas y las crueldades. En África, unos cuantos jóvenes muy ricos proclamaron emperador a Gordiano, opulento y benéfico senador que daba numerosísimos juegos al pueblo. Tenía 80 años cuando tuvo la desgracia de ser proclamado emperador, y habiéndose asociado a su hijo, prodigó indultos y promesas; mas fueron ambos asesinados en Cartago a los 36 días de haber subido al trono.
238 Torrentes de sangre saciaron la venganza de Maximino, cuyo furor espantó de tal manera al Senado, que éste proclamó emperadores a dos senadores ancianos, Máximo y Balbino. Alborotose el pueblo y quiso agregar a los dos un nieto de Gordiano, joven de 13 años. En tanto, se dirigía contra ellos Maximino, mas fue asesinado en el camino con su hijo y sus más fieles partidarios.
244 Hubo entonces alegría general; mas pronto se sublevaron las tropas, dieron muerte a los dos emperadores y proclamaron al joven Gordiano. Este reunía las mejores cualidades. Venció a los Persas, quienes al mando de Sapor habían recuperado la Mesopotamia; pero Filipo, jefe de los pretorianos, lo depuso y lo asesinó. Por su dulzura se atrajo Filipo el afecto del pueblo y celebró el milenario de Roma con juegos en que combatieron 32 elefantes, 10 osos, 60 leones, 10 asnos, 40 caballos salvajes, 10 jirafas, un rinoceronte y otras fieras, y 2 mil gladiadores.
249 Pero por todas partes brotaban nuevos emperadores; y siendo Decio atacado por Filipo, éste fue asesinado. Decio trató de restablecer la antigua disciplina y quiso renovar la censura; pero le distrajeron de estas reformas las insurrecciones de los Godos, peleando contra los cuales encontró la muerte. Treboniano Galo, proclamado en lugar suyo, concluyó vergonzosa paz con los Godos; Emilio Emiliano, comandante de la Mesia, se hizo elevar al imperio, y al entrar en Italia, encontró en Terni a Galo asesinado; pero el ejército lo asesinó a él también, y se puso de acuerdo con el Senado y con las tropas de la Galia y la Germania, que habían puesto en el trono a Valeriano. Las cualidades de éste lo hacían digno del imperio, mas pronto se mostró débil para tanto peso; sin embargo pudo resistir en guerra contra los Germanos, los Francos y los Godos, que se alzaban; pero al hacer armas contra los Persas cayó prisionero, sirviendo de escabel al rey de los reyes.
261 – 258 Inmediatamente, todos los enemigos de Roma se lanzaron sobre el imperio; en vez de excitar el ardor guerrero para rechazarlos, el emperador Galieno, hijo de Valeriano, prohibió que los senadores obtuvieran grados militares; procuró atraerse a los Bárbaros con concesiones y vínculos de parentesco, y luego con matanzas en la Mesia. En su desesperación, los habitantes proclamaron a Regilo, mientras en las Galias coronábase Casiano Póstumo, del mismo modo que Balisto en la Persia, Odenato en Palmira, y Flavio Macriano, Valerio Valente y otros se sublevaban acá y acullá, siendo conocidos con el nombre de los Treinta Tiranos; de manera que Galieno se vio obligado a estar siempre sobre las armas, hasta que perdió la vida. Todo el imperio andaba revuelto, invadido por todas partes, si bien contuvieron su ruina una serie de emperadores valientes.
Aureliano Claudio II, ilirio, derrotó a los Germanos que se habían adelantado hasta el lago de Garda, y destruyó su ejército y su flota. Muerto en breve, el Senado le dio por sucesor a Aureliano, natural de Panonia, quien tuvo que combatir contra los Godos, introducidos en Italia hasta Fano, y abandonó las conquistas de Trajano allende el Danubio; circundó a Roma de murallas y restableció la disciplina, sometiéndose él mismo a ella.
Zenobia – 272 Los Sarracenos del desierto, guiados por Odenato, habían batido a los Persas; de modo que Odenato fue nombrado por Galieno jefe de todas las fuerzas del imperio y rey de Palmira, ciudad fundada por Salomón en el desierto, muy floreciente merced a las caravanas que en ella hacían alto. Zenobia, viuda de Odenato, que conocía muchos idiomas y muchas ciencias, y era prudente en los consejos y hábil en la guerra, dominó la Siria, la Mesopotamia, el Egipto y gran parte del Asia. Para poner coto a sus conquistas, la atacó Aureliano, y encerrándola en Palmira, se apoderó de la ciudad, siendo ésta destruida bárbaramente. Las ruinas de Palmira, vestigios de incomparable grandeza, causan todavía admiración en medio del desierto.
275 Sojuzgado el mismo Egipto, Aureliano tuvo en Roma un pomposísimo triunfo, con prisioneros y despojos de los más remotos pueblos, y con Zenobia, a la cual dio bastantes tierras en los contornos de Tívoli. Aureliano restauró con sabias medidas la administración pública, pero mientras se preparaba para vengar a Valeriano, fue muerto por sus guardias.
283 – Diocleciano Ocho meses vacó el imperio, hasta que fue obligado a aceptarlo Tácito, príncipe del Senado, que reinó solo seis meses. Su hermano Floriano se vistió la púrpura, pero varias legiones se declararon a favor de Probo, buen guerrero; mas también fue éste supeditado por competidores y asesinado al fin. Caro, prefecto del Pretorio, fue proclamado emperador, se asoció a sus hijos Carino y Numeriano, entró en la Persia y murió a lo mejor. En la retirada fue muerto Numeriano. Carino reinó solo e indignamente, tanto que el ejército proclamó a Diocleciano, dálmata, valiente en las armas y diestro en los negocios, quien pronto se halló único emperador.
Durante los 92 años transcurridos desde Cómodo a Diocleciano, de las 25 veces que estuvo vacante el imperio, 22 fue por fin violento; y de los 34 emperadores, 30 fueron asesinados.
286 – 305 Pensando en esto, Diocleciano trató de dar nueva forma al imperio. Tomó por colega a Maximiano, valiente soldado, natural de Sirmio, hombre cruel que tomó el título de Hercúleo; subdividió más la autoridad para atender con más presteza a la defensa del imperio, eligiendo por Césares a Galerio y Constancio. Repartiéronse las provincias; pero la monarquía estuvo representada por Diocleciano. De aquel modo pudieron reprimir a los diversos enemigos y competidores, especialmente a los Persas, obligados a ceder la Mesopotamia y a tomar por límite el Araxes. Por aquel lado el imperio quedó seguro; en los otros confines Diocleciano estableció campamentos bien provistos de municiones y víveres. Para estar más pronto a la defensa, Diocleciano se estableció en Nicomedia, fijando en Milán a su colega Maximiano. Estando fuera de Roma, no tenía que observar los usos y costumbres legados por la antigua libertad, ni consultar al Senado ni a los sacerdotes, ni temer a los pretorianos; dominaba despóticamente y se titulaba, no ya cónsul, ni tribuno, ni censor, sino Dominus: se rodeó de fausto asiático, con corte y ceremonias, que eran repetidas por los cuatros colegas. Abdicó luego, y volvió a la vida privada en Salona, donde decía que al fin había encontrado la felicidad.
Constantino – 306 Maximiano había abdicado también; y Constancio y Galerio rompieron las hostilidades entre sí y con los dos nuevos césares, Maximino y Severo. Constanzo fue padre de Constantino, quien habiendo sido cuidadosamente educado por Diocleciano, mereció el amor del pueblo y de los soldados, alcanzó señaladas victorias, y, a la muerte de su padre, fue proclamado emperador, con marcado disgusto de Galerio. Majencio, hijo de Maximiano y yerno de Galerio, se hizo aclamar en Roma, quitó la vida y el título a Severo, y conciliose la amistad de Constantino dándole por esposa a su hija Faustina. En esto, se multiplicaron los pretendientes, y fueron seis los que a un tiempo llevaron el nombre de emperador romano, hostigándose mutuamente y devastando las provincias y la Italia. En esta dominaba Majencio, siendo condescendiente con los soldados y abandonándose a las supersticiones. Mientras tanto, Constantino hacía prosperar las Galias; y oyendo que Majencio quería arrojarlo, dirigió sus armas a Italia, venció en Susa, en Turín, en Milán y en Verona, y a nueve millas de Roma derrotó a su émulo, que se ahogó en el Tíber.
323 Señor de Roma, Constantino suspendió las crueldades tan pronto como dejaron de ser necesarias; destruyó el campo de los pretorianos, restituyó su esplendor al Senado, venció a los demás emperadores, y. al fin pudo unir todo el imperio en su robusta mano.

64.- Edad heroica del cristianismo
En medio de estos estrepitosos acontecimientos, se cumplía otro que había de tener mucha mayor eficacia en la civilización universal: la difusión del cristianismo. Los Apóstoles, iniciados apenas por el Espíritu Santo, salieron intrépidamente a predicar la verdad y conquistarle prosélitos. Al principio no se distinguieron de los Hebreos, puesto que Cristo había venido no a destruir sino a cumplir la ley. Luego los mismos Hebreos los contrarían; encarcelan a Pedro y a Juan y los castigan en medio de la asamblea; apedrean a Esteban, precipitan del templo a Santiago el Menor y decapitan a Santiago el Mayor. Los perseguidos se difunden por la Judea y después por entre los Gentiles; Pedro, que al principio tenía su residencia en Antioquía, donde dio a los convertidos el nombre de Cristianos, se trasladó a Roma. Pablo, de persecutor se convierte en celosísimo propagador, predica en Atenas, combate las supersticiones de Éfeso, librase de la persecución como ciudadano romano y extiende las conversiones en Roma, desde donde dirige epístolas a los convertidos, encareciendo la fe, con sublimidad de concepto y sencillez de vida; y parece demostrado que él y Pedro sufrieron el martirio en Roma.
29 de junio – 69 Mientras tanto, la luz se propagaba hasta los mas remotos países. En los cuatro evangelios se habían compendiado las doctrinas y los actos de Cristo; el evangelista Juan, que era todo dulzura, añadió al suyo el Apocalipsis, visión de los futuros acontecimientos de la Iglesia.
Muchos ilustres romanos, algunos de la casa imperial, abrazaron la nueva doctrina; muchas mujeres convertían a sus familias; y todos vivían en santa concordia, presentando ejemplos de caridad entre el común egoísmo, de fraternidad universal entre las parcialidades nacionales, de profunda convicción entre la indiferencia, de virtud entre la depravación dominante, y resignándose a los infortunios de esta vida con la esperanza de la otra.
Cuanto más se oponían estas cualidades a las costumbres dominantes, a las supersticiones difundidas, a los hábitos adquiridos, a los sacrificios y a los juegos, tanto más difícil debía ser la difusión del cristianismo; pero éste tenía las fuerzas morales que faltaban al paganismo, y hablaba a todos los hombres en nombre del mismo Dios; por esto lo hallamos propagado con tal rapidez, que se atribuye a milagro. Y así como las antiguas ciudades pretendían ser fundadas por héroes o semidioses, así también las nuevas iglesias querían derivar de apóstoles o de discípulos suyos. Al principio fueron los Cristianos confundidos con los Hebreos y participaron del desprecio y de la aversión que a estos se tenía, mayormente desde que se habían rebelado contra el imperio. No faltaron impostores que falsearon las virtudes y milagros de Cristo y de sus secuaces (Simón el Mago, Apolonio de Tiane). Luego la unión del Estado con la Iglesia interesaba a los Gobiernos en impedir un nuevo orden de cosas, principalmente una religión que excluía a todas las demás, tanto que la principal acusación que se dirigía a los Cristianos era la de ser enemigos del género humano. Sin embargo, estos Cristianos no amenazaban la tranquilidad pública, ni hacían sediciones y conjuras; desde la altura de una doctrina que atendía a la moral santidad del individuo, no se cuidaban de cuál fuese la forma o el sistema del gobierno, ni si era bueno o malo el que reinaba; aunque proclamaban la igualdad, no abolían la servidumbre; y los esclavos convertidos quedaban en poder de sus amos como antes, pero buenos y resignados, mientras imponían a los amos la obligación de tratarles como hombres que tenían una conciencia y un alma. Cierto es que en las familias nacía a veces la confusión de ser algunos cristianos y otros idólatras; además los sacerdotes se lamentaban de que los templos permanecían desiertos, de que escaseaban los dones, de que no se interrogaban ya los oráculos, y se destruía aquel aparato por el cual se revelaba la falta de fe. Mientras tanto, sobrevenían derrotas, desastres y hambres, y los Cristianos decían que eran avisos y castigos del cielo, acarreados por aquella enormidad de vicios. De lo cual se deducía que los Cristianos deseaban y se gozaban en aquellos castigos y que por esto eran «enemigos del género humano.»
Persecuciones Preciso era, pues, castigarlos y exterminarlos. Habiéndoseles imputado el incendio de Roma, verificado por Nerón, fueron presos, degollados, untados de pez y puestos como antorchas en los jardines donde se divertía el pueblo. Queriendo Domiciano reedificar el templo de Júpiter Capitolino, impuso un tanto por cabeza a todos los Hebreos, y no queriendo los Cristianos contribuir a una idolatría, se acarrearon una nueva persecución. Plinio Cecilio, siendo procónsul de la Bitinia, escribió a Trajano que aquellos Cristianos no hacían ningún mal, pero se negaban a sacrificar a los dioses y a quemar incienso en el ara de los emperadores; y preguntó si debía castigarlos, aunque eran inocentes y numerosos. El buen Trajano respondió que la ley los condenaba desde el momento en que eran convictos; y así llegó la tercera persecución. Adriano emprendió otra a causa de su celo por las supersticiones y la magia. Hasta aquellos buenos príncipes Antoninos dejaron perseguir a los Cristianos, como espíritus adversos a la República. Septimio Severo, viendo la nueva creencia extendida hasta entre personas de elevada jerarquía, publicó contra estas un edicto; pero tanta firmeza habían adquirido, que ya elevaban iglesias, compraban terrenos y hacían sus elecciones en público, por lo cual Alejandro Severo los admitió en el palacio como sacerdotes y filósofos.
También los favoreció el emperador Filipo; pero mostrose encarnizado enemigo de ellos Decio, quien secundando a los sacerdotes y a otros instigadores, dejó encarcelar, desterrar y matar a gran número de obispos, y martirizar a muchísimos Cristianos con los más refinados suplicios. Renovó las crueldades Valeriano, y las evitó Aureliano, en tiempo del cual adquirió la Iglesia aspecto de legalidad, se ensancharon los templos y se vieron honrados los obispos.
323 El paganismo, que había decaído en la constitución y en las costumbres romanas, se reanimó al ser combatido por la ley nueva; y hasta quiso purificarse haciendo ver que la multiplicidad de dioses y sus historias no eran más que símbolos; se introdujeron expiaciones y purificaciones, se inventaron oráculos, profecías y milagros, y se excitaba a hacer observar las leyes existentes, exterminando a los Cristianos. Galerio y Domiciano resolvieron extirpar aquella secta que constituía un Estado dentro del Estado, y decretaron la persecución general de las iglesias, de las reuniones, de los libros sagrados, con tal obstinación, que apenas se creería si no fuese atestiguada por tantos historiadores. Esta décima persecución se extendió a todo el imperio. Los actos de los mártires son una escuela de valor y perseverancia, y al mismo tiempo un testimonio de la legalidad romana, tan diferente de la justicia.
Contra esta persecución protestaban los creyentes, y publicaron apologías Arístides, Cuadrato, san Justino, Atenágoras, Tertuliano y otros. En las explicaciones de la doctrina y controversias, figuraron en primer término san Cipriano, Arnobio, Lactancio, san Clemente Alejandrino, Dionisio Areopagita, Orígenes y aquella serie de escritores conocidos con el nombre de Santos Padres, cuyo estudio es precioso por encontrarse en ellos la inalterada tradición de las doctrinas, de los ritos y de la disciplina del Cristianismo.

