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EL ARTE OSCURO

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sábado, 17 de mayo de 2008

LOS DOCE TRABAJOS DE HERCULES- TRABAJO 6

Trabajo 6

Apoderándose del cinturón de Hipólita*


Virgo (22 Agosto ‑ 21 Septiembre)



El Mito

El Gran Presidente llamó hacia él al Maestro que vigilaba a Hércules. "El tiempo se acerca”, dijo, "¿Cómo se conduce el hijo del hombre que es un hijo de Dios? ¿Está nuevamente preparado para aventurarse y probar su temple con un adversario de una clase diferente? ¿Puede pasar ahora el sexto Gran Portal?”

Y el Maestro respondió: "Sí”. Él estaba seguro dentro de sí mismo que cuando el mandato saliera, el discípulo procedería a trabajar nuevamente, y esto se lo dijo al Gran Presidente dentro de la Cámara del Concilio del Señor.

Y entonces surgió la orden. "Levántate, Oh, Hércules, y pasa el sexto gran Portal". Otra orden surgió asimismo, aunque no para Hércules, sino para aquéllos que habitaban en las riberas del gran mar. Ellos oyeron y escucharon.

En esas riberas habitaba la gran reina, la cual reinaba sobre todas las mujeres del mundo entonces conocido. Ellas eran sus vasallos y sus osados guerreros. Dentro de su reino no se encontraba un solo hombre. Sólo las mujeres se reunían alrededor de su reina. Dentro del templo de la luna profesaban diariamente su culto y allí hacían sacrificios a Marte, el dios de la guerra.

Ellas venían de regreso de su visita anual a la tierra de los hombres. Dentro de los recintos del templo esperaban la orden de Hipólita, su reina, quien estaba de pie sobre las gradas del altar mayor, llevando el cinturón que le había dado Venus, la reina del amor. Este cinturón era un símbolo, un símbolo de la unidad lograda a través de la lucha, el conflicto, la contienda, un símbolo de la maternidad y del Niño sagrado hacia quien toda vida humana realmente se vuelve.

"Ha llegado la noticia”, dijo ella, "que por su camino viene un guerrero cuyo nombre es Hércules, un hijo de hombre y no obstante un hijo de Dios; a él le debo entregar este cinturón que uso. ¿Obedeceré la orden, Oh, amazonas, o combatiremos la palabra de Dios?” Y mientras ellas escuchaban sus palabras y mientras reflexionaban acerca del problema, nuevamente surgió una voz, diciendo que él estaba allí, con anticipación, esperando apoderarse del sagrado cinturón de la aguerrida reina.

Delante del hijo de Dios quien era asimismo un hijo de hombre, se presentó Hipólita, la reina guerrera. Él combatió y luchó contra ella y no escuchó las bellas palabras que ella se esforzaba por decir. Él le arrancó el cinturón, ofrecido en obsequio como símbolo de unidad y de amor, de sacrificio y de fe. Aún, apoderándose del cinturón, la mató, matando a quien le daba lo que él quería. Y mientras él permanecía al lado de la reina agonizante, horrorizado por lo que había hecho, oyó hablar a su Maestro:

"Hijo mío, ¿por qué matar lo que se necesita, está cercano y es querido? ¿Por qué matar a quien amas, la dadora de dignos obsequios, custodio de lo posible? ¿Por qué matar a la madre del sagrado niño? Otra vez, advertimos un fracaso. Otra vez no has entendido. Redímete ahora mismo, y busca otra vez mi rostro".

Se hizo el silencio y Hércules, llevando el cinturón sobre su pecho, buscó el camino hacia el hogar dejando a las mujeres lamentándose, privadas de dirección y de amor.

* * *

Hércules fue nuevamente hacia las costas del gran mar. Cerca de la costa rocosa vio un monstruo del abismo, sosteniendo entre sus mandíbulas a la pobre Hesione. Sus agudos gritos y quejidos se elevaban al alto cielo y herían los oídos de Hércules, entregado a la pena y no conociendo el sendero que pisaba. Él se lanzó prontamente en su ayuda, pero ya era demasiado tarde. Ella desapareció dentro de la garganta cavernosa de la serpiente marina, ese monstruo de mala fama. Pero olvidándose de sí mismo, este hijo del hombre que era un hijo de Dios, enfrentó resueltamente las olas y alcanzó al monstruo, quien, volviéndose hacia el hombre con rápido ataque y fuerte rugido, abrió su boca. Dentro del rojo túnel de su garganta se lanzó Hércules, en busca de Hesione; encontrándola en lo profundo del vientre del monstruo. La tomó con su mano izquierda, y la sostuvo estrechamente, mientras con su fuerte espada abría camino desde el vientre de la serpiente a la luz del día. Y así la rescató, compensando su previo acto de muerte. Pues así es la vida: un acto de muerte, un acto de vida, y de esta manera, los hijos de los hombres, que son los hijos de Dios, aprenden la sabiduría, el equilibrio y la senda para caminar con Dios.

Desde la Cámara del Concilio del Señor, el Gran Presidente era especta­dor. Y desde su puesto a su lado, el Maestro también contemplaba. Hércules pasó nuevamente a través del sexto Portal, y viendo esto y viendo el cinturón y a la doncella, el Maestro habló y dijo: "El sexto trabajo está terminado. Tú mataste lo que te estimaba y todo lo desconocido y lo no reconocido que te daba el necesario amor y poder. Tú rescataste lo que te necesitaba, y así de nuevo los dos son uno. Reflexiona otra vez sobre los caminos de la vida, reflejándose en los caminos de la muerte. Ve y descansa, hijo mío".

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