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EL ARTE OSCURO

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GOTICO

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domingo, 22 de mayo de 2011

CABALLEROS, PERMANEZCAN SENTADOS







CABALLEROS, PERMANEZCAN SENTADOS
Robert A. Heinlein

Es misión de los agaráfobos y los claustrófobos colonizar la Luna. O crear agarófílos y claustrófilos, porque los hombres que se lanzan al espacio es mejor que no tengan fobias. Si algo en un planeta, sobre un planeta o en los espacios vacíos que separan los planetas, es susceptible de asustar a 'un hombre, éste hará mejor en no moverse de la madre Tierra. El hombre que quiere vivir su vida alejado de tierra firme debe estar dispuesto a encerrarse en una exigua nave del espacio, sabiendo que puede ser su ataúd, sin desfallecer ante las inmensas extensiones cósmicas. Los hombres del espacio, pilotos, mecánicos y astrogadores, están aficionados a vivir a algunos miles de kilómetros de la biblioteca contigua.
Por otra parte, los colonizadores de la Luna tienen que pertenecer a esa especie de hombres que se siente feliz y a sus anchas viviendo bajo tierra como en una angosta madriguera.
Durante mi segundo viaje a Luna City, fui al observatorio Richardsón, tanto para ver el Gran Ojo como para buscar el argumento de una historia que me pagase mis vacaciones. Presenté mi carnet de periodista, charlé un rato y acabé visitando todo aquello acompañado por el jefe. Fuimos al túnel del norte, que estaba siendo horadado en el lugar del proyectado coronascopo.
Fue una excursión pesada, subimos en un scooter, bajamos a un túnel absolutamente informe, subimos de nuevo saliendo por una compuerta de aire, tomamos otro scooter y repetimos el recorrido. Mister Knowles lo amenizo con su charla.
- Todo esto es provisional - explicó -. Una vez hayamos horadado el segundo túnel, los conectaremos, quitaremos las compuertas de aire, abriremos un paso orientado al Norte en éste, otro orientado al Sur en el otro y se podrá dar la vuelta en menos de tres minutos, lo mismo que en Luna City... o en Manhattan...
-¿Por qué no quitar las compuertas de aire ya? - pregunté mientras entrábamos en la que hacía siete -. Hasta ahora, la presión ha sido la misma en un lado que en el otro de todas ellas.
- ¿Es que quiere usted sacar provecho de una peculiaridad de este planeta para inventar una historia sensacional? - me preguntó, intrigado.
- Mire usted - respondí, sintiéndome ofendido -, pretendo ser de tan confianza como el que más, pero si hay algo en este proyecto que no sea del todo limpio, vámonos de aquí y dejémoslo. No me gusta la censura.
- Cálmese, Jack... - dijo suavemente, llamándome por primera vez por mí nombre de pila; lo observé, pero no dije nada -. Nadie va a censurarle a usted. Estamos encantados de cooperar con ustedes, pero la Luna tiene una reputación demasiado mala; reputación que, por otra parte, no merece.
No contesté.
- Todo trabajo de ingeniería tiene sus azares - prosiguió -, y sus ventajas también. Nuestros hombres no contraen la malaria ni tienen que vigilar las serpientes de cascabel. Puedo enseñarle cifras que le demostrarán que, sí bien se mira, es mejor transportar arena en la Luna que ser jefe de sección en Des Moines, cualquier funcionario corre el riesgo de romperse una pierna cada vez que sale de la bañera.
- Bien, bien... - dije -, ¿conque el lugar es sano? ¿Y cómo andan de cargas?
- Bien. Nada de Compañías financieras, fíjese bien, ni Cámara de Comercio de Luna City, sino los Lloyds de Londres.
- De manera, que conservan las compuertas de aire. ¿Por qué?
- Temblores... - dijo, después de haber vacilado un momento.
Temblores, temblores de tierra, temblores de luna, quiero decir. Miré los muros curvados que se perdían a lo lejos y deseé estar en Des Moines. Nadie quiere ser enterrado en vida, pero si esto ocurre en la Luna... no quisiera correr uno el riesgo. Por muy rápido que le socorren, estallan los pulmones. No hay aire.