65.- Paz y constitución de la iglesia
311 La persecución y el castigo de tan gran número de súbditos, siempre creciente, fueron considerados, no sólo injustos, sino también impolíticos por los emperadores; Galerio, en nombre propio y en el de Constantino y de Licinio, publicó que, no habiéndose podido vencer con rigores y suplicios la obstinación de los Cristianos, permitíase a estos que profesasen sus creencias, y se congregasen, mientras respetaran las leyes y el gobierno.
Entonces se abrieron las cárceles; los ritos salieron de las catacumbas a la luz; los prófugos volvieron a sus hogares. Constantino mereció el título de Grande por aceptar tan capital transformación y autorizar el culto cristiano, sin perseguir por esto a los que seguían abrazados al antiguo culto; pero obligó a todo el mundo, hasta a los tribunales, a que respetasen el domingo. Esto afirmaba legalmente la conquista del mundo, obtenida por el cristianismo. No por esto había cesado la lucha; largo tiempo duró contra la política en Occidente y contra las doctrinas en Oriente. Pero los príncipes reinantes encontraban ya en las máximas cristianas medios con que mejorar las leyes en punto a moral, restringir el despotismo de los padres y de los esposos, establecer la inviolabilidad del lazo conyugal y dulcificar la condición de los esclavos, de modo que la legislación civil adquiría espíritu cristiano, aunque la administración del imperio continuaba siendo gentil, identificando el soberano con el Estado. Cuando los Bárbaros derrumbaron todo el edificio romano, no quedó en pie más que la institución eclesiástica, y ésta proporcionó un orden legal a los mismos Bárbaros, y consolidó su propia jerarquía, constituida por un pontífice, varios patriarcas o arzobispos, obispos y sacerdotes, y otros órdenes inferiores.
Viviendo los Apóstoles, se celebró ya un Concilio, donde los fieles iban a determinar algunos puntos de fe y disciplina; y los cánones proclamados en él adquirieron fuerza de ley. Así repudiábanse las herejías, aclarábanse mejor las creencias reveladas, a medida que se veían mal interpretadas, y se adaptaba la disciplina a los tiempos y lugares.

66.- Filosofía profana y religiosa
Las doctrinas racionales griegas y las sacerdotales de los Egipcios, de los Persas y de los Indios, no cesaron jamás. Las escuelas derivadas de Sócrates conducían a bien diversas consecuencias, hasta al escepticismo doctrinal de Sexto Empírico, que destruía toda filosofía positiva, negando hasta la idea de la casualidad. Los neo-pitagóricos seguían un tipo de virtud, pero con arcanos y milagros. Los neo-platónicos querían unir al arte de Platón la ciencia de Aristóteles, y mezclar con ello tradiciones órficas, egipcias, pitagóricas y cristianas; eclecticismo favorecido por la recolección de libros de Alejandría y por las crecientes comunicaciones con los diversos pueblos; y de aquel modo llegaron al idealismo místico y a la magia. Brillaron en esta escuela Plotino, autor de las Enéadas, a quien el emperador Galieno asignó una ciudad de la Campania porque estableciese en ella la república de Platón; Porfirio y Jámblico su discípulo, ardientes adversarios del cristianismo; Proclo, con quien concluyó la serie de los Herméticos, guardianes de los misterios, por medio de los cuales él operaba milagros. Estos también hicieron progresar algo la filosofía, pero este progreso no fue aún eficaz sobre el pueblo ni consolidado entre los sabios.
El amor a la controversia, natural en los orientales, se manifestó de pronto en las discusiones a propósito del Cristianismo, y en las herejías que deducían. Algunas de estas discusiones herían las doctrinas católicas, otras las formas exteriores, y representan la serie de las ideas que durante 18 siglos dieron movimiento a la humanidad. Desde entonces las doctrinas filosóficas pueden distinguirse en dos categorías: las que marchan con el cristianismo, posponiendo la razón a la fe; y las que sujetan la fe al raciocinio.
Herejías Las doctrinas hebraicas habían sido alteradas por mezcolanza extranjera, mayormente en la escuela fundada en Alejandría, como aparece en Aristóbulo y en Filón, que dan extrañas interpretaciones a la Biblia; y siguieron la Cábala, la Guemará y el Talmud, ciencia nueva que tuvo sus doctores (Akiba, José, Judas el Santo) y grande influencia en las opiniones y en los actos, reducidos a prescripciones cada vez más minuciosas y a aplicaciones teúrgicas.
Gnósticos – Maniqueos Algunos Hebreos adoptaron el cristianismo, pero introduciendo en él opiniones extrañas y ceremonias diversas. De ellos provienen los Ebionitas, repudiados por los Hebreos como apóstatas y por los Cristianos como herejes. Los Gnósticos eran libre-pensadores, que profesaban una doctrina independiente de revelaciones y superior a los cultos paganos, a la religión hebraica y a la cristiana. Acumulaban, pues, las creencias de los Fenicios, de los Egipcios y de los Persas, y creían poder alcanzar por arcanas vías la verdadera ciencia, la práctica santa y la explicación de los misterios. Abandonados así a la razón individual, se descomponían en sectas infinitas, cada una con obispos, doctores, asambleas, milagros y evangelios; y unos eran panteístas, y otros dualistas, admitiendo un principio del bien y un principio del mal. La moral, en uno y otro caso, carecía de base, por lo cual muchos se abandonaban a los instintos; otros reprobaban todo placer y todo lujo; y se llamaban Montanistas, Origenistas y Marcionistas. Mayor nombradía tuvieron los Maniqueos, procedentes de la Persia, que admitían dos principios, la luz y la materia, origen de la perpetua contradicción entre el espíritu y la carne; con esta vulgar explicación adquirían crédito entre el pueblo, al que era inaccesible la ciencia de los Gnósticos; y asumieron las herejías de Eutiquio y de Sabelio respecto a la naturaleza de Cristo.
Filosofía cristiana Aclarábase la filosofía cristiana, a medida que los nuestros tenían que servirse de ella para combatir a los divergentes; Los Santos Padres, considerando que la filosofía y la religión se derivaban de una misma fuente, querían conciliarlas con un eclecticismo diferente del alejandrino, porque querían regular las diversas opiniones con la fe. Por esto se aplicaron al estudio de Platón, por la unión que encontraban entre las ideas de este gran filósofo y las cristianas. Admitida después la revelación, quedaban resueltos los problemas más arduos de la filosofía. Si Dios con un acto de libre voluntad había creado el todo de la nada, quedaban excluidos el panteísmo y la emanación; el mal deriva de la libertad que dio Dios al hombre y del abuso que hizo éste de ella por la primera culpa; razón de todas las cosas es el Verbo; la materia es inerte y pasiva, sombra de Dios, del cual es imagen el espíritu, origen de actividad, de movimiento y de inteligencia; es inexplicable el modo como el espíritu operó en la materia; pero desde que el pecado hizo pasajera su unión, la parte más noble sufre, y la más grosera se hace capaz de gustar un día las inefables dulzuras de la contemplación.
Oprimiendo la antigua sabiduría bajo las primitivas tradiciones del género humano, los Padres hacían concurrir todas las ciencias a probar la verdad, mas no pensaron en coordinarlas en una enciclopedia. Sobre todo atendían a la moral; a hacer preferir el bien sumo al individual, a aumentar las ventajas del próximo, y no supeditar el pensamiento y la conciencia más que a Dios. De Dios solo y de su Verbo derívase el poder; pero el hombre que lo ejerce está subordinado a la ley suprema, de que es intérprete infalible la Iglesia. Así se reconciliaban la ciencia y el deber, la filosofía y la religión, la moral y la política derivadas todas de una misma fuente: Dios, cuya voluntad se manifiesta por la razón y por la revelación.

