.

.

.

.

.

EL ARTE OSCURO

↑ Grab this Headline Animator

GOTICO

↑ Grab this Headline Animator

lunes, 4 de abril de 2011

El puente del troll -- Terry Pratchet






Terry Pratchet - El puente del troll



El viento soplaba en las montañas y llenaba el aire de diminutos cristales de
hielo.
Hacia demasiado frío para nevar. Cuando el tiempo estaba así, los lobos bajaban
a los pueblos y, en el corazón de los bosques, los árboles explotaban al
congelarse.
Cuando hacía un tiempo así, la gente sensata permanecía en sus Casas, frente al
hogar, y se contaban historias sobre héroes.
Eran un viejo caballo y un viejo jinete. El caballo parecía una tostadora
empaquetada al vacío; el hombre tenía el aspecto de que el único motivo por el
que no caía de su montura era que no podía reunir las fuerzas necesarias para
ello. A pesar del cortante viento helado, sólo iba vestido con una corta falda
de piel y un vendaje sucio en una rodilla.
Se quitó una empapada colilla de los labios y la aplastó contra la otra mano.
–Está bien, vamos a hacerlo –dijo.
–Para ti es muy fácil –contestó el caballo–. Pero ¿y si tienes uno de tus
ataques de vértigo? Y últimamente tienes la espalda fatal. ¿Cómo me sentiré, si
nos devoran porque tienes un tirón en la espalda en un mal momento?
–Eso no pasará –aseguró el hombre.
Se deslizó hasta las heladas piedras y sopló sobre sus dedos. Luego sacó del
fardo una espada con un filo que parecía una sierra mal conservada y asestó unos
mandobles en el aire con escasa convicción.
–Todavía conservo mi viejo estilo –comentó.
El hombre hizo una mueca y fue a apoyarse en un árbol.
–Juraría que esta maldita espada es más pesada cada día.
–Tendrías que volver a guardarla –le aconsejó el rocín–. Ya basta por hoy.
¡Hacer estas cosas a tu edad! No está bien.
El hombre puso los ojos en blanco.
–Jodida subasta! Esto es lo que me pasa por comprar algo que perteneció a un
mago –maldijo, dirigiéndose al frío mundo en general– Te miré los dientes y los
cascos, pero no se me ocurrió escuchar.
–¿Quién crees que estaba pujando contra ti? –replicó el equino. Cohen el Bárbaro
siguió apoyado en el árbol. No estaba totalmente seguro de poder volver a
enderezarse.
–Debes de tener muchos tesoros escondidos –supuso el caballo–. Podríamos ir
hacia el Límite. ¿Qué te parece? Es bonito y hace calor. Un bonito y caluroso
lugar, con una playa, ¿eh? ¿Qué me dices?
–No hay ningún tesoro –declaró Cohen–. Me lo gasté todo. En bebida. Lo di todo.
Lo perdí.
–Debiste haber guardado algo para la vejez.
–Jamás pensé que llegaría a la vejez.
–Algún día morirás –dijo el caballo–. Podría ser hoy.
–Ya lo se'. ¿Por qué crees que he venido aquí?
El equino se giró y miró hacia el barranco. Allí, el camino era tortuoso y
difícil de seguir. Unos árboles jóvenes se abrían paso entre las piedras. El
bosque estaba apiñado a ambos lados. En unos años más, nadie sabría que allí
había habido un sendero. Por su aspecto, tampoco lo sabía nadie ahora.
–¿Has venido aquí a morir?
–No. Pero hay algo que siempre he querido hacer. Desde que era un muchacho.
–¿Ah, sí?
Cohen intentó incorporarse. Los tendones lanzaron mensajes candentes por sus
piernas.
–Mi padre... –chilló. Luego recuperó el control–. Mi padre me dijo... –Pugnó por
tomar aire.
–Hijo... –trató de ayudarlo el caballo.
–¿Qué?
–Hijo. Ningún padre llama a su chaval «hijo» a menos que esté a punto de
impartirle algo de su sabiduría. Todo el mundo lo sabe.
–Son mis recuerdos.
–Perdón.
–Me dijo: «Hijo...». Sí, vale. «Hijo, cuando venzas a un troll en combate
singular, podrás hacer cualquier cosa.»
El caballo parpadeó. Luego volvió a examinar el sendero entre los les hasta la
profundidad del barranco. Allí había un puente de piedra