- No ocurren muy a menudo, - prosiguió Knowles - pero tenemos que estar preparados. Recuerde que la Tierra tiene ocho veces la masa de la Luna, de manera que las fuerzas de la marea aquí son ocho veces mayores que los efectos de la Luna sobre las mareas de la Tierra.
- Vamos, vamos - dije - No hay agua en la Luna. ¿Cómo puede haber mareas?
- No es necesario que haya agua para sentir la influencia de las mareas. No se preocupe por ello, limítese a aceptarlo. Lo que tenemos es un desequilibrio de fuerzas que puede causar temblores.
- Comprendo - asentí. -. En vista de que en la Luna todo tiene que estar herméticamente cerrado, tienen ustedes que estar al cuidado de los temblores. Estas compuertas son para limitar sus pérdidas.
Comencé a considerarme como una de ellas.
- Sí y no. Las compuertas limitarían las consecuencias de un accidente si se produjese, cosa que, desde luego, no ocurrirá, este lugar es seguro. Prímordialmente nos permitían trabajar en 'una sección del túnel en la que no había presión sin alterar el resto del mismo. Pero hay más que esto; cada una es una junta de expansión temporal. Es posible sujetar una estructura de hormigón armado y dejarla que soporte un temblor, pero una cosa tan larga como este túnel tiene que ceder o de lo contrarío se agrietaría. En la Luna es difícil hacer una juntura flexible.
-¿Y por qué no la goma? - pregunté, sintiéndome dispuesto a la controversia -. En la Tierra tengo un coche que lleva hechos cuatrocientos mil kilómetros, sin embargo, no he tocado jamás los neumáticos desde que me los sellaron en Detroit.
- De ser posible, hubieran hecho ya uno los ingenieros, Jack - dijo Knowles suspirando -. Pero los elementos volátiles que mantienen la elasticidad del caucho tienden a escaparse en el vacío y la goma se endurece. Lo mismo ocurre con los plásticos flexibles. Cuando se exponen a bajas temperaturas, se vuelven frágiles como una cáscara de huevo.
El scooter se detuvo en el momento en que Knowles acababa de hablar y llegamos a tiempo para ver media docena de hombres salir de la compuerta de aire más próxima. Llevaban trajes del espacio, o, mejor dicho, trajes de presión, porque llevaban mangas de conexión de enchufe en lugar de botellas de oxígeno, y no usaban viseras de sol. Los cascos estaban echados atrás y cada hombre asomaba la cabeza por el cierre de cremallera abierto de la parte delantera del traje, lo cual daba la curiosa impresión de que tenía dos cabezas. Knowles llamó a uno de ellos.
¡Hola Konski!
El interpelado se volvió. Era un hombre muy alto y, sin embargo, demasiado obeso para su talla. Calculé que pesaría unos ciento cuarenta kilos en la Tierra.
-¡Ah, es míster Knowles! - dijo, al parecer encantado -. ¡No me diga usted que me han aumentado...!
- Ya está usted ganando demasiado dinero, Fatso Estreché la mano a Jack Arnold. Jack, aquí tiene a Fatso Konski, el mejor aparejador de cuatro planetas.
-¿Sólo cuatro? - preguntó Konski, sacando el brazo de su traje y tendiéndome la mano. Yo le dije que estaba encantado de conocerle y traté de retirar la mano antes de que acabase de triturármela.
- Jack Arnold quisiera ver cómo cierra usted estos túneles - prosiguió Knowles -. Venga con nosotros.
Konski levantó la vista, perplejo.
- Pues... ahora que me lo recuerda usted, mistar Knowles, acabo de terminar mi turno.
- Konski - dijo Knowles -, es usted un hombre codicioso y además poco hospitalario. Está bien.... media paga extraordinaria.
Konski se volvió y comenzó a abrir la compuerta. El túnel que teníamos delante se parecía mucho a la sección que acabábamos de abandonar, excepción hecha de que no había pista de scooters y las luces eran interinas y montadas en extensores. Unos treinta metros más adelante el túnel estaba cerrado por un muro con una puerta circular en medio. El hombre gordo siguió mi mirada.
- Esta es la compuerta móvil explicó -. No hay aíre detrás. Acabamos de horadarlo.
-¿Puedo ver dónde han estado ustedes excavando?