67.- Literatura y artes
Pseudo evangelios Del cristianismo nació una literatura nueva, cuya fuente eran los veintisiete libros del Nuevo Testamento, es decir cuatro Evangelios, las Epístolas canónicas, los Actos de los Apóstoles y el Apocalipsis, donde se halla explicado y completado lo que en el Testamento Antiguo era figura, visión y profecía, y donde una infantil sencillez de expresión cubre la más admirable sublimidad de concepto. Muchos evangelios y epístolas fueron escritos en los primeros tiempos; la devota curiosidad, no saciada con lo poquísimo que en los verdaderos evangelios se dice sobre los personajes cooperadores del Redentor, recogió tradiciones y a veces inventó hechos y propósitos. Estos pseudo-evangelios no se prestan a la fe del creyente, pero son modelos de ingenuidad, muy diferente de la ampulosidad de los escritos contemporáneos; refieren muchos hechos de Cristo, de su Madre, de cada uno de los Apóstoles, de la Magdalena, de Pilatos, de Longino, de José de Arimatea, que tanto figuró en los tiempos de las cruzadas, y del Judío errante.
Hermas, contemporáneo de los Apóstoles, refirió en el Pastor muchas verdades reveladas.
Pronto se escribió la vida de los personajes más notables entre los cristianos, mayormente sus martirios y voluntarias penitencias, donde la piedad no siempre discernía lo falso de lo verdadero. Apologías, controversias, moral, elocuencia, historia; tales eran los diversos campos del ingenio cristiano; y la predicación, desconocida de los paganos, era, y sigue siendo todavía una de las más insignes prerrogativas del ministerio eclesiástico.
Como la literatura, también las artes habían decaído después de Augusto, mayormente cuando al parecer habían de acrecentarlas el lujo y el fausto de los emperadores. Bajo Tiberio fueron reedificadas catorce ciudades del Asia, arruinadas por el terremoto; se sacaron del templo de Delfos 500 estatuas para la casa áurea de Nerón; Vespasiano trajo muchísimas de Grecia y ornamentos del templo de Jerusalén, y fabricó el Coliseo; las columnas de Trajano y de Antonino, los arcos, puentes y templos que sobrevivieron a tantas vicisitudes, muestran a qué altura se encontraba entonces el arte, del mismo modo que las casas y el modo de vivir de la gente han sido revelados por las ruinas de Herculano y de Pompeya, donde faltan todas las comodidades, abundan los ornamentos, y en todas partes se encuentran pinturas y mosaicos.
Los Cristianos tuvieron que encerrar sus ritos en las catacumbas, donde puede decirse que el arte se regeneró, reproduciendo no ya los Dioses y las historias antiguas para recreo de los poderosos, sino palmas, corazones, triángulos, peces, manos y otras figuras simbólicas, y escenas del Testamento, mayormente de los pseudo-evangelios, y hasta de la mitología a modo de alusión, como Orfeo, la Sibila y las Musas. Lo bello no atendía únicamente a la vida sensual y material, sino más bien a la elevación del hombre a un mundo superior; nutríase de esperanza, amor y fe. Algunos Padres, o por seguir el aborrecimiento hebraico contra las representaciones, o por condenar el abuso de los Paganos, reprobaban las imágenes; pero otros las consideraban eficaces para inspirar sentimientos, ya de ingenua piedad, como en el Niño Jesús y su Madre, ya de compunción, como en el Crucifijo. Luego, cuando salió triunfante la Iglesia, y no tuvo que temer ya semejantes peligros, se apropió las artes, purificándolas como todo lo demás, y las empleó como firmes y elocuentes auxiliares para la divulgación de la fe.

Libro VII
68.- Los invasores del Imperio
Entonces el mundo conocido se hallaba dividido en tres grandes imperios; el romano, el persa y el chino. Este último no era conocido más que por algunas mercancías traídas de aquellas regiones por los Partos. El persa, bárbaro por el despotismo asiático, y civilizado por el lujo y las artes de la paz, amenazaba al romano con 40 millones de súbditos. Pero mucho más terrible había de resultar la vigorosa barbarie de los pueblos septentrionales.
Germanos La estirpe germánica, derivada de la India, con la cual el lenguaje atestigua el parentesco, invadió de muy antiguo la Europa por tres partes. Los que procedentes de Francia y Macedonia se fijaron en la Grecia, formaron aquella nación que admiramos floreciente y deploramos decaída. En el resto de la Europa habían sido precedidos por los Iberos, los Fineses y los Celtas. Los primeros se habían concentrado en la España, los Fineses hacia el Báltico, y los Celtas ocupaban el centro de la Europa, donde vencidos acaso por los Germanos, se lanzaron hacia la Italia y hasta la Grecia.
Extendiéndose los Germanos en tiempo de Augusto, tropezaron con las fronteras romanas, y vencidos se dirigieron contra los Eslavos. Victoriosos a su vez sobre estos, pudieron afirmarse en la Escandinavia, y en las orillas del Elba y del Rin. Allí los conoció y describió Tácito; pero los pertinaces estudios de los sabios modernos no acertaron a poner en claro la identidad y las diferencias de diversas estirpes, que fueron a menudo confundidas con los Dacios, con los Vándalos y con los Escitas, o indicadas con el nombre de alguna tribu o confederación particular.
En el siglo II parece que prevalecieron ocho cuerpos de nación: los Vándalos, los Borgoñones, los Longobardos, los Godos, los Suevos, los Alemanes, los Sajones y los Francos. Además de éstos se contaban los Sármatas, originarios de los Escitas, y entre los cuales figuraban como más formidables los Roxolanos y los Yazigios, contra quienes alzaron los Romanos un fuerte entre el Theis y el Danubio.
Rígido era el clima de la Germania, ocupada en gran parte por, pantanos y bosques, como la selva Hercinia y la Carbonaria. Los habitantes vivían en casas aisladas, sin orden político. Ningún historiador propio tuvieron; los Griegos y los Latinos hablaron de ellos sin entender una sociedad demasiado discordante de la suya; su idioma y sus leyes primitivas se dedujeron después de sus tradiciones y del idioma y las leyes posteriores a la gran emigración. El Edda, que recogió las tradiciones nacionales cuando la religión carecía de vida, nos revela una mitología toda guerrera, con un solo Dios (Gott Alfader), descompuesto después en muchos otros, siendo los principales aquellos que aún denominaban los días de la semana en alemán y en inglés, además de estos dioses tenía cada raza los suyos propios y adoraba las fuerzas de la naturaleza, o los héroes divinizados, el principal de los cuales fue Odín, que debió vivir poco antes de Cristo, y que introdujo nuevas creencias como poeta y guerrero. La idea moral aparecía en los premios y castigos atribuidos en el Valhala o en el Nifleim. Los sacerdotes no formaban una casta distinta; eran magistrados públicos, que conservaban en canciones los dogmas y las empresas de los héroes, pronunciaban y ejecutaban las sentencias, custodiaban las armas, distribuyéndolas solamente cuando se acercaba el enemigo; y para dominar a las gentes recurrían a ciencias misteriosas, adivinaciones y encantamientos.
De los tres hijos de Odín se originaron tres condiciones de personas: siervos, libres y nobles. Solo el jefe era libre absoluto, y de él dependían los demás; únicamente los propietarios tenían voto en las asambleas, y entre ellos se elegía el rey; los otros, o servían en la guerra (leute), o cultivaban los campos. Tácito exageró sus virtudes por zaherir a los Romanos, y las exageraron también los Santos Padres, porque no tenían aquellos bárbaros la refinada corrupción de los de Roma. Estaban celosos de la independencia personal y eran aficionados a ejercitar sus fuerzas; por lo cual eran frecuentes las guerras y las emigraciones de las tribus. No estaban en uso entre ellos las artes liberales, ni tenían otro metal más que el hierro. Poseyeron un alfabeto rúnico usado solamente en inscripciones; la mujer no era humillada como entre los orientales, e inspiraba afecto y consideración por sus costumbres, por sus cuidados caseros y por sus excitaciones al valor.
Ya vimos el efecto de sus emigraciones en las irrupciones de ellos mismos y de los pueblos por ellos empujados. Para contenerlos asentáronse fortalezas y campamentos en las márgenes del Rin y del Danubio, aquende los ríos. Cuando las empresas de Arminio y Marobodo, y la derrota de Varo demostraron que era imposible un cambio de costumbres, de gobierno y de lengua, se trató de fomentar las discordias de los Germanos o de tomarlos a su servicio, con lo cual los Romanos pudieron obtener algunos aliados, como los Cheruscos y los Bátavos, y algunos tributarios como los Frisones y los Caninefatos. Trajano redujo la Dacia a provincia y estableció en ella muchas colonias que mezcladas con los naturales, formaron el pueblo valaco, cuya lengua atestigua el origen latino. En tiempo de Marco Aurelio los Marcomanos se adelantaron hasta Aquilea.
En tanto continuaban estas emigraciones, y cuando se vio que los Romanos aflojaban la resistencia, se envalentonaron más los invasores, ufanos de humillar a la nación que los llamaba Bárbaros. Los primeros invasores fueron, según parece, los más apartados; los Hunos del Volga; los Alanos del Tanais y del Borístenes; los Vándalos de la Panonia; los Godos de la Germania Septentrional; los Hérulos y Turingios de la Central, y los Francos de las regiones meridionales.
Los Godos Los más señalados fueron los Godos, que procedentes del Asia se habían establecido en la península escandinava, divididos en Ostrogodos u orientales, y Visigodos u occidentales. Los Gépidos son los que se quedaron en su país, cuando lo abandonaron los otros. Los Ostrogodos tenían al frente la dinastía de los Amales, y los Visigodos la de Balt, de la progenie de los Ansos, sus semi-dioses. Rechazando a los Hérulos, Burgundios, Longobardos, Bastarnos, Yazigios y Roxolanos, ocuparon la Ucrania, invadieron la Dacia, derrotaron a Decio, emperador, cuyo sucesor les prometió un tributo. Era un medio de alentarlos, y Valeriano, Galieno y Claudio tuvieron que resistirles con todo su valor. Enseñoreados de la costa septentrional del Euxino, miraban codiciosos las ricas provincias del Asia Menor; fueron llamados por el reino del Bósforo para resistir a los Sármatas; recorrieron libremente el Ponto y llegaron hasta el estrecho donde el Asia da frente a la Europa; saquearon las ciudades de Nicomedia, Nicea, Prusa, Apamea y Quíos, y con 500 naves ligeras inundaron el Bósforo Tracio, se apoderaron de Atenas, desolaron la Grecia, y se dirigían contra Italia, cuando los contuvo Galieno mediante un cuerpo de Hérulos. Los Godos devastaron el país en que estuvo Troya; más tarde concluyeron una paz con Aureliano, dando rehenes e hijos de los principales y dos mil jinetes para el ejército.
332 Entre los Ostrogodos se distinguió Hermanrico, quien habiéndose hecho soberano de las tribus independientes y de los reyes Visigodos, subyugó a los Hérulos, a los Vendos, a los Roxolanos y a los Estones.
Francos Al Noroeste de la Germania se había formado la liga de los Francos, divididos en Salios y Ripuarios, que en tiempo de Galieno pasaron el Rin, invadieron las Galias y la Iberia, sirvieron a menudo a los usurpadores del imperio, y aparecieron terribles tanto en el Bósforo Tracio como en el Asia Menor y en Siracusa; ocuparon la isla de los Bátavos; y vencidos por Constancio Cloro, reaparecieron formidables contra Constantino, quien, en memoria de las victorias sobre ellos alcanzadas, instituyó los juegos Francos.
Alemanes La liga de los Alemanes, formada por pueblos vencidos y enemigos de Roma, aparece primeramente en las márgenes del Main en tiempo de Caracalla; más tarde bajaron por los Alpes Retios; sitiaron a Milán y a Rávena, y fueron vencidos por Aureliano en Fano. Pero su poderío hizo que su nombre prevaleciese sobre el de los Germanos; solo fueron contenidos por los Burgundiones, los últimos que abandonaron la vida errante. Contra estos pueblos colocó Diocleciano a uno de los emperadores colegas suyos, al mismo tiempo que dio a otros el permiso de establecerse en las provincias deshabitadas.
También por otras partes los Bárbaros amenazaban al Imperio. Este extendía en África sus colonias hasta el borde del desierto; renovó a Cartago, donde se reunieron 19 Concilios, y dos en Constantina. Fue célebre Hipona por San Agustín. Al debilitarse el poderío romano, reaparecieron los Moros y los Getulos, más bien para conquistar que por asegurar su salvaje independencia.
Otros Bárbaros rodeaban el Egipto, tales como los Nubios, los Blemios, los Abisinios y los Nasamones. De los Árabes se valieron los Romanos para traficar con la India. Palmira había caído. La Armenia, ya ocupada por los Partos, recobró la independencia y se unió a los Romanos con los vínculos de la religión. Los Sasánidas extendían su imperio hasta confinar con los Indios, con los Escitas y con los Árabes, y amenazaba al romano.