Tuvo un horrible presentimiento.
Pateó nerviosamente el suelo con los cascos.
–Vamos hacia el Límite –insistió–, Es bonito y hace calor.
–No.
–¿Qué ganamos matando a un troll? ¿Qué conseguirás con eso?
–Un troll muerto. De eso se trata. En cualquier caso, no es necesario matarlo.
Basta con vencerlo. Uno contra uno. Mano a... troll. Si no lo intento, mi padre
se revolverá en la tumba.
–Me dijiste que te expulsó de la tribu cuando tenías once años.
–Lo mejor que pudo haber hecho jamás. Me enseñó a volar con las alas de otros.
Ven aquí, ¿quieres?
El caballo se puso a su lado. Cohen se agarró a la silla y se incorporó.
–Y tú quieres luchar hoy con un troll... –rezongó el equino.
Cohen rebuscó en el saco y extrajo la bolsa de tabaco. El viento sacudió el
papel de fumar mientras enrollaba un cigarrillo.
–Eso es –asintió.
–Y hemos hecho todo este camino para eso.
–Teníamos que hacerlo –dijo Cohen–. ¿Cuándo fue la última vez que viste un
puente con un troll debajo? Cuando yo era un chaval, había a cientos. Ahora hay
más trolls en las ciudades que en las montañas. La mayoría, gordos como cerdos.
¿Para qué combatimos en tantas guerras? Ahora... cruza ese puente.
Era un puente solitario sobre un río poco profundo, espumoso y traicionero en un
hondo valle. La clase de lugar donde uno se topa con...
Una figura gris saltó sobre el parapeto y cayó con los pies separados frente al
caballo. Blandía un garrote.
–Está bien –gruñó.
–Oh... –empezó el caballo.
El troll parpadeó. Incluso los cielos fríos y nubosos del invierno reducían
seriamente la conductividad del cerebro de silicona de un troll. Tardó todo este
tiempo en darse cuenta que no había nadie en la silla
Parpadeó de nuevo, porque sintió de pronto la punta de un cuchillo en el cogote.
–Hola –saludó una voz junto a su oreja.
El troll tragó saliva. Pero con mucho cuidado.
–Mira, esto es una tradición, ¿vale? –dijo a la desesperada–. En un puente como
éste, la gente tiene que esperar que aparezca un troll.
»Por cierto –añadió, cuando otro pensamiento llegó a duras penas ¿cómo es que no
te he oído acercarte?
–Porque esto lo hago bien –repuso el viejo.
–Eso es verdad –confirmó el rocín–. Se ha acercado sigilosamente a otros hombres
más veces de las que tú has asustado a tus cenas.
El troll se arriesgó a mirarlo de reojo.
–¡Por todos los demonios! –susurró–. Te crees que eres Cohen el Bárbaro, ¿no?
–¿Y tú qué crees? –dijo Cohen el Bárbaro.
–Escucha –intervino el caballo–, si no se hubiese envuelto las rodillas con
vendas, lo habrías descubierto por el crujir de sus huesos.
El troll necesitó un cierto tiempo para entenderlo.
–¡Oh, vaya! –exclamó jadeante–. ¡En mi puente! ¡Vaya!
–¿Qué? –preguntó Cohen, El troll se zafó de la presa y agitó las manos
frenéticamente.
–¡Está bien! ¡Está bien! –gritó mientras Cohen avanzaba–. ¡Ya me tienes! ¡Ya me
tienes! ¡No voy a resistir! Sólo quiero llamar a mi familia, ¿de acuerdo? De lo
contrario, nadie me creerá. ¡Cohen el Bárbaro! ¡En mi puente!
Su pecho, enorme y duro como una piedra, se hinchó aun mas.
–Mi jodido cuñado siempre está fardando de su jodido puente de madera –añadió–,
y mi mujer no sabe hablar de otra cosa. ¡Ja! Me gustaría verle la cara ahora...
¡Oh, no! ¿Qué vas a pensar de mí?
–Buena pregunta –dijo Cohen.
El troll soltó el garrote y estrechó la mano a Cohen.
–Me llamo Mica –se presentó–. ¡Qué gran honor! –Se asomó al parapeto y
vociferó–: ¡Berila! ¡Sube! ¡Y trae a los niños!
Cuando se volvió hacia Cohen, el rostro del troll estaba resplandeciente de
felicidad y orgullo.
–Berila siempre dice que tendríamos que mudarnos, encontrar algo mejor; pero yo
le contesto que este puente ha sido de nuestra familia durante generaciones.