- Antes de que regresemos y le demos un traje, no.
- Moví la cabeza. En el túnel había cosa de una docena de objetos en forma de vejiga, del tamaño y forma de pelotas de niño. Parecían desplazar exactamente su peso de aire, porque flotaban sin delatar tendencia a elevarse o posarse en el suelo. Konski apartó una de su camino y me contestó antes de que yo hablase.
- Esta parte del túnel ha sido - presionada hoy - me dijo. Estos balones-testigo delatan las fisuras y grietas. Por dentro son viscosas. Cuando son aspiradas por una grieta, revientan, y el contenido es aspirado, se hiela y cierra la fisura.
-¿Es permanente esta reparación? - quise saber.
-¿Bromea usted? No hace más que mostrar al obrero dónde tiene que soldar.
- Enséñele una juntura flexible - dijo Knowles.
- Ahora, vamos. - Nos detuvimos a media profundidad del túnel y Konski señaló un segmento circular que corría enteramente alrededor del túnel tubular -. Ponemos- una juntura flexible cada treinta metros. Es tela de cristal empaquetada entre dos secciones de juntas de acero. Da al túnel una cierta flexibilidad.
-¿Tela de cristal? ¿Para hacer un cierre hermético? - objeté.
- La tela no cierra; es por la fuerza de la presión. Hay diez capas de tela con grasa de silicona esparcida entre cada capa. Va estropeándose gradualmente, de fuera a dentro, pero aguanta cinco años o más antes de tener que poner otra capa.
Le pregunté a Konski si le gustaba su trabajo, pensando que quizá me contaría alguna historia, pero él hizo un gesto de indiferencia.
- No está mal. Nada de particular. Sólo una atmósfera de presión. Si piensa uno en cuando estaba trabajando bajo el Hudson...
- Y con una paga de la décima parte de lo que gana aquí - intervino Knowles.
- Míster Knowles, me ofende usted - protestó Konski -. No es el dinero, es el arte del oficio. Tome usted Venus. En Venus pagan igual y el hombre tiene que estar de puntillas. El cieno es tan fluido que se hiela bajo los pies. Hay que trabajar dentro de cajones neumáticos. La mitad de estos muchachos son sólo mineros; el menor contratiempo los asustaría.
- Dígale usted por qué se marchó de Venus. Fatso.
Konski adoptó una expresión de dignidad.
- ¿Vamos a ver la coraza amovible, señores? - dijo.
Seguimos avanzando durante algún tiempo y yo sentía deseos de retroceder. No había gran cosa que ver y cuanto más veía menos me gustaba. Konski estaba abriendo la puerta de la compuerta de aire que llevaba al otro lado cuando algo ocurrió.
Me encontré de manos y rodillas en el suelo y todo estaba negro como un pozo. Quizá grité, no lo sé. Oí una especie de silbido en los oídos. Traté de levantarme, pero permanecí donde estaba. Era la oscuridad más oscura que jamás había visto. Unas tinieblas completas. Creí que me había vuelto ciego.
El destello de luz de una lámpara brilló, me buscó y se apartó.
-¿Qué ha sido? ¿Qué ha ocurrido? ¿Un temblor del suelo - grité.
-¡No chille más! - me contestó la voz de Konskí -. Nada de temblores, ha sido una especie de explosión. Míster Knowles, ¿está usted bien?
- Así lo espero. ¿Qué ha ocurrido? Le faltaba aliento.
- No lo sé. Vamos a ver. - Konski se levantó y enfocó su lámpara alrededor del túnel, silbando levemente. Era de las accionadas a mano y flaqueaba la luz.
- Parece hermético, pero he oído... ¡Ah, ah, vaya!...
El chorro de luz enfocaba una parte de la junta flexible, cerca del suelo.
Los globos testigo iban juntándose en aquel sitio. Había ya tres; los demás se acercaban lentamente. Mientras estábamos mirando, uno de ellos estalló y se convirtió en una masa viscosa que marcó la fisura.
El agujero aspiró el balón reventado y comenzó a silbar. Otro se acerco a aquel punto, anduvo rondando y reventó a su vez. Esta vez la grieta necesitó un poco más de tiempo para absorber la masa viscosa. Konski me pasó la lámpara.