69.- Constantino
329 Único señor del imperio, Constantino podía realizar sus designios de reorganizarlo y darle nueva capital. Aunque llena de gente nueva, Roma conservaba el recuerdo de la antigua grandeza; como el pueblo ciertas apariencias de autoridad; y el Aventino, el Foro y el Capitolio recordaban la oposición a la tiranía. Por otra parte, Roma podía considerarse como la metrópoli del politeísmo, por aquella serie de tradiciones a las cuales estaba unida toda su historia, y por las ceremonias religiosas que consagraban todo acto público. Constantino, resuelto a romper con el pasado, trasladó la sede a Bizancio, ciudad perfectamente situada, en los confines del Asia y de la Europa, y le dio el nombre de Constantinopla, entregando 60 mil libras de oro para la construcción de las murallas, acueductos y pórticos, todo en grandiosas proporciones. Y no hallando en el país grandes artistas para embellecerla, recogió de Grecia, Asia e Italia estatuas, bajo-relieves y obeliscos. Regaló a sus favoritos palacios y haciendas en el Ponto y en el Asia; y dedicó la iglesia principal a la sabiduría eterna (Santa Sofía).
Aunque Roma se veía privada de los magistrados y de todos los que viven arrimados a las Cortes y a los Gobiernos, no iba perdiendo su primacía, y Constantinopla era considerada como electa hija de Roma.
Constantino turbó tantos intereses y costumbres, que no es maravilla si viene juzgado de diversas maneras; pero indudablemente debió ser de buen temple cuando se atrevió a realizar tan radical transformación en los estatutos, en la religión, en el espíritu de su nación y de las sucesivas, y cuando supo resistir a las insinuaciones del partido triunfante. Sus leyes habían de resentirse del paganismo de que aún estaba saturada la sociedad, pero tendían a la equidad y a la caridad cristianas. No le faltaban vicios, y su familia fue espectáculo de desgracias y delitos. Tuvo de Minervina, mujer oscura, a Crispo, quien por su valor adquirió tanta popularidad, que Constantino concibió recelos de él y le mandó quitar la vida, quedando incierto si tuvo culpa, o si todo fue intriga de su madrastra Fausta, hija de Maximiano; reconocido después inocente, dícese que Constantino hizo morir a Fausta ahogada en un baño. Había tenido de ella tres hijos: Constantino, Constanzo y Constante, a quienes declaró Césares, asociando a sus primos Dalmacio y Anibaliano, distribuyéndoles diferentes gobiernos, pero teniéndolos siempre bajo su dependencia.
337 Fue llamado fundador de la tranquilidad pública porque permaneció 14 años en paz, interrumpida apenas por las guerras con los Godos, para sostener a los Sármatas. Recibía embajadores de los países más remotos. Después de haber celebrado el año 300 de su imperio, murió, siendo colocado por los Paganos entre los Dioses, por los Cristianos entre los santos, y por la historia al frente de la mayor transformación que los anales de la humanidad recuerdan.

70.- Constitución del Bajo Imperio
Dignidades Constantino mejoró y sus sucesores perfeccionaron la nueva constitución civil y militar. Borrada la desigualdad entre plebeyos y patricios, se fundó una nueva nobleza sobre la riqueza, hasta que el despotismo democrático del imperio se asentó únicamente sobre la fuerza y el capital. Diocleciano consolidó la verdadera soberanía reprimiendo el despotismo militar, y después concentrando la administración abolió hasta las antiguas formas. Entonces se dieron al jefe del Estado y a los magistrados ambiciosos títulos de majestad, excelencia, magnífica alteza, y otros, y las nuevas dignidades se denotaban con hábitos, ornamentos y cortejos. Quitose al Senado toda injerencia, y ya no eran elegidos por este, sino por el emperador, los cónsules, reducidos a cierta pompa y a dar nombre al año. Creose una aristocracia jerárquica de carísimos, respetables, ilustres además de los nobilísimos miembros de la familia imperial. Cuatro prefectos del Pretorio debían administrar justicia interpretar los edictos generales, vigilar sobre los gobiernos de las provincias, y fallar en supremo las causas. Roma y Constantinopla dependían de un prefecto de la ciudad.
Para el gobierno civil, el imperio fue dividido en 13 diócesis, subdivididas en 116 provincias. En las capitales de éstas, eran independientes los ejércitos, confiados a maestres generales, que tenían a sus órdenes 35 comandantes, quienes no debían mezclarse en la administración civil.
Milicia Senadores, dignatarios y decuriones, fueron obligados a suministrar un determinado número de soldados, o en cambio, de 30 a 36 sueldos de oro por cabeza. Constantino colocó soldados en las fronteras, concediéndoles tierras inalienables a título de propiedad; pero estos limítrofes se consideraban mal tratados en comparación con los palatinos, acuartelados en las provincias. La legión fue reducida de 6000 a 1500 hombres, disminuyendo su robustez y acrecentando su movilidad. Parece que el ejército se componía, entre todo, de 645000 hombres, en el espacio en que hoy se mantienen más de 3 millones de soldados sobre las armas. Godos y Alemanes se alistaban y elevábanse a los grados de la milicia, de los cuales pasaban a los cargos civiles, en cuyo desempeño se mostraban ineptos.
Empleos Al lado del emperador había 7 ilustres: de un gran chambelán dependían los condes de la mesa y del guarda-ropa. El maestro de oficios dirigía los negocios públicos; y 38 secretarios despachaban los expedientes. Centenares, y aun millares de mensajeros llevaban a las más remotas provincias los edictos, y recogían noticias sobre la conducta de magistrados y ciudadanos.
Un conde de las sagradas liberalidades manejaba el tesoro, y de él dependían las casas de moneda, las minas, los 29 recaudadores provinciales, el comercio exterior y las manufacturas de lino y de lana; el tesoro particular del emperador estaba administrado por el ministro del fisco.
Custodiaban la persona del rey 3500 guardias, mandados por dos de los condes domésticos, con gran lujo de insignias. Estas insignias acompañaban a los magistrados hasta fuera de sus funciones, y quedaba una distancia inmensa entre el monarca y los súbditos. Eran ambicionados por grandes señores los empleos destinados al principio solo a los esclavos, o se contentaban aquellos con el simple título.
Personas Los libertos se dividían en habitantes de las dos metrópolis, de las demás ciudades y del campo. Los primeros, sujetos a los impuestos, gozaban de privilegios y distribuciones de grano; eran corrompidos y turbulentos. En las ciudades provinciales había los senadores, dignidad puramente de nombre; los decuriones, grandes propietarios; y la plebe, formada por los pequeños propietarios, artesanos y mercaderes. En el campo había propietarios libres, colonos y esclavos. Los colonos eran un término medio, unidos al terreno que cultivaban y con el cual eran vendidos, pero libres de sus personas, con matrimonio legítimo. Convenía al Estado conservarlos por no aumentar los terrenos abandonados, pero muchos huían en busca de otras miserias a las ciudades. Con grandes cuidados se atendía al cultivo de los campos, y se introdujo la enfiteusis, por la cual se daba a cultivar una propiedad por cierto tiempo o perpetuamente, mediante un canon establecido.
Municipios El derecho municipal correspondía a todos los cuerpos de ciudad que eran admitidos a los derechos de ciudadanía. Municipio significó una ciudad habitada por ciudadanos romanos, cualquiera que fuese su origen; de este modo se formó la unidad jurídica. Solamente los decuriones podían emitir sufragio y ejercer las magistraturas. La primera magistratura se componía de los duumviri o quattuorviri jure dicendo, equivalentes a los cónsules de Roma, con jurisdicción hasta ciertos límites, fuera de los cuales juzgaba el pretor, o bien un prefecto comúnmente expedido de Roma. Un curador quinquenal hacía de censor y de cuestor, vigilando los bienes de la ciudad, las rentas y las constituciones. Había muchas corporaciones de artes y oficios.
Provincias También se dio uniformidad al gobierno de las provincias, y cada una de estas formaba un cuerpo político con asambleas generales, presididas por el prefecto del pretorio; podían dar decretos y expedir emisarios al príncipe.
A medida que crecía el despotismo, borrábanse hasta las apariencias de la constitución republicana y las exenciones concedidas a la Italia. Además, el emperador podía anular todo acto del municipio o de la provincia y la elección de los magistrados locales, por cuyo motivo adquirían importancia los gobernadores. Los curiones fueron después instrumento del despotismo, debiendo hacer ejecutar las órdenes superiores, exigir los impuestos y responder de ellos; no podían alejarse del municipio sin previa autorización, ni dejar a sus hijos más que la cuarta parte de sus bienes, pasando el resto a la curia, a fin de asegurar el pago de los crecientes tributos; de manera que apelaban a todos los recursos para sustraerse a semejante carga, haciéndose curas o soldados; pero la ley procuraba impedir estos ardides.
Para proteger a los contribuyentes contra los abusos de la curia, y a ésta contra los dignatarios del imperio, se introdujeron defensores, elegidos por toda la ciudad, quienes acabaron por hacerse jefes del municipio.
Juicios En los juicios, la autoridad del pretor era suprema, como elegido del pueblo. Pero cuando los magistrados no fueron ya elegidos por éste, partía de ellos una jerarquía judicial que llegaría hasta el emperador. Especialmente en los golpes de Estado, se juzgaba por vías extra-legales, y hasta se aplicaba el tormento.
El estudio de las leyes era un medio para llegar a las magistraturas civiles, y las ciudades notables tenían todas escuelas de derecho; mas de ello se originó un enjambre de abogados, que desprestigió a la noble jurisprudencia.
Rentas Los ingresos públicos consistían en dominios imperiales, contribuciones directas e indirectas, y frutos eventuales. El patrimonio de cada ciudadano era descrito exactamente, y cada año un decreto imperial determinaba la calidad y la cantidad de los impuestos, que se repartían bajo la vigilancia del presidente de la provincia y con la intervención de los defensores de las ciudades. Pagábanse parte en oro y parte en géneros, con los cuales se mantenía, a la plebe indigente, al ejército y a los empleados. Cada cinco años se exigía de los traficantes una colación lustral. Pesaban gabelas sobre la entrada, la salida, el tránsito y el consumo de los géneros, y los procedimientos de estas exacciones se han descrito como uno de los peores azotes.
Industria La agricultura sufría de esto extremadamente. La industria estaba encadenada en maestranzas, que tenían estatutos y propiedades, y magistrados propios, y remuneraban al Estado con ciertos servicios y tributos; para esto los miembros eran solidariamente responsables. Esta esclavitud era una traba para la industria, y como si todo esto no bastase para aniquilarla, los emperadores se hacían manufactureros, fabricando por economía cuanto necesitaban para sí y para el servicio público; tenían, pues, telares, tintorerías, sastrerías, armerías, canteras de mármoles y piedras, donde trabajan esclavos, que no costaban más que el mantenimiento, e imposibilitaban la competencia libre.
En vez de extender el comercio vendiendo las manufacturas a los Bárbaros, que se acercaban al imperio, se apartaron los mercados de las fronteras, por temor de alentar a aquellos. Y como con las conquistas desapareció la principal fuente de dinero, éste empezó a escasear; se falsificó la moneda; desaparecieron casi por completo las de oro; se acrecentó la usura; y por falta de dinero se asignaban en especies los sueldos de los magistrados.