Siempre ha habido un troll bajo el Puente de la Muerte. Es la tradición.
Una enorme mujer troll con dos niños a cuestas subió por la ribera arrastrando
los pies, seguida de una fila de trolls más pequeños. Todos ellos se alinearon
detrás de su padre y observaron a Cohen con grandes ojos.
–Te presento a Berila –dijo el troll. Su mujer miró ceñuda a Cohen–. Y éste...
–empujó hacia adelante a una copia más pequeña y enfurruñada de sí mismo– es mi
chaval, Pedregal. Una lasca de la vieja roca. Será el que se encargue del puente
cuando yo ya no esté, ¿verdad, Pedregal? ¡Mira, este señor es Cohen el Bárbaro!
¿Qué te parece, eh? ¡En nuestro puente! No sólo tenemos mercaderes ricos y fofos
como tu tío Piritas –añadió el troll, hablando todavía a su hijo mirando por el
rabillo del ojo a su mujer–: tenemos héroes de verdad, como en los viejos
tiempos.
La mujer del troll miró a Cohen de arriba abajo.
–¿Es rico, éste? –preguntó.
–El dinero no tiene nada que ver –contestó el troll.
–¿Vas a matar a papá? –inquirió Pedregal, suspicaz.
–¡Pues claro que sí! –afirmó Mica con severidad–. Es su trabajo. Y luego seré
famoso y me mencionarán en canciones y en cuentos. Éste es Cohen el Bárbaro,
¿comprendes?, no un gilipollas del pueblo. Es un héroe famoso que ha hecho todo
este viaje para vernos, así que mostradle más respeto.
»Lo siento, señor –se disculpó después ante Cohen–. Ya sabe cómo son los chicos
de hoy.
El caballo empezó a reírse con disimulo.
–Bueno, escucha... –empezó Cohen.
–Recuerdo que papá me contó cosas de usted cuando yo era un guijarrito –dijo
Mica–. «Monta sobre el mundo como un "closo"», me decía.
Se produjo un silencio. Cohen se preguntó qué era un «closo» y sinti6 la pétrea
mirada de Berila clavada en él.
–No es más que un viejo –comentó ella–. No me parece un héroe. Si es tan bueno,
¿por qué no es rico?
–Bueno, escucha... –intentó contestar Mica.
–¿Esto es lo que hemos estado esperando todos estos años? –lo interrumpió la
troll–. ¿Por esto hemos estado bajo un puente con goteras? ¿Esperando a gente
que no venia nunca? ¿Esperando a viejos con las piernas vendadas? ¡Tendría que
haber hecho caso a mi madre! ¿Y ahora quieres que deje a mi hijo quedarse
sentado bajo el puente esperando a que venga otro viejo a matarlo? ¿Esto es ser
un troll? ¡Bueno, pues ni hablar!
–¿Quieres escucharme?
–¡Ja! ¡Piritas no tiene viejos! ¡Consigue mercaderes ricos y gordos! Es alguien.
¡Debiste haber ido con él cuando tuviste la ocasión!
–¡Antes comería gusanos!
–¿Gusanos, eh? ¿Desde cuándo podemos permitirnos comer gusanos?
–¿Podemos hablar en privado? –intervino Cohen.
Echó a andar hacia el otro extremo del puente, haciendo oscilar la espada. El
troll lo siguió, caminando sin hacer ruido.
Cohen buscó la bolsa de tabaco. Miró al troll y sostuvo la bolsa en alto
–¿Fumas? –le preguntó.
–Eso puede matarte –repuso el troll.
–Sí. Pero no hoy.
–¡No te quedes todo el día charlando con tus amigotes! –vociferó Berila desde su
lado del puente–. ¡Hoy te toca ir al aserradero! Ya sabes que Chert dijo que no
podría guardarte el empleo si no te tomabas el trabajo en serio!
Mica sonrió a Cohen con un gesto de disculpa.
–Se preocupa mucho por mí –le explicó
–¡No voy a recorrerme el río otra vez para sacarte del lío! –rugió Berila–.
¡Cuéntale lo de los machos cabríos, señor Gran Troll!
–¿Machos cabríos? –se extrañó Cohen.
–No sé nada de esos machos cabríos –dijo Mica–. Siempre está hablando de los
machos cabríos, y yo no sé nada de ellos. –E hizo una mueca.
Observaron cómo Berila se llevaba a los jóvenes trolls por la ribera hasta la
oscuridad que se extendía bajo el puente.
–La cuestión es que no pretendía matarte –declaró Cohen cuando quedaron a solas.