- Siga dándole, amigo.
Sacó el brazo del traje y colocó la mano sobre el punto en el cual en aquel momento un tercer globo estallaba.
-¿Qué le parece, Fatso? - preguntó Knowles.
- No puedo decirlo. Parece un agujero del tamaño de mi pulgar. Chupa como un demonio.
-¿Cómo puede haberse producido un agujero así?
- Que me registren. Habrá sido desde fuera, quizá.
-¿Ha localizado usted la grieta?
- Creo que sí. Vaya allí y compruebe la presión. Jack, déle a la luz.
Knowles se fue apresuradamente hacia la compuerta. Al cabo de un instante gritó:
-¡Presión normal!
-¿Puede usted leer el vernier?
- Desde luego, está normal.
-¿Cuánto hemos perdido?
- No más de quinientos gramos o un kilo. ¿Cuál era la presión antes?
- Normal terrestre.
- Hemos perdido quinientos gramos cuatro décimas, entonces.
- No está mal. Siga adelante, míster Knowles. Detrás de la compuerta de la próxima sección hay un armario de herramientas; tráigame un parche del tres o mayor.
- Bien.
Oímos abrirse la puerta y volverse a cerrar, y de nuevo nos encontramos sumidos en una oscuridad total. Yo debí de meter algún ruido, porque Konski me dijo que me callase. De nuevo oímos la puerta y la bendita luz reapareció.
-¿Lo tiene? - dijo Konski.
- No... Fatso, no. - La voz de Knowles temblaba. - No hay aire del otro lado. La puerta no se abre.
-¿Destrozada, quizá?
- No, he comprobado el manómetro. No hay presión del otro lado.
Konski lanzó otro silbido.
- Por lo visto tendremos que estropearlo para que vengan a por nosotros. En este caso... sostenga la lámpara sobre mí, míster Knowles. Jack, ayúdeme a quitarme este traje.
-¿Qué proyecta usted hacer?
- Si no puedo conseguir un parche, tendré que hacerlo, míster Knowles. Este traje es lo único que tenemos.
Comencé a ayudar a quitárselo, tarea difícil, porque tenía que mantener la mano en la fisura.
- Podría usted meter mi camisa en el agujero - dijo Knowles.
- Sería como querer beber agua con un tenedor. Tiene que ser el traje; no tenemos nada más aquí que aguante la presión -. Una vez se hubo quitado el traje hizo que yo alisase la parte de la espalda; después, en el momento en que él quitó la mano de la fisura, yo coloqué el traje sobre ella. Konski se sentó inmediatamente sobre el traje. - Bien - dijo alegremente -, ya lo hemos tapado. No nos queda más que esperar.
Yo iba a preguntarle por qué no se había sentado sobre el escape cuando llevaba el traje, cuando me di cuenta de que el fondillo del traje estaba arrugado por la aspiración; necesitaba un trozo liso para sujetar la materia viscosa dejada por los globos.
- Déjeme ver su mano - dijo Knowles.
- No es gran cosa. Pero Knowles se la examinaba, sin embargo. La miró y se sintió desfallecer. Tenía una marca como un estigma en la palma, una herida sanguinolenta, que rezumaba. Knowles le hizo un vendaje con su pañuelo y empleó el mío para sujetarlo.
- Gracias, señores nos dijo Konski. Y añadió:
- Tenemos que matar el tiempo. ¿Qué les parece un pequeño pinacle?
-¿Con sus cartas? - preguntó Knowles.
-¡Cómo, mister Knowles! Bien... no importa. De todos modos no está bien que los pagadores jueguen. Hablando de pagadores, ¿se da usted cuenta ahora de que éste es un trabajo a presión, míster Knowles?
-¿Por una diferencia de quinientos gramos cuatro décimas?
- Estoy seguro de que el sindicato lo juzgará así... dadas las circunstancias.
-¿Quiere usted que me siente en la grieta?
- Es que la tarifa se aplica a los ayudantes también.
- Bien, hombre, bien... triple tiempo, entonces.
- Esto está más de acuerdo con su generosa naturaleza, míster Knowles. Espero que tengamos una larga espera.
-¿Cuánto cree usted que durará, Fatso?