71.- Hijos de Constantino. Juliano Apóstata. Cuestiones religiosas
350 – 354 – 361 Sucedieron a Constantino sus tres hijos, quedándose Constancio con el Asia, el Egipto, la Tracia y Constantinopla; Constante con la Italia, la Iliria y el África; y Constantino con las Galias, la España y la Bretaña. Constancio trabó incesantes guerras con la Persia, derrotando varias veces a su rey Sapor. A la muerte de Constantino, Constante ocupó sus dominios; más pronto fue muerto, y el Occidente se pronunció por Magnencio, soldado bárbaro, y por Vetranión. Constancio les llevó la guerra; Vetranión cedió; Magnencio se dio muerte después de larga lucha, y el imperio volvió a caer bajo el dominio de un solo soberano. Pero impotente para el bien, Constancio se dejaba gobernar por eunucos. Tenía dos sobrinos, Galo y Juliano, a quienes hizo enseñar durante largo tiempo el manejo de los negocios públicos. Galo urdió una conjuración; más, descubierto, pagó su hazaña con la muerte. Juliano, con su disimulo, escapó al peligro, y conquistose con sus virtudes el favor de los soldados. Mientras Constancio vencía a los Cuados en la Germania y combatía al indómito Sapor, Juliano arrojaba de las Galias a los Francos y a los Alemanes, que unían a su valor natural la estudiada disciplina. Educado en la filosofía, en la sobriedad y en la continencia, restauró, después de sus victorias, las ciudades destruidas. Celoso de él, Constancio, con el pretexto de la guerra de Oriente, pidió para si las mejores legiones de su sobrino; pero inducido por éstas, Juliano se negó a obedecer y se hizo proclamar augusto. Constancio corría a reprimirlo cuando murió; y Juliano quedó único emperador, bajo el dictado de Apóstata.
En aquel entonces, los acontecimientos exteriores de la Iglesia adquirieron tal importancia, que no puede comprender la historia quien no los conozca. El primer siglo del cristianismo se rigió por el milagro, con más acción que controversia. Obtenida la paz por Constantino, los Cristianos salieron de las tinieblas, solemnizando los días memorables y celebrando el recuerdo de los que habían sucumbido como mártires. Constantino no regaló al papa la soberanía de Roma, como algunos suponen, pero sí le entregó cuantiosas riquezas; sin embargo, es probable que los pontífices continuaron en la modestia, desplegando su celo en la propaganda de la verdad.
Para contrarrestarla, además de los tiranos, surgieron las herejías, que contribuyeron a perturbar la política. Principalmente los Donatistas de África conmovieron durante mucho tiempo al imperio. Más que estos prevalecieron los Arrianos, quienes negando todos la consustancialidad, ponían unos entre el Padre y el Hijo la insuperable distancia que hay entre el Criador y la criatura; otros admitían que la omnipotencia del Padre había podido comunicar a su primogénito sus infinitas perfecciones; y otros creían que eran iguales en sustancia, no en naturaleza. Colocaban al Hijo más bajo que el Espíritu Santo, y Dios permanecía en su incomunicada unidad. Habilísimo en el decir y en el obrar, Arrio se ganó muchísimos partidarios, mayormente entre los recién-convertidos, mal informados de la teología, quienes no tenían en cuenta que según sus principios desaparecían la redención y la gracia, y que adorar a Cristo era renovar el politeísmo.
Atanasio - Primer concilio ecuménico A esta doctrina opuso su talento y su energía Atanasio, diácono de Alejandría. Hubo grandes disensiones en la Iglesia, y a favor de ella se pronunció la autoridad del Estado, hasta entonces enemigo. Constantino, que al principio había creído que se trataba de una cuestión de palabras, visto el peligro de la fe y sentando que la Iglesia en sus creencias solo debe regirse por sí misma, indicó un Concilio, no parcial como otros que se habían celebrado, sino ecuménico, es decir general; el punto señalado para la reunión fue Nicea, y se invitó a todos los obispos; primera vez en el mundo que representantes de todos países, elegidos por el voto popular sin mas miras que la virtud y el saber, se encontraron reunidos para discutir libremente los mayores intereses de la humanidad: lo que ha de creer y el modo como ha de obrar. Después de largos debates fue declarado que el hijo es consustancial del padre. Se hicieron muchas reformas en la disciplina; se determinó celebrar la pascua el domingo en que cae el plenilunio de marzo, o el que le sigue. Las decisiones fueron comunicadas al emperador, y Constantino multiplicó cartas, recomendaciones, prescripciones y concesiones en bien del cristianismo ortodoxo. Arrio supo evitar la condena hasta que murió. Sus secuaces aumentaban los símbolos, rigiéndose ora con cavilaciones, ora con la fuerza; cuanto más amenazaban las persecuciones, más crecían los prosélitos, y el emperador Constancio los favorecía hostigando a los obispos católicos, principalmente al gran Atanasio.
Muchos Concilios se reunieron para dar fin a la división; en todas partes imperaba la violencia, se combatía en Roma por la palabra consustancial, como en otra época por los derechos del pueblo. Atanasio capitaneaba a los Católicos, aun cuando por largos años tuvo que andar oculto entre las ruinas de ciudades que ya entonces se llamaban antiguas, y entre los anacoretas que él admiraba; defendía la entera aceptación del dogma y de la jerarquía, y el poder de la Iglesia independiente del Estado.
Persecuciones de Juliano En esto, a Constancio sucedió Juliano, quien hastiado de tales disidencias, para él inexplicables, disgustado de los ejercicios piadosos a que le habían obligado sus maestros de educación, y fascinado por la gloria que había alcanzado el imperio bajo la antigua religión, se propuso restablecer a ésta. En su modo de vestir y de adornarse, quería distinguirse como un sabio; y en los grandes sucesos de su vida decía que le aparecían los Dioses. No había desaparecido el culto de éstos; aún subsistían sacerdotes, vestales y devociones, y celebrábanse solemnemente algunas fiestas. Reanimose el culto de Cibeles, con danzas fanáticas, extraños vestidos, ridículas devociones y prodigios, bajo la dirección de sacerdotes llamados Galos. También adquirió nuevo prestigio el culto de Mitra, con abstinencias, maceraciones, y hasta sacrificios humanos, mezclados con ritos y fórmulas parecidos a los del cristianismo.
Los fieles de la religión antigua se regocijaron al ver a Juliano dispuesto a restaurarla. Este emperador no renovó las persecuciones, pero ridiculizó al cristianismo; desterró de las escuelas a los Cristianos, introduciendo maestros idólatras, y les obligó a gentiles homenajes; y mientras hubiera podido valerse del Senado y de la aristocracia romana, que aún conservaba la fe nacional, se inclinó con preferencia a los sofistas y a los maestros del helenismo, reanimando la veneración hacia Homero, explicando los dioses con símbolos y alegorías, purgándolos de inmoralidades, e introduciendo abstinencias, oraciones y expiaciones; de tal manera que consolidó la antigua fe, deduciendo prácticas y virtudes de los insensatos Galileos, como el patrocinio de los inocentes y el cuidado de los huérfanos. También dispensó protección a los Hebreos y pensó reedificar a Jerusalén, durante tres siglos convertida en ruinas; pero una terrible explosión del gas acumulado durante tantísimo tiempo en las cavidades subterráneas, derrumbó cuanto se había construido. Aunque se preciaba de no verter sangre cristiana, Juliano dejaba que los Cristianos fuesen perseguidos y muertos por los que sabían que de aquel modo se congraciaban con él.
Por afectada austeridad, suprimió el lujo de la corte, abolió los empleos dispendiosos, y comunicó al Senado de Constantinopla los mismos privilegios del de Roma. Como había enfrenado a Francos, Alemanes y Godos, pensó en reprimir a los Persas, contra los cuales en 300 años de guerra los Romanos no habían podido conquistar una provincia siquiera. Reuniose un formidable ejército en Antioquía, y una flota de 7100 naves en el Éufrates, contando con la Armenia coaligada con el imperio romano; avanzó Juliano al frente de estas fuerzas, arrollándolo todo, y pasó el Tigris; pero Sapor se retiraba devastando las provincias, de tal modo que el ejército invasor se encontró sin víveres. En la retirada trabose formidable lucha, siendo mortalmente herido el emperador.
26 de junio Joviano, primicerio de los domésticos, fue llamado a sucederle para resistir a los enemigos; ordenó la retirada, concluyó la paz, en virtud de la cual los Romanos cedían las cinco provincias que poseían más allá del Tigris, y abandonaban al rey de Armenia. En Roma fue inmensa la explosión de alegría de los Cristianos por la muerte de Juliano; el nuevo emperador les aseguró protección, restituyó la inmunidad, aunque sin perseguir a los idólatras; se declaró por los Católicos en contra de los Arrianos, y murió después de un corto reinado de siete meses.

72.- De Valentiniano hasta Teodosio
364 Los comandantes del ejército confirieron la púrpura a Valentiniano, de gran valor y hermosa presencia, que tomó por colega a su hermano Valente, débil y tímido. Así dividido el imperio, los soberanos fijaron su residencia, uno en Milán y otro en Constantinopla. Valente, inclinado a los Arrianos, multiplicó los procesos y los suplicios para asegurarse el reino; y también Valentiniano, no por miedo como él, sino como necesaria al imperio, unía la crueldad al valor. Buen católico, tomó sabias providencias y contuvo las invasiones de los Bárbaros, hasta que murió en Panonia. Valente tuvo que combatir a los Persas, y rechazó a los Godos más allá del Danubio; pero éstos, empujados por los Hunos, solicitaron permiso para estacionarse en la Tracia, donde pronto se coaligaron con otros compatriotas para devastar y vencer, y habiendo acudido Valente a enfrenarlos, quedó muerto con la flor de sus generales en Andrinópolis.
375 – 378 Graciano, hijo de Valentiniano, era llamado entonces al solio imperial, pero sintiéndose incapaz para tanto peso y para hacer frente a tantos enemigos, eligió por colega a Teodosio, español, que había dado pruebas de gran valor en las precedentes guerras, y que disgustado entonces cultivaba sus bienes cerca de Valladolid, con sus tres hijos Arcadio, Honorio y Pulqueria. Habiéndose quedado con la prefectura de Oriente, Teodosio reforzó el ejército, de manera que los Godos, o se dispersaron o se sometieron, y fueron distribuidos en colonias, sobre tierras fértiles pero desiertas, donde se dedicaron a la agricultura y abrazaron el cristianismo. Su obispo Ulfila introdujo en su nueva patria el alfabeto griego y tradujo en su lengua el Evangelio. Los Godos querían a Teodosio, por la próspera paz que les había dado; pero los Romanos olvidaban los cuidados del servicio militar, al mismo tiempo que se adiestraban peligrosos enemigos.
Teodosio – 363 Por entonces, los dos valientes emperadores hacían revivir el imperio. Graciano declaró toleradas todas las creencias cristianas, protegió las letras y concedió el consulado a su maestro, el poeta Ausonio; perdiose después en discusiones teológicas, hasta que huyendo de una sublevación de Magno Máximo, fue muerto. Máximo fue aceptado como colega de Teodosio, y dominaba la Bretaña y las Galias, donde formó un grueso ejército; marcho luego contra la Italia, gobernada por Valentiniano II, hijo de Valentiniano I y de Justina, que dirigía el gobierno en nombre de aquel. Teodosio le salió al paso con un ejército aguerrido y le dio muerte, entrando luego triunfante en Roma.
Elogiado por su valor no menos que por su saber, Teodosio no perdió siquiera un palmo de terreno, pero tuvo que aumentar los impuestos. Disgustados por esto, los ciudadanos de Antioquía se sublevaron, y él los amenazó con severas represalias; mas pudieron mitigarlo los monjes y los obispos Flaviano y Juan Crisóstomo. Sin embargo, Tesalónica, ciudad rica en comercio, fue devastada por orden de Teodosio, por haber dado muerte a su gobernador. Cuando se acercó para los sacramentos a la iglesia de Milán, el obispo Ambrosio no le dejó entrar, hasta que hubo hecho penitencia por la sangre derramada. Entonces ordenó que no se ejecutasen sus sentencias hasta después de 30 días de haberlas dictado, y prohibió que se castigase a los que difamaran al emperador.
394 Dejó que continuase reinando Valentiniano, cuyo gobierno era mejor desde que había muerto su madre; pero el franco Arbogasto se rebeló contra éste, dándole muerte, y no atreviéndose a tomar el cetro para sí, lo dio al rector Eugenio, su secretario. Teodosio fue a combatirlo, y lo venció en Aquilea, donde Arbogasto se dio la muerte, y fue muerto Eugenio. Entonces quedó el imperio todo bajo el poder de Teodosio, pero este no tardó en morir, después de haber publicado sapientísimas leyes inspiradas por el cristianismo, cuyo triunfo se cumplió entonces.
Los Santos Padres – Crisóstomo – 380 No solamente en Roma, sí que también en las provincias duraban aún los restos de la antigua superstición, por cuanto los emperadores habían creído conveniente para la política el dejarlos subsistir; y eran profesados hasta por personajes ilustres, como el docto gramático Máximo, Macrobio autor de las Saturnales, Pretestato, Simmaco, prefecto de Roma, el filósofo Libiano, los historiadores Eunapio y Zósimo, el poeta Ausonio y otros muchos que secundaron a Juliano. Pero los Cristianos crecían siempre, hasta en la más alta sociedad; y su fe era aclarada, consolidada y difundida por los Santos Padres, nuevas glorias de la Iglesia militante. San Atanasio, a pesar de que le vemos tan atareado, escribió contra los Arrianos, y en general contra los herejes, demostrando que es una locura querer salir fuera de la razón con la razón humana. Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla, fue el más elocuente de los Padres griegos, y digno de ser comparado con Demóstenes. Fue célebre la amistad de Gregorio de Nacianzo con los hermanos Basilio y Gregorio de Nisa, quienes habiendo abrazado el sacerdocio combatieron valientemente el arrianismo, tanto que Teodosio expidió un edicto en que proscribía esta creencia, señalando a los Arrianos con el infame nombre de herejes, y atribuyendo a los nuestros el de cristianos católicos. Entonces se reunió el segundo Concilio ecuménico para definir mejor la fe expresada en el símbolo de Nicea.
San Jerónimo Jerónimo, nacido en los confines de la Dalmacia, fue laboriosísimo, se formó una biblioteca, y se retiró al desierto, donde mortificó su cuerpo entre la oración y el estudio. Habiendo salido de aquella soledad, brilló en Roma por su laboriosidad y su talento; animó el celo religioso de piadosas matronas, tradujo mucho mejor los Libros Santos, y escribió el Canon de los autores eclesiásticos; pero a veces perjudica su estilo la aspereza de su polémica.
San Ambrosio Paulino de Burdeos, poeta de mérito, abandonó familia y honores, y se retiró junto a Nola, predicando, escribiendo versos y animando a los fieles. Flavio de Poitiers combatió vigorosamente a los Arrianos. Dejamos sin nombrar a otros padres occidentales para citar a Ambrosio, quien mientras gobernada en Milán fue nombrado obispo de esta ciudad, cargo que implicaba muy diversos cuidados, tanto religiosos como seculares, y en cuyo desempeño se hizo amar como padre y respetar como príncipe. Obtuvo del emperador Graciano la orden de que el Senado quitase la estatua de la Victoria y se confiscasen los bienes de los templos paganos. Opusiéronse a estas medidas los partidarios de la antigua observancia, pero los confutó Ambrosio; y los monjes y los obispos indujeron a los Cristianos a demoler los templos y las estatuas gentiles. Justina, madre de Valentiniano II, favorecía a los Arrianos, hasta el extremo de querer que Ambrosio les cediese una de las iglesias de Milán. Este se negó a tal exigencia, y amenazado con la fuerza, reunió a los Católicos, y los entretuvo con sagrados cánticos. La firmeza de Ambrosio venció la obstinación de la emperatriz.
San Agustín Los Maniqueos admitían dos principios, uno del bien y otro del mal, y en esta doctrina había crecido el númida Agustín; pero siendo éste profesor de elocuencia en Milán, oyó a Ambrosio, y fue de tal manera conmovido y llamado a la verdad, que se convirtió en uno de los más insignes campeones del cristianismo. Además de muchas obras de controversia, escribió Agustín la Ciudad de Dios, verdadera filosofía de la historia, donde explica la marcha general de la sociedad y el contraste entre la humana y la celeste.