El troll quedó decepcionado.
–¿No?
–Sólo quería tirarte desde el puente y robarte los tesoros que tuvieras.
–¿Sí?
Cohen le dio unas palmadas en la espalda.
–Además –añadió–, me gusta la gente con... buena memoria. Eso es lo que necesita
el país: buena memoria.
–Hago cuanto puedo, señor –repuso el troll, poniéndose firmes–. Mi chaval quiere
ir a trabajar a la ciudad. Le he dicho que ha habido un troll bajo este puente
durante casi quinientos años...
–Así que, si me entregas tu tesoro, seguiré mi camino –prosiguió Cohen.
El rostro del troll se crispó en un súbito ataque de pánico.
–¿Tesoro? No tengo ninguno.
–¡Oh, vamos! ¿Con un puente como el tuyo?
–Si, pero ya nadie baja por el sendero –dijo Mica–. La verdad es que has sido el
primero en varios meses. Berila dice que tendría que haberme ido con su hermano
cuando construyeron la nueva vereda por su puente, pero –levantó la voz– yo
dije: ha habido trolls bajo este puente...
–Ya, ya –lo cortó Cohen.
–El caso es que el puente se está cayendo –continuó el troll–. Y no tienes idea
de lo que cobran los albañiles. ¡Serán cabritos esos enanos! No puede uno
confiar en ellos. –Se inclinó hacia Cohen y agregó en tono confidencial–: Para
ser franco, tengo que trabajar tres días a la semana en el aserradero de mi
cuñado para llegar a fin de mes.
–Creía que tu cuñado vivía bajo un puente.
–Uno de ellos. Pero mi mujer tiene tantos hermanos como los perros tienen pulgas
–explicó el troll, y miró hacia el torrente con desolación–. Uno de ellos es
maderero en Aguas Agrias, otro tiene el puente, el tercero es un gordo
comerciante en Pica Amarga. ¿Te parece trabajo para un troll?
–Pero uno está en el negocios de los puentes.
–¿El negocio de los puentes? ¿Sentado sobre una caja todo el día haciendo pagar
una pieza de plata a los viajeros que quieren cruzar–¡La mitad del tiempo ni
siquiera está en su sitio! Paga a un enano para que le haga de recaudador. ¡Y se
llama troll! ¡No puedes distinguirlo de un humano a menos que lo mires de cerca!
Cohen asintió, comprensivo.
–¿Sabes que tengo que ir a cenar con ellos cada semana? –prosiguió el troll–.
¿Con los tres? Y tener que escucharles que hay que adaptarse a los tiempos...
–Qué hay de malo en ser un troll bajo un puente? –agregó, mirando con tristeza a
Cohen–. Me crié para ser un troll bajo un puente, y quiero que Pedregal sea un
troll bajo un puente cuando yo ya no esté. ¿Qué hay de malo en eso? Si no, ¿qué
sentido tiene todo? ¿Para qué vivimos?
Se recostó en el parapeto con gesto abatido, mirando hacia las espumosas aguas.
–¿Sabes? –dijo Cohen despacio–, recuerdo la época en que un hombre podía
cabalgar desde aquí a las Montañas Afiladas y no ver ningún otro ser vivo.
–Paseó los dedos por la espada y añadió–: Al menos, ninguno en un largo trecho.
Tiró la colilla al agua y continuó:
–Ahora, todo son granjas. Pequeñas granjas dirigidas por gente pequeña. Y vallas
por todas partes. Mires donde mires, verás granjas, vallas y gente pequeña.
–Ella tiene razón –dijo el troll, continuando su conversación anterior–. No hay
futuro en seguir saltando de debajo de un puente.
–No tengo nada contra las granjas, por supuesto –prosiguió Cohen–. Ni contra los
granjeros. Tiene que haberlos. Lo malo es que antes estaban muy lejos, en los
límites. Ahora esto es el límite.
–Siempre hacia atrás –declaró el troll–. Siempre cambiando. Como mi cuñado
Chert. ¡Un aserradero! ¡Un troll dirigiendo un aserradero! ¡Y tendrías que ver
el lío que está organizando con el bosque de las Sombras Cortadas!
Cohen, sorprendido, levantó la mirada.
–¿Cuál, el de las arañas gigantes?
–¿Arañas? Ya no hay arañas allí. Sólo tocones de árbol.
–¿Tocones? ¿Tocones? Me gustaba ese bosque. Era... bueno, era oscuro Hoy en día