- Pues... no creo que necesiten más de una hora, aunque tengan que venir de Richardson.
-¡Hem!... ¿Qué le hace a usted creer que nos buscarán?
-¿Cómo? ¿Es que su oficina no sabe dónde está?
- Temo que no. Les dije que no volvería, hoy.
Konski quedó pensativo.
- No he entregado mi tarjeta de entrada. Sabrán que estoy dentro todavía.
- Con seguridad... mañana, cuando su tarjeta no aparezca en la oficina.
- Hay el tipo ése de la puerta. Sabe que hay tres personas dentro.
- Si se acuerda de decírselo a su relevo. Y con tal de que no lo haya pescado dentro también.
- Si, es verdad... - dijo Konski pensativo
Jack - añadió después de una pausa -, deje usted de accionar la lámpara. No hace más que gastar oxígeno.
Permanecimos sentados en la obscuridad durante largo tiempo, pensando en qué podía haber ocurrido. Konski estaba seguro de que fue una explosión; Knowles dijo que aquello le recordaba una vez en que vio un cohete de carga estrellarse contra el suelo. Cuando la conversación comenzó a languidecer, Konski contó algunas historias. Yo traté de contar una, pero estaba tan nervioso, tan asustado, debería decir, que no pude recordar el final. Tenía ganas de gritar. Después de un largo silencio, Konski dijo:
- Jack, encienda otra vez la luz. Se me ocurre una idea.
-¿Cuál es? - preguntó Knowles.
- Si tuviésemos un parche podría usted ponerse mi traje e ir en busca de auxilio.
- No tenemos oxígeno para el traje.
- Por esto, lo he mencionado a usted. Es el más pequeño... debe de haber aire suficiente en el traje para pasar a la sección contigua.
- Bien, perfectamente. ¿Y qué van a emplear como parche?
- Me sentaré encima.
-¿Eh?
- Sobre este adminículo voluminoso y redondo sobre el que me siento. Me quitaré los pantalones. Si meto una de las piernas en el agujero, le garantizo que quedará bien obstruido.
- Pero... no, Fatso, no puede ser. Mire lo que le ha pasado en la mano. Tendrá usted una hemorragia a través de la piel y se desangrará antes de que yo regrese.
- Le apuesto doble contra sencillo a que no. Cincuenta, digamos.
- Y si gano, ¿cómo cobraré?
- Es usted muy agudo, míster Knowles. Pero, mire... tengo una capa de grasa de cinco centímetros. No sangraré mucho, una marca como una fresa, todo lo más.
- No es necesario - dijo Knowles, moviendo la cabeza -. Si no nos movemos, tenemos aire para varios días.
- No es el aíre, míster Knowles. ¿No nota que va haciendo frío?
Yo lo había notado, pero no le di importancia. En mi angustia y temor, tener frío me parecía una cosa sumamente normal. Ahora me fijaba en ella. Cuando perdimos el cable de energía perdimos los caloríferos también. Iría haciendo frío y más frío... y más frío todavía. Mister Knowles lo comprendió así también.
- O. K. Fatso, vamos a ello.
Me senté sobre el traje, mientras Konskí se preparaba. Cuando se hubo quitado los pantalones, cogió uno de los globos, lo reventó y untó con la materia viscosa interior la pernera derecha. Después se volvió hacía mí.
- Listos, muchacho, a salir del nido. - Hicimos el parche bien sujeto, sin perder mucho aíre, pese a que la fisura silbaba con furia. - Cómodo como un sillón de brazos amigos. - Sonrió.
Knowles se metió apresuradamente en el traje y se marchó, llevándose la luz. De nuevo quedamos en la oscuridad.
Al poco rato oí la voz de Konski.
- Hay un juego que podríamos jugar en la oscuridad, Jack. ¿Juega usted al ajedrez?
- Sí, si, lo juego.
- Es interesante. Yo solía jugarlo en la cámara de descompresión cuando trabajaba bajo el Hudson. ¿Qué le parece uno de a veinte sólo por darle interés?
- Perfectamente.
Hubiera podido decir uno de a cien, me tenía sin cuidado.
- Muy bien. Peón rey a tercera rey.
- Peón rey a cuarta rey.