73.- División del Imperio. Honorio
Estilicón Teodosio había. dividido el imperio entre sus hijos; a Honorio, de 11 años, le dio el Occidente; a Arcadio, de 18, el Oriente; y todo el mundo sentía que cayese de las robustas manos de aquel gran hombre, para ir a parar en manos tan débiles e inexpertas. Cierto es que tenían valientes tutores, Estilicón y Rufino; pero estos, hallándose en disidencia, separaron los intereses de los dos imperios. Se supone que Rufino invitó a los Hunos y a los Godos a invadir el imperio; pero halló la muerte a manos de los soldados del valeroso vándalo Estilicón. El armenio Eutropio, que le sucedió en el favor de Arcadio, se puso celoso de las victorias de Estilicón, e indujo al emperador a hacer la paz con el godo Alarico y a recibirlo de comandante de las tropas de la Iliria, al mismo tiempo que invitaba al africano Gildón a sublevarse contra Honorio. El África era tenida en gran cuenta, porque surtía de grano a la Italia. Algunos señorones poseían en ella centenares de millas de terreno, y entre ellos se contaba Gildón, que ejerció durante 12 años un verdadero señorío, sin depender de Roma más que para pagarle su tributo en grano. Pero a causa de las quejas que contra él se proferían, Estilicón resolvió hacerle la guerra; vencido Gildón se dio la muerte.
403 En tanto, crecían en poderío los Godos, y su rey Alarico, tan valeroso como prudente, invadió la Grecia, y obtuvo la Iliria, donde había cuatro arsenales de armas; y vendiendo sus servicios ora al Oriente, ora al Occidente, hacíase temible para todos. Marchó a Italia por los Alpes Julianos, pero Estilicón lo derrotó en Pollenza, le cortó la marcha intentada contra la Etruria y Roma, y le obligó a salir de Italia.
405 – Alarico Honorio tuvo los inmerecidos lauros del triunfo, y no hallándose seguro, se ocultó en Rávena, defendida por la escuadra, por las lagunas y por las fortalezas. Con razón se preparaba, pues Radagaiso, al frente de numerosísimas huestes de septentrionales, pasó el Danubio, los Alpes y el Po, y sitió a Florencia. Pero todavía lo venció y exterminó Estilicón. Otros Bárbaros devastaban las Galias y la Germania; en la Bretaña, abandonada por las legiones, se hizo proclamar emperador un tal Constantino, que pudo subyugar parte de la Germania y la Iberia, y hacerse reconocer colega por Honorio, quien en contra suya aceptó los peligrosos servicios de Alarico. Esto pareció indigno al Senado, que culpando a Estilicón, pidió la muerte de éste. Estilicón sufrió la muerte con valor y dignidad. El débil Honorio se alegró de aquel sacrificio como de una victoria.
402 – 411 Al caer el ministro guerrero, los Bárbaros hicieron irrupción por todas partes: Alarico invadió y saqueó Aquilea, Altino, Concordia y Cremona, y se echó sobre Roma, que no había vuelto a ver ejércitos extranjeros desde que Aníbal la había sitiado 624 años antes. Apaciguado con humillaciones y dinero la primera vez, volvió Alarico, y abandonó la gran ciudad al más horrible saqueo; después dirigiose a la baja Italia, y murió cerca de Cosenza. Reemplazole su cuñado Ataúlfo, que aspiraba a constituir un imperio godo con las ruinas del romano, y se contentó con restaurar el antiguo; aceptó pactos, casose con Gala Placidia, hermana de Honorio, llevó adelante a los Godos con los cuales recuperó para el imperio la Galia, mal dominada por aquel Constantino de quien no ha mucho hemos hablado.
Ya se rebelaban las provincias; el conde Heracliano conducía del África una flota sobre el Tíber; Suevos, Alanos y Vándalos, destrozada la Galia, se estacionaban en la España. Ataúlfo, que iba a combatirlos, fue muerto con sus hijos por Sigerico; por todas partes se acercaban huestes de Bárbaros, capitaneados por distintos jefes, y de pérdida en pérdida se descomponía el imperio, mientras el débil Honorio se dejaba manejar por parientes y ministros, hasta que murió en 423.

74.- Arcadio. Aecio. Atila
369 – 401 No iban mejor las cosas en Oriente. El despotismo era allí más terrible, no hallando freno en las tradiciones; pero el débil Arcadio se dejaba dominar por favoritos, principalmente por el eunuco Eutropio, que aniquilaba con leyes y procesos a todo el que le hacía estorbo. El godo Gaina, llamado a defender el imperio, pidió por condición la cabeza de Eutropio, quien habiéndose refugiado en el templo, fue salvado por Juan Crisóstomo, a quien él siempre había molestado. Gaina, sin embargo, siguió con sus Godos hasta el Helesponto y el Bósforo, y doquiera llevó la desolación y el espanto, hasta que murió a manos de Uldino, rey de los Hunos.
La Corte andaba en intrigas, de las cuales fue víctima y narrador Juan Crisóstomo. Arcadio murió después de un débil reinado de 13 años, dejando a un hijo de ocho años, Teodosio, de cuya tutela se encargó Antemio, quien la cedió después a Pulqueria, hermana mayor del niño Teodosio, la cual administró el imperio por espacio de cuarenta años, dedicada al ayuno y a las devociones, sin dejar, por eso, de ser activa y vigorosa, mientras hacía educar a su hermano por hábiles maestros, inculcándole ella misma ideas de virtud, de gobierno, y de respeto a la religión y a los eclesiásticos. Pero esta educación fue en parte estéril, por cuanto al joven príncipe le faltaban laboriosidad y vigor. Casose con Eudoxia, hija de un sofista ateniense, mujer de talento, aficionada a las bellas letras; mas no tardó en repudiarla, por infundados celos.
Mientras tanto, las provincias eran invadidas por Isauros, Moros y Árabes, y mas seriamente por los Persas, hasta a título de religión, por cuanto los Magos adoptaban todos los medios para impedir o estorbar al cristianismo, mayormente en la Armenia.
A la muerte de Honorio, Arcadio, no sin guerra, se hizo señor de todo el imperio, pero cedió el Occidente a su sobrino Valentiniano, hijo de Placidia, el cual era dueño de medio mundo a los seis años de edad, bajo la tutela de su madre; de modo que el imperio se halló dirigido por dos mujeres. Placidia, que gobernó a su hijo durante veinticinco años, tuvo dos valerosos generales: Aecio y Bonifacio. Pero estos, en vez de coadyuvarse, se hostigaron. Bonifacio, que regía el África, viéndose insidiado por su émulo, se rebeló y pidió auxilio a Genserico, rey de los Vándalos, por lo cual trató de destituirlo San Agustín, obispo entonces de Hipona; pero se arrepintió luego de su conducta y hasta morir combatió al Vándalo. Este devastó las provincias africanas, y ocupó a Cartago, siendo este golpe gravísimo para Roma, cuyos senadores poseían en África la principal fuente de su riqueza.
Aecio - Los Hunos – 483 – Atila Aecio, ora en paz, ora en lucha con la emperatriz, mantenía siempre correspondencia con los Hunos. Estos, que algunos confunden erróneamente con los Mongoles y los Tártaros oriundos de la China, parecen más bien de raza finesa, en parentesco con los Húngaros. Cuando ocuparon el país comprendido entre el Mar Negro y el Danubio, las imaginaciones, asustadas a la aparición de gentes extrañas a la raza indo-germánica, inventaron fábulas y portentos sobre su origen. Lo cierto es que hacían vida salvaje, yendo siempre a caballo, y no sabiendo siquiera cocer las viandas. Estaban acostumbrados a los rigores de la naturaleza, y las mujeres combatían juntamente con los hombres. Habían inspirado terror al gran Hermanrico, el Alejandro de los Godos, los cuales, siendo rechazados por los Hunos, tuvieron que abandonarles el país situado en la parte septentrional del Danubio. Pronto invadieron el Imperio, siendo llamados a tomar parte en las luchas y en las insurrecciones. Recibían de Teodosio II el tributo de 350 libras de oro, hasta que apareció Atila, azote de Dios. Este ha quedado en la historia como personificación de inhumanas destrucciones. Lanzose en primer lugar sobre la Persia; y estimulado después por Genserico, se echó sobre el imperio de Oriente, intimando a los emperadores la orden de que le preparasen un palacio; después de tres señaladas victorias, llegó al pie de Constantinopla, imponiéndole vergonzosas condiciones, hasta la de restituir a todo Romano que huyese de la esclavitud de los Bárbaros o que desertase de éstos. Desde su capital, es decir, desde su campamento situado entre el Danubio, el Teis y los Cárpatos, dictaba leyes a los decaídos señores del mundo, y recibía sus pomposas embajadas.
450 – 452 Cuando murió Teodosio II, después de haber reinado 42 años, deshonrado por el envilecimiento del imperio e ilustrado por el Códice, que fue la primera colección oficial de leyes romanas, Pulqueria obtuvo también de nombre el mando que tenía de hecho, y se casó con el sexagenario Marciano, educado en la desgracia y en los campos, y poseedor de virtudes rarísimas en aquel tiempo. Este negó el tributo a Atila, quien con tal motivo se puso en movimiento con el propósito de destruir a Roma. Aecio había sido repuesto en su empleo de general y con su acostumbrada habilidad supo contener a los enemigos; tuvo en su ayuda a los Hunos y a los Alanos para combatir a los Burgundiones y a los Visigodos que habían ocupado los Galias. Los Francos, estacionados en el bajo Rin, eran gobernados por reyes, entre los cuales recuerda la historia a Faramundo y a Clodión, quien a pesar de haber sido derrotado por Aecio, obtuvo la Bélgica. Su hijo Menoveo, habiendo estado preso como aliado de Valentiniano III y como hijo adoptivo de Aecio, se alió con Atila. Honoria, hermana de Valentiniano, ofreció su mano a Atila, el cual encontró en ello un nuevo pretexto para invadir el imperio con una falange de Bárbaros. Devastada la Galia, asedió a Orleans; pero habiéndole alcanzado Aecio en Châlons, lo derrotó. Se rehízo Atila en la Panonia, invadió la Italia por Aquilea, devastó las ciudades de tierra firme, cuyos habitantes se refugiaron en las islas, y siguió marchando contra Roma. Pero el Papa León consiguió detenerlo a fuerza de súplicas y promesas, y el feroz invasor murió en los excesos de la lujuria, al regresar al campamento que tenía por capital. Sus muchos hijos se disputaron sus riquezas y posesiones, y los diversos pueblos invasores trabaron entre sí reñidas batallas, tomando luego direcciones y residencias distintas.