ya no se encuentra un bosque sombrío. En un bosque como ése se sabía lo que era
sentir terror.
–Quieres sombras? Lo está replantando con abetos rojos –dijo Mica
–¡Abetos!
–No es idea suya. No distingue un árbol de otro. Todo se le ocurrió a Arcilla.
Él lo enredó.
Cohen sintió un mareo.
–¿Y quién es Arcilla?
–Te he dicho que tengo tres cuñados, ¿no? Este es el comerciante. Dijo que, si
se replantaba, sería más fácil vender el terreno.
Se produjo una larga pausa mientras Cohen asimilaba la información.
–No se puede vender el bosque de las Sombras Cortadas –dijo por fin–. No
pertenece a nadie.
–Así es. Dice que por eso puede venderlo.
Cohen descargó el puño sobre el parapeto. Una piedra se desprendió y cayó al
barranco.
–Perdón –se excuso.
–No te preocupes. Ya te he dicho que se está cayendo a pedazos.
Cohen se revolvió.
–¿Qué ocurre? Recuerdo todas las grandes guerras del pasado. ¿Tú no? Debiste de
luchar en ellas también.
–Llevaba un garrote, si'.
–Se suponía que todo era por un nuevo y brillante futuro basado en la ley y todo
lo demás. Eso era lo que decía la gente.
–Bueno, yo combatía porque un troll grandullón con un látigo me obligaba –dijo
Mica con cautela–. Pero sé lo que quieres decir.
–Quiero decir que no lo hicimos por los granjeros y los abetos rojos, ¿no?
–Y aquí estoy yo reivindicando este puente –filosofó Mica, con gesto abatido–. Y
tú has hecho todo este camino...
–Y había un rey o algo así –continuó Cohen vagamente, contemplando el agua–. Y
creo que había hechiceros. Pero seguro que había un rey. Estoy casi seguro.
Jamás lo conocí. ¿Sabes? –Sonrió al troll–. No logro acordarme de su nombre. No
creo que me lo dijeran nunca.
Una media hora después, el caballo de Cohen salió de los sombríos bosques a un
páramo desolado y azotado por el viento. Siguió caminando con paso cansino por
un tiempo hasta que dijo:
–Muy bien... ¿Cuánto le has dado?
–Doce piezas de oro –contestó Cohen.
–¿Por qué le diste doce piezas de oro?
–Sólo llevaba doce.
–Debes de estar loco.
–Cuando empecé en este negocio de ser bárbaro –dijo Cohen–, todos los puentes
tenían un troll debajo. Y no se podía atravesar un bosque como el que acabamos
de cruzar sin que una docena de trasgos intentase cortarte la cabeza. –Suspiró–.
Me pregunto qué ha sido de todos ellos.
–Tú sabrás –insinuó el caballo.
–Bueno, vale. Pero siempre creí que habría más. Siempre pensé que habría nuevos
límites.
–¿Cuántos años tienes?
–Ni idea.
–Entonces eres lo bastante viejo para no llamarte a engaño.
–Sí, tienes razón.
Cohen encendió otro cigarrillo y tosió hasta que se le humedecieron los ojos
–¡Se te está ablandando el cerebro!
–Sí,.
–¡Darle hasta tu última moneda a un troll!
–Sí –confirmó Cohen, y lanzó una voluta de humo al sol poniente.
–¿Por qué?
Cohen contempló el cielo. El resplandor rojizo era frío como las laderas del
infierno. Un viento helado cruzó la estepa y sacudió los restos de su melena.
–Por la forma como deberían ser las cosas –respondió.
–¡Ja!
–Por las cosas como fueron antes.
––¡Ja!
Cohen agachó la cabeza. Y sonrió.
–Y por tres direcciones. Algún día moriré –dijo–, pero creo que hoy, no.
El viento soplaba en las montañas y llenaba el aire de diminutos cristales de
hielo. Hacía demasiado frío para nevar. Cuando el tiempo estaba así, los lobos
bajaban a los pueblos y, en el corazón de los bosques, los árboles explotaban al
congelarse. Pero cada vez quedaban menos lobos, y menos bosques.
Cuando hacía un tiempo así, la gente sensata permanecía en sus casas, frente al
hogar.
Y se contaban historias sobre héroes.

No hay comentarios:

AQUI TRABAJAMOS..., DURMIENDO ¡ NO MOLESTAR!

¿QUIERES SALIR AQUI? , ENLAZAME

-

ClickComments