-¿Un poco convencional, verdad? Me recuerda una muchacha a quien conocí en Hoboken... - Lo que me contó respecto a ella no tenía nada que ver con el ajedrez, si bien demostraba que la muchacha era convencional en cierta manera. - Alfil de rey a alfil cuarta dama. - Recuerdo que le hablé de su hermana también. Parece que no siempre había sido pelirroja, pero quería que la gente lo creyese. Así, pues... perdone. Juegue usted.
Traté de pensar, pero mi cabeza daba vueltas.
- Peón tercera dama.
- Dama tercera alfil. De todos modos... - siguió dando detalles precisos. La cosa no era nueva y dudo que le hubiese ocurrido jamás a él; me entretenía. Sonreí, allá, en las tinieblas -. Usted juega - añadió.
- No me acordaba del tablero. Decidí estar dispuesto a enrocar, siempre prudente a principio de juego -. Caballo de dama tres alfil.
- Dama toma peón alfil rey, mate. Me debe usted veinte dólares, Jack.
-¿Eh? ¿Cómo puede ser?
-¿Quiere que comprobemos las jugadas?
Las comprobé tratando de imaginármelas, después dije:
-¡Me llamaría cualquier cosa! ¡Pero si me ha dado usted el mate del pastor!
- Hubiera usted debido de pensar en mi dama - dijo, riéndose -, en lugar de la pelirroja.
Yo me eché a reír de todo corazón.
-¿No conoce usted más historias?
-¡Seguro! - Contó otra. Pero cuando le insté a que siguiese, dijo: - Me parece que voy a descansar un rato -, Jack.
-¿Se encuentra bien, Fatso? - dijo lo levantándome. No me contestó y me acerqué a él en la obscuridad. Tenía el rostro frío y no me contestó cuando le toqué. Cuando puse mi oído en su pecho sentí su corazón latir muy débilmente, pero sus manos y sus pies estaban como el hielo.
Tenía que desabrocharlo, estaba helado. Sentí el hielo, pero sabía que tenía que ser sangre. Traté de reanimarlo fríccionándolo, pero el silbido de la fisura me detuvo. Me quité también los pantalones, sentí un pánico terrible antes de encontrar el hueco y me senté en la oscuridad con la nalga izquierda bien apretada contra la grieta.
La abertura me aspiró como una ventosa helada. Después sentí el fuego morder mi carne. Al cabo de un rato ya no pude sentir nada, a excepción de un dolor de embotamiento y frío.
Había luz en alguna parte. Centelleaba, después desaparecía de nuevo. Oí una puerta cerrarse. Comencé a gritar.
-¡Knowles! - chillé -. ¡Míster Knowles!
La luz centelleó de nuevo.
-¡Allá voy, Jack...! -
-¡Oh, ha sido usted! ¡Usted ha sido! - comencé a sollozar.
- No he sido yo, Jack. No podía alcanzar la segunda sección. Cuando llegué a la compuerta perdí el sentido. - Hizo una pausa para sollozar. - Hay Un cráter... - La luz vaciló y cayó con un golpe al suelo. - ¡Ayúdeme, Jack! - dijo lamentándose -. ¿No ve usted que necesito ayuda? He tratado de...
Lo oí tropezar y caer. Lo llamé, pero no me contestó.
Traté de levantarme, pero sentí un fuerte golpe, como el de un tapón de una botella...
Volví en mí, boca abajo, tendido sobre una sábana limpia.
-¿Se siente mejor? - preguntó alguien. Era Knowles, de pie al lado de mi cama, vestido con un albornoz.
- Está usted muerto - le dije.
- Ni por asomo. Nos encontraron a tiempo - dijo con una mueca.
-¿Qué ocurrió?
Yo le miraba, sin dar crédito a mis ojos.
- Lo que pensamos, un cohete que estalló. Un cohete correo sin piloto perdió el control y pegó en el túnel.
-¿Dónde está Fatso?
-¡Eh!
Volví la cabeza y vi a Konski, boca abajo, como yo.
- Me debe usted veinte dólares - dijo alegremente.
- Le debo... - Me di cuenta de que mis lágrimas corrían sin razón - aparente. - O. K. La debo veinte dólares. Pero tendrá usted que venir a Des Moines a cobrarlos.
FIN


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