75.- Últimos emperadores de Occidente
455 El imperio agonizaba. Siempre sobrevenían nuevos Bárbaros; aplacada y vencida una horda, surgía otra; y a las internas rebeliones se unía la inepcia de los gobernantes. Muerta Placidia, Valentiniano III se desbocó; asesinó a Aecio, su mejor general, y él, a su vez, fue hecho asesinar por Petronio Máximo, que le sucedió en el trono. La viuda de Valentiniano llamó en su venganza al vándalo Genserico, quien con una terrible flota se trasladó del África a la embocadura del Tíber; y Roma fue saqueada durante catorce días. Por otras partes, hacían irrupción otros Bárbaros, reclamando hasta permanentes residencias. Para contener a los Francos y a los Godos, Máximo designó a Flavio Avito, noble y honrado hijo de lo Auvernia, quien, a la muerte de Máximo, fue ayudado por los Visigodos a subir al trono; pero el Senado y el ejército lo recusaron y lo sentenciaron a muerte.
Sucediole Mayoriano, animoso y liberal que gobernó bien, dio sabias leyes, reprimió a los Vándalos en África y a los Visigodos en la Galia, hasta que los soldados revoltosos le dieron muerte.
461 Todo lo podía entonces Ricimero, comandante de los Bárbaros auxiliares, llamado conde y libertador de Italia. Impuso al Senado la elección de Libio Severo, a quien quitó después de en medio; gobernó dictatorialmente, mientras acá y acullá se alzaban efímeros emperadores, como Marcelino, Ecdicio, Antemio, Olibrio, Julio Nepote, interviniendo siempre la fuerza de Ricimero y la benéfica intervención de los obispos.
Al morir, Ricimero dejó el ejército a su sobrino Gundebaldo, príncipe de los Borgoñones. Entonces Orestes, que había servido a Atila como secretario y embajador, y a la muerte de este caudillo había reunido una masa numerosa de combatientes de varios pueblos, llevándola al servicio de los Romanos, se sintió tan fuerte que hizo proclamar emperador a su propio hijo, llamándolo Rómulo Augústulo. La chusma advenediza pretendía que el emperador se plegase a todos sus caprichos, y habiendo obtenido una tercera parte de los terrenos de la Galia, de la España y del África, la quería también de Italia. Negose, Orestes, y la chusma se dirigió a Odoacro, otro jefe de federados, quien hizo dar la muerte a Orestes y regaló una rica quinta a Augústulo; mandó decir a Zenón, emperador de Oriente, que en adelante creía superflua aquella dignidad imperial en Occidente; y requirió para sí el título de patricio y la administración de la diócesis italiana.
Fin del imperio En un niño que reunía los nombres del primer rey y del primer emperador de Roma, terminaba, pues, el imperio de Occidente, 476 años después de Cristo, 1229 después de la fundación de Roma, 507 después de la batalla de Actio que estableció la monarquía, y 310 después de la guerra marcomana donde principió la gran emigración de los Bárbaros. Roma había sido gobernada, primeramente por reyes, después por 483 parejas de cónsules, y al fin por 73 emperadores.
De humildes y débiles comienzos, Roma creció agregándose los pueblos vecinos, y luego los remotos; el imperio aniquiló entonces a los individuos, no apreciándolos sino en cuando convenía al Estado. A medida que la ciudad, es decir el Estado, se dilataba, disminuía aquel amor patrio que había hecho prodigios al principio; las lejanas conquistas producen largos mandos, y de ahí la costumbre en los capitanes de hacer cuanto dicta su voluntad, y en los ejércitos de obedecer a un jefe; a lo cual siguen las dictaduras, los triunviratos y el imperio. Con éste cesan las conquistas, que habían sido el nutrimiento de Roma. Pronto todo depende del capricho del emperador, y éste del capricho del ejército, sin que les contenga ninguna ley regular, ni la religión de que los emperadores eran pontífices máximos, ni la moralidad que era objeto de controversias entre las escuelas filosóficas; la fuerza que los creaba los abatía. Estableciose el verdadero despotismo cuando Cómodo puso junto al trono al jefe de los pretorianos. Estos lo podían todo en la ciudad, y todo lo podía el ejército en las provincias, de donde resultó la pluralidad de emperadores en pugna dentro de un mismo imperio. Constantino conoció la necesidad de una monarquía regulada, pero no supo armonizar sus diversos elementos. Sus sucesores se abandonaron a un lujo asiático, con cuyo ejemplo los súbditos se entregaron a todos los excesos de una civilización corrompida. La útil clase de los agricultores era rechazada para dar cabida a los esclavos, que cultivaban negligentemente los campos, destinados al lujo más bien que al producto, puesto que se traían los víveres del África o de la Sicilia. Los ricos provincianos abandonaban las ciudades, para acudir a Roma, en busca de lucro y de placeres. El dinero necesario para mantener la corte y el ejército, se sacaba de las provincias, cada vez más gravadas; si el pueblo no pagaba, pagaban los decuriones, obligados a sostener esta carga, de que se libraban acudiendo a Roma.
Entre tantas depravaciones, se introdujo el cristianismo. Al principio lo combatieron los emperadores, teniendo igualmente en contra gran número de ciudadanos. Cuando esta doctrina triunfó, tuvo por adversarios a los que se mantuvieron fieles al paganismo. La nueva religión no atendía a un estrecho patriotismo, sino que abrazaba a todo el género humano; esperaba ver corregida la inmensa corrupción del imperio por Bárbaros menos depravados, y atribuía las desventuras a la venganza del Cielo. Por esto la consideraban como enemiga, y en verdad no daba vigor al odio pagano contra las demás naciones; las nuevas instituciones traídas por ella habían quebrantado los antiguas, sin ser ellas mismas consolidadas.
Los Bárbaros llegaban en gran número, con los vicios de la fuerza, guiados por jefes que debían el mando a su valor y juventud, y que ansiaban fundar una patria nueva sobre aquellos debilitados pueblos, que no sabían guardar la propia y tenían que recurrir a ellos para defenderla. Los auxiliares se convirtieron pronto en dueños; y siempre eran invadidas nuevas provincias, e impuestos nuevos tributos; hasta que los Bárbaros creyeron oportuno poner fin a un orden de cosas establecido en falso; y los fragmentos del imperio iban a convertirse en base de la moderna Europa.

76.- La Iglesia
314-316 Mientras se derrumbaba el imperio, se vigorizaba la Iglesia, a la cual abandonó Constantino la antigua metrópoli, que fue el centro del catolicismo. Al Papa Silvestre, que vio dada la paz a la Iglesia, sucedieron otros, ocupados en difundir el Evangelio y conservar su pureza combatiendo la herejía.
440 Como después de Silvestre los Papas poseían muchos bienes, a su nombramiento también concurrió el pueblo con el clero; con tal motivo, y para impedir tumultos, los emperadores intervinieron en el nombramiento, que confirmaron luego. Dámaso fue el primero en titularse siervo de los siervos de Dios, y Sergio II fue el primero, al parecer, que cambió de nombre. La primacía del obispo de Roma, además de la apostólica tradición y la dignidad de la metrópoli en que residía, fue favorecida con no haber otro patriarca en Occidente. León Magno intervino para contener, a Atila y a Genserico; es el primer Papa de quien se conservan recogidos los escritos, y el primero que recurrió a la autoridad civil para dar validez a los decretos del Pontífice.
El emperador Teodosio ordenó con el Pontífice el tercer Concilio ecuménico, para disipar la herejía de Nestorio, que negaba a María el título de madre de Dios, distinguiendo la persona de Cristo del Verbo, y la naturaleza humana de la divina. En la condenación de esta herejía se esforzaron durante siglos los Nestorianos, mientras se extendía entre los Católicos el culto de María. La Iglesia tuvo muchos detractores, principalmente los Donatistas, Pelagianos, Semi-pelagianos, Eutiquianos, Priscilianistas, Monotelitas, Monofisitas y sectarios de otros nombres, combatidos por los Santos Padres y por los Concilios. A pesar de esto, multiplicábanse las conversiones de pueblos enteros, tanto en Oriente como en Occidente, selladas siempre con martirios, y seguidas de disminución de ferocidad, de cultura, de respeto en vez [sic] del hombre, los pactos y las conciencias. Los monjes, que observaban no solamente los preceptos, sí que también los consejos evangélicos, servían grandemente a las conversiones con el ejemplo de aquella austeridad que a los Bárbaros inspiraba asombro y compasión; además con sus predicaciones fomentaban la paz e inculcaban la moral.
Establecida como jerarquía e introducida en la vida civil, la Iglesia no se mantuvo en la pobreza apostólica; después de Constantino, pudo tener propiedades, recibir legados y participar de los bienes quitados al culto pagano. Los donativos fueron luego tan abundantes, que Valentiniano I los reprimió algún tanto. Después fue concedida a los eclesiásticos la facultad de disponer por testamento de los bienes adquiridos, con lo cual crecieron mucho más los de la Iglesia. Estos bienes se debieron distribuir en tres partes, una para la Iglesia, una para los pobres y otra para los eclesiásticos. Cuando ya no vivieron de la munificencia de los seglares, los obispos y los sacerdotes pudieron emanciparse de la elección de aquellos. Pero el clero era escaso; en tiempo de San Ambrosio, Milán tenía únicamente dos iglesias; en el siglo quinto, Roma se vanagloriaba de poseer veinticuatro, con setenta y seis sacerdotes.
Jerarquía Poco a poco se regularizó la jerarquía; varias iglesias se unían bajo la autoridad de un obispo, y varios obispados bajo una iglesia metropolitana. Constantino aumentó la autoridad de los obispos, haciéndoles sostén de los débiles y árbitros de las diferencias, con lo cual empezó la jurisdicción eclesiástica; y confiaban a los prelados sus controversias no solamente los cristianos, sí que también los gentiles, considerándolos más justos que nadie y más entendidos en las fórmulas jurídicas. Una ley positiva ordenaba a los magistrados que ejecutasen las sentencias de los obispos. Cuando los gobiernos municipales eran abandonados por los decuriones, los asumían los obispos; y los hallamos en extremo solícitos para el bien público en los desastres del doliente imperio. Su jurisprudencia no establecía diferencia alguna entre el Romano y el Bárbaro, ni entre el noble y el plebeyo; pero la dignidad sentaba que los obispos y los sacerdotes no fuesen juzgados más que por sus iguales, aun cuando los tribunales fuesen confiados a los cristianos. El asilo que los templos y los bosques idólatras ofrecían a los delincuentes, fue transferido a las iglesias y a los lugares sagrados.
Independencia del Estado Al principio la Iglesia se vio obligada a apoyarse en el gobierno laico; los emperadores que, hasta Graciano, conservaron el título de pontífice máximo, pretendían muchos de los derechos que la Iglesia había ejercido como sociedad ilegal independiente; querían intervenir en todo, recomendar a sus candidatos en las elecciones de obispos, confirmarlos en su elección, convocar los Concilios y ratificar sus decretos. Pero a medida que se debilitaba el poder civil, se consolidaba el eclesiástico, y la Iglesia, teniendo probabilidades de sobrevivir a la decadencia de todas las demás instituciones, sustituía las gastadas ideas paganas con la ciencia y la caridad, para enseñar a regir a los pueblos nuevos. Los Concilios mantenían la unidad de creencias en la variedad de naciones, idiomas y costumbres, y mientras custodiaban intacto el dogma, adaptaban la disciplina a los tiempos y a los lugares. Numerosísimas obras se compusieron a propósito de los ritos de los primeros tiempos, y sobre todo a propósito de las creencias; unas para negar y otras para sostener que todos los dogmas y puntos de fe eran profesados desde los primeros tiempos, y practicados los ayunos, las abstinencias y las fiestas del Señor. No hay que asombrarse, si, en tiempos de barbarie y de ignorancia, se introdujeron tradiciones mal fundadas o prácticas supersticiosas.

77.- Literatura de los últimos tiempos romanos
Atenas era todavía un centro de estudios; en ella habían sido educados San Basilio y San Gregorio con Juliano, entre una juventud viva y bulliciosa. Rivalizaban con Atenas Berito, Edesa, Antioquía y Alejandría; los mejores ingenios afluían a Constantinopla; los emperadores los alentaban con liberalidades, y a veces consultaban a los profesores del Octágono.
Roma tenía escuelas, pero no produjo un solo gran escritor, y se servía de galos, españoles y africanos; al Egipto debió su mejor poeta, Claudiano; a Antioquía su mejor historiador, Amiano Marcelino; a Siria su mejor rector, Iquerio. En la Galia se habían introducido escuelas, pero únicamente de gramática y retórica, esto es, del arte de suplir con palabras la falta de pensamientos.
Lengua latina La lengua latina se había difundido, aunque sin destruir los idiomas indígenas, y era alterada por la mezcla de otros idiomas y por los artificios de los literatos; sin embargo, se halla todavía en los juristas un latín exento de corrupciones. La literatura pudo ser rejuvenecida por las traducciones de la Biblia, tratando con aquella sencillez de exposición y sin metafísicas abstracciones los puntos más elevados, con imágenes vivas e invenciones simbólicas.
Muchos rectores y gramáticos comentaban a los clásicos (Servio, Nonio, Planudes, Messo y otros) cuando la lengua y los usos eran aún vivos.
Filósofos y coleccionistas continuaban extrayendo y compilando, como Macrobio, que en los siete libros de las Saturnales introdujo personas que discurren sobre varios asuntos de antigüedad, y Marciano Cappella, que en el Satiricón acumuló nociones de varias ciencias; como Lucio Ampelio, como Censorino que compuso un tratado cronológico-astronómico-aritmético-físico do los días natales; como Estobeo, que dejó una Antología de extractos, sentencias y preceptos, y de este modo se conservaron fragmentos o vestigios de perdidos autores.
Después del panegírico que Plinio recitó a Trajano, se puso en uso esta elocuencia laudatoria, en cuyo género alcanzaron renombre Símaco y Victorino.
Lengua griega Hasta la lengua griega decayó desde que en Constantinopla tomó asiento en una corte extranjera; los debates, las doctrinas nuevas y las predicaciones deducidas del Evangelio, tuvieron voces y giros nuevos. Bajo los primeros emperadores bizantinos, fue adoptada por buenos escritores, como el hábil Temistio, el violento Eunapio, y el pomposo Libanio, que escribió muchísimos tratados y discursos, y más de 2000 cartas. Obra original son Los Césares del emperador Juliano, donde se supone que los principales predecesores del imperial autor son juzgados ante Júpiter. Juliano escribió otras obras en confutación del cristianismo, y muchas cartas.
Poetas Los poetas se reducían a adular o se limitaban a temas didácticos; se elogiaron los Dionisiacos de Nonno y los poemas de Ciro; subsiste el Hero y Leandro de Museo; y algo más tarde debió florecer Quinto Esmirneo, llamado el Calabrés, que en el Paralipómenos continuó la Ilíada de Homero, sin genio pero con rica dicción. Coluto de Licópolis compuso el Rapto de Elena; Trifiodoro, también egipcio, escribió la Odisea Lipogramática en cada uno de cuyos cantos falta una letra y en todos la S. De Proclo tenemos seis himnos en justificación del politeísmo. Se hicieron de moda los poemas difíciles, acumulándose versos de poetas antiguos en composiciones de nuevo asunto, y dándose otras veces a las estrofas la forma de un altar, de un escudo, de una flauta, etc. Heliodoro, fenicio, puso en novela la historia de Teágenes y Cariclea; Aquiles Tacio las Aventuras de Leucipa y Clitofonte; y el sofista Longo los Amores de Dafne y Cloe.
Claudino, el mejor poeta latino, compuso varios poemas, y cantó hechos contemporáneos, principalmente en alabanza de Estilicón y en vituperio de Rufino y de Eutropio, con felicísimos giros y admirable armonía. Mirobaudes y Numaciano cantaron el agonizante gentilismo. Ausonio de Burdeos, maestro de Graciano, mezcló el gentilismo con el paganismo.
Santos Padres Otros caminos seguían los Padres de la Iglesia. Obedeciendo al precepto «Id y predicad a todos», introdujeron las predicaciones en la Iglesia, y las explicaciones del Evangelio o de la doctrina, dando pruebas de saber y de elocuencia. De arte sumo dan señales Gregorio Nacianceno y Basilio, realzando la elocuencia con la caridad, con la unción evangélica y con la meditación sobre la muerte. Cuéntanse 158 poemas entre las obras de San Gregorio, muchos epigramas y una mezquina tragedia: Cristo padeciendo, imitación de Eurípides. Gregorio de Nisa explicaba los dogmas con el raciocinio, colocándose entre el Evangelio y Platón. Sinesio de Cirene, aficionado también al estudio de Platón, tuvo, como obispo de Tolemaida, que trabajar mucho en defensa de su grey, escribir varios discursos y diez himnos.
Efrén, de Mesopotamia, admiró y describió la vida monástica de Egipto y de los solitarios de la Mesopotamia. Eusebio de Cesarea, ávido explorador de todas las doctrinas, se esforzó en conciliar la gentílica con la cristiana, y recogió en la Preparación Evangélica pasajes de cuatrocientos y pico de autores para que sirviesen como de introducción filosófica al Evangelio, y al mismo fin refirió en su Crónica los acontecimientos de los principales pueblos; con lo cual se conservaron pasajes de autores perdidos y datos cronológicos.
Crisóstomo - Padres latinos El más eminente de los oradores de la Iglesia fue Juan Crisóstomo, de límpida elocuencia y maestría de conceptos, patético y sentimental, vigoroso en el raciocinio, rico en imágenes y enérgico en el estilo, de cuyas galas se sirve para revestir los pensamientos con las expresiones más apropiadas. Esta superabundancia oriental conviene mejor al discurso recitado que a la lectura. Con él concluye la elocuencia griega. En general no puede buscarse en los Santos Padres la astucia de Demóstenes y Cicerón, el gusto exquisito, ni el modelaje de los célebres escritores paganos. Pero téngase en cuenta que surgieron entre la universal decadencia, y que sus escritos valen menos por la forma que por el fondo, el amor a la caridad continua y la pasión por lo verdadero. En los latinos falla la bella armonía del genio griego, pero prevalecen por su unción y actualidad; son menos cultos, pero mas originales.
Después de los apologistas citados y de Tertuliano, vino san Jerónimo, arrebatado en sus escritos por una exaltada fantasía; en un solo día podía escribir mil líneas, y tiene bellos rasgos de elocuencia y dialéctica.
San Ambrosio, llenaba sus discursos de giros y conceptos imitados de los clásicos; con todo, escribió sin corrección, sin franqueza de expresión y con juegos de ingenio, cuando no estuvo animado por el sentimiento del deber y del peligro. Bello es su discurso por la muerte de su hermano Sátiro. Indicando los deberes de los sacerdotes, pasa en revista los de todos los hombres. Aún se cantan algunos de sus himnos.
San Agustín El más universal de los padres latinos es San Agustín, metafísico, historiador, dialéctico, orador, y erudito. En su elocuencia hay algunas veces algo de bárbaro, pero a menudo brilla por la novedad y sencillez. En sus Confesiones revela las luchas de su alma y el arrepentimiento de sus faltas. Los Soliloquios son razonamientos para conocer a Dios y al alma; en la ciudad de Dios, curioso monumento de genio y de erudición, afronta la cuestión política, sosteniendo que todo acontecimiento en la tierra cumple los designios de la Providencia, la cual, sin coartar el libre albedrío, hace converger las voluntades finitas al objeto de la sabiduría infinita. Bajo este aspecto examina los sucesos, iniciando la que hoy llaman filosofía de la historia. Combatió rigurosamente los errores de su tiempo, y redujo a forma sistemática la doctrina evangélica, de tal modo que a él se le puede considerar como padre de la dogmática latina.
Él indujo al tarraconense Paulo Orosio a demostrar a los Paganos que las culpas humanas habían sido siempre castigadas con gravísimas desventuras, y que no eran una excepción las de entonces. También Salviano, cura de Marsella, demuestra en el Gobierno de Dios cuán sin razón se juzga el bien y el mal; deplora las desdichas de entonces, pero señala en los Bárbaros invasores virtudes olvidadas en el imperio, deduciendo que no era extraño que prevaleciesen.
San Paulino, san Severino y san Próspero cantaron los dogmas y los ritos cristianos. El español Prudencio tiene pasajes graciosos y conmovedores en un poema contra los herejes y dos libros de lírica. Sidonio Apolinar, ilustre lionés, describió la vida de los hijos de la Auvernia. De Lactancio, o de Venancio Fortunato quedan dos composiciones sobre la Pasión de Cristo.
Más acertados anduvieron siempre los poetas que, apartándose de las imágenes y del estilo de los clásicos, se abandonaban a la inspiración interna, expresando la alegría o la tristeza de los fieles.

78.- Ciencias. Bellas Artes
En vano se esperó ver restaurada por Juliano la filosofía neo-platónica, que se había corrompido con la mezcla de las ciencias cabalísticas y de la teúrgia, es decir con la tradición oral de ciertas verdades, arcanamente custodiadas por algunos iniciados. Ni Platón ni Aristóteles tenían puros secuaces.
Historiadores En época de tantas vicisitudes, ningún historiador salió a delinear el mundo que caía y el que entraba. Aurelio Víctor escribió un descarnado compendio de los acontecimientos romanos desde Augusto hasta Juliano, y algunas vidas de personajes ilustres. Eutropio dejó un Breviario de la historia romana hasta Joviano. Zósimo la escribió desde Augusto hasta Teodosio el joven, mostrando la decadencia como Polibio había expuesto el engrandecimiento de Roma. Marcelino de Antioquía, que en treinta y un libros prosigue desde donde concluye Tácito hasta la muerte de Valente, omitiendo cosas importantes y narrando otras inútiles, es de consideración porque es único; después de él no aparecen más que compiladores y cronistas.
Después de Eusebio de Cesarea, hubo otros que expusieron la historia de la Iglesia; pero se han perdido sus escritos, o son de poca monta, exceptuando a Teodorato de Antioquía, que describió con erudición las diferentes herejías sustentadas del año 325 al 429. Sulpicio Severo escribió la vida de san Martín con tranquila sobriedad, por lo cual se le llamó el Salustio cristiano. San Epifanio enumera 80 herejías y el modo de curarlas.
En Armenia, Moisés de Koren y David trazaron la historia y la ciencia de su país.
Geografía Tampoco progresó la Geografía, como se podía esperar de tanta mezcolanza de pueblos. Teodosio hizo medir a lo largo y a lo ancho las provincias, sobre cuyo trabajo se hizo un mapa del imperio. En el siglo XV fue hallado en Germania un plano de los caminos romanos, adquirido por Conrado Peutinger, por cuyo motivo lleva el nombre de Tabla peutingeriana, que no se sabe positivamente si es de aquella época. Los dos Itinerarios llamados de Antonino son posteriores a Constantino.
Paladio dio reglas de agricultura; Julio Fírmico acumuló sueños astrológicos; Pappo escribió colecciones matemáticas. En las matemáticas apoyaba la filosofía la bella Hipatia de Alejandría, muy ensalzada entonces, y tan partidaria del paganismo, que el pueblo la degolló.
Reunieron tratados del arte de la guerra Onesandro, Higinio, Polieno y Julio Africano; pero sobre ellos está Vegecio, quien expuso ordenadamente cuanto se refiere a este arte, y dio buenas sugestiones.
La medicina se perdía en encantamientos y fórmulas. Después de Constantino hubo médicos de corte, y Valentiniano II destinó un médico para cada uno de los 14 barrios de Roma.
Arquitectura La arquitectura romana está principalmente caracterizada por el arco, cuya curva debía completar el semicírculo, y tal la mantuvieron los artistas, aunque la mayor parte eran griegos. La columna, parte primaria de la arquitectura griega, no quedó en Roma más que como un ornamento destinado a interrumpir el muro continuado que debía sostener el peso perpendicular y la presión oblicua de la bóveda. Pudo, pues, elevarse sobre un pedestal, como en los arcos de triunfo, apoyando lo que era ya sostenido por el muro. En el uso de las otras partes se introdujeron también innovaciones, o, si se quiere, desviaciones; son muchos, efectivamente, los defectos que presentan los edificios de los últimos tiempos, como el palacio de Spalatro, el arco de Constantino en Roma, y los edificios de Constantinopla; bien o mal se mezclaban a veces con lo nuevo de las construcciones obras procedentes de edificios anteriores, y hasta estatuas a las cuales se cambiaba la cabeza.
Arte cristiano En tan míseras condiciones nacía el arte cristiano, y se valía de las degeneradas tradiciones. Después de Constantino, con frecuencia se convirtieron al culto cristiano los templos antiguos y las termas, y aun con más frecuencia las basílicas, esto es, los pórticos donde la gente se reunía para los mercados y los juicios, y cuya anchura era más a propósito para la afluencia de los fieles, que los pequeños templos. Cuando podían escoger, los Cristianos preferían construir la iglesia en una altura, en dirección hacia Levante a fin de que al orar, se volviesen al sol naciente, y con formas rituales indeclinables. En primer término se hallaba un atrio, donde se enterraba a los creyentes, y donde aguardaban los penitentes y los catecúmenos. En la nave central se celebraban las ceremonias religiosas, la lectura y los cantos. El sagrario estaba separado de lo restante del templo por un arco triunfal, donde se echaba un velo para cubrir los misterios más augustos. Debajo estaba la confesión, cripta de los huesos de los mártires, en la que se apoyaba el altar único, consagrado al único Dios.
Detrás del altar se alzaba la cátedra del obispo, en el centro del ábside. A la extremidad de las naves menores se hallaban el senatorium y el matroneum, para los patricios y las damas.
Como se empleaban columnas arrancadas de diversos edificios, y por consiguiente desiguales, se desterró el arquitrabe y se echaron de una a otra arcos que partían inmediatamente de su cima.

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